Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión


Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión.




There are more things es un relato del escritor argentino Jorge Luis Borges, publicado originalmente en la antología de 1975: El libro de arena. El narrador anónimo inicia su aterradora aventura con algunas reminiscencias del tío Edwin Arnett, un ingeniero agnóstico que se retiró a la ciudad argentina de Turdera, cerca de Buenos Aires. Allí, Arnett contrató a un amigo, el arquitecto Alexander Muir, para que construyera una casa con un estilo extravagante:


[La casa Colorada estaba en un alto, cercada hacia el poniente por terrenos anegadizos. Del otro lado de la verja, las araucarias no mitigaban su aire de pesadez. En lugar de azoteas había tejados de pizarras a dos aguas y una torra cuadrada con un reloj, que parecían oprimir las paredes y las parcas ventanas. De chico, yo aceptaba esas fealdades como se aceptan esas cosas incompatibles que solo por razón de coexistir llevan el nombre de Universo.]


Allí, a su manera idiosincrásica, Arnett introdujo a nuestro joven narrador, luego filósofo, a las «hermosas perplejidades» de la disciplina. El propio Arnett era una hermosa perplejidad, ya que, aunque era agnóstico, frecuentemente debatía sobre teología con el estricto protestante Muir. Estaba interesado en la cuarta dimensión y las bien «concertadas pesadillas del joven Wells» [ver: El «Upside Down» de «Stranger Things» y la Cuarta Dimensión en la ficción]

Arnett murió mientras el narrador completaba su doctorado en Texas. La Casa Colorada fue vendida a un extranjero llamado Max Preetorius. Preetorius inmediatamente tiró los muebles y libros de Arnett e intentó que Muir remodelara el interior. Muir se negó, indignado. Por fin, una empresa de Buenos Aires asumió el cargo. Para los muebles, Preetorius tuvo que salir de la ciudad y contratar a un carpintero, llamado Mariani, que trabajaba a puertas cerradas. Los nuevos residentes se mudaron de noche. Posteriormente, las ventanas nunca se abrieron [«pero en la oscuridad se divisaban grietas de luz»]. El perro de Arnett apareció muerto una mañana, mutilado y decapitado.

Nadie volvió a ver a Preetorius [«que, según parece, no tardó en dejar el país»].

En 1921, el narrador regresa a Turdera. Está preocupado por ciertos informes sobre la Casa Colorada. Está decidido a investigar el asunto.


[Sé que mi rasgo mas notorio es la curiosidad que me condujo alguna vez a la unión con una mujer del todo ajena a mí, solo para saber quién era y cómo era, a practicar (sin resultado apreciable) el uso del láudano, a explorar los números transfinitos y a emprender la atroz aventura que voy a referir. Fatalmente decidí indagar el asunto.]


Primero visita a Alexander Muir, el cual se ve bastante desmejorado:


[Lo recordaba erguido y moreno, de una flacura que no excluía la fuerza; ahora lo habían encorvado los años. Me recibió en su casa de Temperley, que previsiblemente se parecía a la de mi tío, ya que las dos correspondían a las sólidas normas del buen poeta y mal constructor William Morris.]


Muir admite que la Casa Colorada le quita el sueño. Le dice al narrador todo, lo cual no es mucho. Comienza con la historia de cómo el alcalde de Turdera le propone que diseñe los planos de una capilla católica. Su trabajo sería bien remunerado. Sin embargo, Muir es un protestante estricto, y declina la propuesta [«Soy un servidor del Señor y no puedo cometer la abominación de erigir altares para ídolos.»]

Por eso, Muir tampoco pudo aceptar el encargo de Preetorius de remodelar la Casa Colorada [«La abominación tiene muchas formas.»]

De camino a casa, el narrador se encuentra con Daniel Iberra, un «malevo» y narrador de anécdotas apócrifas. Al acercarse a la Casa Colorada, Iberra se desvía. ¿Por qué? Bueno, la otra noche vio algo allí. Algo que asustó a su caballo. Algo que lo hizo desviarse indignamente por un callejón. ¿Qué era ese algo? Iberra no responde, solo sacude la cabeza.

Más tarde, el narrador tiene un sueño sumamente extraño:


[Aquella noche no dormí. Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, que no había visto nunca o que había visto y olvidado, y que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había ni puertas ni ventanas, pero sí una hilera infinita de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra, el cuerpo parecía dormir y soñar. ¿Soñar con qué o con quién?]


La noche siguiente, el narrador pasa por el portón de la Casa Colorada. Está cerrado con barrotes retorcidos. Lo que antes era un jardín, ahora es maleza. Una inusual zanja rodea la propiedad. Hay señales de que alguien anduvo caminando por allí.

