«In Somnis Veritas»: análisis de «Un sueño dentro de un sueño» [E.A. Poe]
All that we see or seem
Is but a dream within a dream.
Is but a dream within a dream.
En El Espejo Gótico hoy analizaremos el poema de Edgar Allan Poe: Un sueño dentro de un sueño (A Dream Within a Dream), publicado originalmente bajo este título en la edición del 31 de marzo de 1849 del periódico The Flag of Our Union. El poema es una versión posterior, y significativamente diferente, de Imitación (Imitation, 1827). También podemos encontrar algunos versos en el final de Tamerlán (Tamerlane).
Un sueño dentro de un sueño comienza con un tono lúgubre y versifica tres temas aparentemente dispares pero conectados entre sí. A nivel superficial, es un poema sobre el amor, la pérdida y el aislamiento, pero en un nivel más profundo se refiere a la frustración y la impotencia. Después de todo, conjetura Edgar Allan Poe, la vida no es más que un sueño dentro de un sueño:
¡Toma este beso sobre tu frente!
Me despido de ti ahora,
no queda nada por confesar.
No se equivoca quien estima
que mis días han sido un sueño;
aún si la Esperanza ha volado
en una noche, o en un día,
en una visión, o en ninguna,
¿es por ello menor la partida?
Todo lo que vemos o imaginamos
es sólo un sueño dentro de un sueño.
Me paro entre el bramido
de una costa atormentada por las olas,
y sostengo en mi mano
granos de arena dorada.
¡Qué pocos! Sin embargo cómo se deslizan
entre mis dedos hacia lo profundo,
mientras lloro, ¡mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos
con más fuerza?
¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar
uno de la inclemente marea?
¿Es todo lo que vemos o imaginamos
un sueño dentro de un sueño?
Me despido de ti ahora,
no queda nada por confesar.
No se equivoca quien estima
que mis días han sido un sueño;
aún si la Esperanza ha volado
en una noche, o en un día,
en una visión, o en ninguna,
¿es por ello menor la partida?
Todo lo que vemos o imaginamos
es sólo un sueño dentro de un sueño.
Me paro entre el bramido
de una costa atormentada por las olas,
y sostengo en mi mano
granos de arena dorada.
¡Qué pocos! Sin embargo cómo se deslizan
entre mis dedos hacia lo profundo,
mientras lloro, ¡mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos
con más fuerza?
¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar
uno de la inclemente marea?
¿Es todo lo que vemos o imaginamos
un sueño dentro de un sueño?
Un sueño dentro de un sueño fue escrito por Edgar Allan Poe en 1849, el año en que fue encontrado muerto, según algunos, debido al abuso de alcohol, según otros, asesinado. En cualquier caso, E.A. Poe se encontraba al final de una vida repleta de dolor y pérdida de seres queridos. Este estado de distanciamiento de lo que podríamos denominar «normalidad» [trabajo estable, relación sentimental gratificante, hijos, etc.] le permitió cuestionar, no ya el valor de la vida humana, sino la existencia de la realidad.
El poema trata fundamentalmente sobre la idea o intuición del Orador de que la realidad es una ilusión, «un sueño dentro de un sueño», la cual está relacionada con la pérdida de su amada, su anclaje con la realidad mundana, con el devenir cotidiano y sus preocupaciones. El propio E.A. Poe ya había perdido al gran amor de su vida, Virgina Clemm, y además se encontraba marginado en su carrera literaria y empobrecido económicamente; a tal punto que cuando escribió el poema estaba entregado al alcohol. En este contexto, Un sueño dentro de un sueño es una expresión de su estado mental [ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia]
La primera parte del poema describe la separación del Orador de su amada, es decir, establece los fundamentos por los cuales la realidad luego será cuestionada; mientras que la segunda parte tiene un tono más reflexivo. A pesar de la aparente diferencia de contenido, las dos partes están unidas por la misma naturaleza transitoria. Al principio tenemos la imagen del Orador besando a su amada en la frente mientras se separa de ella. Esta despedida tiene una inquietante sensación de finalidad. Podemos pensar que se trata de una separación sentimental, pero también de que ella está muerta.
