La llamada de Thanatos: análisis de «Morella» [E.A. Poe]


La llamada de Thanatos: análisis de «Morella» [E.A. Poe]




Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de Edgar Allan Poe: Morella (Morella), publicado originalmente en la edición de abril de 1835 de la revista Southern Literary Messenger, y luego reeditado en la colección de 1840: Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque). La primera versión incluye un poema: Himno (Hymn), recitado por la propia Morella, que no se encuentra en ediciones posteriores.


«El último cuento que escribí fue Morella, y es el mejor que escribí.»
[Carta a Judge Beverly Taylor, 1 de diciembre de 1835]


El narrador [anónimo] de esta historia conoce a una mujer llamada Morella. Desde ese momento su alma «arde con fuegos que nunca antes había conocido». Pero, afirma el Narrador, «¡los fuegos no eran de Eros! Y amarga y atormentadora para mi espíritu era la convicción gradual de que no podía definir su significado inusual, ni regular su vaga intensidad».

Se casan, pero, confiesa el Narrador, «yo nunca hablé de pasión, ni pensé en amor». Morella es una mujer erudita [«sus facultades mentales eran gigantescas»]. De hecho, es tan grande la fascinación que ejerce sobre su marido que, a su pesar, éste se convierte en su alumno en los estudios místicos y filosóficos en los que ella es experta. Pronto una misteriosa enfermedad se apodera de Morella. Su marido, aterrorizado, comienza a mirarla con creciente aversión. La naturaleza de esta enfermedad es evidente para el lector de la época:


«Con el tiempo, la mancha carmesí se fue asentando en la mejilla y las venas azules en la frente pálida se volvieron prominentes.»


Como Elizabeth Arnold, madre de Edgar Allan Poe, Morella está siendo consumida por la tisis.

Una especie de morbosidad empieza a apoderarse del Narrador. Anhela la muerte de su esposa, que parece tan lenta en llegar. Una tarde de otoño, sin embargo, ella muere después de pronunciar una profecía: «Me muero, pero viviré». Y añade: «a quien en vida aborreciste, en la muerte adorarás, llevarás contigo tu sudario sobre la tierra».

Justo antes de morir, Morella da a luz a una niña.

La niña crece en estatura e inteligencia con extraordinaria rapidez. A los diez años ya parece una mujer adulta, y es idéntica a su madre, sobre todo los ojos y la sonrisa. Su padre asegura amarla, pero ese amor se va convirtiendo en miedo:


«En el contorno de la frente alta, en los rizos del cabello sedoso, y en los dedos pálidos y los tristes tonos musicales de su discurso, y, sobre todo, en las frases y expresiones de los muertos en labios de los amados y de los vivos, encontré alimento para el pensamiento devorador y el horror, para un gusano que no moriría.»


Durante diez años el padre observa, con una mezcla de asombro y terror, el crecimiento de la niña. En este punto ella no tiene nombre. El padre la llama «mi hija» y «mi amor», hasta que un misterioso impulso lo lleva a bautizarla. Pero ni siquiera ante el agua bautismal logra decidir su nombre. Movido por un impulso irracional, murmura unas palabras al oído sacerdote: «Morella».

En ese instante la niña sufre convulsiones, empalidece, y cae muerta sobre las losas negras del panteón familiar. Antes grita: «¡Aquí estoy!».

Cuando el padre, con sus propias manos, coloca a su hija muerta en la tumba, no encuentra rastros del cuerpo de la primera Morella.


Hasta aquí, en esencia, el resumen de Morella de Edgar Allan Poe. Sigmund Freud seguramente hablaría de «transferencia» para explicar la dinámica de este extraño cuadro familiar. La transferencia se produce cuando los sentimientos adheridos a una persona son desplazados hacia otra. A lo largo de nuestra vida transferimos nuestras emociones hacia nuevos objetivos que representen los prototipos establecidos en la infancia temprana por nuestros padres y cuidadores. Todo lo que amamos y odiamos no es otra cosa que la transferencia de estos patrones recibidos en la infancia, a veces expresada de forma inversa, por ejemplo, odiando lo que nos enseñaron a amar, y viceversa.

