«Las cabezas de Logoda»: August Derleth; relato y análisis.


«Las cabezas de Logoda»: August Derleth; relato y análisis.




«¿Me haría este favor, mayor? No lo molestaré más, por mi honor.
Quiero hablar con las cabezas de Logoda y no quiero que escuche lo que les digo.»



Las cabezas de Logoda (Logoda's Heads) es un relato de terror del escritor norteamericano August Derleth (1909-1971), publicado originalmente en la edición de abril de 1939 de la revista Strange Stories.

Las cabezas de Logoda, uno de los cuentos de August Derleth más logrados, fue adaptado por Robert Bloch para la serie televisiva Night Gallery. El episodio se estrenó en diciembre de 1971.

La historia comienza con un grupo de oficiales ingleses debatiendo afuera de la choza de un brujo nativo, llamado Logoda. El mayor Crosby, por supuesto, es un escéptico, pero entiende que el estatus de brujo entre los locales lo obliga a tener ciertas formalidades con Logoda. El oficial Henley, por el contrario, es un creyente; y no sólo eso, sino que está convencido que la cabeza de su hermano, recientemente desaparecido, ahora forma parte de la colección personal de Logoda.

Henley convence al mayor Crosby e ingresan en la choza del brujo. Después de unos instantes de acostumbrarse a la oscuridad, «vieron a Logoda y las feas cabezas secas y colgadas de postes sobre el hechicero». Crosby, que había estado hace poco en la choza, recordaba haber contado diez cabezas. Ahora hay once:


«Logoda, un hombre corpulento y desgarbado, estaba sentado en cuclillas en un rincón. Llevaba un tocado extraño, puesto apresuradamente por aviso de los visitantes, pero aparte de esto y unas cuantas manchas de pintura no demasiado reciente, no se diferenciaba mucho de sus compatriotas nativos. Sin embargo, el hombre era un poder muy tangible e irritante para los ingleses estacionados en el puesto cercano.»


Crosby es un hombre racional, de modo que la presencia de una cabeza nueva en la choza, coincidente con la desaparición de un inglés una semana atrás, es tomada con excepcional prudencia. Le explica a Henley que «Logoda no ha tenido tiempo de secar una cabeza». Henley responde: «Es usted demasiado nuevo aquí, mayor Crosby —dijo—. Sé lo rápido que pueden secarlas».


En este punto, Logoda adopta una posición extraña, meditativa, y se vuelve hacia las cabezas secas, «extendiendo los brazos como si les estuviera suplicando». Comienza a emitir «un torrente de extraños balbuceos»:


«—Está hablando con las cabezas —dijo Henley en voz baja—. No se sorprenda si le responden.»


Logoda finalmente calla. En la cabaña reina un «silencio absoluto»:


«Entonces se oyó, como si viniera de muy lejos, una risita extraña y estridente que fue creciendo, aumentando hasta que sonó por todos lados... y luego se apagó hasta convertirse en un susurro que se perdió gradualmente en el silencio. Por encima de ellos, las cabezas de Logoda se balanceaban de un lado a otro, aunque nadie las había tocado.»


El mayor está asqueado y forcejea para salir de la choza. Henley, menos impresionado, lo sigue, y le solicita que saquen a Logoda y le permitan a él permanecer unos minutos a solas con las cabezas. Esto se hace con precaución, respetando al brujo para provocar a los nativos.

Esa noche, Henley le pide al mayor que lo ate a su catre y ponga un guardia. Después de negociar los términos de esa inusual petición, el mayor accede, y Henley permanece atado y vigilado. A la mañana siguiente corre una noticia inesperada: Logoda ha sido asesinado.


«Es un asunto extraño, señor. Sus guardias no vieron a nadie entrar en la choza ni salir de ella. Oyeron a Logoda hablando con sus cabezas y oyeron a las cabezas responder. Luego lo escucharon toser una o dos veces. Eso fue todo. Esta mañana lo encontraron con el cuello desgarrado, terriblemente mutilado, cortado como si lo hubieran destrozado miles de ratas.»


