Los comedores de esporas: análisis de «La voz en la noche» de W.H. Hodgson.
«Pensé en una esponja, en una gran esponja gris
que se movía hacia la niebla.»
que se movía hacia la niebla.»
Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de William Hope Hodgson: La voz en la noche (The Voice in the Night), publicado originalmente en la edición de noviembre de 1907 de la revista The Blue Book Magazine, y luego reeditado en la antología de 1914: Hombres de aguas profundas (Men of the Deep Waters).
Resumen:
Como muchos cuentos de W.H. Hodgson, La voz en la noche comienza con un barco varado en medio del Pacífico Norte en una noche tranquila. Los hombres de la goleta británica se sorprenden al oír el chapoteo de remos. Un bote se acerca. De la densa niebla surge una voz:
«Se escuchó de nuevo: una voz curiosamente gutural e inhumana, llamando desde algún lugar del mar oscuro.»
El extraño les ruega a los hombres a bordo por algunos suministros, y solicita que le permitan mantenerse fuera del alcance de sus lámparas. Afirma que sufre una enfermedad infecciosa.
Atemorizados, los marineros de la goleta apagan sus luces y hacen flotar una caja de provisiones. El extraño está agradecido, y pronto escuchan el chapoteo de sus remos alejándose. Horas después, regresa. Su prometida, afirma, está moribunda y necesitaba desesperadamente la comida. En este punto, el extraño cuenta su historia.
Él y su prometida eran misioneros. Su barco, el Albatros, naufragó y la tripulación los abandonó. Después de la tormenta, construyeron una balsa y se dirigieron a una isla desierta. Acamparon en las orillas de una hermosa bahía donde encontraron otro navío varado y lleno de provisiones. El barco estaba cubierto de un hongo gris y pulposo. La pareja limpió un sector para pasar la noche, pero el hongo era increíblemente resistente; pronto regresa y comienza a invadir sus pertenencias.
De hecho, el hongo prospera en toda la isla con excepción de la franja de playa donde está el campamento:
«El hongo vil, que nos había expulsado del barco, estaba creciendo de manera desenfrenada.»
El crecimiento del hongo en la isla ha tomado formas gigantescas que se asemejan a árboles, dedos y… humanos. Algunas de las masas fúngicas parecen moverse o temblar. Peor aún, la pareja descubre que el hongo ha comenzado a crecer en sus propios cuerpos y apenas pueden resistirse a comerlo.
«Día tras día, con una rapidez monstruosa, el crecimiento del hongo se apoderó de nuestros pobres cuerpos.»
Un día, el Invisible [como Hodgson llama al hombre en el bote] advierte una mancha de moho grisáceo en la piel de su prometida. Al comentarlo, ella se derrumba y confiesa que comió un poco de hongo en su desesperación. Jura que no volverá a hacerlo, pero los suministros se han agotado y solo pueden pescar ocasionalmente.
Tiempo después, la pareja encuentra unas extrañas columnas de hongos de forma oblonga que se mueven lentamente. Son los cuerpos de la tripulación del barco varado, cubiertos hasta el punto de resultar irreconocibles como seres humanos.
Hambrientos y desesperados, la pareja se atiborra del hongo gris.
El hongo comienza a apoderarse de ellos. En el último tiempo han sufrido la transformación que observaron en la tripulación del barco varado.
Amanece. La niebla empieza a disiparse. El Invisible se despide de la goleta, agradeciéndoles su bondad y prometiéndoles que Dios los recompensará. Se inclina sobre sus remos y comienza a alejarse. En la distancia lo toca un rayo de luz. El narrador comenta:
«Vi vagamente algo que se movía entre los remos. Pensé en una esponja, en una gran esponja gris que se movía hacia la niebla. Los remos continuaron trabajando. Eran grises, como el bote, y mis ojos buscaron en vano la conjunción de la mano y el remo. Antes de que pudiera ver más, la niebla envolvió a la monstruosa figura y desapareció para siempre.»
***
El nombre del barco en el que viaja la pareja no es caprichoso. Albatros remite al poema de Samuel Taylor Coleridge: La balada del viejo marinero (The Rime of the Ancient Mariner), donde un anciano cuenta cómo su barco fue seguido por un este pájaro en los helados mares del Polo Sur. Es un pájaro que trae buenos augurios; lamentablemente, la tripulación lo mata y se desencadena una serie de desgracias. Así, el albatros, originalmente una bendición, se convierte en una maldición. Hay otros paralelos interesantes entre el poema de Coleridge y La voz en la noche, entre ellos, referencias a una boda inminente, hambre, sed, y una maldición.
