«La vasija»: Charles R. Tanner; relato y análisis.
La vasija (Out of the Jar) es un relato de terror del escritor norteamericano Charles R. Tanner (1896-1974), publicado originalmente en la edición de febrero de 1941 de la revista Stirring Science Stories, y luego reeditado en la antología de 2001: Acólitos de Cthulhu (Acolytes of Cthulhu).
La vasija, quizás el cuento de Charles R. Tanner más reconocido, relata la historia de un coleccionista de objetos raros, quien adquiere lo que parece ser una de las vasijas del rey Salomón, dentro de la cual habita el espíritu de un Djinn. Desafortunadamente para el protagonista, los escritos de Lovecraft le proporcionan la clave para romper el sello [ver: Djinns: los espíritus del desierto]
SPOILERS.
La vasija pertenece a los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft. De hecho, el nombre del flaco de Providence es mencionado explícitamente como una autoridad en la materia. Charles R. Tanner también proporciona otras referencias secundarias, como el Cultes des Goules del comte d'Erlette y la Universidad de Miskatonic. La presencia de este Djinn en la historia vuelve a relacionar a los Mitos de Cthulhu con el folklore árabe, aunque se abstiene de mencionar el vínculo más obvio. El título árabe original del Necronomicón de Abdul Alhazred es Al-Azif, el cual refiere al zumbido que hacen los insectos por la noche, que en las leyendas árabes eran considerados como el canto de los Djinn.
Aquí, un coleccionista de objetos raros, llamado James Francis Denning, adquiere una vasija de barro en una tienda de antigüedades. No es un experto en ocultismo, pero su amigo, Edward Barnes Halpin, sí lo es; tal es así que es él quien le informa a Denning que la vasija probablemente fue uno de los receptáculos donde el rey Salomón, según los mitos bíblicos, encerró 72 demonios en su interior [ver: La llave mayor del rey Salomón]. Esta leyenda, en el contexto del relato, demuestra ser falsa. En efecto, la vasija perteneció a Salomón, pero en su interior no hay 72 demonios, sino un Djinn, una criatura extremadamente poderosa, sobrenatural, sabia, incluso anterior a la humanidad, la cual está obligada a cumplir un deseo a cualquiera que lo libere de su prisión [ver: Lemegeton Clavicula Salomonis]. De hecho, la palabra «genio» proviene del término «djinn», y la leyenda del genio de la lámpara está relacionada con estos seres misteriosos que fueron encerrados en un pasado remoto.
Denning se niega a abrir la vasija, pero Halpin, que reconoce su potencial, irrumpe en el domicilio de Denning por la noche y rompe el sello. Poco a poco, una criatura difusa, una silueta de vapor y sombras, va consolidándose en la penumbra. Halpin logra comunicarse con ella y le exige que cumpla su deseo, que no es otro que sabiduría. El ambicioso ocultista desea saberlo todo y, acto seguido, el Djinn materializa una especie de ventana, de portal, a través del cual el imprudence Halpin absorbe mucho más conocimiento del que su cerebro es capaz de procesar.
Si bien los Djinn no aparecen frecuentemente en los Mitos de Cthulhu, hay algunas referencias interesantes al respecto. Por allí podemos encontrar a Ibn Schacabao, un erudito árabe hereje, citado por Alhazred en el Necronomicón, quien obtuvo buena parte de sus conocimientos esotéricos de sus conversaciones con los Djinn. También se dice que el autor del De Vermis Mysteriis, Ludwig Prinn, pasó algunos años cautivo de los brujos sirios de Jebel Ansariye, donde aprendió a mantener tratos cordiales con los Djinn y los Afrit; de hecho, uno de los capítulos de Los Misterios del Gusano está dedicado a estos seres sobrenaturales [ver: De Vermis Misteriis y la biología extradimensional de los Mitos]
La vasija de Charles R. Tanner no es un gran relato en sí mismo, ni siquiera creo que sea uno particularmente bueno, pero presenta algunas referencias interesantes a los Mitos de Cthulhu y un par de escenas sólidas [aunque la mayoría parece transcurrir dentro de un marco de tediosa previsibilidad]. La presencia de este Djinn, su materialización en el comedor de Denning, es probablemente el momento más logrado, pero el lector acostumbrado a esta clase de enfrentamientos entre un ambicioso mortal, hambriento de sabiduría, y una criatura acaso anterior a la formación del universo, ya anticipa el final de la historia mucho antes de que esta empiece a insinuarse.