Al despedirse, el Orador insinúa que el tiempo que ha compartido con su amada fue como un sueño hecho realidad [«No se equivoca quien estima / que mis días han sido un sueño»]. Esto podría expresar que ese tiempo compartido constituyó lo más preciado en la vida del Orador, pero ahora el sueño hecho realidad ha terminado. El Orador ha «despertado», no a la realidad objetiva, sino a un sueño dentro de un sueño [ver: Si la vida es sueño, ¿la muerte es el despertar?]
La vida posee un tinte de irrealidad que depende exclusivamente del azar. Si tienes la fortuna de tener una buena vida, rodeado de afectos, con dificultades razonables, la realidad parece sólida como un bloque de mármol; pero si estás atravesado por el dolor, quebrado por un sufrimiento agudo y profundo, la realidad exterior pierde consistencia ante la densidad del dolor interior. Este es el estado mental de E.A. Poe cuando escribió el poema. Probablemente sentía que la realidad exterior era como una enorme pesadilla salpicada de efímeros incidentes felices.
La segunda parte del poema le da un marco físico a ese estado mental. El Orador está en «una costa atormentada por las olas». La orilla podría representar su vida, golpeada sistemáticamente por fuerzas naturales [la muerte, sobre todo]. No se encuentra tierra adentro, donde viven, piensan y sienten las personas alejadas de las tormentas emocionales. Está en la costa, en la orilla, al borde de ser tragado por la ola definitiva. Habiendo perdido todo, el Orador recurre a su memoria, al sueño dentro de la pesadilla. Sostiene en su mano «granos de arena dorada», pero estos se deslizan entre sus dedos. Ni siquiera puede aferrarse a sus recuerdos. Llora, exclama retóricamente. ¿No hay un sólo grano de arena, un solo recuerdo, que lo consuele al final de su vida? [«¿No puedo salvar uno de la inclemente marea?»]. Para Edgar Allen Poe, que en ese momento de su vida no tenía nada a qué aferrarse excepto a sus recuerdos, nada habría sido más importante. Es curioso que, al final, solo podamos aferrarnos a algo intangible.
Ambas estrofas muestran la angustia del autor, y si bien parecen diferir, ambas hablan de un hombre desesperado por aferrarse al último consuelo que tiene en su vida. Al principio del poema es su relación con su amada, mientras que al final son los pequeños recuerdos dorados de su vida. La primera parte de Un sueño dentro de un sueño es claramente individualista y centrada en un solo incidente, mientras que la segunda es más bien autorreflexiva y describe el estado de ánimo del Orador de forma más amplia.
El escenario frente al mar representa al Orador en el ocaso de su vida, a pasos de la muerte. Solo le queda mirar hacia atrás, reflexionar sobre su vida e intentar recordar los momentos felices. Esta imagen de alguien frente al mar cavilando sobre su vida y el paso del tiempo es recurrente en los poemas de Edgar Allan Poe. También es el caso de La ciudad en el mar (The City in the Sea), que cuenta la historia de una ciudad gobernada por la Muerte; y de Annabel Lee (Annabel Lee), que desarrolla la historia de dos amantes cuyo amor era tan intenso que despertó los celos homicidas de los ángeles. El elemento recurrente de estos poemas es la ambientación junto al mar, y este, en los tres poemas, simboliza la muerte, la idea del paso del tiempo que erosiona la vida.
Tanto en Un sueño dentro de un sueño como en Annabel Lee, el territorio simbólico del sueño funciona como un puente que conecta al Orador con el recuerdo de su amada. Desde una óptica materialista, el Orador parece estar perdiendo control de la realidad, incluso su cordura parece amenazada por esta sensación de estar sumergido en un sueño; sin embargo, también es lícito pensar que ha trascendido la realidad tal como la conocemos, que el dolor que lo atormenta lo ha situado en una perspectiva que le permite darse cuenta de que la realidad es una superposición de ilusiones con matices personalizados.
De hecho, casi todos los Oradores en los poemas de E.A. Poe se encuentran en un estado de aflicción tan profundo que parecen separados de la experiencia ordinaria de la realidad. En Eulalia (Eulalie) y El Cuervo (The Raven), este dolor tiene la misma fuente que en Un sueño dentro de un sueño: la pérdida de la mujer amada, pero se manifiesta con particularidades [ver: Lo que casi nadie entendió sobre «El cuervo»]. Aquí E.A. Poe vuelve a escribir con mayúscula la primera letra de la palabra de un sentimiento [«Esperanza»], personifícándolo como si fuera un nombre propio, algo que ya había hecho en El Cuervo, Berenice (Berenice) y La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death).
