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Catulle Mendès: cuentos destacados


Catulle Mendès: cuentos destacados.




Catulle Mendès (1841-1909) fue un importante escritor francés dedicado principalmente al relato fantástico. En este contexto, los cuentos de Mendès se destacan por su gran ingenio, por su originalidad, y por un estilo tan personal que resulta prácticamente inconfundible.

Aquí iremos repasando todos los cuentos de Catulle Mendès.




Cuentos de Catulle Mendès:
  • El afortunado reflejo (L'Heureux reflet)
  • El último silfo (Le dernier shylphe)
  • Hada sin saberlo (La fée sans le savoir)
  • La noche de bodas (La nuit de noces)
  • La tristeza de las sirenas (Tristesse des sirènes)
  • Arcoiris (Arc en-Ciel)
  • Camisa negra (Chemise noire)
  • Continuación en ideas (Suite dans les idées)
  • Coquetería fantasmal (Coquetterie de fantôme)
  • Cuentos épicos (Contes épiques)
  • Después del fin (Après la fin)
  • Don Juan en el paraíso (Don Juan au paradis)
  • El agua bendita (Le bénitier)
  • El amor en peligro (L'amour en danger)
  • El ángel cojo (L'ange boiteux)
  • El arte en el teatro (L'Art au Théâtre)
  • El ausente (L'absente)
  • El autógrafo (L'autographe)
  • El camino del paraíso (Le chemin du paradis)
  • El captador del bonete (Le ramasseur de bonnets)
  • El cementerio despojado (Le cimetière effeuillé)
  • El cobarde (Le lâche)
  • El comensal de los sueños (Le mangeur de rêves)
  • El confesional (Le Confessionnal)
  • El corazón de Balbine (Le cœur de Balbine)
  • El deseo fatal (Le vœu maladroit)
  • El espejo (Le miroir)
  • El hijo de la estrella (Le Fils de l'étoile)
  • El hombre de letras (L'homme de lettres)
  • El hombre desnudo (L'Homme tout nu)
  • El huésped (L'hôte)
  • El investigador de la cizaña (Le Chercheur de Tares)
  • El invitado malvado (Le mauvais convive)
  • El marqués de Viane (Le marquis de Viane)
  • El miedo en la isla (La peur dans l'île)
  • El milagro (Le miracle)
  • El niño mujer (La Femme-Enfant)
  • El orgullo (L'orgueil)
  • El pájaro de la princesa (La princesse oiselle)
  • El ramo de nomeolvides (Touffe de myosotis)
  • El recuerdo del corazón (La mémoire du cœur)
  • El regalo que es suficiente (Le don qui suffit)
  • El retrato de la pared vacía (Le portrait du mur vide)
  • El rey virgen (Le Roi Vierge)
  • El sol de medianoche (Le Soleil de minuit)
  • Evidencias (Preuves)
  • Filomela (Philoméla)
  • Fuego (Incendies)
  • Jeanne (Jeanne)
  • Justicia tras la justicia (Justice après justice)
  • George y Nonotte (George et Nonotte)
  • Gog (Gog)
  • Gran Maguet (Grande-Maguet)
  • Héspero (Héspero)
  • Higiene (Hygiène)
  • Huerto en flor (Verger fleuri)
  • Idilio de otoño (Idylle d'automne)
  • Isolina Isolin (Isoline-Isolin)
  • Intermedio (Intermède)
  • La armadura (L'armure)
  • La bella con el corazón de nieve (La belle au cœur de neige)
  • La bella durmiente (La Belle au bois rêvant)
  • La buena jornada (La bonne journée)
  • La buena recompensa (La bonne récompense)
  • La cama encantada (Le lit enchanté)
  • La canción del odio (La chanson de la haine)
  • La casa del viejo (La Maison de la Vieille)
  • La conversa (La convertie)
  • La dama negra (La demoiselle noire)
  • La hucha (La tirelire)
  • La leyenda del Parnaso contemporáneo (La Légende du Parnasse Contemporain)
  • La madre (La mère)
  • La misa rosa (La Messe rose)
  • La momia (La momie)
  • La obra wagneriana en Francia (L'oeuvre wagnerienne en France)
  • La pequeña llama azul (La petite flamme bleue)
  • La pequeña sirvienta (La petite servante)
  • La primera señora (La première Maîtresse)
  • La princesa tonta (La princesse muette)
  • Las dos margaritas (Les deux marguerites)
  • Las flores y las joyas (Les fleurs et les pierreries)
  • Las golondrinas (Les hirondelles)
  • Las hermanas de la mañana (Les soeurs matinales)
  • Las lágrimas de la espada (Les larmes sur l'épée)
  • Las madres enemigas (Les Mères ennemies)
  • Las madres jóvenes (Jeunes mères)
  • Las palabras perdidas (Les mots perdus)
  • La sombra vencida (L'ombre vaincue)
  • Las tres hadas buenas (Les trois bonnes fées)
  • La traición de Puck (Les traitrises de Puck)
  • La vida y muerte de un bailarín (La vie et la mort d'une danseuse)
  • Lea, matrimonio y luciérnagas (Léa, Mariage aux lucioles)
  • Lesbia (Lesbia)
  • Los acuerdos (Les accordailles)
  • Los azulejos (Les Oiseaux Bleus)
  • Los besos de oro (Les baisers d'or)
  • Los dos avaros (Les deux avares)
  • Los cuentos de la rueca (Les contes du rouet)
  • Los hijos de los ángeles (Les fils des anges)
  • Los otros (Les autres)
  • Los predestinados (Le prédéstiné)
  • Los tres sembradores (Les trois semeurs)
  • Marthe Caro (Marthe Caro)
  • Medea (Médée)
  • Mefistófela (Méphistophéla)
  • Miradas perdidas (Regards perdus)
  • Monstruos parisinos (Monstres parisiens)
  • Muebles viejos (Vieux meubles)
  • Necesidad de heroísmo (Nécessité de l'héroïsme)
  • Noches morosas (Soirs moroses)
  • No juegues con las cenizas (Il ne faut pas jouer avec la cendre)
  • Nuevos poemas (Poésies nouvelles)
  • Pagoda (Pagode)
  • Pantéléia (Pantéléia)
  • Poesías (Poésies)
  • Quit (Quittes)
  • Richard Wagner (Richard Wagner)
  • Romper (Rompre)
  • Scarron (Scarron)
  • Señorita Lais (Mademoiselle Laïs)
  • Serenatas (Sérénades)
  • Sonetos (Sonnets)
  • Soror dolorosa (Soror dolorosa)
  • Tórtola (Tourterelle)
  • Vida y muerte de un clown (La Vie et la mort d'un clown)
  • Viejas canciones de Alsacia (Vieilles chansons d'Alsace)
  • Zohar (Zo'Har)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Catulle Mendès: cuentos destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos del decadentismo francés