De igual forma, el Narrador experimenta «un sentimiento de profundo pero singularísimo afecto» por Morella apenas la conoce, y eventualmente traslada su fascinación y temor de la madre a la hija. No es difícil interpretar que el Narrador es, de hecho, el propio Edgar Allan Poe, y que esta historia expresa sus conflictos emocionales en ese momento. En este punto las cosas se tornan un poco más... mórbidas.

Cuando E.A. Poe estaba escribiendo Morella, Virginia Clemm —su prima y posterior esposa— tenía diez años, la edad de la segunda Morella. En términos psicoanalíticos, también a la edad de Virginia es que Morella es bautizada con el nombre de su madre fallecida. En resumen: Virginia tenía apenas diez años de edad cuando E.A. Poe le transfirió la dignidad de su propia madre muerta.

Ahora bien, la transferencia de la que habla Sigmund Freud, aunque evidencia un fuerte apego que necesita ser redirigido, implica también una traición al objeto original. Esta es la profecía pronunciada por la primera Morella, una condena decretada por el objeto original del amor-odio que impide la completa realización de la transferencia: «las horas de tu dicha han terminado, y la alegría no se cosecha dos veces en la vida», dice ella. Pero, ¿qué alegría? Por lo que sabemos, el Narrador nunca experimenta «alegría» con su esposa; de hecho, él mismo aclara que no la amó con el amor de un marido, sino que había quedado «hechizado» por su «gigantesco intelecto». ¿Qué es lo que el Narrador ha intentado transferir de su esposa a su hija?

La fuente de todos los apegos transferidos es el vínculo original del niño con su madre, o, en ausencia de ella, con su padre o cuidadores. Este vínculo, sublimado por la sociedad, se apoya en la dependencia del niño de las atenciones de sus cuidadores. Por un lado está el amor que recibe [sí es que lo recibe], y por el otro la dependencia de esos cuidados. El Narrador también es dependiente de Morella, en este caso, para recibir instrucción en las ciencias prohibidas que ella maneja con destreza. Este «conocimiento prohibido» es probablemente de índole sexual. De hecho, el lugar donde Morella lee y «enseña» a su marido es la cama.

Esto es lo que el Narrador ha intentado transferir a su hija cuando esta empieza a madurar físicamente, a parecerse más y más al objeto original.

Sin embargo, esta transferencia está condenada a fracasar debido a la prohibición del incesto, que impone una barrera. De este modo, la libido del Narrador, que queda insatisfecha al negársele el canal original de satisfacción, se transfiere en resentimiento y morbosidad.

Edgar Allan Poe es diabólicamente intuitivo para percibir estos patrones en la psique humana. La pérdida de Morella, por segunda vez, es más que un castigo inflingido por la madre muerta. De hecho, más que un castigo es como un interruptor para reiniciar todo el sistema de transferencia, porque le proporciona al Narrador la mórbida gratificación de contemplar, una vez más, el cadáver de su amada en el suelo, fijando así sus impulsos «prohibidos».

El propio E.A. Poe era consciente del pulso de repetición que domina nuestra vida instintiva [nevermore, nevermore, nevermore], una fuerza interior que no podemos reconocer, pero que nos impulsa a buscar las mismas emociones, positivas o negativas, en diferentes personas conectadas con el sentimiento base que las originó [ver: El significado oculto del «Cuervo» de E.A. Poe]. Para Edgar Allan Poe, el amor, desde su más tierna infancia, estuvo relacionado con la muerte prematura de Elizabeth Arnold, su madre. En cierto modo, la muerte de la segunda Morella es una necesidad para el argumento de la vida de Poe, como lo sería la muerte de Virginia algunos años más tarde.

Nuestras vidas son tentadas constantemente por la compulsión a la repetición, pero podemos aprender a reconocer nuestro patrón rector. Edgar Allan Poe lo reconoció, y por eso mejoró nuestras vidas con historias extraordinarias donde siempre encontramos la misma situación manifiesta: una mujer idealizada, joven, hermosa, que enferma y muere prematuramente... pero no del todo [ver: «In Articulo Mortis»: Poe y algunas opciones para retrasar la muerte]

Por supuesto, el patrón de la «muerte de la mujer joven y hermosa», en el caso de E.A. Poe, tiene que ver con la transferencia de la enfermedad, agonía y muerte de su madre, que muchos años después se repetiría en la enfermedad, agonía y muerte de Virginia Clemm. Morella es otro eslabón en esta cadena de escenas recurrentes en E.A. Poe, lo cual nos permite ser, en cierto modo, sus confidentes. Estos relatos nos ayudan a conocer el alma de Poe, y hasta qué punto su desbordante imaginación y creatividad estaban sujetas a la compulsión a la repetición.

