Los amados muertos de Jarvis Dudley: análisis de «La tumba» [Lovecraft]


Los amados muertos de Jarvis Dudley: análisis de «La tumba» [Lovecraft]




Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: La tumba (The Tomb), escrito en junio de 1917 y publicado originalmente en la edición de marzo de 1922 de la revista The Vagrant. Más adelante aparecería en la edición de enero de 1926 de Weird Tales, y finalmente sería reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).


[Debí quedarme dormido a causa del cansancio, ya que tuve la clara sensación de despertar al oír las voces. Dudo de mencionar sus tonos y acentos; de su cualidad no quiero ni hablar; pero puedo decir que había extraordinarias diferencias en su vocabulario, pronunciación y en la construcción de frases. Cada matiz del dialecto de Nueva Inglaterra, desde las groseras sílabas de los colonos puritanos a la retórica precisa de cincuenta años atrás, parecían hallarse representadas en aquel sombrío coloquio, aunque sólo más tarde caí en la cuenta. En ese instante, de hecho, mi atención estaba distraída con otro fenómeno; un suceso tan fugaz que no podría jurar que haya sucedido realmente. Apenas creí estar despierto, cuando una luz se apagó apresuradamente dentro del hondo sepulcro.]


Resumen:

Jervas Dudley escribe su historia desde el manicomio en el que ha estado confinado desde los veintiún años. Por supuesto, los materialistas dudarán de su relato, lo calificarán de fantasioso, incluso irreal, pero aquellos que saben que la realidad está moldeada por la percepción individual podrán comprenderlo.

Dudley, rico pero temperamentalmente solitario, siempre ha sido un soñador y un estudioso de lo oculto. A menudo se lo ve vagar por los alrededores de su hogar ancestral, cerca de Boston, Massachusetts; allí ha visto y oído cosas que otros no pueden, como las dríadas que presiden los robles nudosos de cierta hondonada boscosa. En su oscura espesura descubre la tumba de los Hyde, una familia extinta hace mucho tiempo. Su mansión está en lo alto de una colina en la que la tumba aún permanece. Los lugareños susurran que la ira divina golpeó a los Hyde [literalmente, en forma de relámpagos] y quemó su casa hasta los cimientos.

Jervas Dudley, de diez años, está fascinado por la «casa de piedra» y la pesada puerta entreabierta, sujeta con cadenas y candados. Intenta meterse en la tentadora oscuridad de la tumba, pero sin éxito.

Durante meses Jervas Dudley intenta irrumpir en la tumba. Los rumores sobre las fiestas impías de los Hyde solo alimenta su monomanía. Encuentra algo de consuelo en las Vidas paralelas de Plutarco, más específicamente en la historia de Teseo, quien no encontró las señales de su destino hasta que tuvo la edad suficiente. ¡Que así sea!, piensa Dudley. Cuando la edad y el destino lo ordenen, entrará en la tumba. Hasta entonces, continuará rondando por las noches en el cementerio.

Por las mañanas asombra a su familia con historias extrañas, por ejemplo, sobre cómo el sepulturero robó la ropa de la tumba de Squire Brewster, y cómo este se volvió dos veces en su ataúd. Dudley nunca aclara cómo sabe exactamente lo que sucede dentro de un ataúd enterrado dos metros bajo tierra, y nadie se atreve a preguntárselo.

Cuando Dudley se entera que es pariente lejano de los Hyde, imagina la tumba como suya. Una noche se queda dormido con los ojos clavados en el hueco de la puerta. Al despertar escucha voces en el interior hablando en diferentes dialectos de Nueva Inglaterra, desde los puritanos en adelante [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]. Entonces algo cambia en él. Vuelve a casa y busca un cofre escondido en el ático, de donde saca una llave que finalmente abre la tumba.

Dudley desciende a una bóveda de muchas losas de mármol, algunas con ataúdes, otras solo con placas de identificación y polvo. Un ataúd vacío [marcado irónicamente con el nombre «Jervas»] lo atrae y se acuesta en él.