Relatos del decadentismo francés.




Relatos del decadentismo francés (French Decadent Tales) es una colección de relatos franceses del decadentismo publicado en 2013.

Relatos del decadentismo francés retrata lo mejor de aquella corriente filosófica y artística que nació en Francia a finales del siglo XIX. Su denominación, decadentismo, fue propuesta como un término peyorativo por la crítica académica, paradójicamente adoptado por aquellos a quienes estaba destinado.

La propuesta del decadentismo puede entenderse como un enfrentamiento contra la moral, la ética y las costumbres burguesas. No busca luchar activamente por un cambio, sino que propone la evasión de la vida social al exaltar el heroísmo, el individualismo, a menudo retratado como un ser alienado, frágil, sacudido por extremos vendavales de sensibilidad y sensualidad.

El decadentismo presenta una mezcla de horror y perversidad, de humor y una fuerte mirada grotesca sobre el hombre y sus hábitos sociales.





Relatos del decadentismo francés.
French Decadent Tales.




Antologías. I Poemas del decadentismo.


El análisis y resumen del libro: Relatos del decadentismo francés (French Decadent Tales) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La noche de bodas»: Catulle Mendès; relato y análisis


«La noche de bodas»: Catulle Mendès; relato y análisis.




La noche de bodas (La nuit de noces) es un relato de vampiros del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado originalmente en la edición del 22 de mayo de 1885 de la revista Gil Blas, y luego reeditado en la antología de ese mismo año: El rosa y el negro (Le Rose et le noir).

La noche de bodas, uno de los grandes cuentos de Catulle Mendès, utiliza la figura de una vampiresa, y más precisamente la de un Súcubo, para representar el aspecto más terrorífico de la feminidad.

La traducción al español de La noche de bodas de Catulle Mendès fue realizada por José M. Ramos, en cuyo sitio puede encontrarse muchísimo material sobre este notable autor.




La noche de bodas.
La nuit de noces, Catulle Mendès (1841-1909)

La lívida palidez del amanecer se filtraba entre las cortinas. Yo no dormía mirando esa triste luz . Un timbrazo, violento, redoblado, sonó en el silencio del apartamento, y, pocos minutos después, Sylvain Brunel empujaba la puerta de mi habitación, seguido por mi criado que, vestido apresuradamente, sostenía la lámpara.

—¡Tú! —exclamé.

Mi sorpresa era tanto o más natural toda vez que Sylvain Brunel se había casado, la víspera, con una bella muchacha de la que se había mostrado apasionadamente enamorado. ¿Qué venía a hacer en mi casa en el momento en que uno se extasía en el delicioso triunfo de la primera noche del himeneo? Mi asombro aumentó, adivinando una dolorosa preocupación, cuando hube reparado en el rostro herido del visitante, con sus ojos inyectados en bilis roja y sus labios temblando como los de un enfebrecido.

Cuando estuvimos solos me puso una mano en el hombro y habló muy aprisa, balbuceando, con los dientes castañeando:

—¿Crees en lo imposible? ¿Crees en la prodigiosa quimera de los difuntos que viven como nosotros, que aman, odian, sufren y lloran como nosotros? ¿En el milagro de los muertos, o de las muertas, que nos acompañan en las calles, nos toman del brazo, se sientan a nuestra mesa, se acuestan en nuestra cama? ¡Si esas cosas no son ciertas que se me encierre porque estoy loco!

Mientras lo observaba con creciente estupor, él se había dejado caer en un sillón, cerca de mi cama.

—Escucha —dijo bajando la voz, con la palabra más sosegada— Tú sabes cuanto amo a Gilberte, ¡mi esposa! ¿Adivinas con que arrebatado deseo, ayer noche, yo esperaba el momento en que estaríamos por fin solos? Ese momento tan esperado llegó. Estaba ante la puerta de la habitación nupcial con el corazón fundido en delicias, mi mano tocó la llave, iba a entrar...

Un estremecimiento me recorrió de la cabeza a los pies ¡con el zigzag de un relámpago de hielo sobre toda la piel! ¿Que me ocurría? Al principio no lo comprendí. El efecto había precedido a la causa, había tenido el síntoma del pavor antes del mismo pavor. Pero el miedo me invadió muy rápida, clara e intensamente. Sí, tenía miedo. ¿Por qué? Porque muy a mi pesar pensaba sin razón en la Señora de Mortalès, en la pobre muerta, tan cerca de la querida viva, en aquella que me había amado tanto, tan cerca de la que yo amaba tanto.

Fue como el rencuentro de una tumba en el umbral de un paraíso. Con esa mirada del espíritu, que contempla las cosas pasadas, yo veía a Laurencia, pálida e inmóvil en el gran lecho de donde no debía levantarse más, no teniendo ya más vida que en el fondo de sus ojos donde brillaba inextinguiblemente el amor salvaje y celoso; y la escuchaba repetirme, con la rudeza de su acento aragonés, estas palabras que me había dicho tan a menudo antes:

—No amarás nunca a otra mujer, ¿verdad?

—No, nunca.

