La Niebla carpenteriana: análisis de «El Cable Nocturno».
«Hay algo impío en estos trabajos nocturnos de operador de cable. Te sientas en el último piso de un rascacielos y escuchas los susurros de la civilización. Nueva York, Londres, Calcuta, Bombay, Singapur... eran mis vecinos cuando se apagaban las luces de la calle y el mundo dormía. Solo, en la quietud de la noche, entre las dos y las cuatro, los operadores abrían sus auriculares y las noticias llegaban. Fuegos, desastres y suicidios. Asesinatos, multitudes, catástrofes. Algunas veces un terremoto con una lista de muertos tan larga como un brazo»
Así comienza El Cable Nocturno (The Night Wire) de H. F. Arnold, publicado originalmente en la edición de septiembre de 1926 de la revista Weird Tales. El autor establece rápidamente que el Narrador está conectado con lo que pasa en el mundo, pero físicamente distante de él; incluso está trabajando en un marco de tiempo diferente del habitual: el turno noche. Su ubicación es deliberadamente aislada, elevado en un rascacielos por encima de la «civilización» que él escucha y registra, encerrado en una oficina, dormitando, trabajando casi en sueños.
El Cable Nocturno es una historia corta [casi como un cable], claustrofóbica, con un elenco de dos periodistas que trabajan en el turno de noche en el decimotercer piso de un rascacielos. La historia comienza cuando el operador de cable, John Morgan, recibe un cable de noticias de un pueblo desconocido, Xebico. La historia informa que la ciudad fue tragada por una extraña niebla.
H. F. Arnold utiliza con eficacia la relativamente nueva tecnología de la radio, aunque en este caso no se trata de transmisiones comerciales sino de servicios de noticias. El Narrador monitorea los cables nocturnos en una ciudad de la costa oeste de los Estados Unidos. Los cables son transmisiones internacionales, que luego serán transcritas y utilizadas por los periódicos. Tal vez por esto es una historia que resuena en nuestros tiempos, y sigue siendo impactante, porque presenta una especie de comunidad virtual.
Las noticias habituales son incendios, asesinatos, suicidios y catástrofes naturales. El Narrador trabaja con un sujeto llamado John Morgan, un «hombre-doble», en la jerga de los operadores, es decir, alguien que puede escuchar dos transmisiones y transcribir en dos máquinas de escribir simultáneamente, durante horas, sin cometer errores. Quizás como consecuencia de esta mecanización, Morgan carece de imaginación.
Una noche, Morgan se queja de estar cansado. Esta es la primera vez que el Narrador lo escucha decir eso. Morgan ha abierto un segundo cable, aunque no parece estar sucediendo nada significativo, y comienza a transcribir una serie de cables provenientes de la ciudad de Xebico. A las 7 P.M., hora de Xebico, una densa niebla comenzó a descender sobre la ciudad. Al parecer, la cerrazón comenzó en un cementerio, como si brotara de la tierra. Los informes sostienen que la niebla parece formar «fantasmas»: siluetas y figuras extrañas; y alguien asegura que se ve «algo» moviéndose en su interior. Se escuchan gritos de la gente de la zona. El sacristán de la iglesia pierde el conocimiento y es llevado a un hospital. Se envía un grupo de investigación a la niebla.
Llega otro cable. Morgan está inclinado hacia adelante, con la lámpara de su escritorio enfocada en su máquina de escribir. Escuchamos que la partida de hombres enviados a la niebla no ha regresado, y se ha enviado a un nuevo grupo. La cerrazón emite un hedor opresivo que recuerda al olor de los muertos. Las personas de Xebico se han agrupado en la iglesia local.
Se oyen extraños sonidos provenientes de la niebla. Algunos sostienen que es un silbido parecido al del viento, solo que no hay viento en la noche. El cable se corta abruptamente.
El Narrador, habituamente un hombre tranquilo, comienza a inquietarse; incluso se pregunta si está viendo un manto de niebla en las calles de abajo. Morgan ahora parece dormido, pero sus dedos siguen transcribiendo los mensajes. El siguiente cable de Xebico informa que ningún mensaje ha llegado al remitente durante veinte minutos. La oficina donde están el Narrador y Morgan ahora está aislada por la niebla.
