Mi vecina, Lilith: análisis de «La araña» de H.H. Ewers.


Mi vecina, Lilith: análisis de «La araña» de H.H. Ewers.




Hoy analizaremos el relato de Hanns Heinz Ewers: La araña (Die Spinne), publicado en 1913.

La araña es un relato inusual, surrealista, como una pesadilla: tres hombres, un viajante de comercio suizo [anónimo], un actor [Karl Krause] y un oficial de policía [Charles-Maria Caumié], son encontrados muertos en la habitación de un hotel en tres viernes consecutivos, entre las 5 y las 6 de la tarde, colgados del travesaño de la ventana. Una gran araña negra fue vista saliendo de la boca de cada hombre muerto. Esta serie de suicidios cometidos de la misma manera, a la misma hora del día, en el mismo lugar, por tres víctimas sin relación entre sí, incita a un estudiante de medicina, Richard Bracquemont, a investigar el caso:


[«Temiendo por las consecuencias para su negocio, Madame Dubonnet, la propietaria de la sucia casa de huéspedes, convocó al inspector de policía del noveno distrito, quien, a regañadientes, permitió que Richard Bracquemont, un estudiante de medicina, se hospede en la habitación número 7 para investigar a fondo las misteriosas muertes.»]


El único vínculo entre los tres hombres es una araña negra que se ve saliendo de sus bocas cuando sus cuerpos fueron encontrados. Los investigadores pronto olvidan el detalle.

La araña de Hans Heinz Ewers es una historia sombría, y si bien el suicidio es un tema predominante en el relato, este no se aborda desde una perspectiva existencial, sino sobre la idea de que el enamoramiento y el placer pueden ser tan fuertes que son capaces de destruir el deseo de vivir.

Si bien filósofos y escritores, como Sartre y Goethe, ponderaron la filosofía del suicidio como un acto existencial [y en el proceso tal vez lo idealizaron hasta un punto problemático], el hecho es que no siempre hay una razón para que la gente se suicide. La depresión, por ejemplo, es una enfermedad, y la ideación suicida que puede causar es fundamentalmente irracional, un proceso químico. Pero esto no impide que los amigos y familiares de la víctima luchen para entender porqué sus seres queridos se han quitado la vida, especialmente si no hay respuestas satisfactorias [ver: El suicidio de Stanley Uris]

La araña de Hans Heinz Ewers explora el aspecto irracional detrás de la psicología del suicidio. Al principio, la Araña que sale de la boca de los muertos brinda un sombrío consuelo al proporcionar una causa, si no una razón real, para estos tres misteriosos suicidios, lo cual es más reconfortante que no encontrar ninguna explicación. Pero la Araña también sugiere que el suicidio es contagioso, como una enfermedad, y que esta de alguna manera ha infectado a estos hombres con pensamientos suicidas.

Inicialmente en la historia, la Araña aparece como una causa sobrenatural, algo que parece explicar lo inexplicable. Quizás la asociación de la Araña con el suicidio, específicamente con el ahorcamiento, se deba a una conexión con el mito griego de Aracné, aquella mujer mortal que se ahorcó después de ser castigada por ganar una competencia de tejido contra la diosa Atenea, quien la transformó por lástima en una araña. ¿Fue la propia Aracné quien provocó la muerte de las tres víctimas, el viajante de comercio, el actor y el policía? En cierto modo, sí.

El joven investigador aficionado, Bracquemont, pasa varias semanas en la misma habitación donde se encontraron a los hombres ahorcados para escribir un informe para la policía. Comienza mintiendo a las autoridades al insinuar que está tras alguna pista fundamental [en realidad, no tiene nada]. Pronto se siente atraído por la ventana donde los hombres se suicidaron, pero no para ahorcarse. En cambio, mira por la ventana a la mujer que vive en un alto aposento al otro lado de la calle, y que ha capturado su imaginación. Su nombre [cree] es Clarimonde.

