El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios.


El «accidente» que convirtió a los Dioses en Demonios.




Dios es fácil. En todas las tradiciones, Dios [o los Dioses] se manifiesta, se presenta a sí mismo ante un grupo selecto de seres humanos, se identifica como el Creador, y acto seguido entrega o expresa algún tipo de manual de conducta que espera que sigamos. Dios es directo, pero los Demonios...

¿Cómo llegamos a saber lo que creemos saber sobre los Demonios? ¿En qué momento se produjo la transferencia de ese conocimiento?

No me refiero aquí a los tratados demonológicos de la Edad Media, donde se afirma con bastante liviandad que tal Demonio es mariscal, tal otro un duque, y aquel lidera tantas legiones. La clasificación demoníaca sobre la base de una estructura aristocrática y militar es lo suficientemente ridícula como no demandar una refutación. La verdadera respuesta acerca de cómo el ser humano obtuvo sus supuestos conocimientos sobre los Demonios podría ser... accidental.

En algún punto de nuestra [pre]historia, la mente humana estuvo lo suficientemente madura como para empezar a producir Demonios. Las formas particulares de estos Demonios [sus nombres] estarían determinados por una variedad de circunstancias: geográficas, políticas, climáticas, e incluso accidentales [ver: Lingua Diaboli: el lenguaje del diablo]

En sus notas sobre el Rig-Veda, el filólogo alemán Friedrich Max Müller (1823-1900) notó que la formación del nombre de una prominente figura de la mitología hindú fue, con toda probabilidad, un accidente. En los primeros himnos védicos aparece el nombre de Aditi como la madre de muchos dioses, y tres veces se menciona el nombre femenino Diti. Hay razones para creer [al menos Max Müller las tenía] que Diti es un mero reflejo de Aditi, cuyo nombre original cambió a causa de la licencia poética de un recitador. Sin embargo, la mayoría de los escribas hindúes consideraban cada letra de un libro como algo sagrado, de modo que Aditi siguió siendo Aditi, pero Diti permaneció en la cultura oral. Siglos después [olvidada la licencia y el recitador], esta Aditi decapitada, Diti, evolucionó hasta convertirse en un ser separado y poderoso.

¿Qué tiene que ver esto con los Demonios? Mucho, porque siendo que cada nicho en el amplio abanico de dioses ya estaba ocupado, la nueva forma [Diti] fue relegada al reino del mal, donde permaneció como la madre de los enemigos de los dioses, los Daityas. En otras palabras, esta deidad, nacida de una licencia poética [acaso de una necesidad métrica de recitado], se convirtió, «por accidente», en un Demonio. [ver: Demonios femeninos]

La estrecha semejanza entre estos dos nombres de la mitología hindú [Diti y Aditi], que representan, cada uno, lo mejor y lo peor, el Bien y el Mal, nació de un incidente trivial. No todos, pero muchos Demonios de los mitos bíblicos siguen el mismo patrón.

La palabra demonio es en sí misma un accidente [ver: ¿Qué significa la palabra «demonio»?]. Originalmente tenía un significado «bueno», en lugar de malo. El sánscrito deva [«el que brilla»] se corresponde con el griego θεος, el latín deus, el anglosajón tiw; y permanece en la palabra «deidad». El demonio de Sócrates es la personificación de un ser todavía bueno, pero en el camino del deterioro o declive de la pura divinidad. Platón declara que los hombres buenos, cuando mueren, se convierten en «demonios» [daimones], y afirma que estos son mensajeros entre los dioses y los hombres. ¿En qué momento los Demonios descendieron tanto hasta convertirse en los desagradables duques, condes y mariscales retratados por la demonología?

Este proceso mediante el cual una entidad «buena» se convierte en «mala» a veces se desarrolla repentinamente. Por ejemplo, la palabra inglesa bogey, especie de apodo para un espíritu maligno [bogey-man, u «hombre de la bolsa» para nosotros], proviene de una vieja palabra eslava para Dios: Bog. En ciertas partes de Europa, Bog se expandió como bogey [bwg, en galés, denominando una especie de duende], pero en las tierras eslavas, donde significaba «Dios», comenzó posiblemente como una variante local del hindú Bhaga, el Señor de la Vida. Es decir que el Hombre de la Bolsa, originalmente, fue Dios. Así de radicales pueden ser los «accidentes» que conducen a convertirte en un Demonio.

