«Diario de una iniciada»: segunda parte.
Hace doce años compartimos un breve fragmento de Francis Barney, titulado Diario de una Iniciada, donde una mujer llamada Helen, en abril de 1952, registraba en un diario íntimo su iniciación en el satanismo y la magia negra, llegando por fin a realizar un pacto con el diablo. En esta ocasión, y después de muchos años, revelamos la segunda parte de aquella historia.
Antes de proseguir me gustaría decir algunas cosas respecto del Diario de una Iniciada.
Nuestro fragmento original del Diario de una Iniciada, publicado en noviembre de 2007, fue recogido por numerosos sitios, casi todos dedicados a sustraer contenido original y apropiárselo, sin brindar al lector mayores referencias. En aquella ocasión decidí reservar algunos datos sobre el original, teniendo presente que los apropiadores de contenido rara vez investigan algo acerca del material que sustraen.
En resumen: hay muchos Diarios de una Iniciada en la web, idénticos al nuestro, pero ninguna segunda parte, salvo ésta, que probablemente será compartida sin el consentimiento de El Espejo Gótico, razón por la cual aquí también nos reservamos algunas cartas bajo la manga, pensando en una tercera o cuarta parte en el futuro.
Esta segunda parte del Diario de una Iniciada, naturalmente, también le pertenece a Francis Barney. En nuestra versión original de la primera parte, la de 2007, omitimos el nombre del libro en el cual se encuentra el material, pero después de doce años ningún apropiador de contenido ha logrado añadir esa información, quizás porque las bibliotecas y los libros les están vedados por una antigua maldición.
En cualquier caso, el libro prohibido al que nos referimos fue publicado en 1957, y se llama: Plegaria a Satanás: misas negras de ayer y hoy (Prière à Satan: Messes noires d'hier et d'aujourd'hui). Aquí puede leerse un PDF del original en francés: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k3339601d.texteImage.
En esta segunda parte del Diario de una Iniciada, Francis Barney relata parte del exorcismo que se le realizó a Helen, años después de convertirse en adoradora de las tinieblas.
Diario de una iniciada: segunda parte.
Alzando su voz, de rodillas, el sacerdote ordenó:
—Exi ab eo corpore immunde spiritus*
Una voz ronca, que no era humana, lo interrumpió:
—¿Por qué no dices Vade Retro Satana, cerdo?
La voz demencial rompió en un hipo estertóreo y luego se transformó en una risa histérica.
—Ella nunca saldrá de aquí.
El sacerdote levantó lentamente su crucifijo:
—Cede ministro Christi, quanto tardius eris, tanto magis supplicium crescit**.
La mujer estaba estirada sobre una gran cama de campo. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y una baba blanquecina corría por la comisura de sus labios. Se llevó ambas manos hacia su pecho y se quitó la blusa. Sus senos saltaron. La carne pálida estaba marcada con finas líneas rojas, indudablemente marcas de sus propias uñas. Su voz era profunda, tan profunda que parecía imposible que le perteneciera a un ser humano.
Eructó:
—Estoy en Behemoth, ministro de Satanás, príncipe del inframundo. Behemoth es mi maestro, mi amante.
De nuevo la risa desgarradora.
La mujer laceraba sus muslos con sus propios dedos contraídos. Todo su cuerpo estaba tenso, voluptuosamente arqueado, hasta que empezó a temblar espasmódicamente. Su rostro extático se balanceó de izquierda a derecha. En un eructo gutural exclamó:
—¡Llévame, Behemoth! ¡Tienes mi sangre, mi alma, todo mi ser!
Helen se desplomó, exhausta. El sudor corría por su rostro. Gotas de sangre recorrían sus muslos. Su respiración era sibilante, como la de un enfermo de difteria.
El sacerdote seguía recitando sus oraciones y plegarias.
Miré lentamente a mi alrededor. No estabábamos en una miserable choza medieval, sino en la coqueta habitación de una granja de Saboya, en 1955, en un día soleado.
Un viejo reloj molía los minutos con su pesado péndulo. La cabeza de Helen ahora descansaba sobre la almohada. Su cabello, de un rubio intenso, le cubría el rostro, un rostro joven, demasiado joven para atravesar aquel tormento.
Poco a poco fueron entrando las mujeres, todas cubiertas con un velo blanco. El crepúsculo estaba invadiendo la habitación cuando ellas se arrodillaron al lado del sacerdote. Algunas rezaban sombrías plegarias al unísono, otras murmuraban, se tranquilizaban entre sí, mientras observaban, impávidas, el cuerpo de Helen recostado contra la blancura de las sábanas.
Salí en silencio.
Un viento helado barría los campos. Respiré como si me estuviese sofocando. De repente, sentí deseos de correr. Necesitaba sacudirme, probarme a mí mismo que no estaba viviendo una pesadilla. Un sentimiento de maldad indecible me invadió en el umbral de la casa.
La procesión de mujeres salió y se perdió entre los pastos. En ese momento, el sacerdote se asomó por la puerta. Con un gesto, me indicó que entrara.
El exorcismo había terminado por el momento. Helen dormía.
El sacerdote me lanzó una sonrisa poco convincente.
—¿Qué tal está tu esceptisismo? —dijo.
No respondí. En cambio, me dejé caer en una rústica silla de la cocina. Una mujer, no recuerdo su nombre, nos sirvió café.
El cura me extendió un diario manuscrito (el Diario de una Iniciada). Lo leí con creciente inquietud.
—Desde entonces —dijo el cura—, todas las tardes, a la misma hora, Helen se arroja en la cama y se entrega a las contorsiones más obscenas, a las blasfemias más atroces. Siempre invoca el nombre de Behemoth.
—¿No está histérica entonces? —pregunté.
—No. Está persuadida de ser la amante del diablo durante estos episodios, pero el resto del día es una joven tranquila y perfectamente equilibrada en términos psiquiátricos.
—¿Cómo es posible que esté tranquila?
—No guarda recuerdos de sus crisis.
—Horroroso.
—Hay algo peor —dijo el cura—. No logro exorcizar a ese espíritu inmundo. Su esposo está abatido, y los médicos, a pesar de no tener un diagnóstico claro, le recomendaron que sea internada. Mañana a primera hora la trasladan al manicomio.
Hubo un largo y doloroso silencio, y luego agregó:
—Se suponía que podía ayudarla.
El sacerdote parecía abrumado.
Un escalofrío repentino me sacudió. Debajo el frío ulular del viento que peinaba los campos se oyó un sonido gutural, distante, un eructo demencial que parecía burlarse de nosotros.
Subimos las escaleras a toda velocidad, aunque ya sabíamos que Helen había escapado. Su esposo yacía a los pies de la cama, ahorcado con las amarras que hasta hace poco sujetaban a la muchacha.
*¡Deja este cuerpo, espíritu inmundo!
**Obedece al Ministro de Cristo, cuanto más esperes, más sufrirás.
(Segunda parte del Diario de una Iniciada de Francis Barney)
Demonología. I Diarios Wiccanos.
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El artículo: «Diario de una iniciada»: segunda parte fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Gracias por traer esto aunque no me apasione. No me gustan las historias de miedo buaaaa. Y por los clones que aparecerán en tres, dos, uno; las indulgencias están descontinuadas hace muuuucho tiempo. ;)
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