«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.


«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.




«¿Habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos que juzgaron
y la colgaron en el prado de Salem?»



La bruja (The Witch) es un poema de la escritora norteamericana Adelaide Crapsey (1878-1914), publicado en la antología de 1922: Verso (Verse).

La bruja, uno de los poemas de Adelaide Crapsey más reconocidos, explora diferentes concepciones de la feminidad a lo largo del tiempo: de sacerdotisa y oráculo en tiempos antiguos a ser quemada en la hoguera. Esta idea de la mujer como vínculo con lo sagrado que, eventualmente, se transforma en una asociación con las fuerzas del mal, puede no ser tan novedosa hoy en día, pero fue disruptiva en ti época:


Cuando era una chica junto a la corriente del Nilo
vi surgir las estrellas del desierto;
mi amante, que soñó con la Esfinge,
inspiró todos sus sueños de mis ojos.

En Grecia llevé un nombre ardiente,
y en Italia fui
la Madonna de un joven pintor
y la amante de un Medici.

¿Y habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos de semblante decoroso,
que juzgaron —el potro sabe demasiado—
y la colgaron en el prado de Salem?


Los poemas de Adelaide Crapsey tienen menor impacto en su lectura que en la forma en la que prosperan en la imaginación. Al principio parecen, bueno, aceptables: pero luego uno empieza a pensar en ellos. Perduran en la memoria. Parecen haber sido escritos para ser recordados más que para ser leídos.

La carrera de Adelaide Crapsey pudo haber sido más auspiciosa. Problemas económicos, familiares y, posteriormente, de salud, le impidieron dedicarse a su obra. Fue diagnosticada con tuberculosis, que a fines del siglo XIX y comienzos del XX se consideraba una enfermedad sedentaria. Pero Adelaide Crapsey estaba lejos de encajar en el estereotipo del poeta lánguido, enfermizo, mórbido. Era sociable, cordial, robusta y con afición por el pensamiento científico.

La bruja explora cómo podría haber sido la vida de cualquier mujer moderna en tiempos antiguos. En Egipto, Grecia y Roma podría haber sido adorada, ocupado cargos espirituales, y después, bajo la influencia de otros vientos ideológicos, colgada en «el prado de Salem».

No creo que se trate de un poema sobre la tolerancia, como se ha postulado, sino sobre cómo algo tan bien establecido como la idea de que la mujer posee un vínculo con la espiritualidad puede convertirse en motivo de persecución.




La bruja.
The Witch, Adelaide Crapsey (1878-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cuando era una chica junto a la corriente del Nilo
vi surgir las estrellas del desierto;
mi amante, que soñó con la Esfinge,
inspiró todos sus sueños de mis ojos.

En Grecia llevé un nombre ardiente,
y en Italia fui
la Madonna de un joven pintor
y la amante de un Medici.

¿Y habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos de semblante decoroso,
que juzgaron —el potro sabe demasiado—
y la colgaron en el prado de Salem?


When I was a girl by Nilus stream
I watched the desert stars arise;
My lover, he who dreamed the Sphinx,
Learned all his dreaming from my eyes

I bore in Greece a burning name,
And I have been in Italy
Madonna to a painter-lad,
And mistress to a Medici.

And have you heard ( and I have heard)
Of puzzled men with decorous mien,
Who judged - The wrench knows far too much-
And hanged her on the Salem green?


NOMBRE (1793-1864)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Adelaide Crapsey.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Adelaide Crapsey: La bruja (The Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

El «extraño cochero»: ¿es Drácula el conductor de la calesa?


El «extraño cochero»: ¿es Drácula el conductor de la calesa?