La vasija.
Out of the Jar, Charles R. Tanner (1896-1974)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Ante la insistencia de mi amigo, James Francis Denning, presento aquí el relato de una serie de eventos que le ocurrieron a fines del verano y principios del otoño de 1940. Lo hago, no porque comparta la esperanza de que pueda suscitar una investigación seria de los fenómenos que él afirma que tuvieron lugar, sino simplemente para que esos fenómenos puedan quedar registrados como material de consulta para futuros estudiantes de lo oculto y la psicología. Personalmente, todavía no sé cómo titular esta narración.
Si mi mente fuera una de esas que aceptan la idea general de las brujas, vampiros y hombres lobo en el esquema general de las cosas, no dudaría ni por un momento de la historia de Denning, porque ciertamente el hombre lo cree, y su falta de imaginación y el modo práctico de vivir hasta el momento del suceso hablan fuertemente a su favor. También está el colapso mental del brillante joven Edward Barnes Halpin, como evidencia adicional. Este joven estudiante de historia oculta, cultos y religiones, fue un conocido bastante cercano de Denning durante años, y fue en la casa de Denning donde sufrió el derrame cerebral que lo convirtió en la cosa apática y afligida que es hoy. Eso es un hecho y puede ser atestiguado por cualquier número de personas. En cuanto a la explicación de Denning, solo puedo decir que merece una investigación exhaustiva. Si hay algo de verdad en ella, la verdad ciertamente debe ser verificada y registrada.
Dicho esto, paso a narrar su historia.
***
Comenzó, dice Denning, en el verano del año pasado, cuando asistió a un evento en una tienda de antigüedades. Había allí la mezcolanza habitual de curiosidades indias, cristalería, muebles victorianos y libros antiguos. Denning asistió como a todos los eventos de este tipo, permitiéndose caer en el único vicio que tenía: llenar su casa con un surtido de curiosidades baratas e inútiles de todas partes del mundo.
En esta venta en particular, salió triunfante con un colmillo de elefante tallado, una máscara de curandero de Alaska y una vasija de barro. Esta era bastante ordinaria, de cuerpo redondo, con un cuello cilíndrico muy corto, una banda vidriada y azulada alrededor de su centro, y con curiosos caracteres angulares en amarillo que incluso el bastante analfabeto Denning podía ver que guardaban cierta relación con el griego. El subastador llamó la atención sobre el sello que estaba pegado a la tapa. Esta tapa era de loza de barro, similar a la vasija, y estaba colocada a la manera de un corcho recubierto de lo que parecía ser arcilla endurecida. Sobre esta arcilla, o lo que fuera, había sido estampado un diseño peculiar: dos triángulos entretejidos para formar una estrella de seis puntas, con tres personajes desconocidos en el centro.
Aunque el subastador era tan ignorante como Denning en cuanto al significado real de este sello, lo convirtió en un misterio y Denning se enganchó. Compró la vasija y se la llevó a casa, donde encontró un lugar, a pesar de las objeciones de su esposa, en hogar de la sala de estar.
Y allí descansó, en una oscuridad cuestionable, durante cuatro o cinco meses. Digo oscuridad cuestionable porque, por lo que puedo deducir, fue la manzana de la discordia durante la mayor parte de ese tiempo, entre Denning y su esposa. Creo que era natural que esta estimable dama se opusiera a tener la mejor habitación llena de lo que para ella era una masa de objetos inútiles. Sin embargo, no se hizo nada al respecto. A la luz de la historia de Denning sobre los sucesos posteriores, parece casi increíble que esa cosa espantosa pudiera dejarse allí, día tras día, en esa sala de estar común, siendo desmontada y desempolvada de vez en cuando, y colocada descuidadamente.