—Aunque viva o muera, tú siempre me serás fiel. ¡Ah! si me engañases, Sylvère, ¡ten cuidado! Me vengaría de la traición por medio de la traición. Resueltamente, fríamente, si prefirieses a otra mujer, me entregaría a otro hombre. ¡Incluso muerta! pues creo que me despertaría del sueño eterno para ejecutar mi venganza.

Pude escuchar confusamente esas locas y siniestras palabras, ayer noche, con la mano sobre la llave de la habitación nupcial, como si un espectro me hubiese hablado al oído. Pero finalmente, con un esfuerzo de voluntad, aparté las quimeras y me controlé, sonriendo por mi locura, empujando la puerta de las dichas. Gilberte me esperaba, pálida y temblorosa entre los encajes del camisón, y cuando me vio, adivinó completamente sonrojada. Yo me puse de rodillas ante ella, como un peregrino a los pies de una María, y la adoraba, llena de gracia.

Hay que decir a aquellos que se vanaglorian de vanos goces en los amores culpables, que la embriaguez perfecta, la suprema delicia, es contemplar el sonrojo de una virgen pronta a consumar sus esponsales, que se asusta y que quiere. Suavemente, lentamente, ¡del mismo modo que se tocarían las alas de Psique!, yo la había tomado entre mis brazos, y sobre sus labios apenas entreabiertos.

¡Cosa extraordinaria! en nuestro beso, me pareció que otro beso había respondido, también tierno, lejano como un eco fiel. Yo la miraba: ella sonreía, más colorada; no había oído nada. Yo perdía el sentido, ciertamente. La abracé con más fuerza entre las telas arrugadas; a través de los encajes sentía el retroceso tibio y deslizante de su delicado cuerpo... ¡Dios! ¿Quién, dentro de esta habitación, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo, había arrugado un camisón, como yo?

La miraba más fijamente: siempre sonriente; esta vez tampoco había oído nada; y con el vestido entreabierto dejaba ver la palidez, apenas azulada por una vena, de su adolescente pecho. La locura de ser feliz me transportó, redoblada por una extraña rabia, la de tomar posesión de mi sentido común y espíritu firme, antes estúpidas imaginaciones. Yo abrazaba, levantaba a Gilberte, sorprendida de mi rudeza, y en la alcoba le decía ardientes palabras, la mordía con desenfrenados besos, la envolvía de insaciables caricias.

¡Oh! ¡Horror! ¡Horror!

Te digo que esas palabras eran pronunciadas por otra voz, allá, casi las mismas, escuchadas solamente por mí, como otras bocas se daban esos besos, lejos de mí, próximos sin embargo, como otro cuerpo. ¿Dónde? ¿Dónde? Era envuelto por esas caricias. ¡A nuestro alrededor se estaba desarrollando una abominable parodia de nuestro amor! ¿Por algún triste azar has poseído a tu amante una noche en uno de esos hoteles próximos a las estaciones de ferrocarril donde las habitaciones contiguas, que un delgado tabique separan de la tuya, habían albergado a otras parejas?

Añade al enojo lleno de vergüenza de una sucia proximidad, esta irresistible convicción de que los ruidos, ¡los ruidos que me molestaban! no procedían de una cama demasiado poco alejada, pero de no sé qué lecho desconocido, misterioso, espantoso, de un camastro de aquelarre, ¡dónde los condenados fermentan la sangre y la blasfemia! Yo luchaba contra el espanto, esperando siempre vencerlo, ahogar el horror en el amor, transformar triunfalmente el estremecimiento del miedo por el estremecimiento del placer.

¡En vano! ¡en vano! si reía de éxtasis tenía estertores de horror. Durante un instante incluso, mientras esas palabras siempre repetían mis palabras, y esos besos mis besos, y esas caricias mis caricias, durante un instante creí ver cerca de Gilbert tumbada, tan joven y bella, tiernamente resistente, sí, cerca de ella, en una angosta sombra, a otra mujer pálida y fría, – como lo debía estar en ese momento Laurencia, amortajada en su tumba, viva sin embargo, resistiendo mal, ¡cómo Gilberte! Y cuando fue vencido el pudor de la joven recién casada, y logré arrancar en un redoblamiento de deseo la confesión suprema del suspiro, una voz diferente, también cariñosa, ¿de dónde procedía? ¡En el mismo suspiro, murió!

Entonces salté de la cama, ebrio de miedo, sudando copiosamente y tomando mis ropas huí de allí y corrí a través de las calles hasta llegar aquí.

Estoy loco, ¿verdad?

Pienso que es inútil exponer los razonamientos con los que conseguí calmar la exaltación mórbida. No lo logré sin esfuerzo. Sin embargo, tras una larga conversación, él consintió en reconocer que había estado, sino loco, al menos alucinado, que el recuerdo de la Sra. de Mortalès, tal vez mezclado con algún remordimiento, había basado para dar lugar a tan singular aberración; y salió de mi casa, un poco más tranquilo, casi relajado.

Es probable que yo no hubiese vuelto a pensar en esta aventura y que nunca la hubiese contado, sí, pasados dos días, no hubiese leído en un periódico un terrible suceso. Un guardia del cementerio de Père-Lachaise, un bruto monstruoso, había sido sorprendido, dos noches antes, en el momento en el que atacaba abominablemente una sepultura; y esa tumba, decía el periódico, era la de una joven mujer española recientemente fallecida, la señora Laurencia de Moralès.

En cuanto al abyecto miserable, fue juzgado por Sala de lo penal del Sena; pero fue absuelto, ya que los informes médicos psiquiátricos establecieron que ese monstruo era un demente. Lo que sobre todo contribuyó a conciliar la misericordia del jurado fue la absurda buena fe, pero evidente, con la que él sostuvo durante el juicio que, si había levantado la losa de mármol era porque había sido invitado un poco antes de medianoche, cuando él hacía su ronda, sobrio, por una voz femenina, muy dulce que lo llamaba, deslizándose entre las piedras de la tumba, a través del verdor de los tejos.

