Detectives de lo oculto en la literatura pulp.
Detectives paranormales, cazadores de fantasmas, policías psíquicos, investigadores del más allá; todos ellos participan de un arquetipo literario con más tradición que lectores: los detectives de lo oculto.
Si bien la influencia de los detectives de lo oculto tanto en la literatura y como en el cine de terror fue decisiva, con el tiempo fueron perdiendo parte de su esencia y, en cierta forma, desluciéndose frente a otros detectives literarios.
El verdadero detective de lo oculto se reconoce por su especialidad, esto es: la capacidad para resolver fenómenos paranormales a través de un gran conocimiento del ocultismo, esoterismo, la parapsicología y todo lo relacionado con lo sobrenatural. No necesariamente posee poderes psíquicos aunque algunos de ellos pueden jactarse de cultivar esos talentos.
Originalmente aparecieron como investigadores de lo inexplicable pero poco a poco fueron asumiendo ciertos rasgos detectivescos que facilitaban la creación de una atmósfera de tensión. No es casualidad que el auge de popularidad de los detectives de lo oculto coincida con las pesquisas racionalistas de investigadores como Sherlock Holmes, heredero de C. Auguste Dupin, de E.A. Poe, fuertemente atravesados por el racionalismo.
A propósito de este personaje clásico del relato policial, Arthur Conan Doyle siempre se mostró abiertamente interesado en el ocultismo aunque su mayor creación, Sherlock Holmes, jamás se ocupó de investigar un solo caso sobrenatural.
El verdadero caldo de cultivo para los detectives de lo oculto fue la sociedad victoriana que los forjó, obsesionada con lo paranormal, el espiritismo, los mediums, los levitadores como Daniel Dunglas Home, las sociedades esotéricas como la Golden Dawn y casos periodísticos impactantes como el de las hermanas Fox.
Este enorme interés en lo paranormal difiere del actual, donde estos asuntos se toman con mayor grado de escepticismo por el público en general. Por aquel entonces, desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, lo paranormal era un terreno fértil para toda clase de especulaciones pseudocientíficas. La gente leía con voracidad los artículos periodísticos sobre el tema, de modo que su asimilación por parte de la literatura fantástica fue una consecuencia natural y hasta lógica en términos comerciales.
En este contexto de interés científico (y pseudocientífico) los detectives de lo oculto siempre eran investidos con algún doctorado, nunca con oficios dudosos como espiritualistas o psíquicos; quizá porque los primeros casos que investigaron se apoyaban en la idea de que las manifestaciones psíquicas no necesariamente procedían de los muertos y que sus causas bien podían ser naturales aunque desconocidas para la ciencia.
Uno de los primeros ejemplos de detectives de lo oculto es el doctor Martin Hesselius, de Sheridan Le Fanu, cuyas historias publicadas en 1872 relataban las aventuras recordadas de un respetable profesional totalmente obsesionado con lo macabro.
Otro profesional de la ciencia obsesionado con lo sobrenatural apareció en Historias del diario de un doctor (Stories from the Diary of a Doctor, 1894), de la autora L.T. Meade y Clifford Halifax, aunque la mayoría de los misterios indagados terminen siendo episodios más bien bizarros que al final encuentran una explicación racional.
También a L.T. Meade, esta vez en colaboración con Eustace Robert Barton, le debemos el primer investigador psíquico en dedicarse a desenmascarar fraudes de médiums y espiritistas en general. Su nombre es John Bell y sus historias aparecieron en la antología de 1897: Un amo de los misterios (A Master of Mysteries).
En términos de género, es decir, un especialista que es convocado para investigar un caso sobrenatural, el primer detective de lo oculto fue Flaxman Low, de E. y H. Heron —seudónimos de Kate O'Brien Ryall Prichard y Hesketh Hesketh-Prichard, curiosamente, madre e hijo—, cuyas historias luego serían agrupadas en dos antologías: Historias reales de fantasmas (Real Ghost Stories) y Flaxman Low: detective psíquico (Flaxman Low: Psychic Detective).