Sin embargo, ese fue el caso, y así siguió siendo hasta la primera visita del joven Halpin. Este joven era un conocido de Denning desde hacía mucho tiempo, y su amistad había ido madurando lentamente durante el último año, debido al hecho de que Halpin pudo aportar mucho al conocimiento de Denning sobre las curiosidades que acumulaba. Ambos trabajaban para la misma empresa y, al verse todos los días, no era extraño que se hubieran vuelto bastante amigos a pesar de que ninguno de los dos había visitado nunca la casa del otro. Pero la descripción de Denning de ciertas tallas en el colmillo del elefante que había comprado interesó al joven Halpin lo suficiente como para hacer que visitara la casa de Denning para hacer un examen personal del artículo.
Halpin, en ese momento, todavía tenía menos de treinta años, sin embargo, ya se había convertido en una autoridad reconocida en esa extraña zona fronteriza del estudio místico-oculto que representan Churchward, Fort, Lovecraft y la Universidad de Miskatonic. Sus artículos sobre algunos de los capítulos oscuros del Cultes des Goules de d'Erlette han sido aceptados favorablemente por los estudiantes de ocultismo estadounidenses, así como su traducción de las secciones hasta ahora expurgadas del gaélico Leabhar Mor Dubh. En total, fue un estudiante muy prometedor y uno en el que los rasgos de lo que ahora parece haber sido una demencia precoz brillaban por su ausencia.
—La noche en que me visitó por primera vez —dice Denning—, revisó el colmillo, me explicó todas las tallas curiosas que pudo e hizo pequeños bocetos de las figuras restantes para llevarse y estudiar. Entonces sus ojos comenzaron a vagar por la habitación y muy pronto se dieron cuenta de otra cosa, no recuerdo exactamente qué, y comenzó a hablar de eso. Tenía un par de Folsom, esos curiosos pedernales que se supone que son mucho más antiguos que cualquier otro artefacto estadounidense, y él habló sobre ellos durante casi veinte minutos. Luego los dejó y comenzó a recorrer la habitación de nuevo. Entonces tomó algo más comenzó a hablarme de eso. Solía aprender muchísimo de Ed Halpin, pero creo que esa noche aprendí más que en cualquier otro momento. Y por fin sus ojos se iluminaron en esa vasija.
Sí, sus ojos se posaron en la vasija, y comenzaron la serie de acontecimientos que por fin hicieron necesaria esta historia. Porque Halpin se sintió invadido por una repentina curiosidad, tomó la vasija y la miró, y luego, de repente, se emocionó muchísimo.
—¡Vaya, es vieja! —exclamó—. Es hebreo antiguo, Jim. ¿De dónde diablos la conseguiste?
Denning se lo informó pero su curiosidad no se apaciguó. Pasó varios minutos tratando de extraer de Denning un conocimiento que resultó obvio que este último no poseía. Era fácil ver que Halpin ya sabía más sobre la vasija que Denning, por lo que cesaron sus preguntas.
—Pero seguro que sabes lo que se supone que es. ¿No es así? —preguntó Halpin—. ¿No te dijo nada el subastador? ¿No viste al dueño anterior? ¡Denning! ¿Cómo puedes encontrar interés en estas cosas si no aprendes todo lo que puedas de ellas?
Denning se disculpó y Halpin de repente cedió, se rio y comenzó a explicar.
—Esa estrella de seis puntas, Jim, se conoce como el Sello de Salomón. Ha sido un signo poderoso utilizado en la cábala hebrea durante miles de años. Lo que me interesa es su uso en conexión con los caracteres fenicios alrededor del cuerpo de la vasija. Eso parece indicar una antigüedad real. ¡Podría ser posible que este sea en realidad el Sello del mismo Salomón! Jim —su actitud cambió repentinamente—, Jim, véndeme esta cosa, ¿quieres?
Ahora parece increíble que Denning no viera el menor destello de luz en esta cautelosa explicación de Halpin. El joven estudiante ciertamente era consciente de la importancia de la vasija, pero Denning insiste en que la explicación no significó nada para él. Sin duda, Denning no era un estudioso, probablemente nunca había oído hablar de la Cábala, ni de Abdul Alhazred o Joachim de Córdoba, pero seguro que en su juventud había leído las Mil y una noches. Incluso eso debería haberle dado una pista. Pero aparentemente no lo hizo. Me dice que rechazó la oferta de Halpin simplemente por el capricho de un coleccionista.
