«El pequeño cuarto»: Madeline Yale Wynne; relato y análisis.
El pequeño cuarto (The Little Room) es un relato de fantasmas de la escritora norteamericana Madelene Yale Wynne (1847-1918), publicado en la edición de agosto 1895 en la revista Harper's Magazine. [ver: El cuartito de Schrödinger: análisis de «La pequeña habitación»]
El pequeño cuarto, probablemente el mejor cuento de Madeline Yale Wynne, relata la historia de Margaret y Roger, una pareja de recién casados que viajan a Vermont para visitar a sus tías, quienes siempre han vivido en la antigua Casa Keys, sobre la cual se tejen escalofriantes historias.
La mayoría de las historias de fantasmas giran en torno a la aparición de alguien que regresa de la tumba con un propósito: advertir, reparar un crimen, o buscar venganza (ver: Casas Embrujadas vs. Casas Malditas). Sin embargo, existe otra categoría, acaso más interesante e inusual, donde es el espacio en sí mismo, incluso un pequeño cuarto, el verdadero fantasma de la historia (ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror)
Algo de eso sucede en El pequeño cuarto de Madeline Yale Wynne, un dispositivo sumamente interesante que luego sería elevado a su máxima expresión en La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House), de Shirley Jackson (ver: La verdadera Entidad que se esconde Hill House)
Al contrario de otros cuentos de fantasmas de la época, El pequeño cuarto de Madeline Yale Wynne confronta directamente lo femenino con lo fantasmagórico; cuando lo habitual es que ambos sean yuxtaposiciones. Madeline Yale Wynne presenta un espacio embrujado ante la presencia no menos inquietante de lo femenino, reflejando de un modo brillante las complejas articulaciones de una sociedad que recluye a la mujer al ámbito de lo doméstico (ver: Horror Doméstico)
El pequeño cuarto.
The Little Room, Madeline Yale Wynne (1847-1918)
-¿Podría encontrar algún salón para fumar?
-Puedes hacerlo en cualquier otro lado; solamente, tu sabes, Roger, no debes fumar en la casa. Temo que si alguien fuma, la Tía Hannah se pueda enfadar. Ella es de Vermont, Nueva Inglaterra, y es muy enojadiza.
-Déjame a Tía Hannah a mí: podré encontrar su lado tierno. Le preguntaré acerca del viejo capitán y del percal amarillo.
-No es un percal amarillo, sino cretona azul.
-Bueno, entonces una concha amarilla.
-¡No, no! No mezcles las cosas; no sabes lo que te espera.
-Ahora dime de nuevo que es exactamente lo que tengo que esperar, no escuché mucho acerca de ello el otro día; era algo extraño que pasó cuando tu eras niña, ¿no es verdad?
-Algo que comenzó mucho antes de eso, y siguió pasando, y puede que siga, pero espero que no.
-¿Qué pasó?
-Me pregunto si la otra gente, en el auto, puede escucharnos.
-Imagino que no; nosotros no podemos escucharlos a ellos.
-Bien, mamá nació en Vermont, tu sabes; ella fue la única hija de un segundo matrimonio. Tía Hannah y Tía Maria son por ende, medias hermanas de ella, y medias tías mías.'
-Espero que sean la mitad de lindas como tu.
-Roger, habla más bajo, o ciertamente te escucharán.
-Bueno, ¿pero no quieres que sepan que estamos casados?
-Sí, pero no estamos recién casados. Esta es toda la diferencia.
-¡Temes que nos veamos muy felices!
-No; solamente quiero que mi felicidad sea toda mía.
-Bueno, ¿la habitación pequeña?
-Mis tías rebasaban a mamá. Ellas tenían casi veinte años más que mamá. Puedo decir que Hiram y ellas la llevaron ahí. Verás, Hiram fue empleado por el abuelo cuando era joven, y cuando el abuelo murió, Hiram decidió quedarse para trabajar en la granja. Él fue el único refugio de mi madre del decoro de mis tías. Ellas siempre estaban trabajando. Me hacen pensar en aquella mujer de Maine que quiso que su epitafio fuera: 'Fue una mujer que trabajó duro.
-Ellas deben ser bastante mayores. ¿Qué edad tienen?
