«La Bruja»: Shirley Jackson; relato y análisis.


«La Bruja»: Shirley Jackson; relato y análisis.




La bruja (The Witch) es un relato de terror de la escritora norteamericana Shirley Jackson (1916-1965), publicado en la antología de 1949: La lotería o Las aventuras de James Harris (The Lottery, or, The Adventures of James Harris).

La Bruja, uno de los mejores cuentos de Shirley Jackson, nos sitúa en un vagón de tren casi vacío; lo cual es una suerte para Johnny, de cuatro años, porque tiene un banco para él solo.

Su madre está sentada al otro lado del pasillo con su hermanita, absorta en su sonajero. La madre lee un libro y responde a las muchas preguntas de Johnny sin levantar la vista. El niño está interesado en mirar por la ventana e informar sobre todo lo que ve: un río, una vaca, etc. La beba se cae y se golpea la cabeza. Grita, y Johnny se apresura a consolarla, acariciando sus piecitos. La beba se calma y la madre recompensa a Johnny con un dulce. Sigue mirando por la ventana. Lo siguiente que informa es haber visto a una bruja: una «bruja vieja, gorda y fea» que amenazó con subir al tren y comérselo, pero él la ahuyentó. Bien, dice madre, imperturbable.

Un hombre canoso, de rostro agradable y traje azul, entra en el vagón fumando un cigarro. Le devuelve el saludo a Johnny [que le ha dicho «hola» a todos los que han pasado a su lado], se sienta y le pregunta al niño qué está mirando por la ventana. Una «gran vieja fea vieja mala vieja bruja», responde Johnny [compensando con énfasis lo que le falta en el vocabulario]. ¿Y has encontrado muchas? Una.

Johnny está interesado en el cigarro del hombre. Verán, su padre los fuma. Todos los hombres lo hacen, dice el anciano. Un día, Johnny también lo hará. ¿Y cuántos años tiene Johnny? ¿Cómo se llama? A tales convenciones Johnny responde: «Veintiséis. Ochocientos cuarenta y ochenta». Y su nombre es «Señor Jesús». Su madre sonríe ante la primera respuesta, frunce el ceño ante la segunda. Johnny agrega que su hermanita tiene doce años y medio.

El anciano se sienta al lado de Johnny. La madre está un poco ansiosa [no en pánico; las cosas estaban más relajadas entonces], hasta que el anciano empieza a contarle a Johnny la historia de su hermanita. ¿Era una bruja? quiere saber el chico. Tal vez, dice el anciano, lo que hace que Johnny se ría con entusiasmo.

Érase una vez, continúa el anciano, tenía una hermanita igualita a la de Johnny, tan linda y simpática que la amaba más que a nada en el mundo [la madre sonríe]. El anciano le compró regalos a su y un millón de caramelos. Luego le rodeó el cuello con las manos y la asfixió hasta matarla.

Johnny jadea.

La sonrisa de la madre se desvanece.

Sí, dice el anciano, para creciente fascinación de Johnny. Luego le cortó la cabeza, las manos, los pies, el pelo y la nariz. La profanó.

La madre está a punto de gritar pero la beba se cae de nuevo y necesita atención. Mientras tanto, el anciano cuenta cómo puso la cabeza de su hermanita en una jaula con un oso, y el oso se la comió.

¿Toda?

Toda.

La madre cruza el pasillo hecha una furia. ¿Qué cree que está haciendo? Será mejor que se vaya de este vagón. Ella llamará al guarda si no lo hace. El anciano le pregunta si la asustó. Le da un codazo a Johnny, quien proclama que este hombre descuartizó a su hermanita y agrega que, si llegara a venir el guarda, se comerá a mamá. ¡Y él y Johnny le cortarán la cabeza a mamá! Y a la hermanita también, incita el anciano.

El anciano se incorpora y avanza por el pasillo, pidiéndole cortésmente a la mamá que lo disculpe mientras abandona el vagón. ¿Cuánto falta para llegar?, pregunta Johnny. Poco, dice mamá. Ella mira a su hijo, queriendo decir más, pero solo puede ordenarle que se quede quieto y sea un buen niño. Después de recibir una golosina [y dar las gracias], Johnny pregunta si ese anciano realmente hizo todo aquello. Solo estaba bromeando, dice la mamá. Lo repite con urgencia: «Solo estaba bromeando». Claro, dice Johnny. Da la vuelta y sigue mirando la ventana; agrega: «Probablemente él era la bruja».