Y así, aunque Halpin aumentó la oferta que hizo por primera vez, Denning se mostró obstinado. Halpin se fue con una mera invitación para volver en cualquier momento y examinar la vasija como le plazca.
Durante las siguientes tres semanas Halpin regresó varias veces. Copió la inscripción en la banda azul, hizo una impresión de cera del sello, fotografió la vasija e incluso llegó a medirla y pesarla. Y todo el tiempo su interés aumentó y sus ofertas subieron más. Por fin, incapaz de seguir aumentándolas, se vio reducido a suplicarle a Denning que la vendiera, y ante esto, Denning se enfadó.
—Le dije —dice Denning—, le dije que me estaba cansando de su mendicidad. Le dije que no se la iba a vender y que, aunque me costara nuestra amistad, esa vasija seguiría siendo mía. Luego comenzó con otra línea. Quería abrirla y ver qué había dentro. Pero tenía una buena excusa para no cumplir con esa petición. Él mismo me había hablado del interés que tenía el sello en la arcilla y no iba a romper eso. Me sentí tan positivo en este punto que cedió y se disculpó de nuevo. Al menos, pensé que cedió. Ahora sé que no, por supuesto.
Halpin había decidido abrir la vasija a cualquier precio, por lo que simplemente había abandonado la idea de intentar comprarla. Sin embargo, no debemos pensar que había sido reducido a la condición de ladrón común a pesar de sus acciones posteriores. La actitud del joven era explicable a cualquiera que pudiera comprender su punto de vista. Aquí tenía la oportunidad de estudiar uno de los problemas más desconcertantes del arte oculto, y la obstinación, combinada con la ignorancia, intentaba evitarlo. Decidió eludir a Denning, sin importar a qué profundidad tuviera que hundirse.
Así fue como varias noches después, Jim Denning se despertó, en algún momento durante las primeras horas de la mañana, por un ruido leve e inusual en el piso inferior de su casa. Al principio, medio despierto, se quedó tendido y meditó con indiferencia la situación.
¿Se había despertado su esposa y había bajado a tomar un refrigerio? ¿O acaso había oído a un ratón en la cocina? ¿Podría ser? Un suspiro desde el lado de su esposa le hizo darse cuenta de que no era ella y en el mismo momento se produjo una repetición del sonido, un sordo clunk como el de un metal golpeando un metal amortiguado.
Alerta al instante, se levantó de la almohada, salió de la cama, buscó a tientas la bata y las pantuflas y bajó de puntillas los escalones, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para sacar el revólver del cajón en el que lo guardaba.
Desde el rellano pudo ver una luz tenue en la sala de estar, y nuevamente escuchó el clunk. Inclinándose mucho sobre la barandilla pudo mirar hacia la sala de estar y ver la luz de una linterna tirada en el suelo, la forma oscura de un hombre; su abrigo largo y su sombrero ocultaban eficazmente todos sus rasgos. Estaba inclinado sobre un objeto redondo y, mientras Denning miraba, levantó un martillo y lo bajó bruscamente sobre un cincel que sostenía en la mano. La cabeza del martillo estaba envuelta en trapos y Denning oyó de nuevo el ruido sordo que lo había despertado.
Por supuesto, Denning supo de inmediato quién era la forma oscura. Sabía que el objeto redondo era su vasija. Pero dudó en lanzar un grito o incluso interrumpir al otro durante varios segundos.
Parecía un poco inseguro, pero estoy convencido, por lo que sé del carácter de Denning, que la curiosidad se había apoderado de él. Medio conscientemente, estaba decidido a averiguar por qué Halpin estaba tan interesado en la vasija. Así que permaneció en silencio, y solo después de unos segundos, un leve ruido que hizo que Halpin se volviera, presa del pánico. Mientras lo hacía, el último trozo de sello se desmoronó y, levantándose, todavía se aferraba inconscientemente a la tapa. La vasija se volcó de lado y permaneció allí un momento sin que nadie la viera. Halpin se sintió casi horrorizado al darse cuenta de que lo habían sorprendido, como dicen los abogados, en flagrante delito. Estalló en un parloteo y un discurso suplicante.
