El león, la bruja y el Fimbulvetr


El león, la bruja y el Fimbulvetr.




Es difícil decir algo sobre C.S. Lewis que no se haya dicho antes, y por mentes más lúcidas que la mía, pero de todos modos es una vieja deuda que tenemos en El Espejo Gótico con alguien que, a título personal, fue de suma importancia para mi imaginación desde que aprendí a leer.

Las Crónicas de Narnia (The Chronicles of Narnia) son una magnífica introducción a la mitología y literatura medieval. C.S. Lewis se deleitaba en insertar en sus libros tantas alusiones como fuera posible, y de todo tipo de fuentes, solo para satisfacer su gusto académico. Y aunque todo esto se eleva muy por encima del vocabulario y la comprensión del lector joven promedio, esas referencias permanecen, y con los años van encontrando pequeños ecos que resuenan en los mitos.

La oscuridad que sume a Narnia en un invierno perpetuo, en El León, la Bruja y el Ropero (The Lion, The Witch and The Wardrobe) es un ejemplo espléndido.

El argumento transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Cuatro hermanos, Peter, Susan, Edmund y Lucy Pevensie, se refugian en la casa rural del profesor Digory Kirke para protegerse de los bombardeos alemanes. Tras su llegada, los hermanos exploran la casa. La más joven, Lucy, se mete en un enorme ropero lleno de abrigos, muchos abrigos, tal es así que Lucy sigue avanzando en el intrior hasta que llega a una tierra cubierta de nieve: Narnia, gobernada por Jadis, la Bruja Blanca [quien es hija de la primera esposa de Adán, Lilith].

C.S. Lewis, sin que el niño lector lo sepa, lo transporta por un viaje hacia lo medieval donde hay alusiones a los Cuentos de Canterbury (Canterbury Tales), Sir Gawain y el Caballero Verde (Sir Gawain and the Green Knight), Las mil y una noches, hasta que todo en Narnia se vuelve progresivamente más nórdico a medida que la historia avanza hacia el norte, hasta que terminamos en los Eddas, la biblia de los mitos nórdicos.

Ahora bien, esto es algo más que el ingenioso pastiche de un medievalista, es algo que nace de un gran amor por la literatura y los mitos. Desde un punto de vista espiritual, C.S. Lewis hablaba de la literatura infantil como una especie de bautismo de la imaginación. Creía, con toda razón, que las historias de Narnia producirían un efecto que solo se realizaría plenamente en la vida posterior, cuando el lector se encontrara con una idea (o una imagen o historia) que reconocería haber leído antes.

Hay un costado, digamos, proselitista en esta teoría. Para C.S. Lewis, el universo de Narnia facilitaba que los niños aceptaran el cristianismo cuando lo encontraran más tarde en la vida. Esperaba que recordaran vagamente las historias similares, en términos arquetípicos, que habían leído y disfrutado años antes. Sin embargo, esto funciona tanto a nivel religioso como literario.

Leer las Crónicas de Narnia cuando era niño me preparó, sin saberlo, para apreciar toda una gama de géneros antes de conocerlos. No me convertí en un cristiano fervoroso, pero sí en un apasionado por la mitología nórdica; la cual, paradójicamente, me incita a regresar a Narnia, ya sin la inocencia de antes, pero con algunos mapas mucho más precisos para orientarme en su invierno perpetuo.

Entonces se me ocurrió que hoy podría publicar algo con lo que me encontré en mis lecturas, algo que me hizo pensar en Narnia. No pretendo ser original aquí, probablemente muchos otros han señalado este paralelo. De todos modos, ahí va.

A diferencia de J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis era un erudito de la Edad Media Tardía, un Renacentista por gusto y formación, y la mayor parte del medievalismo en los libros de Narnia refleja eso, aparte de un guiño ocasional a los mitos nórdicos. Estas referencias, aunque raras, ocurren en los momentos y situaciones más significativas para la historia, como el reinado de Jadis, la Bruja Blanca [en El león, la bruja y el ropero], el cual no es otra cosa que un largo Fimbulvetr.