Luego nos enteramos de los eventos desde el último cable. El segundo grupo enviado a investigar tampoco regresó. Gritos espantosos, inhumanos, salen de la niebla que se ha vuelto aún más pesada y opresiva. A diferencia de una niebla normal, «gira y se retuerce» en «contorsiones de una agonía casi humana». Sin embargo, el remitente también informa haber visto gente corriendo, gritando.
En este punto, H.F. Arnold eleva la historia a un nivel superior, la convierte en algo más que una historia previsible sobre una niebla asesina: poco a poco, la niebla se disipa, no como vapor, sino como algo vivo. Al lado de «cada figura que gime y llora» hay una silueta compañera «de tonos extraños y multicolores». Los hombres y las mujeres de Xebico están boca abajo. Han sido despojadas de sus ropas. Las «figuras de niebla» se arrodillan junto a ellos, los acarician. Las personas están siendo «consumidas» lentamente. Luego, una pared de «vapor caliente y humeante» oscurece la escena.
El tono «multicolor» de la niebla es un reflejo de luces extrañas en el cielo. Estas luces se vuelven «dolorosamente brillantes», se entretejen en patrones intrincados. Entonces el despachador del cable dice algo inquietante:
«No hay nada dañino en las luces. Irradian fuerza y simpatía, casi alegría. Pero, por su misma intensidad, duelen.»
El despachador dice que las luces parecen estar a millones de millas, pero la distancia se está cerrando. El brillo multicolor se describe como la «quintaesencia de la luz». La cerrazón se convierte en una «niebla enjoyada», y el despachador no puede ver las calles llenas de gente. El envío termina con el remitente: «envuelto en luz».
El Narrador ha estado de pie junto a Morgan mientras este último pone en papel todo esto. Al finalizar, las manos de Morgan caen a su lado, inertes. Está muerto. De hecho, lleva horas muerto. ¿Su «cerebro sensibilizado y sus dedos automáticos» continuaron registrando los cables después de haber muerto, o Morgan fue de algún modo poseído por la niebla?
El Narrador nos informa que no ha podido encontrar ningún lugar llamado «Xebico» en su atlas. También nos enteramos que el cablegrama de Morgan, que supuestamente estaba recibiendo el cable de Xebico, no ha sido activado en toda la noche. El Narrador nunca vuelve a trabajar en el turno de noche.
Hay muchísimos misterios sin explicar en El Cable Nocturno. ¿Es Xebico algún lugar fuera de la Tierra, pero con una improbable similitud con nuestro mundo? ¿Está en otra dimensión, en un universo paralelo? ¿La niebla se abrió paso desde Xebico [en otra dimensión o universo paralelo] hasta nuestro plano? ¿Son esas «figuras de niebla» tan benévolas como cree el despachador? ¿Estamos presenciando una especie de depredación extraterrestre? ¿Fue todo un elaborado engaño? ¿El cablegrama mató a Morgan? ¿Morgan, con su cerebro automatizado, se convirtió en receptor de un mensaje extradimensional? ¿Estaba siendo «preparado» [con su queja inicial de estar cansado] para recibir un mensaje psíquico, una transmisión radial de otra dimensión?
Hay indicios de que lo que sucede en Xebico es una especie de resurrección de los muertos. La niebla se ve primero «aferrándose a la tierra sobre las tumbas». ¿Las «figuras de niebla» son, entonces, muertos? No lo sabemos. Quizás sean una especie de doppelgängers, una versión transfigurada de las personas caídas. Es significativo que el Narrador describa a su compañero, John Morgan, como un individuo mecánico, automatizado, que carece de imaginación, básicamente una máquina, más que un humano. Su ausencia de imaginación indica que es improbable que Morgan haya inventado todo el asunto.
Hay una simplicidad maravillosa en El Cable Nocturno. Por un lado, tenemos el relato del Narrador, que es testigo de la hazaña laboral de John Morgan, utilizando dos máquinas de escribir para transcribir lo que escucha por dos canales. Por el otro, la historia que transcribe Morgan, los relatos frenéticos de Xebico, la niebla llena de figuras misteriosas y la gente que va desaparciendo en ella. Y entonces llegan «las luces».