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Catulle Mendès: La noche de bodas (La nuit de noces), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su utilización escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Hada sin saberlo»: Catulle Mendès; relato y análisis


«Hada sin saberlo»: Catulle Mendès; relato y análisis.




Hada sin saberlo (La fée sans le savoir) es un relato fantástico del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado en la antología de 1890: El confesionario (Le confessional).

Hada sin saberlo, probablemente uno de los cuentos de Catulle Mendès menos conocidos, regresa sobre la figura mítica de las hadas, en este caso, a través de una muy singular.




Hada sin saberlo.
La fée sans le savoir, Catulle Mendès (1841-1909)

He adquirido una terrible certeza. ¿Cuál? Que la señorita Mésange es un hada. Durante mucho tiempo quise dudar, decirle a la evidencia: Tal vez.

No. No se puede fiar uno de las apariencias. Desde luego, es tan exquisitamente fina y bonita como las Orianes que duermen en las perlas o como las Titanias que cabalgan sobre las libélulas de las fuentes, esos ligeros pegasos de gasa. Eso no prueba nada. Se puede ser delicada como las más adorables hadas sin ser necesariamente una de ellas.

Pero después de algunos días, la verdad se me ha impuesto victoriosamente. Por desgracia, tengo irrefutables pruebas de la naturaleza todopoderosa de mi amiga. ¿Quiere usted conocer esas pruebas?

La otra mañana, bajo el frío sol, en el Bosque de Bolonia, con la nieve chisporroteando de escarcha; en el momento en que la señorita Mésange hubo puesto —bajando del caballo— el pie sobre el suelo invernal, hete aquí que la inmensa capa de nieve se transformó en un verde radiante, y la escarcha en millares de muguetes. No se crea usted que me imaginé este extraordinario acontecimiento.

Todo Paris, que allí se encontraba a causa de la clara mañana, les dirá que, el pasado martes, un poco antes del mediodía, cerca de la avenida de las Acacias, de repente, bajo el abrigo de las ramas sin hojas, las nieves fueron transformadas en césped y los helados granizos en florecillas. ¡Ahora bien, es cierto que las cosas no habrían sucedido de ese modo, si la señorita Mésange no fuese una hada! Otra cosa más, escuche. Pobre como soy —¡eh! por eso al menos me parezco a los nobles poetas sacerdotes del infinito y mendicantes de un céntimo—, usted comprende perfectamente que no puedo regalar ninguna joya a la que es más preciosa que si su carne estuviese hecha de pedrerías vivas.

Sin embargo, el fin de semana pasado —habiéndome resignado sin duda a asaltar a algún transeúnte nocturno— reuní una suma que me permitió comprar en una tienda de bisutería un collar de falsas piedrecillas del Rin, insertadas en una inverosímil cadena imitando oro: pues bien, desde el momento en que mi muy querida hubo puesto en su cuello el collar, ¡éste relució magnífico y glorioso como los más hermosos diamantes reales de Brasil! y si lo hubiésemos vendido, habríamos tenido con que comprar un enorme ramos de rosas, todas las mañanas, hasta el fin de nuestro amor que durará mil años. No, les digo, ¿creen ustedes que el falso cristal se habría convertido en diamante auténtico, si la señorita Mésange no fuese un hada?

Pero lo que demuestra con más rotundidad todavía la feérica omnipotencia de aquella que con los pies tan pequeños podría calzar sus guantes, es el milagro producido en mi persona: pues yo era alicaído y taciturno, al igual que un domicilio sin ventana, y ¡desde su primer beso, mi corazón, mi cabeza, todos mis sentidos están abiertos y radiantes como ventanales por donde entran todos los rayos del sol y todos los pájaros cantores!

Sin embargo, porque ella es un hada sin saberlo, estoy —a pesar de la alegría y el amor— preocupado sin parangón, y mi única esperaza, es que nunca, sí, que nunca, sea consciente del poder del que está dotada.

—¡Vaya! —dirá alguien que se digne a leerme—, he aquí un extraño motivo de inquietud.

Todo lo contrario, usted debería congratularse con la idea de que ella posee —con el perfume de las rosas y el gorjeo de los nidos— el sobrenatural poder de cambiar a su antojo los seres o las cosas, y que, de este poder, ella es consciente.

Evidentemente no podría usarlo para añadir gracia a su gracia —pues, ser más deliciosa de lo que se la ve, es un prodigio que va más allá de lo imposible—, pero, al menos, siendo un hada sin saberlo, ella inventaría y realizaría para su mutuo amor, lujos y delicias que raramente están al alcance de la humilde humanidad; gracias a ella, usted habitaría en palacios de andesina o de mármol incesantemente batido por un mar azulado y cantarín; obtendría usted la infinita alegría de renacer siempre, tras mil muertes más bellas que las más bellas vidas, sobre divanes de rosas hechos de besos, que los más bellos ángeles guardianes darán en los labios dormidos de las más hermosas de entre las vírgenes; y, por fin, ¡conocería usted, en sus eternas caricias, noches que no tienen mañana!

¡Ah!, caballero, qué mal informado está usted en lo que concierne a la naturaleza de la señorita Mésange. Ella es hada, lo creo, pero es mujer, estoy seguro. Puede verse, en su sonrisa, con todo el fervor de las ardientes ternuras, la amenaza de todas las infidelidades; y si, hermana de las Viviana y de las Melusina, ella conociese su poder, se serviría de él quizás —¡la ladina! ¡la cruel! ¡la atroz!— para tomar seguramente las alas del pájaro del que yo le daba el nombre, para huir de mi, y para no regresar jamás!

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Catulle Mendès: Hada sin saberlo (La fée sans le savoir), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El último silfo»: Catulle Mendès; relato y análisis


«El último silfo»: Catulle Mendès; relato y análisis.




El último silfo (Le dernier shylphe) es un relato fantástico del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado en la antología de 1889: La vida seria (La vie sérieuse).