Denn die Todten reiten Schnell.
[«Porque los muertos viajan deprisa»]



En la primera entrada de su diario, fechada el 3 de mayo, Jonathan Harker llega a la ciudad de Bistritz, en el norte de Rumanía. Al día siguiente toma un carruaje hasta el Paso de Borgo. Al anochecer observa a algunos campesinos con atuendos «pintorescos» que rezan arrodillados en pequeños santuarios junto al camino. Al caer la noche, los demás pasajeros se inquietan e instan al conductor a acelerar. Al llegar al Paso, no hay ningún carruaje esperando para llevar a Harker al Castillo. Justo cuando el cochero se ofrece a llevarlo de vuelta, arriba una calesa tirada por caballos. Este conductor, según algunos, es el propio Drácula. Pero, ¿lo es? ¿Podría tratarse de un «familiar»? ¿O acaso estamos ante la presencia de otro vampiro, tal vez un subordinado del Conde?

Algunas adaptaciones cinematográficas de la novela, como el Drácula de Francis Ford Coppola, muestran explícitamente que el cochero es Drácula. La novela es mucho más ambigua, y permite otras interpretaciones [ver: El Drácula de Coppola y las cloacas de Stoker]

Continuemos con Stoker.

Harker sube al carruaje y continúa hacia el Castillo. Es un viaje onírico, parece fuera del tiempo ordinario. Harker tiene la impresión de que el carruaje recorre una y otra vez el mismo tramo. Oye aullidos en la noche. En un momento, el protagonista mira hacia afuera y ve una llama azul, parpadeante, que arde en la distancia. El cochero se detiene sin dar explicaciones, desciende, inspecciona la llama, regresa al carruaje y continúa su camino.

Harker describe varias paradas más como ésta, y señala que, en un momento dado, cuando el cochero reúne unas piedras alrededor de una de las llamas azules, puede verla «a través» del cuerpo del hombre. Punto a favor de la posibilidad de que el conductor sea, como mínimo, un vampiro.

Esta escena de la novela de vampiros de Bram Stoker: Drácula (Dracula), integra una gran variedad de elementos: las luces azules, los lobos, la distorsión del tiempo, los pequeños rituales a la vera del camino. Todas estas pistas nos permiten descubrir la identidad del misterioso cochero.

Una vez en el castillo, Drácula explica que existe la creencia local de que las luces azules aparecen sobre los lugares donde hay tesoros enterrados, y que los lugareños marcan esos lugares con piedras cuando las ven. Si el cochero es el propio Conde, ¿por qué se detendría? ¿Por qué tendría tantas dificultades para marcar los lugares? Después de tantos siglos, ¿no habría ideado una forma más eficiente? Además, ¿por qué está interesado en los tesoros? No parece que Drácula esté recaudando dinero para su campaña, habida cuenta que puede comprar varias propiedades en Londres. ¿Acaso las luces marcan otra clase de tesoros?

El principal indicio sobre la identidad del cochero proviene de Harker. Este pronto concluye que el Conde no tiene sirvientes, y asume que el cochero debe haber sido el propio Drácula. Suena razonable, pero lo cierto es que el Conde sí tiene sirvientes [Harker no lo sabe en este punto], sólo que no se ocupan de los quehaceres domésticos, sino que asisten a su amo en la logística del viaje a Inglaterra. Por ejemplo, estos servidores llenan y transportan cajas de tierra del castillo, así como baúles con dinero y otras pertenencias.

Todo el episodio del cochero es uno de los más extraños de la novela. Podríamos decir que es intencionadamente extraño. Después de todo, Bram Stoker solo transmite al lector la misma confusión en la que está envuelto Harker.

Las «luces azules» son una versión del Will of the Wisp, los fuegos fatuos, un genius loci o elemental presente en muchas culturas. Bram Stoker extrajo este motivo del libro de Emily Gerard: La Tierra más allá del Bosque (The Land Beyond the Forest), donde se dice que en la víspera de San Jorge pueden verse «llamas azules» marcando el lugar de un tesoro. Ahora bien, según la leyenda, las personas mueren si intentan seguir esta luz. El cochero se detiene repetidamente ante todas las luces y no sufre ningún daño. Con esto, Bram Stoker deja en evidencia que el cochero ya está muerto, mejor dicho, que es un no-muerto [ver: «No-Muertos» en el folklore y la psicología]. Sin embargo, el hecho de ser un vampiro no le brinda total protección: necesita realizar pequeños rituales con las piedras para lograr su objetivo, y ya sabemos que Drácula era un nigromante poderoso [ver: ¿Quién convirtió a Drácula en vampiro?]

