¿«Prometeo» pertenece a los Mitos de Cthulhu?


¿«Prometeo» pertenece a los Mitos de Cthulhu?




Si el Xenomorfo original, a través de H.R. Giger, pertenece de algún modo a la visión particular del artista sobre el Necronomicón (ver: Por qué Alien proviene del Necronomicón de H.P. Lovecraft), es lógico suponer que la película Prometeo (Prometheus), de Ridley Scott, continúe en esa línea.

Quizás Prometeo no forme parte del Multiverso de Lovecraft tal como fue pensado por el maestro de Providence, pero ciertamente forma parte de los Mitos de Cthulhu.

El horror cósmico de Lovecraft (ver: Relatos de Horror Cósmico) desarrolla una visión nihilista del universo. Postula que los avances científicos no significan progreso, ni siquiera ofrecen la perspectiva de un futuro mejor; por el contrario, según la filosofía lovecraftiana, el único destino de la ciencia es revelar nuestra impotencia, nuestra insignificancia a escala cósmica (ver: La filosofía lovecraftiana detrás de los Mitos de Cthulhu)

H.P. Lovecraft realiza una síntesis de esa filosofía en el primer párrafo de La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu), publicado originalmente en la edición de febrero de 1928 de la revista Weird Tales, y luego reeditado en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).


»Lo más misericordioso del mundo es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los mares negros del infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, cada una esforzándose en su propia dirección, hasta ahora nos han perjudicado poco; pero algún día la unión del conocimiento disociado abrirá vistas tan aterradoras de la realidad y de nuestra espantosa posición en ella, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz mortal hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura.«


Es decir que el Horror Cósmico, según Lovecraft, no es de intrusión, es decir, no llega hasta nosotros de algún sitio recóndito, sino de realización. El universo siempre ha sido un lugar oscuro, y el horror radica simplemente en reconocer ese hecho, generalmente a través de la ciencia (ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico). En un universo implacable, el valor de la vida humana es una ilusión a la cual nos aferramos desesperadamente para mantenernos cuerdos.

En última instancia, el Horror Cósmico desafía nuestra tendencia antropocéntrica. Nada gira en torno nuestro, porque no somos nada (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos).

Es esta revelación de la insignificancia del ser humano el eje de la película de Ridley Scott: Prometeo.

Aquí, un equipo de científicos patrocinado por siniestras corporaciones sigue mapas estelares encontrados en pinturas rupestres de civilizaciones humanas muy antiguas, con la esperanza de conocer a los misteriosos Ingenieros que crearon la humanidad. El argumento de la película tiene muchas similitudes conceptuales con los Mitos de Cthulhu, y particularmente con la novela de Lovecraft: En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness), de 1936, donde una expedición científica a la Antártida descubre que la vida en la Tierra fue creada por colonizadores extraterrestres, conocidos como los Antiguos (ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos).

De este modo, tanto Prometeo como En las montañas de la locura derriban la teoría darwiniana de la evolución, a través de la selección natural, al plantear la historia secreta de la humanidad como producto de un diseño inteligente alienígena.

Para Lovecraft, la Antártida representa el sitio más inhóspito del planeta, y en cierta forma el lugar más alejado de la civilización. Prometeo de Ridley Scott se mueve en un marco más amplio: el espacio, pero en todos los sentidos se tratan de escenarios análogos: alejados de la civilización, inhóspitos y abyectos, al igual que las misteriosas criaturas que los habitan.

Si bien los Ingenieros, en contraste con las extrañas fisiologías de los Antiguos, son extremadamente similares a los humanos (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción), al menos en lo que refiere a su forma física, está claro que somos sus creaciones, accidentales  o no, y conectados a un plan alienígena inescrutable. A su vez, Lovecraft plantea que la ciencia inevitablemente terminará demostrando que el universo no es antropocéntrico, es decir, que somos insignificantes en ese contexto cósmico; pero Prometeo sugiere que los humanos somos en cierto modo significativos para los seres que nos crearon, los Ingenieros, aunque sea como una etapa más de un experimento cuyas consecuencias y objetivos están más allá de nuestra comprensión.

El marco que plantean ambas obras es desalentador: no solo somos incapaces de entender nuestro verdadero proceso de evolución, sino que ni siquiera somos la creación de un Dios benévolo y paternalista. Tanto en la Antártida lovecraftiana, como en el espacio exterior de Prometeo, el objetivo de los científicos es reunirse con estos creadores, con la esperanza de descubrir los secretos de la vida; en cambio, solo obtienen como resultado un recordatorio atroz de la fragilidad, y acaso de la insignificancia, de la condición humana.

