«Alethia Phrikodes»: H. P. Lovecraft; poema y análisis.


«Alethia Phrikodes»: H. P. Lovecraft; poema y análisis.




Alethia Phrikodes (Alethia Phrikodes) —también publicado como Aletheia Phrikodes— es un poema de horror cósmico del escritor norteamericano H. P. Lovecraft (1890-1937), publicado originalmente en la edición de julio de 1952 de la revista Weird Tales.

Alethia Phrikodes, uno de los mejores poemas de Lovecraft, es parte de la pieza de 1916: La pesadilla del Poe-ta: una fábula (The Poe-et's Nightmare: A Fable), publicado en la edición de julio de 1918 de la revista The Vagrant, y luego reeditado por Arkham House en la colección de 1949: Algo sobre gatos y otras piezas (Something About Cats and Other Pieces).


Cosas vagas, invisibles, sin forma y sin nombre,
se empujaban unas a otras en el hirviente vacío que se abría,
caótico, hacia un mar de horror mudo, lleno de pensamientos retorcidos.


La pesadilla del Poe-ta, del cual Aletheia Phrikodes es la sección central, es uno de los poemas más largos de Lovecraft, y quizás es el más ambicioso. Narra la historia de Lúculo Lánguido [Lucullus Languish], un «estudiante de los cielos» pero también un «conocedor de bocados raros y pasteles de carne picada», que tiene una extraña pesadilla luego de una indigestión. Aletheia Phrikodes es esa pesadilla, cuyo título griego significa «la espantosa verdad».

Lúculo [aparentemente de manera incorórea] es llevado por el cosmos y lo que parecen ser otras dimensiones, por un guía espiritual anónimo, quien le muestra la insignificancia de la humanidad dentro de los confines ilimitados del espacio y el tiempo [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

Alethia Phrikodes es una obra importante para los Mitos de Cthulhu [aunque no forme parte del canon], pero sobre todo para el Horror Cósmico en general, ya que se trata de la primera pieza de Lovecraft en enunciar el Cosmicismo, anterior a sus primeros relatos sobre el tema, como Dagón [ver: El despertar del Dios-Pez: análisis de «Dagón»]. Tratándose de un poema temprano [1916], el Flaco de Providence luego se mostraría insatisfecho con él, creyendo que el marco rimado le quitaba valor al mensaje central.

El poema comienza con otro de los tantos epígrafes en latín de Lovecraft: Omnia risus et omnis pulvis et omna nihil, que puede traducirse como «Todo es risa, todo es polvo, todo es nada»; una expresión que parece nihilista pero en realidad intenta expresar la indiferencia del universo hacia el ser humano. Es un aperitivo de lo que veremos en Alethia Phrikodes, donde la humanidad, desde la perspectiva del Guía, es una raza de «ácaros» sin ninguna importancia. Por otro lado, La pesadilla del Poe-ta aclara que se trata de «una fábula», de modo que el epígrafe en latín anticipa la moraleja final a la manera de las fábulas de Esopo.

La pesadilla del Poe-ta es evidentemente un homenaje a Edgar Allan Poe, y uno muy ingenioso, pero el verdadero Lovecraft aflora en la sección central del poema: Alethia Phrikodes, donde nuestro protagonista, Lúculo, es transportado en un sueño a una visión del universo donde la humanidad es un grano de arena en la inmensidad habitada por cosas indudablemente vivas [a su manera] pero definitivamente inhumanas. Lovecraft no lo menciona específicamente, pero el Guía, en contexto y de acuerdo a su temperamento, parece ser Yog-Sothoth. Este ser oficia de guía pero también de torturador psicológico de Lúculo, burlándose de él y de las limitaciones de su cerebro humano mientras lo anima a dar un paso hacia adelante, hacia una «Verdad» que quizás le cueste la vida, al menos en la esfera humana. En A través de las Puertas de la Llave de Plata (Through the Gates of the Silver Key), Yog-Sothoth aparece con el nombre dado en el Necronomicón [Umr at-Tawil], quien le ofrece a Randolph Carter la oportunidad de sumergirse en el cosmos y percibir su verdadera naturaleza, que podría ser fatal. Esta es la misma dinámica entre el Guía y Lúculo en Alethia Phrikodes. [ver: La crisis de la mediana edad de Randolph Carter]

