«La máquina de gloria»: Villiers de l'Isle-Adam ; relato y análisis.
La máquina de gloria (La machine à gloire) es un relato fantástico del escritor francés Villiers de l'Isle-Adam (1838-1889), publicado en la antología de 1883: Cuentos crueles (Contes cruels).
La máquina de gloria, uno de los grandes cuentos de Villiers de l'Isle-Adam, relata la historia de la fabricación de una máquina capaz de producir gloria a partir de la mediocridad, en este caso, de escritores con escaso talento.
Más allá de esta crítica evidente, La máquina de gloria posee varios niveles de interpretación. El primero se relaciona con la paranoia y la ansiedad de fines del siglo XIX respecto de la proliferación de máquinas cada vez más complejas. En segundo lugar, el dispositivo imaginado por Villiers de l'Isle-Adam no solo altera la producción literaria de los dramaturgos, sino que además influye directamente sobre los espectadores, quienes se vuelven parte del mecanismo.
En este sentido, La máquina de gloria es el primer paso hacia el gran mito construído por Villiers de l'Isle-Adam, aquel diabólico dispositivo de la sensualidad, que finalmente cobraría forma en: La Eva futura (L'Ève future).
La máquina de gloria.
La machine à gloire, Auguste Villiers de l'Isle-Adam (1838-1889)
¡Qué animación mezclada con cierta contrariedad en los semblantes! ¿De qué se trata?
—Se trata… ¡ah!, de una novedad sin precedentes en los recientes anales de la Humanidad. ¡Se trata de la prodigiosa invención del barón Bottom, del ingeniero Bathybius Bottom!
La Posteridad se inclinará ante este hombre (ilustre ya al otro lado de los mares), como ante el doctor Grave y algunos otros inventores, verdaderos apóstoles de lo Útil. ¡Que se juzgue si exageramos el tributo de admiración, de estupor y de gratitud, que le es debido! ¡El producto de su máquina es la GLORIA! ¡Produce gloria como rosas un rosal!
El aparato del eminente físico fabrica la Gloria. La suministra. La hace nacer de una manera orgánica e inevitable. Os cubre con ella, y aunque no se la acepte y se intente huir de ella, os persigue. Resumiendo, la Máquina Bottom está especialmente destinada a satisfacer a esas personas llamadas autores dramáticos que, privadas desde su nacimiento (¡por una inconcebible fatalidad!) de esa facultad, por demás insignificante, que los últimos literatos se obstinan todavía en mancillar con el nombre de Genio, están, no obstante, ansiosas por obsequiarse, por dinero, los mirtos de un Shakespeare, los acantos de un Scribe, las palmas de un Goethe y los laureles de un Molière.
¡Qué hombre, este Bottom! Juzguémosle por el análisis, por el frío análisis de su procedimiento, desde el doble punto de vista abstracto y concreto. Tres preguntas se plantea . Una vez resueltas, pasaremos a la descripción del sublime Mecanismo que las unifica en una definitiva solución. Comencemos.
¿Qué es la Gloria?
Si dirigís semejante pregunta a uno de esos bromistas que pueblan las tablas de algún periódico y que son expertos en el arte de burlarse de las más sagradas tradiciones, sin duda, os responderá algo como esto:
—¿Una Máquina de Gloria dice? De hecho, ¿no existe una máquina de vapor? ¿Y qué es la gloria en sí misma sino un ligero vapor?, ¿una especie de humareda? ¿Una...?
Naturalmente daréis la espalda a ese miserable tonto cuyas palabras sólo son el ruido de su lengua contra el paladar. Dirigios a un poeta, y ésta será, más o menos, la alocución que escapará de su doble gaznate:
—La Gloria es el resplandor de un nombre en la memoria de los hombres.
Para darse cuenta de la naturaleza de la gloria literaria hay que dar un ejemplo: supongamos que se han reunido doscientos espectadores en una sala. Si pronunciáis por azar, ante ellos, el nombre de "SCRIBE" (tomemos éste), la eléctrica impresión que les provocará ese nombre puede, de antemano, traducirse en la siguiente serie de exclamaciones (porque toda la gente de hoy conoce su SCRIBE):
—¡Complicado cerebro! ¡Genio seductor! Fecundo dramaturgo. ¡Ah! Sí, ¿el autor de L'Honneur et l'Argent? ¡Ha hecho reír a nuestros padres!