Los Silfos han engrosado el catálogo universal de seres fantásticos sin pertenecer a ninguna mitología. Al igual que los Gnomos, fueron creados por el alquimista suizo Paracelso, y mencionados por primera vez en el libro: El libro de las ninfas, silfos, pigmeos y salamandras (Liber de Nymphis, Sylphis, Pygmaeis et Salamandris). La palabra Silfo (Sylph), de hecho, fue acuñada por Paracelso como símbolo del aire.

La traducción al español de El último silfo, uno de los mejores cuentos de Catulle Mendès, fue realizada por un amigo de la casa: J.M. Ramos. En el siguiente enlace pueden encontrar una gran cantidad de sus traducciones: http://www.iesxunqueira1.com/mendes/index.htm




El último silfo.
Le dernier shylphe, Catulle Mendès (1841-1909)

En la cama de mi querida, una noche que yo no dormía allí —¡eh! ¡qué indicación temporal tan poco clara! pues dormir en esa adorable cama, lo que se dice dormir, nunca me sucede—, se vio mi espíritu transportado (mi querida, un poco cansada, tenía los ojos cerrados), hacia el bosque de Broceliande y las islas de Avalon. Pensar en el país que habitaron las hadas, o en las mismas pequeñas hadas que bailan en corrillo sobre los céspedes de los linderos, a la luz de la luna o a la rojiza luz del alba, me resulta un sueño recurrente.

Soy, entre los hombres, uno de los últimos que se preocupan por Oriana, Viviana y por la misericordiosas Abunda! Mi almohada no ignora cuanto me gusta contar en las noches de insomnio las hermosas historias en las que las Buenas Damas vienen en ayuda de las princesas cautivas en crueles torreones, donde los jinetes, seductores flores, están prisioneras de lianas vivas: y si logran evadirse, yo los compadezco. Ahora bien, esa noche yo pensaba en vosotras, Holda, Urganda, Urgele, Melusina, con una emoción muy particular, más tierna que de costumbre; tal vez era porque mi muy querida, antes de estar cansada y para merecer estarlo, me había engañado como nunca antes lo había hecho, con encantamientos y perfumes mágicos.

Con los párpados a medio cerrar, yo os veía entre el quimérico decorado que creaba la aproximación incompleta de las pestañas, hermosas como lo fuisteis, como lo sois, dejando arrastrar vuestros vestidos por las flores; incluso podía distinguir a vuestro alrededor la lenta danza y el estremecimiento semejante a una bufanda formada por mil revoloteantes pequeños silfos que golpeaban el claro de luna en ligeros golpes de alas transparentes; se hubiese dicho un aire rosa dentro de un aire azul.

Entonces, en un instante despertado del sueño, me invadió una amarga tristeza. Desde luego sabía que las exquisitas hadas no han dejado de existir, a pesar del ferrocarril que atraviesa el Bosque cerca de Atenas: algunas veces las he encontrado, tanto ésta, como aquella, tanto vestidas de diamantes y aurora como de harapos que se pronto se transforman en reales trajes deslumbrantes de oro y pedrerías. Si no fuese el más discreto de los amantes, podría decir que dos o tres veces me fue concedido retrasarme en el misterioso fondo de las grutas en compañía de Morgana que posee unos cabellos un poco rojos porque a menudo tiene la fantasía de teñirlos con el rocío de rosas rojas, o de Alcina que tiene los ojos verdes porque es prima de una sirena.

Pero debo confesar que nunca había encontrado silfos, en la vida real al menos; no, nunca, en ningún lugar, en ninguna circunstancia, ni en los senderos estrellados de luciérnagas, ni el las fiestas a las que fui convidado por la confianza de gnomos y otros duendes. Me entristecía y decía:

—¿Es que ya no existen los silfos? ¿no duermen ya en las rosas, sus más queridas alcobas? ¿La noche ha dejado de poblarse por sus furtivos estremecimientos, apenas posados sobre los follajes o las cabelleras como presentimientos de vagos besos? ¿Quién entonces, habiendo desaparecido ellos, golpea a media noche con una punta emplumada, el cristal de las muchachitas enamoradas?

Y me entristecía cada vez más, cuando una voz excesivamente débil y dulce, tan débil y tan dulce que se podría haber tomado por el misterioso canto del aliento de tus labios dormidos, ¡oh, querida mía!, me respondió en la mortecina claridad de la alcoba:

—¡Ah! ¡puedes llorar por nosotros, en efecto, poeta lleno de ternura por las gracias difuntas! pues ahora existimos tan poco que se podría decir que no existimos ya del todo. Antaño más numerosos que los perfumes fecundadores transportados por el viento de palmera en palmera, de melocotonero en melocotonero; presentes antes en un tumulto de diáfanas mariposas en las fiestas que se celebraban en los senderos y los claros por el himeneo de las gavanzas, los silfos han desaparecido para no regresar, derribados, espantados, destrozados, ¡a causa de las violentas máquinas que atraviesan con silbidos y humaredas el silencia y la bruma de los bosques! La ciencia, asesina de sueños, ha matado a los silfos, sueños también: y, de todos mis hermanos yo soy el único que queda, dispuesto a morir y anhelando la muerte.

Yo escuchaba, pero ya no veía.

—¡Oh, último de los silfos —dije—, ¿estás tan próximo al desfallecimiento que ya posees la invisibilidad de las almas inmateriales?

Él replicó:

—Todavía se me puede discernir.

En efecto, esforzando la vista no tardé en distinguir, revoloteando y zumbando sobre el sueño de mi querida, un mosquito! Sí, ¡un mosquito! He aquí en lo que se había convertido, a saber tras cuantas travesías, el superviviente de todos los silfos. De las alas que tuvo a las que tenía, ¡qué decadencia! Mi primer pensamiento fue atraparlo y aplastarlo entre dos uñas, pues, ¿el muy cruel no iba a picar la pálida carne rosada de un seno que, debido a su camisa deslizada y los brazos abiertos, mi amiga dormida ofrecía inocentemente al próximo despertar de mi deseo?