La Bruja de Shirley Jackson es una historia con relieves y grietas imperceptibles. No hay demasiado trasfondo, solo gente... y brujas. Asumiendo que son categorías diferentes [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

Johnny podría ser [y quizás lo es] solo otro chico que atraviesa una fase en la que piensa que «hablar mal» [sin decir realmente ninguna grosería] es gracioso. El Anciano podría ser uno de esos tipos que saben contar historias macabras que los chicos encuentran entretenidas, pero definitivamente hay algo más en La Bruja de Shirley Jackson. Ese «algo» reside en el poder de observación de la autora al tomar una situación aparentemente mundana: un anciano que cruza la raya en sus divagaciones, y nunca aclarar qué diablos está sucediendo, o qué podría suceder. Más aún, Shirley Jackson sitúa al lector a una distancia prudente, pero dentro del vagón, y eso nos obliga a decidir si deberíamos o no intervenir si estuviésemos en esa situación. En esa línea familiar, pero aterradora, brota una sensación de profunda incomodidad.

Como lector, instintivamente levanté un dedo acusador hacia la Madre. ¿Cómo permitió esta mujer que las cosas escalaran de ese modo? Entonces reparé en la astucia de Shirley Jackson al diagramar la situación para que la aparición del Anciano fuese verosimil: se trata de un largo viaje en tren [sabemos que es largo porque Johnny está insoportable], la mujer viaja con una beba que requiere constantes cuidados y un niño que no para de hablar. De algún modo [golosinas, probablemente], la Madre ha conseguido tener cinco minutos para terminar de leer su libro. En este punto, ella está en piloto automático. ¿Brujas por la ventana? Oh, qué interesante. Siéntate y quédate quieto.

Johnny parece un niño normal: inventa historias, no para de hablar, y es capaz de consolar a su hermanita cuando se cae. Como muchos chicos, le gusta hablar con suficiencia de cosas que le dan miedo [en este caso, brujas] porque le parece emocionante. Pero también parece sensible ante ciertas cuestiones. Es decir, nunca he conocido a un compañero de mi hijo de esa edad al que le molestara que le pregunten su edad. La mayoría, asumiendo que no son demasiado tímidos, te informarán su edad exacta, con meses y todo, y con gran entusiasmo. Lo mismo ocurre con los nombres. A Johnny le ofusca dar esas respuestas simples, como si evitara entrar en la tediosa respuesta de preguntas de ocasión [¿Cómo te llamas?, ¿Qué edad tienes? ¿En qué grado estás? ¿Te portas bien?]. Johnny busca algo más de sus interacciones sociales en el tren, algo más emocionante; y esto es lo que el Anciano le proporciona.

El Anciano rompe con las convenciones desde el primer momento. No se presenta; es decir, no entrega su nombre [ninguna Bruja lo haría]. Pero, ¿qué es una Bruja para Johnny? Alguien que «se come» a la gente. Ahora bien, hasta aquí el Anciano aprovecha la indulgencia de la Madre y se dispone a entretener a su hijo durante un rato, lo cual es aceptable. La elocuencia sobre el sororicidio no lo es.

Ya sea que el Anciano haya tenido una hermanita o no, ya sea que le haya dado su cabeza a un oso o no, ha lanzado un «hechizo» con su historia, y el daño ya está hecho. Alentó a Johnny a que liberara sus obsesiones violentas, le mostró las alturas fascinantes a las que los adultos pueden llegar en este campo; y además ha sembrado en la Madre la idea de que su hijo, que hasta hace poco mostró afecto y empatía al consolar a su hermanita, puede ser peligroso. Mi sospecha es que el Anciano acaba de reclutar a Johnny.

La sospecha sobre esta seducción espiritual se profundiza cuando el Anciano le pregunta a Johnny su nombre y este responde «Señor Jesús». La Madre lo reprende por esta pequeña blasfemia, pero Johnny quizás ha reconocido correctamente su papel en el drama que se desarrolla: está siendo tentado, pero, a diferencia de Jesús en el desierto, no demuestra demasiada resistencia. Además, Johnny solo se sorprende momentáneamente cuando la historia del Anciano sobre su devoción fraternal se convierte en una de brutales mutilaciones y asesinato. Su oscura imaginación [presagiada en su historia anterior de una bruja devoradora de niños] se pone en marcha, y no solo se aferra a la confesión impenitente del Anciano, sino que la incita: ¿El extraño realmente cortó a su hermana en pedacitos? ¿El oso realmente se comió toda la cabeza?