Bram Stoker establece en este episodio que Drácula controla y manipula toda la región. Por esta razón, algunos sospechan que los tesoros son propiedad del Conde, es decir, son los escondites que él ha designado para guardar su fortuna. En este contexto, las luces azules serían una defensa mágica para ahuyentar a los saqueadores, y por eso no tienen ningún efecto sobre él. Lo cierto es que no está claro que fuera Drácula quien marcó esos lugares. Podrían estar allí desde tiempos paganos y, por lo tanto, protegidos por fuerzas precristianas.

Las observaciones de Harker acerca del poder antinatural del cochero sobre lo lobos deja en claro que no se trata simplemente de un «familiar»:


«Llamé al cochero para que viniera, pues me parecía que nuestra única oportunidad era intentar escapar del círculo y, para ayudarlo, grité y golpeé el costado de la calesa, esperando asustar a los lobos. Cómo llegó allí, no lo sé, pero oí su voz alzada en un tono de mando imperioso, y al mirar hacia el sonido, lo vi de pie en el camino. Mientras agitaba sus largos brazos, como si apartara un obstáculo impalpable, los lobos retrocedieron cada vez más. Justo entonces, una densa nube cubrió la cara de la luna, de modo que volvimos a estar a oscuras. Cuando recuperé la vista, el cochero subía a la calesa y los lobos desaparecieron. Todo esto fue tan extraño y sobrecogedor que me invadió un miedo terrible,»


Estamos acostumbrados a pensar en Drácula en relación al cine, donde ejerce sus poderes casi sin esfuerzo. El Drácula de la novela [si es que el Conde es el cochero] necesita bajar de la calesa y agitar «sus largos brazos, como si apartara un obstáculo impalpable» para hacer retroceder a los lobos.

Ahora bien, el principal punto sobre la posibilidad de que el cochero de la calesa NO sea el Conde es que Harker de hecho VE SU ROSTRO. ¿Cómo es entonces que, al ver a Drácula en el castillo, no advierte que se trata del mismo hombre?

Es cierto, algunas características físicas del cochero se asemejan a las de Drácula. Es un «hombre alto», con una «larga barba», pero lleva un sombrero negro que oculta parcialmente su rostro. Sin embargo, Harker puede ver sus ojos, que parecen «rojos a la luz de la lámpara» de la calesa. Obviamente, la barba puede ser parte de un disfraz, lo mismo que el sombrero. De hecho, a menudo se describe al Conde con ojos rojos y una estatura considerablemente alta.

La siguiente cita parece probar definitivamente que el cochero es Drácula:


«Mientras hablaba, sonreía, y la luz de la lámpara caía sobre una boca de aspecto severo, con labios muy rojos y dientes afilados, blancos como el marfil.»

 
Previamente, cuando el cochero recoge a Harker, reprocha la intención del conductor que ha transportado al inglés hasta el Paso de Borgo por querer llevar a su pasajero de regreso a Bucovina. Más aún, el «extraño cochero» [presuntamente Drácula] asegura que «lo sabe todo» [knows all], y ciertamente sabe lo que se ha dicho antes de su llegada, lo que demuestra algún tipo de conocimiento oculto. No está claro si los campesinos del primer carruaje saben que el «extraño cochero» es, de hecho, Drácula; pero ciertamente sospechan que es un vampiro. Tal es así que uno de los pasajeros susurra en alemán: Denn die Todten reiten Schnell, que significa «los muertos viajan deprisa» [ver: «Porque los muertos viajan deprisa»].

Como señala el propio Harker, estas palabras hacen referencia al poema gótico de Gottfried August Burger: Lenore, donde la epónima protagonista cabalga en medio de la noche acompañada de un desconocido idéntico a su prometido, William, recientemente fallecido. Esta referencia, por supuesto, es otra insinuación a la condición vampírica del cochero de la calesa.