El Narrador de Morella está en una posición análoga a la de muchos de nosotros: es completamente ignorante de los patrones subconscientes que rigen su vida. Desde su perspectiva, nota que su hija comienza a parecerse a su esposa muerta, hasta que a los diez años la similitud le resulta aterradora. ¿Qué es lo que le produce miedo? ¿Por qué el parecido físico e intelectual de una hija con su madre, algo completamente normal, lo intranquiliza de este modo? En realidad, sus miedos tienen que ver con lo que esta semejanza despierta en él, algo con lo que no puede lidiar debido al tabú del incesto. En este contexto, decide bautizarla, algo que increíblemente no ha hecho en diez años, según cree, para liberarla de cualquier mal transferido por su madre. Desconoce que este «mal» transferido es el deseo, y que solo está en él, no en la chica. Pero su inconsciente lo traiciona y le susurra al cura el nombre de su esposa muerta.

Carl Jung probablemente estaría en desacuerdo con esta interpretación. Según su propia mirada sobre la compulsión a la repetición, la decisión del Narrador de nombrar a su hija Morella implica el deseo inconsciente de su muerte, tal como había deseado la muerte de su esposa.

Edgar Allan Poe es tan brillante que añade una capa posterior, acaso de índole sobrenatural: cuando el Narrador baja a la tumba familiar con el cuerpo de su hija en brazos, el cuerpo de su esposa ha desaparecido.

¿Acaso la primera Morella es una especie de vampiro incorpóreo que ha reencarnado en su hija? Es posible. La propia Morella [la primera] es una ávida lectora de Friedrich Schelling, el filósofo alemán, quien exploró el tema de la supervivencia de la identidad después de la muerte. Por otro lado, el nombre de Morella proporciona otro indicio. Algunos sostienen que proviene del morel, una hierba venenosa utilizada con frecuencia en los rituales de magia negra. Además, la propia Morella recibió su educación en Presburg [actual Bratislava], una región conocida por sus escuelas de ocultismo. Siguiendo esta línea, Morella actúa con premeditación. Posee los conocimientos ocultos necesarios para transferir su identidad al cuerpo de su hija. De hecho, su deterioro físico coincide con el período de gestación, y su muerte se produce en el preciso instante de nacimiento de su hija.

Siguiendo esta interpretación, el alma de Morella, en términos de identidad, no puede morir. De algún modo, sus conocimientos de magia negra le permiten practicar la metempsicosis, algo que también ocurre en el cuento anterior de E.A. Poe: Metzengerstein. Lo cierto es que la sincronicidad de los hechos no puede ser caprichosa: el último aliento de Morella coincide con el primero de su hija, instante donde se sella la transferencia. Pero, ¿por qué el Narrador no le da un nombre a su hija hasta que ella cumple los diez años?; no solo un nombre «oficial», es decir, bajo la ceremonia del bautismo. Por lo que sabemos, la chica ni siquiera tiene un nombre propio antes de eso. ¿Por qué E.A. Poe incluiría este elemento si no tiene un significado más profundo?

Es probable que existan dos argumentos dentro de la misma historia. Por un lado tenemos a Morella y sus estudios de ocultismo, los cuales le habrían permitido conocer el modo de transferir su «alma» o su indentidad al cuerpo de su hija. Por el otro está el Narrador, que carga con su propia compulsión a la repetición y una transferencia bloqueada por la barrera de la prohibición del incesto. Esto nos permite hacer algunas preguntas adicionales: ¿Por qué desaparece el cadáver de la primera Morella? Solo han pasado diez años desde su muerte, un tiempo insuficiente para que sus restos se desintegren por completo. ¿Acaso al ocupar el cuerpo de su hija con su propia alma, de algún modo, su cuerpo físico, ya sin vida, se ha desintegrado? Si esto es así, ¿por qué los cuerpos no se desintegran al momento de la muerte? ¿Es que las almas permanecen atrapadas en sus cuerpos hasta que logran reencarnarse? ¿Acaso la muerte es una infinita y desolada sala de espera dentro de un cuerpo que es devorado lentamente por el «gusano vencedor»? [ver: Los Misterios del Gusano: análisis de «El Gusano Vencedor»]

