El cuartito de Schrödinger: análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
«Ese cuartito siempre estuvo ahí.»
Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de Madeline Yale Wynne: El pequeño cuarto (The Little Room), publicado originalmente en la edición de agosto de 1895 de Harper’s Magazine; y luego reeditado en la antología de ese mismo año: El pequeño cuarto y otros relatos (The Little Room and Other Stories).
Resumen:
Una pareja de recién casados, Margaret y Roger Grant, viajan a Vermont para visitar a Hannah y María, tías de la novia, quienes siempre han vivido en la granja de la familia Keys. En el viaje, Margaret comenta una extraña historia sobre la casa. Las tías criaron allí a su media hermana [la madre de Margaret] hasta los diez años, cuando se fue a vivir a Brooklyn con otros parientes. Uno de los recuerdos más vívidos de la infancia de mamá era el de un pequeño cuarto claustrofóbico situado entre el salón y el comedor. Recordaba todos los detalles de ese espacio, desde los libros en los estantes hasta el sofá donde se recuperó de una larga enfermedad. Sin embargo, cuando llevó a papá a visitar la casa, sólo encontraron un armario poco profundo donde mamá recordaba la pequeña habitación.
La tía Hannah aseguró no se habían hecho remodelaciones, de hecho, sostuvo que nunca hubo un pequeño cuarto allí, solo el armario. María, que habitualmente respaldaba a su hermana, aseguró lo mismo. La conclusión a la que llegaron todos fue que mamá había sido una niña muy imaginativa.
Después de la muerte de papá, mamá llevó a Margaret a la granja para pasar el verano. En el camino, contó la historia de la habitación [aparentemente] inexistente. Era tan pequeña que a veces la llamaban «entrada», y de hecho tenía una puerta verde que daba al exterior. Enfrente había un sofá cubierto de cretona azul con un estampado de pavos reales. Cuando era una joven estudiante en Salem [¡alerta, brujería!], Hannah recibió la cretona de un capitán de navío que la cortejaba. Mamá pudo haber sido una niña imaginativa, pero que haya inventado la habitación con tanto detalle, a tal punto de sostener que fue el jornalero, Hiram, quien le habló del capitán de barco, parece excesivo.
Pero los recuerdos de mamá no terminan ahí. En un estante, decía, sobre una estera de lana roja, había una concha marina rosada que admiraba mucho. Una vez estuvo enferma y se quedó acostada en el sofá durante varios días, escuchando el eco de las olas en la concha. Es una pena que un recuerdo tan agradable fuera falso.
Con esta historia de fondo, lo primero que hace Margaret en casa de sus tías es correr a mirar dentro del armario... ¡y encuentra la pequeña habitación!
Cuando Margaret vuelve al comedor para informar a su madre, que ya estaba enferma, empalidece aún más. Hannah y Maria, con increíble calma, insisten en que siempre hubo un pequeño cuarto ahí, nunca un armario.
El cuartito obsesionaba a la madre de Margaret. A menudo, en medio de la noche, bajaba a mirarlo. Ese otoño murió.
Roger [esposo de Margaret] considera que toda la historia es absurda. Las habitaciones de una casa no aparecen y desaparecen de repente. Su esposa está de acuerdo; de todos modos, le pide que la tome de la mano cuando vayan a buscar el cuartito. Lo hacen mientras Hannah y Maria están lavando los platos después de la cena. Lo que encuentran es un armario.
Margaret pregunta a las tías sobre cuándo remodelaron la casa. Nunca, es su respuesta. Nunca hubo una pequeña habitación, solo el armario.
Cinco años después de esta visita a Vermont, Margaret, Roger y sus hijos se mudan a Europa. Margaret piensa en visitar a sus tías primero, pero pospone el viaje. En cambio, le pide a su prima, Nan,y a una amiga, Rita, que visiten la granja de camino a su campamento de verano. Nan es la primera en llegar. Le avisa a Rita que sí hay una pequeña habitación, no un armario.
Cuando llega Rita encuentra un armario.
Las tías dicen que siempre hubo un armario, nunca una pequeña habitación.
Días después, Rita y Nan discuten toda la noche sobre sus diferentes experiencias. A la mañana siguiente deciden resolver el asunto volviendo juntas a la granja. Llegan demasiado tarde: les dice un granjero en el camino. La granja se quemó hasta los cimientos la noche anterior.
***
El pequeño cuarto prueba que no es necesario apelar a lo monstruoso para inducir inquietud en el lector. A veces, las contradicciones más pequeñas pueden sacudir nuestro sentido de la realidad.
Por supuesto, las criaturas de pesadilla que escapan a la comprensión humana son aterradoras, pero en cuanto a las cosas capaces de quitarte el sueño, El pequeño cuarto toca un nervio particularmente sensible: no poder confiar en tus propias experiencias.
Estas fisuras en el tejido de la realidad no tienen por qué ser espectaculares; basta una pequeña alteración para que la realidad ya no sea algo consensuado.