Desde luego [spoiler], el causante de la muerte de Logoda es Henley, quien maneja la lengua nativa y ha estudiado los procedimientos mágicos del brujo. En los minutos en que estuvo solo en la choza, Henley ordenó a las cabezas «rasgar y desgarrar» el cuello del brujo, permaneciendo él mismo atado a su catre, y por lo tanto a salvo de cualquier imputación.

Después de décadas de hostilidad dirigida por fanáticos de Lovecraft demasiado entusiastas, August Derleth se ha convertido en una figura opaca, hacedora de pastiches y no mucho más. Muchos amantes del género ni siquiera se molestan en explorar su obra debido a lo que han escuchado, y dado que tanta gente lo condena rotundamente debe ser cierto, ¿verdad? Lo cierto es que August Derleth es capaz de crear verdaderas abominaciones así como historias inesperadamente ingeniosas [ver: August Derleth: el creador de los Mitos de Cthulhu]

Es interesante cómo August Derleth invierte las expectativas en Las cabezas de Logoda: ¿Un destacamento del ejército inglés contra el brujo local? Creo que cualquier lector habituado al género podría arriesgar quién saldrá victorioso, y no serán esos racionales bebedores de té. Esto parece evidente cuando el mayor Crosby amenaza diplomáticamente con quemar la aldea a menos que el hermano de Henley sea devuelto, idealmente con la cabeza todavía unida a su cuello, y el escurridizo Logoda niega enérgicamente tener conocimiento de un hombre blanco desaparecido. Sin embargo, August Derleth da vuelta las cosas de manera encomiable.

Las cabezas de Logoda es un cuento interesante. Está por encima de muchas historias de August Derleth, aunque por debajo de sus mejores [como El lugar solitario (The Lonesome Place)]. Es una historia que parece visual, con todas esas cabezas secas balancándose en la pared de la choza, pero en realidad no llegamos a ver demasiado. No vemos a Henley hablando con las cabezas ni a Logoda siendo mordido hasta la muerte. Esto no es frecuente en los relatos de August Derleth, donde se suele mostrar más de lo necesario.




Las cabezas de Logoda.
Logoda's Heads, August Derleth (1909-1971)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


—Muy bien, aquí estamos —dijo el mayor Crosby, deteniéndose.

Echó una rápida mirada a los cuatro hombres que formaban su guardia personal y luego se volvió hacia el joven Henley.

—Ahora, Henley —dijo—, no quiero que me interrumpa. Voy a ocuparme de esto yo mismo, ¿entiende? Sabes cuánta influencia tienen estos brujos nativos, no es bueno enojarlos innecesariamente. Y Logoda es un mal tipo, él y sus sucias cabezas.

Henley se sonrojó.

—Una de esas cabezas puede ser todo lo que queda de mi hermano —dijo brevemente.

—Logoda sabe demasiado para molestar a un inglés —replicó el mayor.

—Mi hermano conocía su magia. Sabía demasiado de su magia —dijo Henley, mirando a través de los arbustos hacia la cabaña del brujo, Logoda.

—Bueno, por el amor de Dios, no empiece nada.

El mayor se adelantó, pero Henley lo agarró del brazo.

—Espere, mayor —dijo.

—¿Qué pasa? —espetó Crosby.

—Hable con él en su propio idioma —dijo Henley.

—Todavía no domino la lengua nativa —respondió el mayor, enfadado.

—No quise decir eso —dijo Henley significativamente.

—Oh —dijo el mayor, sorprendido por un momento. Luego sacudió la cabeza malhumorado y atravesó el claro, con Henley pisándole los talones.

Algunos nativos se dispersaron cautelosamente cuando ellos se acercaron, dejando despejada la puerta de la cabaña de Logoda. Había una colección de trofeos en la entrada; algunos de ellos no eran agradables a la vista. El mayor Crosby reflexionó brevemente sobre la incapacidad de Inglaterra para acabar con ciertas prácticas. Luego se dio la vuelta y ordenó secamente a sus hombres que se quedaran afuera.

El mayor Crosby levantó la puerta enmarañada y entró, seguido por Henley. Les llevó un minuto acostumbrarse a la oscuridad. Entonces vieron a Logoda y las feas y manchadas cabezas secas y colgadas de postes sobre el hechicero.