Morella tiene muchos puntos de contacto con otros personajes de Edgar Allan Poe, como Ligeia, Berenice, Lenore y Madeline. Todas ellas podrían ser consideradas «brujas». Poseen poderes que les permiten trascender la experiencia de vida ordinaria. Además, dominan a hombres intelctualmente inferiores.

Si bien la manipulación de las leyes del tiempo y la muerte se ha utilizado como un tropo del género en muchas obras, Morella va un paso más allá. Su resurrección, por llamarla de algún modo, es menos la de la típica vampiresa que regresa de la muerte para darse un festín con los vivos, que la de una hembra autoritaria que reacciona cuando su voluntad es desobedecida. En cierto modo, ella ejemplifica Der Wille zur Macht, la voluntad de poder de Nietzsche [ver: «Drácula» habría sido la novela favorita de Nietzsche]. Es decir, Morella trasciende las expectativas y limitaciones de la experiencia humana, trasciende su propia muerte física, impregna a su hija recién nacida con su espíritu y ocupa ese cuerpo hasta que se convierte en suyo.

En este contexto, la tumba vacía de Morella es el mayor testimonio de su superioridad. Absorto, el Narrador observa esta réplica de la resurrección cristiana [el sepulcro vacío], que prueba la trascendencia espiritual de Morella sobre la muerte.

El propio E.A. Poe sostuvo que el motivo más alto y noble de la literatura es «la muerte de una mujer hermosa», pero la interpretación que suele hacerse de esto es incorrecta. No se trata de cualquier muerte ni de cualquier belleza. Esta última siempre es... etérea; está más allá del ámbito de la vida ordinaria, incluso de la percepción humana. Morella no es solo una mujer «linda»: es bella en un sentido mucho más profundo. Su belleza causa admiración, pero también espanto. Al principio, el Narrador disfruta del despliegue intelectual de su esposa. Escucha su seductora voz como si estuviera bajo un «hechizo»; sin embargo, con el tiempo comienza a sentir miedo. ¿Qué ha cambiado? No es casual que Morella caiga enferma y comience a deteriorarse gradualmente cuando su marido empieza a sentir miedo y repulsión por ella.

El mismo error interpretativo suele aplicarse a la muerte de la «mujer hermosa», que siempre es una enfermedad degenerativa. Desde luego, toda enfermedad grave es algo negativo, pero E.A. Poe la utiliza en otros términos. En sus historias vemos que la enfermedad conduce a la afirmación de la vida; o, mejor dicho, de una nueva forma de vida para la cual no hay definiciones convencionales. Lo que regresa de Morella es vida, pero no la vida que conocemos.

También podríamos pensar que el Narrador es un cómplice activo de Morella. No le da un nombre [y, por lo tanto, una identidad propia] a su hija durante un período de tiempo excepcionalmente largo [diez años], al cabo del cual, bajo la excusa de alejar a los «malos espíritus», decide bautizarla en el rito católico. ¿Por qué ha privado a su hija de una identidad durante tanto tiempo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que cuando la chica alcanza esa edad, pareciéndose más a su madre, resuelve darle el nombre de Morella, facilitando no solo el regreso de la difunta, sino permitiéndole transferir sobre la chica los mismos impulsos [deseo/miedo] que experimentaba por su esposa.

La clave para descifrar los misterios de Morella reside en los sentimientos del Narrador, en esta afinidad/rechazo que experimenta desde la apertura del relato. Hay una especie de dominio místico de Morella, y el Narrador se siente tan atraído por ella que terminan contrayendo matrimonio, no por amor o pasión, sino por «erudición». La influencia de Morella no proviene de los «fuegos de Eros», pero el Narrador no puede especificar ni definir claramente sus sentimientos por ella. No podemos culparlo. Su mente consciente es ignorante de los procesos subconscientes que se agitan en su interior. Morella desencadena algún tipo de reacción que no tiene sentido para el Narrador, que no puede decodificar, pero así y todo está sometido a ella.

