Clausuramos «Jurassic Park»: historia de los dinosaurios en la literatura


Clausuramos «Jurassic Park»: historia de los dinosaurios en la literatura.




Si aún en pleno siglo XXI los dinosaurios continúan fascinándonos, haciendo rentables enormes producciones cinematográficas, algunas sin demasiada imaginación, qué decir de la época en la cual la teoría de la evolución de las especies continuaba siendo discutida. En definitiva, los dinosaurios son un motivo cultural, universal; y, como tal, la literatura los exprimió al máximo.

Los dinosaurios están en todas partes, incluso en sitios en donde jamás esperaríamos encontrarlos.

En el poema In Memoriam (In Memoriam, 1850), de Alfred Tennyson, se los define como «dragones del pasado» (Dragons of the prime); no ya como metáfora, sino debido a que la palabra dinosaurio era relativamente nueva e inadecuada para la poesía. Por otra parte, en Casa desolada (Bleak House, 1853), de Charles Dickens, se imagina a un megalosaurio caminando tranquilamente por Holborn Hill.

Desde luego, no podemos decir que Dickens y Tennyson realmente escribieron acerca de los dinosaurios, sino más bien que los aprovecharon en términos simbólicos y dentro de un contexto totalmente alejado de la ciencia ficción.

¿Pero cómo deberíamos clasificar las historias de dinosaurios?

Siendo que el ser humano y los dinosaurios no convivieron, todas sus historias necesariamente deben apelar a ciertos recursos y géneros que van desde la ciencia ficción a lo fantástico, pasando por una enorme variedad de subgéneros.

De hecho, los dinosaurios forjaron un subgénero literario completamente nuevo, conocido como Lost World, o Mundo Perdido; cuyo nombre homenajea a la novela de Arthur Conan Doyle: El mundo perdido (The Lost World, 1912), donde el profesor Challenger encabeza una expedición a la selva amazónica venezolana y encuentra toda clase de criaturas prehistóricas. Si bien es cierto que los dinosaurios ocupan un rol menor en la historia, sobre todo en comparación con la gran cantidad de homínidos primitivos y criaturas de un pasado inconcebiblemente remoto que allí aparecen, El mundo perdido es recordada como una de las primeras novelas en utilizar a los dinosaurios en el presente.

Dentro de este subgénero podemos añadir a El lagarto de Lemuria (The Wizard of Lemuria), de Lin Carter, primera obra del ciclo de Thongor acerca del continente perdido de Lemuria y sus aterradoras criaturas prehistóricas. También a El rostro en el abismo (The Face in the Abyss, 1931), de Abraham Merritt, donde un intrépido ingeniero que estudia las ruinas Incas en Sudamérica descubre la existencia de una corte de serpientes colosales, antiguamente consideradas como dioses, que aún sobreviven y ansían recuperar su pasado de gloria.

A propósito de los mitos precolombinos, Las piedras de Nomuru (The Stones of Nomuru), de L. Sprague de Camp, viaja a la mítica Kukulka, en este caso, un planeta interdimensional en donde aún pueden encontrarse dinosaurios y toda clase de criaturas del pasado.

El ciclo Pellucidar (Pellucidar), de Edgar Rice Burroughs, está infestado de dinosaurios, los cuales habitan en una especie de reino subterráneo, donde también encontramos humanos prehistóricos conviviendo con una raza de reptilianos con poderes psíquicos; combinación extraña pero no inédita en la literatura.

En todas las novelas de este ciclo —En el centro de la Tierra (At the Earth's Core), Pellucidar (Pellucidar), Tanar de Pellucidar (Tanar of Pellucidar), Tarzán en el centro de la Tierra (Tarzan at the Earth's Core), De vuelta a la Edad de Piedra (Back to the Stone Age), Tierra del terror (Land of Terror) y Salvaje Pellucidar (Savage Pellucidar)— podemos encontrar las más variadas especies de dinosaurios.

Uno de los primeros en pensar a los dinosaurios dentro del subgénero de la Tierra Hueca (Hollow Earth), fue nada menos que Julio Verne. En Viaje al centro de la Tierra (Voyage au centre de la terre), de 1863, accedemos a un vasto continente subterráneo poblado con diversas criaturas prehistóricas, entre ellas, los dinosaurios, aunque estos poseen un valor apenas decorativo para el argumento.