La interpretación obvia de Un sueño dentro de un sueño apunta a la reflexión agónica de un hombre que intenta recuperar sus recuerdos, que se tornan vagos y se deslizan entre sus dedos como granos de arena. Sin embargo, hay una vuelta de tuerca. No creo que el Orador simplemente sea incapaz de recordar, es decir, no tiene que ver con su memoria. El consumo de alcohol no explica su estado mental; de hecho, al igual que E.A. Poe, el Orador se mantiene articulado y reflexivo hasta el último momento. Más bien, en la hora final descubre que existen diferentes capas o sustratos de la vida, que funcionan como los niveles de un sueño. La vida es transitoria y, cuando despiertas [o mueres], el recuerdo del sueño se torna cada vez más vago [ver: Nuestra realidad es quizás un sueño dentro de un sueño]
Los poemas de Edgar Allan Poe suelen tener mucho peso emocional. Sin embargo, mientras algunos terminan con el Orador destrozado por una tragedia, dejando al lector como testigo, otros utilizan esa tragedia como un medio para transformar al Orador de un estado de ánimo a otro. En El Cuervo, el Orador comienza en un estado de tristeza por su amor perdido, y a lo largo del poema sus emociones cambian con el encuentro con el cuervo, dejándolo en un estado peor que la tristeza. Tamerlán presenta a un protagonista que siente pena como resultado directo de sus acciones [renuncia a algo que luego lamenta]. Ninguno de los personajes, incluído el Orador de Un sueño dentro de un sueño, se recupera.
En algunos de los casos, E.A. Poe coloca al dolor y la tristeza hacia el final, para que el lector sienta simpatía por el Orador. En otros ejemplos el personaje comienza sumido en un estado de pena o tristeza, y de alguna manera termina peor, no sabemos si como como resultado de tratar de hacer frente a sus emociones, o como producto de las emociones mismas.
El cuestionamiento de la realidad es el tema principal del poema. Al principio, el tono de la despdida de la amada es tranquilo y suave, con una sensación de nostalgia. Luego se vuelve más apasionado, aparecen los signos de exclamación [como «¡Oh Dios!» repetido dos veces], y numerosas preguntas que expresan la angustia del Orador. Ambas partes, insisto, tratan temas similares: el paso del tiempo, la separación, el olvido y la mente. Ya sea en la primera o en la segunda estrofa, el Orador tiene que soltar algo que no puede retener [su amada / los granos de arena]. A primera vista, uno se pregunta porqué el Orador estalla en exclamaciones con los granos de arena que se escapan de sus dedos, y no con la despedida de su amada. No tenemos una respuestas, pero podemos conjeturar.
En mi mente imagino a un sujeto que se despide de la mujer que ama. Ella ha muerto [el beso no se depositaría en su frente si estuviera viva], y el sujeto queda naturalmente destrozado. Después va a la playa, quizás años después, y la nostalgia lo golpea. En ese momento toma un puñado de arena que se desliza entre sus dedos. Como si fuera un reloj de arena, el tiempo también está corriendo para él. La tormenta en el mar anuncia su propia muerte, y entonces desespera: «¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar / uno de la inclemente marea?» Es decir, los signos de exclamación, la verdadera desesperación, llega cuando el Orador nota que el mundo no se ha detenido, que la muerte de su amada, aunque increíblemente dolorosa, no es lo peor. El reloj de arena simbólico lo confronta con su propia mortalidad. El tiempo se le escurre entre los dedos [ver: El Reloj de Cronos: análisis de «La Máscara de la Muerte Roja»]
En la primera estrofa el Orador duda sobre la realidad [«Todo lo que vemos o imaginamos / es sólo un sueño dentro de un sueño»], pero cuando llegamos al final del poema ni siquiera está seguro de eso; de hecho, se pregunta: «¿Es todo lo que vemos o imaginamos / un sueño dentro de un sueño?». Ya no duda de la realidad, duda de sus propias dudas.