Ahora la Madre está indignada; solo la caída [sincronizada] de la beba le impide confrontar al Anciano rápidamente. Su indignación, tal vez, se convierte en horror cuando Johnny se ríe de la pregunta del extraño: «¿Te asusté?» Johnny no tiene miedo. Está en el equipo del viejo y trata de superarlo deportivamente: Espera, escucha, ese supuesto guarda del tren responderá a la queja de mamá comiéndosela. Y luego él y Johnny le cortarán la cabeza a mamá. ¡No, no, espera! ¡Mamá se comerá al Anciano! El extraño se une a la alegría de Johnny hasta que, tan repentinamente como apareció, abandona cortésmente el vagón. Es una salida oportuna, porque ya ha hecho su trabajo.

La normalidad parece regresar con repetida pregunta de Johnny sobre cuánto tiempo falta para llegar. La Madre está conmocionada, menos por lo que ha ocurrido que por la necesidad de neutralizar las palabras del Anciano. Como Johnny no se muestra inquieto o perturbado, ella tiene una excusa para desestimar el incidente y refugiarse en la normalidad. Solo le dice a Johnny que sea un buen chico y le ofrece un soborno azucarado.

Todo podría terminado bien si él no le hubiera preguntado a su mamá si ella creía que el extraño realmente cortó a su hermana. Mamá ya no está en modo automático; se da cuenta de que la situación es urgente. Enfatiza que el extraño solo estaba bromeando. Probablemente, admite Johnny, pero sus últimas palabras delatan que no le cree del todo. Mirando de nuevo por la ventana, dice que el extraño quizás era una Bruja, por lo tanto, capaz de cometer infanticidio, como la bruja de Hansel y Gretel, que además le daba dulces a los niños, casualmente como lo ha hecho mamá... repetidamente... [ver: Groac'h: la bruja de Hansel y Gretel]

Shirley Jackson era una bruja. Ella misma lo afirmó en la contratapa de su primera novela [El camino a través de la pared (The Road Through the Wall), llamándose a sí misma «quizás la única escritora contemporánea en ser una bruja practicante». Tenía varios gatos «familiares», y reunió una colección de libros sobre brujería que podría haber sido envidiada por la Universidad de Miskatonic. Sabía tirar las cartas y lanzó maleficios a varios miembros del mundo editorial de Nueva York. También era madre de cuatro: dos niñas y dos niños. Escribió dos libros con historias apenas disimuladas de su maternidad. Los títulos son reveladores: La vida entre los salvajes (Life Among the Savages) y Criando demonios (Raising Demons). Shirley Jackson conocía la oscura verdad que todos los padres saben y se ocultan a sí mismos: los niños pequeños son agentes del caos y la destrucción. No dejes que esos cachetes regordetes te engañen [ver: El pequeño Destructor de Mundos]

La Bruja de Shirley Jackson suele tomarse como una divertida burla o comedia social, pero ciertamente no lo parece. Johnny es capaz de la mayor ternura con su hermana, pero también muestra la típica atracción infantil por lo cruel y lo horrible. La Bruja conserva la ilusión de normalidad durante un buen rato. Mamá e hijos en un tren, aburridos pero sin síntomas de fiebre de cabaña, seguros de llegar a su destino sin mayores peligros que el ocasional golpe en la cabeza de la beba [quien se las arregla bastante bien con su sonajero]. Johnny es un buen chico, tal vez demasiado imaginativo, inquietante a veces, pero cariñoso. Mamá realiza múltiples tareas sin esfuerzo, acomodando a la beba según sea necesario, reconociendo las observaciones y preguntas de Johnny, leyendo su libro. Pero luego Johnny tiene que ir e imaginar que ve a una Bruja por la ventana, porque pensar que realmente ha visto una Bruja es absurdo, ¿verdad?

De todos modos, al hablar de la Bruja Johnny conjura a un anciano que respira humo. Sigmund Freud [quizás erróneamente] dijo que «a veces un cigarro es solo un cigarro», en lugar de un falo simbólico. No es el caso de La Bruja de Shirley Jackson. Aquí el cigarro no es solo un dispositivo que arde en su punta y produce placer. De hecho, Johnny se da cuenta de que el cigarro es la característica crucial del Anciano, de ahí su comentario de que su padre también fuma cigarros. Claro, dice el Anciano; todos los hombres lo hacen. También lo hará Johnny, algún día.