Cuando el «extraño cochero» escucha aquellas palabras [Denn die Todten reiten Schnell], responde con «una sonrisa radiante», y el pasajero aparta la mirada y se santigua. Luego pide el equipaje de Harker y, con una rapidez y una fuerza que sobresalta a todos, lo arroja al interior de la calesa. Harker experimenta en carne propia la fuerza física del cochero cuando este lo ayuda a subir al habitáculo sujetándolo del brazo «con una fuerza de acero». En este punto, el cochero le habla: dice que recibido instrucciones del Conde para cuidar de Harker y llevarlo rápidamente al castillo.

La cultura occidental de Harker, para colmo victoriana y racionalista, le impiden tomar seriamente las advertencias de los campesinos. Las considera simples «supersticiones» de una época primitiva. Sin embargo, ahora se enfrenta a una situación que sacude los cimientos de sus creencias, como las luces azules. Su cableado mental le impide aceptar que todo eso sea real, por lo que llega a la conclusión de que debió ser producto de un sueño.

El «extraño cochero» de Bram Stoker también está inspirado en el conde Azzo von Klatka de El extraño misterioso (The Mysterious Stranger), de 1853. Allí podemos leer un pasaje casi idéntico al del conductor de la calesa ahuyentando a los lobos:


«En cuanto apareció el extraño, los lobos abandonaron su persecución, se abalanzaron unos sobre otros y lanzaron un aullido aterrador. El extraño levantó la mano, pareció agitarla, y los animales salvajes se refugiaron en la espesura.»


El extraño misterioso es un cuento que influyó poderosamente en Drácula; de hecho, allí encontramos a un vampiro aristocrático, mayor, con ojos rojos, que vive en un castillo de los Cárpatos infestado de lobos. Por lo que Bram Stoker sabía, El extraño misterioso era una historia anónima, por lo tanto tomó libremente muchos elementos. Sin embargo, hoy sabemos que se trata de una traducción pirata [es decir, no autorizada] de El extraño (Der Fremde), de Karl von Wachsmann, publicada en 1844 [medio siglo antes de Drácula]. En esta historia, el protagonista viaja hacia el castillo de un conde, de noche. Teme ser atacado por lobos, a quienes oye aullar a lo lejos, por lo que se refugia en unas ruinas que, se dice, están embrujadas. A medida que los lobos se acercan, aparece un «extraño» [análogo al «extraño cochero»] y, con un gesto, los ahuyenta. Más adelante nos enteramos [por los lugareños] que las ruinas son el antiguo castillo de Klatka, cuyo último señor fue Azzo von Klatka, un tirano que fue ahorcado por los campesinos después de décadas de opresión.

Drácula guarda muchas otras similitudes con El extraño: un vampiro que controla a los lobos, una historia ambientada en los Cárpatos, un conde, un castillo embrujado, etc. Sin embargo, hay un punto interesante que Bram Stoker descartó. En la historia de Karl von Wachsmann se insiste en que es la víctima quien debe matar al vampiro. Stoker quizás omitió este elemento ya que requeriría que fueran Mina Harker y Lucy Westenra quienes mataran a Drácula.

En las notas preliminares de Bram Stoker, el episodio de Harker y el cochero no se produce en el primer capítulo, sino en el tercero. Stoker fue muy meticuloso en su notas, y en ellas se encuentran casi todos los elementos que terminarían siendo incluidos en la novela. Uno de los pocos que no aparece es el «extraño cochero». De hecho, parece un cochero ordinario. Ahuyenta a los lobos pero arrojando un cuchillo. Repasemos la nota del capítulo tres:


«Paso de Borgo. llegada dejado por diligencia —solo — soledad — comodidad (?) del conductor — llegada del carruaje, conductor enfundado — el viaje — lobos aúllan y rodean — llamas azules — conductor se detiene — cuchillo arrojado — ruidos extraños — niebla — truenos — perros aúllan — medianoche, llegada al castillo — describir — dejado solo — entra el conde, cena — a la cama — describir la habitación.»