Si bien Prometeo nos enceguece un poco con aspectos técnicos, propios de la ciencia ficción, sus científicos no parecen razonar demasiado, de hecho, incluso parecen sujetos a un sesgo interpretativo realmente pobre. Esto queda en evidencia en la forma en la cual los científicos que encabezan la expedición, Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall Green), interpretan los mapas estelares como invitaciones de los Ingenieros para visitarlos una vez que los humanos seamos capaces de emprender viajes interestelares.

Sin motivo alguno, los científicos elevan a los Ingenieros al estatus de creadores benevolentes, cuando en realidad no hay evidencia alguna que apoye tal interpretación de las pinturas rupestres. De algún modo, los científicos de Prometeo están obsesionados con encontrar un sentido a nuestra existencia.

Lovecraft utiliza un recurso parecido en los Mitos de Cthulhu. Los protagonistas de sus relatos, sean científicos o no, ansían el conocimiento, en general a través de libros prohibidos como el Necronomicón, y lo que consiguen es que ese saber se manifieste de forma horrorosa, a través de seres interdimensionales para los cuales somos apenas hormigas (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft).

En un punto intermedio entre los Mitos de Cthulhu y Prometeo están las teorías sobre los antiguos astronautas popularizadas por sujetos como Erich von Däniken, quien usa un dispositivo similar en Carrozas de los dioses (Chariots of the Gods), pero en un sentido positivista, es decir, considerando que los humanos podríamos tener algún papel importante en el esquema del cosmos, y que ese lugar privilegiado sería el objetivo por el cual los extraterrestres intervinieron en nuestra evolución en primer lugar.

Prometeo absorbe parte de los aspectos lovecraftianos de los Mitos de Cthulhu con la teoría de los antiguos astronautas en su catálogo de influencias. Pero la mirada de Lovecraft finalmente predomina en la película de Ridley Scott: los Ingenieros han realizado experimentos genéticos con nosotros; y esa certeza se revela lenta y parcialmente en Prometeo, tanto a la expedición de científicos como ante la audiencia, lo que genera una comprensión incipiente de cuán equivocados estaban Shaw y Holloway en su interpretación de las pinturas rupestres como invitaciones benignas (ver: El libro de Azathoth: ¿los pactos de sangre son una muestra de ADN para los Antiguos?).

Al llegar al destino indicado en los mapas, la tripulación es informada, a través de un holograma del supuestamente fallecido Peter Weyland (Guy Pearce), del mito griego de Prometeo, aquel titán que moldeó a los humanos de la arcilla, luego robó el fuego a los dioses para animar a su creación, y que por eso fue expulsado del Olimpo.

Pero hay un problema aquí.

Si los Ingenieros son análogos a los Titanes del mito, esto implicaría que existe una fuerza creativa mayor, aún desconocida, a la que se le ha robado el fuego de la creación, tal vez seres extraños tan poderosos e incomprensibles como Azathoth, Nyarlathotep y Yog-Sothoth.

La declaración de Weyland es ambigua. No esclarece quién está interpretando a Prometeo, que para Lovecraft significaría la total y absoluta convicción de la futilidad de las aspiraciones humanas. Ese es el final del camino del conocimiento, descubrir que no somos nada.

La única gratificación que nos queda, por cierto, miserable, es que ni siquiera los Ingenieros son inmunes a este proceso. También ellos son hormigas a los ojos de otras razas superiores.

En conclusión: Prometeo explora una versión nihilista del posthumanismo, fusionado con el horror cósmico de Lovecraft. El resultado de la película nos revela un universo indiferente, en donde los valores humanos, e incluso la humanidad misma, es pulverizada por una inconcebible diferencia de escala con nuestros creadores (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)

En definitiva, para los Ingenieros somos apenas sujetos experimentales, en el mejor de los casos, u obstáculos para ser exterminados. Además, su biotecnología expone las limitaciones de la ciencia humana, ya que el exudado negro que se encuentra en sus instalaciones, esta especie de Black Goo (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción), invoca la Tercera Ley de Arthur C. Clarke: Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Lo único en Prometeo que parece confirmar que no todo el conocimiento humano es vano, es la creencia de que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. De hecho, somos bastante parecidos a los Ingenieros, sin embargo, también esta creencia es desafiada por la muerte de estos seres, lo que demuestra que también ellos son vulnerables.

Prometeo y En las montañas de la locura tienen muchos puntos en común: la película rechaza las expectativas humanas de un plan divino, antropocéntrico. En cambio, presenta a los seres humanos como el producto del creacionismo de los Ingenieros; un experimento científico que tal vez no ha salido del todo bien, o que simplemente forma parte de un proceso continuo. En las montañas de la locura provee un escenario similar, donde la raza humana es el subproducto de un accidentado experimento biológico que tiene pocas consecuencias para los Antiguos.

En ambos casos, es el azar, y no la gracia divina, lo que nos arrojó a la existencia.




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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