La bruja.
The Witch, Shirley Jackson (1916-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


El vagón iba casi vacío, tanto que el chiquillo tenía un lugar para él solo y su madre ocupaba un asiento al otro lado del pasillo, junto a su hermanita, un bebé con un pedazo de pan tostado en una mano y un sonajero en la otra. La niña estaba atada al asiento de modo que pudiera incorporarse y mirar alrededor, y cuando empezaba a deslizarse lentamente de costado, la correa la sujetaba y la sostenía hasta que la madre se volvía y la enderezaba. El chiquillo miraba por la ventana y comía una galleta y la madre leía tranquilamente, respondiendo a las preguntas del niño sin levantar la vista.

—Estamos en un río —decía el pequeño—. Es un río y estamos encima.

—Muy bien —respondió la madre.

—Estamos en un puente sobre el río —dijo el niño para sí. Los demás viajeros, muy contados, estaban en el otro extremo del vagón; si alguno de ellos se acercaba por el pasillo en algún momento, el niño volvía la cabeza y decía: «¡Hola!», y el desconocido solía responder: «¡Hola!», y a veces le preguntaba si le gustaba ir en tren, o incluso le decía que era un chico muy guapo y muy mayor. Estos comentarios molestaban al niño y entonces volvía a mirar por la ventana, irritado.

—Veo una vaca —decía. O, con un suspiro—: ¿Cuándo llegaremos?

—Ya falta poco —respondía la madre cada vez.

En un momento dado, la niña, que estaba muy callada y ocupada con el sonajero y el pan tostado, que su madre reponía constantemente, cayó demasiado hacia el otro lado y se dio un golpe en la cabeza. Se puso a llorar, y por unos minutos hubo ruido y actividad en torno al asiento de la madre. El niño bajó de su asiento y corrió al otro lado del pasillo para acariciar los piececitos del bebé y rogarle que no llorara más y, por fin, el bebé se rio y volvió al pan tostado y el niño recibió una paleta y volvió a la ventana.

—Vi una bruja —dijo a su madre al cabo de un minuto—. Había una gran vieja fea vieja mala vieja bruja ahí fuera.

—Muy bien —respondió la madre.

—Una bruja vieja, gorda y fea y le dije que se fuera y se fue —continuó diciéndose a sí mismo en voz baja—. Vino y dijo: «Te voy a comer», y yo le dije: «No me comerás», e hice que se fuera, esa bruja fea, vieja y gorda.

Dejó de hablar y alzó la vista cuando se abrió la puerta del vagón y entró un hombre. Era un hombre ya maduro, con unas facciones agradables bajo un cabello canoso; su traje azul sólo mostraba las ligeras arrugas propias de un largo viaje en tren. Llevaba un habano, y cuando el niño dijo: «¡Hola!», el hombre lo señaló con el cigarro y respondió:

—Hola a ti, hijo —se detuvo justo detrás del asiento del pequeño y se apoyó en el respaldo mirando al niño, que torció el cuello para mirar hacia arriba—. ¿Qué buscas por esa ventana? —preguntó.

—Brujas —contestó el niño al instante—. Brujas feas, malas y viejas.

—Entiendo. ¿Has encontrado muchas?

—Mi padre fuma habanos —aseguró el niño.

—Todos los hombres fuman habanos —replicó el hombre—. Algún día tú también los fumarás.

—Ya soy un hombre.

—¿Cuántos años tienes?

Ante la eterna pregunta, el pequeño miró al hombre con suspicacia durante unos momentos y luego dijo:

—Veintiséis. Ochocientos y cuarenta ochenta.

La madre alzó la vista del libro.

—Cuatro —aclaró, con una tierna mirada al niño.

—¿Tantos? —dijo el hombre con seriedad—. ¿Veintiséis? —señaló con un gesto de cabeza a la mujer del otro lado del pasillo—. ¿Es tu madre?

El niño se inclinó hacia adelante a mirar y dijo:

—Sí.

—¿Cómo te llamas?

El niño lo observó con renovada suspicacia.

—Señor Jesús —dijo.

—Johnny —dijo la madre. Atrajo la atención de su hijo y frunció el entrecejo profundamente.

