«Hada sin saberlo»: Catulle Mendès; relato y análisis


«Hada sin saberlo»: Catulle Mendès; relato y análisis.




Hada sin saberlo (La fée sans le savoir) es un relato fantástico del escritor francés Catulle Mendès (1841-1909), publicado en la antología de 1890: El confesionario (Le confessional).

Hada sin saberlo, probablemente uno de los cuentos de Catulle Mendès menos conocidos, regresa sobre la figura mítica de las hadas, en este caso, a través de una muy singular.




Hada sin saberlo.
La fée sans le savoir, Catulle Mendès (1841-1909)

He adquirido una terrible certeza. ¿Cuál? Que la señorita Mésange es un hada. Durante mucho tiempo quise dudar, decirle a la evidencia: Tal vez.

No. No se puede fiar uno de las apariencias. Desde luego, es tan exquisitamente fina y bonita como las Orianes que duermen en las perlas o como las Titanias que cabalgan sobre las libélulas de las fuentes, esos ligeros pegasos de gasa. Eso no prueba nada. Se puede ser delicada como las más adorables hadas sin ser necesariamente una de ellas.

Pero después de algunos días, la verdad se me ha impuesto victoriosamente. Por desgracia, tengo irrefutables pruebas de la naturaleza todopoderosa de mi amiga. ¿Quiere usted conocer esas pruebas?

La otra mañana, bajo el frío sol, en el Bosque de Bolonia, con la nieve chisporroteando de escarcha; en el momento en que la señorita Mésange hubo puesto —bajando del caballo— el pie sobre el suelo invernal, hete aquí que la inmensa capa de nieve se transformó en un verde radiante, y la escarcha en millares de muguetes. No se crea usted que me imaginé este extraordinario acontecimiento.

Todo Paris, que allí se encontraba a causa de la clara mañana, les dirá que, el pasado martes, un poco antes del mediodía, cerca de la avenida de las Acacias, de repente, bajo el abrigo de las ramas sin hojas, las nieves fueron transformadas en césped y los helados granizos en florecillas. ¡Ahora bien, es cierto que las cosas no habrían sucedido de ese modo, si la señorita Mésange no fuese una hada! Otra cosa más, escuche. Pobre como soy —¡eh! por eso al menos me parezco a los nobles poetas sacerdotes del infinito y mendicantes de un céntimo—, usted comprende perfectamente que no puedo regalar ninguna joya a la que es más preciosa que si su carne estuviese hecha de pedrerías vivas.

Sin embargo, el fin de semana pasado —habiéndome resignado sin duda a asaltar a algún transeúnte nocturno— reuní una suma que me permitió comprar en una tienda de bisutería un collar de falsas piedrecillas del Rin, insertadas en una inverosímil cadena imitando oro: pues bien, desde el momento en que mi muy querida hubo puesto en su cuello el collar, ¡éste relució magnífico y glorioso como los más hermosos diamantes reales de Brasil! y si lo hubiésemos vendido, habríamos tenido con que comprar un enorme ramos de rosas, todas las mañanas, hasta el fin de nuestro amor que durará mil años. No, les digo, ¿creen ustedes que el falso cristal se habría convertido en diamante auténtico, si la señorita Mésange no fuese un hada?

Pero lo que demuestra con más rotundidad todavía la feérica omnipotencia de aquella que con los pies tan pequeños podría calzar sus guantes, es el milagro producido en mi persona: pues yo era alicaído y taciturno, al igual que un domicilio sin ventana, y ¡desde su primer beso, mi corazón, mi cabeza, todos mis sentidos están abiertos y radiantes como ventanales por donde entran todos los rayos del sol y todos los pájaros cantores!

Sin embargo, porque ella es un hada sin saberlo, estoy —a pesar de la alegría y el amor— preocupado sin parangón, y mi única esperaza, es que nunca, sí, que nunca, sea consciente del poder del que está dotada.

—¡Vaya! —dirá alguien que se digne a leerme—, he aquí un extraño motivo de inquietud.

Todo lo contrario, usted debería congratularse con la idea de que ella posee —con el perfume de las rosas y el gorjeo de los nidos— el sobrenatural poder de cambiar a su antojo los seres o las cosas, y que, de este poder, ella es consciente.

Evidentemente no podría usarlo para añadir gracia a su gracia —pues, ser más deliciosa de lo que se la ve, es un prodigio que va más allá de lo imposible—, pero, al menos, siendo un hada sin saberlo, ella inventaría y realizaría para su mutuo amor, lujos y delicias que raramente están al alcance de la humilde humanidad; gracias a ella, usted habitaría en palacios de andesina o de mármol incesantemente batido por un mar azulado y cantarín; obtendría usted la infinita alegría de renacer siempre, tras mil muertes más bellas que las más bellas vidas, sobre divanes de rosas hechos de besos, que los más bellos ángeles guardianes darán en los labios dormidos de las más hermosas de entre las vírgenes; y, por fin, ¡conocería usted, en sus eternas caricias, noches que no tienen mañana!

¡Ah!, caballero, qué mal informado está usted en lo que concierne a la naturaleza de la señorita Mésange. Ella es hada, lo creo, pero es mujer, estoy seguro. Puede verse, en su sonrisa, con todo el fervor de las ardientes ternuras, la amenaza de todas las infidelidades; y si, hermana de las Viviana y de las Melusina, ella conociese su poder, se serviría de él quizás —¡la ladina! ¡la cruel! ¡la atroz!— para tomar seguramente las alas del pájaro del que yo le daba el nombre, para huir de mi, y para no regresar jamás!

Catulle Mendès (1841-1909)




Relatos góticos. I Relatos de Catulle Mendès.


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El análisis y resumen del cuento de Catulle Mendès: Hada sin saberlo (La fée sans le savoir), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó.. Creo que si existen las hadas y que aveces nos dejan pruebas de ellas ''visibles solo para aquel que sepa donde mirar''



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