No hay mención a ninguna característica sobrenatural o vampírica en el conductor, pero quizás Bram Stoker estaba tan seguro de que era Drácula disfrazado que no necesitó tomar nota de ello.

El viaje en la calesa está marcado por una continua perturbación de los sentidos [hay muchos sonidos y pocas imágenes], que se acrecenta a medida que Harker se acerca al castillo: no ve prácticamente nada por la ventanilla ni sabe dónde está geográficamente, quizás debido a que no tiene ningún punto de referencia exterior que le permita calcular la distancia recorrida. Sin embargo, es probable que el tiempo fluya de diferente manera en la proximidad de Drácula. Es interesante notar que el cochero no se confunde. Su sentido del tiempo y la ubicación es preciso. De hecho, las primeras palabras de Drácula son: «Llega temprano esta noche, amigo mío». El Conde, que de algún modo ha desafiado el paso del tiempo, es muy consciente de su corriente, sobre todo dentro de sus dominios. Necesariamente lo es para calcular sus propios asuntos, de modo que no es sorprendente que conozca las rutas y los horarios de los carruajes en sus tierras. ¿De otro modo cómo podría saber que Harker llegó temprano?

Lo curioso es que Harker llega «temprano» al castillo por deseo de Drácula.

El hecho de que sea el Conde quien conduce la calesa le permite seguir alimentando las supersticiones de los lugareños. Podemos ver esto entre los pasajeros del primer carruaje. Su cochero cree haber eludido el horario programado para la llegada de la calesa:


«El cochero, mirando su reloj, les dijo a los demás algo que apenas pude oír: Una hora antes»


El plan del cochero del primer carruaje era llegar al Paso de Borgo una hora antes; de ese modo tendría una excusa para llevar a Harker de regreso al pueblo. Su plan fracasa: el Paso está dentro del ámbito de influencia del Conde, y este pronto llega, como si conociera de antemano las intenciones del cochero. ¿Cómo pudo saber esto? Bueno, no lo sabemos; y por eso es oportuno el comentario del pasajero: «los muertos viajan deprisa»

Cuando se dice que el Conde es un aristócrata decadente, tendemos a pensarlo desde la perspectiva de la aristocracia victoriana. En definitiva, Bram Stoker es un producto de su tiempo. Pero, si lo pensamos bien, Drácula no procede en absoluto como un noble: él mismo patrulla su territorio, no necesita sirvientes para atender a Harker, se ocupa personalmente de sus asuntos inmobiliarios, sale de cacería [al menos una vez así alimenta a sus Novias], y hasta conduce una calesa para llevar a su invitado al castillo. Drácula se involucra activamente, y así mantiene vivo el terror de los humanos que, de otro modo, seguramente se aventurarían a sus dominios.




Taller gótico. I Vampiros.


Más literatura gótica:
El artículo: El «extraño cochero»: ¿es Drácula el conductor de la calesa? fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«No hay peor, no existe»: Gerard Manley Hopkins; poema y análisis.


«No hay peor, no existe»: Gerard Manley Hopkins; poema y análisis.




«La mente tiene montañas; abismos espantosos,
escarpados, insondables para el hombre»



No hay peor, no existe (No Worst, There is None) es un poema del escritor británico Gerard Manley Hopkins (1844-1889), escrito en 1885. Pertenece al ciclo Sonetos terribles (Terrible Sonnets); título que no es un comentario sobre la calidad de los poemas sino una referencia a su tema central: la experiencia de un hombre que atraviesa una depresión severa y teme que caer en la locura o la muerte.

No hay peor, uno de los grandes poemas de Gerard Manley Hopkins, es una meditación sobre la capacidad de la mente humana para la depresión. Podría decirse que es un poema que trata sobre el dolor y lo difícil que es soportarlo, pero también contiene pinceladas de empatía por aquellos que están inmersos en la densa niebla de la depresión. Desde luego, no es un estudio clínico, simplemente extiende una mano hacia los que no tienen fuerzas.

