900 días desde que el sol se oscureció.
Nos destruyó la convicción, forzosa, de que éramos especiales. Eso causó más estragos que la oscuridad.
Nadie es especial.
Supongo que debe haber otros ahí afuera. Estoy seguro, pero si hay otros deben ser como yo, y los que son como yo no se dejan ver. Son prudentes. Los que son como yo no salen.
Afuera no hay monstruos. Hay oscuridad: una cerrazón que se pega a la piel como las ventosas de un molusco. No. Muy lovecraftiano. Digamos que no se ve un carajo. La exageración socava el verdadero desánimo, que siempre es austero.
Las plantas, creo, han encontrado la forma de seguir adelante en la noche. Lo sé porque puedo escuchar el vaivén de las ramas de un árbol a través de las ventanas tapiadas. No podría afirmar que sus hojas siguen verdes, o por tal caso si el color existe en la negrura absoluta, pero lo que sí puedo decir es que las hojas han caído y han vuelto a brotar. El sonido es inconfundible.
El árbol está vivo.
No soy científico [soy agrimensor] pero evidentemente el sol sigue emitiendo energía, de otro modo el árbol estaría muerto, y el frío ya nos habría enviado al olvido; solo que esa energía no se encuentra dentro nuestro rango de luz visible. ¿Eso tiene sentido? No lo creo. Pero, insisto, no soy científico. Tal vez todos hemos quedado ciegos, ¿pero por qué sigo viendo perfectamente el fuego?
Cuento con uno de esos viejos equipos de radio. Recuerdo cuando mi padre lo compró. La antena era más alta que yo. Se podían escuchar emisiones de otros países; Uruguay, sobre todo, pero en ciertas noches estrelladas uno podía quedarse absorto oyendo voces en otros idiomas a los que mi padre les adjudicaba un origen teutón.
Para ahorrar baterías he mantenido un riguroso protocolo de escucha: enciendo el equipo durante exactamente un minuto, ni un segundo más, ni uno menos, a las 23:59 hs. Es decir que llevo precisamente 900 minutos escuchando. Esto me ha permitido hacerme una idea más o menos general de lo que ha estado ocurriendo afuera.
La tentación de salir se encargó de la mayoría de los sobrevivientes. Después cayeron los que buscaron excusas menos abstractas para la fatalidad, como la falta de agua o de comida. Imbéciles. Uno puede hidratarse con la humedad que se condensa en los vidrios, aprovechar el sudor, la orina; uno puede alimentarse de insectos, de excrementos. Tengo entendido que las cucarachas poseen un alto contenido proteico.
Pero las cucarachas, contrariamente a los que nos habían dicho, fueron las primeras en desaparecer cuando la comida se agotó. Normalmente las veíamos merodeando en la cocina, sorprendidas cuando encendíamos la luz en medio de la noche. Ahora son mucho más furtivas. Tuve que arrancar la cocina de la pared solo para recolectar una docena de ejemplares famélicos.
Me enorgullece haber llegado al punto de establecer un estricto cronograma de prácticas onanistas para recolectar mis propios fluidos, que almaceno en frasquitos. También me extraje un cuarto litro de sangre por semana, a riesgo de sufrir graves infecciones, pero luego leí en una enciclopedia que beber sangre acelera el proceso de deshidratación, de modo tal que ahora solo extraigo unas gotas para atraer a los insectos.
Inicialmente se produjo una ola de asesinatos por proximidad. Un vecino solitario, una anciana en el departamento contiguo. En fin. No vale la pena entrar en detalles escabrosos. Si estás leyendo esto es probable que sepas lo que hicimos. Porque todos lo hicimos. Cuando el sol se apagó yo no vivía solo. Tenía esposa, hijos.
Supongo que los últimos en desaparecer fueron los que enloquecieron por el aislamiento. Curioso, ¿verdad? Somos capaces de comer a una vieja decrépita, a nuestros propios hijos, pero la soledad nos termina debilitando más que el hambre. Claro que debe haber otros, no me cabe duda, pero esos otros deben ser como yo, y los que son como yo sobreviven porque no salen.
A partir del día 200 la electricidad se agotó y las estaciones comerciales de radio dejaron de transmitir. Afuera era un caos. Ni siquiera en las películas más audaces se insinuaron los horrores a los que llegamos como especie.
Para el día 475 cesaron todas las comunicaciones civiles, al menos en los canales de radio que pude captar con mi viejo equipo. Desde entonces solo se oye estática: 425 días de limpia fritura cósmica.
A esta altura deben quedar pocos como yo. Es una conjetura, desde luego, pero basada en mediciones probables. Al principio nos dividíamos entre los que mataban y los que decidían matarse. La proporción es irrelevante, porque el resultado final es que solo quedaron los que mataban, y estos se vieron obligados a matarse entre sí.
Evidentemente hay un tercer grupo: el mío. Es decir, los que no salimos nunca, ni siquiera si nuestro hijo mayor nos implorara que lo dejáramos entrar. Pero, ¿cuántos más podría haber cómo yo? ¿Cuántos, con la renuncia moral, con la obstinación biológica, para existir en las condiciones en las que yo he vivido?
Muy pocos.
En esto estaba pensando cuando se hicieron las 23:59 hs.
Interrumpí mis meditaciones para encender la radio. La batería finalmente se agotó.
Con un último estertor emitió un susurro: mi nombre.
Son las 00:22 hs.
Voy a salir.
Egosofía. I Diario Éxtimo.
Más literatura gótica:
- El primer día después del Apocalípsis.
- El primer cumpleaños después del fin del mundo.
- Así quemamos a Juan de los Choclos.
- Cervantes y la conspiración de los molinos de viento.
9 comentarios:
Me gusta eso de que lo peligroso no sea lo que se oculta en la oscuridad, sino la misma oscuridad. Es algo más siniestro-
Me ha gustado mucho este pequeño texto, tan realista que asusta. Gracias por vuestro blog. Es buenísimo.
Mis felicitaciones como siempre.
Un saludo.
Gracias por esa asombrosa lectura.
Creo que yo podría sobrevivir. He comido mucha mierda.
No podría sobrevivir...
BUENO
Esto leí hace un año y aún me estremece. Creo que yo podría sobrevivir al fin del mundo.
Casi apocalíptico , ante la situación COVID actual
Aterrador y tétrico, pero luego uno se pone a pensar que, si el sol seguía emitiendo energía y no había monstruos, la Humanidad perfectamente se acomodaría a una noche eterna mientras tenga los medios para encender alguna luz.
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