El mundo sin sol: análisis de «La Tierra Nocturna» de W.H. Hodgson.


El mundo sin sol: análisis de «La Tierra Nocturna» de W.H. Hodgson.




«Una extraña inquietud se apoderaba de la Tierra;
sin embargo, no la percibía con mis oídos: mi espíritu la oía,
y era como si la angustia y una expectativa de horror me rodearan.»



Hoy en El Espejo Gótico analizaremos la novela de William Hope Hodgson: La tierra nocturna (The Night Land), publicada en 1912. Una versión abreviada apareció ese mismo año con el título: El sueño de X (The Dream of X). La historia incluye viajes en el tiempo [no mecanizados], proyecciones astrales, y un examen de la flora, fauna y civilización de la Tierra en un futuro post-solar.

Resumen:


«Lo que me ha ocurrido no es soñar, sino que he despertado allí, en la oscuridad, en el futuro de este mundo.»


La Tierra Nocturna comienza con un caballero del siglo XVII llorando la muerte de su amada, Lady Mirdath. No conocemos el nombre del Narrador, ni siquiera si realmente es del siglo XVII [se infiere por su estilo de escritura], sólo que es un caballero inglés, atlético y adinerado, que se enamora perdidamente de Mirdath la Hermosa [Mirdath the Beautiful]. La historia de su noviazgo se extiende durante docenas de páginas, pero constituye el prólogo de la novela.

Después de la muerte de Mirdath, el Narrador tiene una visión del futuro lejano: se reencarnará mucho después de que el sol haya muerto, cuando los restos de la humanidad vivan en una pirámide de once kilómetros de altura llamada Último Reducto [Last Redoubt], una fortaleza contra los seres monstruosos que acechan el mundo frío y oscuro del exterior: seres primordiales [surgidos de la tierra misma], productos indeseables de experimentos científicos, variantes degeneradas de la humanidad; y, lo peor de todo, criaturas innombrables del espacio exterior [o de dimensiones superiores] que pueden devorar las almas humanas.

Si bien el Último Reducto es una fortaleza, su protección radica en el Círculo, un tubo de energía que rodea la pirámide, alimentado por la Corriente de la Tierra [Earth Current], una fuerza telúrica que es beneficiosa para los humanos pero dañina para los monstruos. W.H. Hodgson no proporciona información adicional sobre todo esto, pero el Círculo funciona como un dispositivo a gran escala del mismo principio utilizado por Carnacki [su personaje más reconocido] en varias historias. Por otra parte, muchos de los «monstruos» son entidades espirituales. Estos seres, como en Los piratas fantasma (The Ghost Pirates), no son espectros tradicionales, sino entidades de dimensiones superiores [ver: Biología extradimensional en los Mitos de Cthulhu]

Los habitantes del Último Reducto tienen poderes psíquicos básicos, como proyectar mensajes a distancia. El Narrador tiene habilidades más amplias, como el Oído Nocturno [Night Hearing], que lo sintoniza con los monstruos. Gracias a esta habilidad, se une a los Monstruwacans [Vigilantes de Monstruos] que observan la Tierra Nocturna a través de su enorme telescopio en el pináculo de la pirámide. Allí, el Narrador recibe mensajes telepáticos que resultan ser de otros seres humanos: En el pasado distante, se construyó un segundo reducto, y sus habitantes han logrado enviar un mensaje, pero su suministro de energía está fallando y pronto caerán. Por supuesto, la mujer que ha enviado el mensaje desde el Reducto Menor es la reencarnación de Mirdath la Hermosa, llamada Naani.

La primera misión de rescate termina en catástrofe. Varios jóvenes pierden sus almas a manos del enemigo más temible de la humanidad: la Casa del Silencio [House of Silence]. El Narrador finalmente decide aventurarse solo en la Tierra Nocturna y traer de vuelta a Mirdath. El viaje requiere preparativos, tanto físicos como espirituales, como una armadura finamente elaborada para repeler a los monstruos y una capa para protegerse del frío. Su principal arma es el diskos, una mezcla de hacha y sierra eléctrica. El Narrador no puede comer nada que crezca en la Tierra Nocturna, por lo que sus único alimentos son tabletas nutritivas y un polvo que se convierte en agua cuando se expone al aire. La última precaución antes del viaje es implantarse quirúrgicamente una cápsula envenenada en el antebrazo en caso de ser capturado.

Entonces, las luces del primer piso del Reducto se apagan y la gran puerta se abre. El Narrador comienza su viaje, sin muchas probabilidades de regresar.