La palabra fimbulvetr proviene del nórdico antiguo, y significa «gran invierno». El prefijo fimbul significa «grande»; y vetr, «invierno» [de aquí proviene la palabra inglesa winter]. En los mitos nórdicos, el Fimbulvetr [en inglés se lo conoce como Fimbulwinter], es el preludio inmediato a los eventos del Ragnarök [ver: Ragnarok: el apocalipsis nórdico]

Básicamente es el duro invierno que precede al fin del mundo y pone fin a toda la vida en la Tierra. En realidad, el Fimbulvetr son tres inviernos sucesivos, sin el alivio de una primavera furgiva, donde la nieve lo arrasa todo. Este evento se describe principalmente en la Edda Poética; más precisamente en el poema Vafþrúðnismál, donde Odín, que conoce la profecía, le pregunta a Vafþrúðnir quién de la humanidad sobrevivirá al frío. Aparentemente, solo dos humanos serán capaces, Líf y Lífþrasir, quienes se refugiaran en el Bosque de Hoddmímis, el único lugar de la tierra donde las temperaturas son amigables. En cualquier caso, el Fimbulvetr es la antesala del Ragnarök, la batalla final entre los Aesir y los Gigantes del Frío, y donde Odín, Thor, y el resto de Asgard perecerá inevitablemente [ver: Sobre los dioses maltrechos de los mitos nórdicos]

En Narnia, Jadis utiliza un hechizo muy poderoso para desatar este invierno, que ya lleva cien años cuando entramos en la historia [aunque ella esperaba que fuera eterno]. Jadis había escuchado una profecía de los centauros que anunciaba que la llegada de dos niños y dos niñas [hijos de Adán e hijas de Eva] serían su perdición. Jadis entonces estableció una de esas leyes que nunca se respetan en los cuentos de hadas, o mejor dicho, cuya transgresión desata lo mejor de la historia: todo niño humano que apareciera en Narnia debía ser llevado ante ella para su ejecución [o conversión en estatua de hielo]

El invierno que la Bruja Blanca extiende sobre Narnia es, evidentemente, una versión del Fimbulvetr. Más aún, el regreso de Aslan viene acompañado de un deshielo como el que, según el mito nórdico, hizo llorar al dios Balder para que volviera a la vida.

El amor de C.S. Lewis por la mitología nórdica atraviesa todas las historias de Narnia, tal es así que cuando el lector, ya no tan joven, se encuentra por primera vez con los mitos nórdicos, siente que ya los ha visitado antes, que hay una familiaridad, una amistad incluso.

Pero C.S. Lewis era cristiano, y su relación con estos mitos es de amor, sí, pero también es una relación conflictiva. Los mitos son atractivos porque contienen elementos que las religiones no poseen; también al revés, carecen de elementos que abundan en las religiones, como la imposición de creencias y obligaciones. Los mitos paganos no condicionan, no necesitan adoración, simplemente conmueven. Todas las religiones tienen alguna versión de «dar gracias a Dios», no por la obtención de cualquier beneficio personal que pueda conferirnos, sino solo por «ser Dios»; es decir, por ser lo que necesariamente es. Los antiguos dioses paganos, a quienes nadie adora, son una fuente de adoración mucho más intensa que el Dios en el que supuestamente deberíamos creer, quien nos invita amablemente a darle gracias simplemente por existir, y cuyo su triunfo al final de los tiempos no está en tela de juicio.

No estoy siendo abiertamente luciferino aquí, solo trato de establecer un argumento: nuestro Dios [si no personalmente, el Dios de la sociedad occidental] sabe que ganará al final. No hay dudas sobre esto. No hay rivales que pongan en peligro su supremacía. En este contexto, su adoración es inevitable. ¿Qué podemos hacer más que «darle gracias» por ser quien inevitablemente es? Sin embargo, con el mismo grado de absoluta certeza, los dioses nórdicos saben que perderán al final, saben que serán exterminados en el Ragnarök, lo cual hace que su adoración tenga algo de heroico [ver: La derrota de los dioses paganos]

No es de extrañar, entonces, que cuando C.S. Lewis llegó a escribir su propio mito se inspirara abiertamente en motivos nórdicos, regresando así a la literatura que había bautizado su imaginación. A su vez, sus libros bautizaron nuestra imaginación [al menos la de muchos de nosotros], casi condicionándonos a responder emocionalmente ante esos aspectos cuando los encontramos más adelante en la vida, cuestiones que probablemente no despertarán el pavor y el asombro del cristiano promedio, como este largo y crudo invierno, el Fimbulvetr.

En comparación con la Tierra Media de Tolkien, la literatura anglosajona medieval no está bien representada en los libros de Narnia, quizás porque no tenía la misma resonancia emocional y espiritual para C.S. Lewis que los mitos nórdicos. Pero hay una excepción, que puede o no existir únicamente en mi propia cabeza.