Alethia Phrikodes, con su enunciación del Cosmicismo, establece varias cuestiones sin referirse a ellas directamente. En primer lugar, la humanidad no es la creación de un Dios benévolo, sino un producto azaroso, sin sentido. Pero incluso esto es simplemente la reacción humana ante la inmensidad de los universos y dimensiones y seres que, desde nuestra pobre perspectiva, son tan colosales como incognoscibles, porque lo cierto es que en toda la obra de Lovecraft, incluido Alethia Phrikodes, estas vastas inteligencias que aseguran que la humanidad es una mierda insignificante parecen sentirse irritados por nuestra existencia. En otras palabras: si estos seres fuesen realmente indiferentes, nunca sabríamos nada de ellos. Sin embargo, buscan activamente destruir a la raza humana. Si esto es maldad, no se puede cuantificar, y eso la hace más aterradora, pero definitivamente hay interés en nosotros, no indiferencia.

En Alethia Phrikodes no se percibe tanto la disposición de Lovecraft a burlarse de sí mismo, pero sí en la historia de fondo de Lúculo desarrollada en La pesadilla del Poe-ta: un empleado de una tienda de comestibles propenso a comer en exceso, tener sueños alucinantes y leer «demasiado» a Edgar Allan Poe [¿existe tal cosa?]. En otras palabras, Lúculo es Lovecraft, y su temprana enunciación del Cosmicismo [la Tierra y sus habitantes son intrascendentes para las fuerzas que habitan el vasto universo] es la de un joven autor dado a los sueños extravagantes, la lectura obsesiva de E.A. Poe y problemas estomacales. En este contexto satírico aparece Alethia Phrikodes, un poema dentro de un poema [o un sueño dentro de un sueño], donde el tono de La pesadilla del Poe-ta cambia radicalmente:


Muy cerca, una gruta bostezante en la ladera
respira desde las profundidades un aire opaco y húmedo
que chamusca las hojas de ciertos árboles raquíticos,
arañando la oscuridad espectral con ramas malignas.


A partir de aquí el poema se convierte en una obertura del tipo de paisajes ominosos y extraterrenos que aparecerán con frecuencia en historias posteriores de Lovecraft [ver: Lovecraft y sus paisajes]. Lúculo sueña tiene una visión del caos primordial, con formas familiares y desconocidas mezclándose y disolviéndose en la oscuridad. Describe una fosforescencia que se extiende [y que recuerda al Color]. Siente que su alma se separa de su cuerpo, o, más bien, que le es arrancada por una fuerza exterior, y luego es atraída hacia el espacio para experimentar una vista panorámica del universo:


Como en una noche sin luna, la Vía Láctea
en sólido brillo muestra sus innumerables orbes
a los débiles ojos terrestres, cada orbe un sol;
así resplandecía la perspectiva en mi alma maravillada;
un universo lleno de lentejuelas, rico en gemas centelleantes.
Sin embargo, cada una es un poderoso universo de soles.


Aquí Lúculo se encuentra con una presencia, una voz:


Pero, mientras miraba, sentí la voz de un espíritu
en un discurso didáctico, aunque no era una voz,
excepto por estar cargada de pensamiento.
Me hizo notar que todos los universos, a mi modo de ver,
no formaban sino un átomo en el infinito;
cuyos alcances atraviesan los reinos cargados de éter de calor y luz,
extendiéndose a campos lejanos donde florecen mundos invisibles y vagos,
llenos de extraña sabiduría y siniestra vida.