Orson Welles reconoció el efecto cautivador de los informes radiales en su dramatización de La Guerra de los Mundos, también H.F. Arnold. El Narrador comenta que fue «casi con pavor que me acerqué a las pilas de copias que esperaban»; y nosotros sentimos lo mismo al leer su relato; no solo por el informe en sí, sino porque el corresponsal anónimo está transmitiendo vaya uno a saber si desde otra dimensión o universo alternativo. Además, H.F. Arnold urde capa tras capa de aislamiento: el turno de noche, el trabajo silencioso, en lo alto de un rascacielos, una comunidad encerrada en la niebla. Cualquiera que haya estado en medio de una cerrazón conoce esa sensación de desapego del mundo, la incertidumbre sobre lo que podrías encontrar.
Y luego sobreviene el desenlace, la revelación de que Xebico no existe y, aunque existiera, Morgan no podría haber tomado los mensajes porque lleva horas muerto.
El Cable Nocturno es un relato que siempre ha estado entre los favoritos de El Espejo Gótico, pero recién al analizarlo me doy cuenta de lo elegantemente construido que está, y de lo comprimidos que están sus detalles. Esto es pertinente por varios motivos. La economía de palabras es el arte de la telegrafía, lo que hace que la inusual extensión de los informes de Xebico establezca cuán grave es la situación. Cuanto más de cerca examinas la historia, más extraña se vuelve.
El Narrador intenta mantenerse distante y profesional, pero hay un instante maravilloso de vacilación cuando camina hacia la ventana:
«Soy un hombre calmado y nunca, en los últimos doce años que llevaba con los cables, me había excitado tanto. Pero igual me levanté de mi asiento y caminé hacia la ventana. Podía estar equivocado, pero, a lo lejos, en la ciudad, ¿estaba viendo un débil rastro de niebla?»
H.F. Arnold aprovecha el misterio de las comunicaciones radiales, de la telegrafía y los mensajes ominosos que pueden brotar del éter. El resultado es una historia extraordinaria, como si la niebla pudiera filtrarse en cualquier momento por los cables, hacia la oficina, o fuera de la página.
Antes de que el teléfono [y el teletipo] fueran de uso generalizado, muchos periódicos usaban los servicios de cables para mantenerse al tanto de lo que sucedía fuera de las áreas locales que cubrían sus reporteros. Estos cables se transmitían por telégrafo, en código Morse, pero con abreviaturas estandarizadas para los servicios de noticias. John Morgan parece haber sido el tipo de experto que podía escuchar código Morse y simultáneamente transcribir las noticias a medida llegaban, un talento para lo cual se requiere un alto grado de concentración. No podemos saber si Morgan era poco imaginativo, porque el Narrador solo lo ha visto trabajando, y para hacer ese trabajo necesitaba de toda su concentración.
Los eventos de Xebico poseen una dosis de surrealismo, insinúan algo de ciencia ficción detrás, pero el conjunto grita horror cósmico a los cuatro vientos. La Niebla realmente parece una cosa orgánica, que se espesa y disipa, emitiendo un hedor «que lleva consigo una sutil impresión de cosas muertas hace mucho tiempo». ¿Cuánto es «mucho tiempo»? Si el autor fuese Lovecraft, estaríamos deduciendo eones. Pero Xebico, sea cual sea su ubicación espacio-temporal, es contemporáneo a nuestro plano. Hay un sacristán, por ejemplo, y un corresponsal que transmite los cables. Sin embargo, el propio Xebico no aparece en el atlas. H.F. Arnold es tan meticuloso que el Narrador incluso se aleja un poco de los informes para que podamos tener tiempo recibir noticias del segundo grupo enviado a investigar la niebla.
«La niebla no es simplemente vapor, ¡vive! Al lado de cada humano hay una figura compañera, un aura de matices extraños y multicolores. ¡Cómo se adhieren las formas! ¡Cada una a un ser vivo! Los hombres y las mujeres están caídos. Boca abajo. Las figuras de niebla los acarician amorosamente. Están arrodilladas junto a ellos. Los cuerpos boca abajo han sido despojados de sus ropas. Están siendo consumidos, poco a poco. .. ¡Mira hacia arriba! ¡Mira hacia arriba! Todo el cielo está en llamas. Colores aún no vistos por el hombre. Las llamas se están moviendo; han comenzado a entremezclarse; los colores se están reorganizando. Son tan brillantes que mis ojos arden, están muy lejos.»
