Vampiros: el asombroso simbolismo detrás de la leyenda.
No es infrecuente que, al regresar sobre las leyendas medievales, los especialistas se esfuercen por explicarlas bajo la trémula luz de la alegoría y el simbolismo. Es decir que, frente a la Caperucita Roja, por ejemplo, pocos se atreven a interpretarla en términos literales; siendo menos aún los que vindiquen la existencia real de tales historias. Después de todo, los lobos no se disfrazan de desvalidas abuelas.
No obstante, con los vampiros ocurre una dinámica inversa.
En efecto, las leyendas de vampiros son interpretadas con una literalidad pasmosa: el muerto que regresa a la vida es un muerto que regresa a la vida, la sangre que se bebe es sangre bebida, los ataúdes, los cementerios, los revoleos nocturnos bajo la forma de murciélagos, ratas, y otras criaturas de la noche, son exactamente eso.
No hay símbolos. O mejor dicho, los hay, y muchos, pero omitidos de forma casi automática, lo cual nos sitúa frente a una leyenda que puede o no ser creída pero únicamente dentro de esa literalidad, sin margen para lo simbólico.
Por un lado, los cuentos de hadas, y por tal caso todas las mitologías, son observadas a través del velo de lo simbólico; mientras que a los vampiros, en cambio, les ha tocado prescindir de toda profundidad interpretativa.
¿Pero qué ocurriría si aplicáramos sobre los vampiros el mismo principio?
Es decir, ¿qué ocurriría si los vampiros, como criaturas del folklore que subsisten más allá de la tumba, alimentándose de la sangre de los vivos, fuesen en realidad una figura que intenta representar, de manera simbólica, algo mucho más tangible?
Eso es precisamente lo que intentó hacer la Teosofía.
Para esta resbaladiza rama del saber, los vampiros son un símbolo que describe una amplia variedad de entidades, algunas desencarnadas, otras materiales, capaces de vampirizarnos.
Por ejemplo: los vampiros beben sangre en todas las leyendas, y a veces cosas peores, pero este punto nunca se pone en duda. A nadie —o a pocos, para ser más justos— se le ha ocurrido imaginar que la sangre, dentro del mito de los vampiros, es un símbolo más. ¿Y qué es lo que representa la sangre en este tipo de leyendas? Según la Teosofía, la referencia a la sangre sería una representación física del principio vital que sostiene la vida orgánica.
La llaman Kama-Prana; energía, básicamente.
Dentro de este criterio, los vampiros son entidades vivas o espirituales que se alimentan de la energía vital de los vivos. El concepto de vampiro energético —a veces llamado vampiro emocional o vampiro psíquico— se ajusta dentro de este modelo de interpretación.
Esa energía vital —el Kama Prâna— circula por el organismo a través del torrente sanguíneo. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuál es la constitución de esa energía? Los teósofos son impermeables ante esos interrogantes, pero sí han deducido cuál es su función: es el principio vital en nosotros, el cual sostiene la vida orgánica y nos conecta con este y otros planos y universos.
Estas teorías plantean un tipo de vampirismo mucho más complejo, cuyas características resuenan simbólicamente en las leyendas.
Todos conocemos aquel axioma legendario que sostiene, en términos más o menos ambiguos, que uno debe invitar al vampiro para que éste pueda ingresar en un domicilio. Esto, en términos simbólicos, se resume en la necesidad de convertirse en víctima voluntariamente. La Teosofía explica este rasgo de la leyenda del siguiente modo:
La transmisión de una porción de la energía vital desde la víctima hacia el vampiro no es producto de una acción completamente forzada, sino que depende de la relación entre el vampiro y la víctima, siendo esta última la que concede ser vampirizada, a veces a nivel inconsciente.
Así como en la leyenda es necesario abrirle la ventana al vampiro, en el plano real, según la teosofía, uno debe desear ser vampirizado.
Lo curioso es que este proceso, por llamarlo de algún modo, generalmente se produce sin que el vampiro y su presa, salvo casos excepcionales, sean realmente conscientes de lo que ocurre. Uno puede estar vampirizando a otras personas sin saberlo, del mismo modo en que otras pueden ser vampirizadas sin tener conciencia real de lo que está sucediendo.