Clarimonde se parece notablemente a la Aracné de los mitos griegos: se sienta junto a la ventana, tejiendo, mientras usa un vestido negro con manchas moradas, muy parecido a la araña observada saliendo de las bocas de los difuntos. Pronto, Bracquemont comienza a jugar un juego con Clarimonde: cualquier gesto suyo, ya sea una sonrisa, un asentimiento o una serie compleja de ademanes, es replicado por ella. Poco a poco, Bracquemont se enamora.

Sin embargo, aun distante de ella, de ventana a ventana Bracquemont siente por Clarimonde «un extraño consuelo y un miedo muy sutil». Eventualmente descubre que ella no está replicando sus movimientos; más bien, ella lo está controlando [ver: Carmilla, Lucy y Helen: el monstruo femenino como figura de resiliencia]

Cuando Clarimonde ha terminado su proceso de seducción/control, Bracquemont es consciente de que su amor por ella es «una compulsión de una naturaleza y un poder inauditos, pero sutilmente sensual en su ineludible ferocidad». Algunos años después de La araña, Sigmund Freud publicaría un ensayo titulado: Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips), en el que describe la pulsión de muerte [Thanatos]. Hans Heinz Ewers esboza un retrato psicológico muy similar de este impulso de autodestrucción. Seducido por la muerte misma, Bracquemont descubre que debe renunciar a su voluntad y replicar los movimientos de Clarimonde, incluso cuando ella ata un cordón rojo de la cortina de su apartamento con un nudo corredizo. Bracquemont replica la misma acción en su propia habitación [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

Al final de la historia, queda claro que la Araña no infectó a los tres suicidas, sino que cada hombre fue atraído por la hermosa y sobrenatural Clarimonde. No es que desearan morir, sino que estaban tan sobrecogidos por el placer hasta el punto que Clarimonde los obligó a matarse. Al vincular a Eros con Thanatos, Hans Heinz Ewers establece un vínculo entre estos dos impulsos en la mente humana, sugiriendo cómo incluso podemos enamorarnos de la muerte.

La araña de Hans Heinz Ewers, entonces, es un cuento decadentista, pero también un retrato psicológico profético que representa de manera convincente la transformación de una mente racional en una autodestructiva.

Un marco lúdico, a menudo enmascarado bajo la figura de «desafío», es completamente capaz de hacer que las personas se olviden de su integridad física. Una vez que la dopamina se dispara en el cerebro, puede anular el sentido de autopreservación, dejándote a merced de una telaraña que no es indigna de Clarimonde. El juego te está controlando, no al revés, y no sabes adónde puede llevarte.

Es fascinante cómo un relato de 1913, escrito en una Alemania convulsionada, puede hablar de la dinámica psicológica de las redes sociales de una manera tan específica. Las redes sociales tienden a crear imitadores, a influir en la forma de pensar. A veces es un juego inofensivo, incluso divertido, ya que puede alentar a las personas a realizar buenas obras. Pero esta tendencia imitadora también ha fomentado la difusión de doctrinas intolerantes.

La araña comienza como un misterio detectivesco y poco a poco se transforma en algo mucho más profundo e inquietante. El «héroe» de la historia, Richard Bracquemont, no es realmente un héroe. Convence al detective encargado del caso de que podría resolver el misterio a través del conocimiento, aunque su verdadera motivación es ganar notoriedad, alojamiento y comida gratis. Bracquemont describe a Clarimonde en su diario como una mujer de cabello negro, piel pálida, de nariz delicada y labios descoloridos y vestida con ropa victoriana negra. Cuando sonríe, parece que sus pequeños incisivos son tan afilados como los de un depredador [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]. Su aspecto, sumado a su incesante tejido, hace que el lector la vincule inmediatamente con la araña negra encontrada en las víctimas anteriores. Pero, ¿cuál es la conexión? ¿Cómo funciona exactamente la araña real, la cual fue vista por varios testigos saliendo de la boca de los muertos?