-Setenta, más o menos; pero morirán de pie; o, al menos, una noche de sábado, luego que todo el trabajo de la casa haya terminado. Eran muy estrictas con mamá, y supongo que ella habrá tenido una infancia solitaria. La casa estaba a casi una milla de cualquier vecino, en la cima de lo que llamaban Stony Hill. Es fría y sombría, incluso hasta en verano. Cuando mamá tenía unos diez años, ellas la enviaron con unas primas en Brooklyn, quienes tenían sus niños, y con quienes era más apropiado que ella se criara. Ella estuvo allí hasta que se casó: no regresó a Vermont en todo ese tiempo, y por supuesto, no vio a sus hermanas, ya que ellas nunca salían de la casa. Ni siquiera fueron a Brooklyn para asistir al casamiento, así que ella y mi padre fueron de viaje de casados allí.
-¿Y ese es el motivo por el que hemos hecho este viaje?
-No Roger, tu no tienes idea que tan fuerte estás hablando.
-Tu nunca me dices eso, excepto cuando estoy por decir una cierta palabrita.
-Bueno, no la digas, entonces, o dila muy, muy bajo.
-Bien, ¿cuál era la cosa extraña?
-Bueno, ellas estaban en la casa, mamá quería llevar a papá derecho al pequeño cuarto; ella le había contado acerca de ello, tal y como yo te conté, y ella le dijo que de todas las habitaciones de la casa, esa era la más apacible. Ella le describió los muebles, los libros y todo, y dijo que estaba ubicada en el ala norte, entre el frente y el cuarto trasero. Bien, cuando fueron a verlo, no había cuarto pequeño allí; solo un armario chino. Ella preguntó a sus hermanas cuándo había sido construído ese armario. Ambas dijeron que la casa había estado así desde su construcción, que nunca habían hecho ningún cambio, excepto para tirar abajo un viejo cobertizo de madera y construir uno más pequeño. Papá y mamá reían a menudo de esto, y cuando alguien se perdía, o desaparecía, ellos siempre decían que se había ido al pequeño cuarto, y cualquier declaración exagerada era denominada pequeño cuarto. Cuando era niña pensaba que era una frase usual, ya que la escuchaba a menudo. Bien, ellos lo hablaron, y finalmente concluyeron que mi madre habría tenido una imaginación muy frondosa de niña y que habría leído en algún libro algo acerca de un pequeño cuarto, o quizás lo habría soñado, y eso le hizo confundirse y creerlo, de manera que realmente pensaba que el cuarto estaba allí.
-¡Vaya! Por supuesto, tranquilamente pudo haber sido eso.
-Sí, pero tu aún no has escuchado la parte extraña; espera y verás si puedes explicar el resto con la misma facilidad. Ellos estuvieron en la hacienda por dos semanas y luego regresaron a Nueva York para vivir. Cuando yo tenía ocho años mi padre falleció en la guerra, y mi madre estaba muy triste. Ella nunca se recobró del todo, y ese verano, decidimos ir a la casa por los tres meses. Yo era una niña incansable, y el viaje me pareció muy largo: finalmente, para pasar el tiempo, mamá me contó la historia del pequeño cuarto, como fue todo de su imaginación, y como encontró solamente un armario chino. Ella me contó todos los detalles; y a mí, que sabía de antemano que todo lo del cuarto era fantasía, me pareció como si fuera real. Ella dijo que estaba en el ala norte, entre el frente y los cuartos traseros; que era muy pequeño, y que tenía una puerta que abría afuera, que estaba pintada de verde y que estaba cortada al medio, como las viejas puertas holandesas, de manera que podía ser utilizada como ventana si se le abría la parte superior. Frente a la puerta había un sofá; estaba cubierto con una tela, cretona azul, la cual había sido traída por un viejo capitán de Salem de la India. Se la había dado a Maria cuando ella era un niña. Ella había ido a Salem, para estudiar en el colegio durante dos años. Además, el abuelo, originalmente venía de Salem. Pero no había ningún cuarto o cretona. Pensaron que mamá lo imaginó todo, y sin embargo ella me contaba el color de cada cosa, ¡hasta recordaba que Hiram le había contado que Maria se podría haber casado con el capitán si ella lo hubiera querido! La tela de la India tenía dibujos estampados de un pavo. La cabeza y el cuerpo del ave estaban de perfil, mientras que la cola, que se veía detrás, estaba de frente. Parecía haber tomado la imaginación de mamá, ya que ella me lo dibujó en un pedazo de papel mientras me hablaba. ¿No te parece extraño que que ella pudiera inventarlo todo o siquiera soñarlo?
