Casa Tabú: análisis de «Casa Tomada» de Julio Cortázar


Casa Tabú: análisis de «Casa Tomada» de Julio Cortázar.




Hoy analizaremos el relato de Julio Cortázar: Casa Tomada, publicado originalmente en la edición número 11 de 1946 de la revista Los Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges, y luego reeditado en la antología de 1951: Bestiario.

La Casa del título es donde vive el narrador y su hermana, Irene. Ninguno se ha casado, y subsisten de los ingresos económicos de sus campos. Sus únicas actividades domésticas son limpiar la Casa. Irene pasa el día tejiendo ropa, mucha ropa. El narrador lee, sobre todo literatura francesa. La Casa, una mansión enorme que los hermanos heredaron, está dividida en dos segmentos. En la entrada se accede a un vestíbulo que conduce al atrio, que consta de una sala de estar, dos dormitorios a cada lado y, separados por un pasillo, la cocina y un baño. La segunda mitad de la Casa, a la que se accede por una enorme puerta de roble, contiene la biblioteca, otros tres dormitorios y un comedor. Debido a las desproporciones entre la superficie de la residencia y las necesidades diarias de los dos hermanos, estos solo entran a la segunda sección para limpiar o buscar algún libro en particular [ver: Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión]

La monotonía de la vida doméstica termina abruptamente cuando el narrador empieza a escuchar ruidos extraños provenientes de la segunda sección de la Casa. Cerrando rápidamente la puerta para evitar que entre lo que sea que esté ahí, el hermano le dice a su hermana que «se han apoderado de la parte de atrás». Aunque entristecidos, ninguno parece demasiado exaltado [«sucedió tan simple y sin alboroto»]; como si estuvieran esperando que algo así sucediera [ver: Casas Embrujadas vs. Casas Malditas]

La misteriosa entidad finalmente se apodera de lo que queda de la Casa, obligando a los hermanos a salir apresuradamente con las manos vacías, cerrando la puerta principal y arrojando la llave en la alcantarilla.

Una lectura política de Casa Tomada de Julio Cortázar sostiene que la historia es una alegoría antiperonista: la Casa es una metáfora de la Argentina tradicional; las fuerzas ocultas que la invaden y ocupan son aquellos sectores hasta ahora marginados de la actividad política; fuerzas que ahora son capaces de tomar progresivamente el país:


Casa Tomada bien podría representar todos mis miedos, o quizás, todas mis aversiones; en ese caso la interpretación antiperonista me parece bastante posible, emergiendo incluso inconscientemente.» (Julio Cortázar)]


Una lectura psicológica de Casa Tomada de Julio Cortázar no puede soslayar la analogía del relato con el clásico de Edgar Allan Poe: La caída de la casa Usher (The Fall of the House of Usher) [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher»]. La importancia de la dimensión espacial en ambos cuentos personifica a la Casa, y la convierte en un personaje siniestro. El triángulo entre los personajes [un hermano y una hermana en las dos historias] y la Casa, es el escenario de una posible relación incestuosa reprimida que pasa por tres fases [inconsciente, preconsciente y consciente], correspondientes a los tres pasos de la toma de posesión de la Casa [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]

Así, lo reprimido durante el día emerge como sueños durante la noche, manifestándose en voces y ruidos en Casa Tomada. En la medida en que la noche se convierte en el reino de los impulsos reprimidos, el flujo de ruidos provoca frecuentes episodios de insomnio a los hermanos:


[«Teníamos la sala de estar entre nosotros, pero por la noche se escuchaba todo en la casa»].


El final de Casa Tomada, según esta interpretación psicológica, representa la aceptación progresiva de la emergencia de lo reprimido, primero en un estado preconsciente [simbolizado en la toma del corredor, el ingreso a la Casa], y luego a través de la salida de los personajes al exterior, es decir, a la conciencia representada por la calle. Un indicio que confiere esta aceptación es el primer contacto físico entre la pareja:


[«Tomé a Irene por la cintura (creo que estaba llorando) y así salimos a la calle.»]