—Ésa de ahí es mi hermana —anunció el pequeño al hombre—. Tiene doce y medio.

—¿Quieres a tu hermanita? —preguntó el hombre.

El niño lo miró y el hombre dio media vuelta junto al banco y tomó asiento a su lado.

—Escucha, ¿quieres que te hable de mi hermanita? —dijo el hombre.

La madre, que había levantado la mirada con nerviosismo cuando el hombre se sentó junto a su hijo, volvió a concentrarse apaciblemente en su lectura.

—Háblame de tu hermanita —asintió el niño—. ¿Era una bruja?

—Tal vez.

El niño se rió con excitación. El hombre se recostó en el respaldo y dio una pitada al habano.

—Érase una vez —empezó— que yo tenía una hermanita como la tuya —el niño alzó la mirada al hombre, asintiendo a cada palabra—. Mi hermanita —continuó el narrador— era tan bonita y tan deliciosa que la quería más que a nada en el mundo. ¿Quieres, pues, saber lo que le hice?

El niño asintió con vehemencia y la madre levantó los ojos del libro y sonrió, atenta a sus palabras.

—Le compré un caballito de madera y una muñeca y un millón de paletas, y luego la agarré y cerré las manos en torno a su cuellecito y apreté y apreté hasta que estuvo muerta.

El niño se quedó boquiabierto y la madre se volvió. La sonrisa se desvaneció de su rostro. También ella abrió la boca, y volvió a cerrarla cuando el hombre añadió:

—Y luego le corté la cabeza, entonces agarré la cabeza y...

—¿La cortaste toda en pedazos? —preguntó el niño, pasmado.

—Le corté la cabeza y las manos y los pies y el pelo y la nariz —aseguró el hombre— y la golpeé con un palo y la maté.

—¡Espere un momento! —intervino la madre, pero la niña se cayó de lado en aquel preciso momento, y cuando la mujer terminó de incorporarla otra vez, el desconocido ya proseguía sus explicaciones:

—Y tomé la cabeza y le arranqué todo el cabello y...

—¿A tu hermanita? —inquirió el pequeño con vehemencia.

—A mi hermanita —asintió el hombre rotundamente—. Y eché la cabeza a la jaula de un oso y el oso se la comió.

—¿Se comió toda su cabeza? —preguntó el niño.

La madre dejó el libro sobre el asiento y cruzó el pasillo. Plantada ante el hombre, exclamó:

—¿Pero qué cree usted que está haciendo?

El desconocido alzó la vista con aire cortés, pero la mujer añadió:

—Váyase de aquí.

—¿La asusté? —preguntó él.

Volvió la vista al pequeño y le dio un ligero codazo y los dos se echaron a reír.

—Este señor cortó en pedacitos a su hermanita —contó el niño a su madre.

—Podría avisar inmediatamente al guarda —advirtió la madre al hombre.

—El guarda se comerá a mi mamá —añadió el pequeño—. Le cortaremos la cabeza.

—Y a tu hermanita también —asintió el hombre, incorporándose.

La madre se apartó un paso para dejarlo salir al pasillo.

—No se le ocurra volver a este vagón —le advirtió.

—Mi mamá te comerá —dijo el niño al desconocido.

El hombre se echó a reír, el niño también y, por último, el desconocido se disculpó ante la madre y abandonó el vagón pasando junto a ella. Cuando la puerta se cerró tras él, el niño preguntó:

—¿Cuánto falta para llegar?

—No mucho —dijo la madre. Se quedó mirando a su hijo con ganas de decir algo y, finalmente, añadió—: Siéntate y sé buen chico. Voy a darte otro caramelo.

El chiquillo se apresuró a saltar del asiento y seguir a su madre. Ella sacó el caramelo del bolso y se lo dio.

—¿Qué se dice? —preguntó la madre.

—Gracias —respondió el niño—. ¿Es verdad que ese señor hizo pedacitos a su hermanita?

—Hablaba en broma —le aseguró la mujer, y se apresuró a repetir—: Sí, sólo estaba bromeando.

—Probablemente —murmuró el pequeño. Con la paleta en la mano, regresó a su asiento y se acomodó para seguir mirando por la ventana—. Probablemente él era la bruja.

Shirley Jackson (1916-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Shirley Jackson.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Shirley Jackson: La bruja (The Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

Warlord dijo...

Buen relato

Anónimo dijo...

Cual es el Resumen del cuento



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