El narrador visita la carpintera Mariani, «un italiano obeso y rosado, ya entrado en años, de lo más vulgar y cordial», cuyo credo de trabajo era «satisfacer todas las exigencias del cliente, por estrafalarias que fueran». Según afirma, cumplió a rajatabla las excéntricas demandas de Preetorius. Después de confiarle que ningún dinero podría llevarlo de regreso a la Casa Colorada, Mariani se cierra tan herméticamente como Muir e Iberra.

El narrador sigue merodeando por la Casa Colorada.


[Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca. Esas profundas reflexiones resultaron inútiles; tras consagrar la tarde al estudio de Schopenhauer o de Royce, yo rondaba, noche tras noche, por los caminos de tierra que cercan la casa Colorada.]


A veces vislumbra una luz blanca en el interior. Otras cree oír gemidos. Una noche, una tormenta lo lleva a revisar la portón, que inesperadamente cede. En el interior, la hierba irregular ha reemplazado a las baldosas. Prevalece un olor dulce y nauseabundo. Una rampa de piedra conduce a un comedor y una biblioteca, combinados en un espacio incomprensible lleno de… ¿muebles?


[El comedor y la biblioteca de mis recuerdos eran ahora, derribada la pared divisoria, una sola gran pieza desmantelada, con uno que otro mueble. No trataré de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la despiadada luz blanca. Me explicaré. Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehiculo? El salvaje no puede percibir la Biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.]


Estas formas insensatas lo llenan de horror y repulsión. Pero la escalera al segundo piso es menos extraña, a pesar de sus peldaños de hierro espaciados irregularmente. Así se introduce en una pesadilla mayor. Hay un mueble en forma de U como una mesa de operaciones, muy alto, con aberturas circulares en los extremos. ¿Es una cama, y si es así, para qué «anatomía monstruosa» proveniente «de qué regiones secretas de la astronomía o del tiempo»?


[Pensé que podía ser el lecho del habitante, cuya monstruosa anatomía se revelaba así, oblicuamente, como la de un animal o un dios, por su sombra. De alguna página de Lucano, leída hace años y olvidada, vino a mi boca la palabra anfisbena, que sugería, pero que no agotaba por cierto lo que verían luego mis ojos. Asimismo recuerdo una V de espejos que se perdía en la tiniebla superior.]


El narrador siente que es un intruso. Se retira por la escalera. Debe salir antes de que regrese el monstruo.


[Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.]


¡No, espera! ¡Borges no puede simplemente dejarlo ahí!

Quiero decir, puede; es Borges. Además, ¿qué podría añadir a la historia? ¿El descubrimiento de un libro prohibido, el hallazgo fortuito de sales alquímicas? Un mayor conocimiento del misterioso ser que sube por la rampa podría inducirnos a creer que estamos ante un turista interdimensonal varado en nuestro plano [para colmo, en Turdera], que solo busca intimidad, un lugar cálido cuya disposición y mobiliario le recuerden a casa. Porque eso es lo único realmente alienígena que se permite Borges. Los muebles [ver: Borges, el Infinito, y la Teoría de Cuerdas]

No estoy siendo del todo justo con el desenlace de There Are More Things, ya que obtenemos alguna pista en la palabra «anfisbena», [especie de dragón con una cabeza extra en la cola, nacido de la sangre de Medusa, y que come hormigas] pero esto no captura completamente el encuentro posterior. Solo sugiere una biología no terrestre [ver: La biología extradimensional de los Mitos de Cthulhu]. Por otro lado, esa dieta de hormigas nos invita a pensar que el narrador quizás se encuentra con la mascota de la casa, algún simpático cachorro extradimensional para mantener a raya los problemas de plagas en la Casa Colorada.

Después de todo, el narrador sobrevive al encuentro, y no parece demasiado perturbado; lo cual hace que el lector [al menos yo] se sienta menos perturbado que curioso acerca de estos pobres extraterrestres que viven en Turdera, sin sillas decentes en ningún lugar fuera de su propia casa [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

Pero quizás este sea el punto de Borges al homenajear al flaco de Providence en There are more things. Los protagonistas de Lovecraft son eruditos que reaccionan con un horror catastrófico, en parte porque todos sus estudios no los han preparado para la existencia de «más cosas». El narrador de Borges es un estudioso de la filosofía, alguien que aprendió nuevas formas de ver el universo a una edad temprana, y en esa misma casa. En ese contexto, sus primeros estudios sobre dimensiones alternativas y paradojas son recuerdos amorosos de la infancia [ver: Borges y Lovecraft: dos miradas desde el Laberinto]