Al pie del sofá había algunas repisitas con algunos libros viejos. Todos los libros tenían tapas de color cuero, excepto uno; este era de un rojo brillante, y era llamado 'Album de Damas'. Marcaba una gran discontinuidad entre los demás libros gruesos. En el estante más bajo había una bella concha rosada, sobre una esterilla hecha de bolitas rojizas. Esta conchilla era muy codiciada por mamá, pero ella solo tenía permitido jugar con esta cuando se portaba muy bien. Hiram le había mostrado como ponérsela en el oído y escuchar el ruido del mar en ella. Se que tu eres como Hiram, Roger, él es un personaje. Mamá recordaba, o creía recordar, haber estado una vez muy enferma, y haber estado acostada varios días en ese sofá; llegó un momento en que estaba tan familiarizada con el lugar que se le dejó jugar con la conchilla todo el tiempo. Le llevaban tostadas con té. Era uno de los recuerdos más afectuosos de su niñez; y fue la primera vez que ella tuvo alguna importancia para alguien. Justo a la cabeza del sofá había una lámpara de pie, que tenía una muy brillante bujía y una charola de bronce. Eso es todo lo que recuerdo de su descripción, excepto por una alfombra en el piso, y sobre la pared un bello papel floreado (rosas e ipomeas en forma de corona sobre un fondo azul claro). El mismo papel que estaba en la pared que tenía la puerta que abría a la habitación."
-¿Y esto solo existió en su imaginación?
-Me dijo que cuando ella y papá fueron allí, no había ninguna habitación pequeña ni nada parecido en toda la casa; solo ese armario chino donde ella creía que tenía que estar el cuarto.
-Y tus tías dijeron que jamás había habido cuarto alguno allí.
-Eso mismo dijeron.
-¿No había ninguna cretona azul en la casa con figuras de gansos?
-Para nada, y Tía Hannah dijo que ella jamás había visto nada parecido; y Maria solo recalcó sus palabras. Tía Hannah es una mujer propia de Nueva Inglaterra. Ella va de un lado para otro, está siempre yendo y viniendo, de una manera muy característica. No creo que en toda su vida se haya recostado jamás, o sentado en una silla. Pero Maria es diferente; ella es suave y gorda; ella nunca tiene ideas propias: nunca tuvo ninguna. No creo que que ella tuviera alguna vez algún pensamiento contrario al de Tía Hannah, así que ¿qué hubiera dicho? Ella era un eco de Hannah. Cuando mamá y yo vinimos aquí, por supuesto, yo estaba muy excitada con ver el armario chino, y tenía una sensación de que iba a ver el pequeño cuarto. Así que corrí y abrí la puerta con rapidez. Y luego me puse a gritar, 'Ven y mira el pequeño cuarto. Y, Roger, dijo Mrs. Grant, colocando su mano en la de él, "había realmente un pequeño cuarto ahí, exactamente donde mi madre lo recordaba. Estaba el sofá, la cretona con el pavo, la puerta verde, la conchilla, el papel con rosas e ipomeas, todo, exactamente como ella me lo habría descripto.
-¿Y que diablos dijeron las hermanas sobre esto?