El Cable Nocturno comienza con algo simple y va construyendo algo inexplicable, algo demasiado grande, y lo hace rápido. H.F. Arnold podría haberse tomado más tiempo, pero la historia exigía un ritmo frenético. El resultado final, al menos para mí, es una sensación de impotencia, de dislocación espacio-temporal.
La muerte de Morgan se presagia al comienzo de la historia, donde se dice que no se siente del todo bien [«Creo que solo estoy un poco cansado»]. Por alguna razón, aunque indudablemente conectadas a sus aptitudes de concentración y desalojo de la mente consciente al trabajar, Morgan se conectó a otro lugar y tiempo. H.F. Arnold evita cuidadosamente que asociemos a Xebico con alguna región infernal, donde la gente purga periódicamente sus pecados con la irrupción de la niebla. ¿Está Morgan escuchando otro mundo al borde del colapso? No lo creo, hay un sacristán, una iglesia y un cementerio, elementos improbables en otra construcción social fuera de nuestro mundo. ¿Está simplemente registrando una variación de su propia situación espiritual?. El hecho de que Morgan haya estado muerto durante varias horas no anula la posibilidad de que todo el asunto se resuma a un derrame cerebral, e incluso a la Niebla como una entidad simbólica que va apagando las luces de su mente.
Xebico, por lo que sabemos, no existe en los mapas cuando fueron consultados por el Narrador, pero pudo haber existido hasta que llegó la Niebla. No estoy diciendo que H.F. Arnold haya previsto el Efecto Mandela, pero la insinuación está ahí. La decisión del autor de separar a su Narrador de la acción es acertada. Al igual que el Narrador, estamos indefensos, esperando sin aliento las actualizaciones del cable. Desconozco si Orson Welles leyó este relato, pero su transmisión radial de 1938 de La Guerra de los Mundos evoca el mismo estado de ánimo, el pánico, la confusión y el miedo que acompañan el ataque repentino de un enemigo desconocido: marcianos, en el caso de la historia de H.G. Wells, y Niebla, en el cuento de Arnold.
Ahora bien, ¿quién es este enemigo desconocido? Tampoco lo sabemos con certeza. Las figuras en la niebla parecen devorar a la gente, no en términos áuricos [digamos], sino físicos [«están siendo consumidos, poco a poco»]; mientras mientras las luces aparecen en el cielo, acaso anunciando la llegada de criaturas lejanas de la experiencia humana. En este sentido, es lógico que no sepamos nada sobre ellas, y que el despachador de los cables en Xebico no pueda proporcionarnos ninguna información concreta.
En cuanto a la Niebla, el operador de Chicago cree que todo fue un engaño, una especie de proto-creepypasta; pero el Narrador sugiere que los automatizados dedos de Morgan continuaron escribiendo incluso después de su muerte. ¿La Niebla se apoderó de él solo por transcribir las noticias de Xebico? Si esto es así, Xebico es apenas el comienzo. La Tierra misma podría estar condenada. Como nota positiva hay que decir que estas fuerzas tienen la delicadeza de inducir sensaciones agradables mientras nos devoran [«No hay nada dañino en las luces. Irradian fuerza y simpatía, casi alegría»]
No podemos asegurar que El Cable Nocturno haya tenido algún tipo de influencia en la película de John Carpenter: La Niebla (The Fog), pero parece plausible considerando el interés de Carpenter por el pulp y los homenajes explícitos que hace a Arthur Machen en la película [el señor Machen cuenta historias de fantasmas a los niños] y H. P. Lovecraft. A lo sumo, podemos mencionar algunas similitudes: La película también nos sitúa en la costa oeste de los Estados Unidos. No hay ningún operador de cable situado en lo alto de un rascacielos, pero sí una locutora de la emisora local [Stevie Wayne] que transmite desde un faro. La Niebla, en la película, tiene un origen sobrenatural pero terrenal: son espíritus vengativos del Elizabeth Dane que buscan saldar viejas deudas con la gente de Antonio Bay. Tanto la operadora radial en la película, como el operador de cable del cuento de H.F. Arnold, están en condiciones de transmitir un apocalipsis inminente que el público no podrá evitar.