Lo novedoso de las historias de Flaxman Low consistía en que eran presentadas como casos reales en revistas pulp. En algunos casos, los relatos iban acompañados por imágenes tomadas por supuestos fotógrafos enviados por la propia revista al lugar de los hechos, generalmente una casa embrujada.
El éxito de Flaxman Low desató una epidemia de imitadores, dando inicio a la edad dorada de los detectives de lo oculto.
El siguiente salto de calidad en el género corresponde a Algernon Blackwood y su detective psíquico John Silence.
La calidad de los relatos paranormales de John Silence es innegable, sin embargo, su fama trascendió el ámbito del pulp gracias a una genial jugada publicitaria. Por primera vez se imprimieron carteles en tamaño real, desde luego, retratando a John Silence, y se los colocó en estaciones de trenes o paradas de autobuses, lo cual se tradujo en un increíble éxito de ventas.
John Silence, también doctor, pasó décadas realizando una especie de entrenamiento de campo en el conocimiento de lo oculto. En este sentido, se trata de un alter ego del propio Algernon Blackwood, sujeto genial pero también obsesionado con el ocultismo y ciertas prácticas esotéricas clandestinas; entre ellas, las organizadas en la Orden del Alba Dorada, donde asistían hombres siniestros de la talla de Aleister Crowley, dicho sea de paso, también autor de un detective de lo oculto: Simon Iff.
Si bien las historias de John Silence se enmarcan en la ficción, la idea original de Algernon Blackwood era publicarlas como una serie de ensayos sobre distintas afecciones psíquicas reales. A pesar del tremendo éxito de ventas, el autor decidió rechazar la continuidad de los relatos, dejando un espacio vacío que recién empezaría a llenarse de la mano de otro gran maestro de lo macabro.
Algernon Blackwood no fue el único en traducir sus propias investigaciones esotéricas en relatos detectivescos. Damon Vane, creado por Elliott O'Donnell en 1922, también funciona como un alter ego del autor y su afición por cazar fantasmas. Algo similar ocurre con el doctor Taverner, creado por la ocultista Dion Fortune, de vasta bibliografía sobre asuntos paranormales.
Eveleigh Nash, editora de Algernon Blackwood, convocó al autor William Hope Hodgson para sustituir las aventuras de John Silence. Su creación, Thomas Carnacki, no ya un doctor sino un investigador que utiliza modernos instrumentos científicos, fue el encargado de liderar el género. Sus historias, publicadas entre 1910 y 1912, luego fueron agrupadas en la colección: Carnacki: el cazador de fantasmas (Carnacki the Ghost-Finder).
El tremendo éxito de Carnacki, curiosamente, derivó en una mutación del género que determinaría el fin de un ciclo. Si bien la mayoría de las revistas pulp tenían su propia serie de detectives de lo oculto, el oficio lentamente fue desluciéndose hacia un subgénero todavía en pañales.
Entre 1912 y 1934 aparecieron los híbridos detectivescos; es decir, investigadores que se adentraban en lo sobrenatural pero no a través del conocimiento teórico sino de poderes psíquicos reales, del uso de la astrología, la magia, el ocultismo; en ciertos casos mezclados con la psicología.
Las historias de J.U. Giesy, publicadas en El detector de lo oculto (The Occult Detector, 1912), se inscriben en este subgénero que pronto acaparó un buen número de seguidores. Los casos investigados difieren de los típicos ejemplos del detective de lo oculto: aquí, en vez de luchar contra apariciones aisladas o casas embrujadas, el psíquico normalmente batallaba contra fuerzas de mayor antigüedad y envergadura, tales como demonios o vampiros.
Sax Rohmer, creador de Fu Manchu, diseñó un personaje genial pero que fue absorbido por la enorme cantidad de material del período. Su nombre era Moris Klaw, y su habilidad consistía en poder resolver prácticamente cualquier misterio durmiendo en la escena del crimen y luego soñando la solución.
Las historias de Moris Klaw, de Sax Rohmer, empezaron a aparecer en 1913 y luego sería publicadas en la antología: El detective de los sueños (The Dream-Detective), verdadera joya del género.