-Aguarda un minuto y te lo diré. Mi madre estaba todavía en el vestíbulo hablando con Tía Hannah. Ella no me escuchó al principio, pero volví a correr hacia la puerta, y le tomé la mano y la arrastré a través de todas las habitaciones, diciendo, 'el cuarto está ahí'. Pareció por un minuto como si mi madre fuera a desmayarse. Ella me aferró casi aterrorizada. Puedo recordar qué pálida se veía y con qué expresión me miraba. Llamé a Tía Hannah y le pregunté cuando habían sacado el armario chino y construído el pequeño cuarto; en mi excitación pensé que eso había pasado. 'Ese pequeño cuarto siempre ha estado ahí,' dijo Tía Hannah, 'desde que la casa fue construída.' 'Pero mamá me dijo que no había ningún cuarto ahí, solamente un armario chino, lo vio cuando vino con papá,' dije yo. 'No, nunca ha habido un armario chino ahí; siempre ha sido como lo ves ahora,' dijo Tía Hannah. Entonces mi mamá habló; su voz sonaba débil y lejana. Ella dijo, lentamente y como con un esfuerzo, 'Maria, ¿no recuerdas que tu me dijiste que nunca había habido ningún cuarto ahí, y Hannah dijo lo mismo, y entonces yo dije que lo debí haber soñado?' 'No, no recuerdo nada de eso,' dijo Maria, sin la menor emoción. 'No recuerdo que hubieras dicho nada al respecto de ningún armario chino; la casa nunca ha sido alterada; tu solías jugar en esta habitación cuando eras una niña, ¿no recuerdas?' 'Lo sabía,' dijo mamá, en ese tono bajo que me hizo asustar. 'Hannah, no recuerdas mi descubrimiento del armario chino aquí, con la porcelana china con borde dorado en los estantes, y que entonces me dijiste que el armario siempre había estado allí?' 'No,' dijo Hannah, en tono afable y carente de emoción alguna, 'no, no recuerdo que tu me hubieras preguntado acerca de ningún armario con porcelana china, y nosotras nunca tuvimos ninguna porcelana que yo sepa.' Y esto fue lo más extraño de todo. Nunca pudimos hacerlas recordar nada del asunto. Tu puedes imaginarte que ellas habrían recordado cuán sorprendida se había visto antes mamá, a no ser que ella hubiera imaginado todo. ¡Oh, fue todo tan raro! Ellas parecían tan tranquilas, como si no sintieran ningún interés o curiosidad. Esta fue siempre su respuesta: 'La casa siempre había estado así; nunca se hicieron cambios, que yo sepa.'
Y mi mamá estaba agonizando de perplejidad. ¡Con qué frialdad me miraba! Parecía que se quebraría en cualquier momento. Muchas veces, durante ese verano, en el medio de la noche, la vi levantarse, tomar una vela y bajar silenciosamente las escaleras. Puedo escuchar las escaleras de madera crujiendo bajo sus pisadas. Ella iba a través de la habitación del frente y miraba fijamente en la oscuridad, teniendo la vela con su delgada mano. Me parecía que pensaba que el pequeño cuarto podía desvanecerse. Luego volvía a la cama y se revolvía toda la noche, o se quedaba quieta y temblando; eso solía asustarme. Se puso pálida y delgada, y comenzó a tener un poco de tos; no le gustaba quedarse sola. Algunas veces me mandaba a buscar algo al cuarto, un libro, su abanico, su pañuelo; pero nunca quería sentarse allí o dejarme estar mucho tiempo. Algunas veces me prohibía ir durante días enteros. ¡Oh, fue lamentable! Bien, no hablemos más acerca de ello, Margaret, si esto te hace sentir mal," dijo Mr. Grant. Oh, sí, quiero que lo sepas todo, y además ya no hay mucho más por contar... sobre el cuarto.
Mamá nunca se recuperó bien, y falleció ese otoño. Solía llorar y decirme, con una anémica sonrisa, 'Hay una sola cosa por la que me alegro, Margaret: tu padre sabía todo sobre el pequeño cuarto.' Creo que estaba atemorizada de que yo desconfiara de ella. Por supuesto que, siendo solo una niña, pensaba que había algo raro sobre este asunto, pero jamás me había puesto a pensar mucho en eso. Para mí todo era parte de su enfermedad. Pero Roger, tu sabes, en realidad me afectó. Casi odio tener que ir ahí, luego de hablar de ello; me siento como si me fuera a encontrar, tu sabes, con un armario chino de nuevo.
-Esa es una idea absurda.
-Lo se; por supuesto que no puede ser. Vi el cuarto, y no había ningún armario chino ahí, y nunca hubo porcelana china con bordes dorados en esta casa. Y entonces ella susurró, "Pero, Roger, tu debes tomar mis manos como ahora, cuando vayamos a ver el pequeño cuarto.
-¿Y tu no recordarás los ojos grises de Tía Hannah?
-No recordaré nada.