¿Cuál es el rol de Preetorius en todo esto? El arquitecto Muir lo llama un «judezno»; sin embargo, Borges era el polo opuesto del antisemita, un no judío que amaba y promovía la cultura judía. Eso sugiere que el prejuicio de Muir está destinado a que simpaticemos con Preetorius en lugar [como lo hubiera hecho Lovecraft] de volvernos contra él. Por extensión, eso invita a simpatizar con las extrañas criaturas a las que parece haber estado ayudando [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]

Es lícito imaginar a estas criaturas buscando un agente humano, alguien que pudiera actuar en su nombre para encontrar una residencia adecuada y amueblarla con un estilo habitable, según sus necesidades tetradimensionales. Hay toda una historia adicional aquí que hubiese sido muy interesante. En esa historia, quizás, Preetorius incorpora los clichés de principios del siglo XX, lanzando improperios en yiddish mientras reflexiona sobre las estrafalarias exigencias de un cliente muy peculiar.

There are more things de Borges es una historia llena de sutiles críticas, deconstrucciones y referencias a Lovecraft, un contrapunto susurrado, por llamarlo de algún modo. Cosas como la lista [aparentemente casual] de fuentes académicas resuena en las peligrosas bibliotecas lovecraftianas; o como el techo exótico de la Casa Colorada, indiferente a la arquitectura bonaerense, un techo con «tejados de pizarras a dos aguas y una torra cuadrada con un reloj», más afín a la arquitectura de Providence [ver: El hombre que realmente vivió en la casa de Cthulhu]

En prólogo del relato, Borges escribe lo siguiente:


[El destino, que es ampliamente conocido por ser inescrutable, no me dejaría en paz hasta que hubiera perpetrado una historia póstuma de Lovecraft, un escritor al que siempre he considerado un parodista involuntario de Poe. Por fin cedí; el lamentable resultado se titula There Are More Things.]


¡Un parodista involuntario de Poe! ¡Menudo homenaje! ¿Habría sonreído el flaco de Providence ante esa ironía, preguntándose si ese destino era mejor que el de Borges, es decir, ser un ingenioso parodista de Lovecraft, con un «lamentable resultado»? [ver: Lovecraft: el placer culposo de Borges]

There are more things no es una historia lamentable. Es interesante, de hecho, y demuestra más que una comprensión superficial de los temas de Lovecraft; sus obsesiones, algunas de las cuales también alimentan el trabajo de Borges; por ejemplo, los caprichos del tiempo y el espacio vistos desde la limitada perspectiva humana.

El cuento de Borges comienza explícitamente con una dedicatoria [«A la memoria de H. P. Lovecraft»], pero su título proviene de la observación de Hamlet a su amigo: «Hay más cosas entre el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía.» Presumiblemente, la filosofía de Horacio no habría incluido una cuarta dimensión. En cualquier caso, Borges introduce otro nombre destacado en el relato: Charles Howard Hinton, matemático británico y autor que acuñó el término «teseracto» [hipercubo, para los amigos], un análogo cuatridimensional de un cubo tridimensional.

Una de las experiencias más memorables del narrador de Borges con su tío es intentar visualizar la cuarta dimensión a través de los «prismas y pirámides» que colocan en el suelo de su estudio. Significativamente, el sueño del narrador presenta un grabado al estilo de Piranesi, el artista del siglo XVIII célebre no solo por sus representaciones de la arquitectura romana, sino también por su colección llamada Prisiones imaginarias. Estos «caprichos» representan estructuras improvisadas de elementos arquitectónicos pero con geometrías distorsionadas, incluso imposibles. Pensemos en el ojo y la mente abrumados por esos ángulos incomprensibles, por esos usos inimaginables, y quizás podamos entender al narrador y su encuentro con los muebles hechos a la medida de un ser de cuatro dimensiones en la antigua casa de su tío.

También se dice que el tío Arnett fue un admirador de H.G. Wells, cuya Máquina del Tiempo ayudó a popularizar el concepto de que el tiempo es la cuarta dimensión euclidiana [ver: ¡Morlocks, allá vamos!]. A propósito, el narrador [sobrino de Arnett] reflexiona que «no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca» [ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo: la tecnología de los Antiguos]

Siento que estamos llegando a alguna parte, pero de una manera [adecuadamente] no lineal.