Este cuartito que entra y sale de nuestra dimensión, quizás dependiendo del punto de vista de la observadora, no parece tener nada excepcional en su interior, al menos a simple vista. Madeline Yale Wynne deja algunas insinuaciones pero no profundiza en ellas. Por ejemplo, menciona la presencia de libros encuadernados en cuero que insinúan algún tipo de conocimiento prohibido:
«Todos los libros eran de color cuero, excepto uno, que era de un rojo vivo y se llamaba Álbum de las Damas. Formaba un claro contraste con los otros libros más gruesos.»
El pequeño cuarto de Madeline Yale Wynne y El papel tapiz amarillo (The Yellow Wallpaper) de Charlotte Perkins Gilman parecen piezas complementarias. La claustrofobia, el aislamiento de la protagonista femenina, la ruptura de la percepción [o de la realidad percibida] en una habitación capaz de cambiar de forma, son elementos muy parecidos. También comparten casas extrañas y maridos que no colaboran con la situación. Sin embargo, Margaret Grant está en una posición un poco más afortunada que Jane. Al menos su esposo es más amable y comprensivo. Parte de este poltergeist edilicio, por llamarlo de algún modo, se resume en la forma en que la casa genera conflictos entre la pareja, a pesar del tono amigable de su relación.
Además, Margaret no está indefensa ni prisionera. Jane, en el cuento de Mary Wilkins Freeman, está atravesando una brote psicótico en medio de una depresión post-parto. Está postrada en cama, por lo que no tiene otra cosa que hacer que mirar el empapelado y sus cambiantes patrones [ver: Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo»]. En cambio, Margaret no parece sufrir nada fuera de lo común, excepto esta pizca de lo unheimliche que se ha infiltrado en su vida, por lo demás ordinaria.
Lo peor de El pequeño cuarto es el final. No está a la altura del resto de la historia. Solo tenemos al viejo granjero que informa que la casa se quemó con todo lo que había en su interior. El misterio queda sin resolver. Ni siquiera sabemos qué pasó con Hannah y Maria. ¿Se quemaron con la casa? ¿O será que las tías nunca existieron, y por eso el granjero no informa ninguna muerte? Afortunadamente, Madeline Yale Wynne escribió una segunda parte, que traduciremos y comentaremos la semana siguiente, titulada Secuela de La pequeña habitación (The Sequel to The Little Room).
El pequeño cuarto plantea una paradoja freudiana: ¿es peor la existencia de un cuarto que aparece y desaparece sin causa aparente, o que seas sólo tú quien es capaz de verlo? Las cosas se ponen realmente extrañas cuando las personas que nos rodean se niegan a tomarnos en serio, cuando tu realidad, que ahora incluye la presencia de un cuarto evasivo, ya no es consensuada con los demás.
El punto de vista de la mayoría le llama locura.
Las Tías en esta historia son bastante extrañas, no por su conducta rígida, casi puritana, sino por su completo desinterés por este misterio situado en el centro de su hogar. Digo «parecen» porque esa extrañeza depende de la perspectiva. Es cierto, a veces dicen que siempre hubo un cuartito, otras que siempre hubo un armario, pero en todos los casos dicen lo que hay en ese momento. Ellas tienen consenso con la realidad presente, y, cuando esta cambia, también cambian sus declaraciones.
La otra alternativa es un poco más lógica: las Tías simplemente están negándose a reconocer esta fisura en la realidad porque desafía su concepción rígida y puritana del mundo. ¿O será que ellas también están siendo manipuladas por la casa, como si fueran títeres? La proverbial rigidez que las caracteriza podría deberse a la dificultad con la que la casa tira de sus hilos. ¿Acaso son fantasmas? Después de todo, siempre están dentro de la casa. Pero creo que esto es llevar las cosas innecesariamente lejos.
No todas las casas malignas están embrujadas. Están las que quieren que te vayas, y harán todo lo posible para impresionarte. Algunas son genuinas usinas de fenómenos paranormales. Otras casas quieren que te quedes para consumirte lentamente, como Hill House de Shirley Jackson [ver: «Y lo que fuera que caminase allí, caminaba solo»]. La casa de El pequeño cuarto no parece pertenecer a ninguna de estas categorías; de hecho, si la visitas una sola vez no verás nada extraño, sólo un cuartito o un armario. Si nunca regresas no podrías saber que el cuartito o el armario, en opinión de sus habitantes, nunca estuvo ahí.
En todas las historias de casas embrujadas, hambrientas, parasitarias, o simplemente malignas, siempre encontramos una habitación que funciona como el eje de los acontecimientos extraños. Puede ser un sótano o un cuarto donde se cometieron actos atroces, un asesinato, magia negra, y es allí donde los espíritus gritan más fuerte [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]. La pequeña habitación sacude los cimientos de este tropo. No está embrujada en el sentido tradicional; es en sí misma una violación del orden natural. A veces está allí, a veces no. Su misterio se centra en qué determina su estado [existente o no existente], y eso recae exclusivamente en la persona que la percibe.
