«El fantasma perdido»: Mary E. Wilkins-Freeman; relato y análisis.


«El fantasma perdido»: Mary E. Wilkins-Freeman; relato y análisis.




El fantasma perdido (The Lost Ghost) es un relato de fantasmas de la escritora norteamericana Mary E. Wilkins-Freeman (1852-1930), publicado originalmente en la antología de 1903: El viento en el rosedal y otros relatos sobrenaturales (The Wind in the Rose-Bush and Other Stories of the Supernatural). Posteriormente sería reeditado en la colección: El libro de Oxford de relatos ingleses de fantasmas (Oxford Book of English Ghost Stories).

El fantasma perdido, uno de los mejores cuentos de Mary Wilkins Freeman, es una historia sobrenatural sobre el fantasma de una niña que deambula por su antigua casa en busca de su madre [ver: El fantasma de la niña del vestido blanco]

El fantasma perdido es narrado por la señora Meserve, quien le cuenta a una amiga la historia de una casa embrujada en la que ella misma vivió con otras dos mujeres, Amelia Dennison y Abby Bird. Durante su estadía, la señora Meserve se vio obligada a acostumbrarse a la presencia del fantasma, una niña abandonada que murió en la casa unos años antes. Si bien la niña es inofensiva, su presencia es inquietante, sobre todo por sus desesperados reclamos por su madre. La historia llega a un final escalofriante cuando la señora Bird muere mientras duerme y su espíritu cruza el jardín delantero, lejos de la casa, de la mano de la niña.

Mary E. Wilkins Freeman aborda de manera indirecta mucho más inquietante que los fantasmas: el abuso infantil y la violencia doméstica. En efecto, la niña no murió naturalmente, fue encerrada por su madre, quien la abandonó en la casa luego de maltratarla durante sus cinco años de vida. En este contexto, el clímax de la revelación de El fantasma perdido se aplaza continuamente, como si la narradora simplemente no pudiera contar su terrible secreto. Los detalles de la triste vida de la niña fantasma, y su eventual muerte, causan una profunda angustia en el lector. Personalmente, me pareció una historia devastadora; porque la realidad del destino atroz de esta niña es, en última instancia, infinitamente peor que su reaparición póstuma como fantasma [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

En este sentido, El fantasma perdido de Mary Wilkins Freeman tiene mucho que ver con el relato de Elizabeth Gaskell: El cuento de la vieja niñera (The Old Nurse’s Story), el cual habla de un padre que le da la espalda a su hijo y, al hacerlo, lo lleva a su desafortunada muerte. Si bien los fantasmas en estas historias causan una inquietud razonable, es el conocimiento de cómo llegaron a ser fantasmas lo que resulta realmente perturbador [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Además de El fantasma perdido, varios cuentos de Mary E. Wilkins Freeman, como La cámara sudoeste (The Southwest Chamber) y El viento en el rosal (The Wind in the Rosebush), se ocupan del tema de la violencia infantil y madres con sentimientos socialmente inadecuados. En aquellos años esto era un territorio desconocido. En cierto modo, Mary Wilkins Freeman acepta los temas típicos del relato de fantasmas, como el dolor, la pérdida y la frustración, pero descarta la empatía, el reencuentro y la domesticidad para recorrer un camino mucho más sombrío. Por supuesto, el abordaje es oblicuo, y su significado solo puede descifrarse de manera críptica, a menudo a través de estas mujeres que parecen ocuparse de asuntos cotidianos, como el tejido, pero que en sus conversaciones casuales se desliza alguna experiencia escalofriante que comparten y, en cierto modo, perpetúan para que no caigan en el olvido [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

En El fantasma perdido, la señora Emerson pone en riesgo su fe cuando convence a su amiga, la señora Meserve, para que le cuente su propia historia de fantasmas. Estas dos mujeres son conversadoras, cálidas, amigables, involucradas en una actividad tradicionalmente femenina [crochet]. Al principio, tejen en silencio, esperando que la otra abra la conversación con algún nuevo chisme. La señora Meserve es hábil. Espera a que se desarrolle la curiosidad de su amiga para comenzar a hablar. El comienzo ritualista de la narración crea las condiciones ideales para la historia de fantasmas, que [como toda buena historia contada a la luz del fuego] depende de una tensión entre lo acogedor, lo familiar y lo Siniestro [ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño]

Mary Wilkins Freeman le da otra vuelta de tuerca a la típica narradora del género que demora el inicio de su historia. En este caso, la señora Meserve se retrasa debido al tipo de historia que tiene entre manos, una historia de abuso, abandono y muerte, que no es fácil de contar. Más interesante, sin embargo, es pensar que esta demora puede leerse como parte de la retórica femenina de la época, en la que la evasión es tan importante como la verdad a revelar. De hecho, la excitación que sienten ambas mujeres al retrasar el comienzo de la narración es tangible. En cuanto a los silencios, es indicio de complicidad, una demostración de la profunda comprensión que tienen entre sí [ver: El ABC de las historias de fantasmas]

Esta complicidad femenina se hace aún más evidente cuando la señora Meserve deja en claro que solo aceptará contar su historia una vez que su amiga le haya prometido no contársela a su propio marido, como si lo que está a punto de contar es algo que sólo las mujeres pueden entender [ver: El Machismo en el Horror]. La señora Meserve tiene la intención de que la tomen en serio, no que su historia se interprete como los delirios de una mujer loca, por eso insiste en construir un espacio idóneo: un público femenino amigable y comprensible [ver: Puérpera, loca y poseída]

La posibilidad de una comunidad de apoyo parece ser un requisito indispensable para este tipo de confidencias. Recordemos que la historia que la señora Meserve está a punto de contar involucra a una niña de cinco años que fue encerrada en su casa, abandonada por su madre [quien escapa con su amante], y que murió de frío e inanición. Es razonable que no quiera que su narración caiga bajo la mirada inquisitiva de alguna figura masculina autoritaria, como el esposo de la señora Emerson [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