Cuando llegamos a los nombres particulares de los Demonios vemos que muchos de ellos preservan huellas etimológicas de su esplendor original. El nombre de Siva, el dios hindú de la destrucción, significa «auspicioso», derivado de svī, «prosperar». Algo similar ocurre con muchos Demonios de los mitos bíblicos: nombres «buenos» pero que cometen acciones contrarias a Dios. La teología afirma que esto se debe a que los Demonios eran originalmente ángeles que «cayeron» de la gracia divina, pero que algunos conservaron nombres elogiosos, como Lucifer, el «portador de la luz». Sin embargo, es probable que la historia de esa «caída» haya sido fabricada para justificar la existencia de seres [supuestamente] malignos pero con nombres que refieren a cuestiones nobles.

En algunas leyendas persas se menciona a Ahrimán como un demonio del fuego, de quien provienen los djinns. Tiene sentido: si alguien está asociado al fuego, debe ser «malo». Sin embargo, sabemos que en las primersas fases de todas las mitologías, el fuego era un signo de santidad: Lucifer es el ángel caído de la estrella de la mañana; Loki, el más cercano a un poder maligno en los mitos nórdicos, significa «llama».

El Demonio Azazel, cuyo nombre es incorrectamente traducido en la Biblia como «chivo expiatorio», parece haber sido originalmente una deidad premosaica. De hecho, los cuatro principales Demonios mencionados en los mitos hebreos [Samael, Azazel, Asael y Maccathiel] son personificaciones de elementos que se desprenden de una deidad principal. Samael significa «mano izquierda de Dios»; Azazel, «fuerza de Dios»; Asaël, «fuerza reproductiva de Dios»; y Maccathiel, «poder retributivo de Dios». Es por esta razón que los Demonios más poderosos han sido asociados en la imaginación popular con las estrellas, planetas, cometas y otros fenómenos celestes, ya que estos eran vistos como desprendimientos o acciones de Dios.

De hecho, legendaria caída de Lucifer está directamente relacionada a la evolución, o inversión, del mito original: Lucifer, la estrella de la mañana, era la luz temprana que disipaba las tinieblas de la noche y revelaba las malas obras cometidas en la oscuridad. Poco a poco, Lucifer dejó simplemente de iluminar, a primera hora del día, los crímenes y malas obras cometidas durante la noche, y comenzó a vengarlas. Eventualmente, el mito fue evolucionando hasta convertirlo en instigador del mal que, originalmente, revelaba con su luz y luego castigaba.

Otro «accidente» interesante tiene como protagonista al Demonio Belial, cuyo nombre significa «impiedad». Debido a una mala interpretación del Antiguo Testamento por parte de los traductores de la Septuaginta, pasó de ser una simple palabra a una entidad; y así pasó al Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Corintios se dice «¿Qué concordia tiene Cristo con Belial?». Pero la palabra belial [«impiedad»] no se usaba originalmente como un nombre propio, y la creación tardía de un Demonio a partir de ella puede atribuirse a un «accidente».

En los mitos griegos, las deidades «caídas» siempre manifiestan algún defecto físico, como Hefestos, lisiado desde que Zeus lo arrojara desde el Olimpo. En las leyendas medievales, el Diablo generalmente aparece con la misma característica de cojera. El pie hendido del Diablo medieval se repite en casi todas las leyendas donde se lo menciona. Incluso los cuernos, popularmente atribuidos al Diablo, posiblemente se originaron a partir de la aureola que indicaba la gloria de su estado original. Las primeras representaciones de Satanás lo muestran usando la aureola, y solo se le agregaron cuernos cuando el arte incorporó los modelos de Pan y los Sátiros.

Cada panteón mitológico se construyó sobre la base de especulaciones intelectuales. En un sentido moral, las primeras deidades tenían actitudes más o menos demoníacas. Casi se puede afirmar que la religión, considerada como un servicio de adoración a seres sobrehumanos, comenzó con la propiciación de los Demonios, aunque estos se hicieran llamar Dioses. El ser humano descubrió muy pronto que las cosas buenas eran excepciones, mientras que las dificultades brotaban por todas partes. Los poderes malignos parecían ser los más fuertes; razón por la cual las deidades más poderosas siempre tienen un toque demoníaco en ellas [ver: Los Demonios, el amor, y el placer]

El esplendor, el poder y la majestad siempre van de la mano con la amenaza. El sol, quizás, es el primer ejemplo de divinidad, no a pesar de que puede causar estragos, sino porque puede causarlos. Siendo las divinidades tan poderosas, seres con la capacidad de ayudar pero también de destruir, la temerosa adoración que se les rendía incluyó la utilización de nombres halagadores, elogiosos. De hecho, los sacrificios con los que los seres humanos intentaban propiciar a estas divnidades, nunca se habrían podido ofrecer a un dios poder puramente benévolo. Cuánto más retrocedemos en el tiempo, los dioses están menos divididos en rangos de seres benévolos y malévolos. Tal es así que, cuando el ser humano comenzó a establecer una distinción moral entre el bien y el mal, la cosmogonía se transformó en religión.