Lo que él cree es que se siente seducido por los conocimientos y la sabiduría de Morella. Acto seguido, se abandona a ella, a su guía en las complejidades de sus estudios prohibidos. Su matrimonio se basa en una relación de tutor/alumno, en lugar del vínculo tradicional entre esposa y marido, entre pares. Ella guía el camino y él obedece, aunque no sabe exactamente porqué. En términos psicoanalíticos, esta es la relación entre el Yo y el subconsciente. Morella pertenece a un plano psicológico diferente. Posee extraños poderes mentales que influencian y condicionan al Narrador, y dentro de este espacio el Yo disfruta de algo que no puede articular en palabras; sin embargo, está seguro de que no pertenece a la esfera de «Eros», es decir, del amor.

Hasta aquí podría decirse que el Narrador es consciente de una parte de la situación: sabe que no está enamorado de Morella, pero siente gratificación, una «sensación de plenitud». Evidentemente, Morella representa para él la relación primaria entre el infante y su madre, donde el primero recibe cuidados, nutrición, placer, seguridad. Esta relación es precultural, por lo tanto, no puede identificarse en términos culturales [la lengua]. Es un placer que trasciende la competencia lingüística.

Es decir que el Narrador siente «algo» por Morella que no puede traducir en códigos lingüísticos ordinarios. Sabe que ese «algo» no proviene de «Eros» [amor], pero nada más. Sin embargo, este vínculo eventualmente despierta miedo en él, y no es para menos. Retornar a este estado de dependencia amenaza la integridad del Yo, construido a partir de la separación con la madre, y entonces surge el miedo. Es un miedo que Sigmund Freud definió como unheimliche, algo a la vez familiar y olvidado. Edgar Allan Poe es un verdadero arqueólogo al exponer estos huesos profundamente enterradas en la psique [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

Para Freud, el Complejo de Edipo cumple un rol central al ser el «núcleo del deseo, la represión y la identidad sexual». Es el punto de nuestras vidas en el que somos constituidos como individuos y nos integramos a la sociedad desde una fase precultural. Sin embargo, la lucha por superar el Complejo de Edipo nunca se resuelve del todo [ver: Lo que Sigmund Freud no te contó sobre el complejo de Edipo]

En el libro de 1919: Sobre la psicología de lo Siniestro (Zur Psychologie des Unheimlichen), Freud postula que lo Siniestro evoca pavor, pero posee una cualidad que lo distingue de cualquier otra cosa aterradora. Al igual que el Narrador de Morella, que lucha por encontrar palabras para definir lo que siente por su esposa, Freud también hizo una búsqueda exhaustiva para expresar este concepto. Finalmente arribó a la palabra alemana heimlich, que significa «hogareño», y a su opuesto: unheimlich [«no-familiar»], que en español se traduce vagamente como «siniestro». Los sentimientos indefinibles del Narrador son unheimliche; es decir, algo secretamente familiar [heimlich, el vínculo precultural con la madre], que ha sido reprimido y luego regresa, generando pavor no por ser desconocido, sino por ser familiar, incluso íntimo [ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño]

En otras palabras, lo Siniestro es algo íntimamente familiar que ha sido olvidado por la conciencia [reprimido], pero permanece vivo en el inconsciente. Desde el Yo, es decir, desde aquella porción de nuestro ser en la que nos reconocemos como Yo, lo Siniestro se experimenta como algo ilógicamente aterrador, un recuerdo que no queremos recordar. En este cuento de Edgar Allan Poe, lo Siniestro acecha en la forma indefinible, pero fascinante y a la vez aterradora, en la que el Narrador percibe a Morella. Al principio, ella le proporciona la oportunidad de regresar a esta dichosa etapa preconsciente, experimentada con la madre, pero a la vez amenaza la integridad de su Yo. Es una típica crisis edípica.

Ahora bien, ¿por qué Morella, y no otra mujer, activa en el Narrador su crisis edípica? Edgar Allan Poe, nuevamente, demuestra ser un maestro en el conocimiento de la mente humana.