Era el anochecer cuando Mr. y Mrs. Grant llegaron a la puerta, bajo los dos viejos álamos lombardos y caminaron a través de la angosta senda hacia la puerta de la casa, donde se encontrarían con las dos tías. Hannha dio a Mrs. Grant un gélido pero no poco amistoso beso; y Maria pareció por un momento temblar al borde de la emoción, pero miró a Hannah, y luego dio su saludo en la misma manera reprimida manera. La cena ya estaba servida para ellos. En la mesa había porcelana china con bordes dorados. Mrs. Grant no se percató de ellas inmediatamente, hasta que notó la sonrisa de su marido sobre su taza de té; entonces ella se comenzó a sentir nerviosa y no pudo comer. Estaba ansiosa, y se preguntaba constantemente que habría detrás suyo, si un pequeño cuarto o un armario. Luego de la cena, ella ofreció dar una mano con los platos, pero, fue inútil. Maria y Hannah no aceptaban ser ayudadas. Así que ella y su marido fueron a buscar el pequeño cuarto, o el armario, o lo que fuera que hubiera ahí. Tía Maria los siguió, alumbrándolos con una lámpara. Ella luego regresó para continuar lavando la vajilla. Margaret miró a su marido. Él la besó, porque ella se veía preocupada; y entonces, tomándole la mano, abrieron la puerta. La abrieron a un armario chino. Los estantes estaban pulcramente solapados con papel afestonado; sobre ellos estaban las porcelanas; faltaban aquellas piezas que habían sido utilizadas en la cena, y que en ese mismo momento estaban siendo cuidadosamente fregadas y puestas a escurrir por las dos tías.
El marido de Margaret dejó caer su mano y la miró. Ella estaba temblando un poco, y se volvió para pedir ayuda, alguna explicación, pero en un instante se dio cuenta que algo estaba mal. Una nube la había tapado; él estaba herido, estaba contrariado. Hizo una considerable pausa, y luego dijo bondadosamente, pero con una voz que la serruchó profundamente:
-Estoy feliz que esta cosa ridícula haya terminado; no hablemos de nuevo de esto.
-¡Terminado! -dijo ella-. ¿Cómo terminado?" Y su voz sonó tal y como la de su madre, cuando parada en ese mismo lugar, cuestionó a sus hermanas acerca del pequeño cuarto. Ella parecía tener que arrastrarse para expulsar sus palabras. Habló lentamente: "Me parece que en mi caso, este es solo el comienzo. Fue como cuando mi madre..."
-Margaret, en verdad deseo que dejemos este asunto. No quiero comenzar a escucharte hablar de tu madre y su relación con esto..." -Él vaciló, ya que estaban en su noche de casamiento.- No parece oportuno, delicado, tu sabes, utilizar su nombre en esto.
Ella vio todo el panorama: él no le creía. Sintió un escalofrío bajo su mirada.
-Vamos, -agregó-, dejemos esto, vamos al salón, a algún lado, cualquier otro sitio, solo dejemos esta tontería.
Él salió; ya no la tomaba de la mano, estaba fastidiado, desconcertado, herido. ¿No le había dado su simpatía, su atención, su confianza, y su mano? Y ahora ella estaba tomándole el pelo. ¿Qué significaba esto? Ella era tan veraz, tan lejana a cosas morbosas. Él caminó de un lado a otro, bajo los álamos, tratando de calmarse un poco y volver a reunirse con ella en la casa. Margaret le escuchó saliendo; entonces ella se volvió y sacudió los estantes; pasó su mano por detrás de ellos y trató de apretar las tablas; caminó por toda el ala norte de la casa, en la oscuridad, y trató de encontrar con sus manos, una puerta o algún escalón que diera a una puerta. Ella se desgarró el vestido en un viejo rosal, se tropezó, cayó y se levantó, luego se sentó en el piso y trató de pensar. ¿Qué podía pensar? ¿Qué estaba soñando? Ella entró en la cocina y le suplicó a Tía Maria que le contara sobre el pequeño cuarto, que había pasado con él, cuando había sido puesto el armario, cuando habían comprado ellas la porcelana china con borde dorado. Ellas estaban terminando de lavar los platos y estaban secándolos metódicamente con repasadores inmaculados; y mientras seguían trabajando dijeron que nunca había habido ningún pequeño cuarto, hasta donde ellas sabían; que el armario chino siempre había estado allí, y que la porcelana china había pertenecido a su madre, y siempre había estado en la casa.
