Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia» de E.A. Poe


Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia» de E.A. Poe.




Hoy analizaremos el relato de Edgar Allan Poe: Ligeia (Ligeia), publicado originalmente en la edición de septiembre de 1838 de la revista The American Museum of Science, Literature, and the Arts, y luego reeditado en la antología de 1840: Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque). Finalmente reaparecería en la colección póstuma de 1850: Las obras del difunto Edgar Allan Poe (The Works of the Late Edgar Allan Poe).


[Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales: la magnífica sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena, plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas.]


Resumen:

La memoria del narrador se ha debilitado a través de años de sufrimiento y adicción al opio, por lo que no puede decir con precisión cómo, cuándo, o incluso dónde conoció a Ligeia. Cree que fue en una ciudad grande cerca del Rin; también que su familia era antigua, aunque nunca supo su apellido [ni siquiera después de casarse con ella] ¿Acaso fue Ligeia quien insistió en el anonimato, y él simplemente lo aceptó como prueba de su amor por ella? Es otro vacío preocupante en su memoria.

El narrador no lo menciona hasta más tarde, pero Ligeia aportó grandes riquezas al matrimonio, y eso generalmente supera cualquier incertidumbre que uno pueda tener sobre el linaje de una futura esposa.

Solo hay un punto en el que la memoria del narrador no falla: la belleza de Ligeia. Ella era alta y delgada, dice. Se movía con tranquila majestad; sus pasos tenían tal ligereza y elasticidad que iba y venía como una sombra. Sus facciones incluso eran la prueba viviente de aquella afirmación de Francis Bacon: «no puede haber una belleza exquisita sin cierta extrañeza en la proporción» [ver: El monstruo femenino como figura de resiliencia]

Sin embargo, el narrador no puede identificar la «extrañeza» en la frente altiva de Ligeia, la nariz delicadamente aguileña, el labio superior esculpido, dulce, y el inferior, suave y voluptuoso; su exuberante cabello negro azabache que justifica el epíteto homérico: «cabellera de jacinto»; y sus ojos de un negro brillante y sobresaliente, ojos de gacela.

Al tratar de comprender la expresión en los ojos de Ligeia, el narrador solo puede decir que ha sentido lo mismo al contemplar polillas y mariposas, el océano, las miradas de los muy viejos y ciertas estrellas. Lo ha sentido por ciertos tipos de instrumentos de cuerda, ciertos libros. Un pasaje de Joseph Glanvill resuena particularmente con el misterio de Ligeia.

Los modales de Ligeia eran pausados. Lo más bajo era su voz, mágica en melodía y modulación. Y, sin embargo, cuán violentas eran sus pasiones, cuán feroces eran sus energías, cuán salvajes eran las palabras que solía pronunciar, las cuales se volvían más efectivas por la serenidad de sus tono [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

La consistencia intelectual de Ligeia era inmensa. Dominaba los idiomas europeos clásicos y modernos. Pocos hombres podrían haber rivalizado con sus «amplias áreas de la ciencia moral, física y matemática». El narrador apreciaba superioridad intelectual de su esposa lo suficiente como para dejarla liderar sus investigaciones metafísicas.

Grande y sincera es la alegría del narrador al presenciar la «deliciosa vista» de la sabiduría trascendental de Ligeia expandiéndose ante él. Cuán conmovedora es su desesperación cuando ella se enferma y él ve a su esposa y su mentora desaparecer lentamente. Supone que enfrentará la muerte sin terror, pero no:


[Las palabras son impotentes para transmitir una idea justa de la ferocidad de la resistencia con la que luchó con la Sombra.]


El narrador nunca duda de que Ligeia lo ama. Ahora le confiesa una devoción apasionada que equivale a la idolatría.

La noche en que Ligeia muere, ella le pide al narrador que lea un poema que ha compuesto. Detalla un drama maníaco que termina con esta revelación:


[¡Se apagan, se apagan las luces todas! Y sobre cada una de las temblorosas formas, el telón, como un paño funerario, cae, cae con la violencia de una tempestad. Y los ángeles, todos estremecidos y pálidos, levantándose, despojados de sus velos, afirman que el drama es la tragedia «Hombre», y su héroe, ¡el Gusano vencedor!]


Agitada, Ligeia se levanta de un salto. «Oh, Dios —llora—. ¿Debe ser así? ¿No será conquistado una vez este Gusano Vencedor?» Agotada, vuelve a la cama. Mientras ella muere, el narrador la oye murmurar aquel pasaje de Glanvill:


[El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad.]


El narrador está abrumado por el dolor. Deja la lúgubre ciudad cercana al Rin por una sombría abadía inglesa. Dejando el exterior a la decadencia verde, redecora el interior en un gótico desenfrenado del siglo XIX. Su obra maestra es la cámara de la torre alta, con techo de roble oscuro, iluminada por un incensario sarraceno que respira llamas serpentinas, acentuada con sarcófagos de granito negro. Lo más llamativo y espantoso es el tapiz que cubre las altas paredes: tela de oro, entretejida con arabescos negros animados por un viento artificial [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

A esta cámara el narrador conduce a su segunda esposa: la rubia y de ojos azules Lady Rowena Trevanion. Los Trevanion amaban el dinero del narrador lo suficiente como para darle a su amada hija, a pesar de ser un opiófago. El narrador, a su vez, detesta a Rowena. Al poco tiempo, ella también enferma de fiebre; se queja de sonidos y movimientos en la cámara de la torre.

