La chica que hablaba con las hadas: análisis de «El Pueblo Blanco» de Arthur Machen.


La chica que hablaba con las hadas: análisis de «El Pueblo Blanco» de Arthur Machen.




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el relato de Arthur Machen: El Pueblo Blanco (The White People), escrito en 1899 y publicado originalmente en la edición de enero de 1904 de la revista Horlick’s Magazine. Luego sería reeditado en la antología de 1906: La Casa de las Almas (The House of Souls).


[«No debo escribir los nombres de los días y meses que descubrí hace un año, ni la manera de escribir los caracteres del Aklo, o el idioma Chian, o los grandes y hermosos Círculos, o los Juegos de Mao, o las principales Canciones. Puedo escribir algo sobre todas estas cosas pero no sobre la manera de hacerlas, por razones peculiares. Y no debo decir quiénes son las Ninfas, o los Dôls, o Jeelo, o qué significan los Voolas. Todos estos son los secretos más ocultos.»]


Un amigo lleva a Cotgrave a una casa en ruinas en un suburbio del norte de Londres para conocer a un erudito: Ambrose. Cotgrave es un conocedor de la excentricidad, y queda fascinado por las ideas de Ambrose sobre el pecado y la santidad. Las buenas obras no hacen a un santo, ni las malas a un pecador. Tanto el pecado como la santidad son escapes de los milagros mundanos, infernales o celestiales, éxtasis del alma que se esfuerza por superar los límites ordinarios. La mayoría de la gente está contenta con la vida tal como la encuentra; muy pocos intentan asaltar el cielo o el infierno, es decir, penetrar en otras esferas. Sin embargo, nos han educado para apreciar la santidad y condenar al pecador.

Cotgrave pide un ejemplo de pecador. Ambrose saca un pequeño libro verde [él Libro Verde (The Green Book)]. Es uno de sus principales tesoros, por lo que Cotgrave debe guardarlo cuidadosamente y devolverlo tan pronto como lo haya leído. El Libro Verde resulta ser el relato de una adolescente con extrañas experiencias. Es un libro de secretos. Comienza con palabras que no debe definir, con caracteres de una lengua extraña [Aklo] y el idioma Chian; los juegos de Mao y las ninfas y los Dôls y las Voolas. Al parecer, cuando tenía cinco años, su niñera la llevó cerca de un estanque en el bosque, donde vio jugar y bailar a una hermosa dama y un hombre de color blanco marfil. La Niñera, que ya le había contado muchos cuentos antiguos, enseñado canciones, hechizos que ella aprendió de su abuela, le hizo prometer que nunca contaría lo que había visto.

A los trece años, la Niña da un largo paseo sola, tan memorable que luego lo llama «el Día Blanco». Descubre un arroyo que conduce a un nuevo plano. Se enfrenta a matorrales que arañan y círculos de piedras grises como hombres sonrientes y animales que se arrastran. Mientras se sienta en medio de ellos, las piedras giran y bailan hasta que se marea. Ella sigue adelante, bebiendo de un arroyo cuyas ondas «la besan como ninfas». Lava sus pies cansados ​​en un pozo rodeado de musgo. Pasa a través de colinas y hondonadas que parecen dos figuras reclinadas. Tropieza con un hueco que le recuerda la historia de la Niñera sobre una chica que entra en un pozo prohibido y termina siendo la novia del «Hombre Negro».

Finalmente llega a un claro donde ve algo tan maravilloso y extraño que tiembla y grita mientras huye. De alguna manera encuentra el camino a casa. Durante algún tiempo reflexiona sobre el «Día Blanco». ¿Fue real o un sueño? Recuerda más cuentos de la Niñera, uno sobre un cazador que persigue a un ciervo blanco hasta la tierra de las hadas, donde se casa con su reina; otro sobre una colina secreta donde la gente se divertía en ciertas noches; otro sobre Lady Avelin, blanca y alta con ojos que ardían como rubíes. Avelin fabricaba muñecas de cera para que fueran sus amantes o para destruir a los pretendientes no deseados. Ella y sus fetiches fueron quemados en el mercado, y una muñeca gritó en las llamas.

Y una vez, la Niñera le mostró cómo hacer una muñeca de arcilla y cómo adorarla después.