El Narrador utiliza la palabra «hechizo» para referirse a la influencia que Morella ejerce sobre él, pero este es el efecto, no la causa. Esta última se encuentra en el primer párrafo, donde el Narrador sostiene que ella «evitó la sociedad y, apegándose tan sólo a mí, me hizo feliz». Esta atención exclusiva resuena en la relación del infante con su madre. Podemos imaginarla como una especie de circuito cerrado, una relación tan dedicada y exclusiva que prescinde de todo lo demás. Es probable que un vínculo de esta naturaleza haya reactivado el material reprimido del Narrador. La gratificación del lactante es enorme, pero el Yo, que solo puede existir al separarse de esa unión primaria, quiere seguir existiendo. Morella desencadena en él sentimientos extraños y, a la vez, familiares, pero que no puede entender, lo que lleva al efecto «siniestro» [ver: Lo Siniestro en los relatos de Edgar Allan Poe]

Sigmund Freud también se ocupó de explorar este tipo de dinámica de pareja. El Narrador no puede articular qué siente por Morella, es decir, no puede dar una explicación clara de la naturaleza de sus sentimientos hacia ella. En el ensayo de 1914: Sobre el narcicismo: una introducción (Zur Einführung des Narzißmus), Freud habla de varios tipos de amor en la personalidad narcisista: lo que el narcisista es, lo que él mismo era, y lo que él quisiera ser; entre otros. Morella representa el segundo tipo [lo que el narcisista era], ya que la relación entre ambos es un espejo del vínculo con la madre. Lo Siniestro se origina porque estos sentimientos son familiares, antiguos, y finalmente reprimidos durante la fase edípica. Sin embargo, antes de esta instancia, el Narrador encuentra en Morella una fuente de goce, que no viene de Eros porque está más allá del placer, es decir, pertenece a la órbita de la omnipotencia narcisista del infante.

En términos lacanianos, en cambio, Morella le proporciona al Narrador una enorme gratificación narcisista por un tiempo, pero cuando el goce se prolonga en el tiempo pierde su carácter prohibido, se normaliza. A medida que se desarrolla el cuento, el deleite inicial del Narrador da paso a la repulsión: Morella, que alguna vez fue la fuente de un goce inexpresable, resulta ser la fuente del miedo. La seductora voz de Morella adquiere un tono sobrenatural, como una «sombra» que cae sobre el «alma» del Narrador. «Y así la alegría se desvaneció súbitamente en el horror». El Narrador ya no puede soportar «el tacto de sus dedos pálidos, ni el tono bajo de su lenguaje musical, ni el brillo de sus ojos melancólicos».

Así el Narrador retrae sus sentimientos iniciales por Morella, y ella enferma. Él no vacila en detallar su desprecio por su esposa cuya salud se está deteriorando gradualmente. Esto podría deberse a la necesidad del Narrador de moverse a una zona más segura donde su masculinidad no se vea amenazada por la superioridad intelectual de Morella. Al final, su fuente de gratificación narcisista se convierte en algo intimidante. En términos freudianos, la razón subyacente de esta nueva percepción negativa de su esposa podría atribuirse al temor a la castración.

Sorprendentemente, en el momento de su muerte, Morella da a luz, aunque el embarazo nunca se ha mencionado en la historia. ¿Por qué? ¿Acaso es un narrador poco confiable? No necesariamente. Él es quien narra la historia en un estilo confesional, lo que indica una selectividad consciente sobre lo que escribe y lo que desea [o no] recordar. La indecisión marca el ritmo de la historia. El Narrador repite varias veces «si no me falla la memoria», «si no me equivoco», etc.; así como enormes lagunas, como la información del embarazo que se proporciona a último momento. Esta es su versión de los hechos, una versión escrita luego de que el proceso de represión volvió a sepultar aquello que no quiere recordar. Es, en toda regla, una ficción.

La atención del Narrador, todos sus esfuerzos narrativos, se centran en cómo percibió las cosas, no en los hechos objetivos. En este sentido, es un neurótico clásico, alguien que se ve afectado más por sus pensamientos y emociones que por la realidad externa. No está tratando de ocultar los hechos, tampoco de disimularlos, simplemente presenta la historia bajo el foco de sus propios procesos mentales sobreestimados.