El título resume la atmósfera general del poema. Gerard Manley Hopkins estaba atormentado por una sensación de impotencia hacia el final de su vida, y sufrió varios episodios prolongados de depresión, lo cual lo llevó a sentirse incompetente en su oficio de sacerdote católico. No hay peor aborda estas dudas espirituales; sin embargo, el cuestionamiento es más amplio.

No es que las cosas se aclaren a medida que avanzamos en el poema, pero creo que la palabra «peor» en la apertura nos da una pista. Estamos en territorio desconocido, «más allá del abismo del dolor»; es decir, en un nivel que trasciende el peor sufrimiento que podamos concebir. Al estar más allá de los límites, queda implícito que este dolor está considerablemente más allá del punto de duelo. Sin embargo, estamos preparados, porque este plano indescriptible se alimenta de todas nuestras angustias previas, toda la desesperación que hemos experimentado en el camino hacia este lugar. De este modo, a medida que descendemos nos encontramos con aflicciones ingobernables. Estamos en el borde de nuestra capacidad de sufrir, donde las cosas no pueden empeorar. En resumen: nos encontramos en el reino del dolor absoluto.

Aquí, el Orador exclama:


Consuelo, ¿dónde? ¿dónde está tu consuelo?
María, madre nuestra, ¿dónde está tu alivio?


Puede decirse que la apertura de No hay peor es un clamor a Cristo, que es desatendido. Más adelante, el Orador reprocha a María, que para los católicos es la intercesora que transmite las preocupaciones humanas a la Divinidad; le pregunta dónde está el alivio de su dolor. Las dificultades se reanudan en los siguientes versos:


Mis gritos se elevan, como en largos rebaños se apiñan
en una suprema aflicción, dolor del mundo,
Sobre un yunque milenario se estremecen y cantan,
luego se aquietan, se van. La furia grita: «¡No más demora!
Déjame caer, por fuerza he de ser breve!»


La imagen de los gritos desesperados del Orador como «largos rebaños» amontonados que necesitan un pastor, es impresionante. Cristo [en esta visión desaforada], parece ausente. En este contexto, los gritos se suceden, se agrupan en masa. El «dolor del mundo» es análogo al weltschmerz del romanticismo: la pena de existir en un mundo donde todo es transitorio menos el sufrimiento.

Y así pasamos a la metáfora del yunque: el dolor que se acumula, se machaca. Somos martillados repetidamente como acero sobre un yunque, que es, de nuevo, la condición humana. Incluso una vida privada de grandes penas debe soportar el nacimiento, la enfermedad, la muerte, y la angustia acumulada por ese sentido de impermanencia [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]

La imagen del yunque también sirve como representación del proceso purificador de la vida terrenal: el mazo golpea el acero para liberarlo de impurezas y lograr una hoja fuerte. Es una mirada bastante católica. El Gerard Manley Hopkins sacerdote probablemente pensaba que el dolor nos pone a prueba; pero aquí no hay purificación, sólo un martilleo incesante que parece dar lugar a un canto, y luego al silencio.

Los dos últimos versos de este octeto son extraños. La furia [del sufrimiento del Orador] regresa al comienzo del poema: estamos experimentando lo peor que un ser humano puede enfrentar: el sufrimiento en su máxima expresión. Sin embargo, la «furia» no es eterna. De hecho, el sufrimiento [¿de la vida?] debe ser severo porque no dura para siempre.


Oh la mente, la mente tiene montañas; abismos de precipicio,
espantosos, escarpados, insondables para el hombre.
Que los subestime quien nunca los haya visto, Ni la breve duración
de nuestra vida alcanzaría para escalar o descender esa pendiente o profundidad.