—¿SCRIBE? ¡Uf!… ¡¡¡Maldición!!! ¡Oh! ¡Oh!
—¡Pero!… ¡Sabe dar vuelta a la copla! ¡Profundo bajo un aspecto alegre! ¡Alguien que deja hablar! ¡Una pluma autorizada! ¡Un gran hombre que ha ganado su peso en oro!
—¡Y avezado en los trucos teatrales!
Bien.
Si pronunciáis, después, el nombre de uno de sus colegas, Milton, por ejemplo, podemos esperar que:
a) de las doscientas personas, ciento noventa y ocho, seguramente, no habrán leído ni hojeado jamás a este escritor.
b) únicamente el Gran Arquitecto del Universo puede saber de qué forma los otros dos creerán haberlo leído, porque a nuestro entender, no hay, en todo el globo terráqueo, más de cien individuos por siglo (¡y aun así!) capaces de leer cualquier cosa, incluso etiquetas de botes de mostaza.
in embargo, ante el nombre de MILTON, en un minuto, se despertará en la mente del auditorio, la inevitable idea de que su obra es mucho MENOS interesante, desde el punto de vista positivo, que la de SCRIBE. Pero esa oscura reserva será tal, que aun concediendo mayor estima práctica a SCRIBE, la idea de cualquier paralelismo entre MILTON y este último les parecerá, instintivamente y a pesar de todo, como una comparación entre un cetro y un par de zapatillas, por pobre que haya sido MILTON, por más dinero que SCRIBE haya ganado, por desconocido que durante largo tiempo haya permanecido MILTON, por más universalmente conocido que ya sea SCRIBE.
En una palabra, puesto que la impresión que dejan los versos, aunque sean desconocidos, está asociada, para los oyentes, al nombre del autor, será como si hubiesen leído a MILTON. En efecto, al no existir la Literatura propiamente dicha como tampoco existe el Espacio puro, lo que se recuerda de un gran poeta es la Impresión de sublimidad que nos ha dejado, por y a través de su obra, antes que por la obra misma, y esta impresión, bajo el velo de los lenguajes humanos, trasciende incluso las traducciones más vulgares. Cuando, a propósito de una obra, se constata formalmente ese fenómeno, el resultado de esa constatación se llama: GLORIA.
Esto es lo que contestará nuestro poeta; podemos afirmarlo de antemano, incluso al tercer estado, ya que hemos interrogado a gente que se ha dedicado a la Poesía. Pues bien, ¡no dudaremos en responder, y a modo de conclusión, que esa fraseología de la que se trasluce una monstruosa vanidad, es tan vacía como el género de gloria que ella preconiza! ¿La impresión? ¿Qué es examinar, con una sincera simplicidad y por nosotros mismos, lo que es la Gloria! Queremos hacer el leal ensayo de la Gloria. (Nadie de entre la gente honorable y seria se preocuparía de soportar ni adquirir ésa de la que nos acaban de hablar.) ¡Aunque le ofrezcan una retribución! Así lo esperamos, al menos, para la sociedad moderna.
Vivimos en un siglo de progreso en el que, por emplear la expresión de una poeta (el gran Boileau), un gato es un GATO. Por tanto, versados en la universal experiencia del Teatro moderno, nosotros pretendemos que la Gloria se traduzca en signos y manifestaciones sensibles para todo el mundo. Y no en discursos huecos, más o menos solemnemente pronunciados. Somos de aquellos que no olvidan nunca que un tonel vacío resuena siempre mejor que uno lleno.
En resumen, nosotros constatamos y afirmamos que, cuanto más sacude una obra dramática el sopor público, provoca entusiasmos, levanta aplausos y más repercusión tiene, tanto más le rodean los mirtos y laureles; cuantas más lágrimas hace verter y carcajadas provoca, tanto más ejerce —por así decirlo, a la fuerza— una acción sobre la masa; cuanto más se impone, finalmente, tanto más reúne, por eso mismo, los síntomas ordinarios de la obra maestra y merece más, por consiguiente, la GLORIA. Negar esto sería negar la evidencia. Aquí no se trata de discutir, sino de basarse en hechos y cosas firmes. Apelamos a la conciencia del Público, el cual, ¡gracias a Dios!, no se contenta ni con palabras ni con frases. Y estamos seguros que es, en esto, de nuestra opinión.