Como una joven maestra que no tiene familia, la [entonces] señorita Arms [Meserve es su apellido de casada] se hospeda con la señorita Dennison y su hermana, Abby [«una verdadera mujer maternal»]. El arreglo proporciona a las dos mujeres mayores una hija simbólica, mientras que a la señorita Arms le da una familia. La función restauradora del arreglo está claramente explicada [«queríamos la compañía joven»] y es especialmente significativa para Abby, quien cuida mucho a su huésped. Ya instalada, la señorita Arms comienza a ver el fantasma de una niña que repite sin cesar: «No puedo encontrar a mi madre» [ver: Escuchar fantasmas de niños que ríen y lloran en la casa]. Cuando confronta a las dos hermanas, estas se ven obligadas a admitir que ellas también han al fantasma visto y comienzan a contar su historia. El fantasma es una niña que acecha la casa y representa diferentes y repetitivas escenas domésticas, como jugando con el gato, lavando los platos, sacando las pasas de las galletas o trayendo ramitas para el fuego [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]

Si bien las hermanas no saben qué hacer, pronto descubren cómo estos cuadros cotidianos, de hecho, recrean incesantemente el abuso que ejercía la madre de la niña sobre ella:


[«La mujer tenía dificultades para cuidar a la niña. La gente decía que la maltrataba. Pobre criatura; no tenía mucho más de cinco años, y era pequeña e infantil para su edad. Sin embargo, hacía la mayor parte del trabajo hogareño. Se rumoreaba que la pequeña solía pararse en una silla y lavar los platos, y la habían visto cargando palos de madera casi tan grandes como ella muchas veces.»]


Etérea, revoloteando como una «mariposa», el cuerpo de la niña está sorprendentemente presente en estas descripciones, llamando la atención sobre sus miserias físicas, con el «azul de su piel» que no solo significa frío sino que también evoca golpes y contusiones. Si bien la naturaleza exacta del tipo de maltrato nunca se determina o explica en detalle, la niña muere en condiciones de abandono. El evento traumático es la base de la historia, pero se resiste a ser integrado textualmente, por tratarse de algo demasiado horroroso: la madre, que escapa con su amante, deja a su hija de cinco años completamente sola, ordenándole que no llame a nadie ni pida ayuda. La pequeña, obediente debido a los años de maltrato, muere después de una semana de soledad, frío y hambre.

Este hecho sombrío está en el corazón de El fantasma perdido, dando una explicación a la traumática muerte y regreso del fantasma, pero al tratarse de un evento tan terrible, requiere de constantes retrasos, digresiones y desviaciones aparentemente superfluas durante la narración, como si no pudiera observarse directamente [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]

En lugar de avanzar, El fantasma perdido de Mary Wilkins Freeman se arrastra. Precisiones temporales, informes meteorológicos, divagaciones, detalles superluos, obstruyen el progreso de la historia. Sin embargo, todo eso es necesario porque el corazón del relato no puede alcanzarse directamente. Sería una luz cegadora.

Ahora bien, la maternal Abby Bird está menos aterrorizada por la niña fantasma que deseosa de cuidarla. Le desespera ver a la pequeña en esas repetitivas actividades cotidianas, y le desgarra el corazón aquel llanto monótono por encontrar a su madre. Eventualmente, Abby muere [en circunstancias poco claras], y se la ve yéndose de la mano con la niña. Ambas han encontrado lo que buscaban: Abby una hija, y la niña una madre [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]




El fantasma perdido.
The Lost Ghost, Mary Wilkins Freeman (1852-1930)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


La señora Emerson, sentada con su labor junto a la ventana, miró hacia afuera y vio a la señora Rhoda Meserve que bajaba por la calle, y supo de inmediato, por el rumbo de sus pasos y la inclinación de su cabeza, que estaba pensando en dar la vuelta en la puerta. También sabía por cierto algo en su porte general (una inclinación del cuello hacia adelante, un bullicioso enganche de los hombros) que tenía noticias importantes. Rhoda Meserve siempre tenía las noticias tan pronto como se publicaban y, por lo general, la señora Emerson era la primera a quien se las comunicaba.

Las dos mujeres habían sido amigas desde que la señora Meserve se casó con Simon Meserve y vino a vivir al pueblo. Era una mujer bonita, que se movía con gráciles coqueteos de faldas; su rostro nítido y nervioso, tan delicadamente teñido como un caparazón. Miraba brillantemente desde el ala plumosa de un sombrero negro a la señora Emerson en la ventana.

La señora Emerson se alegró de verla venir. Ella le devolvió el saludo con entusiasmo, luego se levantó apresuradamente, corrió a la sala y sacó una de las mejores mecedoras. Llegó justo a tiempo, después de colocarla junto a la ventana opuesta, para saludar a su amiga en la puerta.

—Buenas tardes —dijo—. Estoy muy contenta de verte. He estado sola todo el día. John fue a la ciudad esta mañana. Pensé en ir a tu casa esta tarde, pero me quedé trabajando en mi costura. Voy a ponerle los volantes a mi nueva falda negra.

—Bueno, no tenía nada que hacer —respondió la señora Meserve—, y pensé en pasar unos minutos.

—Estoy muy contenta de que lo hayas hecho —repitió la señora Emerson—. Siéntate.

La señora Meserve se acomodó en la mecedora mientras la señora Emerson llevaba su chal y su sombrero al pequeño dormitorio contiguo. Cuando regresó, la señora Meserve se mecía tranquilamente y ya estaba trabajando poniendo y sacando lana azul.