Si Clarimonde ejerce algún tipo de influencia a distancia sobre sus víctimas, no es irracional pensar que se trata de algún tipo de bruja, y que la Araña es un espíritu familiar, aquellos fieles compañeros [a menudo gatos y sapos] de brujas y ocultistas [ver: Los «espíritus familiares» en la brujería]. Después de todo, Clarimonde y la Araña tienen el mismo aspecto, y ambas atraen a sus víctimas con la promesa de una cita amorosa [que cumplen rigurosamente], para luego atraparlos en su telaraña y devorarlos. Sin embargo, esto parece demasiado simple; y Hans Heinz Ewers no es un autor afín a la simpleza.

Otra forma de intentar resolver el misterio de La araña de Hans Heinz Ewers es analizar su uso de nombres y sus conexiones. El nombre Clarimonde [«brillante protectora»] proviene del germano Claremunda, formado por el latín clarus [«claro», «brillante»]; y mund, forma femenina de munt [«protector»]. También es el nombre de una vampiresa en el relato de Théophile Gautier: La muerta enamorada (La Morte Amoureuse), la primera historia de vampiros realmente convincente. Allí, un sacerdote [Romuald] se enamora de una hermosa cortesana [Clarimonda] justo antes de ordenarse; sin embargo, sigue adelante con sus votos. Poco después, un caballero le ordena que lo siga a un palacio en el bosque para encontrarse con su dama, que está agonizando.

El sacerdote obedece y sigue al caballero hasta el palacio donde ve a la mujer y vuelve a enamorarse de ella. Eventualmente, el sacerdote confiesa sus pecados a un obispo, quien lo lleva a una cripta. Al abrirla, ven a la joven Clarimonda. Evidentemente, es una vampiresa. Acto seguido, la rocían con agua bendita y el cuerpo de Clarimonda se convierte en una masa informe de huesos medio calcificados. La escena es similar al ajusticiamiento de Lucy Westenra en el Drácula de Bram Stoker [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra]

En La araña de Hans Heinz Ewers, Clarimonde no es una vampiresa tradicional, pero posee algunos los atributos vampíricos: usa sus habilidades para seducir, manipular; es capaz de proyectar sus pensamientos e hipnotizar a sus víctimas para que actúen en contra de su integridad física. Además, como podemos deducirlo por los horarios de las muertes anteriores [«entre las 5 y las 6 de la tarde»], está especialmente activa entre el atardecer y la noche. Además, la vampiresa de Gautier tiene «manos finas y aristocráticas, con uñas largas, envueltas en guantes blancos». El sacerdote enamorado sospecha que ella es el demonio, y que tal vez sus garras estén escondidas bajo los guantes. La Clarimonde de Hans Heinz Ewers siempre usa largos guantes negros y los movimientos de sus dedos recuerdan el movimiento de las patas de una araña. [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]

No es improbable que Théophile Gautier haya sido una influencia para La araña de Hanns Heinz Ewers, pero las similitudes terminan ahí. No hay ninguna ayuda externa, ni salvación, para Bracquemont; solo el reconocimiento tardío de que está atrapado en la red de Clarimonde. Ni siquiera existe la esperanza de una justicia posterior, ya que todas las víctimas de Clarimonde se suicidan, haciendo imposible vincularlas a alguien más. Sin embargo, la muerte de Bracquemont termina siendo una revelación para el departamento de policía. Las autoridades se dan cuenta de que las muertes están relacionadas con la magia negra. Bracquemont luchó hasta el final, y destruyó a la Araña [mordiéndola con el último aliento de voluntad], cuyo trabajo era llevarle una gota de sangre a ama.

Al final, ni siquiera estamos seguros de que Clarimonde sea real.