Julio Cortázar utiliza lo fantástico dentro de la realidad cotidiana, y lo hace concentrándose en elementos aparentemente normales, casi banales. Casa Tomada, donde estos dos hermanos son expulsados de la Casa de sus ancestros por una serie de ruidos imprecisos, es evocadora en este sentido. Por un lado, los ruidos son, en esencia, ambiguos, inexplicables y contrarios al lenguaje racional. Sin embargo, solo son la causa superficial para la expulsión de los hermanos. Hay otros elementos que suelen pasarse por alto, como la relación de los hermanos y el espacio físico, es decir, la Casa [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]

Julio Cortázar nunca intenta explicar los ruidos, pero pasa la mayor parte del relato describiendo detalladamente la Casa. Todo el relato transcurre en su interior, de modo que la Casa es uno de los elementos más significativos de la historia.

Es decir que el espacio interior en Casa Tomada no es un elemento secundario, sino el principal. En este contexto, una interpretación freudiana de Casa Tomada indicaría que hay una relación en la disposición de las habitaciones y los patrones de la mente humana [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]. El erudito Valentín Pérez Venzalá sostiene lo siguiente:


[«Los invasores que, con tanta naturalidad, van expulsando a los hermanos de la Casa, no son en realidad más que el deseo incestuoso que, desde el inconsciente, identificado con la parte más profunda de esta casa-familia-psiquismo, va emergiendo hacia la superficie de la conciencia, identificada finalmente con el exterior.»]


Ahora bien, si relacionamos la disposición de la casa con la estructura de la psique, podemos considerar que la parte más aislada de la Casa de Julio Cortázar es el inconsciente, y la parte delantera, el preconsciente. Entre ambos espacios [representados en la Casa por la maciza puerta de roble], tenemos lo que Sigmund Freud llama represión. Sin embargo, esta interpretación es incompleta, porque pasa por alto el baño y la cocina, sin mencionar que el exterior es un espacio separado; es decir, no forma parte de la Casa-Psique.

En términos más simples, la Casa de Julio Cortázar se divide en tres secciones: la parte de adelante [donde residen los hermanos], el ala delantera [donde hay un baño y la cocina]; y la más retirada [donde se originan los sonidos], y donde además está el comedor, una sala, tres dormitorios y la biblioteca. Este es el espacio aislado del resto de la Casa por la «maciza puerta de roble». Se puede entrar al ala delantera [el baño y la cocina] por un pasillo lateral [no el principal]; y el espacio donde viven el narrador e Irene consiste en dos dormitorios, el comedor principal y el pasillo que conduce a la parte más retirada de la Casa. Julio Cortázar es muy meticuloso en este aspecto, por lo que no podemos suponer simplemente que no es un aspecto importante de la historia:


[«Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño.»]


Si tomamos las tres secciones de la Casa y las superponemos con la estructura de la personalidad propuesta por Sigmund Freud, Casa Tomada adquiere un significado aun más inquietante. En La disección de la personalidad psíquica (The Dissection of the Psychical Personality), Freud propone lo siguiente:


[«El Superyó, el Yo y el Ello, son, entonces, los tres reinos, regiones, providencias, en los cuales dividimos el aparato mental de un individuo.»]


Según Freud, el Ello persigue el deseo instintivo y reprimido en el inconsciente; el Superyó dirige la moral; y el Yo controla los impulsos del Ello y regula, además, al Superyó. De acuerdo a esta estructura, podemos pensar que el espacio físico donde se asienta el lenguaje y la cultura, dentro de la Casa Tomada como representación físico-espacial de la psique, es el área de la biblioteca [Superyó], donde además reside la ética y la moral. El ala donde está la cocina y el baño [comer y cagar, funciones primarias que también se relacionan con el placer], está vinculada con los deseos instintivos [Ello]. Finalmente, el espacio de la Casa donde habitan los hermanos correspondería al Yo; es decir, el lugar donde predomina el orden racional. Allí, los hermanos viven en una rutina rigurosa, que sin embargo observan con gran satisfacción:


[«Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos.»]