Finalmente, la Niña se da cuenta de que todo lo que la Niñera le enseñó fue «verdadero, maravilloso y espléndido». Ella hace su propio ídolo de arcilla y un segundo viaje al otro lado. Antes de entrar en el claro, se venda los ojos, de modo que debe tantear lo que busca. Lo encuentra y desea no tener que esperar tanto antes de poder ser feliz para siempre.

Una vez, la Niñera dijo que volvería a ver a la dama blanca del estanque. En ese segundo viaje, la Niña la ve, evidentemente en su propio reflejo en el pozo rodeado de musgo. El Libro Verde termina con um relato de la Niña sobre las «ninfas brillantes y oscuras». La última oración dice:


[«La ninfa oscura, Alanna, vino y convirtió el estanque de agua en un estanque de fuego.»]


Cotgrave le devuelve el libro a Ambrose. Tiene preguntas, pero Ambrose es críptico. Lástima que Cotgrave no haya estudiado el hermoso simbolismo de la alquimia, lo cual le hubiese permitido entender mucho más. Ambrose le dice que la Niña está muerta y que él fue una de las personas que la encontró en un claro. La chica se quitó la vida con veneno, según él, tomado «a tiempo». Lo otro que encontró allí era una estatua de hechura romana, de un blanco reluciente a pesar de su antigüedad. Ambrose y sus compañeros la redujeron a polvo.


El Pueblo Blanco de Arthur Machen apunta a niveles extraordinarios en la creación de seres y palabras. Dôls, Jeelo, Voolas, Voor, Xu, Aklo y el Profundo Dendo [¡cuidado, si hablas demasiado sobre Xu y el Aklo pronto te encontrarás en el Profundo Dendo!) No es sorprendente que la mitología de Arthur Machen haya inspirado a autores de la talla de H.P. Lovecraft y J.R.R. Tolkien.

Arthur Machen no es un autor fácil de leer; y en un primer encuentro es todavía más difícil. Uno rápidamente puede advertir que es dueño de un ingenio asombroso, y perfectamente capaz de producir obras maestras; sin embargo, lleva un tiempo sincronizarse con su ritmo. Para dar un ejemplo, un lector avezado probablemente puede abrir una novela o un cuento y leerlos en un contexto que resultaría difícil para otra persona, como el transporte público, pero Arthur Machen exige algo más, algo relacionado con la disposición anímica del lector. Sigue siendo un plato raro y apetecible, pero no para comer mientras viajas al trabajo.

Lovecraft [en un buen día] se las arregla para persuadir al lector de que las violaciones del orden natural son intrínsecamente horribles, pero lo hace alejándose del simbolismo cristiano y de los ejemplos más pedestres del cuento de hadas [como animales paralantes]; Arthur Machen toma un camino contrario, tal es así que sus cultos prohibidos están inspirados directamente del Malleus Maleficarum [el «martillo de las brujas»]. Mientras las sectas que adoran a Cthulhu y Yog-Sothoth son una consecuencia de la alteridad étnica que amenaza a la civilización occidental, para Arthur Machen [y los autores del Malleus Maleficarum] lo aterrador son las mujeres.

No todas las mujeres, por supuesto; solo aquellas con agencia sexual, desde la subnarradora de El Libro Verde con sus tímidas referencias a los «placeres prohibidos», hasta las historias más abiertas sobre acostarse con las reinas de las hadas y amantes de arcilla, sin olvidar a las mujeres que matan a sus pretendientes cuando no son capaces de satisfacerlas. Sin embargo, Arthur Machen no condena a la mujer sexualizada, la expone en el terror que puede causar al hombre, aunque en el proceso se olfatea cierta reprobación [ver: El cuento de hadas y el plan para «civilizar» a las mujeres]. Es difícil omitir la moraleja involuntaria del Libro Verde: es peligroso para una mujer escuchar a otra mujer [la Niña a la Niñera].

En definitiva, las mujeres en El Pueblo blanco, junto con los niños, son «seres naturales» [y, por eso, más elementales], mientras que los hombres están cegados por «las convenciones, la civilización y la educación».