La araña comienza presentando un panorama, y luego lo revierte. Al principio, Hanns Heinz Ewers presenta a Bracquemont como un joven decidido a resolver el misterio, y alegando poseer un conocimiento particular que le permitirá hacerlo. Debe ser un sujeto convicente, porque las autoridades le permiten seguir adelante. Pero, más tarde, cuando leemos el diario de Bracquemont, que narra los eventos que ocurren durante su estancia en la habitación, descubrimos que el protagonista no tiene idea de lo que podría haberle sucedido a los tres fallecidos.

En efecto, utiliza sus [supuestas] habilidades de observación, pero no llega a ninguna parte. Esto no parece desanimarlo; y si bien espera hacerse un nombre si resuelve el misterio, su principal interés es prolongar su estadía [es decir, demorar la investigación] para seguir disfrutando comida y alojamiento gratis. En este sentido, es justo preguntarse si toda la historia de la mujer en la ventana es real, o una excusa para justificar su investigación.

Después de todo, Bracquemont solo puede introducir un elemento original en la investigación: lo sobrenatural [en este caso, Clarimonde]. Uno supone que los detectives ya han cubierto todas las posibilidades mundanas, de modo que Bracquemont, tanto si miente como si dice la verdad, solo puede encaminar la investigación hacia la causa sobrenatural. Si la historia que escribe en su diario es mentira, hay que darle el mérito de la creatividad; si es verdad, el atributo de la estupidez. ¿Por qué Bracquemont tardaría tanto en relacionar a Clarimonde con la Araña que salió de la boca de los muertos? Con la misma información, el lector llega a esa conclusión de inmediato; y este es, recordemos, alguien que de hecho está buscando pistas, conexiones, patrones con aquellas misteriosas muertes.

De hecho, el tercer suicida es un policía; no cualquier policía, sino uno que estaba en la habitación para resolver la muerte de los dos anteriores. Si a esto le sumamos dos hechos objetivos, libres de interpretación: tres hombres se suicidaron en esa habitación, y una Araña [o tres de la misma especie] fueron vistas saliendo de la boca de los fallecidos; más uno subjetivo [que solo conocemos a través de Bracquemont]: una misteriosa mujer que se ve y actúa como una araña... bueno, no es difícil unir los puntos, pero Bracquemont parece incapaz de hacerlo inicialmente.

En resumen, no podemos saber qué tan confiable es Bracquemont como narrador, pero la implicación es que, si realmente hubiese estado investigando el caso, su enfoque habría sido racional, al menos al principio. Su experiencia transcurre sin incidentes hasta dos días antes de su muerte, cuando expresa la opinión de que pudo haber encontrado una pista [aunque se desconoce cuál], y que el viernes por la mañana aventuró la siguiente afirmación: «la ventana de la habitación ciertamente tenía un notable poder de atracción». Para esa noche está muerto.

El primer viernes después de su llegada, Bracquemont espera, revólver en mano, pero no pasa nada. Para el lunes siguiente, señala que está «ganando considerablemente en salud y peso», lo que sugiere que antes no se encontraba en buenas condiciones. El miércoles nos enteramos de la existencia de Clarimonde. Desde el principio, hay algo extraño en esta mujer que se sienta en su ventana, al otro lado de la calle. El lector, alertado por el título de la historia, probablemente ya sospeche que Clarimonde es o está relacionada con la Araña que ha salido de la boca de los muertos, aunque el propio Bracquemont no haga la relación.

Además [de manera muy improbable], Clarimonde «hace girar una pequeña rueca anticuada». Bracquemont anota cuán anticuada es: «una cosa muy pequeña, fina, blanca y aparentemente hecha de marfil. Los hilos que hila deben ser infinitamente finos». Nada sobre Clarimonde suena real. Todo sobre ella es muy vago. Bracquemont apenas puede describirla objetivamente [«Me parece sentir más que saber todo esto»]. Una vez más, el diario de Bracquemont prepara al lector al registrar el encuentro mortal entre dos arañas, una hembra y un macho; pero increíblemente no establece ninguna conexión con Clarimonde.