Gerard Manley Hopkins pasa de lo personal, lo íntimo, a lo universal. No hay peor abre con las dimensiones interiores del dolor; la segunda proclama que las cosas son así: sufrimos internamente. Tenemos «montañas» y «abismos» personales y podemos caer profundamente en ellos. No es posible sondearlos voluntariamente. Es el dolor lo que nos lleva a «escalar o descender esa pendiente o profundidad». Es nuestro límite, y por lo tanto no tenemos palabras para describirlo. ¿Qué puede decir o explicar alguien que está inmerso en un pozo depresivo? Solo hay silencio.

Ahora bien, si nunca hemos caído en el «abismo», sugiere Gerard Manley Hopkins, probablemente subestimaremos su profundidad.

La conclusión del poema es devastadora: la muerte y el sueño son una especie de salvación:


¡Aqui! Deslízate, miserable, que abajo el torbellino te sirva de consuelo:
Toda vida termina con la muerte y cada día muere con el sueño.


Nuestro único consuelo es que todo terminará. Con la muerte, el sufrimiento, este punto de angustia mental insuperable, concluirá; así como las pequeñas tribulaciones diarias encuentran su descanso en el sueño [ver: Si la vida es sueño, ¿la muerte es el despertar?]. El poeta inglés John Donne coqueteó con esta misma idea: Dios [en cualquiera de sus variantes] forjó el tiempo para que el sufrimiento tuviera un fin, para que nada durara eternamente [ver: Muerte no te enorgullezcas]

Al final, Gerard Manley Hopkins deposita la única esperanza en el seno de la humanidad. En el pozo insondable [«el torbellino»] trae algo de «consuelo». En otras palabras: no estamos solos. Somos parte de una multitud que comparte diferentes grados de dolor, quizás inherente a la condición humana. En esta dimensión donde no hay nada «peor», nunca estaremos solos.

Esto último parece un pensamiento edulcorado, una nota optimista que podríamos encontrar en un libro de autoayuda, pero no lo es. A veces buscamos respuestas fáciles, satisfactorias, proclamaciones tales como que el sufrimiento conduce a la sabiduría. El poema de Gerard Manley Hopkins no afirma que el dolor no tiene un significado, tampoco un propósito, pero susurra, al menos, que tiene un final definitivo. Algún día, terminará [ver: Y la Muerte no tendrá dominio]




No hay peor, no existe.
No Worst, There is None, Gerard Manley Hopkins (1884-1889)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


No hay peor, no existe. Más allá del abismo del dolor,
más agonías, educadas en las primeras angustias, me ahogarán.
Consuelo, ¿dónde? ¿dónde está tu consuelo?
María, madre nuestra, ¿dónde está tu alivio?
Mis lamentos se elevan, como en largos rebaños se apiñan
en una suprema aflicción, dolor del mundo,
Sobre un yunque milenario se estremecen y cantan,
luego se aquietan, se van. La furia grita: «¡No más demora!
Déjame caer, por fuerza he de ser breve!»

Oh la mente, la mente tiene montañas; abismos de precipicio,
espantosos, escarpados, insondables para el hombre.
Que los subestime quien nunca los haya visto, Ni la breve duración
de nuestra vida alcanzaría para escalar o descender esa pendiente o profundidad.
¡Aqui! Deslízate, miserable, que abajo el torbellino te sirva de consuelo:
Toda vida termina con la muerte y cada día muere con el sueño.


No worst, there is none. Pitched past pitch of grief,
More pangs will, schooled at forepangs, wilder wring.
Comforter, where, where is your comforting?
Mary, mother of us, where is your relief?
My cries heave, herds-long; huddle in a main, a chief
Woe, wórld-sorrow; on an áge-old anvil wince and sing —
Then lull, then leave off. Fury had shrieked 'No ling-
ering! Let me be fell: force I must be brief."'

O the mind, mind has mountains; cliffs of fall
Frightful, sheer, no-man-fathomed. Hold them cheap
May who ne'er hung there. Nor does long our small
Durance deal with that steep or deep. Here! creep,
Wretch, under a comfort serves in a whirlwind: all
Life death does end and each day dies with sleep.


Gerard Manley Hopkins (1884-1889)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de depresión.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Gerard Manley Hopkins: No hay peor, no existe (No Worst, There is None), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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