Los vampiros que actúan voluntariamente, según la Teosofía, son esencialmente los adeptos a la magia negra, la nigromancia, la brujería, el ocultismo y el esoterismo, quienes son capaces de dirigir la voluntad hacia una o varias personas hasta que éstas finalmente concedan en convertirse en sus víctimas.
Por otra parte, la relación de los vampiros con los sarcófagos, los cementerios, y sobre todo la marcada aversión de estas criaturas por los objetos sagrados, como las cruces y el agua bendita, e incluso el sol, serían símbolos que representan la constitución del mago negro, como todos sabemos, básicamente nocturno, asiduo visitante de sitios en donde predomina la muerte y siempre temeroso de la fe.
C.W. Leadbeater incluso arriesga una explicación para los vampiros energéticos que actúan sin saber exactamente el poder que ejercen sobre los demás:
El que tiene la desgracia de ser un vampiro inconsciente puede ser comparado con una esponja gigantesca, siempre lista para absorber enormes cantidades de energía vital. Si se limita a aprovechar las radiaciones superficiales que cada persona normal emite, no hará ningún daño, ya que el aura de la víctima es capaz de reponerla a medida que se pierde. Pero usualmente esto no es todo lo que el vampiro hace. Es capaz de absorber energía de forma tan intensa y sostenida que, literalmente, termina por vaciar a su presa.
Ahora bien, tanto H.P. Blavatsky como Annie Besant, dos de las principales figuras de esta corriente filosófica, coinciden en afirmar que la absorción de energía vital no ayuda realmente al vampiro, ya que éste la quema a un ritmo igualmente frenético.
El vampiro invariablemente desperdicia la sustancia energética que ha adquirido, como si pasara a través de él y se disipara sin una adecuada asimilación, de modo tal que su sed nunca se sacia. Es como si llevara consigo una herida incapaz de cicatrizar. No importa cuánta sangre, o energía, absorba, esta seguirá fluyendo a través de esa herida perpetuamente abierta.
Dentro del terreno de la leyenda, esto se representa en el incontenible estado de sed de los vampiros, quienes pierden fuerza y vitalidad si no beben sangre frecuentemente.
C.W. Leadbeater añade:
Lo único que se puede hacer para ayudar a un vampiro es proporcionarle la vitalidad que anhela en cantidades estrictamente limitadas, mientras se esfuerza, por acción hipnótica, para restaurar la elasticidad del doble etérico, de modo que la succión de energía, y la fuga correspondiente, ya no tengan lugar.
Es decir que el vampirismo energético no puede revertirse, del mismo modo en que, tras convertirse en vampiro en las leyendas, uno no puede retornar a su forma humana.
Y así como estos chupasangres de la tradición solo pueden morir con una estaca que les atraviese el corazón, el vampiro energético cesa de parasitar a sus víctimas cuando su corazón se detiene o, según la Teosofía, cuando un iniciado atraviesa el corazón de su cuerpo etérico.
Al parecer, también hay formas de defenderse de un vampiro energético. C.W. Leadbeater propone la creación de una especie de cáscara etérica, un Tulpa o Forma de Pensamiento, que actúe como armadura alrededor nuestro; pero ningún otro autor defiende esa posibilidad.
Por último, los vampiros incluso pueden trascender su propia muerte física, convirtiéndose en seres desencarnados cuyos instintos los impulsan a buscar con avidez el contacto con personas vivas.
Estos espíritus, conocidos en la Edad Media como Íncubos y Súcubos, todavía mantienen una relación magnética con sus cadáveres físicos, de manera tal que deben regresar a sus tumbas, del mismo modo en que los vampiros de la leyenda retornan a sus sarcófagos antes del amanecer.
A grandes rasgos, estos son algunos símbolos detrás del mito de los vampiros de acuerdo a la Teosofía, acaso la única rama del saber, tan endeble como interesante, en ensayar una interpretación para una de las criaturas más extendidas a lo largo de prácticamente todas las mitologías.
Vampiros. I Parapsicología.
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