Siempre me pareció un poco extraño que El Pueblo Blanco de Arthur Machen haya sido tan elogiado, hasta que volví a leerlo. Es una de esas historias más comentadas que leídas, probablemente debido al hermetismo estético del autor. En El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft nombra a Arthur Machen como uno de los «maestros modernos». También habla de El Pueblo Blanco como «una crónica curiosa y vagamente inquietante» y un «triunfo de hábil selectividad y moderación que acumula un enorme poder a medida que fluye en una corriente de inocente parloteo infantil». El flaco de Providence seguramente disfrutó los neologismos ocultos y los detalles vívidos y extraños del viaje de ensueño de la Niña [ver: Arthur Machen por Lovecraft]

No sabemos exactamente el nombre de la Niña, pero por la canción de cuna que le canta la niñera [Halsy cumsy / Helen musty] la llamaremos Helen. La corriente de conciencia de Helen, como el arroyo que se menciona en el relato, conduce a un mundo nuevo. Por momentos, es una corriente superficial, serpenteante; otras es profunda y tumultuosa. Uno no sabe si está siendo transportado sobre las experiencias e historias populares de la Niñera, o naufragando en la fantasía de la Niña.

La Niñera es un personaje fascinante, una verdadera «pecadora» en términos de Ambrose. Proviene de un linaje de brujas, una comunidad de mujeres que perpetuaban y transmitían la tradición antigua y sus secretos. Su bisabuela le enseñó estos secretos, y ella se los enseña a la pequeña Helen. Por otro lado, el padre de Helen solo proporciona tediosas lecciones morales. Es el representante perfecto de esa mundanidad civilizada que Ambrose considera «enemiga del pecado y la santidad», porque es un abogado que solo se preocupa en «escrituras y arrendamientos».

No creo que Arthur Machen pensara en las Brujas como protofeministas, sino más bien como mujeres audaces. Las historias de la Niñera no son sobre mujeres fuertes e independientes, sino sobre mujeres audaces, como la novia del Hombre Negro, la reina de las hadas; Lady Avelin y sus amantes de arcilla. Sin embargo, los hombres también pueden unirse al género [supuestamente] más «natural» [según Ambrose) y deleitarse con las Ceremonias. Tanto una dama blanca como un hombre blanco asombran a la pequeña Helen junto al estanque del bosque. La Tierra Blanca de colinas y hondonadas se recorta a la distancia en una pareja humana.

Si Sigmund Freud hubiese leído El Pueblo Blanco se habría dado un banquete psicosexual, con «montículos como grandes colmenas, redondos y solemnes», con piedras que sobresalen como hombres sonrientes y bestias que se arrastran, con serpientes que pululan sobre Lady Avelin y le dejan una piedra mágica con su propia textura escamosa. El agua del pozo es tibia, envuelve los pies de Helen como seda, como los «besos de una ninfa». Quizás la menarquía es lo que permite a Helen dejar de lado la duda y aceptar las enseñanzas de la Niñera, después de lo cual se acuesta en el pasto y susurra cosas «deliciosas, terribles», hace una muñeca de arcilla y regresa por el camino angosto y oscuro hasta el claro de la Estatua Blanca [Lovecraft supone que representa al Gran Dios Pan], «demasiado hermosa y terrible para vislumbrarla por segunda vez».

Ambrose insinúa que, en una visita posterior al claro, la autora del Libro Verde se envenena. ¿Es el éxtasis que anhela solo alcanzable a través de la muerte, el único escape posible de todos los años de vida que de otro modo tendría que soportar antes de ser eternamente feliz? Entonces, ¿Helen muere como santa o pecadora?

El Pueblo Blanco evidencia el interés de Arthur Machen por el lenguaje y su profundo conocimiento del ocultismo y el esoterismo. La opacidad de la historia, para un lector acostumbrado a relatos más fluidos, inspira confusión y luego desánimo. No es sencillo saltar de reflexiones filosóficas a recuentos folclóricos y destellos de imágenes oníricas. Arthur Machen se refirió al relato como «una sola piedra en lugar de una casa entera», lo cual parece pertinente.

Arthur Machen a menudo utiliza escenarios celtas, incluidos los valles de Gales y las ruinas romanas de su Caerleon natal. En El Pueblo Blanco, más que el paisaje, lo celta se encuentra en las lenguas Aklo y Chian. Tanto el galés nativo [o Cymraeg] de Arthur Machen como sus lenguas inventadas representan la misma amenaza para la supremacía del idioma inglés, y para el mundo material y racional dominado por esa lengua. A fines del siglo XIX, el galés era considerado como una principales causas de las supuestas debilidades del pueblo galés; esta formulación del lenguaje como una fuerza capaz de descarriar a una nación es análoga a los peligros del Aklo y el Chian en El Pueblo Blanco. [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]

En dos historias anteriores: La pirámide brillante (The Shining Pyramid) y La mano roja (The Red Hand), Arthur Machen establece que las Hadas son en realidad homínidos preceltas, retrocesos biológicos de una era anterior. De hecho, la composición étnica de los mundos sobrenaturales de Arthur Machen es abarcativa, no pretende implicar una identidad celta exclusiva, pero en El Pueblo Blanco la lealtad cultural no está codificada en la etnia de sus seres sobrenaturales, sino en la división entre el mundo espiritual [la Tierra Blanca que visita la Niña], el cual es multilingüe; y el mundo real, que no es otra cosa que el mundo racional y materialista de los ingleses.