Duerme y se levanta al amanecer, con el vago recuerdo de un libertinaje que nunca ha conocido en su vida, hasta entonces, notablemente sobria. A partir de ese momento, todas las noches entra en la tumba y se entrega a actividades que nunca revelará. Su dicción y comportamiento cambian. Su conocimiento del período georgiano se vuelve asombroso. Incluso pronuncia una obscena canción de borrachos:


[Así que reíd y gozad. Bebed sin cesar:
¡Bajo seis pies de tierra no os será tan fácil el disfrutar!
¡El diablo me confunda! Apenas puedo andar,
¡Maldito sea si puedo tenerme en pie o hablar!
]


Casi al mismo tiempo, Dudley desarrolla una fobia al fuego y las tormentas eléctricas, y comienza a frecuentar la mansión en ruinas de los Hyde. Sus padres, alarmados, le ordenan a los sirvientes que lo vigilen. Una mañana, al salir de la tumba, nota a un espía asomándose desde un matorral. Más adelante, al escuchar a escondidas el informe del hombre, se entera que el tipo solo lo vio tirado fuera de la tumba, con los ojos extraviados en el hueco. ¡Obviamente, algún agente sobrenatural lo está protegiendo!

Envalentonado, Dudley empieza a entrar en la tumba a su antojo para disfrutar de ciertos placeres blasfemos que no se atreve a describir:


[Durante una semana degusté los placeres de ese osario común que no debo describir.]


Una noche de tormenta, Dudley visita el sótano de la Casa Hyde:


[No debí salir esa noche, ya que el estigma del trueno acechaba en las nubes, y una infernal fosforescencia brotaba del fétido pantano ubicado al fondo de la hondonada. La llamada de los muertos, también, era distinta. En vez de la tumba de la ladera, procedía del calcinado sótano en lo alto, cuyo demonio tutelar me hacía señas con dedos invisibles.]


Descubre entonces que una fiesta macabra, animada con espectros y cadáveres, está desarrollánose allí:


[Con tal gentío me mezclé, a sabiendas de que mi sitio estaba entre los anfitriones, no entre los invitados. En el salón sonaba la música, risas, y el vino estaba en cada mano. Reconocí algunas caras, aunque las hubiera distinguido mucho mejor de haber estado secas, o consumidas por la muerte y la descomposición. Entre una multitud salvaje y audaz yo era el más extravagante y disipado. Alegres blasfemias brotaban a torrentes de mis labios, y mis bruscas bromas no respetaban la ley de Dios.]


Él mismo es el más salvaje de los juerguistas. Como en respuesta, un rayo cae sobre la casa. Las llamas la envuelven. Todos escapan menos nuestro narrador, cuyo terror a la muerte en el fuego aumenta al darse cuenta que sus cenizas serán dispersadas en el viento, no colocadas debidamente en la tumba. Jura que su alma buscará, a lo largo de los siglos, otro cuerpo para ocupar la tumba vacía de Jervas Hyde [ver: In Articulo Mortis: Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte]

El tiempo se fragmenta. Volvemos al presente: Jervas Dudley se encuentra luchando entre dos hombres, mientras su padre lo mira con tristeza. La mansión se ha ido, aunque una negrura chamuscada marca el suelo del sótano para mostrar el sitio preciso donde recientemente ha caído un rayo [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]. Los curiosos aldeanos desentierran una caja antigua de este lugar. Entre sus objetos de valor, Dudley solo tiene ojos para la miniatura de un joven con traje georgiano. Lleva las iniciales «J. H.»

El rostro de Jervas Hyde es un espejo de la imagen de Jervas Dudley.

Al día siguiente presenciamos el encierro de Jervas Dudley en el manicomio [ver: En el Manicomio: la locura en la ficción gótica]. Su padre afirma que Jervas nunca pudo haber entrado en la tumba de los Hyde porque sus candados oxidados permanecen intactos. Es una pena que el muchacho haya perdido esa llave encontrada en el ático. Eso probaría que todos están equivocados, que sí entró en la tumba y disfrutó del goce profano de los muertos.