El proceso intermedio, la zona gris, en la cual el bien y el mal se diferenciaron y avanzaron hasta personificarse por separado, no es del todo claro, sin embargo, hay indicios, como la relación entre Baal y Baal-zebub [Belcebú]. Uno representa al Sol como vivificador, el otro su poder destructivo. Baal-zebub es el «señor-mosca» [el mismo epíteto del Zeus adorado en Elis], una deidad filistea que daba oráculos, y que poco a poco fue cambiando su esencia debido a un mero juego de palabras. Su nombre se convirtió en Beelzebul, «señor del estiercol».

En los mitos nórdicos, más precisamente en los Eddas, Loki hace referencia a su pasado común con Odín; es decir, una era olvidada donde ambos eran simultáneamente «buenos» y «malos»:


¡Odín! ¿Recuerdas?
cuando en los primeros días
mezclamos nuestra sangre?


La mitología hindú es tan vasta que, se dice, no tiene espacio para el Diablo; sin embargo, el mal está tan bien distribuido entre las deidades «buenas» que realmente no hay necesidad de un Demonio completamente «malo». Lo mismo puede decirse de los mitos hebreos más antiguos. No tenían un Diablo en su mitología, porque el celoso y vengativo Jehová cumplía ese rol perfectamente. De hecho, la admisión del Diablo en todos los panteones siempre trae consigo el rechazo de los dioses «buenos». Por ejemplo, cuando Loki se presenta en la asamblea de los dioses, es recibido con cierto destrato por parte de los Aesir; pero entonces comienza a mencionar incidentes en la vida de cada uno de los dioses que muestran que ninguno es mejor que él. Los Aesir, incapaces de responder, confirman las críticas teológicas de Loki atándolo con una serpiente [ver: La verdadera muerte de Odín]

Es necesario hacer una distinción entre Demonio y Diablo. En la antigüedad, el mundo estuvo lleno de historias de Demonios antes de que existiera una encarnación formal del Principio del Mal. Estos primeros Demonios no tenían carácter moral. No hay un estallido de indignación moral cuando Indra mata a Vritra, y el rostro de Apolo está sereno cuando su dardo atraviesa a Pitón. Se requirió un desarrollo mayor del sentimiento moral para dar lugar a la concepción de un Demonio, y más aún para creer en un espíritu puramente maligno. Podemos pensar en el Diablo [en términos de Principio del Mal] como un ser que hace el mal por el mal mismo; mientras que la nocividad de los Demonios es accesoria de otras satisfacciones [ver: El Diablo como amante]. Recordemos que las palabras deidad y demonio alguna vez fueron intercambiables, y la última simplemente se degradó para designar fuerzas y cualidades menos benéficas.

Cada Dios mitológico tenía su Sombra [en términos de Carl Jung] muy bien integrada, pero bajo la influencia del dualismo esta Sombra alcanzó una existencia propia y una personalidad distinta en la imaginación popular. Una vez establecido el principio de que un Dios amoroso solo es capaz de realizar buenas acciones, surgió la necesidad de que alguien más personificara todas las desgracias y tragedias que suceden en el mundo.

Algunas transformaciones de Deidades en Demonios, y el consecuente abandono de su culto salvo por una minoría, a veces dejó rastros en las lenguas. La palabra alemana para «ídolo» es abgott, que significa «ex-dios», lo cual deja en evidencia que algunos ídolos paganos, cuyo culto se había abandonado, eran en realidad antiguos dioses. De más está decir que el cristianismo, sobre todo, se comprometió a suprimir cualquier tipo de creencia ajena a las suya, de modo tal que las deidades paganas pronto se convirtieron en Demonios. Esta demostró ser una estrategia brillante. Los cristianos nunca negaron la existencia de las deidades que estaban tratando de suprimir, eso podría haber causado una reacción; simplemente mantuvieron la existencia de los dioses nativos, pero los llamaron Demonios. Así, el cristianismo no podía ser acusado de suprimir o borrar la existencia de una deidad local; por el contrario, las incorporó [ver: La derrota de los dioses paganos]

En cada territorio conquistado por una nueva religión siempre se encuentran unos pocos individuos que se aferran a sus antiguas deidades. Estos serán llamados «herejes», pero aun así seguirán practicando sus antiguos ritos, incluso después de haber tenido que aceptar la imposición del conquistador y llamar Demonios a sus antiguos dioses.

