Lovecraft y Anton LaVey: bienvenidos a la Iglesia de Cthulhu.
Tras la muerte de Lovecraft, su legado literario fue propulsado por August Derleth y otros miembros del Círculo de Lovecraft. En cierto modo, mantuvieron vivo su nombre y su trabajo. Pero el renacimiento masivo de Lovecraft tendría que esperar hasta la década de 1960, cuando sus relatos comenzarían a circular en accesibles ediciones de bolsillo. Inevitablemente, el aura exótica, oscura, que impregnaba al maestro de Providence, lo convirtió también en un referente de la espiritualidad contracultural.
La primera apropiación explícita de los Mitos de Cthulhu por parte del ocultismo se remonta a Kenneth Grant, posiblemente una de las personalidades más controvertidas que surgieron de la corriente de Thelema, iniciada por Aleister Crowley (ver: El Necronomicón Astral, la conexión Lovecraft-Crowley).
Grant fundó la Orden Tifoniana, que incorpora algunos conceptos lovecraftianos, y lo justifica en su libro: El renacimiento mágico (The Magical Revival). Allí, Grant argumenta que Lovecraft no era el ateo materialista que describen sus acólitos, sino un iniciado en las tradiciones de la magia antigua y contemporánea.
En este contexto, Grant sostiene que el Necronomicón no es un libro apócrifo, sino real, tal vez impreso en los Registros Akásicos —especie de base de datos cósmica—, a los cuales el subconsciente de Lovecraft accedía en sueños y luego traducía en ficciones, pero que su mente despierta, extremadamente reservada, se negaba a aceptar como una posibilidad real.
Grant estaba particularmente interesado en estudiar las similitudes entre los nombres y otros elementos de la ficción de Lovecraft y la tradición thelémica —como Yog-Sothoth y el Sut-Thoth de Aleister Crowley—, pero casi siempre con un grado de imaginación excesiva, disimulada bajo una discreta erudición.
En resumen: las cavilaciones de Grant son interesantes, pero exageradas.
En 1972 aparecieron Los rituales satánicos (The Satanic Rituals), de Anton LaVey, texto complementario de la popular Biblia Satánica (Satanic Bible). El libro incluye dos ritos lovecraftianos escritos por Michael Aquino: la Ceremonia de los ángulos (Ceremony of the Angles) y La llamada a Cthulhu (The Call of Cthulhu). En su introducción, Aquino legitima la utilización de los Mitos de Lovecraft con un argumento más lógico que el de Grant, enfatizando en la filosofía lovecraftiana y en el poder arquetípico detrás de los Mitos de Cthulhu.
Este argumento reforzaba el pensamiento de Anton LaVey acerca de poder transformador de los rituales blasfemos, y sobre todo de las palabras guturales, prehumanas, como herramientas para enfocar la concentración.
Se trata, entonces, de una visión bastante pragmática de la magia; tal es así que Aquino desarrolló un lenguaje ritual sin sentido para sus ceremonias, la Lengua Yuggótica, inspirada en los términos alienígenas que Lovecraft utiliza en El horror de Dunwich (The Dunwich Horror) y El que susurra en la oscuridad (The Whisperer in Darkness).
Es justo reconocer que Kenneth Grant también estima la eficacia de este discurso gutural, vacío de significado, como forma de acceder a diversos estados de consciencia.
Dentro de la Iglesia de Satanás, Anton LaVey fundó la Orden del Trapecio, nombre inspirado en el relato: El morador de la oscuridad (The Haunter of the Dark), donde aparece el Trapezoedro Brillante utilizado por un antiguo culto desaparecido. Otras órdenes lovecraftianas notables son el Aquelarre Lovecraftiano, fundado por Michael Bertiaux; La Orden Esotérica de Dagón, fundada por Steven Greenwood, quien además se veía a sí mismo como una especie de avatar de Randolph Carter.
Es interesante observar cómo esta contracultura espiritual se afirmó sobre una cosmología ficticia, profundamente antihumanista, creada por un hombre que no creía en absoluto en la magia, al menos no conscientemente.
Si los Mitos de Lovecraft fueron asumidos como una especie de realidad simbólica, el Necronomicón también se manifestó también en el mundo físico de las publicaciones (ver: Por qué el «Necronomicón» no es un libro, sino tres). Por allí anda una versión conocida como el Necronomicón de Simón, especie de grimorio donde se mezcla la magia sumeria con el Multiverso de Lovecraft. Menos popular fue el Necronomicón de George Hay, una auténtico mosaico de falsedades que incluyen una traducción apócrifa de los textos de John Dee (ver: El verdadero «Necronomicón» de John Dee).
Posiblemente la única versión más o menos lovecraftiana del libro de Abdul Alhazred es el Necronomicón de Donald Tyson, aunque el autor de hecho trata de legitimar las opiniones de Kenneth Grant aplicando una mirada jungiana que no llega a ser convincente.
El problema, en todo caso, no es que el ocultismo de la segunda mitad del siglo XX haya utilizado los conceptos de Lovecraft, que bien podrían aplicarse sobre diferentes perspectivas esotéricas; sino en convertir al propio Lovecraft en algo que definitivamente no fue: una especie de profeta incapaz de aceptar sus visiones como algo real, y que en cambio se conformó con registrarlas como meras ficciones.
En un sentido más amplio, los ocultistas que hemos mencionados podrían verse como una parte más en la creación de una cultura, de un Mito cooperativo. En la versión ocultista de este juego, paradójicamente, la imaginación es menos importante que la verosimilitud.
Lovecraft nos alienta a reconstruir el horrible escenario cósmico, no a entenderlo; porque a los Dioses les importa poco, o nada, nuestra adoración.
H.P. Lovecraft. I Taller Gótico.
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1 comentarios:
Simplemente increible, la manera en la que quisieron combinar el satanismo moderno con los mitos de Cthulhu.
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