Él adivinó mi intención.

—¡Oh! gracias, puesto que mi última hora está próxima, y ya destronado de las antiguas glorias y bonitos vuelos sobre las rosas matinales, deseo el dulce tránsito al otro lado que una oscura vida de insecto de alas grises; ¡pero al menos dejadme morir con la muerte que prefiera, y permitidme elegir mi tumba!

¿Qué querría decir con eso? Yo lo observaba, asombrado y conmovido, sin embargo un tanto inquieto. El continuaba revoloteando —apenas con un zumbido— sobre el querido cuerpo de la joven mujer adormilada: amenazaba sus ojos, se aproximaba a sus labios, a punto estuvo de posarse sobre una de las puntas floridas del pecho oscilante. ¡Si se hubiese posado allí, lo habría matado sin piedad en mi furioso ataque de celos!, pero continuaba en el aire, dudando; y yo lo vigilaba.

De pronto —como en una elección definitiva— se precipitó bajo el hombro de mi amiga hacia el misterio frondoso de los rizos pelirrojos de la axila, que se retorcían. Tal vez picada, pero sin despertarse, mi muy querida tendió su brazo a lo largo de su busto: y el bichejo había quedado aplastado en la olorosa prisión. ¡Desde luego yo hice un movimiento provocado por la cólera! pero me invadió la piedad y no tuve el valor de guardar rencor al último de los silfos, nostálgico de los cálices, que había querido morir —al día siguiente encontré su cadáver entre las gasas— en la más perfumada de las rosas rubias.

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Catulle Mendès: El último silfo (Le dernier shylphe), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La tristeza de las sirenas»: Catulle Mendès; relato y análisis


«La tristeza de las sirenas»: Catulle Mendès; relato y análisis.




La tristeza de las sirenas (Tristesse des sirènes) es un relato fantástico del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado en la antología de 1885: Rosa y negro (Le Rose et le Noir).

La tristeza de las sirenas, sin dudas uno de los cuentos de Catulle Mendès más interesantes, es, en realidad, una exquisita fábula que recurre a la figura mítica de las sirenas; símbolo ancestral de la feminidad sagrada, para representar la desesperanza y la tristeza típicas del relato decadentista.




La tristeza de las sirenas.
Tristesse des sirènes, Catulle Mendès (1841-1909)

Un día que pasaba a orillas del mar, oí el lamento de unas Sirenas bajo la soledad azul y completamente melancólica de la luna.

—¡Oh, qué desgracia! ¡Qué desgracia! Se acabaron los tiempos en los que los bellos muchachos de la tierra, hechizados por nuestras llamadas, prendados de nuestras blancuras entrevistas bajo el misterio diáfano del agua, nos seguían a las profundidades y morían por nuestros besos sobre un lecho flotante de algas. Vanas resultan ya nuestras audacias cerca de las orillas, nuestros cantos en el crepúsculo, nuestros brazos levantados; nadie nos escucha o no se detiene; ¡y nuestros suspiros se confunden hasta el amanecer con el lamento vago de las olas!

Como yo escuchaba atentamente, pude distinguir entre las voces una más triste que decía:

—Todas las noches, allá, entre dos rocas, se ilumina una ventana, y veo, a través de la sombra y las cortinas, una forma acodada, con la cabeza hacia unos libros. Renace en mí la esperanza, me deslizo entre las olas, me aproximo a la claridad ascendiendo por la arena, desgarrando con los guijarros mis costados y mis senos. ¡Escúchame, trabajador solitario, que consumes en estériles esfuerzos la hora nocturna de los besos! No hay realidad humana que valga la quimera de mi amor.

»¡Abandona los decepcionantes libros! ¡Desprecia la vana ciencia! Es en mis ojos glaucos dónde podrás leer el más dulce de los secretos; mi boca te revelará el misterio de la alegría. ¡Oh, ven! te enseñaré las languideces en la que duerme el pensamiento amargo. Pero aquél al que llamo permanece inmóvil, acodado en su mesa, y desdeñoso, no toma en consideración mi suplicante ternura, como si se tratase de los gemidos de las rachas de viento, o como los golpes de alas contra el cristal de una gaviota deslumbrada.

La voz se calló. Otra se elevó, más triste todavía, diciendo:

—En una noche de verano, vi en la proa de un navío a un hombre que se inclinaba, mirando temblar el cielo en el mar. Como era muy joven y tenía mucha dulzura en los ojos, creí que su corazón no sería cruel, y, dándome la vuelta, cruzando detrás de mi cuello mis brazos, le mostré mi encantador vientre luminoso, mientras le hablaba entre los ruidos susurrantes de la espuma y el agua. ¡Contémplame, tú que sueñas! ¿No soy más hermosa que tus pensamientos? ¿Acaso prefieres un astro del cielo a la doble estrella rosada que se ilumina en la blancura de mi pecho?, ¿y qué cielo reflejado en el mar vale el infinito de mis verdes pupilas?

»En los países lejanos a dónde te lleva tu navío no hay frutas tan sabrosas como mis labios al ser besados; ninguna siesta es tan dulce, ni en los bosques soleados, ni entre los calurosos perfumes y trinos de los nidos, que el sueño bajo mis cabellos, que el rumor de mis risillas y mis susurros. ¡Oh! ¡ven, tú que te exilias en un exilio más encantador que todas las patrias, en el mundo ignoto de inefables delicias! Pero aquél al que yo llamaba no interrumpió su sueño; seguía inclinado en la proa del navío, teniendo ante él la inmensidad y detrás los fardos de mercancías dispuestos sobre el puente. Y entonces me percaté de que no miraba temblar el cielo en el mar, sino que contaba, a la luz de las estrellas, monedas de oro en una bolsa abierta.

Otra voz se hizo escuchar entre los desolados silencios de la luna.