El Guía le revela entonces el paso de los eones, y Lúculo experimenta una visión de la tierra desde la perspectiva de uno de estos seres superiores:


Entonces volví mis cavilaciones hacia aquella mota de polvo
sobre la que se levantó mi forma corpórea;
esa mota, nacida sólo un segundo, que debe morir
en un breve segundo más; esa tierra frágil; ese crudo experimento;
ese azar cósmico que sostiene a nuestra orgullosa
y aspirante raza de ácaros,
a quienes la ignorancia adorna con vacía pompa
y mal instruye con dignidad especiosa; esos ácaros que,
razonando más que advertir, se jactan de sí mismos
como la obra principal de la Naturaleza,


Lúculo, que observa nuestro planeta desde la perspectiva de la Voz, ni siquiera compara a la humanidad con las hormigas, sino con algo aún más pequeño, los ácaros. La Voz [«Él»] ahora es llamada «mi guía celestial», y juzga a estos ácaros:


Y mientras me esforzaba por ver la esfera de sal,
perdida en vórtices etéreos,
pensé que mi alma, sintonizada con el infinito,
se negaba a vislumbrar aquella pobre plaga atómica;
ese accidente mal nacido del espacio;
ese globo de insignificancia, sobre el cual
(mi guía celestial me dijo) no mora la virtud empírea,
sino que se engendran las groseras corrupciones
de la enfermedad divina; las enconadas dolencias del infinito;
la materia morbosa por sí misma llamada hombre:
esa materia (dijo mi guía) que a menudo irrumpe
en el amplio tejido de la Creación,
para molestar por un breve instante,
antes de que la muerte cure la enfermedad que su nacimiento provocó.


Desde la perspectiva del Guía, Lúculo se siente «asqueado» por la humanidad, y aparta la vista. Pero, volvamos por un momento a este «guía celestial». ¿Por qué se toma la molestia de poner al soñador y a toda la humanidad en el lugar intrascendente que, según él, les corresponde? Su discurso suena menos al de una entidad infinitamente superior que al de un puritano que busca condenar la vanidad humana.

En Alethia Phrikodes, el Cosmicismo asume una personificación sospechosamente humana [el Guía] que reitera la tradicional noción calvinista de la omnipotencia de Dios, y por lo tanto su incomprensibilidad, así como de la inmensidad de Su creación; solo que en vez de un Creador benévolo tenemos al Caos, en vez de una humanidad creada con un propósito tenemos a una raza molesta, azarosa y pasajera. Al final del poema [dentro de un poema], se hace referencia al «guía celestial» como un «espíritu»; quien le ofrece al soñador-poeta mostrarle la Verdad que está buscando [por ser poeta], pero Lúculo se despierta de su pesadilla, grita, y decide dejar la poesía, ¡incluso jura no leer más a Edgar Allan Poe!

Al terminar Alethia Phrikodes, el resto de La pesadilla del Poe-ta retorna a la ligereza de la primera sección. Es de día y Lúculo regresa a su vida cotidiana, aliviado de perderse en las preocupaciones de su existencia de ácaro. En los versos finales, Lovecraft insta a los jóvenes poetas a que mantengan sus trabajos mundanos [consejo que él mismo no seguiría] o se arriesgarán a tener pesadillas similares.

En términos psicológicos, subterráneos, Alethia Phrikodes es un poema sobre la desesperación y la falta de propósito de la vida humana, pero formulado en un contexto que termina celebrando la inmensidad del universo. Es un poema ideal para recomendar a los poetas depresivos que imitan a E.A. Poe escribiendo en un estilo tan morboso y sombrío como sea posible; es decir, omitiendo el contenido y basándose en las formas. Todas estas características apuntan a que Alethia Phrikodes originalmente tenía una intención paródica que se salió de control.