El mayor Crosby había estado en la cabaña una vez, no hace mucho tiempo. Entonces había diez cabezas; ahora había once. La otra, a la luz de la desaparición de Bob Henley, lo inquietaba.

Logoda, un hombre corpulento y desgarbado, estaba sentado en cuclillas en un rincón. Llevaba un tocado extraño, aparentemente puesto apresuradamente por aviso de los visitantes, pero aparte de esto y unas cuantas manchas de pintura no demasiado reciente, no se diferenciaba mucho de sus compatriotas nativos. Sin embargo, el hombre era un poder muy tangible e irritante para los ingleses estacionados en el puesto cercano.

—Logoda, falta un hombre blanco —dijo el mayor, yendo directamente al punto de su visita—. Se sabía que había venido en tu dirección. Hace una semana, siete días. Siete veces el sol vino por aquí. ¿Dónde está?

—Ningún hombre blanco —dijo Logoda serenamente.

Movió la mitad superior de su cuerpo ligeramente hacia adelante, de modo que sus brazos extendidos descansaran sobre las palmas de las manos presionadas contra el suelo.

—Ningún hombre blanco —dijo de nuevo.

—Logoda —respondió Crosby con severidad—, vendrán muchos hombres a buscarte. Quemarán tu aldea, te meterán en una habitación con muchos barrotes.

Sorprendentemente, Henley lo interrumpió.

—Está perdiendo el tiempo, mayor. Solo hablará en su propio idioma. ¿Me permite intentarlo?

—No —espetó el mayor enojado—. Estoy convencido de que estás innecesariamente preocupado. No tenemos ninguna prueba real de que tu hermano esté muerto, y hay...

Una vez más, Henley lo interrumpió.

—Voy a examinar esas cabezas —dijo, y antes de que Crosby pudiera detenerlo, dio un paso adelante.

Al instante, Logoda señaló furiosamente a Henley y gritó:

—¡Vete!

Pero Henley no le prestó atención. Se quedó de pie bajo las cabezas secas, mirándolas imperturbable en medio de los furiosos balbuceos de Logoda y el nervioso escrutinio del mayor Crosby.

De repente, Henley contuvo el aliento y lo expulsó de nuevo con un sonido agudo y silbante.

—¡Bob! —murmuró.

El mayor Crosby protestó.

—Ahora, mire, Henley, Logoda no ha tenido tiempo de secar una cabeza. Sólo ha pasado una semana, apenas eso.

Henley lo miró.

—Es usted demasiado nuevo aquí, mayor Crosby —dijo—. Sé lo rápido que pueden secarlas.

Había algo en la mirada fría de Henley que detuvo las palabras enojadas de Crosby.

De repente, Logoda cruzó las manos ante su rostro, inclinó la cabeza rápidamente hasta el suelo y se volvió hacia las cabezas secas, extendiendo los brazos como si les estuviera suplicando, con las palmas hacia arriba. De su boca salía un torrente de extraños balbuceos.

—Está hablando con las cabezas —dijo Henley en voz baja—. No se sorprenda si le responden.

—No cree realmente en esta tontería, ¿verdad? —preguntó el mayor con incredulidad.

—Sí —dijo Henley simplemente—. Sí. Bob y yo la hemos estudiado durante mucho tiempo. Hay más en ella de lo que crees.

El parloteo de Logoda cesó rápidamente. Por un momento hubo un silencio absoluto. El mayor estaba a punto de salir, asqueado... Entonces se oyó, como si viniera de muy lejos, una risita extraña y estridente que fue creciendo, aumentando hasta que resonó por todos lados... y luego se apagó hasta convertirse en un susurro que se perdió gradualmente en el silencio.

Por encima de ellos, las cabezas de Logoda se balanceaban de un lado a otro, aunque nadie las había tocado.

—Dios mío —susurró el mayor.

—Mayor —dijo Henley con voz fuerte—, ¿podría sacar a Logoda de la cabaña durante un minuto o dos? Quiero estar solo.

Logoda estaba sentado, sonriendo para sí mismo con los ojos entrecerrados, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, como un ídolo somnoliento.