—¡No llames a la policía, Jim! Escúchame. No la iba a robar, Jim. Me habría ido con ella hace mucho tiempo si hubiera tenido la intención. ¡Estoy siendo honesto! Déjame decirte, Jim. Es una de las vasijas de Salomón. Solo la iba a abrir. Buen Dios, hombre, ¿nunca has leído sobre ellas? Escucha, Jim, ¿nunca has escuchado esas viejas leyendas árabes? Déjame contarte sobre ellas, Jim
Mientras hablaba, Denning había bajado las escaleras. Entró en la habitación, agarró a Halpin por los hombros y lo sacudió con rabia.
—Deja de balbucear, Halpin. No actúes como un maldito tonto. Supongo que la vasija y su contenido siguen siendo míos. Vamos, sal de ahí y dime de qué se trata todo esto.
Halpin se tragó el pánico y suspiró.
—Hay antiguas leyendas árabes y hebreas. Jim, que hablan de un grupo o clase de seres llamados Jinn. Muchas de las cosas sobre ellos son tonterías, por supuesto, pero por lo que podemos ver, eran una especie de seres de algún otro plano de existencia. Probablemente eran las mismas cosas que otras leyendas han llamado los Antiguos o Pre-Adamitas. Quizás haya una docena de nombres para ellos si son los mismos seres que aparecen en mitos de otros países. Antes del tiempo del hombre gobernaban el mundo; pero la lucha entre ellos y ciertas condiciones durante el Período Glacial hicieron que casi se extinguieran. Los pocos que quedaron causaron bastante daño entre los hombres hasta la época del rey Salomón.
»La leyenda árabe dice que Salomón fue el más grande de todos los reyes, y desde un punto de vista oculto, supongo que lo era, a pesar del hecho de que el reino que gobernaba era poco más que un principado impetuoso, incluso en esa época. Pero el conocimiento oculto de Salomón fue lo suficientemente grande como para permitirle luchar contra los genios y conquistarlos. Y luego, como era imposible matarlos (su metabolismo es completamente diferente al nuestro), los selló en vasijas y las arrojó a las profundidades del mar.
Denning todavía estaba tenso.
—Halpin, ¿no estás tratando de decirme que esperas encontrar un Jinn en esa vasija, verdad? No eres tan tonto supersticioso como para creer...
—Jim, no sé lo que creo. No hay ningún registro de que se haya encontrado antes una vasija como esta. Pero sé que los Antiguos existieron una vez, y de un examen de esa vasija un ocultista podría aprender mucho sobre...
Mientras Halpin hablaba, la mirada de Denning se había posado en la vasija, que yacía donde había caído ante el repentino levantamiento de Halpin. El cuero cabelludo de Denning se estremeció con una ola de horror, mientras tartamudeaba de repente:
—¡Por el amor de Dios, Halpin, mira la vasija!
Los ojos de Halpin se volvieron ante las primeras palabras de Denning y él también miró fijamente, incapaz de apartar los ojos de lo que estaba ocurriendo. De la boca de la vasija fluía, lenta, perezosamente, una masa espesa y viscosa de materia azulada y débilmente luminosa. La masa se estaba extendiendo, rezumando por el suelo, alcanzando curiosos pseudópodos cuajados en todas direcciones, actuando no como debería hacerlo un cuerpo viscoso inerte, sino como... como una ameba bajo un microscopio. Y de ella, como si fuera muy volátil, brotaban pequeñas serpentinas rizadas de humo o vapor denso. A sus oídos llegó, casi inaudible al principio, y luego cada vez más fuerte, un lento y deliberado cluck-cluck-c-lu-uck de la masa, mientras se extendía.
Los dos habían olvidado sus diferencias. Denning dio un paso hacia Halpin y le agarró el hombro con miedo. Halpin estaba de pie como una estatua, pero su respiración era como la de un corredor sin aliento. Y se quedaron allí y miraron y miraron mientras esa increíble gelatina se esparcía y humeaba por el suelo.