A primera vista, La voz en la noche parece una historia de supervivencia, pero poco a poco desciende hacia el horror característico de W.H. Hodgson. A propósito, H. P. Lovecraft escribió:
«De calidad estilística bastante desigual, pero vasto poder ocasional en su sugerencia de mundos y seres acechantes detrás de la superficie ordinaria de la vida, el señor Hodgson es quizás superado sólo por Algernon Blackwood en su tratamiento serio de la irrealidad. Pocos pueden igualarlo al presagiar la proximidad de fuerzas anónimas y monstruosas entidades asediantes mediante pistas casuales y detalles insignificantes.»
En cierto modo, W.H. Hodgson construye aquí un escenario bíblico. Tenemos al Jardín del Edén [la isla], al fruto prohibido [el Hongo] y su impacto en Adán y Eva [la pareja]. En este contexto, el Hongo parece una manifestación física del pecado, que crece de manera imparable una vez que lo pruebas. La pareja está condenada, pero se han aislado y han contado su historia a quienes podrían rescatarlos para evitar que sufran el mismo destino. La generosidad de la tripulación de la goleta les ha proporcionado una última comida antes de entrar en la fase final de su conversión a una forma de vida no humana [ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción]
W.H. Hodgson toma el motivo bíblico de la tentación y el fruto prohibido y lo impregna de elementos secundarios, como la lujuria, lo parasitario y la amenaza de la contaminación. Así como en los cuentos de Lovecraft proliferan las entidades amorfas, a veces tentaculares, W.H. Hodgson era un germófobo confeso, y en sus historias siempre encontramos la presencia de moho, hongos y bacterias que amenazan con infectar física y espiritualmente a los protagonistas. De hecho, el autor se obsesionó con el entrenamiento físico motivado por el deseo [neurótico] de ser inmune a las enfermedades [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]
Es probable que su germofobia haya tenido origen en el maltrato físico y psicológico que sufrió de parte de sus compañeros de a bordo durante sus muchos viajes [W.H. Hodgson fue aprendiz y luego oficial de la marina británica durante varios años]. Se ha especulado que, como marinero, en varias ocasiones se encontró en la obligación de visitar prostitutas junto con sus colegas, y siempre estuvo atormentado tanto por la culpa como por el miedo de haber contraído una enfermedad infecciosa [ver: Apetito por la Repulsión]
Su obsesión neurótica por la higiene produjo algunas de sus mejores historias. De hecho, muchos cuentos de William Hope Hodgson se apoyan en la idea de que lo único que se interpone entre la humanidad civilizada y la barbarie es la higiene regular. Esto se traduce en la necesidad de eliminar los elementos «invasores»: polvo, mugre, grasa, moho, esporas.
Esta es la amenaza en La voz en la noche: un Hongo, que es tanto un parásito como un saprofito; es decir, un ser capaz de consumir materia orgánica e inorgánica por igual, lo cual significa que todo está en peligro de ser invadido y corrompido. El protagonista primero procede ante el Hongo del mismo modo en que lo haría el autor: limpiando frenéticamente:
«Raspamos los extraños parches de crecimiento que salpicaban los pisos y las paredes de las cabinas y el salón, pero volvieron a su tamaño original en el espacio de veinticuatro horas, lo que no solo nos desanimó, sino que nos dio una sensación de vaga inquietud.»
La pareja toma medidas drásticas: raspan el Hongo con una solución de ácido carbólico. Pero el Hongo no sólo se regenera, sino que, como si respondiera a estos intentos de frenar su crecimiento, se expande sobre un área más grande. Esto implica, quizás, que la masa fúngica es una entidad consciente, o al menos capaz de acelerar a voluntad su proceso de crecimiento. De una «vaga inquietud», al principio, la pareja pasa al horror a la infestación de sus propios cuerpos.