A simple vista, Alethia Phrikodes también es una sátira de Lovecraft sobre sí mismo, presentando una historia de encuadre [en verso ligero] sobre un poeta holgazán que ha leído demasiado a Edgar Allan Poe y tiene una pesadilla provocada por comer demasiado, y al despertar encuentra una nueva apreciación de las actividades mundanas, consiguiendo un trabajo normal [como el Flaco de Providence seguramente fue animado a buscar]. Sin embargo, esta historia de fondo más tarde sería rechazada por Lovecraft. Por eso le sugirió a R. H. Barlow que publicara únicamente Alethia Phrikodes, fuera del contexto de La pesadilla del Poe-ta, ya que este marco implica que el viaje cósmico de Lúculo fue solo un mal sueño.

Lúculo y su experiencia de disociación corporal, vagando por el cosmos como un espíritu incorpóreo, confrontado verdades trascendentes y espantosas, prefigura gran parte de la ficción posterior de Lovecraft. El tema de un personaje que toma conciencia de una dimensión diferente a través del sueño se repetiría varias veces [ej. Los sueños en la casa de la bruja, Más allá del muro del sueño]. La idea de un narrador yendo a alguna arboleda prohibida en busca de una verdad mística también es recurrente; así como la presencia de un guía cósmico que asume un rol didáctivo y hace añicos la visión del mundo del narrador con insinuaciones de verdades espantosas.




Alethia Phrikodes.
Alethia Phrikodes, H. P. Lovecraft (1890-1937)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Omnia risus et omnis pulvis et omna nihil.