—Pero pensé que usted había prometido... —tartamudeó el mayor.

—No se alterará nada, se lo prometo. Logoda no tendrá motivos para quejarse.

—Pero entonces, ¿por qué tiene que salir?

El escepticismo del mayor se tambaleó y estaba tratando de no demostrarlo.

—¿Me haría este favor, mayor? No lo molestaré más, por mi honor. Quiero hablar con las cabezas de Logoda y no quiero que escuche lo que les digo.

La sencillez con la que se pronunció esta petición contrastaba extrañamente con la extrañeza de su contenido.

El mayor tragó saliva con cierta dificultad y preguntó con voz ronca:

—¿Saldrá después de eso?

—Sí —respondió Henley.

—Muy bien.

El mayor se acercó a la puerta y les hizo una señal a dos de sus hombres, sabiendo que serían necesarios para mover a Logoda, quien ciertamente no se iría por su propia voluntad. A pesar de sus furiosas protestas, Logoda fue arrastrado hasta la puerta, donde se levantó y caminó, para que sus nativos no vieran la indignidad que se le infligía.

Henley se quedó solo en la cabaña, y su voz llegó de manera inquietante al mayor Crosby y sus hombres, quienes se miraron inquisitivamente. Henley estaba hablando en una lengua nativa.

Solo transcurrieron unos minutos. Entonces Henley salió de la cabaña, con los ojos brillando de manera extraña, y Logoda, después de mirarlo con furia asesina, entró nuevamente en su casa.

—Estoy listo ahora, mayor —dijo Henley.

—Muy bien —dijo el mayor en voz baja.

Los cinco hombres hicieron el largo camino de regreso al puesto inglés, donde llegaron justo a tiempo para la cena.

Durante un largo rato, Henley y el mayor no se hablaron, pero, por fin, mientras tomaban café, Henley habló.

—¿Cuánto darían ustedes por librarse de Logoda? —preguntó en voz baja.

El mayor Crosby se sobresaltó, pero decidió no demostrarlo.

—Mucho, creo. Pero si planea volver allí para buscarlo deténganse ahora. Podríamos haberlo matado hace mucho tiempo, pero que un inglés sea visto cuando un brujo muere sospechosamente es seguro que provocará una insurrección... y una desagradable.

—¿Me garantizará el pasaje a la costa? —preguntó Henley con el ceño fruncido.

—Le dije que es imposible, Henley. Necesito a todos mis hombres aquí.

—No me refería a protección... me refería a dinero. Tengo dinero esperándome en El Cairo... pero eso está muy lejos. Quiero llegar allí y no tengo suficiente dinero.

—Oh —dijo el mayor, suavizándose—. Bueno, no tienes que ganártelo —continuó, sonriendo—. Me alegra poder ayudarlo.

—Y deshacerse de mí —murmuró Henley, sonriendo también—. Pero hay un favor más que quiero pedirle antes de irme.

—¿Si? —preguntó el mayor con aprensión.

—Quiero que me ate a mi catre esta noche y me ponga un guardia —dijo Henley con gravedad.

—¡Qué petición tan extraordinaria! —exclamó el mayor Crosby.

—Y sincera. ¿Lo hará, mayor?

—Bueno... si insiste. ¿Y se irá entonces, por la mañana?

—Sí.

—Me siento muy extraño por esto —diría el mayor algunas horas después, mientras se sentaba al lado del catre al que habían atado a Henley.

—No es necesario —dijo Henley secamente—. Sólo me estoy protegiendo. Logoda me tiene miedo. No le tiene miedo a usted, si me perdona que lo diga. Sabe que sé demasiado. Bob también sabía. He decidido que no quiero morir, y hay muchas maneras de provocar mi muerte para un hombre como Logoda. Podría llamarme y yo tendría que seguirlo. O podría venir él mismo, tal vez como un perrito blanco, o una serpiente, casi cualquier cosa. Ésa es la razón de todo esto.

—De verdad, Henley. —dijo el mayor con cierta rigidez—. Habla como un demente. Me resulta difícil creer que sea el mismo hombre que se ha mostrado tan cuerdo en mi compañía las semanas anteriores.