"No. No recuerdo que tu madre jamás nos preguntara sobre algún pequeño cuarto," dijo Hannah. "Ella no estaba muy bien ese verano, pero nunca preguntó sobre ningún cambio en la casa; nunca hemos hecho cambios."
Ahí estaba de nuevo: ningún signo de interés, curiosidad o contrariedad. Ella salió para verlo a Hiram. Él estaba hablando con Mr. Grant sobre la granja. Ella quería preguntarle sobre el cuarto, pero sus labios estaban sellados ante su marido. Meses después, cuando el tiempo hubo reducido tales sentimientos, ella intentó conjeturar razones para el fenómeno, que Mr. Grant había aceptado como algo no para ridiculizar o para que fuera tratado con burla, sino para ser puesto como algo inexplicable por teorías ordinarias o comunes. Margaret solo en su corazón, sabía que las palabras de su madre tenían una profunda significancia, más de la que ella había soñado jamás: 'Hay una sola cosa por la que me alegro, Margaret: tu padre sabía todo sobre el pequeño cuarto,' y ella se preguntaba si Roger le creería. Cinco años después, ellos estaban por viajar a Europa. Las maletas ya estaban hechas, y los niños estaban dormidos, pero con sus cosas de viaje listas para una rápida partida. Roger tenía un puesto en el exterior. No volverían a América por algunos años. Ella había querido ir a decir adiós a sus tías; pero una madre de tres chicos intenta hacer muchas cosas que al final no logra. Una cosa ella quería hacer un día, y, haciendo una pausa por un momento, antes de comenzar a escribir dos notas que debían ser enviadas antes de irse a la cama, dijo:
-Roger, ¿recuerdas a Rita Lash? Bien, ella y su prima Nan van a las montañas Adirondacks cada otoño. Ellas son chicas listas, y les he encargado con algo que quería hacer desde hace mucho.
-Ellas son las chicas para la tarea, entonces.
-Lo se, y ellas van a hacerlo.
-¿Bien?
-Es que, verás, Roger, ese pequeño cuarto...
-¡Oh...!
-Sí, fui una cobarde por no ir yo misma, pero no tuve tiempo, y tampoco tuve el coraje.
-¡Oh! Era eso, era eso.
-Sí, solo eso. Ellas irán, y luego nos escribirán.
-¿Quieres apostar?
-No; solo quiero saber.
Rita Lash y su prima Nan planeaban pasar por Vermont en su camino a las Adirondacks. Tenían tres horas libres entre dos trenes, lo que les daba tiempo para dirigirse a la granja de las Keys, y de poder llegar al anochecer al campamento. Pero, a último minuto, Rita estuvo impedida de ir al campamento. Nan tuvo que ir al campamento de las Adirondacks, y prometió telegrafiarle cuando llegase. Imaginen la sorpresa de Rita cuando reicibió este mensaje:
"Llegué bien; también fui a la granja Keys; es un pequeño cuarto."
Rita estaba asombrada, ya que no pensaba en lo más mínimo que Nan fuera allá. Ella creía que era todo un engaño; pero se puso en mente llevar la broma hasta realmente detenerla cuando ella volviera, cosa que anunció para el día siguiente. Ella fue allá. Se presentó ante las dos tías solteronas, que parecían familiares, tal y como se las habría descripto Mrs. Grant. Ellas, a pesar de no mostrarse cordiales, no estaban desconcertadas por esta visita, y quisieron mostrarle toda la casa. Como ellas dijeron que no habían recibido la visita de ningún extraño últimamente, ella confirmó su sospecha de que Nan nunca había estado allí. En el cuarto norte, ella vio el empapelado de rosas e ipomeas en la pared, y también la puerta que se abría a... ¿qué?
Ella les preguntó si podía abrirla.
"Ciertamente," dijo Hannah; y Maria repitió, "Ciertamente."
