Borges vs. Lovecraft: dos miradas desde el Laberinto.
Vaya uno a saber qué efecto cognitivo nos hace reparar en las diferencias y no tanto en las semejanzas, o peor todavía, asignarles mayor importancia a unas que a otras [ver: Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión]
Claro, H.P. Lovecraft escribía en revistas pulp acerca de seres bulbosos, amorfos, cuando no directamente gelatinosos, mientras que el escritor argentino Jorge Luis Borges prefería los espejos, los tigres, los laberintos (¡Dios, no hay un solo probóscide en todo el edificio borgeano!). Sin embargo, las semejanzas entre ambos son mucho más fuertes que sus diferencias (ver: Lovecraft: el placer culposo de Borges).
Aquí no nos detendremos en las diferencias, que por cierto constituyen un matiz estético, y acaso superficial. Borges escribía mejor que Lovecraft, infinitamente mejor, y pensaba con una claridad casi tan estremecedora como los tentáculos de Cthulhu. No obstante, hay un sorprendente número de paralelos entre las historias de Borges y Lovecraft, cuestiones fundamentales, de fondo, subterráneas, que los unen inseparablemente aun a pesar de sus diferencias de estilo y recursos narrativos e intelectuales.
Borges y Lovecraft no comparten cuestiones banales. Coinciden en asuntos importantes como la naturaleza del Universo (infinito e incomprensible), del Tiempo (no lineal), de los Espejos (aborrecibles debido a la costumbre de duplicarnos), y la de Dios (ausente o indiferente a la humanidad) [ver: Borges y el horror cósmico en «La Biblioteca de Babel»]
Alguien podría objetar aquí que esos vínculos son demasiado abstractos. Y lo son, al menos en apariencia. Porque es en el acercamiento que tanto Borges como Lovecraft realizan sobre esos motivos donde podemos encontrar algunos parecidos asombrosos.
Hay que decir también que, además de una sincronía de intereses metafísicos, existía una conciencia profesional, en este caso, unidireccional. Borges estaba al tanto de Lovecraft, lo suficiente como para incorporarlo a una de sus frecuentes paradojas. Por un lado, describe al maestro de Providence como un autor que apenas merece atención; por el otro, le dedicó un relato a su memoria: There are more things (Hay más cosas).
Lovecraft también era afín a este tipo de ironías. Su supuesto antisemitismo era tal que se enamoró y contrajo matrimonio con una mujer judía: Sonia Greene.
Es improbable que podamos trazar una línea directa que conduzca desde Lovecraft a Borges, pero sí entre ciertos motivos, ciertos patrones, que despertaron el interés de ambos.
Tanto Borges como Lovecraft detestan la idea del Yo freudiano (ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu), donde los aspectos de una persona pueden cambiar con el tiempo pero su identidad sigue siendo única. Borges y Lovecraft se ven seducidos por una visión ligada tangencialmente al budismo, y principalmente al pensamiento de Schöpenhauer, una visión en la que todos los seres, todo lo que hay en el universo básicamente, está interconectado.
Las geometrías inusuales, los espacios imposibles, son elementos que abundan en las obras de Lovecraft y Borges. La biblioteca de Babel bien podría haber estado situada en algún rincón no euclidiano de Las montañas de la locura. Si ajustamos aun más la lupa, veremos que ambos autores utilizan las mismas estrategias de desorientación espacial, y una interpretación similar de esos espacios fantásticos, a menudo conducentes a la locura.
En la antología de 1975: El libro de la arena, Jorge Luis Borges publicó una historia llamada There are more things, que dedicó a la memoria de H.P. Lovecraft, donde narra un encuentro con un ser interdimensional en una casa muy extraña en términos arquitectónicos. Esto parece motivo suficiente para el elogio, pero Borges, en el epílogo, se refiere a Lovecraft como un parodista involuntario de Poe. Esta ambivalencia explica bastante bien los sentimientos de Borges hacia Lovecraft: el estilo del maestro de Providence le parecía infantil, y vanidoso, pero no las imágenes y dispositivos que utilizaba en sus historias.
Si bien el emparejamiento entre ambos es tan improbable como injusto, lo cierto es que Borges y Lovecraft centraron buena parte de sus ficciones en conceptos abstractos, y los dos estaban obsesionados con la posibilidad de retratar la desorientación espacial y temporal del ser humano en un universo completamente irracional.
El principal dispositivo que utilizaron para lograr ese objetivo es el uso simbólico del Laberinto.
Esta representación inusual, casi metafísica, se diría, del espacio y el tiempo, escapa a cualquier interpretación visual realista. Lo fantástico en Borges y Lovecraft es una cuestión de arquitectura, de infinito, pero también de perspectiva (ver: Borges, el Infinito, y la Teoría de Cuerdas); de ahí que ambos autores sean virtualmente intraducibles al lenguaje cinematográfico.