Su confinamiento en el manicomio no cambia demasiado las cosas. Dudley no le cree a su padre, ni a otros, cuando afirman que siempre lo vieron tirado fuera de la tumba, contemplando la oscuridad hora tras hora. Sin embargo, un fiel sirviente cumple sus órdenes; irrumpe en la tumba y encuentra un ataúd vacío con una placa deslustrada que solo lleva el nombre «Jervas». En esa tumba y ese ataúd prometen enterrar a Jervas Dudley.


La tumba de H.P. Lovecraft es un relato extrañamente sobrio. Los adverbios desenfrenados de la prosa lovecraftiana están en su mayoría bajo control [ver: El adverbio que cayó del espacio]. No hay nada en la historia relacionado formalmente con los Mitos de Cthulhu, pero hay algunos indicios interesantes de lo que vendrá. Por ejemplo, los padres de Jervas insisten en que el muchacho debe haber aprendido todos esos antiguos secretos en la biblioteca familiar. ¿Qué tipo de libros se guardan allí?

Si no es el primero, La tumba es uno de los primeros esfuerzos adultos de Lovecraft, claramente influenciado por Edgar Allan Poe. Comienza con el habitual pedido de credulidad del narrador, aunque este sabe que la mayoría de sus lectores no podrá concedérselo. Eso plantea una gran dificultad, ya que Jervas Dudley se caracteriza por ver y oír cosas que los demás no pueden percibir, como dríadas y conversaciones de los muertos en sus tumbas.

Los médicos probablemente lo diagnostican como como esquizofrénico, pero, ¿qué saben estos prosaicos materialistas? ¿Puede Dudley confiar en ellos? ¿Podemos confiar nosotros? Después de todo, si Dudley nunca entró en la tumba de los Hyde, ¿cómo supo sobre el ataúd vacío con el nombre «Jervas»? ¿Realmente importa si entró en la tumba física o psíquicamente?

Al leer La tumba se detectan muchas insinuaciones de futuras ficciones de Lovecraft, motivos y obsesiones que asoman la cabeza pero sin revelar del todo su rostro. Lo más obvio es la eterna duda sobre si nuestro narrador es un loco en toda regla, un maniático que se entrega a elaboradas alucinaciones, o alguien diabólicamente cuerdo. Otro motivo frecuente es la evidencia que aparece al final de la historia para desviarnos del escepticismo [ver: H.P. Lovecraft vs. Dante: el infierno es la locura]

El incondicional amor de Lovecraft por la era georgiana también aparece aquí, produciendo una imitación decente de una canción para beber. La reclusiva infancia de Dudley entre libros antiguos y arboledas oscuras encontrará una iteración aún más oscura en El extraño (The Outsider). Además, el muchacho hace cosas indescriptibles en esa tumba; cosas que ni siquiera está dispuesto a insinuar. Por otro lado, a medida que su identificación con Jervas Hyde se fortalece, Dudley se infecta con el comprensible terror de Hyde a las tormentas eléctricas. Y luego está la llave, en el ático, a la que conduce el narrador en sueños. ¿No vimos eso en alguna parte? [ver: A través de las puertas de la llave de plata]

En efecto, La tumba de H.P. Lovecraft presagia muchos elementos que luego encontraremos en El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward). La parte principal de la historia de fondo de Joseph Curwen ocurre en la Nueva Inglaterra del siglo XVIII, lo que le permite a Lovecraft deleitarse con los detalles de la época que aparecen más modestamente en La tumba, como el atuendo mortuorio de Squire Brewster y la peluca elegante y rizada de Jervas Hyde.