En este punto [quizás para justificar el hecho de que el narrador no pueda sumar uno más uno], Bracquemont abandona la investigación para pasar horas «jugando» con Clarimonde mientras se miran y reflejan sus movimientos a través de la ventana. Esto continúa durante días. Bracquemont parece incapaz de razonar, como si le hubieran arrebatado su voluntad. Sin embargo, la historia no es tan simple. Bracquement dura más que los otros hombres porque puede verse a sí mismo luchando contra la influencia de Clarimonde.

Algo que también llama la atención es la forma en que Bracquemont se da cuenta de que están jugando con él. El instante donde entiende que ya no tiene el control total de sus propias acciones es tan intenso como el conocimiento de lo que debe hacer para contrarrestar el efecto de Clarimonde. Sin embargo, no puede salir de la habitación [ver: La atracción por lo Macabro en la ficción]

Es tentador suponer que Bracquemont está documentando su propio descenso a la locura, pero la forma en que murieron los tres hombres anteriores sugiere que estos tuvieron experiencias similares, al menos hasta cierto punto. De hecho, lo que marca su experiencia como diferente es la muerte de Bracquemont, eso y la destrucción de la Araña, un gesto final por parte de un hombre atrapado dentro de sí mismo, y acaso testigo de cómo esa voluntad foránea manipula y dispone de su cuerpo. Pero quedan más preguntas, todas sin respuesta:

¿Hay algo en la propia ventana, como sugiere el sargento de policía? ¿Es la habitación la que ejerce esta extraña y poderosa influencia sobre sus ocupantes? La araña de Hanns Heinz Ewers se resiste a emitir cualquier conclusión definitiva, de la misma manera que resiste una explicación sobrenatural más directa. En este contexto, uno piensa en La habitación que silbaba (The Whistling Room) de William Hope Hodgson, escrito el mismo año [1913], donde algo extraño está incrustado en la habitación misma, aunque las dos historias son muy diferentes en otros aspectos.

Volviendo a Sigmund Freud, La araña de Hanns Heinz Ewers parece una ficcionalización de los principios de Eros y Thanatos. Para Freud, los impulsos instintivos pregenitales son ambivalentes, es decir, se manifiestan hacia el mismo objeto; Eros con el deseo de preservar, Tanatos con el deseo de destruir. El componente destructivo representa un peligro para el objeto, tanto mayor cuanto más temprana sea la etapa de desarrollo de la libido a la que pertenece la tendencia instintiva. La ambivalencia disminuye durante el curso del desarrollo de la libido y casi desaparece con la madurez. En la literatura gótica encontramos dos comparaciones clásicas para representar el peligro del amor objetal: la Araña y el Vampiro.

Ambos son símbolos del peligro destructivo de la agresión oral. El significado de la Araña como medio de representación fue reconocido muy pronto por el psicoanálisis; primero como símbolo de la mala madre, poseedora de un órgano masculino destructivo [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]. La Araña es la madre masculina, cuyo abrazo hiere y mata [ver: Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo» de Charlotte Perkins Gilman]

Sigmund Freud comentó que el significado de la Araña como símbolo era el reflejo de un hecho biológico, ya que la araña macho es más débil que la hembra y con frecuencia es devorada por la hembra después del coito; y añadió que, en el universo de los sueños, las telarañas representan el vello púbico femenino, mientras que un único hilo representa los genitales masculinos. ¡Cuántos descensos a cavernas y sótanos uterinos encontramos en la ficción gótica donde predominan las telarañas! [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

¿Qué hacemos con todo esto?

No lo sé. Quizás si seguimos avanzando encontraremos alguna explicación.