La evolución de los Demonios a partir de deidades se terminó de establecer a través del arte, porque la degradación teórica de estas deidades solo podía completarse cuando se presentaban a la vista en formas repulsivas. Sin embargo, las grandes representaciones del mal nunca han sido, originalmente, feas. Se podría describir a los dioses como cayendo velozmente como un relámpago del cielo, pero en la imaginación popular los Demonios conservaron durante mucho tiempo gran parte de su antiguo esplendor. Por eso mismo las representaciones religiosas buscaban revertir los viejos atributos de estas deidades. Si el pueblo conquistado teológicamente por una nueva religión todavía pensaba que sus antiguos Dioses eran hermosos, el arte religioso los deformó hasta convertirlos en seres grotescos, horribles a la vista.

Los nombres de los Demonios generalmente contrastan su origen celestial con las funciones que realizan sus nuevas formas degradadas. El cristianismo, al expandirse, requería un constante suministro de Demonios, y este provino de las innumerables deidades destronadas, proscritas y «caídas» tras la subyugación de sus adoradores; sin embargo, los nombres de muchos Demonios siguieron dando cuenta de su pasado como deidades.

Ahora bien, como el nuevo Dios era todo bondad, alguien tenía que cargar con el peso de las miserias de la vida. De este modo, los Demonios se encargaron de personificar todo lo «malo». Sin embargo, surgieron objeciones. ¿Cómo un Dios que es todo bondad, que es omnipotente, puede admitir la existencia del mal? La teología resolvió este dilema afirmando que los Demonios, aunque creen estar haciendo el mal, en realidad están siguiendo el plan divino, que nadie puede conocer, excepto Dios. Como solución, hay que decirlo, no es muy elegante. Plotino tuvo más gracia al afirmar que cada uno de los dioses griegos contenía a todos los demás.

La etimología a menudo nos permite captar la ironía del destino de los Demonios. Poe ejemplo, la palabra inglesa hell [«infierno»], proviene de la diosa escandinava Hel, cuyo nombre original, Halja, significa «negra». Hel moraba en un reino subterráneo helado, y su nombre, paradójicamente, se preservó para denominar un lugar de tormento ardiente.

Incluso cuando los nombres de los Demonios no muestran rastros de su degradación, es posible que se les atribuyan características o mitos relacionados con ella. Tal es el caso de Satanás, cuyo nombre hebreo significa «adversario», pero que, en el Libro de Job, aparece entre los hijos de Dios. Satanás, entre los hebreos, fue al principio un término genérico para «adversario», y no significaba ningún personaje especial, mucho menos un antagonista de Dios.

El contraste entre la horrible fisonomía dada a Satanás en el arte cristiano y su representación teológica como el Tentador, es obvia. Si el arte hubiera tenido que representar fielmente la teoría teológica, Satanás habría sido retratado con una forma bella y armoniosa; pero el «plan» era despertar horror y antipatía por las deidades nativas a las que los herejes se aferraban tenazmente. Más aún, los teólogos cristianos han defendido vehementemente la existencia de Satanás, y con buenos motivos: Satanás, el adversario de Dios, es necesario como agente y verdugo bajo el gobierno divino. De hecho, no hay nada en el Libro de Job que indique que Satanás es un personaje diabólico; por el contrario, aparece como un personaje respetable y poderoso entre los hijos de Jehová, y su oficio era el de fiscal.

Pero, al parecer, Satanás fue demasiado suspicaz en su oficio. Se volvió acusador, y de ahí fue fácil transformarse en calumniador y finalmente en instigador de los males que originalmente profesaba reprimir. De hecho, las primeras representaciones de Satanás lo muestran sosteniendo una balanza en una mano, pero tratando astutamente con la otra de presionar un lado de la balanza... el lado de las malas acciones.

Aunque los hebreos no identificaron a Satanás con su chivo expiatorio, él ha sido verdaderamente el chivo expiatorio entre los Demonios durante dos mil años. Todas las pesadillas y fantasmas que alguna vez atormentaron la imaginación humana se han acumulado sobre él. Al expandirse el cristianismo, Satanás absorbió las diversas características de muchos Demonios fosilizados: cuernos, pezuñas, rasgos animalescos. Todas estas formas proteicas lo han convertido en un verdadero milagro de incongruencias, y en una figura fascinante.




Demonología. I Diccionario demonológico.


Más literatura gótica:
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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un análisis muy exhaustivo y lúcido.
Un placer para los aficionados a la filología.



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