El hecho de que Dudley tenga recuerdos específicos de este período histórico es una señal de que algo anda mal, muy mal, al igual que su nuevo hábito de acechar en los cementerios. Resulta que Dudley está poseído por su antepasado, y por un tiempo eso parece ser lo que le está sucediendo a Charles Dexter Ward. Tanto para Dudley como para Ward, el antepasado materno es una persona de carácter muy cuestionable, y cuando el retrato de ese antepasado sale a la luz en la historia, su descendiente resulta ser un gemelo idéntico. Es como si la sombra de un pasado que no recordamos cubriera el presente [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]

La nigromancia es prominente en ambos relatos. Dudley primero escucha la conversación de los muertos y luego desciende a la tumba [física, mental o espiritualmente] para unirse a ellos. Allí presumiblemente mentiene una charla con el difunto Squire Brewster, y se entera que sus ropas fueron saqueadas y que no estaba del todo muerto cuando fue enterrado. Su vínculo con el otro lado parece innato, psíquico. Por el contrario, Joseph Curwen tiene que trabajar duro para obtener información de los muertos.

En El caso de Charles Dexter Ward, una historia mucho más larga, Lovecraft realmente puede volcar su talento en la construcción del inframundo y la vida [o no-muerte, mejor dicho] de ultratumba. También puede complicar la forma en que Ward está atrapado por el pasado. Jervas Hyde promete regresar a través de la posesión de un descendiente. También se desenfrena mientras ocupa en el cuerpo de Dudley, algo que recuerda las tertulias de Ephraim / Asenath Waite en El ser en el umbral (The Thing on the Doorstep); pero Dudley es demasiado tímido para comentar algo al respecto [ver: Lovecraft y la ansiedad de género: análisis de «El ser en el umbral»]

Que Curwen pueda estar poseyendo el cuerpo de Ward es una pista falsa. En cambio, influye en la mente de Ward a través de la nigromancia; algo mucho más sofisticado que la magia de Hyde, que parece ejercer su influencia únicamente a través de una poderosa fuerza de voluntad, como la Ligeia de Edgar Allan Poe [ver: Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia» de E.A. Poe]. Cuando Dudley empieza a parecer mayor de lo que es, cuando su personalidad y su memoria cambian, bueno, naturalmente, se ha convertido en Hyde. Pero cuando Ward hace lo mismo hay un giro adicional: lo que queda ya no es Ward en absoluto, es Curwen verdaderamente reencarnado.

Un eco final entre ambas historias: la gente racional atribuye el imposible conocimiento del pasado de Dudley a su «búsqueda omnívora entre los antiguos volúmenes de la biblioteca familiar»; del mismo modo en que los alienistas atribuyen el saber de Ward a sus obsesiones de anticuario. Los libros prohibidos pueden arruinarte, y ni siquiera tienen que ser el Necronomicón, aunque eso probablemente aceleraría el proceso.

Ah, otra advertencia del abstemio Lovecraft: cuidado con las fiestas salvajes. Podrías enamorarte de Asenath Waite, convertirte en un cadáver ambulante, o invocar un rayo desde los cielos justo cuando estás demasiado borracho para sacar tu trasero de una casa en llamas.

La tumba es un relato sobrio, decíamos, pero lejos de la madurez literaria que Lovecraft alcanzaría más adelante. Sin embargo, es una historia que se sostiene notablemente bien. El lenguaje es esotérico pero bien controlado, casi reservado; el escenario es vívido, lo mismo que el horror final. En cierto modo, La tumba es un relato de transición donde Lovecraft aun está tratando de encontrar su propio estilo, y donde podemos encontrar la aparición larvaria de varios temas a los que volverá una y otra vez a lo largo de su carrera.

A diferencia de la mayoría de los relatos de Lovecraft, La tumba es pura fantasía, sin el menor indicio de las explicaciones racionalistas que marcarán su obra posterior. La conexión del narrador con Jervas Hyde parece ser una simple reencarnación de alma, algo que no veremos en obras tardías, a pesar de la prevalencia de temas como la transferencia de cuerpos y confusión de indentidad [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]. Además, hay dríadas en el bosque; y esa referencia temprana induce al lector a pensar que La tumba quizás pertenece al Ciclo Onírico, pero eso se pierde en el camino.