—Eso es muy bonito —dijo la señora Emerson.

—Sí, creo que es bonito —respondió la señora Meserve.

—Supongo que es para la feria de la iglesia.

—Sí. No creo que saque lo suficiente para pagar el estambre, y mucho menos el trabajo, pero supongo que tengo que hacer algo.

—¿Cuánto obtuvo en la feria el año pasado?

—Veinticinco centavos.

—Es ridículo, ¿no es así?

—Supongo que lo es. Me toma una semana hacer un tejido decente. Ojalá los que los compraron por veinticinco centavos tuvieran que hacerlas. Supongo que cantarían otra canción. Bueno, no debería quejarme tanto.

—Bueno, es un buen trabajo —dijo la señora Emerson, sentándose en la ventana opuesta y recogiendo su falda de vestir.

—Sí, es un trabajo realmente bonito. Me encanta tejer crochet.

Las dos mujeres se mecieron y cosieron y tejieron en silencio durante dos o tres minutos. Ambas estaban esperando. La señora Meserve esperó a que se desarrollara la curiosidad de la otra para que sus noticias tuvieran, por así decirlo, un impacto adecuado. Finalmente, la señora Emerson no pudo esperar más.

—Bueno, ¿cuáles son las noticias?

—¿Noticias? —evadió la otra mujer, prolongando la situación.

—Vamos. No puedes engañarme —respondió la señora Emerson.

—¿Cómo lo sabes?

—Por la forma en que te ves.

La señora Meserve se rió consciente y bastante vanamente.

—Bueno, Simon dice que mi cara es tan expresiva que no puedo ocultar nada más de cinco minutos sin importar cuánto lo intente. En fin, hay algunas noticias. Simon llegó a casa con ellas este mediodía. Lo escuchó en South Dayton. Tenía algunos asuntos allí esta mañana. El viejo lugar de Sargent está alquilado.

La señora Emerson dejó la costura y se quedó mirando.

—¡Déjate de bromas!

—No es ninguna broma.

—¿A quién se lo alquilaron?

—A unas personas de Boston que se mudaron a South Dayton el año pasado. No estaban satisfechas con la casa que tenían allí, no era lo suficientemente grande. El hombre tiene una propiedad considerable y puede permitirse vivir bastante bien. Tiene una esposa y su hermana soltera en la familia. La hermana también tiene dinero. Él hace negocios en Boston y es tan fácil llegar a Boston desde aquí como desde South Dayton, por lo que vienen aquí. Sabes que la antigua casa Sargent es un lugar espléndido.

—Sí, es la casa más bonita de la ciudad, pero…

—Oh, Simon dijo que le contaron sobre eso y él solo se rió. Dijo que no tenía miedo y tampoco su esposa y su hermana. Dijo que se arriesgaría a tener fantasmas en lugar de dormir en pequeños dormitorios sin sol, como los que había en la casa de los Dayton. Dijo que preferiría arriesgarse a ver fantasmas.

—Oh, bueno —dijo la señora Emerson—, es una casa hermosa, y tal vez no haya nada cierto en esas historias. Nunca les hice mucho caso.

—Yo no entraría en esa casa aunque me regalaran el alquiler —declaró la señora Meserve con énfasis—. He visto suficientes casas embrujadas como para volver a vivir en una.

El rostro de la señora Emerson adquirió la expresión de un sabueso de caza.

—¿Tienes alguna historia? —preguntó en un susurro intenso.

—Sí tengo. Y no quiero más de eso.

—¿Antes de que vinieras aquí?

—Sí; antes de casarme, cuando era toda una niña.

La señora Meserve no se había casado joven. La señora Emerson hizo cálculos mentales cuando escuchó eso.

—¿De verdad vivías en una casa…?

La señora Meserve asintió solemnemente.

—¿Realmente viste… algo?

La señora Meserve asintió.

—¿Nada que te hiciera daño?

—No, no vi nada que me hiciera daño mirándolo de una manera, pero a nadie en este mundo le hace bien ver esas cosas. Nunca lo superas.

Hubo un momento de silencio. Las facciones de la señora Emerson parecieron afilarse.

—Bueno, por supuesto que no quiero presionarte —dijo ella—, si no tienes ganas de hablar de eso; pero tal vez te haga bien contarlo si está en tu mente, preocupándote.

—Trato de quitármelo de la cabeza —dijo la señora Meserve.

—Bueno, eso es comprensible.

—Nunca le dije a nadie más que a Simon —dijo la señora Meserve—. No sabía lo que la gente podría pensar. Tantos no creen en nada que no puedan entender, que podrían pensar que mi mente no estaba bien. Simon me aconsejó que no hablara de eso. Dijo que no creía que fuera algo sobrenatural, pero que tenía que admitir que no podía dar ninguna explicación. Luego dijo que no hablaría de eso. Dijo que mucha gente preferiría creer que estaba loca.

—Estoy segura de que no diría eso —respondió la señora Emerson con reproche—. Me conoces mejor que eso, espero.

—Sí —respondió la señora Meserve—. Sé que no lo dirías.

—Y no se lo diría a nadie si no quisieras.

—Bueno, preferiría que no lo hicieras.

—No hablaré de eso ni siquiera con el señor Emerson.

—Preferiría que ni siquiera lo hablaras con él.

—No lo haré.

La señora Emerson volvió a levantarse la falda. La señora Meserve enganchó otro lazo de lana azul. Entonces ella comenzó:

—Por supuesto —dijo—, no voy a decir positivamente que creo o no creo en los fantasmas. Todo lo que les digo es lo que vi. No puedo explicarlo. No finjo que puedo, porque no puedo. Si tú puedes, muy bien. Me alegraré, porque dejará de atormentarme como lo ha hecho. No ha habido un día ni una noche desde que sucedió que no haya pensado en ello, y siempre he sentido escalofríos en mi espalda cuando lo hacía.