De hecho, Stevie [la locutora en la película de Carpenter] ve un banco de niebla desde el faro y advierte a los habitantes del pueblo. Al darse cuenta de que su hijo corre peligro en casa, suplica a sus oyentes que vayan a salvarlo. Un grupo de sobrevivientes consigue salvar al hijo y corren a refugiarse en la iglesia, exactamente lo mismo que ocurre con los habitantes de Xebico ¿John Carpenter intenta replicar en La Niebla los sucesos ocurridos en Xebico? Probablemente no. De hecho, creo que H.F. Arnold y Carpenter simplemente abrevan en uno de los miedos más antiguos de la humanidad: la impotencia ante la naturaleza. Hay quien especula que los patrones climáticos son la fuente primaria del horror, la cual forjó nuestras prácticas religiosas más antiguas. La gente de Xebico y Antonio Bay buscan refugio en la iglesia del mismo modo en que nuestros ancestros intentaban en vano apaciguar a las fuerzas naturales a través de elaborados ritos.
De hecho, este tropo de gente agrupándose en algún sitio [supuestamente] seguro para resistir ante el ataque de fuerzas desconocidas, es tan común que ya no reparamos en él; solo en sus particularidades. En Los pájaros de Daphne du Maurier, un grupo de personas se refugia en un edificio ante el ataque exterior, lo mismo pasa en La Niebla de Stephen King, pero en una tienda de comestibles. Si tiramos un poco más de la soga encontraremos lo mismo en Beowulf, con la gente agrupándose en los salones del rey Hrothgar para resistir los asaltos nocturnos de Grendel. Es interesante ver cómo la civilización alteró el axioma natural: «correr o luchar», en «refugiarse o luchar». El Horror a menudo agrega una tercera opción: «correr, refugiarse o morir», pero a veces «refugiarse» y «correr» también equivalen a «morir». Uno nunca puede estar seguro, pero quizás lo mejor sea quedarse con los demás, espalda con espalda, junto al fuego.
En lo personal, prefiero las historias que contravienen la realidad de alguna manera fundamental, aquellas que intentan desorientarnos, más que inquietarnos. No me refiero a la presentación de una realidad completamente nueva, sino a la dislocación de la nuestra, y creo que El Cable Nocturno es un buen ejemplo de cómo fabricar esta desorientación o dislocación de la realidad. Cuando un buen autor logra esto [Borges, Lovecraft, Machen, Blackwood] tiene un poderoso impacto sobre el lector, porque de algún modo satisface nuestra propia insatisfacción e incertidumbre sobre la realidad. Desde luego, no hablo aquí solo de la realidad objetiva, es decir, aquella realidad con la que interactúa nuestra persona [la máscara que mostramos al mundo], sino la realidad objetiva a través de la subjetividad de nuestra existencia interior [sueños, fantasías, pulsiones, pensamiento mágico] que todos poseemos pero de la que renegamos en la faz pública. La buena ficción extraña nos obliga a confrontarnos.
En este sentido, la atmósfera espeluznante de El Cable Nocturno es menos importante para nuestra psique que la muerte de Morgan, sobre la cual no tenemos explicación, pero cuyas posibles variantes, todas, resultan particularmente amenazadoras: a] murió de muerte natural y, en su agonía, divagó los hechos ocurridos en Xebico. b] Realmente captó psíquicamente los hechos ocurridos en Xebico y estos le ocasionaron la muerte. c] Su mente fue desalojada [por causas naturales o por las figuras en la niebla] y sintonizada para recibir esta información; entre otras combinaciones similares. Morgan murió de una manera tan misteriosa que los lectores difícilmente pueden explicar qué sucedió realmente. Esto disloca la realidad.
El Cable Nocturno establece muchos tropos que han ganado familiaridad; en cierto modo, se han vuelto clásicos: una comunidad sitiada, un registro de los eventos, una invasión de seres ajenos a la experiencia humana, y la insinuación de un posible apocalipsis en un futuro cercano. La única diferencia que plantea H.F. Arnold es la forma en que tamiza estos tropos: situándonos desde un punto de vista donde la acción se transmite de segunda mano, o, mejor dicho, se retransmite. Estamos a merced de una serie de cables de noticias que terminan siendo las últimas comunicaciones salientes de un pueblo que no aparece en ningún mapa. ¿Qué es lo más aterrador aquí? ¿Los eventos ocurridos en Xebico o el hecho de que Xebico no exista en nuestra realidad?