Rowena se recupera. Luego recae. Se recupera. Recae.

Una noche, Rowena se desmaya. Siente que algo invisible pasa rozando a su lado, ve una sombra en la alfombra. Sólo es una ilusión de opio, por supuesto. Cuando Rowena levanta su copa de vino, cree escuchar un suave paso, y le parece ver gotas de un líquido rojo rubí caer en su vino. Él no dice nada. Rowena bebe.

Tres noches después está muerta.

En la cuarta noche, el narrador se sienta junto al cuerpo envuelto de Rowena en la sala de la torre, pensando con renovada y amarga aflicción en Ligeia. Un sollozo lo saca de su ensoñación dopada. La observa, en supersticiosa agonía, hasta que ve un tinte de color regresar a las mejillas del cadáver. Sus esfuerzos por ayudar a la revivificación son en vano. Rowena vuelve a caer en una repulsiva rigidez, frialdad y palidez, solo para revivir una hora después. Luego recae.

El horrible ciclo continúa toda la noche.

Hacia el amanecer, el cadáver se agita con más fuerza. Se levanta, se tambalea, camina. Su estatura espanta al narrador. ¿Rowena puede haber crecido?

El narrador se avalanza sobre ella. Rowena se quita la mortaja sepulcral alrededor de su cabeza. Y el narrador grita:


[Apartándose de mi tacto, dejó caer de su cabeza, desatadas, las lúgubres vendas que la envolvían, y entonces flota­ron en la violenta atmósfera de la cámara enormes masas de largo y despeinado cabello: ¡era más negro que las alas del cuervo de la medianoche! Y en seguida abrió lentamente los ojos. ¡Hélos aquí por fin! exclamé delirante; no podía engañarme; ¡estos son los grandes, los negros, los extraños ojos de mi perdido amor, Lady Ligeia!]


Ligeia de Edgar Allan Poe es indudablemente uno de los grandes clásicos del gótico. Por alguna razón, la imagino con colmillos [que el narrador tuvo la precaución de omitir]. Después de todo, ¿de qué sirve volver de la muerte si no regresas como un vampiro?

De hecho, E.A. Poe parece ir en esa dirección antes de cambiar de rumbo bruscamente: Rowena/Ligeia es arrancada de las fauces sangrientas del Gusano Vencedor; ella se quita la mortaja, su cabello negro azabache brilla en la penumbra de la torre, los párpados se levantan con una lentitud burlona para revelar los orbes inconfundibles... sin embargo, el accesorio gótico definitivo: los caninos alargados, nunca se mencionan, nunca se entierran en el cuello de ese marido obsesionado y adicto al opio [ver: Ligeia y Rowena: dos arquetipos femeninos en la obra de Poe]

Ligeia no es una de esas diosas góticas que simplemente se quedan de pie y se ven oscuramente hermosas. Es inteligente; muy inteligente, mucho más que el narrador, tal es así que él nunca comprende qué diablos está pasando mientras que ella, incluso en la muerte, parece estar en control de la situación [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]. De hecho, la belleza nocturna de Ligeia habría sido suficiente para atraer al lector, pero estoy seguro de que también se habría desvanecido de nuestra memoria [como una más en ese largo desfile de heroínas condenadas en el gótico del siglo XIX] si no fuera por su brillantez y erudición [ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica]

Ligeia de Edgar Allan Poe es una caricia para los deseos [muchos de ellos subconscientes] de la adolescente del siglo XIX. Es hermosa e inteligente; está libre de las expectativas familiares, posee una gran fortuna; habla con fluidez muchos idiomas [ideal para viajar]; y además encuentra a un hombre que no solo valora su inteligencia, sino que la considera superior a él en todos los aspectos. ¿Quién sabe?, tal vez por eso Ligeia decidió ocultar sus colmillos al final y no morderle el cuello [ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia]

Edgar Allan Poe hace un trabajo de orfebre para insertar en Ligeia dos aspectos aparentemente contradictorios. Todo en su exterior es clásico, casi griego, apolíneo; pero detrás de esos enormes ojos negros [de gacela] se agita algo exótico, salvaje, dionisíaco, pasiones dignas del Romanticismo más extremo. Solo una voluntad poderosa podría mantener unidos esos temperamentos opuestos:


[Y la voluntad que allí se encuentra no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad con su vigor? Porque Dios no es más que una gran voluntad, que penetra todas las cosas por la naturaleza de su intensidad.]