La Máquina es tan potente que si es necesario podría hacer que la misma sala se derrumbase. El autor sería sepultado en su triunfo, como el joven capitán de Buch tras el asalto de Rávena por quien lloraron todas las mujeres. Es un trueno, una salva, una apoteosis de aclamaciones, de gritos, de bravi, de opiniones, de «Ua-uau», de ruidos de todo tipo, incluso inquietantes, de espasmos, de convicciones, de trepidaciones, de ideas y de gloria, que estalla por todas partes a la vez, en los pasajes más aburridos o más bellos de la obra, sin distinción. No hay incertidumbre posible.
Ocurre entonces el magnético fenómeno innegable que sanciona tal alboroto y le otorga su absoluta validez; ese fenómeno es la justificación de la Máquina de Gloria, y sin él, sería casi una mistificación. Helo aquí: es el gran punto, el rasgo excepcional, el cegador y genial rayo del invento de Bottom.
Recordemos ante todo, para captar mejor la idea de este genio, que a los particulares no les gusta criticar a la opinión pública. Lo propio de cada una de sus almas es estar convencidas, a pesar de todo, desde la cuna, de este axioma: Ese hombre TRIUNFA: por tanto, a despecho de tontos y envidiosos, es un espíritu glorioso y capaz. Imitémosle si podemos, y estemos a su lado, por si acaso, aunque no sea más que para que no se nos tenga por imbéciles.
Este es el oculto razonamiento, ¿no es cierto?, en la atmósfera de la sala.
El espectador, pues, por más frío que sea, al oír lo que ocurre en su entorno, se deja llevar fácilmente por el entusiasmo general. Es la fuerza de las cosas. Muy pronto le vemos aplaudir a rabiar y con confianza. Forma parte, como siempre, de la opinión de la Mayoría. Y haría entonces más ruido que la misma Máquina, si pudiera, por temor a hacerse notar.
¡De manera —y ésta es la solución del problema: un medio físico que alcanza un objetivo intelectual— que el éxito se convierte en una realidad!, ¡que la GLORIA está verdaderamente en la sala! ¡Y que el aspecto ilusorio de la Máquina Bottom desaparece, fusionándose, positivamente, con el resplandor de la Verdad!
Para prevenir cualquier incertidumbre, si la obra fuera un simple agota, o de algún patán baboso, cuya audición, hasta de una sola escena, fuera imposible, los aplausos no cesarían desde el alzado hasta la caída del telón. ¡Sin resistencia posible! Si fuera necesario, habría sillones preparados para los poetas comprobados y convencidos de su talento, para los recalcitrantes, en una palabra: la pila, al enviar su descarga a los brazos de las butacas sospechosas, haría aplaudir a la fuerza a sus ocupantes. Se diría: ¡Parece que esto es bueno porque Ellos mismos se ven OBLIGADOS a aplaudir!
Es ocioso añadir que si éstos representasen algún día (gracias a la intempestiva intervención —hay que preverlo todo— de algunos imprudentes jefes de Estado) sus obras sin cortes, sin ilustres colaboradores, ni intromisiones de directores, la Máquina, por una retroversión debida a la inagotable y verdaderamente providencial invención de Bottom, sabría vengar a las honestas gentes. Es decir, que, en lugar de cubrirla de gloria, esta vez, ella abuchearía, berrearía, silbaría, patearía, croaría, chillaría y aullaría de tal manera que sería imposible entender una sola palabra de la obra.
Nunca, desde la famosa noche de Tannhauser en la Opera de París, se habría escuchado cosa semejante. De esa forma, la buena fe de las personas de bien y sobre todo de la Burguesía, se vería sorprendida, como sucede, desgraciadamente, muy a menudo. La alerta sería dada en seguida, como antaño, en el Capitolio, cuando atacaron los Galos. Veinte Androidos salidos de los talleres de Edison, con bellos rostros, con una sonrisa discreta y entendida, con la condecoración elegida en la solapa, van agregados a la Máquina: en ausencia o indisposición de sus modelos, se les distribuiría en los palcos, con actitudes de profundo desprecio que darían el tono a los espectadores. Si, extraordinariamente, estos últimos intentaran rebelarse y quisieran oír, los autómatas gritarían:
¡Fuego!, lo que provocaría un mortal barullo de ahogo y de clamores reales. La «obra» no levantaría cabeza. En cuanto a la Crítica, no hay por qué preocuparse. Cuando la obra dramática fuera escrita por gente recomendable, por personas serias e influyentes, por notabilidades consecuentes y de peso, la Crítica —excepto algunos, insociables puros y cuyas voces, perdidas en el tumulto, no harían más que reforzar el estrépito—, estaría totalmente conquistada: rivalizaría en energía con la Máquina Bottom.