Para Freud, la omnipotencia de los pensamientos está relacionada con un estadío atávico de la humanidad en su conjunto: el animismo, que además está muy presente y activo durante la infancia. También aquí, lo Siniestro cumple la condición de traer a la superficie estos residuos de actividad mental olvidados, tanto por la humanidad [inconsciente colectivo] como por el individuo [infancia]. En un narcisismo pleno, la sobrevaloración de los procesos mentales lleva a la total confusión entre realidad e imaginación. Este no parece ser el caso del Narrador de Morella. Él se encuentra al borde del colapso del principio de la realidad, pero todavía no ha dado el salto definitivo.

Cuando Morella da a luz a su hija, e inmediatamente muere, nos hace pensar que el progresivo deterioro de su salud quizás estuvo relacionado con un embarazo problemático. Esto es lo que pensaría una mente racional, pero el Narrador no puede unir los puntos. El embarazo pasa desapercibido para él. ¿Acaso Morella no se lo comunicó? ¿Podría el Narrador no haber notado los evidentes cambios físicos de su esposa? ¿El embarazo tendrá algo que ver con la súbita repulsión que el Narrador siente por su esposa, a la que hasta hace poco tenía en un pedestal? Lo cierto es que el hombre no llega a ninguna conclusión racional. Naturalmente, una hija puede parecerse a su madre, pero el Narrador, dominado por la sobreestimación de sus propios pensamientos [neurótico y narcisista], solo se enfoca en cómo percibe este incidente traumático donde nace una hija que no esperaba y muere su esposa.

Solo de este modo puede explicarse que el Narrador no le hable a su hija sobre su madre, y que la niña permanezca sin nombre durante un tiempo inusualmente largo. Son miedos animistas, infantiles, los mismos que lo llevan a preocuparse por parecido de su hija con su difunta madre, algo que le parece «extraño». Amenazado por el retorno de lo reprimido, la bautiza, es decir, trata de llevarla desde el territorio de lo extraño al espacio más familiar y seguro de la cultura. En este contexto, no asombra que, cuando el cura le pregunta por un nombre, aunque piensa en «muchos títulos de sabias y bellas, de tiempos antiguos y modernos», el nombre «Morella» se escapa de su boca en un colosal acto fallido.

Como sugiere el bautizo tardío, y el inmediato deceso de la segunda Morella, el nombre tiene una función importante en esta historia. Podríamos escarbar etimológicamente pero el terreno es duro. Morella podría incluir el latín mors/mortis, que significa «muerte»; y el sufijo femenino elle, pero la conjetura es vaga y no tiene fundamentos. Morella, de acuerdo a esta etimología, es la Muerte, pero se parece mucho más a Thanatos, la pulsión de muerte; más concretamente la pulsión por regresar a un estado de no-ser, prenatal y pregestacional, a la no existencia.

Curiosamente, en Más allá del principio de placer (Jenseits des Lustprinzips), Sigmund Freud habla de la pulsión de vida [la reafirmación yoica, el deseo de seguir siendo, de seguir existiendo] como... ¡Eros! El propio Narrador siente que la naturaleza de su atracción por Morella es como «un fuego» que «no provenía de Eros». Es notable observar cómo estos dos grandes maestros, Poe y Freud, desnudaron los impulsos de la mente humana casi en los mismos términos, pero en formatos completamente distintos.

La pulsión de muerte [Thanatos] tiende a regresar a un estado inanimado, a la desintegración, mientras que la pulsión de vida [Eros] tiende a preservar la existencia. Son opuestos pero están inseparablemente unidos en la psique humana. Podemos imaginarlos como la misma cuerda en tensión, cada opuesto luchando incansablemente por lograr su completa satisfacción. El equilibrio entre estas fuerzas equivale a tener una vida interior saludable, pero suele ocurrir que uno de estos elementos predomina en el ser, se sobredesarrolla, y puede manifestarse de varias maneras. La pulsión de muerte suele expresarse a través de la compulsión a la repetición que, como hablábamos anteriormente, atraviesa la personalidad del Narrador [ver: E.A. Poe y la Locura como sublime forma de la inteligencia]

En este contexto, el Narrador se siente fascinado por los conocimientos y la seductora voz de Morella [Thanatos], pero esa atracción no proviene de la pulsión de vida [Eros]. De hecho, al final de la historia, el cadáver de la primera Morella se ha desintegrado por completo, cumpliendo su función como pulsión de muerte: regresar a un estado de no existencia.