Lo que H.F. Arnold hace aquí es muy interesante. En el sentido más estricto, no hay acción que tenga lugar en primer plano. Todo lo que sucede, en términos de acción real, es un Narrador que procede a leer una serie de cables de noticias en medio de la noche. Nuestra persona [nuestra máscara social y racional] puede sentirse satisfecha con este nivel superficial, e incluso explicar todo el asunto argumentando que Morgan quizás tuvo un accidente cerebrovascular y, en sus últimas horas, procedió a escribir automáticamente una pesadilla personal. Nuestra persona incluso puede intentar descifrar el simbolismo inherente en esta fantasía agónica: la Niebla que aparece y traga a Xebico representa el desastre que está causando en derrame en el cerebro de Morgan. Sin embargo, nuestro Yo en su conjunto, el público y el privado, incluso el Yo subterráneo, sobre el cual solo tenemos noticias [o cables] a través de los sueños, sabe que hay algo más aquí, a pesar de que la configuración superficial suene prometedora.
Sin salir de esta oficina de noticias, con un sujeto que simplemente está leyendo, H.F. Arnold disloca nuestra realidad desde el principio, cuando llegan los primeros informes sobre sucesos extraños en un cementerio. El incidente en sí mismo es un motivo gótico que ya era viejo cuando Bram Stoker escribió Drácula, pero H.F. Arnold le otorga legitimidad a través del formato más moderno de boletines informativos. Una vez que la realidad base es dislocada, todo lo que viene después fluye sin problemas, sin importar cuán extravagante suene. Afortunadamente, H.F. Arnold se detuvo allí, solo con la primera instancia de una presunción que luego se convertiría en el motivo del apocalipsis zombie; algo que, al menos en mi experiencia, no surgió durante la lectura de El Cable Nocturno, pero que está ahí: extrañas figuras en la niebla, que se levanta desde el cementerio, recorren las calles devorando a la gente «poco a poco».
Recuerdo haber discutido esta historia con amigos, y soportado algunas quejas sobre el final, que nunca he podido aceptar. El problema de discutir con escritores es esta tendencia a quedar encerrados en una cierta idea sobre hacia dónde podría ir una historia, no hacia dónde va. H.F. Arnold decidió un camino, y lo recorrió con elegancia. Pedirle otra cosa sin la ventaja de haber leído lo que él, por su ubicación temporal, nunca pudo haber leído, es como criticar a Harker por no haber reconocido de inmediato que Drácula era un vampiro. Es injusto medir a un autor de principios del siglo XX con los criterios actuales, sobre todo cuando tomó una dirección propia y jugó limpio con sus lectores.
La apertura de El Cable Nocturno insinúa cuestiones que resultan naturales para nosotros [globalización, interconectividad], pero que seguramente fueron motivo de inquietud para los lectores de la década de 1920. De hecho, H.F. Arnold realizó uno de los mejores ejercicios para predecir el tiempo futuro: escribió sobre el suyo. Y si bien hoy estamos más familiarizados con sitios web malditos y foros embrujados, todavía podemos sentir simpatía por alguien que se ve arrastrado a las profundidades de la locura por la tecnología, independientemente del equipo que esté usando. Los humanos somos el objetivo de estas entidades, y nuestra extensión, la tecnología, es el medio por el cual intentan llegar a nosotros, ya sea a través de un telégrafo o un archivo digital.
Taller gótico. I Universo Pulp.
Más literatura gótica:
- El «Drácula» de Coppola y las cloacas de Stoker.
- Danny Glick y los niños-vampiro de Stephen King.
- Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror.
- La tercera Ley de Clarke en la Tierra Media.
3 comentarios:
Creo que Morgan murió de alguna causa natural, expresando algún síntoma. Y al quedar su mente, vacía, algo se sintonizó con su cuerpo, usándola para transcribir algo.
Por lo que habría fuerzas en conflictos. Al menos dos, aquello que transcribe la historia y la niebla invasora.
¿Hay deseo en la niebla o en las formas que salen de la niebla? Por lo de hombres y mujeres, que están boca abajo. A los que se les ha quitado la ropa.
T u comentario es mucho más interesante que el propio cuento!!!
Es cierto. El detalle de la gente desnuda, acostada boca abajo, es desconcertante solo si pensamos que las figuras en la niebla son seres intelectual o espiritualmente superiores a nosotros.
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