Rita la abrió y encontró un armario chino. Experimentó un cierto alivio; al final no era ningún hechizo. Mrs. Grant había visto un armario chino; ella encontró lo mismo. Bien. Pero luego trató de inducir a las viejas hermanas a recordar que durante varias veces, le habían hecho ciertas preguntas relativas a una confusión sobre si el armario había sido siempre un armario. Pero fue inútil; sus ojos pétreos no dieron signo alguno. Entonces ella pensó en la historia del capitán, y dijo: "Miss Keys, ¿alguna vez usted tuvo un sofá cubierto con cretona india, con una figura de un pavo en ella, que se la dio en Salem un capitán de barco, quien la habría traído de la India?"
-No, jamás me dieron eso, -dijo Hannah. Eso fue todo. Ella creyó ver que las mejillas de Maria estaban un poco sonrojadas, pero sus ojos mantenían el aspecto pétreo.
Esa noche, Rita llegó a las Adirondacks. Cuando ella y Nan estuvieron solas en su cabaña, Rita dijo:
-Por cierto, Nan, ¿qué viste en la casa? ¿Y cómo te cayeron Maria y Hannah?
Nan no sospechaba que Rita hubiera estado allí, y ella comenzó a narrar excitadamente el relato de su visita. Rita casi estaba por creer que Nan había ido allí, si no hubiera estado segura que no fue así. Ella la dejó continuar su narración por algún tiempo, acompañando con entusiasmo la impresionante manera que ella describió el momento en que abrió la puerta y encontró el 'pequeño cuarto.' Entonces, Rita dijo:
-Ahora, Nan, ya son suficientes mentiras. Ayer, fui a la casa yo misma, y no había ningún pequeño cuarto, y nunca había habido ninguno; es un armario chino, tal y como Mrs. Grant dijo que vio.
Ella pretendió estar ocupada desempacando sus pertenencias, y no miró por un momento; pero como Nan no decía ninguna palabra, ella la miró por sobre su hombro. Nan estaba muy pálida, y es difícil de decir si estaba enojada o asustada. Había algo de ambas cosas en su aspecto. Y entonces, Rita comenzó a explicar como su telegrama le había alentado a ir a la casa sola. Ella no había tenido la intención de interceptar a Nan. Solo pensó... Entonces Nan la interrumpió:
-No es así; estoy segura que tu no puedes pensar así. Pero yo fui sola, y tu no fuiste; no pudiste haber estado allí, ya que hay un pequeño cuarto.
¡Oh, qué noche fue esa! No pudieron dormir. Hablaban y debatían, y se quedaban calladas un rato, solo para comenzar de nuevo. Fue tan absurdo. Ambas decían que habían estado allí, y cada una estaba segura que la otra estaba loca o se obstinaba en algo sin razón. Era ridículo, dos amigas discutiendo por algo tan raro; pero así fue: pequeño cuarto,' 'armario chino,'... 'armario chino,' 'pequeño cuarto.' A la mañana siguiente Nan fue a clavar un tejido en las ventanas, para mantener a los mosquitos fuera. Rita ofreció su ayuda, ya que había hecho eso mismo durante los últimos diez años. Y Nan le respondió: "No, gracias," lo que partió el corazón.
-Nan, -dijo ella-, ve y haz tu cartera. La diligencia parte en solo veinte minutos. Vamos a ir a tomar el tren de la tarde, y vamos a ir juntas a la casa. O vamos ahí o volvemos a casa.
Nan no dijo una palabra. Ella recogió el martillo y unas tachuelas, y se alistó para salir cuando la diligencia pasara. Fueron treinta millas de diligencia y seis horas de tren, además de cruzar el lago; pero esto no era nada a tener que estar juntas y con relación de tirantez. Europa quedaba cerca si era necesario resolver esta cuestión. En el pequeño empalme de Vermont, ellas encontraron a un granjero con una carreta llena de bolsas de harina. Le preguntaron si no podía llevarlas a la granja de las viejas Keys, y traerlas de nuevo para tomar el tren de vuelta, es decir en dos horas. Ellas habían planeado decir que estaban en plan artístico, diciendo que: "Estuvimos antes allá, somos artistas, y queremos encontrar algunas vistas que valgan la pena, visitando esta casa."
-¿Vosotras queréis pintar la vieja casa?
Ellas dijeron que era muy factible tal cosa y que querían verla bien.
-Wow, supongo que habéis llegado tarde. La casa se quemó anoche, y todo en ella.
Madeline Yale Wynne (1847-1918)
Relatos góticos. I Relatos de Madelene Yale Wynne.
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