—Sí, lo comprendo —dijo Henley—. Sé cómo se siente. Lamento agitar las aguas de esa manera. A la mayoría de nosotros nos gusta que estén tranquilas. Pero estas cosas ocurren. Bob y yo las hemos estudiado demasiado tiempo como para negarlas. No tiene por qué creerlas; probablemente estaría mejor sin saber nada sobre ellas.

—¿Quién emitió esa risa esta tarde y quién hizo que esas cabezas se balancearan de esa manera? —preguntó el mayor con curiosidad y obviamente contra su voluntad.

—Se lo dije: Logoda les habló y respondieron.

—Eso no me dice nada —replicó el mayor.

—Quizá no. Sin embargo, esa es la única respuesta. Ahora, perdóneme, tengo un largo viaje por delante y tengo que dormir un poco.

Por la mañana, Henley se despertó y encontró al mayor inclinado sobre él, desatando las cuerdas.

—Buenos días —dijo Henley—. Espero que haya dormido bien.

—Gracias —dijo el mayor, sonriendo—. No lo hice.

—¿Alguien me llamó por la noche? —preguntó Henley con voz sombría.

—Nadie. Busqué perros y serpientes y cosas así, e incluso consideré cazar un par de pájaros que se perdieron en el claro.

—Gracias, mayor. Creo que era demasiado tarde para que Logoda me llamara.

—Supongo que se marchará inmediatamente después del desayuno —preguntó entonces el mayor.

—Espero un mensaje... y en cuanto llegue me pondré en camino.

—¿De quién? —preguntó el mayor Crosby sin rodeos.

—No puedo decirlo. Pero tiene exploradores, ¿no?

—Por supuesto —dijo Crosby concisamente.

Henley sonrió.

Estaban desayunando cuando uno de los exploradores del mayor salió al claro. Estaba excitado y sin aliento por el esfuerzo.

—Creo que ahí está mi mensaje —dijo Henley con calma—. ¿Qué hay de mi dinero para el pasaje, mayor?

El explorador se acercó a ellos.

—Logoda está muerto —dijo con voz entrecortada—. ¡Lo han matado!

—¡Lo han matado! —repitió el mayor—. ¡Dios mío! Espero que no haya ningún inglés por allí. ¿Cómo ha podido pasar?

—Los nativos dicen que su magia lo mató. Es un asunto extraño, señor. Sus guardias no vieron a nadie entrar en la cabaña ni salir de ella. Oyeron a Logoda hablando con sus cabezas y oyeron a las cabezas responder. Luego lo oyeron toser una o dos veces. Eso fue todo. Esta mañana lo encontraron con el cuello desgarrado, terriblemente mutilado, cortado como si lo hubieran destrozado miles de ratas.

—Vuelve y averigua todo lo que puedas —ordenó el mayor Crosby.

El explorador desapareció de inmediato en la jungla.

Crosby se volvió hacia Henley.

—Estuvo en la cama toda la noche, Henley. Lo sé. Y supo que matarían a Logoda. ¿Quién lo hizo? —preguntó con enojo.

—Yo —dijo Henley simplemente.

El mayor Crosby se sonrojó.

—Tonterías —espetó.

Henley se puso de pie, sonriendo. Sin embargo, su voz era sombría.

—Le dije que no era bueno saber cosas prohibidas. Pero se lo diré. Escuchó a Logoda y esas cabezas y recordará mi insistencia en que me dejaran a solas con ellas. Logoda sabía cómo hacerlas hablar y balancearse de un lado a otro. Yo se cómo hacerlas rasgar y desgarrar.

August Derleth (1909-1971)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de August Derleth.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de August Derleth: Las cabezas de Logoda (Logoda's Heads), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

Alexander Strauffon dijo...

Como bien dices, un cuento interesante.

nito dijo...

A mi me parece que esta basado en LUKUNDOO de E.L.WHITE (1925) y muy inferior en comparación narrativa!

nito dijo...

Seguramente Derleth habrá leído LUKONDOO de White de 1925

Sebastian Beringheli dijo...

Es probable, el cuento de White fue muy popular.



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