Lo que sigue debería ser lo mejor de La Tierra Nocturna; desafortunadamente, han pasado cientos de páginas para llegar a este punto, y lo que viene parece deslucido. Es cierto, hay algo de aventura, combates cuerpo a cuerpo con los seres del yermo y algunos roces con las entidades superiores [tan extrañas y maravillosas como deberían ser]; pero lo mejor ha quedado atrás.

***


Adentrarse en la Tierra Nocturna es peligroso. Uno entiende rápidamente porqué inspiró a autores como H. P. Lovecraft, Robert E. HowardClark Ashton Smith, y también porqué es una de las novelas más detestadas de su tiempo. Por un lado, La Tierra Nocturna es uno de los despliegues más exhuberantes de imaginación y originalidad de su tiempo, por el otro, contiene largos y lánguidos pasajes que resultan casi ilegibles [ver: El adverbio que cayó del espacio]

No creo que sea imposible reconciliar estos dos aspectos. W.H. Hodgson sabía que tenía entre manos una obra maestra, tal vez por eso dejó de lado su competencia habitual y se entregó a un estilo de escritura pretencioso; y eso está muy bien. No se puede ser discreto y mesurado cuando vas a lanzar a un inglés acartonado del siglo XVII a un futuro post-apocalíptico donde el sol ha muerto y la tierra es reclamada por entidades de otra dimensión. Sin embargo, sí puede decirse que W.H. Hodgson llevó las cosas demasiado lejos. La Tierra Nocturna es un lugar tan inhóspito para su protagonista como para el lector.

Dicho esto, no puedo juzgar si la prosa arcaica de W.H. Hodgson es deficiente [en el sentido técnico] o no; pero en la primera mitad del libro funciona. Por forzado que sea el estilo [y es un verdadero lastre], resulta eficaz. Después de todo, ¿quién sabe cómo hablarán los seres humanos en un futuro inconcebiblemente lejano? No como nosotros, ciertamente; tampoco como una persona de 1912. En este sentido, utilizar un color isabelino [de cientos de años atrás] para transmitir las enormes profundidades del tiempo parece una solución razonable, a pesar de todas las dificultades que causa al lector.

En el ensayo de 1927: El horror sobrenatural en la literatura (The Supernatural Horror in Literature), Lovecraft escribió:


«La Tierra Nocturna es un relato extenso (583 páginas) sobre el futuro infinitamente remoto de la Tierra: miles de millones y millones de años por delante, después de la muerte del sol. Está narrado de una manera bastante torpe, como los sueños de un hombre del siglo XVII, cuya mente se funde con su propia encarnación futura; y está seriamente estropeado por una verborrea dolorosa, repeticiones, un sentimentalismo romántico, artificial y nauseabundo, y un intento de lenguaje arcaico aún más grotesco y absurdo que el de Glen Carrig


El Flaco de Providence es duro, pero justo.

W.H. Hodgson tiene la necesidad obsesiva de narrar detalles triviales hasta el punto de la monotonía. Lovecraft cita atinadamente el relato Los botes del Glen Carrig (The Boats of the ‘Glen Carrig’) como ejemplo de esa obsesión. Cerca del clímax de esta historia, un grupo de marineros que intentan escapar de una isla pasan una semana trenzando cuerdas para el bote. Hodgson, por supuesto, no escribe «pasamos siete días trenzando cuerdas», sino que describe cada día, individualmente, hasta el más mínimo detalle, usando las mismas palabras ya que la acción [trenzar cuerdas] es la misma. La Tierra Nocturna eleva esta compulsión por el detalle y la repetición a lugares inéditos.

Por ejemplo, tenemos decenas y decenas de páginas sucesivas donde el Narrador habla de qué ha comido, cuánto ha caminado, de su descanso; y aunque esos detalles son interensantes en su justa medida, resultan abrumadores por su extensión. Es como si W.H. Hodgson no pudiera omitir los momentos, o los días, en los que no sucede nada; por lo que nos brinda capítulos enteros donde sólo se camina, come y duerme.

Cuando Lovecraft habla de lo «grotesco y absurdo» que resulta el «intento de lenguaje arcaico» del protagonista, se refiere a la intención de W.H. Hodgson de escribir su novela como lo haría un hombre del siglo XVII. El problema es que el protagonista se enfrenta a una realidad futura para la cual no tiene palabras, de modo que debe emplear muchísimas [y en inglés isabelino]. Pero la dificultad, insisto, no radica tanto en el estilo, sino en la minuciosidad con la que el Narrador divaga sobre temas superficiales para la trama.