El mensaje de Arthur Machen aquí es claro: se trata de una historia sobre el descenso de una joven del «mundo real» [inglés, victoriano, anti-galés] a una tierra donde hay muchas lenguas «ocultas».

Arthur Machen estaba al tanto [como toda persona inteligente de la época] en los esfuerzos por parte del gobierno inglés para suprimir el uso del Cymraeg, que solo sirvió para fortalecer el nacionalismo galés. El uso de un lenguaje oscuro en El Pueblo Blanco, su celticismo, su retorno a la espiritualidad pagana, se entremezclan con una definición no cristiana de «maldad». Esta noción alternativa no se centra en la moralidad, sino en la «antinaturalidad», lo cual permite una comprensión más matizada de la Niña y sus acciones.

El uso de una protagonista femenina es significativa en el contexto de la identidad celta y su intersección con lo femenino; sobre todo en una época [la victoriana] donde los detractores de la literatura celta a menudo la feminizan como una forma [hoy obsoleta] de rechazar sus méritos. En El Pueblo Blanco, Arthur Machen otorga una mayor capacidad espiritual a las mujeres: la Niñera ejemplifica la competencia en el trato con las fuerzas ocultas, y puede ser que la falta de orientación femenina tras la partida de la Niñera es lo que conduce a la tragedia final, cuando Helen se envenena a sí misma, aparentemente abrumada por tantas revelaciones. Esto no es infrecuente en los cuentos de Arthur Machen. Las mujeres a menudo son incapaces de vivir en el mundo real después de sus encuentros con fuerzas ocultas.

El problema es que al lector se le niega el acceso a la subjetividad de estas mujeres, y se lo obliga a comprenderlas a través de conversaciones masculinas. Esta dinámica se repite una y otra vez en los relatos de Arthur Machen, por ejemplo, en Helen Vaughn [El Gran Dios Pan]; y en Annie Trevor [La pirámide brillante]. Sin embargo, en El Pueblo Blanco tenemos el Libro Verde, donde la protagonista femenina puede detallar sus propias experiencias espirituales. Aunque la historia comienza y termina con una conversación entre hombres en las afueras de Londres, al menos podemos acceder de primera mano a la subjetividad de la Niña.

Durante la década de 1890, Arthur Machen exploró el ocultismo y, en particular, pasó algún un tiempo en la Golden Dawn [Orden Hermética del Alba Dorada], aunque su participación no duró mucho. Si bien su interés en lo oculto no decreció en las décadas posteriores, su mirada se enfocó más y más en el pasado celta. Es como si anhelara encontrar un tipo de espiritualidad que satisfaciera su certeza interior de que realmente hay maravillas escondidas a nuestro alrededor, pero no lograra encontrar la lente adecuada para verlas. Finalmente, los mitos celtas lo absorbieron por completo. De hecho, escribió un interesantísimo ensayo sobre el Santo Grial donde concluye que los caballeros del rey Arturo eran en realidad santos celtas.

El Pueblo Blanco es particularmente interesante porque presenta tres visiones distintas con respecto al lenguaje oculto. Helen interactúa directamente con la lingüística oculta y, página tras página, su perspectiva domina el texto. Cotgrave, que solo aparece en la apertura y cierre del cuento, conoce a Ambrose a través de un amigo en común: él representa el mundo material de Londres y, como es de esperar, hay muchos aspectos de la historia de Helen que él «no comprende en absoluto». Ambrose, un ermitaño que guía la apertura y cierre de El Pueblo Blanco, le presenta a Cotgrave el Libro Verde, actuando como un intermediario literal. De manera reveladora, Ambrose también vive en las afueras de Londres, en una alta colina desde la que puede ver la ciudad [«ese espantoso espectáculo»]. Las tres respuestas al lenguaje arcano [Helen, Cotgrave, Ambrose], y las prácticas ocultas asociadas a este lenguaje, le dan a la historia un aura de heterogeneidad capaz de despistar al lector que espera una historia progresiva y cohesiva.