Los narradores lovecraftianos posteriores lucharán por su propia cordura, temiendo y esperando alternativamente que sus experiencias sean meros productos de una ilusión. Aquí, Jervas nunca cuestiona sus propias experiencias. Son solo las percepciones de los demás las que se interponen en el camino, creyendo que el muchacho alucina.

Este puede ser el narrador poco confiable más eficaz de Lovecraft. Todo, incluida la supuesta evidencia, podría ser fácilmente producto de la locura de Dudley. ¿Qué tipo de libros se guardan en la biblioteca familiar? Probablemente solo historias familiares y regionales, referencias a algunos tratados religiosos locales y, tal vez, un diario o dos. Eso sería suficiente para informarse sobre los rumores sobre los Hyde y la destrucción de la casa. El robo de las vestiduras funerarias y el cuerpo volteado de Squire nunca se corroboran, y podrían fácilmente ser parte de sus fantasías [ver: Autopsias lovecraftianas]

Jervas me recuerda a Randolph Carter, aunque a una escala mucho más moderada: ambos tienen conexiones con el mundo de los sueños, percepciones sin explicación racional, y poseen llaves extremadamente importante [ver: ¡Warren NO está muerto!: análisis de «La declaración de Randolph Carter»]. Pero, a diferencia de Jervas, Randolph Carter encuentra lo que busca y se las arregla para mantener las apariencias lo suficientemente bien como para llevar la vida que desea.

Tal vez el joven Lovecraft, que aún no estaba en contacto con sus variados corresponsales, no podía imaginar nada bueno de un encuentro con otras mentes [ver: El Círculo de Lovecraft y la aristocracia de «Weird Tales»]. Por otro lado, Jervas lo hace algo mejor que Charles Dexter Ward, cuya obsesión con el pasado también conduce a preocupaciones familiares y conexiones ancestrales incómodas. Los mismos Hyde quizás tengan alguna conexión con los Martense [El horror oculto] y De la Poer [Las ratas en las paredes], todas familias antiguas, nobles y caídas, como los Usher [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher»]. Los Hyde, de hecho, parecen salidos directamente de una historia de Poe.

Incluso en este relato temprano, el horror y la tentación se entremezclan; de hecho, apenas se distinguen. ¿Qué hombre joven e imaginativo no querría beber y bailar con los muertos toda la noche, incluso si sus rostros están un poco deteriorados? Y Jervas no solo obtiene placer, sino también conocimiento de estas reuniones, aprendiendo secretos del pasado [o como mínimo jugosos chismes]. La tumba también presenta uno de los pocos finales felices de Lovecraft, y uno de los más extraños y ambiguos [ver: Lovecraft contra los finales de mierda]

No es improbable que las eternas juergas de los Hyde tengan algo en común con las festicholas de Y’ha’nthlei, la ciudad de los Profundos en La sombra sobre Innsmouth [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]. Hablando de juergas, esta historia tiene algo más que no veremos más adelante: una canción bastante atrevida e irónicamente mórbida. La letra está inspirada en Gaudeamus igitur, y fue escrita antes del relato. A propósito, Lovecraft comentó que su disgusto por la música surgió de las lecciones de violín que su familia le obligó a tomar cuando era niño. De hecho, hay una carta de 1918 donde Lovecraft recuerda haber hecho grabaciones de sí mismo cantando en 1906, aunque lamentablemente ninguna de ellas sobrevivió. Hubiese sido interesante escuchar a Lovecraft cantando.