Ligeia es voluntad pura. Es su principal atributo, un testimonio que sobrevive a la muerte corporal; una voluntad que engendra manfestaciones que revolotean en los tapices y proyectan sombras de sombras. Edgar Allan Poe no lo dice, pero todo en el relato insinúa que la adicción del narrador no es caprichosa. ¿Fue Ligeia quien se apoderó de la débil mente del narrador y lo llevó a decorar esa extraña cámara nupcial? ¿Fue ella quien lo instó a traer una novia cuando parece que él mismo no tiene ninguna inclinación por volver a casarse?

Oh, eras tú, Ligeia, quien necesitaba a la novia, un cuerpo para regresar, ¿no es verdad?

O quizás tu regreso se debe a la venganza. Sí, venganza. Después de todo, ¿cómo se atreven esos Trevanion buscadores de fortuna a aprovecharse del narrador en su dolor? Esa Rowena estaba buscando problemas, casándose con un adicto al opio que vivía en una abadía, rodeado de libros que ella ni siquiera apreciaba.

Al parecer, Edgar Allan Poe manejaba varios finales alternativos para la historia. En uno de ellos Ligeia pierde el control sobre su anfitriona, de modo que se funde con el cadáver de Rowena para ser sepultada como tal. Sin embargo, E.A. Poe se retractó más tarde de esta herejía.

En El Horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft clasifica a Ligeia junto a La caída de la casa Usher como «esas cumbres del arte en las que Poe toma su lugar a la cabeza». De acuerdo, La caída de la casa Usher es mejor en detalles y construcción, pero Ligeia alcanza un clímax casi implacable [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher»]. Es una pena que Lovecraft pensara que la reanimación del cadáver de Rowena por parte de Ligeia es solo temporal. Luego adoptó una visión más pesimista de la reanimación; pensemos en el doctor Muñoz [Aire frío], y Joseph Curwen [El caso de Charles Dexter Ward] [ver: «In Articulo Mortis»: Poe, Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte]

Una mujer poderosa, de apellido desconocido y con la aparente educación de varias vidas, atrae a un hombre de conocimientos inferiores pero intereses ocultistas similares. Estudian juntos, con Ligeia a la cabeza, hasta que ella sufre una enfermedad victoriana [lenta e irreversible]. En su lecho de muerte, obliga a su marido a memorizar «palabras salvajes». Nuestro viudo luego se muda a una pintoresca abadía en ruinas [que compra con el dinero que ella convenientemente ganó para él] y la decora con un estilo alarmante, con accesorios del Antiguo Egipto obsesionado con la muerte y la inmortalidad [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

El viudo, por lo demás inconsolable, consigue rápidamente una novia mientras duda del juicio de sus padres al ofrecerla a su cuidado. Ah, y él la odia, algo que normalmente uno no busca en una novia. Su «cámara nupcial» es una habitación que no está decorada en absoluto con símbolos nigrománticos y es casi seguro que no contiene nada que se acerque a un círculo de invocación. Ella enferma y muere sin ningún indicio de que cualquier tipo de maldición o veneno pueda ser la causa. Y despierta como la querida difunta, Ligeia.

¿Es esta la verdadera historia de Ligeia?

Quiero decir, debajo de la prosa excitada de Edgar Allan Poe acecha una diabólica nigromante que organiza y articula un escenario [incluso desde más allá] para que su amado subordinado [¿sin saberlo?] lleve a cabo el hechizo que la devolverá a la vida, facilitándole el cuerpo de la desafortunada Rowena [ver: Sobre el arte de la nigromancia]

Porque esa es la historia de Ligeia realmente.

En cambio, Edgar Allan Poe ofrece una pieza sobre la fascinación y el horror de la feminidad; pero la verdadera historia de Ligeia se cuenta en los espacios en blanco.

Uno se pregunta cómo sería Ligeia si hubiese sido escrito por Mary Shelley, igualmente exagerada pero mejor en la caracterización que E.A. Poe; o por Lovecraft, quien hizo justicia a Joseph Curwen y probablemente podría manejar a esta nigromante [ver: Poe vs. Lovecraft: dos miradas complementarias sobre el Horror]. ¿Y qué hay de Tolkien? [Todos me amarán y desesperarán, al menos lo hará el narrador].

En manos de Edgar Allan Poe, Ligeia es más un mito que una mujer de carne y hueso, con personalidad y motivaciones, a pesar de que su fuerza de voluntad, capaz de desafiar a la muerte misma, se enfatiza constantemente.

En manos de E.A. Poe [y solo en las suyas] podemos tener este exquisito relato cuyo verdadero argumento se cuenta en los espacios en blanco de la historia, como un mito de la antigüedad, uno infaliblemente hermoso y trágico. Tal vez esa aspiración mitológica obligó al autor a eliminar el final que originalmente había pensado, con Ligeia muriendo una segunda y última muerte, y el cadáver volviendo a la semejanza de Rowena [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado]




Edgar Allan Poe. I Taller gótico.


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El artículo: Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia» de E.A. Poe fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Poe manipula al lector para que celebre ese regreso de Ligeia, para que desee que sea real y una alucinación del esposo.
Y que no importe Rowena, que ya estaba perdida, estaba muerta. Una muerte necesaria por el regreso de Ligeia.



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