Hay muy poca especificidad en El Pueblo Blanco en cuanto a la aplicación de estas lenguas ocultas, y ninguna elaboración de cuestiones lingüísticas. Al comunicarse a través de una serie de cuadernos, la autora del Libro Verde deliberadamente oculta información, aunque ella aclara que no espera público. Helen habla de algunos secretos que «no debo escribir», y que podemos asumir como peligrosos. El resto es tinieblas. El lector se queda con muchos interrogantes y muy pocas respuestas. Por ejemplo, no está claro cuál de los lenguajes inventados de Arthur Machen es el principal en su exploración de la magia. Helen asegura conocer el idioma Chian, así como los símbolos Aklo, que pueden ser algún tipo de cifrado o sistema rúnico. ¿Esto significa que existen diferentes especies de Hadas con sus respectivos idiomas o dialectos? [ver: Cuando las hadas abandonaron nuestro plano de existencia]

Helen también sostiene haber aprendido el idioma Xu «cuando era una bebé». Incluso recuerda haber visto las caritas de las hadas alrededor de su cuna [ver: El lenguaje de las hadas]. Ellas le enseñaron este idioma, que solo pudo ser transmitido de una forma no verbal, ya que Helen era una bebé. ¿Cuál es la sugerencia aquí? ¿Es más fácil para un bebé aprender una lengua arcana por no estar condicionado por una lengua mundana? ¿Acaso todos los bebés pueden aprender el Xu, o Helen es «especial»? Es significativo que Helen mencione que ahora recuerda poco del Xu, como si al incorporar una lengua mundana, como el inglés, su capacidad para entender las lenguas ocultas decreyera en igual proporción.

Simbólicamente, el Xu representa la lengua perdida de la primera infancia, los balbuceos del infante que, en ocasiones, son correctamente interpretados por sus padres, quienes proceden a satisfacer algún reclamo básico [alimento, agua, frío, dolor, miedo, necesidad de contacto físico]. Por lo tanto, es más importante comprender la función de los lenguajes inventados por Arthur Machen que resolver la cuestión lingüística [ver: «¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn!»]. De hecho, tal vez esa es la razón por la cual el autor ni siquiera menciona de pasada un concepto lingüístico. No tienen importancia aquí, porque todos estos lenguajes, pictogramas y códigos son formas en las que Helen accede a una realidad «más verdadera» que la que se ofrece a través del idioma inglés. El inglés, parece implicar Arthur Machen, abre puertas materiales, no espirituales.

Al comienzo del Libro Verde, Helen escribe que, aproximadamente un año antes, descubrió «los nombres reales de los días y los meses». Estos, asegura, se encuentran entre los secretos que deben mantenerse ocultos. La continua necesidad de mantener este conocimiento en secreto insinúa lo devastadora que será la revelación final. Si algo tan sencillo como una nomenclatura estacional está más allá del conocimiento de la raza humana, «algo que debe ocultarse», es evidente que la humanidad está aislada de esta realidad superior.

Helen también puede invocar a Alala, una entidad cuya naturaleza nunca se explica. Ella hace esto solo cuando está sola en su habitación o en algún bosque, con los ojos y la boca cerrados. En estas condiciones, Helen solo necesita emitir el más leve susurro para que Alala se manifieste. Una vez que está presente, el lector queda en penumbras: no concemos la naturaleza de Alala y menos sus interacciones con Helen [ver: Los cuentos de hadas y una Teoría sobre la Imaginación]

Sin embargo, a pesar de su poder oculto, no está claro que Arthur Machen represente estas lenguas arcanas como intrínsecamente horribles. El mundo cotidiano y sus preocupaciones materiales se representan en El Pueblo Blanco como fundamentalmente desconectadas de lo que es «real». Hay una nota de Horror Cósmico aquí, porque lo «real» está tan lejos de la comprensión humana que lo percibimos con horror. Correr el velo muestra demasiado para que la mente humana lo comprenda sin consecuencias; en este caso, las consecuencias se presentan a través del suicidio de Helen.

A pesar del interés de Ambrose en la historia de Helen y sus propios estudios de alquimia, cree que «es mejor para la gran mayoría de la gente descartarlo [el reino de lo oculto / de las hadas] como un sueño». Cabe destacar que, antes de que Helen insinúe esta segunda realidad, Ambrose ya ha aludido a ella en el primer tramo de El Pueblo Blanco.