Se trata de Peter y Edmund, o mejor dicho, de sus nombres. Ahora bien, la inspiración para el nombre de Peter es obvia; y debe haber parecido una elección natural para el niño que iba a ser Gran Rey de Narnia. Después de todo, si Aslan es Cristo, Peter es... bueno, San Pedro; un Rey Supremo. Eso es bastante sencillo: uno de los nombres masculinos más comunes en inglés y además uno lleno de significado cristiano.

Edmund, sin embargo, no es tan común, incluso a principios del siglo XX, cuando era mucho más popular que hoy. Es un nombre anglosajón, y hay tres famosos Edmunds anglosajones a quienes podríamos considerar como el tocayo del Edmund Pevensie de Narnia, quien no es precisamente conocido por su habilidad en la batalla, sino por su sabiduría ganada con esfuerzo. Aquí podríamos estar ante una representación del príncipe Edmund, hermano del rey Athelstan, porque pudo haber sido esa relación fraternal la que inspiró el nombre.

El juego de palabras sobre el nombre de San Pedro es una parte clave de su historia: Peter significa «piedra» [«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré mi iglesia»]. Los juegos de palabras etimológicos de esta naturaleza eran muy queridos por la mente medieval. Y como C.S. Lewis sabía muy bien, los nombres significan cosas, y esos significados te dicen algo sobre la persona que lleva el nombre. Si transportamos este juego hacia el Inglés Antiguo, no hay mejor equivalente para Peter que Athelstan, un nombre que significa «piedra noble». Athelstan es menos conocido hoy que otros reyes anglosajones [en particular Alfredo el Grande, su abuelo], pero tuvo una reputación importante en la Edad Media como un rey sabio y piadoso que también triunfó en la batalla.

El triunfo más famoso de Athelstan fue en Brunanburh en 937 [La Batalla de Brunanburh]. C.S. Lewis seguramente estaba familiarizado con esta historia, que además había obtenido mucha popularidad en el siglo XIX gracias a una versión poética de Alfred Tennyson. El poema original es el único ejemplo de un poema en Inglés Antiguo que celebra una victoria de los anglosajones, en lugar de una gloriosa derrota.


Æthelstan cyning, eorla dryhten,
beorna beahgifa, and his broþor eac,
Eadmund æþeling, ealdorlange tir
geslogon æt sæcce sweorda ecgum
ymbe Brunanburh.


Esto puede traducirse brutalmente al español como:


Rey Athelstan, señor de los condes,
dador de anillos a los hombres,
y también a su hermano, Edmund el príncipe,
gloria eterna ganó en batalla con el filo de su espada
en Brunanburh.


Este poema, por supuesto, es un panegírico, una glorificación descarada del triunfo de Athelstan y su hermano. Sin embargo, el elogio de un rey y un príncipe, juntos, es inusual en la poesía medieval inglesa, y probablemente surge del deseo del poeta de ensalzar toda la línea real. Además, como Athelstan no tuvo hijos, Edmund heredó el reino de su hermano. La relación fraternal sorprendió a los historiadores medievales posteriores como significativa. Se dice que Athelstan era reconocido por su amabilidad con sus hermanos [y por casar a sus hermanas con gobernantes extranjeros, algo que los reyes anglosajones anteriores no habían hecho]. Creo que si C.S. Lewis buscaba un nombre apropiado para el hermano de un gran rey, Edmund sería la elección más natural.

No obstante, no podría asegurar que estos dos hermanos, y su victoria en Brunanburh [en Narnia, la batalla se produce en Beruna, lo suficientemente parecido a Brunanburh], estaban en la mente de C.S. Lewis mientras escribía El león, la bruja y el ropero; y mucho menos que el Fimbulvetr haya tenido que ver con el invierno perpetuo impuesto por la Bruja Blanca al reino de Narnia. No, no puedo afirmarlo. Puedo hacer algo mejor que eso. Puedo sentir que todo eso resuena emocionalmente cuando releo los mitos nórdicos, y cuando ocasionalmente me pierdo en la literatura anglosajona medieval. Por supuesto, esto no tiene ningún valor académico. Solo es el guiño cómplice de un viejo amigo de la infancia.




Tierra Media. I Taller gótico.


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El artículo: El león, la bruja y el Fimbulvetr fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Poky999 dijo...

Concuerdo con lo expuesto. Sin embargo, no soy tan fanático de Las Crónicas de Narnia, porque no me atrae precisamente la historia, a excepción del Invierno y la Reina.



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