Por qué Borges le tenía miedo a los espejos.
Los espejos —y los tigres, los laberintos, los sueños— son elementos frecuentes en la obra de Jorge Luis Borges. A menudo se los asume como emblemas de un estilo, de una forma de entender a la metafísica como una de las formas más acabadas de la literatura fantástica. Sin embargo, los espejos eran para Borges algo más que un recurso literario.
Los odiaba.
Y les temía.
Este evidente rechazo de Borges por los espejos se inició en la infancia. Con los años fue pasando por tantas capas de racionalización que aquel temor atávico, primordial, terminó envuelto en sus brillantes explicaciones de orden metafísico:
Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. Su infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía.
En resumen, esta es la elaborada descripción del miedo que sentía el Borges niño ante los espejos, sobre todo al caer la noche, donde uno nunca sabe realmente si en la oscuridad nos siguen repitiendo.
Borges se permite una pequeña infidencia al respecto:
Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de la guarda era el de no soñar con espejos.
Y luego añade un dato que resume la esencia borgeana:
Yo sé que también los vigilaba.
El hecho es que Borges le tenía miedo a los espejos. Pero, ¿por qué? El miedo a la oscuridad es frecuente en la infancia, también a los monstruos debajo de la cama, y a un sinfín de criaturas que lo llevan a uno en una bolsa de arpillera y lo alejan de su madre, ¿pero a los espejos? ¿Quién le tiene miedo a los espejos. ¿Y por qué?
Durante una conferencia de 1971 el propio Borges aclara el origen de sus temores:
Cuando era niño tenía en mi habitación tres grandes espejos que me inspiraban gran miedo, porque a la tenue luz del cuarto me veía tres veces y temía mucho el pensamiento de que quizá esas tres formas pudieran comenzar a moverse por sí mismas.
En Los espejos se versifica sobre esta cuestión:
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.
Es decir que el miedo de Borges a los espejos es una síntesis de su verdadero temor al desdoblamiento, es decir, al Doble, al Doppëlganger, a la inquietante posibilidad de que nuestro reflejo en el espejo pueda moverse con descarada autonomía; o peor aún, a que sea el Otro, el Doble, el original, y nosotros la mísera réplica.
El Doble abunda en los relatos de Borges. Es, sin dudas, el gran tema de su obra narrativa; pero los espejos, bueno, los espejos se repiten constantemente en sus poemas, como si se tratara de un sueño recurrente.
Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos.
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos.
Algunos versos más adelante, Borges retrocede en esa incipiente confesión y afirma desconocer el origen de sus miedos:
Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
Lo cierto es que los espejos, básicamente el medio por el cual el Doble, el Otro, que bien puede ser el original o la réplica, se pone de manifiesto, le salvaron la vida a Borges en 1934.
El el cuento: El Otro, un Borges ya anciano se encuentra en el banco de una plaza con un Borges adolescente. El joven, naturalmente, es escéptico en relación a la supuesta identidad de su interlocutor. Ese sería el primer encuentro de Borges con el Doble; un encuentro inocente, por cierto, que busca manifestar sus obsesiones acerca del tiempo.
Pocos años después llegaría la reunión más importante.
En el cuento: 25 de agosto, 1983, el Borges de 1960 llega al hotel Las Delicias, de Adrogué. Al registrarse descubre que su firma aún está fresca. En el cuarto se encuentra con un Borges más viejo, el de 1983, la fecha que el autor había elegido para su suicidio.
El Borges más joven, de sesenta y un años, constata al entrar al cuarto que el Borges de 1983 ya ha ingerido una dosis letal de veneno. El relato justifica el desdoblamiento como parte del último sueño agónico del Borges que se ha suicidado.
Los amigos del autor temían a esa fecha, el 25 de agosto de 1983. Algunos, de hecho, estaban preocupados con la posibilidad de que Borges pudiese poner en práctica su relato. Pero lo cierto es que, muchos años antes, el Doble que se repite en los espejos ya le había salvado la vida.
Fue el 24 de agosto de 1934, la fecha de su cumpleaños número 35. Borges compró un revólver, una botella de ginebra, y se registró en un hotel de Adrogué. Tiempo después confesó a sus amigos que no tuvo el valor suficiente para quitarse la vida; pero en realidad fue el espejo que había en la habitación, que en vez de duplicar el llanto frustrado del autor, su rostro desfigurado, le devolvió la imagen de un cadáver sobre la cama, el que impidió que la tragedia se consumara.
Después de todo, verse en ciertos espejos puede producir miedo, pero un miedo previsible, presente en el aquí y ahora. Mayor inquietud causan los espejos que reflejan el pasado, el futuro, o las decisiones desacertadas de nuestro Doble en algún otro universo.
Taller literario. I Autores con historia.
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2 comentarios:
Buena informacion, hace poco relei El Aleph de Borges, y estoy buscando otros de sus cuentos que aun no he leido.
Muy buen post interesantisimo.Era muy comun en algunos filmes de espias de los 60's poner a la victimas en un cuadro con espejos de pared a pared en el piso y en el techo castigo que agregado a algun alucinogeno se convertia en insoportable.
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