Nubes demoníacas, inundadas en el abismo
del cielo silencioso, sofocaron la noche amenazante;
no llegaban los acostumbrados susurros del pantano,
ni la voz del viento otoñal a lo largo del páramo,
ni los murmullos de la arboleda insomne
cuyos negros recovecos nunca vieron el sol.
Dentro de esa arboleda yace un horrible hueco.
Medio desnudo de árboles; en el centro acecha
un estanque que nadie se atreve a sondear;
un tarn de rostro turbio.
(Aunque nada puede demostrar su color, desde la luz del día.
Asustado, evita las orillas sombreadas del bosque.)
Muy cerca, una gruta bostezante en la ladera
respira desde las profundidades no visitadas un aire opaco y húmedo
que chamusca las hojas de ciertos árboles raquíticos
que se yerguen, arañando la oscuridad espectral,
con ramas malignas. A este valle maldito
acuden criaturas del bosque, que rara vez se van:
una vez vi, sobre un altar de piedra desmoronado,
frente a la cueva, algo que no puedo describir claramente,
sin embargo, de un vistazo, huyó.
En este crepúsculo medito solo
en muchos mediodías cansados, olvidando el mundo
en su alegría bendecida por el sol.
Aquí aúllan de noche los hombres lobo, y las almas
de los que bien me conocieron en otros días.
Sin embargo, en esta noche la arboleda no me habló;
ni habló el pantano, ni el viento por el páramo.
No gimieron las ráfagas sobre los aleros solitarios
del montón desolado y embrujado en el que yacía.
Tenía miedo de dormir o de apagar la chispa del cirio
que ardía a baja temperatura junto a mí.
Tuve miedo cuando atravesé el espacio abovedado.
De la vieja torre, los tictacs del reloj se extinguieron
en un silencio tan profundo y frío
que mis dientes castañetearon, pero no emitieron ningún sonido.
Luego, la luz parpadeó y todo se disolvió,
dejándome flotando en el agarre infernal de la negrura corporal,
de cuyas alas batientes salían ráfagas macabras
de niebla cadavérica.
Cosas vagas, invisibles, sin forma y sin nombre
se empujaban unas a otras en el hirviente vacío que se abría,
caótico, hacia un mar de horror mudo, lleno de pensamientos retorcidos.
Todo esto lo sentí, y también los ojos burlones
del universo maldito sobre mi alma;
sin embargo, nada vi ni oí, hasta que brilló un rayo
de espeluznante brillo a través de los cielos podridos,
jugando en escenas que trabajé para no ver.
Pensé que el tarn sin nombre se había encendido por fin.
Formas reflejadas, reveladas en esas profundidades impactantes
que nunca antes se habían visto;
pensé desde fuera de la cueva en un tren demoníaco.
Sonriendo y sonriendo, tambaleándose en una derrota diabólica;
llevando en sus garras apestosas
una carga de carroña para un festín impío.
Pensé que los árboles atrofiados con brazos hambrientos
buscaban a tientas con avidez cosas que no me atrevo a nombrar;
mientras tanto, un hedor parecido a un espectro
llenó todo el valle, y habló una vida más grande,
incorpórea, odiosamente despierta en el lugar sensible.
Ahora brillaban el suelo, el lago, la cueva y los árboles.
Y formas en movimiento, y cosas de las que no se habla.
Con una fosforescencia como la que los hombres vislumbran
en los matorrales putrefactos del pantano
donde yacen los troncos en descomposición y reina la ranciedad.
Me pareció que una neblina de fuego cubría
con pliegues lucientes las características bien recordadas de la arboleda.
Mientras que el éter arremolinado transportaba
la materia caliente e inacabada de los mundos nacientes
aquí y allá a través de la infinidad de luz y oscuridad,
extrañamente interrumpidos; donde toda la eternidad tenía conciencia
sin el acostumbrado aspecto exterior de la vida.
De estas rápidas corrientes circulares era mi alma.
Libre de la carne, verdadera parte constitutiva;
no me sentí menos yo por falta de forma.
Luego se disipó la niebla, y sobre una escena
inconmensurable de escaleras, me quedé asombrado.
Solo en el espacio, vi una débil mancha de luz plateada,
marcando el estrecho que los mortales llaman ilimitado universo.
Por todos lados, cada uno como una pequeña estrella,
brillaron más creaciones, más vastas que la nuestra.
Y era rebosante de innumerables formas de vida;
aunque nosotros como vida no lo reconoceríamos,
atados como estamos a pensamientos terrenales de moldes humanos.
Como en una noche sin luna, la Vía Láctea
en sólido brillo muestra sus innumerables orbes
a los débiles ojos terrestres, cada orbe un sol;
así resplandecía la perspectiva en mi alma maravillada;
un universo lleno de lentejuelas, rico en gemas centelleantes.
Sin embargo, cada uno es un poderoso universo de soles.
Pero, mientras miraba, sentí la voz de un espíritu