Entonces, ¿el cuartito existe o no?
Madeline Yale Wynne no hace demasiado para dar una respuesta convincente, pero la solución más lógica, es decir, la que admite la posibilidad de lo sobrenatural, es que sí existe. No se puede engañar a todas las personas que lo han visto, ¿no? Es cierto, Margaret y su madre han visto el cuartito cuando eran niñas, y luego no lo perciben como adultas. Podemos descartar esto como el producto de una fantasía juvenil. Pero, ¿qué pasa con la prima Nan? No tenemos razones para descartarla por fantasiosa. Todo lo contrario, junto con Rita, ella es la persona indicada para llegar al fondo del asunto. Incluso el pragmático Roger admite que hay algo extraño con este asunto de la habitación.
Entonces, ¿cuáles son las reglas que determinan la presencia y la ausencia de la pequeña habitación?
El único patrón que pude encontrar es cierta atmósfera de negatividad y discordia asociadas a la presencia del cuartito. Cuando está, provoca la ruptura de la confianza entre los recién casados, el miedo que termina enfermando a la madre de Margaret, y la pelea entre Rita y Nan.
Es evidente que el misterio del cuartito reside en la relación entre Hannah Keys y el capitán de barco que conoció mientras estudiaba [¿brujería?] en Salem, Massachusetts. Lo único que sabemos con certeza sobre este vínculo es que el Capitán le dio a Hannah la tela azul con motivos de pavo real que cubre el sofá de la pequeña habitación. Supuestamente ella podría haberse casado con él, pero no lo hizo. Tal vez por eso María se sonroja cuando Rita menciona al Capitán. No es mucho, casi nada como para reconstruir una explicación, pero de todos modos lo intentaré.
El cuartito es una especie de realidad paralela, quizás creada artificialmente por Hannah, a partir de su historia frustrada con el Capitán. Es un equivalente personal y retorcido del concepto de «habitación propia» de Virginia Woolf. La «ficción» de Hannah no es la escritura, como en el caso de Woolf, sino el cuartito, donde ella guarda la tela, la concha marina, y otros objetos relacionados con el Capitán, como aquellos libros encuadernados en piel y acaso traídos desde costas lejanas. No es que Hannah esté creando psíquicamente el cuartito; este existe como contenedor de sus recuerdos, de lo que pudo haber sido en otra realidad.
Dado lo reservadas que son las Tías respecto del Capitán, el vínculo con Hannah evidentemente oculta algo que las avergüenza, algo que no quieren recordar, que debe mantenerse oculto, pero cuya naturaleza traumática a veces retorna y se corporiza en el cuartito. ¿Un hijo ilegítimo? ¿Una hija? ¿Tal vez la madre de Margaret? Después de todo, no era extraño que el hijo ilegítimo de una madre adolescente fuera criado como su hermano menor. En ese caso, Margaret no sería la sobrina de Hannah, sino su nieta; por lo que el cuartito sería accesible por línea materna en una especie de trauma transgeneracional.
Por eso la madre de Margaret estuvo en el cuartito cuando enfermó. Nadie más que la hija biológica de Hannah [y del Capitán] merecía estar en ese espacio que ella había creado. Quizás estando allí la madre de Margaret comprendió que era más que la media hermana de Hannah.
Algo escandaloso ocurrió entre Hannah y el Capitán. No creo que haya sido traumático en términos de abuso. En ese caso, ¿por qué Hannah colocaría la tela sobre un sofá que resulta ser el mobiliario dominante de la habitación, justo frente a la puerta que da al exterior. Sin embargo, la Casa es una metáfora frecuente del cuerpo humano, especialmente del cuerpo femenino; por lo que el cuartito podría ser una parte sublimada del cuerpo de Hannah. ¿Tal vez un órgano? El armario siempre está debidamente cerrado, y contiene las piezas más «frágiles» de la vajilla. El cuartito, en cambio, con los recuerdos innobles del Capitán, se «abre» con facilidad, sobre todo para las niñas pequeñas, demasiado inocentes como para comprender su significado... [ver: La Casa como representación del cuerpo de la mujer]
Es claro que el cuartito representa el secreto que Hannah guarda con culpa.
En Secuela de La pequeña habitación, Margaret tiene un sueño después del incendio de la casa [del que ella todavía no está informada], donde Hannah se aparece en su dormitorio y le dice que el cuartito nunca tuvo nada que ver con Margaret ni con su madre. Esa habitación era suya. Y ahora ya no molestará a nadie más. A partir de esta declaración, según la interpretación que Margaret hace de su sueño, la tía Hannah debe estar muerta.
Taller gótico. I Relatos de Madeline Yale Wynne.
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2 comentarios:
Lograste interesarme para leerlo!!!
Es un relato fantástico, tiene un aura de raro que lo envuelve todo.
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