Creo que fue la calidad luminosa de la masa lo que más horrorizó a los hombres. Tenía un brillo azulado, apagado, una luz de un tono que hacía absolutamente seguro que no era simplemente un reflejo de la luz de la linterna que todavía arrojaba su rayo por el suelo. Y su vapor también tenía ciertas propiedades, porque eso no se comportaba como un vapor normal, sino que parecía tener una sensibilidad propia. Flotó por la habitación, buscando, buscando y, sin embargo, evitó la presencia de los dos hombres como si temiera su toque. Y estaba aumentando. Era bastante evidente que la masa del suelo se estaba evaporando, pasando al vapor, y era evidente que pronto desaparecería.
—¿Es... es una de esas cosas, Halpin? —susurró Denning.
Halpin no le respondió en absoluto, solo apretó su mano, cada vez más fuerte. Luego la niebla comenzó a girar lentamente y Halpin emitió un profundo suspiro. Parecía que esto le aseguraba algo, porque se inclinó y le susurró a Denning con lo que parecía una cierta confianza:
—Es uno de ellos. Retrocede junto a la puerta y déjame manejarlo. Sé algo de los libros que he leído.
Denning retrocedió al ver que el joven parecía saber algo de esta terrible cosa, pero sin embargo agradecido por la sugerencia. De pie junto a la puerta, esperando vagamente que sus piernas le obedecieran si era necesario huir, observó cómo se desarrollaba el terrible proceso de materialización. Creo que nunca se ha recuperado del todo de sus efectos; porque seguramente, en ese momento, toda la filosofía de su vida cambió. Denning, me he dado cuenta, ahora va a la iglesia con bastante regularidad.
Sin embargo, como digo, se quedó allí y miró. Observó el humo, o el vapor, o lo que fuera, girar y girar, cada vez más rápido, arrebatando las volutas y serpentinas vagabundas que se habían desviado hacia los rincones más alejados de la habitación, succionándolas, incorporándolas a la columna central, hasta que por fin esa columna, arremolinándose allí, pareció casi sólida.
Había dejado de girar y permanecía allí temblando, como una gelatina pero, sin embargo, sólida. Y, como moldeada en manos de un escultor invisible. La columna estaba cambiando. Aparecieron hendiduras aquí, protuberancias allá. El carácter de la superficie se alteró sutilmente; ya no era suave y lustrosa, sino áspera y escamosa. Perdió la mayor parte de su luminosidad y se convirtió en un verde incierto. Hasta que por fin fue una cosa.
Ese momento, piensa Denning, fue el más horrible de toda la aventura. No por el horror de lo que estaba frente a él, sino porque en ese mismo momento un automóvil, conducido por algún ciudadano tardío, pasó por fuera, la luz de sus faros proyectando espeluznantes destellos a través de las paredes y el techo; y la idea de la diferencia entre el mundo común en el que vivía ese ciudadano y las cosas espantosas que estaban ocurriendo en esta habitación casi venció al hombre acobardado junto a la puerta. Y, también, la luz hacía mucho más claros los repugnantes detalles de la criatura que se elevaba por encima de ellos.
Al parecer, medía unos dos metros y medio de altura, porque su cabeza llegaba hasta el techo de la pequeña habitación de Denning. Era más o menos parecido a un hombre, ya que tenía un cuerpo erecto y cuatro miembros, dos superiores y dos inferiores. Tenía una cabeza y una especie de cara. Pero ahí cesó su similitud con el hombre. Su cabeza tenía una cresta alta que iba desde la frente hasta la nuca, y no tenía ojos ni nariz. En el lugar de estos órganos había una cosa curiosa que se parecía a la flor de una anémona de mar, y debajo de ella había una boca con un labio superior que era como un pico carnoso que sobresalía, haciendo que toda la boca tomara la apariencia de un letra sardónica V.
La parte delantera de su cuerpo tenía la llanura plana y sin cola del vientre de un lagarto, y las piernas eran largas, escamosas y terriblemente escuálidas. Lo mismo podría decirse de los brazos, que terminaban en manos sorprendentemente delicadas y humanas.