en un discurso didáctico, aunque no era una voz,
excepto por estar cargada de pensamiento.
Me hizo notar que todos los universos, a mi modo de ver,
no formaban sino un átomo en el infinito;
cuyos alcances atraviesan los reinos cargados de éter de calor y luz,
extendiéndose a campos lejanos donde florecen mundos invisibles y vagos,
llenos de extraña sabiduría y siniestra vida,
y sin embargo, están más allá; a innumerables esferas de luz,
a esferas de oscuridad, a vacíos abismales
que conocen los pulsos de la fuerza desordenada.
Abrumado por estas cavilaciones, inspeccioné
la oleada de un ser ilimitado, pero no usé los ojos.
Porque el espíritu no se apoya en los puntales de los sentidos.
La presencia hinchó la fuerza de mi alma;
todas las cosas sabía, pero las sabía solo con la mente.
La vista infinita del tiempo ante mi pensamiento se extendía
con su vasto espectáculo de incesante cambio
y lucha sempiterna de fuerza y voluntad.
Vi las eras fluir en majestuosa corriente
más allá del surgimiento y la caída del universo y la vida.
Vi el nacimiento de soles y mundos, sus muertes;
su transmutación en límpida llama
su segundo nacimiento y su segunda muerte,
su curso perpetuo a través del vuelo sin fin de los eones.
Nunca lo mismo, pero nacido de nuevo para servir
al variado propósito de la omnipotencia.
Y, mientras miraba, supe que el espacio de cada segundo
era más grande que la vida útil de nuestro mundo.
Entonces volví mis cavilaciones hacia aquella mota de polvo
sobre la que se levantó mi forma corpórea;
esa mota, nacida sólo un segundo, que debe morir
en un breve segundo más; esa tierra frágil; ese crudo experimento;
ese azar cósmico que sostiene a nuestra orgullosa
y aspirante raza de ácaros,
a quienes la ignorancia adorna con vacía pompa
y mal instruye con dignidad especiosa; esos ácaros que,
razonando más que advertir, se jactan de sí mismos
como la obra principal de la Naturaleza,
y disfrutan en fatua fantasía del cuidado particular
de todo su poder místico y reinante.
Y mientras me esforzaba por ver la esfera de sal,
perdida en vórtices etéreos,
pensé que mi alma, sintonizada con el infinito,
se negaba a vislumbrar aquella pobre plaga atómica;
ese accidente mal nacido del espacio;
ese globo de insignificancia, sobre el cual
(mi guía celestial me dijo) no mora la virtud empírea,
sino que se engendran las groseras corrupciones
de la enfermedad divina; las enconadas dolencias del infinito;
la materia morbosa por sí misma llamada hombre:
esa materia (dijo mi guía) que a menudo irrumpe
en el amplio tejido de la Creación,
para molestar por un breve instante,
antes de que la muerte cure la enfermedad que su nacimiento provocó.
Asqueado, aparté mis pesados pensamientos.
Entonces habló el guía eterno con semblante burlón,
reprochándome por buscar la Verdad;
visitando en mi mente el desprecio abrasador
de la mente superior; riéndose del dolor
que desgarra la esencia vital de mi alma.
Me pareció que traía un recuerdo de la época
en que mis compañeros de la arboleda me desviaron
en soledad y oscuridad para meditar sobre cosas prohibidas,
y rasgar el velo de aparente bondad y belleza
que cubren la tragedia de la Verdad,
ayudando a la humanidad a olvidar su triste suerte.
Y levantando la esperanza donde la Verdad la aplastaría,
habló, y cesó, pensé que las llamas del cielo humeante
giraban en terribles tormentos; girando en torbellinos de poder rebelde,
pero siempre atado por leyes que no comprendí.
Ciclos y epiciclos de tal grosor que cada uno parecía un cosmos,
encandilaron mi mirada hasta convertirla en un salvaje resplandor fantasmal.
Entonces, a través de la fulgente ausencia de forma,
estalló una grieta de un brillo más puro, una vista suprema.
Más amplio que todo el vacío concebido por el hombre,
pero estrecho aquí. Un vistazo de los cielos más allá;
de extrañas creaciones tan remotas y grandiosas
que incluso mi guía asumió un tono de asombro.
Llevado en las alas de la inmensidad absoluta,
un toque de rritmo celestial llegó a mi alma;
estremeciéndome con más horror que alegría.
Nuevamente el espíritu se burló de mis dolores humanos.
Vituperándome por pensamientos presuntuosos;
sin embargo, cambiando ahora su semblante,
me pidió que escaneara la brecha cada vez mayor
que hendía las paredes del espacio;
Él me pidió que lo buscara.
Él me pidió que encontrara la Verdad buscada tanto tiempo;
Él me pidió que desafiara la Cosa indecible,
la Verdad final de la entidad en movimiento.
Todo esto me dijo, pero mi alma,
aferrándose a vivir, huyó sin objetivo ni conocimiento,
gritando en silencio a través de las profundidades farfullantes.