La araña de Hanns Heinz Ewers necesariamente debe clasificarse como un relato fantástico, en términos de Tzvetan Todorov, debido a la «ambigüedad mutua de dos instancias narrativas», en este caso, el diario de Bracquemont y el narrador anónimo. Según Todorov, solo se puede hablar de «lo fantástico» cuando una historia no resuelve si un proceso puede explicarse de forma natural o sobrenatural. En el relato de Hanns Heinz Ewers, la Araña no sólo simboliza a la mujer avasalladora [la madre masculina de Freud], que tiene algo de misterioso y mucho de peligroso [Freud también la resumió en la figura de Lilith], sino que también conecta la realidad con el nivel de lo fantástico. En la introducción, el narrador anónimo informa sobre una gran araña negra que [se dice] fue vista en los primeros cadáveres, y al final queda impactado con la imagen de una araña mordida en la boca de Bracquemont, cuyos puntos morados recuerdan al vestido negro y moteado de Clarimonde [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Cuando la fatal relación con Clarimonde se desarrolla, Bracquemont observa un día cómo una araña hembra es acechada por un macho, considerablemente más pequeño y cuidadoso, que finalmente se embarca en el apareamiento. Después, el macho intenta escapar, pero es capturado por la hembra, arrastrado al centro de la telaraña, succionado, vaciado y luego arrojado como «un bulto patético e irreconocible». Si bien Bracquemont inicialmente quiere distanciarse de la relación obvia que establece [«me alegro de no ser un chico araña»], vuelve a retomar el tema poco antes del suicidio:


[«Siento como si estuviera caminando en un gran círculo a su alrededor, cada vez más cerca (...) Hasta que, finalmente —y lo sé con certeza—, tenga que ir hacia ella. Clarimonde está sentada en la ventana y está loca.»]


Precisamente porque Bracquemont mantiene una visión analítica, sospechando los posibles peligros pero luego rechazándolos como absurdos, Clarimonde continúa arrastrándolo hacia su telaraña. El hecho de que no pueda eludir ese destino, como médico y científico, es típico del clásico protagonista racional que no puede defenderse de las influencias de lo sobrenatural. Bracquemont ya no puede huir. Está demasiado cerca de los pegajosos hilos de la telaraña, por lo que se entrega a cierto disfrute macabro por su humillación y destrucción [ver: El placer estético del Horror]. Él mismo escribe:


[«Así que yo, que estaba tan orgulloso de influir en sus pensamientos, es quien está completamente influenciado.»]


No creo que Hanns Heinz Ewers esté hablando aquí de hipnosis vampírica, sino de una arrolladora atracción erótica que emana de Clarimonde, subrayada por el símbolo de la Araña que se come al macho indefenso. Con esto, el autor invierte la trama: no es Thanatos, el impulso de muerte, lo que ha llevado a los hombres a suicidarse, sino una atroz influencia de Eros. En Bracquemont, Eros y Thanatos, el amor y la muerte, se combinan en un éxtasis masoquista de regocijo. La estrangulación imitada es la unión simbólica con la amada. Poco antes de su final, Bracquemont entiende que ha sido víctima de una ilusión demoníaca, y en el último reflejo de sus fuerzas mata a la Araña, mordiéndola, y así también mata a Clarimonde.

No habrá conclusiones en este análisis. El episodio de Clarimonde quizás fue ilusorio, o incluso un entretenimiento superficial para distraer al lector. Quizás ella no es una araña sobrenatural, demoníaca, sino una especie de Lilith; es decir, una encarnación del poder de la libido y el Eros, que para algunas personas, como Bracquemont y sus predecesores, puede ser fatal.




H.H. Ewers. I Taller gótico.


Más literatura gótica:
El artículo: Mi vecina, Lilith: análisis de «La araña» de H.H. Ewers fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

buhoevanescente dijo...

Disfruto muchísimo leyendo estos post😀 y aprendo un montón de cosas.

Sebastian Beringheli dijo...

Me alegra que te guste el material. Gracias por el apoyo.

Isabel Carrasco dijo...

Gran análisis; me aclaró varias dudas respecto al significado y desenlace del relato.



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