—Esa es una sensación horrible —dijo la señora Emerson.

—Sí. Bueno, sucedió antes de casarme, cuando era niña y vivía en East Wilmington. Fue el primer año que viví allí. Sabes que toda mi familia murió cinco años antes de eso. Te lo he contado.

La señora Emerson asintió.

—Bueno, fui allí para dar clases en la escuela, y fui internada con la señora Amelia Dennison y su hermana, la señora Bird. Abby Bird era su nombre. Era viuda; nunca había tenido hijos. Tenía un poco de dinero (la señora Dennison no tenía) y había venido a East Wilmington y comprado la casa en la que vivían. Era una casa realmente bonita, aunque muy vieja y deteriorada. Le había costado a la señora Bird un gran trabajo ponerla en orden. Supongo que esa fue la razón por la que me llevaron a bordo. Quizás pensaron que ayudaría un poco. Lo que pagué por mi pensión nos mantuvo a todas. Ella había gastado tanto arreglando la vieja casa que debieron haber estado un poco apretadas por un tiempo.

»De todos modos, me llevaron a bordo, y pensé que tenía mucha suerte de estar allí. Tenía una bonita habitación, grande, soleada y con bonitos muebles, el papel y la pintura eran nuevos, y todo tan limpio como la cera. La señora Dennison era una de las mejores cocineras que he visto en mi vida, y yo tenía una pequeña estufa en mi habitación, y siempre había un buen fuego allí cuando llegaba a casa de la escuela. Pensé que no había estado en un lugar tan agradable desde que perdí mi propia casa, hasta que estuve allí unas tres semanas.

»Supongo que había estado ocurriendo desde que ellas estaban en la casa, y eso fue casi cuatro meses atrás. No habían dicho nada al respecto, y no me extrañó, ya que acababan de comprar la casa y habían tenido tantos gastos y problemas para arreglarla.

»Fui allí en septiembre. Empecé mi escuela el primer lunes. Recuerdo que fue un otoño muy frío, hubo una helada a mediados de septiembre y tuve que ponerme el abrigo de invierno. Recuerdo que cuando llegué a casa esa noche (déjame ver, comencé la escuela un lunes) me quité el abrigo y lo puse sobre la mesa en la entrada principal. Era un abrigo realmente bonito, de paño grueso y negro adornado con pieles. Lo había comprado el invierno anterior. La señora Bird me gritó cuando subí las escaleras que no debía dejarlo en la entrada principal por temor a que alguien entrara y se lo llevara, pero yo solo me reí y le dije que no tenía miedo. Nunca tuve mucho miedo de los ladrones.

»Aunque apenas era mediados de septiembre, fue una noche realmente fría. Recuerdo que mi habitación daba al oeste, y el sol se estaba poniendo, y el cielo era de un amarillo pálido y púrpura, tal como se ve a veces cuando se avecina una ola de frío. Prefiero pensar que fue la noche en que llegó la escarcha por primera vez. De todos modos, sé que la señora Dennison tapó algunas flores que tenía en el jardín delantero. Recuerdo mirar hacia afuera y ver un viejo chal verde a cuadros sobre la verbena. Había fuego en mi pequeña estufa. Lo hizo la señora Bird, lo sé. Era una mujer realmente maternal; siempre parecía ser la más feliz cuando estaba haciendo algo para hacer felices a otras personas. La señora Dennison me dijo que siempre había sido así, que había mimado a su esposo constantemente.

»—Es una suerte que Abby nunca haya tenido hijos —dijo—, porque los habría mimado.

»Esa noche me senté junto a mi pequeño fuego y comí una manzana.

»Había un plato de bonitas manzanas en mi mesa. La señora Bird los puso allí. Siempre me gustaron mucho las manzanas. Bueno, me senté y comí una manzana, y estaba pasándolo muy bien, pensando en la suerte que tenía de haber conseguido alojamiento en un lugar así, con gente tan agradable, cuando escuché un sonido extraño en mi puerta. Era un sonido tan vacilante que parecía más una torpeza que un golpe, como si alguien muy tímido, con manos muy pequeñas, estuviera palpando la puerta, sin atreverse a tocar. Por un momento pensé que era un ratón. Pero esperé y vino de nuevo, y luego decidí que era un golpe, así que dije:

»—Adelante.

»Pero nadie entró, y luego volví a escuchar el golpe. Entonces me levanté y abrí la puerta, pensando que era muy raro, y tuve una sensación de miedo sin saber por qué.

»Abrí la puerta, y lo primero que noté fue una corriente de aire frío, como si la puerta principal de abajo estuviera abierta, pero había un extraño olor a encierro en la corriente fría. Olía más a un sótano que hubiese estado cerrado durante años que a aire fresco. Entonces vi algo. Primero vi mi abrigo. Lo que lo sostenía era tan pequeño que no podía ver mucho más. Entonces vi una carita blanca con ojos tan asustados y deseosos que parecían como si fueran a hacer un agujero en el corazón de cualquiera. Era un rostro pequeño y espantoso, con algo que lo hacía diferente de cualquier otro rostro en la tierra, pero era tan triste que de alguna manera eliminó gran parte del horror. Y había dos manitas manchadas de púrpura por el frío, sosteniendo mi abrigo de invierno, y una extraña vocecita lejana decía:

»—No puedo encontrar a mi madre.

»—Por el amor de Dios —dije—, ¿quién eres?

Entonces la vocecita dijo de nuevo:

»—No puedo encontrar a mi madre.

»Todo el tiempo pude oler el frío y vi que se trataba de la niña; ese frío se aferraba a ella como si hubiera salido de un lugar mortalmente frío.