Omnia risus et omnis pulvis et omna nihil,

Demoniac clouds, up-plled m chasmy reach
Of soundless heaven, smothered the brooding night;
Nor came the wonted whisperings of the swamp,
Nor voice of autumn wind along the moor,
Nor muttered noises of the insomnious grove
Whose black recesses never saw the sun.
Within that grove a hideous hollow lies.
Half bare of trees; a pool in centre lurks
That none dares sound; a tarn of murky face.
(Though naught can prove its hue, since light of day.
Affrighted, shuns the forest-shadowed banks.)
Hard by, a yawning hillside grotto breathes
From deeps unvisited, a dull, dank air
That sears the leaves on certain stunted trees
Which stand about, clawing the spectral gloom
With evil boughs. To this accursed dell
Come woodland creatures, seldom to depart:
Once I beheld, upon a crumbling stone
Set altar-like before the cave, a thing
I saw not clearly, yet from glimpsing, fled.
In this half-dusk I meditate alone
At many a weary noontide, when without
A world forgets me in its sun-blest mirth.
Here howl by night the werewolves, and the souls
Of those that knew me well in other days.
Yet on this night the grove spake not to me;
Nor spake the swamp, nor wind along the moor.
Nor moaned the wind about the lonely eaves
Of the bleak, haunted pile wherein I lay.
I was afraid to sleep, or quench the spark
Of the low-burning taper by my couch.
I was afraid when through the vaulted space.
Of the old tower, the clock-ticks died away
Into a silence so profound and chill
That my teeth chattered, giving yet no sound.
Then flickered low the light, and all dissolved
Leaving me floating in the hellish grasp
Of bodied blackness, from whose beating wings
Came ghoulish blasts of charnel scented mist.
Things vague, unseen, un fashioned,, and unnamed
Jostled each other in the seething void
That gaped, chaotic, downward to a sea'
Of speechless' horror, foul with writhing thoughts.
All this I felt and felt the mocking eyes
Of the cursed universe upon my soul;
Yet naught I saw nor heard, till flashed a beam
Of lurid lustre through the rotting heavens.
Playing on scenes I laboured not to see.
Methought the nameless tarn, alight at last.
Reflected shapes, and more revealed within
Those shocking depths that ne’er were seen before;
Methought from out the cave a demon train.
Grinning and smirking, reeled in fiendish rout;
Bearing within their reekirig paws a load
Of carrion viands for an impious feast.
Methought the stunted trees with hungry arrns
Groped greedily for things I dare not name;
The while a stifling, wraith-like noisomenes.
Filled all the dale, and spoke a larger life
Of uncorporeal. hideousness awake
In the half-sentient wholeness of the spot.
Now glowed the ground, and tarn, and cave, and trees.
And moving forms, and things not spoken of.
With such a phosphorescence as men glimpse
In the putrescent thickets of the swamp
Where logs decaying lie, and rankness reigns.
Methought a fire-mist draped with lucent fold
The well-remembered features of the grove.
Whilst whirling ether bore in eddying streams
The hot, unfinished stuff of nascent worlds
Hither and thither through infinity
Of light and darkness, strangely intermised;
Wherein all eternity had consciousness,
Without the accustomed outward ape of life.
Of these swift circling currents was my soul.
Free from the flesh, a true constituent part;
Nor felt I less myself, for want of form.
Then cleared the mist, and o’er a stair-strown scene
Divine and measureless, I gaaed in awe.
Alone in space, I viewed a feeble fleck
Of silvern-light, marking the narrow ken
Which mortals call the boundless universe.
On every side, each as a tiny star.
Shone more creations, vaster than our own.
And teeming with unnumbered forms of life;
Though we as life would recognize it not.
Being bound to earthy thoughts of human moulds.
As on a moonless night the Milky Way
In solid sheen displays its countless orbs
To weak terrestrial eyes, each orb a sun;
So beamed the prospect on my wondering soul;
A spangled universe, rich with twinkling gems.
Yet each a mighty universe of suns.
But as I gazed, I sensed a spirit voice
In speech didactic, though no voice it was.
Save as it carried thought. It bade me mark-
That all the universes in my view