—Lleno de un ruido de multitudes y tintineo de armas entrechocar, una nave más grande que todas las naves atravesaba el tumultuoso mar; la claridad del amanecer, entre los sonidos del cobre se desplegaba sobre los cascos y los sables en mil destellos de acero; y nosotras, semejantes a un vuelo de gaviotas, haciendo emerger nuestros brazos donde la espuma parecía convertirlos en alas, envolvimos la nave en marcha con nuestros juegos y nuestras risas que sonaban alegremente en el estrépito de las olas.

»¡Ah! ¡Qué locos! ¿A dónde iban? ¿Hacia la batalla? ¿Hacia el odioso tránsito? ¡Cómo! ¿Por esas vanas quimeras que los hombres llaman honor, gloria, patria, cuantos jóvenes corazones dejarían de luchar, y cuántas bocas no conocerían otro beso que el de la pálida muerte? ¿Es que no hay lechos más agradables que los campos de masacres, empapados de fango y sangre? ¡Pero nos creeréis, jóvenes hombres! Lejos de las guerras, las fatigas y los estériles triunfos, vendréis con nosotras, con nosotras tan rubias y cariñosas; preferiréis al rudo cuerpo a cuerpo las caricias de nuestra desnudez desarmada. ¡Oh, venid! ¡Somos la belleza, el amor, el goce. ¡Oh, matarifes, nosotras somos la vida! ¿Acaso la sangre de nuestros labios no es más bella que la sangre de las heridas?

»Si anheláis combates, aceptar este dónde la victoria es segura, y tan deliciosa. ¡Triunfad sobre nosotras, guerreros! No hay botín más valioso que nuestros senos desnudos, nuestros brazos abiertos, y después de nuestras felices derrotas, besos con los que, prisioneras, pagaremos nuestro rescate! Pero los hombres armados nos desdeñaban, nos rechazaban con un gesto de desprecio. Como yo me había aferrado al borde del navío, sentí en mi brazo levantado por un agarrón, la fría mordedura de una lama de acero, y volví a caer en las olas donde la espuma se volvió roja.

Habiendo escuchado todo esto, dije a las tristes Sirenas:

—¡No esperéis que os compadezca, peligrosas tentadoras! Los hombres se han vuelto serios y están asiduamente ocupados con sus deberes o sus negocios, por lo que se aparten de vosotras con razón; no desconocen que tenéis con que turbar las almas más decididas, con que romper los más útiles propósitos; ni el sabio, ni el comerciante, ni el soldado, nadie, si os escuchase, seguiría su camino. Nosotros también sabemos, sabemos sobre todo que breve es la embriaguez que vosotras nos prometéis. ¡Oh mentirosas crueles! la muerte es la consecuencia de vuestros besos.

Las Sirenas respondieron:

—¡Es cierto que somos temibles! Nuestro juego más querido consiste en debilitar con nuestras caricias el orgullo viril de las energías. Es cierto que somos pérfidas! nuestros amantes mueren en nuestro primer abrazo. ¿Pero que raza loca y despreciable sois vosotros, hombres de hoy en día, que preferís al goce la imbécil vanidad de las tareas humanas, y juzgáis que no vale la pena morir por un beso?

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


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El análisis y resumen del cuento de Catulle Mendès: La tristeza de las sirenas (Tristesse des sirènes), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El afortunado reflejo»: Catulle Mendès; relato y análisis


«El afortunado reflejo»: Catulle Mendès; relato y análisis.




El afortunado reflejo (L'Heureux Reflet) es un relato fantástico del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado en la antología de 1890: El confesionario (Le confessional).

El afortunado reflejo, sin dudas uno de los cuentos de Catulle Mendès más breves, fue traducido al español por un amigo de la casa, J.M. Ramos, cuyo sitio se especializa en la obra de este gran maestro de la literatura francesa: http://www.iesxunqueira1.com/mendes/index.htm




El afortunado reflejo.
L'Heureux reflet, Catulle Mendés (1841-1909)

Mi bella vecina de enfrente, a la que no conozco y a la que conozco tan bien, se desviste en el suntuoso cuarto de baño iluminado con candelabros de oro, y como, por descuido, no ha cerrado los pesados cortinajes, yo puedo ver a través del vidrio y la muselina como se mueve su imagen entre el marco engalanado de un espejo que se inclina.

Una a una caen las estolas, las batistas a continuación, y, una vez que saca las medias negras, toda la sonrosada blancura de su maravilloso cuerpo desnudo llena el espejo, mientras que al regreso del baile mi bella vecina de enfrente, a la que no conozco y a la que conozco tan bien, se desviste en el suntuoso cuarto de baño iluminado con candelabros de oro.

Por desgracia, marquesa tal vez, o duquesa, o real alteza, ella no me juzgaría digno de aspirar el perfume de uno de sus guantes perdidos. Pero, en mi balcón, yo me inclino y me sitúo como es debido, y, en el espejo, mi reflejo, mezclado con el suyo, enlaza con brazos ardientes y besa con mil besos a mi hermosa vecina de enfrente a la que no conozco y que conozco tan bien.

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


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Catulle Mendès: relatos, poemas y novelas


Catulle Mendès: relatos, poemas y novelas.




Catulle Mendès (1841-1909) fue uno de los más destacados escritores franceses de su tiempo, autor de cuentos, poemas y novelas fundamentales; de hecho, los relatos de Catulle Mendès se encuentran entre los mejores del período, algunos de ellos, de neto corte fantástico.

En esta sección de El Espejo Gótico daremos cuenta de los relatos de Catulle Mendès más importantes, así también como algunos poemas y novelas que marcaron toda una época en la literatura francesa.