»Tomé mi abrigo, no sabía qué más hacer. Estaba tan frío como si se hubiera desprendido del hielo. Entonces pude ver a la niña más claramente. Estaba vestida con una pequeña prenda blanca hecha de manera muy simple. Era un camisón, sólo que muy largo, que le cubría bastante los pies, y podía ver vagamente a través de él su cuerpecito delgado, moteado de púrpura por el frío. Su rostro no parecía tan helado; aunque era de un blanco ceroso. Su cabello era oscuro, pero parecía que podría ser oscuro solo porque estaba muy húmedo, casi mojado, y en realidad podría ser claro. Se le pegaba muy cerca de la frente, que era redonda y blanca. Habría sido muy hermosa si no hubiera sido tan espantosa.

»—¿Quién eres? —volví a decir, mirándola.

»Me miró con sus terribles ojos suplicantes y no dijo nada.

»—¿Qué eres? —dije.

»Luego se fue. No parecía correr ni caminar como otros niños. Revoloteaba, como una de esas pequeñas mariposas blancas y transparentes que no parecen reales, tan livianas y se mueven como si no tuvieran peso. Pero miró hacia atrás desde lo alto de las escaleras.

»—No puedo encontrar a mi madre —dijo, y nunca escuché una voz así.

»—¿Quién es tu madre? —dije, pero ya no estaba.

»Pensé por un momento que debería desmayarme. La habitación se oscureció y escuché un canto en mis oídos. Luego arrojé mi abrigo sobre la cama. Mis manos estaban tan frías como el hielo por sostenerlo, me paré en mi puerta y llamé primero a la señora Bird y luego a la señora Dennison. No me atrevía a bajar las escaleras. Me parecía que me volvería loca.

»Podía oírlas pisar escaleras abajo y podía oler las galletas horneadas para la cena. De alguna manera, el olor de esas galletas parecía lo único natural que me quedaba para mantenerme en mis cabales. No me atrevía a moverme. Me quedé allí y llamé, y finalmente escuché que se abría la puerta de entrada. La señora Bird me llamó:

»—¿Qué sucede? ¿Llamó, señorita Arms?

»—Vengan; suban aquí lo más rápido que puedan, las dos —grité—. ¡Rápido, rápido, rápido!

»Escuché a la señora Bird decirle a la señora Dennison:

»—Ven rápido, Amelia, algo sucede en la habitación de la señorita Arms.

»Incluso entonces me llamó la atención que se expresara de manera tan extraña, y me pareció muy extraño, de hecho, cuando ambas subieron, que parecían saber lo que había pasado.

»—¿Qué pasa, querida? —preguntó la señora Bird, y su amorosa voz tenía un tono forzado.

La vi mirar a la señora Dennison y esta le devolvió la mirada.

»—Por el amor de Dios —dije, y nunca lo había dicho antes—, por el amor de Dios, ¿qué fue lo que trajo mi abrigo?

»—¿Cómo era? — preguntó la señora Dennison con una especie de voz entrecortada, y miró a su hermana de nuevo.

»—Era una niña que nunca antes había visto por aquí. Parecía un niña, quiero decir, porque nunca vi una cosa tan espantosa. Tenía un camisón y decía que no podía encontrar a su madre. ¿Qué era?

»Por un momento pensé que la señora Dennison se iba a desmayar, pero la señora Bird se aferró a ella y le frotó las manos y le susurró al oído (tenía una voz de lo más arrulladora), y corrí a buscarle un vaso de agua. Te digo que necesité mucho coraje para bajar sola, pero habían puesto una lámpara en la mesa de la entrada. No creo que me hubiera animado a bajar las escaleras en la oscuridad, pensando cada segundo que esa niña podría estar cerca. La lámpara y el olor de las galletas horneadas parecían animarme, pero te digo que no perdí mucho tiempo con el vaso de agua. Accioné la bomba como si la casa estuviera en llamas y tomé lo primero que encontré con forma de vaso: era uno pintado que le había regalado la clase de escuela dominical de la señora Dennison y estaba destinado a ser un florero.

»Lo llené y luego corrí escaleras arriba. Sentía que algo me atraparía en los pies. Luego sostuve el vaso en los labios de la señora Dennison, mientras la señora Bird sostenía la cabeza. Bebió un buen trago y luego miró fijamente el vaso.

»—Sí —dije—, lo sé. Tomé lo primero que encontré.

»—No mojes las flores pintadas —dijo la señora Dennison muy débilmente—, se lavarán si lo haces.

El agua pareció hacerle bien a la señora Dennison, porque enseguida empujó a la señora Bird y se sentó. Ella había estado acostada en mi cama.

»—Ya estoy bien —dijo, pero estaba terriblemente blanca, y sus ojos parecían como si vieran a través de las cosas.

La señora Bird no estaba mucho mejor, pero siempre tuvo una especie de aspecto dulce y agradable que nada podía perturbar. Sabía que yo tenía un aspecto espantoso, porque me vi reflejada en el espejo y difícilmente habría sabido quién era.

»—Señora Dennison —se deslizó de la cama y caminó tambaleándose hasta una silla—. Fui tonta al ceder así.

»—No, no lo fuiste, hermana —dijo la señora Bird—. No sé lo que esto significa más que tú, pero sea lo que sea, nadie debe ser llamado tonto por estar abrumado por algo tan diferente de otras cosas que hemos conocido toda nuestra vida.

»La señora. Dennison miró a su hermana, luego me miró a mí, luego volvió a mirar a su hermana, y la señora Bird habló como si le hubieran hecho una pregunta.

»—Sí —dijo—, creo que se le debe decir a la señorita Arms, es decir, creo que se le debe decir todo lo que sabemos.

»—Eso no es mucho —dijo la señora Dennison con una especie de suspiro agonizante.

