Cuando las cosas que deberían arrastrarse aprenden a caminar: análisis de «El Ceremonial»


Cuando las cosas que deberían arrastrarse aprenden a caminar: análisis de «El Ceremonial».




Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: El Ceremonial (The Festival) —a veces traducido al español como El festival o La festividad—, escrito en octubre de 1923 y publicado originalmente en la edición de enero de 1925 de la revista Weird Tales. Luego sería reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).

El narrador de la historia está lejos de casa, acercándose al pueblo al que los escritos de su familia lo llaman para un festival que se celebra una vez cada siglo. Se llama Yuletide, y es una fiesta más antigua que la Navidad; de hecho, es más antigua que la humanidad misma.

La familia de nuestro narrador también es antigua. Vinieron de América del Sur hace mucho tiempo, y lograron conservar algunos rituales cuyos misterios nadie [con vida] comprende. El narrador llega a Kingsport, una ciudad de Nueva Inglaterra con su iglesia en lo alto de una colina. Cuatro de sus parientes fueron ahorcados allí, acusados de brujería en 1692, pero no sabe dónde están enterrados. La ciudad está en silencio, sin los sonidos de alegría que uno esperaría en la víspera de Navidad. Sin embargo, el narrador está equipado con mapas y sabe adónde ir. Camina. En Arkham le han informado sobre un supuesto tranvía que circula por allí, pero no hay cables a la vista.

Eventualmente encuentra la casa. Tiene miedo, y este empeora cuando nadie responde a su llamada, hasta que aparece un anciano en bata. Es mudo, pero lleva una tablilla de cera en la que escribe un saludo. El anciano lo invita a pasar a una habitación iluminada con velas. Una anciana da vueltas junto a la chimenea. No hay fuego y parece húmedo. Un asiento de respaldo alto está frente a las ventanas; parece ocupado aunque el narrador no está seguro. El miedo no se disipa, menos aún cuando se da cuenta de que los ojos del hombre no se mueven y su piel parece de cera. ¿Es una mascara? El hombre mudo escribe que deben esperar y lo sienta junto a una mesa con una pila de libros.

Es una colección impresionante. Esoterismo de los siglos XVI y XVII, además del Saducismus Triumphatus de Joseph Glanvill; Dæmonolatreiæ Libri Tres [«Demonolatría en tres libros»] de Remigius [Nicolás Remy], y Maravillas de la ciencia (Marvells of Science) de Morryster [esta obra es una creación de Ambrose Bierce. Aparece en El hombre y la serpiente (The Man and the Snake)]. El narrador también encuentra una copia del «innombrable Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred, en la traducción latina prohibida de Olaus Wormius». Nunca ha leído este libro prohibido, pero ha oído cosas terribles sobre él. Lo hojea y queda absorto en una leyenda «demasiado inquietante para la cordura o la conciencia». Oye cerrarse la ventana junto al banco y un zumbido extraño. A las 11, el anciano lo lleva afuera. Figuras encapuchadas salen silenciosamente de todas las puertas y avanzan por las calles.

La gente del pueblo se une en una procesión espeluznante. Algo no está bien en su andar silencioso y tambaleante, y en su presencia menos que material. Sus extremidades y torsos parecen anormalmente carnosos. Nadie habla ni muestra su rostro mientras se dirigen a la iglesia en la colina. La estrella Aldebarán [en árabe, «el seguidor»] brilla sobre el campanario. El detalle es exquisito. Esta no es una estrella de Belén que lleva a los fieles al lugar sagrado. Toda la escena es como una anti-Navidad.

El narrador se queda atrás. Al volverse, antes de entrar, se estremece: no hay huellas en la nieve, ni siquiera las suyas. Sigue a la multitud hacia las bóvedas debajo de la iglesia, descendiendo por una escalera escondida en una tumba. Los pasos de los que van adelante no resuenan. Salen a una caverna profunda que brilla con una luz pálida.

Alguien está tocando una «flauta quejumbrosa», y un ancho río «aceitoso» fluye junto a una orilla «fungosa». Una columna de llamas verdosas y enfermizas ilumina la escena. La multitud se reúne alrededor y realiza el Rito de Yule, «más viejo que el hombre y destinado a sobrevivirlo». Hay algo amorfo más allá de la luz, tocando la flauta. Se oye un aleteo. El anciano se para junto a la llama, sosteniendo el Necronomicón, y la multitud se arrastra. Nuestro narrador hace lo mismo, aunque está enfermo y asustado.