Además de la trama principal, que el Flaco de Providence calificó de «un sentimentalismo romántico, artificial y nauseabundo», La Tierra Nocturna crea un mundo fascinante, surrealista. Lamentablemente, W.H. Hodgson empleó el recurso más interesante de su novela como telón de fondo de la historia principal, de modo que sólo entró en detalles cuando era necesario. Me hubiese gustado saber más sobre este ecosistema que se desarrolla sin la energía del sol; y si bien el autor aclara que la energía disponible proviene de fuentes geotérmicas, su funcionamiento es un misterio. De todos modos, podemos hacer algunas suposiciones.

El Narrador no menciona la presencia de nieve o hielo, por lo cual es lícito suponer que la temperatura ambiente está por encima del nivel de congelación del agua. Hay ríos, y la actividad geotérmica cerca del Gran Mar hace hervir las aguas, de modo que el vapor asciende y se condensa en forma de lluvia. La vegetación es exigua. En el área del Último Reducto hay «arbustos de musgo» [moss-bushes], pero no otro tipo de plantas; sin embargo, cerca del Gran Mar hay bosques. Esto parece curioso, teniendo en cuenta que no hay luz solar para que se produzca la fotosíntesis. El autor sugiere que estas plantas han aprendido a subsistir de la luz emitida por la actividad volcánica.

De hecho, carecer de luz solar no significa que no pueda haber fotosíntesis. Algunas clorofilas operan en la región infrarroja; de modo que estas plantas sólo necesitarían una fuente de calor, y el vulcanismo de la Tierra Nocturna podría servir muy bien. En este sentido, W.H. Hodgson describe las enormes «colinas de fuego», montañas en la distancia que brillan «como pequeños soles». El modelo básico sería el de una biosfera alimentada por actividad geotérmica.

La fauna de la Tierra Nocturna es bastante elemental. Casi todas las criaturas que el Narrador encuentra son grandes, mamíferas y de aspecto humanoide [con la excepción de serpientes, que son el bocado predilecto de los Perros-Rata (Rat-Dogs); enormes babosas, y también están Sabuesos Nocturnos (Night Hounds), canes del tamaño de un caballo y con dientes de tiburón]. Todas estas formas de vida son depredadoras; sin embargo, no se menciona ningún tipo de herbívoro o ser intermediario entre los carnívoros y la vida vegetal.

Además de una flora y fauna terrenal, la Tierra Nocturna cuenta con un ecosistema psico-espiritual inspirado en la teosofía. Veamos en qué consiste:

Entre los humanos están los Sensitivos [Sensitives], que poseen poderes telepáticos. Si uno es atacado por un animal, o asesinado, o muere por enfermedad o vejez, experimenta la muerte física que conocemos, pero en la Tierra Nocturna existe otra forma de aniquilación llamada Destrucción [Destruction], que consiste en la muerte del Alma Inmortal. Frente a esta posibilidad, la mayoría de las personas se quitan la vida antes de ser destruidas.

Los seres capaces de devorar el alma humana son los Pneumávoros [Pneumavores], básicamente carnívoros espirituales con ciertas similitudes con las entidades del bajo astral descritas en la teosofía. No viven del todo en el plano físico, aparecen intermitentemente cuando un alma notable los activa de su letargo. Un grupo muy reducido de seres vigilan constantemente el Gran Reducto, llamados Vigilantes [Watchers]. Estas entidades son colosales, alcanzan el tamaño de montañas y se mueven con la velocidad de un glaciar. Casi nadie sabe qué hay más allá de las Puertas de la Noche [Doorways in the Night], sólo que es una entrada a dimensiones superiores habitada por poderes malignos [ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa]

W.H. Hodgson insinúa que algunas de estas formas de vida son el resultado ordinario de millones de años de evolución, o de involución, habida cuenta que ciertos habitantes de la Tierra Nocturna parecen ser formas degeneradas de la humanidad. Pero también hay formas de vida no autóctonas, entidades extraordinarias que se congregan alrededor del Reducto y que probablemente llegaron desde el «Exterior» cuando las condiciones de la Tierra fueron propicias para su existencia.

En la Tierra Nocturna existe una enigmática fuerza del bien [o al menos a favor de la humanidad] que se manifiesta cuatro veces en la historia [en todas como deus ex machina], a veces como una cúpula brillante, otras como una estrella, otras como una barrera de luz. Todas estas formas impiden que los Pneumávoros y los humanos salvajes irrumpan en el Gran Reducto. Nada de lo que entra en esa luz vuelve a ser visto.