En la Casa-Psique de Julio Cortázar las cosas no son del todo «normales» entre los hermanos [que no se han casado y, por lo tanto, se han desviado de la norma]; por lo tanto, el Ello y el Yo no funcionan apropiadamente. Sigmund Freud sostiene que el deseo instintivo del Ello es controlado por el tabú social [¡no desearás a tu madre ni a tu hermana!] [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]. Sin embargo, en Casa Tomada, esos impulsos prohibidos no residen en el área del Ello, donde deberían estar, sino en el área del Yo, donde viven los hermanos. Por lo tanto, ambos están trascendiendo el tabú social, lo han llevado al orden racional, y es por eso que el narrador no tiene problemas en aludir a la relación que hay entre ambos:


[«Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa.»]


La única explicación psicológica para la aparición de aquellos ruidos extraños en la Casa-Psique de Julio Cortázar es, por supuesto, el sentimiento de culpa de los hermanos. Así como los impulsos prohibidos están expresados en el área del Yo, donde viven los hermanos, y no reprimidos en el inconsciente, surge entonces una transgresión. La racionalidad del Yo invadido por esos impulsos no reprimidos le hacen perder el control del Ello y el Superyó. Todo parece normal en Casa Tomada, pero en realidad toda la estructura de la Casa-Psique está funcionando mal [ver: La Casa Embrujada como representación del cuerpo de la mujer]

Esa disfuncionalidad hace que el modo de vida de los hermanos sea anormal, aunque en la superficie solo parecen encargarse de limpiar y vivir pacíficamente. Cuando el Yo no cumple su función regulatoria del deseo instintivo del Ello, se destruye a sí mismo. Por eso las actividades del narrador e Irene en la Casa son lo opuesto a lo creativo; son acciones repetitivas, casi compulsivas [tejer, leer y limpiar]. En este sentido, la primera alarma de que algo está funcionando mal en la Casa-Psique proviene del área del Superyó, donde gobierna la cultura y el lenguaje, representados en la Biblioteca.


[«Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.»]


Es una situación lo suficientemente inquietante como para aterrorizar a cualquiera. La reacción inicial del narrador es, entonces, perfectamente natural: cierra la puerta para evitar que el posible intruso llegue hasta ellos. Pero aquí las cosas se ponen realmente extrañas. En vez de correr a buscar a Irene para contarle lo que ha pasado, ¡va a la cocina a calentar la pava!

De hecho, ninguno de los hermanos intenta, ni siquiera piensa, en investigar los ruidos. En cambio, los aceptan sin resistencia:


[«Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

—¿Estás seguro?

Asentí.

—Entonces —dijo recogiendo las agujas— tendremos que vivir en este lado.»]


La pasmosa tranquilidad con la que los hermanos aceptan que una parte de su Casa ha sido tomada pone en evidencia lo que Julio Cortázar está tratando de hacer aquí. De hecho, ambos intentan continuar con su rutina [es decir, con su relación incestuosa], incluso instantes después de el narrador escuche los ruidos y parte de la Casa haya sido tomada:


[«Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.»]


Pero ya nada será igual después de escuchar los ruidos de la culpa.


[«Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.»]


Todo cambia a partir de aquí. Incluso las actividades de la pareja de hermanos se reducen notablemente al no tener acceso a toda la Casa:


[«La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados.»]


Irene se dedica más a tejer, y el narrador, después haber bloqueado la parte de atrás, donde está la biblioteca, empieza a revisar la colección de estampillas del padre. En este contexto, donde orden racional representado en el espacio físico ha quedado disminuído, las acciones compulsivas y repetitivas de los hermanos son más significativas [ver: Horror Doméstico]. Sin embargo, ambos siguen intentando ignorar los sonidos:


[«Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.»]


Sin embargo, a pesar de que existe un acuerdo implícito entre los hermanos de no hablar sobre los ruidos y de intentar acostumbrarse a las nuevas circunstancias, Irene sueña. Es significativo que su hermano esté cerca de ella mientras duerme [solo podría suceder si duerme con ella]. Podríamos pensar bien del narrador y decir que, quizás, solo está haciendo guardia en la habitación de su hermana, pero Irene también menciona algo sobre los sueños de su hermano [despertándola porque él se mueve tanto que la destapa]. Evidentemente están compartiendo la misma habitación:


[«Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.»]