»Parecía como si fuera a desmayarse de nuevo en cualquier momento. Era una mujer de aspecto realmente delicado, pero resultó que era mucho más fuerte que la pobre señora Bird.

»—No, no es mucho lo que sabemos —dijo la señora Bird—, pero también lo debería saber ella. Sentí que debería hacerlo cuando vino aquí por primera vez.

»—Bueno, no me sentía del todo bien al respecto —dijo la señora Dennison—, pero seguía esperando que se detuviera. De todos modos, que tal vez nunca la molestaría. Además, necesitábamos el dinero.

»—Aparte del dinero, estábamos muy ansiosas de que vinieras, querida —dijo la señora Bird.

»—Sí —dijo la señora Dennison—, queríamos compañía joven en la casa. Estábamos solas, y a ambas nos gustó mucho la idea de que te quedaras en el momento en que te vimos.

»Supongo que fue así. Eran mujeres hermosas y nadie podía ser más amable conmigo que ellas. Nunca las culpé por no haberme dicho nada antes y, como decían, no había mucho que contar.

»Tan pronto como compraron la casa y se mudaron comenzaron a ver y escuchar cosas. La señora Bird dijo que estaban sentadas en la sala de estar, una noche, cuando lo escucharon por primera vez. Dijo que su hermana estaba tejiendo encajes (la señora Dennison hacía hermosos encajes de punto) y que estaba leyendo el Missionary Herald (la señora Bird estaba muy interesada en el trabajo misionero), cuando de repente escucharon algo. Ella lo escuchó primero y dejó su revista, y luego la señora Dennison, que dejó caer el encaje.

»—¿Qué es lo que estás escuchando, Abby? —dijo.

Se oyó otro ruido. Ambas lo escucharon, y un escalofrío les recorrió la espalda, aunque no sabían por qué.

»—Es el gato, verdad? —dijo la señora Bird.

»—No es un gato cualquiera —dijo la señora Dennison.

»—Oh, supongo que debe ser el gato; tal vez tenga un ratón —dijo la señora Bird para calmar a la señora Dennison, porque vio que estaba muerta de miedo y siempre temía que se desmayara. Luego abrió la puerta y llamó»— ¡Gatito, gatito, gatito!

Habían traído a su gato en una canasta cuando vinieron a vivir a East Wilmington. Era un gato tigre muy guapo, y sabía mucho.

»—Ahí está; ¿ves que era el gato? —dijo la señora Bird—. ¡Pobre gatito!

»Pero la señora Dennison miró al gato y dio un gran chillido.

»—¿Qué es eso? ¿Qué es eso?

»—¿Qué es qué? —dijo la señora Bird, fingiendo para sí misma que no vio lo que quería decir su hermana.

»—Algo se apoderó de la cola de ese gato —dijo la señora Dennison—. Algo se apoderó de su cola. Está tirada hacia afuera, y él no puede escapar. ¡Solo escúchalo maullar!

»—No es nada —dijo la señora Bird, pero incluso mientras decía eso, pudo ver una pequeña mano agarrando firmemente la cola de ese gato.

»La niña pareció salir de la oscuridad detrás de la mano, y estaba como riéndose, en lugar de parecer triste. Su risa era lo más horrible y lo más triste que habían oído en sus vidas.

»Bueno, estaban tan estupefactas que no sabían qué hacer, y al principio no podían sentir que era algo sobrenatural. Creyeron que debía ser una de las hijas del vecino.

»—¿No sabes que no debes tirar de la cola del gatito? ¿No sabes que lastimaste al pobre gatito y te arañará? Pobre gatito, no debes hacerle daño.

»Y con eso, dijo, la niña dejó de tirarle la cola y se puso a acariciarlo. El gato se puso de espaldas y se frotó y ronroneó como si le gustara. Nunca pareció asustarse, y eso fue extraño, porque siempre había oído que los animales tenían un miedo terrible a los fantasmas; pero bueno, ese era un pequeño fantasma bastante inofensivo.

»La señora Bird dijo que la niña acarició a ese gato, mientras ella y la señora Dennison lo miraban y se abrazaban porque, por mucho que intentaron pensar que estaba bien, no se veía bien. Finalmente habló la señora Dennison.

»—¿Cómo te llamas, muchachita?

»Entonces la niña miró hacia arriba y dejó de acariciar al gato. Dijo que no podía encontrar a su madre, tal como me lo dijo a mí. Luego, la señora Dennison soltó un grito ahogado. La señora Bird pensó que se iba a desmayar, pero no lo hizo.

»—Bueno, ¿quién es tu madre?

»La niña simplemente volvió a decir:

»—No puedo encontrar a mi madre, no puedo encontrar a mi madre.

»—¿Dónde vives, querida? —dijo la señora Bird.

»—No puedo encontrar a mi madre.

»Así fue, según me contaron. Esas dos mujeres se pararon allí, tomadas de la mano, y la niña se paró frente a ellas. Le hicieron toda clase de preguntas, y todo lo que ella decía era:

»—No puedo encontrar a mi madre.

»Entonces la señora Bird trató de agarrar a la niña, porque pensó, a pesar de lo que veía, que tal vez estaba nerviosa y que era un niña de verdad, solo que no estaba del todo bien de la cabeza, que se había escapado de casa, todavía con su camisón puesto, en medio de la noche.

»Ella trató de abrazarla. Tuvo la idea de envolverla con un chal y salir —era tan pequeña que podría haberla cargado con bastante facilidad— y tratar de averiguar a cuál de los vecinos pertenecía. Pero en el momento en que la rodeó, no había ninguna niña allí; sólo estaba esa vocecita que parecía surgir de la nada, diciendo:

»—No puedo encontrar a mi madre —y luego se apagó.