Halpin había estado observando la materialización con la impaciencia de un halcón, y tan pronto como se completó, apenas notó que los músculos de la criatura se tensaron, lo que indicaba un control consciente, estalló con un revoltijo de palabras extrañas. Denning estaba tan nervioso que su mente registró claramente las palabras exactas que pronunció Halpin. Pertenecían a una lengua poco conocida y no he podido encontrar una traducción, así que las repito aquí para cualquier estudiante que quiera buscarlos:
—¡Ia, Psuchawrl! —gritó—. ¡Ng topuothikl Shelemoh, ma'kthoqui h'nirl!
Al oír el grito, el horror se movió.
Se agachó y dio un pequeño paso hacia Halpin, que no se acobardaba, su rosetón facial se elevó justo cuando el hombre arqueaba las cejas con sorpresa, y luego... el habla salió de sus labios. Halpin, extrañamente, le respondió en inglés:
—Reclamo la pérdida —gritó con valentía—. Nunca se ha liberado a uno de los tuyos que no haya concedido un deseo a quien lo ha soltado, si estuviera en su poder para concedérselo.
La cosa se inclinó. En un tono profundo, inhumanamente profundo, dio lo que era manifiestamente un asentimiento. Juntó las manos sobre lo que debería haber sido su pecho y se inclinó, en lo que incluso el paralizado Denning podía decir que era un gesto de fingida humildad.
—¡Muy bien entonces! —prosiguió el despreocupado Halpin—. ¡Quiero saber! Ese es mi deseo: saber. Toda mi vida he sido estudiante, buscando, buscando y sin aprender nada. Y ahora, quiero saber el porqué de las cosas, la causa, la razón y el fin. ¡Dime el lugar del hombre en este universo y el lugar de este universo en el cosmos!
La cosa, el Jinn, o lo que fuera, volvió a inclinarse. ¿Por qué Halpin no pudo ver su burla? Juntó esas manos asombrosamente humanas, las separó, y desde las yemas de los dedos saltó un laberinto de chispas. En ese laberinto de filamentos brillantes algo comenzó a tomar forma, se volvió rectangular, tomó solidez y se convirtió en una pequeña ventana. Una ventana plateada con celosías cuyos cristales parecían transparentes, pero que miraba hacia afuera, desde donde estaba Denning, no parecía más que oscuridad.
La cabeza de la criatura hizo un gesto y pronunció una sola palabra, la única palabra que dijo que Denning reconoció.
—¡Mira! —dijo.
Obedeciendo, Halpin dio un paso adelante y miró a través de esa ventana.
Denning dice que Halpin se quedó mirando durante unos segundos. Luego retrocedió uno o dos pasos, tropezó con el sofá y se sentó.
—¡Oh! —dijo muy suavemente, y luego—: ¡Oh, ya veo!
Denning dice que lo dijo como un niño pequeño al que un padre cariñoso le acaba de explicar un problema. Y no hizo ningún intento de levantarse, ningún comentario, ni ninguna otra palabra de ningún tipo.
Y el Jinn, el Antiguo, demonio o ángel o lo que sea, se inclinó de nuevo, se dio la vuelta, y se fue.
Entonces, de repente, de una forma u otra, el trance de miedo de Denning se rompió, y corrió hacia el interruptor de la luz e inundó la habitación con su destello. La vasija vacía yacía en el suelo, y en el sofá estaba sentado uno que miraba fijamente al vacío con una expresión de indecible desesperación en su rostro.
Poco más es necesario decir.
Denning llamó a su esposa, le contó una historia breve y distorsionada que luego amplificó para la policía y pasó el resto de la noche tratando de despertar a Halpin. Cuando llegó la mañana, llamó a un médico e hizo que trasladaran a Halpin a su propia casa. Desde allí, este fue llevado al asilo estatal para locos donde todavía se encuentra. Se sienta constantemente en meditación, a menos que uno intente despertarlo, y luego te dirige una sonrisa triste y compasiva y vuelve a sus cavilaciones. Y a excepción de esa sonrisa triste y compasiva, su única mirada es de indecible desesperación.
Charles R. Tanner (1896-1974)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de los Mitos de Cthulhu.
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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Charles R. Tanner: La vasija (Out of the Jar), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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