El área del Yo pierde definitivamente la razón. Los ruidos del Superyó, cada vez más fuertes y cercanos, empujan a los hermanos al zaguán, arrinconándolos. «Han tomado esta parte», dice el narrador, y finalmente son expulsados a la calle. La relación anormal de las áreas de la psique [el Ello, el Yo y el Superyó], representados por la Casa, han expulsado a los incestuosos del reino de la cordura [ver: Horror Uterino]

Si bien es cierto que los ruidos son la causa de la expulsión, al menos en la superficie de la historia, es la reacción de los personajes [aceptación e indiferencia] la que nos dice algo sobre el trasfondo psicológico de Casa Tomada. De hecho, el propio Julio Cortázar declaró que la inspiración para el cuento fue un sueño:

Casa tomada fue una pesadilla. Yo soñé Casa tomada. La única diferencia entre lo soñado y el cuento es que en la pesadilla yo estaba solo. Yo estaba en una casa que es exactamente la casa que se describe en el cuento, se veía con muchos detalles, y en un momento dado escuché los ruidos por el lado de la cocina y cerré la puerta y retrocedí. Es decir, asumí la misma actitud de los hermanos. Hasta un momento totalmente insoportable en que —como pasa en algunas pesadillas, las peores son las que no tienen explicaciones, son simplemente el horror en estado puro— en ese sonido estaba el espanto total. Yo me defendía como podía, cerrando las puertas y yendo hacia atrás. Hasta que me desperté de puro espanto.»]


Según la declaración de Cortázar, es lícito pensar que el efecto terrorífico de los ruidos en Casa Tomada es un efecto onírico, lo mismo que la extraña reacción de los hermanos, análoga a la del propio Cortázar en el sueño [ver: Los sueños como subrutinas del subconsciente en la ficción]. Sin embargo, también es cierto que el material enterrado profundamente en el inconsciente asciende a la superficie durante los sueños, y que el recuerdo de estos símbolos puede desenterrar recuerdos y emociones que creíamos olvidadas.

Julio Cortázar continúa:


[«Era pleno verano, yo me desperté totalmente empapado por la pesadilla; era ya de mañana, me levanté (tenía la máquina de escribir en el dormitorio) y esa misma mañana escribí el cuento, de un tirón. El cuento empieza hablando de la casa —vos sabés que yo no describo mucho— porque la tenía delante de los ojos. Empieza con esa frase: Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Pero de golpe ahí entró el escritor en juego. Me di cuenta de que eso no lo podía contar como un solo personaje, que había que vestir un poco el cuento con una situación ambigua, con una situación incestuosa, esos hermanos de los que se dice que viven como un simple y silencioso matrimonio de hermanos, ese tipo de cosas. Todo eso fue la carga que yo le fui agregando, que no estaba en la pesadilla. Ahí tenés un caso en que lo fantástico no es algo que yo compruebe fuera de mí, sino que me viene de un sueño.»]


La Casa es la verdadera, y acaso la única, protagonista de Casa Tomada; tanto como Hill House es la protagonista de La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House) de Shirley Jackson [ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House]. En este contexto, es interesante mencionar una historia anterior, no como influencia de Casa Tomada, sino como ejemplo de asombrosa similitud con su argumento. Me refiero al relato de Hugh Walpole: La máscara de plata (The Silver Mask).

Ahora bien, Julio Cortázar afirma que el relato está basado en un sueño [en realidad, en una pesadilla], y que el elemento del incesto no estaba presente en el sueño. Sin embargo, no habría relato sin la extraña relación entre el narrador y su hermana. Por supuesto, el narrador toma la precaución de ofrecer algunas excusas:


[«Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo y a mí se me murió María Esther antes de que llegáramos a comprometernos.»]


Acto seguido, nos presenta un panorama más amplio de la situación:


[«Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa.»]


Julio Cortázar es muy hábil al hacer que el narrador hable de «inexpresada idea». ¿Qué es una idea inexpresada sino un impulso o deseo que habita en el inconsciente? Además, la Casa es silenciosa, muy silenciosa, como los impulsos que se mantienen dormidos, o latentes, entre el narrador y su hermana [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

En este contexto, los ruidos extraños son una señal de que esos impulsos inconscientes comienzan a ascender a la superficie de la consciencia, es decir, a romper el silencio de la Casa.