Después de todo, ¿cómo se puede representar visualmente las geometrías y los espacios imposibles creados por estos dos maestros?
A menudo las mismas preocupaciones conducen a los mismos problemas. Si Borges y Lovecraft estaban interesados en temas similares, es probable que se hayan enfrentado a los mismos problemas a la hora de representarlos. En efecto, uno de los problemas de la pluralidad del Yo es que los cuerpos no tienen demasiada importancia dentro de ese esquema. Son vehículos temporales, banales, que pueden intercambiarse, multiplicarse o eliminarse por completo (ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror).
El Yo que conocemos —eso que usted conoce como Borges— carece de toda importancia a escala universal. Por eso, el Yo borgeano y lovecraftiano está sujeto a una interrelación demencial con todo lo demás. Toda existencia está vinculada a otra. A gran escala, no hay un individuo. Un ser es todos los seres, en todo momento, y en todos los lugares (ver: ¿El Tiempo es lo que evita que todo suceda a la vez?).
En este contexto, no hay margen para la caridad o el asesinato en los universos de Borges y Lovecraft, justamente porque no hay un otro para ser caritativo, o para asesinar.
Para llegar a este punto, Borges y Lovecraft deconstruyen las sucesivas barreras que la realidad pone ante a nuestros ojos. Podemos resumir estas barreras, o fronteras, en tres motivos principales:
1- El límite entre el sueño y la realidad.
2- La imposibilidad inherente en la representación del Yo.
3- La persistencia de ese Yo plural en el tiempo (ver: Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos)
A través de estas singularidades, Borges y Lovecraft deconstruyen el concepto de realidad y avanzan hacia una visión completamente nueva.
Si la vigilia es la realidad, y el sueño la ilusión, es una cuestión de debate desde hace milenios. Borges lo pone en estos términos: Soñé que era una mariposa. ¿Estoy despierto o soy una mariposa que ahora sueña que soy un humano? (ver: El sueño de Chuang Tzu: Borges, el tiempo y las mariposas). La idea es elegante, pero parte de la presunción de una reación binaria entre ambos estados, siendo uno de ellos real, la vigilia, y el otro ilusorio, el sueño (ver: El relato de Borges que se anticipó a la física cuántica).
Lovecraft le escapa a la metafísica, e imagina que la frontera entre los sueños y la vigilia es un espacio semifísico que se puede cruzar a través de la voluntad y el conocimiento arcano, a menudo a través de libros prohibidos como el Necronomicón, que dicho sea de paso, Borges incluyó en el catálogo de la Biblioteca Nacional simplemente para embromar a los curiosos (ver: Borges y la misteriosa copia del «Necronomicón» en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires).
Mediante la obtención clandestina de ese saber arcano, los protagonistas lovecraftianos eliminan la oposición binaria entre sueño y realidad. Estos dos estados no son mutuamente excluyentes. El filósofo puede ser al mismo tiempo un filósofo como una mariposa.
Estas situaciones explícitas, tanto en Lovecraft como en Borges, le abren la puerta a toda clase de posibilidades insospechadas, muchas de ellas aterradoras, y que bien podríamos incluir en el Cosmicismo (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos). Si uno es muchos, al mismo tiempo, si no hay diferencias realmente, a los ojos de Dios todos los hombres que leen a Shakespeare son Shakespeare, Homero es infinito, y por lo tanto, también nada.
Personalmente veo una dificultad en atribuirles a Borges y a Lovecraft esa mirada budista al concepto de interrelación que ambos usan a menudo. Hay un problema fundamental con esta analogía.
En el budismo, con el reconocimiento de la ilusión del Yo viene la comprensión y la paz. Este reconocimiento generalmente aparece después de toda una vida de estudio, reflexión y meditación. Para los personajes de Borges y Lovecraft, sin embargo, el reconocimiento se parece más a una revelación, a un martillazo en la quijada, para el cual nadie está preparado realmente.
H.P. Lovecraft y Jorge Luis Borges desbaratan la idea del ser en términos de individuo único. Y lo hacen de forma maravillosa, interrumpiendo el flujo del tiempo, alterando la conformación del espacio, borrando la frontera entre el sueño y la realidad.
Ese territorio incierto, quizás, conduce a la salida del Laberinto, cuya periferia está justo en el centro.
Taller Gótico. I Autores con historia.
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3 comentarios:
¡Qué buen artículo!
Hola sebastian,sobre el tema lovfcraft y cine,podrias hacer un articulo sobre la pelicula el color que cayo del cielo,la vi y me parecio una adaptacion muy buena y hacertada del original,desde ya gracias.
Todavía no la vi, Luis, pero de todos modos tomo nota de la sugerencia. Saludos.
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