Formed but an atom in infinity;
Whose reaches pass the ether-laden realms
Of heat and light, extending to far fields
Where flourish worlds invisible and vague,
Filled with strange wisdom and uncanny life,
And yet beyond; to myriad spheres of light,
To spheres of darkness, to abysmal voids
That know the pulses of disordered force.
Big with these musings, I surveyed the surge
Of boundless being, yet I used not eyes.
For spirit leans not on the props of sense.
The docent presence swelled my strength of soul;
All things I knew, but knew with mind alone.
Time's endless vista spread before my thought
With its vast pageant of unceasing change
And sempiternal strife of force and will;
I saw the ages flow in stately stream
Past rise and fall of universe and life;
I saw the birth of suns and worlds, their death.
Their transmutation into limpid flame.
Their second birth and second death, their course
Perpetual through the aeons’ termless flight.
Never the same, yet born again to serve
The varying purpose of omnipotence.
And whilst I watched, I knew each second’s space
Was greater than the lifetime of our world.
Then turned my musings to that speck of dust
Whereon my form corporeal took its rise;
That speck, born but a second, which must die
In one brief second more; that fragile earth;
That crude experiment; that cosmic sport
Which holds our proud, aspiring race of mites
Whom ignorance in empty pomp adorns,
And misinstructs in specious dignity;
Those mites, who, reasoning outwarn, vaunt themselves
As the chief work of Nature, and enjoy
In fatuous fancy the particular care
Of all her mystic, super-regnant power.
And as I strove to vision the salt sphere
Which lurked, lost in ethereal vortices;
Methought my soul, tuned to the infinite,
Refused to glimpse that poor atomic blight;
That misbegotten accident of' space;
That globe of insignificance, whereupon
(My guide celestial told me) dwells no part
Of empyreal virtue, but where breeds
The coarse corruptions of 'divine disease;
The festering ailments of infinity;
The morbid matter by itself called man:
Such matter (said my guide) as oft breaks forth
On broad Creation’s fabric, to annoy
For a brief instant, ere assuaging death
Heal up the malady its birth provoked
Sickened, I turned my heavy-thoughts away.
Then spake the eternal guide with mocking mien,
Upbraiding me for searching after Truth;
Visiting on my mind the searing scorn
Of mind superior; laughing at the woe
Which rent the vital essence of my soul.
Methought he brought repiembrance of the time
When my fellows to the grove I strayed.
In solitude and dusk to meditate
On things forbidden, and to pierce the veil
Of seeming good and seeming beauteousness
That covers o’er the tragedy of Truth,
Helping mankind forget his sorry lot.
And raising hope where Truth would crush it down.
He spake, and he ceased, methought the flames
Of fuming Heaven revolved in torments dire;
Whirling in maelstroms of rebellious might,
Yet ever bound by laws I fathomed not.
Cycles, and epicycles of such girth
That each a cosmos seemed, dazzled my gaze
Till all a wild phantasmal glow became.
Now burst athwart the fulgent fonnlessness
A rift of purer sheen, a sight supernal,
Broader than all the void conceived by man,
Yet narrow here. A glimpse of heavens beyond;
Of weird creations so remote and great
That even my guide assumed a tone of awe.
Borne on the wings of stark immensity,
A touch of rhytm celestial reached my soul;
Thrilling me more with horror than with joy.
Again the spirit mocked my human pangs;
And deep reviling me for presumptuous thoughts;
Yet changing now his mien, he bade me scan
The widening rift that clave the walls of space;
He bade me search it for the ultimate;
He bade me find the Truth ! sought so long;
He bade me brave the unutterable Thing,
The final Truth of moving entity.
All this he bade —but my soul,
Clinging to live, fled without aim or knowledge.
Shrieking in silence through the gibbering deeps.


H. P. Lovecraft (1890-1937)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de H. P. Lovecraft.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de H. P. Lovecraft: Alethia Phrikodes (Alethia Phrikodes), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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