»Lo mismo, o algo muy parecido, volvió a suceder varias veces. De vez en cuando, la señora Bird estaba lavando los platos y, de repente, la niña estaba de pie junto a ella con el paño de cocina, secándolos. Por supuesto, eso fue terrible. A veces no se lo decía a la señora Dennison, la ponía muy nerviosa. A veces, cuando estaban haciendo pasteles, encontraban las pasas todas recogidas y, otras, encontraban pequeños palitos de leña tirados junto a la estufa de la cocina. Nunca sabían cuándo se encontrarían con esa niña, y ella siempre decía una y otra vez que no podía encontrar a su madre. Nunca más intentaron hablar con ella, excepto cuando la señora Bird se desesperaba y le preguntaba algo, pero la niña parecía no escucharla; ella siempre seguía diciendo que no podía encontrar a su madre.

»Después de que me contaron sobre su experiencia con la niña, me informaron sobre la casa y las personas que habían vivido allí. Parecía que algo terrible había sucedido en esa casa, algo que el agente inmobiliario nunca les había comunicado. No creo que la hubieran comprado de otro modo, no importa lo barata que fuera, porque incluso si la gente no tiene miedo de nada, nadie quiere vivir en un lugar donde han sucedido cosas tan terribles.

»Sin importar cuán cómoda me hicieran sentir, estaba nerviosa. Pero me quedé. Por supuesto, nada volvió a suceder en mi habitación. Si lo hubiera hecho no podría haberme quedado.

—¿Qué pasó con esa niña? ¿Lo sabes? —preguntó la señora Emerson con voz asombrada.

—Algo horrible. Esa niña había vivido en la casa con su padre y su madre dos años antes. Procedían, por la rama paterna, a una muy buena familia. Tenían una buena posición. Él tenía una casa de cuero en la ciudad, y vivían muy bien, con mucho que hacer. Pero la madre era una mujer realmente malvada. Era tan guapa como un cuadro, y decían que procedía de gente bastante importante de Boston, pero no era muy limpia, aunque hablaba muy bien y le gustaba a casi todo el mundo. Solía vestirse elegantemente y hacer un gran espectáculo, y nunca pareció interesarse mucho por la niña. La gente comenzó a decir que no la trataban bien.

»La mujer tenía dificultades para cuidar a la niña. La gente no lo creía al principio; pero pronto se empezó a hablar de que la mujer la maltrataba. Pobre criatura; no tenía mucho más de cinco años, y era pequeña e infantil para su edad. Sin embargo, hacía la mayor parte del trabajo hogareño. Se rumoreaba que la pequeña solía pararse en una silla y lavar los platos, y la habían visto cargando palos de madera casi tan grandes como ella muchas veces, y habían oído a su madre regañarla. La mujer era una buena cantante y tenía una voz como de lechuza cuando regañaba.

»El padre estaba fuera la mayor parte del tiempo, a veces durante semanas. Había un hombre casado rondando a la madre durante algún tiempo. La gente chusmeó un poco; pero no estaban seguros de que algo anduviera mal. Él era un hombre muy alto, con dinero, por lo que se quedaron bastante callados por temor a que se enterara y les causara problemas. Por supuesto nadie estaba seguro, aunque la gente dijo después que el padre del niño debería saberlo.

»Eso era fácil de decir; no habría sido tan fácil encontrar a alguien que hubiera estado dispuesto a decirle lo que pasaba cuando él no estaba, especialmente cuando nadie estaba muy seguro. Todo lo que parecía pensar el padre era ganar dinero para comprar cosas para su esposa. Se dice que él adoraba a la niña, que era un hombre muy agradable. Los hombres que son tratados tan mal en su mayoría son muy buenos hombres. Siempre lo he notado.

»Una mañana ese hombre del que se había hablado en voz baja desapareció. Al parecer, le dijo a su esposa que tenía que ir a Nueva York por negocios y que podría estar fuera una semana, y que no se preocupara si no le escribía. La esposa esperó, y trató de no preocuparse hasta que pasaron nueve días, luego corrió a la casa de un vecino y se desmayó. Hicieron averiguaciones y descubrieron que el hombre se había ido con algo de dinero que tampoco le pertenecía.

»Entonces la gente empezó a preguntar dónde estaba la madre de la niña. Algunos recordaron que ella les había dicho que pensaba llevarse a la niña e irse a Boston a visitar a sus padres, así que cuando no la vieron por un tiempo, y la casa se mantenía cerrada, llegaron a la conclusión de que allí era donde ella estaba.

»En fin: la casa estaba cerrada, y la mujer, el hombre y la niña estaban desaparecidos. Entonces, de repente, una de las mujeres que vivían cerca recordó algo. Recordó que se había despertado tres noches seguidas, pensando que había oído llorar a un niño en alguna parte, y una vez despertó a su esposo, pero él dijo que debía ser la niña de los Bisbees. La niña no estaba bien y siempre lloraba. Solía tener cólicos, especialmente por la noche. Así que no pensó más en eso hasta que surgió esto. Entonces, de repente, sí empezó a cavilar en el asunto. Contó lo que había oído y finalmente la gente empezó a pensar que era mejor entrar en esa casa y ver si pasaba algo.

»Entraron y encontraron muerta a la niña, encerrada en una de las habitaciones. (La señora Dennison y la señora Bird nunca usaron esa habitación; era una habitación trasera en el segundo piso).

»Sí, encontraron a esa pobre niña allí, muerta de hambre y congelada, aunque no estaban seguros de que se hubiera muerto de frío, porque estaba en la cama con ropa suficiente para mantenerla bastante abrigada. Pero ella había estado allí una semana, y no era más que piel y huesos. Parecía como si la madre la hubiera encerrado en la casa cuando se fue y le dijo que no hiciera ruido por temor a que los vecinos la escucharan y se enteraran de que ella misma se había ido.