El hecho de que el Orador ya no pueda distinguir la realidad de los sueños evoca la obra de Platón: La República, donde el filósofo desarrolla su famosa parábola de la cueva, que comienza cuando Sócrates le dice a Glaucón que se imagine el escenario de su historia:
«Imagina a los seres humanos como si estuvieran en una cueva subterránea con su entrada, larga, abierta a la luz en todo el ancho de la cueva. Están en ella desde la infancia, con las piernas y el cuello atados de manera que no pueden moverse, viendo hacia adelante, incapaces de girar la cabeza por completo. Su luz proviene de un fuego que arde muy por encima y detrás de ellos. Entre el fuego y los prisioneros hay un camino, arriba, a lo largo del cual se ve un muro. […] Luego imagina a lo largo de este muro seres humanos cargando toda clase de artefactos, que sobresalen del muro, y estatuas de hombres y otros animales labrados en madera y toda clase de materiales. Como es de esperar, algunos de los portadores emiten sonidos mientras que otros guardan silencio.»
Sócrates insta a Glaucón a imaginar que ahora los prisioneros están siendo liberados. Una vez que descubren que lo que la gente les dice es la forma «real» de algo de lo que sólo habían visto la sombra, rechazan esta idea de realidad en favor de la que siempre han conocido. De la misma manera, el Orador de Un sueño dentro de un sueño se pregunta si todo lo que experimenta y ve no será un sueño, haciendo que el conocimiento de la realidad sea inalcanzable para él.
Edgar Allan Poe era un romántico, y los románticos eran fundamentalmente visionarios, soñadores, porque es en los sueños donde se obtiene una perspectiva diferente de la realidad de la Cueva. Solo a través de la imaginación, postula el Romanticismo, es posible acceder a un plano de existencia más allá de la razón. Ahora bien, el Orador de Un sueño dentro de un sueño no es exactamente un romántico. Es cierto, cuestiona la realidad, pero no trata de romper sus límites. Tampoco se encuentra en ese estado crepuscular producido por el alcohol [o el opio, el láudano, etc.], el cansancio extremo y otras causas que, se creía, favorecen el estado mental óptimo para transgredir las fronteras de la realidad.
Para el verdadero romántico «la vida es sueño», no hay dudas al respecto; pero el sueño propiamente dicho [así como la imaginación] es una dislocación de la ilusión principal. Es decir, soñar o imaginar es tener un sueño dentro de un sueño. Este no es un reino, o un estado mental, de irrealidad. No es falso, sino verdadero; de hecho, es el nicho de la verdad última. Esto es lo que Edgar Allan Poe plantea en este poema: nuestra vida es algo ilusorio dentro dentro de un universo ilusorio; pero no fue el único, tampoco el primero. William Shakespeare, en La tempestad (The Tempest), compara la vida con una obra de teatro. William Blake, en Los deshollinadores (The Chimney Sweepers), presenta a dos hombres como soñadores que despiertan y se dan cuenta de que las cosas pueden ser mejores, que el sufrimiento y la opresión que padecen los niños pueden desaparecer algún día. En Eleonora (Eleonora). E.A. Poe también ofrece una visión de la vida como un proceso de ensoñación:
«Quienes sueñan de día conocen muchas cosas que se les escapan a quienes sólo sueñan de noche.»
El romántico sueña de día, es decir, elige vivir de su imaginación, es lo real para él. Paradójicamente, el símbolo del sueño y la imaginación equivale al despertar a una nueva existencia.
Siguiendo a Platón, nuestra alma está atrapada en un cuerpo físico, un cuerpo que por su constitución pertenece al mundo material. Pero, al morir [en teoría], nuestra alma accede al mundo ideal donde todo es verdadero y perfecto, alejado del caos, un mundo original que nuestra realidad física intenta imitar. Eventualmente, el alma regresa para quedar atrapada en otro cuerpo, olvidándose de lo que vio y aprendió en el mundo ideal. Los escritores románticos, como E.A. Poe, intentaban regresar a la «fuente» a través de visiones, ensueños, sueños, a través del contacto con la naturaleza, a veces a través de sustancias, a veces a través de un estado mental de extrema tristeza.