Prácticamente no existe sitio en el planeta en el que no existan dinosaurios literarios:

En Más allá de la gran muralla del sur (Beyond the Great South Wall, 1899), de Frank Savile, descubrimos a una inquietante variedad de brontosaurios viviendo en la Antártida. Cuando Londres cayó (When London Fell, 1937), de W.J. Passingham, revela la existencia de dinosaurios viviendo en los túneles del subterráneo de Londres. Y Las siluetas de la noche (The Night Shapes, 1962), de James Blish, coloca a los últimos dinosaurios viviendo en un remoto valle de África.

La idea de que es posible revivir a los dinosaurios a través de la ciencia tiene su inicio literario en El monstruo del lago LaMetrie (The Monster of Lake LaMetrie, 1899), de Wardon Allan Curtis, donde un científico loco consigue criar a un dinosaurio para luego transplantarle un cerebro humano, con consecuencias previsiblemente nefastas para la humanidad.

Durante la era victoriana, la ciencia percibió a los dinosaurios como máquinas de matar; y la literatura continuó este vago prejuicio hasta convertirlo en un icono cultural. No hay forma de escribir sobre los dinosaurios si estos no se dedican exclusivamente a devorar humanos. La mayoría de los ejemplos cinematográficos de nuestro tiempo evidencian claramente que ese motivo no ha variado demasiado.

Otra manera de acceder a una realidad poblada por los dinosaurios es agotando las infinitas posibilidades del Viaje en el Tiempo.

En este sentido, existen muchísimas historias que nos trasladan hacia el pasado en una máquina del tiempo para conocer personalmente a los dinosaurios: El ruido de un trueno (A Sound of Thunder), de Ray Bradbury, Un arma para dinosaurios (A Gun for Dinosaur, L. Sprague de Camp), Pobre pequeño guerrero (Poor Little Warrior, Brian Aldiss), son ejemplos notables de viajes en el tiempo y dinosaurios.

Dentro de esta línea incluso podemos citar a un personaje que viajó en el tiempo para registrar la extinción de los dinosaurios: el protagonista de Después del amanecer (Before the Dawn, 1934), de John Taine.

De similar argumento, pero superior en términos de ejecución, se encuentra El día de los cazadores (Day of the Hunters, 1950), de Isaac Asimov, donde un científico viaja al pasado para estudiar la extinción de los dinosaurios, y descubre que estos fueron exterminados por una raza de reptilianos, sus descendientes, del mismo modo en que el Homo Sapiens precipitaría la extinción de la megafauna de su tiempo; por ejemplo, el mamut.

Claro que hay historias en las que los dinosaurios no se extinguieron en absoluto. Algunas ya las hemos mencionado; otras, sin embargo, examinan la posibilidad de que los dinosaurios fueron evolucionando. Por ejemplo, en Al oeste del Edén (West of Eden), de Harry Harrison, los dinosaurios evolucionaron hasta alcanzar un grado rudimentario pero letal de inteligencia. Esta raza de reptilianos disputó la supremacía en la cadena alimentaria al enfrentarse con los primeros grupos organizados de Homo Sapiens.

En otros casos, la evolución de los dinosaurios en sociedades altamente complejas ocurre en universos paralelos, como el diseñado por Robert Sheckley en Dimensión de milagros (Dimension of Miracles), donde los herederos de los dinosaurios forman una civilización similar a la nuestra, aunque con hábitos sedentarios más propicios para seres de sangre fría.

Tampoco es necesario esperar a Jurassic Park para encontrar un parque de diversiones poblado de dinosaurios. En Los parasaurianos (The Parasaurians, 1969), de Robert Wells, se nos presenta un inquietante parque temático habitado con toda clase de dinosaurios, aunque con la salvedad de que no son reales, sino robots. Naturalmente, estos pierden el control y empiezan a cazar y a matar a los desprevenidos visitantes.

También es importante señalar que, mucho antes de que Michael Crichton publicara Jurassic Park (Jurassic Park, 1990), la ciencia ficción ya había pensado en la posibilidad de crear y clonar dinosaurios a partir de muestras de ADN; por ejemplo, en Temporada de caza (The Hunting Season, 1951), de Frank M Robinson; o en Rutas (Roadmarks, 1979), de Roger Zelazny, donde se describe el arduo proceso de clonar a un tiranosaurio.




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