El Gran Reducto no solo está protegido por esta fuerza benévola, cuenta con la Corriente de la Tierra como una especie de halo protector, que tiene un efecto holístico sobre los humanos que viven allí. Abrigados con esa energía, la fuerza física y los poderes psíquicos proliferan. Esto es evidente cuando la Corriente mengua en el Reducto Menor; y las personas se vuelven lo suficientemente estúpidas como para abrir las puertas y permitir que las criaturas de la Tierra Nocturna se alimenten de sus almas. Por otro lado, el Gran Reducto cuenta con una gigantesca arma giratoria de «metal viviente», con la cual el artillero debe establecer un enlace psíquico, un concepto asombroso para la época.

William Hope Hodgson también proporciona una geografía repleta de sitios misteriosos. Tenemos El Sendero Donde Caminan Los Silenciosos (The Road Where The Silent Ones Walk), un camino prohibido por el que a veces se ven seres extraños, muy altos y cubiertos con sudarios, que simplemente caminan en silencio. Otros sitios escalofriantes son El País de Donde Viene la Gran Risa (The Country Whence Comes The Great Laughter), un territorio remoto desde el cual llegan risas y carcajadas guturales, pero nadie sabe qué las está causando; o La Cosa Que Asiente (Thing That Nods), un ser descomunal, como una placa tectónica viviente, que repta constantemente como si asintiera. Sin embargo, el sitio más peligroso es La Casa del Silencio (The House Of Silence), una especie de mansión victoriana situada al norte de la pirámide. Este lugar emite un brillo perpetuo, y atrae a los incautos a su interior realizando pequeños juegos psicológicos [ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico]

Lovecraft no era amigo del «sentimentalismo romántico» [sobre todo si es «artificial y nauseabundo»], pero ése no es el mayor pecado de W.H. Hodgson. El problema del cortejo y el amor romántico en La Tierra Nocturna es dónde se desarrolla: a pesar de estar solos en el yermo, rodeados de peligros, enfrentados al agotamiento físico, a la amenaza de la muerte, incluso de la aniquilación de sus almas, el Narrador y Naani [reencarnación de Mirdath] se comportan como dos adolescentes, bromeando y coqueteando sin descanso. La situación es vergonzosa para el lector; se nos obliga a escuchar el ida y vuelta de palabras edulcoradas entre dos noviecitos. También es indignante, por lo inapropiado del lugar. ¿No podríamos centrarnos en los monstruos devoradores de almas mientras estamos en el yermo? ¿No podrían guardar ese «sentimentalismo romántico» [«artificial y nauseabundo»] hasta que lleguemos al Reducto Menor?

Naani, en particular, es exasperante. En una ocasión, deja sus zapatos [deliberadamente] cerca de una fuente termal, y hace que el Narrador vuelva sobre sus pasos [varios kilómetros] para recuperarlos. A pesar de que están exhaustos, con su suministro de comida y agua cada vez más escaso, ella hace esta broma idiota, que significa una posibilidad real de muerte o algo peor, y el Narrador le sigue el juego.

Creo que esto se refiere Lovecraft cuando habla de «artificial y nauseabundo»; afortunadamente, también utilizó tropos de La Tierra Nocturna para su concepción del Horror Cósmico, como la indiferencia del universo, la insignificancia del ser humano, etc. [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]. En este sentido, el Flaco de Providence es un crítico justo: duro [incluso despiadado] con los aspectos más deslucidos de una obra, pero capaz de reconocer y valorar sus puntos fuertes. La Tierra Nocturna es una obra ideal para hacer esta distinción: la primera parte funciona muy bien, la segunda falla esterepitosamente.

El episodio del zapato es absurdo, pero forma parte de un problema estructural: esto sucede cuando el Narrador y Naani están regresando; es decir, estamos volviendo por el mismo camino que ya hizo el Narrador para rescatarla. Creo que W.H. Hodgson quiso aportar algunos incidentes en el viaje de regreso, pero el problema de fondo es que ya hemos estado aquí, ya hemos atravesado este territorio en nuestro camino hacia la Naani. De todas formas, la responsabilidad es del Narrador. Naani puede ser bastante estúpida, pero su proximidad física, durante el regreso al Reducto, proporciona al Narrador infinitas oportunidades para divagar sobre el amor. Hay unas 200 páginas de esto.

Si La Tierra Nocturna fuera un lugar exótico, y su lectura un viaje, sería justo advertir al viajante que deberá hacer el recorrido al lado de una pareja de recién casados que constantemente se harán promesas de amor y sacrificio; pero el lugar en sí, sus criaturas, su geografía, su dinámica social, sus ecosistemas, hacen que lo anterior sea soportable. El lugar es único.




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