Ambrose afirma que las personas perciben lo «real» cuando están en su presencia, pero no todas:


[«Los niños y las mujeres sienten este horror del que hablas, incluso los animales lo experimentan; pero en la mayoría de nosotros, la convención, la civilización y la educación han cegado, ensordecido y oscurecido la razón natural».]


Como ya mencionamos, Helen conoció el otro mundo, el del Pueblo Blanco, cuando era una bebé y fue visitada por las hadas para enseñarle el idioma Xu. El hecho de que apenas recuerde este idioma implica que la humanidad se embota a sí misma y que cada individuo pierde sus habilidades para sentir lo «real» a través del contacto con el mundo materialista. Los bebés y los niños pequeños, que aún no han sido deformados por la sociedad, tienen un nivel de apertura que les permite sentir y aprender de manera natural: Helen aprende Xu no a través de libros o lecciones, sino escuchando e intentando conversar con balbuceos.

Es extraño que las mujeres de la historia eviten el embotamiento de la sociedad como resultado de las mismas restricciones y convenciones que la sociedad les impone. Las facultades naturales de sentir y acceder a lo «real», por lo tanto, se ven afectadas negativamente por las interacciones de la humanidad con el mundo de las expectativas sociales. Es evidente que Arthur Machen tenía una aversión particular por el materialismo, y no es de extrañar que esta convicción aparezca en El Pueblo Blanco. De hecho, las diferencias de género funcionan para subrayar la división entre materialismo y espiritualidad. Ya hemos hablado de las mujeres en la historia, pero a través de los ojos masculinos que han perdido el contacto con las preocupaciones no materiales, la espiritualidad es vista con espanto [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

El Pueblo Blanco produce una completa separación entre los personajes masculinos y femeninos dentro de las dos narrativas principales: Ambrose, Cotgrave y su amigo en común enmarcan la narrativa de la joven protagonista anónima [pero que aquí llamamos Helen]; sus comentarios delimitan pero nunca se superponen con su experiencia, estableciendo a los hombres como figuras de autoridad cuyos comentarios tienen una gran influencia en nuestra lectura, a pesar de su distancia temporal y vivencial con el Libro Verde. La historia parece conectar distintas voces en un todo unificado; sin embargo, la naturaleza dispar de estas voces también crea una competencia interna entre los narradores. Ambrose está en el proceso de explicar sus puntos de vista filosóficos, que al principio parecen bastante radicales, a un nuevo conocido, Cotgrave. Estos puntos de vista están de acuerdo con las sensibilidades católicas, ofreciendo en esencia un eco de la Caída. Por otro lado, Helen intenta «obtener el éxtasis y el conocimiento que pertenecen solo a los ángeles».

Muchos ven en Ambrose la presencia del autor, pero creo que resulta más justo pensarlo como un intermediario entre los mundos espiritual y material. Al igual que Arthur Machen, Ambrose guía la narración, presentando al lector a Cotgrave, un visitante de Londres, el Libro Verde, que adquirió después de la muerte de su autora. Ambrose le entrega el cuaderno a Cotgrave con la instrucción de que este lo lea para mejorar su comprensión: esto lo inicia en la narrativa de la Niña. Si bien el marco del Libro Verde es masculina, la historia de Helen está casi desprovista de personajes masculinos, y los que están presentes están inactivos [ver: El Machismo en el Horror]

La madre de la Niña está muerta cuando la protagonista comienza a escribir en el Libro Verde. Su ausencia es uno de los marcadores del género gótico en la historia, porque donde hay heroínas góticas, también hay una madre muerta o ausente. Esta es una necesidad narrativa, ya que una madre presente y afectuosa probablemente se oponga a la necesidad de desviación e inestabilidad que resulta central en la literatura gótica. Mientras que las madres [idealmente] benefician a la sociedad al crear estabilidad en el hogar, no favorecen ninguna historia oscura y retorcida. Sin esa influencia estabilizadora, la protagonista de El Pueblo Blanco queda al cuidado de su padre. La Niñera, central en sus exploraciones ocultas, representa una forma de feminidad que se aleja de las convenciones y el materialismo del mundo civilizado debido a su condición de miembro de las clases bajas. Es probable que esta separación aumente el acceso de la Niñera a lo «real»; sin embargo, la narración de Helen deja en claro que su cuidadora aprendió sobre rituales ocultos de su bisabuela, una compañera practicante [bruja].