El Orador de Un sueño dentro de un sueño está en consonancia con la noción hindú de que la conciencia humana no es más que el sueño de una mariposa, y el sueño de un ser humano es la vida de una mariposa [ver: El sueño de Chuang Tzu: Borges, el tiempo y las mariposas]. En el hinduismo, una de las [varias] historias de la creación describe a Vishnú soñando con el universo. En su sueño, Vishnú crea personajes [entre ellos, nosotros] que se consideran separados del sueño. Sin que lo sepamos, Vishnú nos proporciona nuestras propias galaxias mentales en sincronía con la gran Ilusión [maya]. Esta adición hace que las cosas sean más interesantes ya que nos permite pensar que tenemos libre albedrío.
Sigmund Freud enfatizó que la función del sueño dentro de un sueño es incierta, pero podría tener algo que ver con ocultar contenidos, o al menos velarlos bajo una capa extra de simbolismo. Ahora bien, estos sueños dentro del sueño base no implican que la persona sueñe que está soñando, sino en la segmentación de fragmentos oníricos, aparentemente dispares, que generan múltiples significados. Todo esto está enmarcado en una desconcertante dualidad de acontecimientos oníricos. Freud, sin embargo, creía que lo importante es el sueño base, y que el sueño dentro del sueño era una especie de engaño para ocultar el contenido que realmente importa [ver: Si dos personas tienen el mismo sueño, ¿sigue siendo solo un sueño?]
Una interpretación del concepto de «sueño dentro de un sueño» sugiere algo similar a la propuesta de Edgar Allan Poe y los parámetros de la mitología hindú: la naturaleza ilusoria inherente de nuestra percepción. Cuando experimentamos un sueño dentro de otro sueño se nos presentan múltiples capas que cuestionan los límites de lo que percibimos como «realidad». Al reconocer la posibilidad de que nuestras experiencias diurnas puedan ser subjetivas, o incluso ilusorias, adquirimos mayor capacidad de explorar nuestro universo interior. Aunque seamos personas perfectamente sensatas, nuestro subconsciente es capaz de desafiar las suposiciones que hacemos sobre el mundo que nos rodea, de cuestionar la autenticidad de nuestras percepciones. En la simbología onírica, el sueño dentro de un sueño suele representarse a través de un viaje donde atravesamos distintas facetas de nuestra psique.
La primera capa del sueño sirve como umbral, como puerta de entrada a través de la cual se accede a sustratos más profundos cargados con significados personales, no arquetípicos. A medida que navegamos a través de estas dimensiones interiores encontramos diferentes aspectos de nosotros mismos. Cada nivel revela un aspecto específico de nuestra personalidad, de nuestras emociones y experiencias. Por ejemplo, un nivel puede representar nuestros miedos, mientras que otro puede desvelar nuestros deseos reprimidos o confrontarnos con nuestros traumas no resueltos. La complejidad de la psique humana se expresa en esta intrincada interacción entre las distintas capas del sueño.
Esto también ha sido una cuestión filosófica. René Descartes intentó solidificar lo que sabemos más allá de toda duda, y con su argumento cogito ergo sum [que no debería traducirse como «pienso, luego existo», sino más bien «pienso, por lo tanto existo»] sentó las bases de esa búsqueda [ver: Descartes vs. Lovecraft: una astilla clavada en el cerebro]. Para Descartes, podemos estar seguros de nuestra existencia; porque cualquier duda [por ejemplo: «¿Es todo lo que vemos o imaginamos un sueño dentro de un sueño?»] es evidencia de que somos sujetos pensantes. Siempre podemos recurrir a la seguridad de que, si pensamos, existimos [de una forma u otra]. Descartes aspiraba a hacer una distinción entre la realidad y el sueño, pero concluyó que lo único que sabemos con certeza es el estado de duda.
El Orador de Un sueño dentro de un sueño cuestiona el tejido de la realidad, pero su perspectiva no le permite intuír que él mismo está siendo soñado/imaginado por Edgar Allan Poe. Jorge Luis Borges juega con esta idea en Ajedrez:
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Edgar Allan Poe. I Taller gótico.
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2 comentarios:
"La vida posee un tinte de irrealidad que depende exclusivamente del azar". No estoy muy segura que el azar tenga algo que ver con la irrealidad de la vida.
Opinión respetable, Havona. Yo tampoco estoy muy seguro de la mía. A veces sí, sobre todo cuando uno presencia un hecho azaroso que sacude la percepción ordinaria de la realidad.
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