¿Los Vampiros tienen alma?


¿Los Vampiros tienen alma?




Para aquellos que cultivan algún grado de fe en la vida en el más allá, el alma es un dispositivo fundamental. Solo a través de esta especie de cápsula de la conciencia nos es posible participar del mundo inmaterial. Los Vampiros, en cambio, poseen dificultades insoslayables a la hora de pensar en un alma, entre ellas, el indecente apego a sus cadáveres (ver: El alma de los vampiros).

La mayoría de los escritores parecen tener serios problemas con esta distinción. En términos filosóficos, el Alma y el Ser son indistinguibles, con lo cual la posibilidad de dejar a los no muertos con una personalidad completamente funcional parece inaceptable.

Una solución simple para resolver este dilema es retratar a los Vampiros como seres elementales, brutos y desalmados; como los Ghouls de las antiguas leyendas de vampiros (ver: Ghouls: vampiros de los cementerios), criaturas carroñeras que merodean los cementerios y que no poseen otra cosa más que instinto. Es decir que el Vampiro, en estos términos, es físico, corporal, y carece de Alma.

Así lo define Ambrose Bierce en el relato: La muerte de Halpin Frayser (The Death of Halpin Frayser).


Porque la muerte provoca cambios más importantes de lo que comúnmente se cree. Aunque, en general, es el espíritu el que, tras desaparecer, suele volver y es en ocasiones contemplado por los vivos (encarnado en el mismo cuerpo que poseía en vida), también ha ocurrido que el cuerpo haya andado errante sin el espíritu. Quienes han sobrevivido a tales encuentros manifiestan que esas macabras criaturas carecen de todo sentimiento natural, y de su recuerdo, a excepción del odio.


En el cine de terror, estos Vampiros sin alma, descerebrados, a menudo son reemplazados por sus parientes cercanos: los zombis, de manera tal que la idea del Vampiro exclusivamente físico ha sido dejada de lado en este formato.

Los Vampiros nos plantean esta interesante distinción entre el Yo, el Alma y la Personalidad, cuyas fronteras no siempre son claras. En la literatura vampírica, la palabra «alma» es utilizada sin dar mayores explicaciones sobre lo que podría significar. En cualquier caso, el punto de ruptura, que alternativamente permitió a los Vampiros desarrollarse en la ficción como seres seductores e inteligentes, muy alejados de aquellos no muertos brutales, es el Drácula de Bram Stoker.

El aporte de Bram Stoker a la novela de vampiros es innegable, pero también hay que decir que dotó a los Vampiros con cualidades que no poseían. Stoker se apoyó sobre el antiguo folclore pagano, rural, y lo invistió con implicaciones cristianas que nunca tuvo. De hecho, Bram Stoker parece ser perfectamente consciente de aquello que Dom Calmet reconoció de inmediato: las viejas prácticas y supersticiones sobre Vampiros no tenían nada que ver con el cristianismo, mucho menos con conceptos como el cielo y el infierno, y ciertamente con nada que se parezca a nuestra idea de «alma».

Los Vampiros del folclore pagano no son malos ni buenos; simplemente son. Drácula, en la novela, es un agente del mal. De hecho, Van Helsing sostiene que es un agente de Satanás, y además con trato directa con el príncipe de las tinieblas. En términos folclóricos, esto es un despropósito, algo así como forzar a una deidad precristiana a someterse a la jurisdicción del monoteísmo, pero también es cierto que dotar a Drácula de una personalidad, de un propósito, es funcional a la historia.

Los Vampiros del folclore no están necesariamente condenados al infierno; a menos que fueran herejes o excomulgados, condiciones que cualquier sacerdote podía remediar con un poco de agua bendita. Incluso si tomamos libros como el De Masticatione Mortuorum in Tumulis, cuyo título significa «de la masticación de los muertos en sus tumbas», cuando describen la perniciosa tradición de desenterrar cadáveres para atravesarles una estaca en el corazón, no condenan al vampirismo en sí, al que consideran parte del orden natural, sino a la profanación de tumbas.

Dicho de otro modo: al igual que los Elfos o las Hadas, considerados como espíritus elementales por la Iglesia, los Vampiros solo eran de interés para las autoridades religiosas si interferían o contradecían la doctrina cristiana. Al carecer de alma, revestían muy poco interés.

Pero escritores como Polidori o Stoker no querían escribir sobre carroñeros sin alma. Querían escribir sobre villanos satánicos, byronianos, quienes, para resultar adecuadamente interesantes, debían tener fuerza vital, poderes sobrenaturales, y sobre todo una personalidad que permanezca intacta, algo que claramente contradice el hecho de estar muerto.

Esta paradoja, al ir evolucionando en la ficción, terminó en contradicciones bastante evidentes. Drácula, por ejemplo, puede ser visto como un individualista maniático que ofrece a sus víctimas la inmortalidad del cuerpo pero desunido del alma (¡vaya inmortalidad!), en una especie de inversión del cristianismo (ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina).

En este punto podríamos suponer algo que Stoker prefiere omitir: la supervivencia del ser más allá de la muerte, de una personalidad capaz de ejercer la razón, la pasión y la voluntad, sin mencionar la memoria y la experiencia, se compra al precio de la pérdida del alma.

Uno de los pocos autores que reconoce este problema filosófico, e intenta definir qué es el alma en función de un cuerpo muerto pero animado, es Brian W. Aldiss en la novela Drácula desatado (Dracula Unbound). Allí, el alma es una especie de conciencia interior, separada de las vicisitudes cotidianas. En este enfoque, el sentido del yo y la idea de un alma inmortal resultan ser lo mismo, y Aldiss subraya esto al hacer que sus vampiros sean genéricamente monstruosos, insensatos y brutos; pero no todos.

Es importante recordar que Drácula fue escrito en una época que creía en una dudosa proposición histórica: antes de Cristo, entre los griegos y los romanos, por ejemplo, no existían tales conceptos de individualidad o alma. Estos serían patrimonio de las atrofiadas mentes de los cristianos medievales. Absurdo, desde luego, pero Drácula funciona, y muy bien, dentro de esa dinámica filosófica.

Entonces, la pregunta: ¿los Vampiros tienen alma?, no tiene demasiado sentido realmente.

Si el alma es algo parecido a esa conciencia interior, desapagada de las cuestiones mundanas, que se libera tras la muerte física, entonces los Vampiros carecen de alma, precisamente porque su principal condición es estar muertos. No obstante, ¿quién sabe qué es el alma en realidad? Podría ser algo completamente diferente, o nada en absoluto.




Vampiros. I Taller gótico.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El odio sigue siendo una manifestación de emociones, pueden implicar un alma, aunque sea de un ser elemental, salvaje, sin sutilezas.
Siendo anterior al Drácula, de Bram Stoker, ¿Carmilla tenía alma?



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