Otras series igualmente interesantes son las del clarividente Aylmer Vance, de Alice y Claude Askew; y Norton Vyse, de Champion de Crespigny.
Las mujeres también tuvieron su espacio dentro de los detectives de lo oculto. Si bien es cierto que los ejemplos no abundan, hay algunos que vale la pena mencionar por su enorme creatividad.
La primera detective de lo oculto apareció en 1919. Su nombre era Shiela Crerar, de la escritora Ella Scrymsour, y su vida literaria fue corta pero agitada. En 1920 la sucedió Luna Bartendale, de Jessie Douglas Kerruish, especializada en resolver casos relacionados con criaturas mitológicas, especialmente hombres lobo.
Durante la postguerra muchos detectives de lo oculto empezaron a trabajar para los servicios de inteligencia. Un caso notable es el del doctor Arnold Rhymer, investigador psíquico creado por Uel Key, especie de espía psíquico que luchaba contra los nigromantes empleados por los alemanes después de la Primera Guerra Mundial.
Esta proliferación de personajes, la mayoría de los cuales giraban alrededor del mismo eje argumental, fue agotando paulatinamente el género en Europa a mediados de los años '20; sin embargo, en los Estados Unidos se le dio una vuelva de tuerca muy interesante.
Las historias de Jules de Grandin, por ejemplo, del autor Seabury Quinn, causaron un gran impacto en revistas como Weird Tales. No todos sus relatos tienen que ver estrictamente con lo sobrenatural sino más bien con una violencia tan inusitada que hacía pensar en la intervención de entidades diabólicas. A la ilustradora Margaret Brundage le debemos las cubiertas más picantes de Weird Tales a propósito de las aventuras de Jules de Grandin.
La mítica Weird Tales también fue el hogar de John Thunstone, de Manly Wade Wellman, un detective de lo oculto que solo investiga casos en donde aparecen criaturas insólitas de los bestiarios medievales. Su saga comenzó en 1943 con historias prácticamente olvidadas, muchas de ellas reeditadas años después, como Más allá de los sueños (What Dreams May Come) y La escuela de la oscuridad (The School of Darkness).
Hasta el propio H.P. Lovecraft escribió un relato sobre detectives de lo oculto: La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter), donde un investigador, Warren, se introduce en una antigua tumba y es capturado por las criaturas inmemoriales que allí habitan.
Si hablamos de tipos bizarros no podemos dejar afuera a Gregory George Gordon Green, también conocido como Gees, de E. Charles Vivian. Por un lado se trata de un investigador común y corriente pero con la rara habilidad de introducirse en misterios atravesados por lo macabro.
Ya en la última oleada de detectives de lo oculto se encuentran Miles Pennoyer, de Margery Lawrence, reina del espiritismo pulp; Lucius Leffing, de Joseph Payne Brennan; y Solar Pons, de August Derleth.
Si bien John Constantine es, por definición, tal vez el último detective de lo oculto con éxito, en las largas décadas de abstinencia que nos separan de la edad de oro de este tipo de historias apareció un personaje que, paradójicamente, se convirtió en uno de los investigadores más famosos pero también en el menos reconocido del género.
Hablamos del sacerdote Damian Karras, protagonista de El exorcista (The Exorcist), de William Peter Blatty.
Si bien no se trata de un detective en términos formales, es un investigador que estudia un caso sobrenatural, analiza sus posibilidades lógicas, luego las descarta, y finalmente se enfrenta a la causa de esas manifestaciones; rasgos que definen a este género fantástico deformado y reintegrado en infinitas posibilidades.
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3 comentarios:
Me gusta gusta mucho esta fusión de géneros, suelen ser interesantes personajes.
Buen artículo, conciso, directo y con varios exponentes que desconocía y tomaré en cuenta para estudiarlos en mis tiempos de ocio.
Muy buen artículo que me sitúa por orden de importancia a los que ya he leído y a los que me quedan por leer.
Muchas gracias por esta preciada información. Este blog es un lujo para nosotros los lectores.
Un saludo.
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