La Niñera funciona como una especie de madre sustituta, aunque sin el efecto estabilizador de una madre «natural» [hablamos aquí en función de las ideas victorianas]. En esta formulación, la estabilidad surrogante se define por un sentido del bienestar físico y mental de la Niña, pero no de las tareas del hogar. De hecho, la Niñera desafía la estabilidad del hogar. Uno de los actos mágicos que realiza, y que le enseña a la Niña, es la capacidad de poner patas arriba una casa sin que nadie se dé cuenta. Todos los objetos materiales de la casa, quedan patas arriba, provocando «miedo y caos». Esta oposición al hogar, representada en el acto simbólico de invertirlo, se enfatiza aún más por la insistencia de la Niñera en compartir sus «secretos» al aire libre [«los muros tienen oídos», afirma].

La Niña no sufre ningún daño mientras está bajo la tutela de la Niñera, pero es importante señalar que esta desaparece cuando la Niña tiene unos trece o catorce años, dos años antes de la redacción del Libro Verde. Esto puede implicar que la Niñera de hecho tuvo una influencia estabilizadora tradicional, guiando a la Niña a través de interacciones con el mundo de las hadas de una manera controlada y segura. Sin embargo, esto sigue siendo ambiguo, precisamente porque la naturaleza fragmentaria de la narrativa no permite un conocimiento concreto. Si bien Ambrose asume que la intrusión de la Niña en el conocimiento prohibido explica su trágico final, es muy posible que, si la Niñera se hubiera quedado, la interacción con el Pueblo Blanco podría haber sido segura [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

Mientras la Niñera está involucrada en la vida de la Niña, su padre es representado como una entidad ausente. Sabemos muy poco sobre él, pero su identidad es clave para comprender la forma en que Arthur Machen codifica los espacios como femeninos o masculinos, una distinción que separa los mundos espiritual y material. Al contarle a su padre una de las historias de la Niñera [sobre un pequeño fantasma], él se enfurece e insiste en que «solo la gente vulgar e ignorante cree en esa basura». Según el Padre, el mundo místico de la Niñera está asociado con lo vulgar, y considera que compartir esas historias con su hija es un intento de contaminarla. En lugar de informarle con calma a su hija que la historia es solo un cuento de hadas, o un cuento popular, el Padre reacciona violentamente, estallando en una ira clasista. Después de este arrebato, las interacciones entre ambas se mantienen en secreto, y el Padre queda completamente excluido de este espacio dominado por mujeres.

Lo único que sabemos sobre el Padre lo comenta Ambrose al final de la historia, quien lo describe como «un abogado que no pensaba más que en escrituras y arrendamientos»; sin embargo, la noticia de la muerte de su hija, como era de esperar, es una gran sorpresa para él. Estando ausente [«y siempre dejándola muy sola»], no tenía conocimiento de las andanzas esotéricas de su hija, ni de ningún problema personal que pudiera haberla llevado a envenenarse. De hecho, su hija es relativamente desconocida para él.

La Niña y su Padre [literalmente] hablan idiomas diferentes; operan en mundos diferentes, excluyendo cualquier posibilidad de un entendimiento común. La Niña, que pasa sus horas hablando los idiomas de las hadas, está a un universo de distancia del mundo de su Padre, dominado por el lenguaje legal. A pesar de su conocimiento común del inglés, la Niña no se relaciona con su Padre ni con sus preocupaciones materiales. Su única preocupación por las «escrituras y arrendamientos» es el código de la «convención, la civilización y la educación» del que Ambrose se burla. La insistencia del Padre en mantener los cuentos populares alejados de su hija proviene del mismo sentido práctico que divide el mundo entre lo importante y lo frívolo.

Esta codificación de «lo práctico» se define por el género y la cultura. Los argumentos del Padre contra los cuentos de hadas son similares a los utilizados por los eruditos de la «literatura seria» al referirse a géneros «frívolos», como la fantasía, la ciencia ficción, el horror y lo fantástico. El poeta Matthew Arnold, contemporáneo de Arthur Machen, llegó a decir que cualquier cosa de importancia debería hablarse en el idioma adecuado: el inglés. El idioma galés, «lo céltico», es tan «vulgar» e «ignorante» como las historias condenadas por el Padre. La lengua de las hadas, desde la perspectiva patriarcal victoriana, es incapaz de decir algo digno de ser escuchado. Por supuesto, esta perspectiva es detestable, pero todavía cuenta con algo de crédito.