»La señora Dennison dijo que realmente no podía creer que la mujer hubiera tenido la intención de matar de hambre a su propia hija. Probablemente pensó que la pequeña finalmente llamaría a alguien, o que la gente intentaría entrar en la casa y la encontraría. Pensara lo que pensara, allí estaba la niña, muerto.

»Pero eso no fue todo. El padre llegó a casa cuando la niña acababa de ser enterrado. Estaba fuera de sí. Siguió el rastro de su esposa, la encontró y la mató a tiros. Salió en todos los periódicos en ese momento. De algún modo logró escapar. No se volvió a saber sobre él desde entonces. La señora Dennison pensaba que se había quitado la vida o se había ido del país, nadie lo sabía, pero sí sabían que algo andaba mal en la casa.

—Nunca escuché algo así en mi vida —dijo la señora Emerson, mirando a la otra mujer con ojos asombrados.

—Pensé que dirías eso —dijo la señora Meserve—. No te sorprenderá que no esté dispuesta a decir cosas ligeras cuando escucho que hay algo raro en una casa, ¿verdad?

—No, no después de escuchar tu historia —dijo la señora Emerson.

—Pero eso no es todo —dijo la señora Meserve.

—¿La viste de nuevo? —preguntó la señora Emerson.

—Sí, la vi varias veces antes de la última vez. Tuve suerte de no estar tan nerviosa, o nunca podría haberme quedado allí, por mucho que me gustara el lugar y por mucho que pensara en esas dos mujeres hermosas. Las amaba. Espero que la señora Dennison venga a verme alguna vez.

»Bueno, me quedé, y nunca supe cuándo vería a esa niña. Tuve mucho cuidado de llevar todas mis pertenencias arriba por miedo a que ella viniera cargando mi abrigo o sombrero o guantes o encontrara cosas hechas o lavadas. No puedo decirte cuánto temía verla; y peor que verla era escucharla decir: No puedo encontrar a mi madre. Era suficiente para helarte la sangre. Nunca escuché a un niño vivo llorar por su madre de ese modo. Bastaba para romperte el corazón.

»Ella solía venir y decirle eso a la señora Bird con más frecuencia que a cualquier otra persona. Una vez escuché a la señora Bird decir que se preguntaba si era posible que la pobrecita no pudiera realmente encontrar a su madre en el otro mundo. Había sido tan malvada. Pero la señora Dennison le dijo que no creía que fuera así.

»La señora Bird era una buena mujer, una que no se cansaba de hacer cosas por los demás. Parecía que de eso vivía. No creo que estuviera tan asustada por esa pequeña fantasma, por mucho que la compadeciera. Estaba muy desconsolada porque no podía hacer nada por ella.

»Una vez escuché a la señora Bird decir que se moriría si no podía quitarle esa horrible túnica blanca a la niña, ponerle algo de ropa decente, alimentarla, y sobre todo evitar que busque a su madre. Lo decía en serio. Lloró cuando lo dijo. Eso sucedió no mucho antes de que muriera.

»Ahora estoy llegando a la parte más extraña de todo. La señora Bird murió muy repentinamente. Una mañana, era sábado y no había clases, bajé a desayunar y la señora Bird no estaba; no había nadie más que la señora Dennison. Estaba sirviendo el café cuando entré.

»—¿Dónde está la señora Bird? —pregunté.

»—Abby no se siente muy bien esta mañana —dijo ella—. Supongo que no es gran cosa, pero no durmió muy bien, le duele la cabeza y tiene un poco de frío. Le dije que se quedara en la cama hasta que la casa se calentara. Es una mañana muy fría.

»—Tal vez esté resfriada —dije.

»—Sí, supongo que eso es —dijo la señora Dennison—. Un resfrío. Se levantará en poco tiempo. Abby no es de las que se quedan en la cama ni un minuto más de lo necesario.

»Continuamos desayunando, y de repente una sombra parpadeó a través de una pared de la habitación y sobre el techo, de la forma en que a veces lo hace una sombra cuando alguien pasa por una ventana exterior. La señora Dennison y yo miramos hacia arriba y luego por la ventana; entonces la señora Dennison dio un grito.

»—¡Vaya, Abby está loca! —dijo—. Ahí está, en una mañana glacial, y... y...

No terminó, pero se refería a la niña. Porque ambas estábamos mirando hacia afuera y vimos, más claramente que nunca en nuestras vidas, a la señora Abby Bird que se alejaba por el sendero de nieve blanca con esa niña agarrada a su mano, acurrucándose cerca de ella como si hubiera encontrado a su propia madre.

»—Está muerta —dijo la señora Dennison, agarrándome con fuerza—. Ella está muerta; ¡mi hermana está muerta!

»Y lo estaba.

»Corrimos escaleras arriba tan rápido como pudimos. Ella estaba muerta en su cama, sonriendo como si estuviera soñando, y un brazo y una mano estaban estirados como si algo los hubiera agarrado. No se pudo enderezar ese brazo ni siquiera para colocarla en su ataúd.

—¿Se volvió a ver a la niña? —preguntó la señora Emerson con voz temblorosa.

—No —respondió la señora Meserve»—. Nunca más se volvió a ver a esa niña después de que salió por el patio con la señora Bird.

Mary Wilkins Freeman (1852-1930)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Mary Wilkins Freeman.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Mary Wilkins Freeman: El fantasma perdido (The Lost Ghost), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Sergio dijo...

Gracias por llevarnos al siglo XIX y regresarnos de forma segura a nuestro cínico siglo XXI.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relatos de Edith Nesbit.
Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.


Relato de Walter de la Mare.
Demonología.
Poema de Emily Dickinson.