Ante una señal, la música de la flauta cambia. De la oscuridad sale una horda de cosas aladas, formas que son una mezcla cuervos, topos, hormigas, murciélagos, buitres.... y seres humanos descompuestos, «algo que no puedo ni debo recordar» [estos seres híbridos anticipan varias de las entidades subsidiarias de los Mitos]. Los celebrantes los agarran y los montan, uno por uno, y se van volando sobre el río subterráneo.

El narrador se queda atrás hasta que solo quedan él y el anciano. El hombre escribe en su tablilla que él es el verdadero diputado de sus antepasados, y que los misterios más secretos aún están por revelarse. Para probarlo muestra un anillo con un sello y un reloj, ambos con los símbolos de la familia. El narrador reconoce el reloj de los documentos familiares; fue enterrado con su tatarabuelo en 1698.

El anciano se quita la capucha y revela su parecido familiar, pero el narrador ahora está seguro de que es solo una máscara. Los híbridos alados se inquietan. Cuando el anciano se acerca para estabilizar uno, se quita la máscara y lo que el narrador ve hace que se arroje gritando al río putrefacto.

En el hospital le cuentan que lo encontraron medio congelado en el puerto. Las huellas muestran que se equivocó de camino a Kingsport y se cayó por un precipicio. Afuera, solo uno de cada cinco techos parece antiguo, y los automóviles y los tranvías circulan por una ciudad perfectamente moderna. Está horrorizado al saber que el hospital está en la colina central, donde una vez estuvo la antigua iglesia.

Lo envían a Saint Mary's, en Arkham, donde puede consultar el Necronomicón de la Universidad de Miskatonic [esta copia será central en El Horror de Dunwich (The Dunwich Horror)]. El capítulo que recuerda haber leído es, de hecho, real. Dónde lo leyó es mejor olvidarlo. Sin embargo, está dispuesto a citar un párrafo de Abdul Alhazred:


[«Donde se entierra a un mago, su cuerpo engrasa e instruye al gusano que roe, hasta que de la corrupción brota una vida horrible, y los abúlicos carroñeros de la tierra se vuelven astutos, se hinchan monstruosamente para plagarla. Grandes agujeros se cavan secretamente donde deberían bastar los poros de la tierra, y las cosas que deberían arrastrarse aprenden a caminar.»]


El Ceremonial es una de las historias de Lovecraft sobre cosas extrañas y desagradables viviendo [o existiendo] debajo de la superficie [ver: Lovecraft y los mundos subterráneos]. Al final se revela el gérmen de esa vida subterránea: los ancestros del narrador, todos brujos, han alimentado a los gusanos con sus propios cadáveres, otorgándoles una existencia aborrecible que continúa con sus tradiciones, o mejor dicho, una parodia de sus tradiciones arcanas.

No es ilícito sugerir que Lovecraft está explorando la idea de cómo ciertas tradiciones, que alguna vez fueron orgullosas, ahora se llevan a cabo de forma degenerada por aquellos que no son dignos de ellas. En otras palabras, Lovecraft está preocupado de que otras personas se apoderen de las tradiciones de sus antepasados, pero tal vez Nueva Inglaterra sea para el Imperio Romano lo que los gusanos impíos son para los casi olvidados ritos familiares de nuestro narrador.

La cita que abre El Ceremonial sugiere que Lovecraft sabía con qué estaba jugando:


[«Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.»]


Literalmente significa: «Los demonios hacen que hasta lo que no existe se presente a los ojos de los hombres como si existiera»; es decir, los demonios tienen la habilidad de hacer que veamos cosas que no existen, como si existieran. Aparentemente es una frase de Lactancio, pero la cita directa es de Cotton Mather [Magnalia Christi Americana], quien a su vez citaba a su padre, Increase Mather, que utilizó la frase de Lactancio como epigrama para su libro Casos de conciencia (Cases of Conscience). Los Mather ni siquiera registran a Lactancio; creyeron que se trataba de una paráfrasis del Daemonolatreia. Las palabras de Lactancio se fueron transformando y degradando tanto como los cuerpos de los ancestros del narrador.

Se suele hablar con suficiencia sobre los prejuicios raciales de Lovecraft [que son reales] pero muy poco de historias como El Ceremonial, donde ocurre todo lo contrario [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]. Aquí tenemos a un protagonista que es miembro de una minoría, aunque los orígenes sudamericanos del narrador se olvidan durante el resto de la historia. Se supone que este es un origen exótico, pero Lovecraft lo expresa de un modo extrañemente poético [«gente oscura y furtiva de los opiáceos jardines de orquídeas del sur»]. Por otro lado, este trasfondo no tiene ningún impacto en la historia, probablemente porque el narrador no juega ningún papel importante, excepto registrar lo que sucede. Sus motivaciones no coinciden con sus supuestos antecedentes, y rápidamente se transforma en un protagonista estándar que huye de lo extraño porque... bueno, porque es extraño.