Es interesante notar que las diferentes formas de conocimiento, que el Padre posiciona como frívolas y desechables, en realidad constituyen lo «real» en El Pueblo Blanco. Es la desvinculación humana de este otro mundo lo que hace que su comprensión sea percibida como algo falso. Debemos ser compasivos aquí. Para aquellos que han construido sus vidas sobre preocupaciones materiales, contemplar la posibilidad de que sus vidas estén basadas en una ilusión es una perspectiva aterradora.

Es útil señalar aquí que Arthur Machen, como la protagonista femenina de la historia, tenía un gran interés en el autodidactismo, y muy poco en la educación convencional. Estaba particularmente interesado en idiomas más allá del conocimiento del alumno promedio en el contexto de la educación organizada. Este interés por el lenguaje fue tanto intelectual como personal. En una carta de 1927, Arthur Machen expresa su orgullo a Arthur Edward Waite al descubrir que su hijo prefería el estudio del hebreo a la física. El propio Arthur Machen era capaz de escribir y traducir el francés, pero nunca idealizó ese idioma, nunca habló de él [ni del inglés] en los mismos términos en los que se refiere al galés y el yiddish. De hecho, conocía los caracteres hebreos lo suficientemente bien como para descifrar los carteles más crípticos que cubrian los muros de East End, Londres. Tal vez por eso las lenguas inventadas por Arthur Machen a menudo representan el lenguaje como un cifrado que codifica un conocimiento místico más profundo [ver: ¡Tekeli-li!]

Este motivo, en el que formas de lenguaje relativamente oscuras [como los pictogramas] revelan verdades, se usa con un efecto horrible en La pirámide brillante, con ironía en La mano roja, y con una combinación de ambas cosas en El Pueblo Blanco, donde el lenguaje secreto sirve para desbloquear lo que es «real». El inglés del Padre es una herramienta para navegar por el mundo material, pero el Aklo y el Chian, como el gaélico, sirven para explorar realidades espirituales más profundas.

Además de la intersección del celtismo y lo femenino, hay una fusión de la feminidad con el esoterismo y el lenguaje, en contraste con un telón de fondo masculino definido por el materialismo, «lo práctico», y los valores ingleses. También hay algunas preocupaciones que hoy consideraríamos feministas, aunque considerar a Arthur Machen como feminista sería una exageración [ver: El Feminismo y la muerte del Gótico]. De todos modos, sus personajes femeninos se ajustan mucho mejor al Gótico Femenino que al Gótico Masculino [escritos por mujeres y hombres respectivamente]. En el Gótico Masculino, las mujeres suelen ser encarceladas y maltratadas emocional y físicamente. El Gótico Femenino, en cambio, tiende a retratar a mujeres en control de sus vidas y que poseen importantes poderes de razonamiento. En este contexto, la protagonista de El Pueblo Blanco posee un nivel inusual de agencia para las obras góticas escritas por hombres.

En este sentido, la Niña y la Niñera forman una pequeña sociedad. Participan de un vínculo exclusivo que no requiere la interacción y aprobación de los hombres; de hecho, la protagonista femenina, después de darse cuenta de que su Padre no puede [o no quiere] comprometerse con sus intereses, rechaza el ámbito material que este representa.

El final de El Pueblo Blanco, donde se nos informa el suicidio de la protagonista, es desconcertante. ¿Su muerte es una especie de castigo por darle la espalda al mandato patriarcal y, en cambio, descender al reino de las fuerzas ocultas? Ambrose, quien comenta las acciones de la Niña, no adopta una postura moral sobre sus actos, aunque cree que ella hizo lo correcto al terminar con su vida. Por otro lado, si Ambrose no acusa a la Niña por sus transgresiones, ¿cómo se supone que el lector debe ver su suicidio?

No tenemos una respuesta, pero es probable que Arthur Machen haya entendido que no había forma de continuar la narración porque la revelación de la Niña está más allá del entendimiento humano.




Arthur Machen. I Taller gótico.


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El artículo: La chica que hablaba con las hadas: análisis de «El Pueblo Blanco» de Arthur Machen fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Roberto Berríos dijo...

Un ensayo, sin duda, interesante. No he leído el libro, pero luego de leer esto debo hacerlo sin demora.



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