La maestría de Edgar Allan Poe se basa en la liberación de su propio material reprimido, oculto, forzado al silencio en la mayoría de nosotros, pero transformado y sublimado en extraordinarias obras de arte. Tal es así que en sus cuentos proliferan el desborde emocional y el comportamiento «anormal» de sus protagonistas, la enfermedad, la perversidad, la muerte prematura, la obsesión fanática de un hombre por una mujer idealizada que al final lo conduce a la autodestrucción. En otras palabras, Edgar Allan Poe es grande y universal porque sus historias no dependen del afuera; emergen desde lo más profundo de la mente.




Edgar Allan Poe. I Taller gótico.


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El artículo: La llamada de Thanatos: análisis de «Morella» [E.A. Poe] fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

Daniel Milano dijo...

'Morella', mi Poe favorito!
Notable ensayo, Sebastián! Con él, abre un abanico de interpretaciones que jamás pasaron mi cabeza. Sin embargo, sigo considerando este cuento (después de cincuenta años de lecturas) como la más refinada de las venganzas. Leído a los quince años o por ahí, me pasmó su perversidad. Que bastara pronunciar un nombre para matar a la persona amada... 'too much'' para el chico que era entonces. Pero que además ese cuerpo de diez años contuviera la esencia, el alma por así decirlo, de su madre muerta... decididamente intolerable. El final efectista -aunque necesario para los distraídos-, siempre lo entendí como un hecho poético que no requería explicación. Poe, subestimando un tanto a sus lectores, consideró que hacía falta reforzar la idea de metempsicosis y se decidió por el recurso que tenemos más a mano en occidente: la resurrección cristiana con eliminación de rastro físico. Insisto: poético y convincente.
Con el tiempo, la oscuridad de ese cuento inolvidable fue decantando, dejando a la vista, al menos para mí, la clara motivación de Morella: una venganza sutil como un veneno renacentista. Morella jamás se sintió amada por el narrador y a pesar de su condición de mujer sofisticada, no pudo perdonar a su esposo.
Creo que lo dice con claridad, mediando el cuento: "Repito que voy a morir. Pero hay en mí una prenda de ese afecto, ¡ah, cuan pequeño!, que has sentido por mí, por Morella. Y cuando parta mi espíritu, el hijo vivirá, el hijo tuyo, el de Morella. Pero tus días serán días de dolor, de ese dolor que es la más duradera de las impresiones, como el ciprés es el más duradero de los árboles. Porque han pasado las horas de tu felicidad, y no se coge dos veces la alegría en una vida, como las rosas de Paestum dos veces en un año. Tú no jugarás ya con el tiempo el juego del Teyo; pero, siéndote desconocidos el mirto y el vino, llevarás contigo sobre la tierra tu sudario, como hace el musulmán en la Meca."
¿No resulta claro? Con una perversidad inigualada e inigualable, Morella le ofrece a su esposo el amor durante diez años y se lo arrebata con brutalidad ejemplar al convertirlo en el interpósito instrumento de la muerte de su hija proporcionándole el arma del crimen: su nombre.
Un cuento de una maldad acabada, ciertamente.
Freud, tan mencionado en su ensayo, se hubiera hecho una 'fiesta inolvidable' analizando a Poe.
Perdón por la extensión del comentario pero su texto pulsó, como cita Poe en otro de sus cuentos, mi "corazón suspendido" en el tiempo. Y ahora no deja de resonar...

Sebastian Beringheli dijo...

Extraordinario aporte a la discusión, Daniel. Coincido en gran parte. El motivo de la venganza está ahí, pero no estoy seguro de que esté relacionado con el desamor del narrador hacia Morella. Pareciera como si ella necesitara del narrador para cumplir su ciclo de reencarnaciones. De hecho, lo necesita para concebir a la niña, y luego criarla, vacía de nombre y personalidad propia, esperando su regreso. Es una historia que abre un sinnúmero de interpretaciones.

Daniel Milano dijo...

Así es: un texto infinito. Abrazo.



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