Quizás estamos siendo un poco injustos aquí. Se nos informa que el «pueblo oscuro y furtivo» del cual desciende el narrador aprendió la lengua [inglesa] de los «pescadores de ojos azules». No estoy seguro de que esta «gente oscura [y furtiva, sobre todo eso]» provenga de alguna región en particular. Suenan más como habitantes de las Tierras del Sueño, o quizás de alguna ignota isla del Pacífico. En cualquier caso, el narrador es un extranjero en Nueva Inglaterra, pobre y solitario, y aunque no es un académico, sabe leer latín; lo cual insinúa una buena educación [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]

También está familiarizado con los nombres de tomos esotéricos, lo que muestra un interés previo por el ocultismo y el esoterismo. Es decir, Lovecraft le otorga al narrador algunos conocimientos indispensables para que la historia fluya, pero no la suficiente erudición como para permitirle reconocer al flautista amorfo en las catacumbas con Azathoth, como sin dudas lo haría cualquier erudito realmente versado en la tradición arcana [ver: El libro de Azathoth]

Creo que es justo darle un respiro al flaco de Providence. El Ceremonial fue escrito en 1923, solo tres años después de que Lovecraft conectara las «flautas quejumbrosas» con Nyarlathotep en la historia del mismo nombre; así que es posible que aún no se haya corrido la voz.

En cualquier caso, aquí encontramos a un Servidor de los Dioses Exteriores [Servitor of the Outer Gods], una criatura parecida a un sapo o lagarto con varios tentáculos que lleva una flauta. Los Servidores proporcionan la música en la corte de Azathoth, pero pueden volver a la tierra si se toca una flauta especial en la noche de Walpurgis, la víspera del solsticio de verano [o Halloween]. La música de un Servidor tiene el poder de convocar a otros seres de los Mitos de Cthulhu, haciéndolos aún más peligrosos.

La historia se desarrolla en Kingsport, una ciudad al norte de Salem y Arkham en la costa de Massachusetts, que es una representación casi onírica de la ciudad de Marblehead [ver: ¡Vamos a Arkham!]. Se trata de una ciudad atípica en el País de Lovecraft [y que posee ciertos resabios de Hawthorne]. Arkham, Dunwich e Innsmouth son ciudades con personalidades bien definidas. Cada una evoca en la mente del lector un sabor particular de misterio. Pero, ¿qué hay en Kingsport? Allí vive el Anciano Terrible; también encontramos la Casa Alta entre la Niebla; y hasta Ephraim Waite [El Ser en el Umbral] va a la escuela allí.

En El Ceremonial tenemos la versión subterránea de Kingsport, o quizás una versión paralela de la ciudad, dominada por gusanos devoradores de magos. No es que estos universos paralelos sean incompatibles, pero Kingsport parece más surrealista que otras ciudades lovecraftiana. No hay forma de predecir lo que sucederá en ninguna de las historias que se desarrollan allí.

Como dice el epígrafe de Lactancio, los demonios son astutos. Nos hacen ver cosas que no existen. Pero, ¿qué tal si en realidad proyectan cosas que sí existen, solo que no en nuestra realidad? En este sentido, no hay forma de saber si el narrador realmente vivió esta experiencia aterradora, o bien esta le fue proyectada o impresa en su mente, sin haber llegado nunca a Kingsport, como se le sugiere en el hospital. Según la evidencia de huellas en la nieve, se detuvo en Orange Point, a la vista de la antigua ciudad de sus antepasados, para luego lanzarse desde los acantilados hacia el puerto. La Kingsport que ve es un espejismo, un espejismo que retrocede en el tiempo hasta el siglo XVII [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

Pero tenemos otra opción, una que se repite frecuentemente en los cuentos de Lovecraft. Podemos creerle a los médicos y aceptar que el narrador sufrió un brote psicótico. Un caso de locura momentánea, nada para preocuparse demasiado. Por otro lado, ¿qué médico recetaría la lectura del Necronomicón para recuperar la cordura? Además, solo porque la experiencia tuvo lugar en la mente del narrador, o a través de alguna forma de proyección astral, no significa que no fuera real.

Kingsport tiene su propia identidad. Mientras que Innsmouth es un pueblo de pescadores, Kingsport es una ciudad portuaria y, por lo tanto, actúa como un umbral. Está fuertemente ligada a las Tierras del Sueño [Dreamlands], y muchas de sus historias involucran a viajeros solitarios que se establecen allí pero tienen conexiones con «otro lugar», ya sea en el plano físico, al otro lado del mar, o fuera de nuestro mundo. La frase que abre El Ceremonial es alusiva en este sentido:


[«Estaba lejos de casa, y el hechizo del mar del este estaba sobre mí».]