La voz en la noche es un relato perturbador, entre otras cosas, porque la amenaza de transformación a una forma de vida primordial [el Hongo] no es necesariamente algo degradante. Convertirse en el Hongo, tal vez, es algo misericordioso, incluso placentero si es que encontramos placer en la idea de despojarse de la sensibilidad [y de los sentidos limitados] de los vertebrados. En este sentido, integrarse a esta entidad micológica no es análogo a la muerte, sino al ingreso a una nueva forma de vida. La diferencia no está en el fin, sino en el proceso. Al morir, nuestro cuerpo atraviesa un proceso de descomposición similar a una lenta transición fúngica; pero los protagonistas de La voz en la noche no necesitan esperar a la muerte para ser absorbidos. Son, en el punto donde los conocemos, una fusión entre lo fúngico y lo humano.
Por supuesto, W.H. Hodgson posterga la conversión para acentuar el horror de la historia, la prolonga en un estado límbico, intersticial, donde el hombre en el bote es capaz de ejercer lo que le queda de humanidad: puede hablar, incluso proteger a los marineros al impedir que se infecten, pero al mismo tiempo su cuerpo se encuentra horriblemente deformado. Un autor mediocre convertiría al hombre en el bote en una criatura bestial que intentaría matar a todos a bordo, o al menos incorporarlos a la biomasa indiferenciada del Hongo. Hodgson simplemente lo convierte en una «voz», tal vez su último aspecto humano reconocible.
Podría decirse que existe un elemento sexual en la transmisión del Hongo, pero no creo que esta sea la intención del autor. Cuando la Voz dice: «tocarnos permitió que los gérmenes viajaran», no necesariamente está hablando de contacto íntimo. Más bien, el transporte de esporas es pasivo, y sólo adopta una intencionalidad agresiva cuando el Hongo es raspado del sitio donde se ha instalado. En cualquier caso, los filamentos del Hongo de William Hope Hodgson penetran tan profundamente en el cuerpo que terminan transformando su humanidad en algo más. En este sentido, el cuento no describe tanto la presencia intrusiva de un hongo antropófago que amenaza y finalmente destruye la vida [con el consecuente espectáculo grotesco de mutación y deformación], sino la creación de un organismo nuevo. De hecho, La voz en la noche parcee un intento de comprensión ontológica de la vida como un proceso abierto y susceptible [ver: Tentáculos «por default»]
Es interesante cómo W.H. Hodgson combina la proliferación de los filamentos fúngicos con el grado de descomposición de los cuerpos de los que se alimentan. Está dinámica parece reflejar que el Hongo crece a medida que descompone y luego consume el cuerpo humano. Sin embargo, podríamos hacer otra interpretación. W.H. Hodgson se esfuerza por excluir la posibilidad de discernir entre parásito y anfitrión, porque desde el momento de la «infección», el Hongo y el ser humano ya no pueden considerarse entidades separadas: ni uno es completamente humano, ni el otro es enteramente fúngico [ver: Toda materia es sensible: nosotros también somos IA]
No creo que La voz en la noche deba inscribirse entre las expresiones de inquietud de comienzos del siglo XX sobre la degeneración genética, un motivo frecuente en los cuentos de Lovecraft [ver: La degeneración de la familia Martense]. Después de todo, la presencia del Hongo impide que se consume el matrimonio, y probablemente bloquea la posibiliad de reproducción sexual en la isla. Además, la descripción que hace W.H. Hodgson de la absorción de lo humano en lo fúngico no implica necesariamente una involución o regresión. El hombre en el bote no se transforma en un humano degradado, es decir, no toma un camino regresivo, sino que se convierte en algo distinto, algo que desafía las categorías de vivo y muerto [ver: La biología de los Monstruos]
Al final de La voz en la noche, los marineros quedan fascinados y horrorizados ante la forma del hombre en el bote al perderse en los bancos de niebla, de regreso a la isla maldita.. Quedan perplejos por este ensamblaje entre hombre y hongo, remos y barco, una criatura cuasi mitológica que podría tener algún vínculo con la imagen de Caronte, el barquero de los muertos en los mitos griegos, cuyos poderosos brazos se han fundido con los remos de su barca [ver: Nekropompos: la historia de Caronte, el barquero]
Hay un aspecto que me fascina de este relato. W.H. Hodgson no insiste en él, pero queda establecido en el título y en la larga exposición que hace el narrador: la «voz» prueba que, enterrada debajo de esos filamentos, o perdida en algún lugar de esa fusión o ensamblaje entre la anatomía humana y la masa caprichosa del Hongo, todavía hay una boca.
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