Catulle Mendès: obras completas:
  • El afortunado reflejo (L'Heureux reflet)
  • El último silfo (Le dernier shylphe)
  • Hada sin saberlo (La fée sans le savoir)
  • La noche de bodas (La nuit de noces)
  • La tristeza de las sirenas (Tristesse des sirènes)
  • Arcoiris (Arc en-Ciel)
  • Camisa negra (Chemise noire)
  • Continuación en ideas (Suite dans les idées)
  • Coquetería fantasmal (Coquetterie de fantôme)
  • Cuentos épicos (Contes épiques)
  • Después del fin (Après la fin)
  • Don Juan en el paraíso (Don Juan au paradis)
  • El agua bendita (Le bénitier)
  • El amor en peligro (L'amour en danger)
  • El ángel cojo (L'ange boiteux)
  • El arte en el teatro (L'Art au Théâtre)
  • El ausente (L'absente)
  • El autógrafo (L'autographe)
  • El camino del paraíso (Le chemin du paradis)
  • El captador del bonete (Le ramasseur de bonnets)
  • El cementerio despojado (Le cimetière effeuillé)
  • El cobarde (Le lâche)
  • El comensal de los sueños (Le mangeur de rêves)
  • El confesional (Le Confessionnal)
  • El corazón de Balbine (Le cœur de Balbine)
  • El deseo fatal (Le vœu maladroit)
  • El espejo (Le miroir)
  • El hijo de la estrella (Le Fils de l'étoile)
  • El hombre de letras (L'homme de lettres)
  • El hombre desnudo (L'Homme tout nu)
  • El huésped (L'hôte)
  • El investigador de la cizaña (Le Chercheur de Tares)
  • El invitado malvado (Le mauvais convive)
  • El marqués de Viane (Le marquis de Viane)
  • El miedo en la isla (La peur dans l'île)
  • El milagro (Le miracle)
  • El niño mujer (La Femme-Enfant)
  • El orgullo (L'orgueil)
  • El pájaro de la princesa (La princesse oiselle)
  • El ramo de nomeolvides (Touffe de myosotis)
  • El recuerdo del corazón (La mémoire du cœur)
  • El regalo que es suficiente (Le don qui suffit)
  • El retrato de la pared vacía (Le portrait du mur vide)
  • El rey virgen (Le Roi Vierge)
  • El sol de medianoche (Le Soleil de minuit)
  • Evidencias (Preuves)
  • Filomela (Philoméla)
  • Fuego (Incendies)
  • Jeanne (Jeanne)
  • Justicia tras la justicia (Justice après justice)
  • George y Nonotte (George et Nonotte)
  • Gog (Gog)
  • Gran Maguet (Grande-Maguet)
  • Héspero (Héspero)
  • Higiene (Hygiène)
  • Huerto en flor (Verger fleuri)
  • Idilio de otoño (Idylle d'automne)
  • Isolina Isolin (Isoline-Isolin)
  • Intermedio (Intermède)
  • La armadura (L'armure)
  • La bella con el corazón de nieve (La belle au cœur de neige)
  • La bella durmiente (La Belle au bois rêvant)
  • La buena jornada (La bonne journée)
  • La buena recompensa (La bonne récompense)
  • La cama encantada (Le lit enchanté)
  • La canción del odio (La chanson de la haine)
  • La casa del viejo (La Maison de la Vieille)
  • La conversa (La convertie)
  • La dama negra (La demoiselle noire)
  • La hucha (La tirelire)
  • La leyenda del Parnaso contemporáneo (La Légende du Parnasse Contemporain)
  • La madre (La mère)
  • La misa rosa (La Messe rose)
  • La momia (La momie)
  • La obra wagneriana en Francia (L'oeuvre wagnerienne en France)
  • La pequeña llama azul (La petite flamme bleue)
  • La pequeña sirvienta (La petite servante)
  • La primera señora (La première Maîtresse)
  • La princesa tonta (La princesse muette)
  • Las dos margaritas (Les deux marguerites)
  • Las flores y las joyas (Les fleurs et les pierreries)
  • Las golondrinas (Les hirondelles)
  • Las hermanas de la mañana (Les soeurs matinales)
  • Las lágrimas de la espada (Les larmes sur l'épée)
  • Las madres enemigas (Les Mères ennemies)
  • Las madres jóvenes (Jeunes mères)
  • Las palabras perdidas (Les mots perdus)
  • La sombra vencida (L'ombre vaincue)
  • Las tres hadas buenas (Les trois bonnes fées)
  • La traición de Puck (Les traitrises de Puck)
  • La vida y muerte de un bailarín (La vie et la mort d'une danseuse)
  • Lea, matrimonio y luciérnagas (Léa, Mariage aux lucioles)
  • Lesbia (Lesbia)
  • Los acuerdos (Les accordailles)
  • Los azulejos (Les Oiseaux Bleus)
  • Los besos de oro (Les baisers d'or)
  • Los dos avaros (Les deux avares)
  • Los cuentos de la rueca (Les contes du rouet)
  • Los hijos de los ángeles (Les fils des anges)
  • Los otros (Les autres)
  • Los predestinados (Le prédéstiné)
  • Los tres sembradores (Les trois semeurs)
  • Marthe Caro (Marthe Caro)
  • Medea (Médée)
  • Mefistófela (Méphistophéla)
  • Miradas perdidas (Regards perdus)
  • Monstruos parisinos (Monstres parisiens)
  • Muebles viejos (Vieux meubles)
  • Necesidad de heroísmo (Nécessité de l'héroïsme)
  • Noches morosas (Soirs moroses)
  • No juegues con las cenizas (Il ne faut pas jouer avec la cendre)
  • Nuevos poemas (Poésies nouvelles)
  • Pagoda (Pagode)
  • Pantéléia (Pantéléia)
  • Poesías (Poésies)
  • Quit (Quittes)
  • Richard Wagner (Richard Wagner)
  • Romper (Rompre)
  • Scarron (Scarron)
  • Señorita Lais (Mademoiselle Laïs)
  • Serenatas (Sérénades)
  • Sonetos (Sonnets)
  • Soror dolorosa (Soror dolorosa)
  • Tórtola (Tourterelle)
  • Vida y muerte de un clown (La Vie et la mort d'un clown)
  • Viejas canciones de Alsacia (Vieilles chansons d'Alsace)
  • Zohar (Zo'Har)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Catulle Mendès: relatos, poemas y novelas fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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