Breve historia etimológica de los Elfos


Breve historia etimológica de los Elfos.




Los Elfos, criaturas fantásticas de los mitos nórdicos, son quienes mejor se han adaptado al habla cotidiana de aquel pueblo. Tal vez por eso la etimología de la palabra Elfo resulta tan interesante, no sólo a causa de sus variantes, a menudo confusas y lingüísticamente extravagantes, sino por sus profundas raíces en la antigüedad.

Ante la pregunta: ¿qué es un Elfo? se nos presentan dos opciones:

a- Los Elfos son aproximadamente las criaturas descritas por J.R.R. Tolkien en su Tierra Media (ver: Nuckelavee: el elfo que Tolkien nos ocultó).

b- Los Elfos son simpáticos duendecillos que rondan los bosques y asisten a distintos personajes del relato folclórico.

Ninguna de estas respuestas es completamente falsa, precisamente porque los Elfos superan a todas las bcriaturas fantásticas del norte, incluso en la historia de su etimología (ver: El origen de los Elfos).


En Inglés Antiguo ælf (o ylfe) designaba a una criatura ominosa, de origen incierto, asociada al mar y las aguas. Su forma femenina era ælfen, muy poco utilizada, aunque de ella proviene el plural de Elfo, elven. Para dar cuenta de lo que pensaban los hombres y mujeres de aquel tiempo sobre los Elfos podemos indagar en algunas palabras vinculadas muy interesantes, como ælfadl, «pesadilla», o ælfsogoða, «hipo».

Resulta asombroso que los pueblos del norte asociasen a las pesadillas con un origen externo, es decir, con los Elfos, como causantes de esos episodios nocturnos. Ni que hablar del hipo, que era considerado una acción directa de los Elfos ante un arrebato de verborragia en un sitio prohibido (ver: El culto a los Elfos).

Por otro lado, en Alemania se los llama Elf (fem. elfe), aunque se cree que a orillas del Rin sólo sobrevivieron las mujeres-elfo, y que los hombres, rescatados por las pesquisas incansables de Jacobo Grimm, eran llamados Elb. Más atrás en el tiempo el Alemán Medio da la forma Elbe, y Albiz, en Protoindoeuropeo, cuya raíz está conectada con el latín Albus.

Si fuésemos lo suficientemente curiosos advertiríamos que, en todas las lenguas antiguas, la raíz que compone la palabra Elfo significa «blanco». ¿Por qué entonces todo lo que se asocia a los Elfos parece ser negativo en estos mitos? Incluso algo tan nimio como los rulos que se forman en las crines de los caballos durante la noche tenían una palabra directamente relacionada con los Elfos: Elflöck, «rulo de elfo», señalándolos como los culpables de esta tropelía capilar.

Menos inocente, el acto de sacrificar a un enemigo o ultimarlo sin que éste ofrezca resistencia, se llamaba Álfablót en la lengua norsa, y significa literalmente «sangre de elfo», es decir, «sangre para los elfos», señalando que estas criaturas no veían con malos ojos esta clase de ofrendas. Al mismo tiempo, cuando se quería describir la belleza de una mujer se utilizaba la palabra ælfsciene, «encanto de elfo»; o alftrucke, cuando se indicaba una enfermedad repentina que paraliza a quien la padece.

Si alguien sentía una especie de malestar estomacal al levantarse esgrimía el término Alpdruck, «presión de elfo», aludiendo a la costumbre de estos seres a sentarse en el pecho de los durmientes. Más al norte, en lo que hoy es Suecia y Dinamarca, se mencionaba la palabra älvdanser («elfo bailarín») para apuntar a cierto baile grotesco producto de algún exceso etílico, baile que, por otro lado, solía terminar en un älvringar, «círculo de elfo», eso es, en una secuencia de revoluciones vigorosas que se producían hasta que el oficiante caía exhausto.

Por último, y para dar cuenta de la importancia de los Elfos en lo cotidiano, ninguna casa nórdica, por humilde que fuese, carecía de su Alfkors, «cruz de elfo», que se introducía entre los muros a modo de talismán protector.

La cuenta de palabras que utilizan o mencionan a los Elfos es innumerable, así como los nombres, algunos de ellos reconocibles en nuestra lengua: Alberic, «regente elfo»; Alvin (y sus variantes más antiguas, Aelfwine, Albewin, Alboin y Alfwin), «amigo de los elfos»; Ælfric, «jefe-elfo»; Ælfweard, «guardián elfo»; Ælfsige «victoria élfica»; Ælfflæd, «belleza élfica»; Ælfwynn, «dicha de elfo»; Alfred (y nuestro español Alfredo), «amigo elfo».

Los Elfos son ambiguos. No son Dioses ni Demonios, no son Aesir ni Vanir, sin embargo, allí están, más presentes de lo que jamás han estado los severos Señores del Valhalla en los nombres populares, en cosas simples y ominosas, acaso para dar cuenta de un pasado que excede el reinado de Odín, mucho antes de que Jehová vomitase su nombre en un volcán del Cáucaso.

Siempre he creido que la importancia de los Elfos en la mitología del norte, importancia que no siempre coincide con el material que ha sobrevivido en cuentos y leyendas, se explica mediante una simple palabra, un término en desuso, arcaico, pero que señala la antigüedad de estas criaturas en el imaginario popular. Es en las puntas de piedra de antiquísimas flechas, hoy atribuídas a los primeros hombres capaces de pensarlas, habita el verdadero origen de los elfos. Cuando un caminante se topaba con una punta de silex toscamente tallada, o cuando el labriego rescataba de la tierra uno de estos restos arqueológicos diminutos y letales, cuyo pasado remoto atraviesa la Edad de Piedra y se pierde más allá, en las oscuras mareas del tiempo, cuando los dioses aún no existían y los hombres vivían en perpetua desesperación; pensaba en una palabra, una sola: Alfbolt: «punta de elfo».




Mitología. I Mitos nórdicos.


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