Alicia en el País del Opio: drogas en novelas clásicas


Alicia en el País del Opio: drogas en novelas clásicas.




Si bien hoy nos resulta difícil de creer, durante el siglo XIX era perfectamente normal comprar sustancias tales como el láudano, el opio, la morfina, la cocaína, e incluso el arsénico, de forma totalmente legal. En este contexto, las drogas dentro de la literatura, y específicamente dentro de las novelas victorianas, eran tan frecuentes que ni siquiera era necesario mencionarlas para que el lector advirtiera su presencia.

Pensemos en la novela de Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland). Desde luego que la atmósfera onírica de la historia podría hacernos pensar que Alicia estaba bajo los efectos de alucinógenos; sin embargo, Lewis Carroll no solo lo sugiere a través de este medio sino que directamente lo aclara en varios pasajes.

Es cierto que las sustancias que Alicia consume en el País de las Maravillas jamás son descritas específicamente como drogas; no obstante, también es justo pensar que esa aclaración era redundante: Alicia bebe de misteriosas botellas llenas con líquidos extraños, saborea pasteles decorados con semillas de amapola, presencia orugas descomunales que fuman exquisitas hierbas y atestigua la presencia de hongos mágicos.

A esto hay que añadirle que todos estos ingredientes aparecen dentro de un contexto en el que Alicia pierde por completo el control de su cuerpo, así como la noción de tiempo y espacio.

Alicia y su País del Opio no es un caso aislado, sino parte de una costumbre tan arraigada en la sociedad que su utilización dentro de la literatura era casi una obligación.

Repasemos algunas de las novelas más importantes de la época que se apoyan en esta tradición.

Las drogas son elementos esenciales en Villette (Villette), de Charlotte Brontë; así como en La inquilina de Widfell Hall (The Tenant of Widfell Hall), de Anne Brontë. Ambas novelas utilizan a Branwell Brontë, hermano de las autoras, como modelo del típico inglés adicto al láudano.

En Catherine (Catherine), de William Makepeace Thackeray, la heroína frecuenta a todos los boticarios de Londres para adquirir láudano y de ese modo aliviar el terrible dolor de muelas que la aqueja. Algo parecido ocurre en La feria de las vanidades (Vanity Fair), del mismo autor, donde la seductora Becky Sharp jamás deja de rellenar sus botellas de láudano para lucir fresca y radiante.

Elizabeth Gaskell, en cambio, utiliza a las drogas como forma de evasión, no de tratamiento médico. En Mary Barton (Mary Barton), John Barton se intoxica periódicamente para sobrellevar su estado de perpetua depresión como consecuencia de la pobreza y el desempleo.

Wilkie Collins, gran adicto al opio como medio para suavizar los padecimientos del reuma y la gota, hizo de las drogas el núcleo de la trama argumental de La piedra lunar (The Moonstone), quizás una de sus novelas más famosas.

George Eliot aportó lo suyo en Daniel Deronda (Daniel Deronda); también en Silas Marner (Silas Marner), donde la miserable Molly Farren es adicta al opio; o en Middlemarch (Middlemarch), donde el doctor Lydgate consume cuanta sustancia alucinógena encuentra a su paso, mientras que Will Ladislaw busca en la exploración narcótica los medios para alcanzar la inspiración artística.

En Trompeta principal (Trumpet Major), Thomas Hardy consigue que Bob Loveday pierda la conciencia en varios pasajes debido al consumo excesivo de té de amapola.

Uno de los casos más notables de la mención de drogas dentro de la literatura es el clásico de Robert Louis Stevenson: El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde); donde un sujeto anodino, chato, se convierte en una bestia impulsiva luego de beber una extraña pócima.

Si bien la fórmula de este brebaje no es aclarada por Stevenson, a lo largo de la novela se deduce que esta tiene que ver con algún tipo de psicotrópico.

También hay una gran cantidad de referencias a las drogas en El retrato de Dorian Gray (The Picture of Dorian Gray), de Oscar Wilde. De hecho, a lo largo de la historia Dorian frecuenta regularmente el ámbito pernicioso de un fumadero de opio.

Tampoco podemos dejar de lado al clásico de Bram Stoker: Drácula (Dracula).

Allí, el doctor Jack Seward, quien administra el manicomio de Carfax, es un impulsivo adicto a la morfina. Incluso el doctor Abraham Van Helsing, más recordado por practicar una de las primeras transfusiones de sangre en la literatura, le inyecta morfina a Lucy Westenra antes de que la muchacha se transforme en vampiro.

Para finalizar mencionaremos a un último personaje, aunque la lista podría prolongarse indefinidamente: Sherlock Holmes; sí, el detective de Arthur Conan Doyle. Si bien no se asume a sí mismo como un adicto, ocasionalmente se inyecta cocaína, según él, para estimular su cerebro cuando no se encuentra trabajando en un caso.




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