La Casa, además, es objeto de un comportamiento que también nos dice algo sobre la relación entre los hermanos, una relación «sucia», si se quiere. Tal vez por eso ambos están obsesionados con la limpieza de la Casa, tarea que abordan a diario, sin descanso, y que les insume una enorme cantidad de tiempo. Podemos interpretar simbólicamente esta obsesión con la limpieza como un guiño de Julio Cortázar a la necesidad de los personajes de eliminar o limpiar sus impulsos y deseos impuros.

Pero ninguno de los dos hermanos logra purgar el sentimiento de culpa solo con limpiar la Casa. Irene, especialmente, se entrega a otras actividades con un ritmo frenético. La sublimación del deseo latente de Irene es bastante obvio: teje todo el día, mucho más de lo que pueden necesitar [«no sé por qué tejía tanto», dice el narrador], casi tanto como Penélope, en los mitos griegos, teje para no tener que tomar un marido [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

Este vínculo con la Penélope mítica es tan obvio que Julio Cortázar se ve casi obligado a mencionarlo explícitamente [«a veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba»].

Por su parte, el narrador sublima sus deseos inconscientes a través de la lectura [de «libros franceses»], pero en menor medida que su hermana [«desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina»].


[«Es uno de mis cuentos más oníricos —dice Cortázar—. Yo soñé, no exactamente el cuento, sino la situación del cuento. Allí no había nada incestuoso. Yo estaba solo en una casa muy extraña con pasillos y codos y todo era muy normal, ya no me acuerdo de lo que estaba haciendo en mi sueño. En un momento dado, desde el fondo de uno de los codos se oía un ruido muy claramente y eso era ya la sensación de pesadilla. Había algo allí que me producía un terror como sólo en las pesadillas. Entonces yo me precipitaba a cerrar la puerta y a poner todos los cerrojos para dejar la amenaza de otro lado. Y entonces durante un minuto me sentí tranquillo y parecía que la pesadilla volvía a convertirse en un sueño pacífico. Pero entonces de este lado de la puerta empezó de nuevo la sensación de miedo. Me desperté con la sensación de angustia de la pesadilla. Ahora, despertarme equivalía a ser definitivamente expulsado del sueño mismo.»]


Los ruidos invasores [deseos incestuosos que brotan desde el inconsciente], tanto en el sueño como en el relato de Julio Cortázar, expulsan a los protagonistas de la Casa. Los hermanos quedan en la calle, y no sabemos qué fue de ellos, salvo que tiran la llave a una alcantarilla; de nuevo, hacia los sótanos de la psique [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]. La expulsión de Cortázar fue el despertar del sueño. Según él mismo, lo primero que hizo al despertar fue escribir Casa Tomada de un tirón, acaso como un acto desesperado por volver a entrar en la Casa. No obstante, el regreso es imposible.

Sería interesante analizar otras expulsiones análogas en la ficción, un motivo tan recurrente como el simbolismo que las sostiene. Pensemos, por ejemplo, en el siguiente párrafo:


[«Han tomado el puente y la segunda sala. Hemos atrancado las puertas, pero no podremos detenerlos por mucho tiempo. ¡El suelo tiembla!. Tambores… Tambores en lo profundo. No podemos salir. El final se acerca. Una sombra se mueve en la oscuridad. No podemos salir. Ya vienen...»]


No, no es el narrador de Casa Tomada, sino un escriba Enano de Moria en El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, quien explica, básicamente, que un enemigo invisible los ha ido encerrando [sabemos que son Orcos, seres salvajes movidos únicamente por impulsos primarios, y un Balrog, un espíritu impuro], mientras el ruido de los tambores anuncia que se están acercando. La frase final es They are coming, cuya similitud fonética con otro término relacionado con terminar [y acabar], hubiese sido oportuna para los hermanos de Casa Tomada.




Taller gótico. I El lado oscuro de la psicología.


Más literatura gótica:
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