Hace años que reseñamos y analizamos los cuentos de Lovecraft en El Espejo Gótico, y siempre me sucede algo curioso: lo más aterrador de cada historia siempre termina siendo irrelevante para el argumento. El pasaje de El Ceremonial donde el narrador espera en el salón de la casa de sus antepasados es uno de los más espeluznantes de toda la ficción del flaco de Providence. Allí encontramos al hombre de la máscara de cera, la anciana con la capucha que nunca deja de dar vueltas, quien sea [o lo que sea] que está sentado en el banco frente a las ventanas, sin ser visto ni escuchado por el narrador, pero sí sentido como una especie de presencia ominosa; eso que sale zumbando por las ventanas, son elementos sumamente inquietantes que generan una atmósfera de absoluta desconfianza del entorno. Incluso a M.R. James le hubiese costado rivalizar con la destreza de Lovecraft en este punto.

La naturaleza corrupta de estos gusanos engordados con la carne corrupta de brujos muertos es insinuada con una meticulosa elección de palabras [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]. Estos seres con estómagos «anormalmente pulposos» se «deslizan», «rezuman», se «retuercen». Más oblicuas son las referencias a la descomposición, la humedad, la corrupción, los hongos, los líquenes y las enfermedades. Pudo haber estado loco, pero una vez más Alhazred tuvo razón. Estos brujos, antepasados del narrador, han sobrevivido a la muerte «instruyendo al mismo gusano que roe», es decir, transfiriendo la mente y la voluntad a gusanos e hinchándolos hasta alcanzar el tamaño de un hombre.

Pero los gusanos son solo el comienzo de los horrores de El Ceremonial. También está el flautista amorfo que se pierde de vista... y donde hay un flautista amorfo tocando una melodía monótona debe haber algún Servidor de los Dioses Exteriores...

El motivo central de El Ceremonial, expresado magistralmente en El Extraño (The Outsider), puede resumirse en los siguientes términos: nos hemos encontrado con el enemigo, y somos nosotros mismos. Lovecraft es consciente de que El Ceremonial contiene todos sus miedos. Esta es realmente la ascendencia del narrador; estos son sus antepasados; esta es su herencia; nada de eso se niega. Los espíritus que han engordado a los gusanos son los ancestros del narrador, que siguen haciendo lo que siempre han hecho [ver Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos]

¿Y cuál es el rito, realmente? ¿Cuál es el ceremonial? Los acólitos leen un libro prohibido; arrojan ofrendas vegetales al agua, y no mucho más. No hay ningún indicio de sacrificio humano. De hecho, no hay razón para que el narrador suponga que está en peligro. Los celebrantes, aunque de aspecto un poco demacrado, no le ofrecen otra cosa que hospitalidad y reconocimiento. Lo demás corre por cuenta de sus prejuicios.

El narrador de El Ceremonial no logra enfrentar lo que es parte de sí mismo, lo cual es bastante trágico. Por eso Lovecraft es grande. Siempre se pone el acento en su evidente odio al Otro, pero también reconoce [a veces inconscientemente] que el Otro es ilusorio, y en las poquísimas ocasiones en que sus narradores superan la repugnancia, el asco y el miedo de comprender al Otro Ilusorio como parte de sí mismos, resulta que al final no es tan malo.

De otro modo es difícil conciliar los diferentes antecedentes que Lovecraft nos da sobre el narrador: orígenes sudamericanos, escudo de armas familiar, múltiples parientes ahorcados durante los juicios de Salem, profundo conocimiento de la tradición oculta europea... algunas piezas parecen encajar, pero no emerge ninguna imagen sólida. Tal vez estamos en algún tipo de historia alternativa donde los antecedentes del narrador sí tienen sentido.

El Ceremonial, cuya escena escena culminante ocurre debajo de una iglesia centenaria, expresa de forma bastante directa el eje de uno de los libros que más interesaron a Lovecraft en este período: El culto de la brujería en Europa Occidental (The Witch Cult in Western Europe) de Margaret Murray. El flaco de Providence utiliza este edificio cristiano como una fachada para rituales de procedencia mucho más antigua. De hecho, cuando la procesión desciende catatónicamente «por una trampilla de las bóvedas que bostezó repugnantemente abierta justo antes del púlpito» podemos ver una relación con Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls), donde el descenso físico a las profundidades simboliza un descenso hacia el pasado arcaico, así como una sugerencia de la superficialidad de los ritos cristianos, construidos a partir de festivales muy primitivos, con raíces en la prehistoria [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhuw.


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