Además, los artículos críticos, confeccionados de antemano, son también competencia de la Máquina: su redacción está simplificada por una selección de todos los viejos clichés, revestidos y barnizados nuevamente, que son lanzados por empleados Bottom a semejanza del Molino de oración de los Chinos, nuestros precursores en todo lo referente al Progreso.
La Máquina Bottom reduce, más o menos de la misma manera, el trabajo de la Crítica: ahorra muchos sudores, muchas faltas de Gramática elemental, muchos despropósitos y frases vacías que se lleva el viento. Los folletinistas, amantes del dolce far niente, podrán negociar con el Barón a su llegada. Se asegura el más inviolable secreto, en caso de algún pueril amor propio. Hay un precio fijo, marcado en conocidas cifras, en el encabezamiento de los artículos; tanto por palabra de más de tres caracteres. Cuando el artículo es glorioso para el firmante, la gloria se paga aparte.
¡No hay comparación! ¿Qué son, hoy, las fuerzas del hombre ante las de una máquina? ¡Será, sobre todo, tras el fracaso del drama de un gran poeta, cuando los bienhechores efectos de esos artículos Bottom se podrán apreciar! ¡Ese sería el golpe de gracia! Como selecto surtido de las más decrépitas, tortuosas, nauseabundas, calumniosas y babosas vilezas, celebradas al salir de su cloaca natal, los artículos Bottom no dejarían al Público nada que desear. ¡Están totalmente preparados! ¡Producen una ilusión completa!
Por una parte, creeríamos leer artículos humanos sobre grandes personajes vivos; y, por otra, ¡qué venenoso acabado!, ¡que quintaesencia de abyección! Su aparición será, ciertamente, uno de los grandes éxitos del siglo. El Barón ha sometido algunos de los ejemplares a varios de nuestros más sutiles críticos.
La cámara central del Gran Teclado de la Máquina está situada bajo el hueco llamado, en teatro, la Concha del apuntador. Allí se sitúa el Encargado, que debe ser un hombre seguro, de una probada honorabilidad, y tener la apariencia de un guardia, por ejemplo. Bajo su mano tiene los interruptores y los conmutadores eléctricos, los reguladores, las probetas, las llaves de los tubos de gas proto y bióxido de azote, efluvios amoniacales y otros, los botones de resorte de las palancas, de las bielas y de los aparejos. El manómetro marca tanta presión, tantos kilogramos de inmortalidad. El contable suma y el Autor dramático paga la factura que le presenta una joven belleza, vestida de Fama y rodeada por una gloria de trompetas. Entonces, ella entrega al Autor, sonriendo, en nombre de la Posteridad, y con los resplandores de un fuego de Bengala oliva, color de Esperanza, le entrega, decíamos, como ofrenda, un busto que se le asemeja, garantizado, aureolado y laureado, todo ello en hormigón armado (sistema Coignet). ¡Todo esto puede hacerse por anticipado! ¡Antes de la representación!
Incluso si el Autor pretendiera que su gloria fuese, no solamente presente y futura, sino también pasada, el Barón ha previsto todo: la Máquina puede obtener resultados retroactivos. En efecto, unos conductos de gas hilarante, hábilmente distribuidos por los cementerios de primera categoría, deben, cada noche, hacer reír, a la fuerza, a nuestros abuelos en sus tumbas.
En suma, podemos afirmar que el enigma de la Gloria dramática moderna —tal y como la conciben las gentes de simple y buen sentido— ya está resuelto. La Gloria está, ahora, A SU ALCANCE.
Villiers de l'Isle-Adam (1838-1889)
Relatos góticos. I Relatos de Villiers de l'Isle-Adam.
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El análisis y resumen del cuento de Villiers de l'Isle-Adam: La máquina de gloria (La machine à gloire), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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