La obra de Lovecraft [ficción y poesía] forma un intrincado y orgánico todo con interconexiones que vinculan imágenes, temas y personajes. Y debido a que prácticamente todo el trabajo de Lovecraft es autobiográfico, el flaco de Providence nos ha dejado un mapa elaborado y detallado de su psique. Si bien cada una de sus historias puede ser independiente, una apreciación y un disfrute más profundos provienen de la lectura de esas historias escritas en diferentes momentos de su vida. El horror oculto (The Lurking Fear), El modelo de Pickman (Pickman's Model), Lo innombrable (The Unnamable), El sabueso (The Hound), elaboran una concepción en constante evolución del tema de los Ghouls, es decir, necrófagos que acechan en los cementerios. En la cripta (In the Vault), El Extraño (The Outsider), La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter) y La tumba evidencian el mismo proceso evolutivo. En este caso, fundamentalmente son meditaciones sobre lo que sucede en el interior de tumbas y criptas [ver: Lovecraft y los mundos subterráneos]

Es interesante ver cómo se reiteran imágenes y personajes específicos en varias ficciones de Lovecraft. En La tumba, Jervas Dudley se duerme junto a una cripta cerrada con candado y despierta sabiendo dónde se encuentra la llave: un viejo cofre podrido en el ático. Siete años después, en La llave de plata (The Silver Key), una aparición del abuelo de Randolph Carter le dice dónde encontrar una llave que le permitirá acceder nuevamente al país onírico [también está en una antigua caja de madera ornamentada en el ático]. No solo eso, sino que la puerta cerrada se encuentra en un lugar muy similar a la cripta que Dudley explora en su sueño: «un inquietante lugar sepulcral cuyas paredes de granito tenían una curiosa ilusión de artificio consciente».

Cerca del final de La tumba, Jervas Dudley es ayudado por un viejo sirviente, un anciano que comparte su interés por los cementerios y la nigromancia. El anciano confirma la realidad de sus visiones, que todos los demás descartan como delirios psicóticos. Esta validación por parte de un hombre mayor ocurre en varias de las historias de Lovecraft, entre ellas, El alquimista (The Alchemist), La extraña casa alta en la niebla (The Strange High House in the Mist), Él (He) y El ceremonial (The Festival).

En La tumba, a medida que crece la obsesión de Dudley por la cripta de la familia Hyde, experimenta cambios sutiles en su personalidad y apariencia, y se convierte en alguien [o en algo] más. Descubre que en realidad está relacionado con los Hyde, de hecho, es el último descendiente, como Lovecraft lo era de su familia. El descubrimiento de un horror hereditario ocurre en historias tan diversas como La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth), Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls) y El caso de Charles Dexter Ward [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

El hecho de que los sucesos narrados en La tumba tengan lugar en y en los alrededores de, bueno, una tumba, vincula la historia con otras que Lovecraft ha escrito sobre exploraciones y meditaciones en cementerios. En una publicación futura me gustaría explorar la preocupación de Lovecraft por los cementerios y lo que hay debajo [y más allá] de ellos. Baste decir que cuando un personaje desciende en una historia de Lovecraft, casi siempre es hacia una tumba, ya sea literal como arquetípica [ver: Lo Subterráneo en la ficción]

Parece poco probable que la repetición de imágenes, temas y personajes en la ficción y la poesía de Lovecraft sea un mero reciclaje. Más bien, creo que representa la lucha del autor por comprender sus preocupaciones, utilizando un repertorio de motivos que organizó una y otra vez en diversas permutaciones con la esperanza de obtener una resolución más clara. Eso es lo que hace que leer incluso sus historias relativamente menores, como La tumba, sea una experiencia gratificante para sus lectores.

En definitiva, La tumba es una pequeña historia que, de haber sido escrita por alguien más, hubiese sido olvidada hace mucho tiempo. Es el tipo de relato que lees y disfrutas en una antología y luego olvidas rápidamente. Sin embargo, al insinuar algunos motivos que Lovecraft dominaría por completo en su madurez como autor, lo convierte en una joya inestimable.




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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El artículo: Los amados muertos de Jarvis Dudley: análisis de «La tumba» [Lovecraft] fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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