No sería justo decir que Borges emplea motivos de Lovecraft en There are more things, sino que juega con ellos con un aire de indulgencia: está el narrador anónimo, por supuesto; el pariente que se marcha dejando misterios para que el narrador los desentrañe; múltiples entrevistas que confunden más de lo que informan; la alienación en la psique del narrador; cosas extraterrestres, diseños inhumanos; la devastadora visión final. En todo esto, Borges supera a Lovecraft, no por ser mejor escritor [y lo era, por mucho] sino no echar demasiada luz sobre lo que está pasando. Lovecraft generalmente nombra y describe sus horrores, ya sea con oblicuidad frenética o con detalles científicos; pero ninguno de los informantes que persigue el narrador de Borges le dará una respuesta directa sobre lo que ha estado perturbando la Casa Colorada [ver: Autopsias lovecraftianas: el arte de diseccionar lo innombrable]

Además, el narrador no le da al lector una respuesta directa; en realidad, no le da ninguna respuesta. Ve algo porque tiene los ojos abiertos. Punto. Borges cierra con eso. El lector puede imaginar lo que quiera, y eso puede ser una patada en los huevos para muchos. Primero, el tipo insulta al flaco de Providence con ese comentario [«parodista involuntario de Poe»], para colmo en la dedicatoria, y luego decide pisotear el cadáver al no revelar lo que a Lovecraft le habría provocado una expectoración de adverbios. ¿O será que Borges realmente entendió a Lovecraft, y que la mejor forma de homenajearlo es evitando sus puntos flojos como escritor? [ver: El adverbio que cayó del espacio]

Imaginemos el escenario opuesto:

Lo que ve el narrador es un... ¡Yith!, con su culo de cono y todo. Un humano compra y remodela la Casa Colorada, no para sí mismo, y desaparece después de terminar el trabajo. Eso es porque Preetorius es miembro del culto prehistórico que proporciona este tipo de servicios a seres interdimensionales. En este caso, tiene que proporcionarle a su cliente el mobiliario adecuado, también esa rampa [¿porque los cuerpos cónicos no necesitan escaleras?]. El perro del tío es asesinado de forma misteriosa [¿en defensa propia?] porque los perros siempre odian la morfología extraterrestre. Probablemente sea su olor nauseabundo. Además, Turdera está relativamente cerca de Buenos Aires. Es un viaje tranquilo a la Biblioteca Nacional, donde Lovecraft sitúa una copia del Necronomicón que el Yith acaso desea consultar. Es pertinente agregar que, cuando Borges fue director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, incluyó en el catálogo el nombre del Necronomicón; en joda, por supuesto [ver: Borges y la misteriosa copia del «Necronomicón» en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires]

Un giro adicional:

¡El Yith en la Casa Colorada es en realidad el tío Arnett! Veamos: un Yith intentó robar el cuerpo de Arnett pero algo salió terriblemente mal. En lugar de intercambiar mentes, intercambiaron cuerpos. Esto sucedió mientras Arnett viajaba por el «confín remoto del continente», donde supuestamente murió de un aneurisma. Falso. Esa historia es un encubrimiento perpetrado por el cultista Preetorius, quien ahora también tiene que albergar a un humano con cuerpo de Yith. Arnett, una vez que se entera de su situación, naturalmente quiere esconderse en su propia casa [la Colorada]. Entonces, Preetorius la compra, hace que el refugio de Arnett sea cómodo para su cuerpo; pero eso no funciona bien. Arnett generalmente se queda en el jardín, donde camina [o como sea que se desplacen los conos] por una zanja, pero ocasionalmente se aventura a asustar a los aldeanos nocturnos, como Daniel Iberra. Y, naturalmente, no mata al narrador cuando lo descubre invadiendo la Casa Colorada, ¡porque el narrador es su amado sobrino!

El único problema es por qué Preetorius tiraría los libros de Arnett. Quizás lo hizo antes de que Arnett pudiera protestar. ¿Quién sabe? Pero, ¿no querría Arnett tener al menos algunos libros sustitutos para matar el tiempo, como alguna reedición de H.G. Wells? Finalmente, ¿cómo explicar el sonido «pesado, lento y PLURAL» que el narrador escucha en la rampa? «Plural», por cierto, es la mejor sugerencia del relato. No sé. Tal vez el tío Arnett haya traído a un cultista a casa, o algunos bocadillos indescriptibles. ¡O ambos!

Creo que prefiero quedarme con la versión de Borges, ese final que es como una patada en los huevos, te deja ansiando más, incluso migajas de información, como el destino del protagonista. Porque no sabemos si el narrador sobrevive al encuentro, ¿verdad? El narrador simplemente no cierra los ojos. Es todo lo que sabemos. ¿Hay un narrador después de esto? ¿Se volvió loco? En ese caso, su historia parece bastante coherente. ¿Murió? Bueno, ¿cómo hizo entonces para escribir la historia? ¿Cuándo y dónde la escribió?

Los homenajes de Borges son así. No odiaba a Lovecraft, como se ha repetido hasta el cansancio. Borges es el tipo que escribió Pierre Menard, autor del Quijote, y nadie sostiene que odiara a Cervantes. Borges era un bromista mucho más lúcido de lo que mucha gente le da crédito. Creo que se estaba riendo mientras escribía There Are More Things, y probablemente también mientras disfrutaba, aunque no necesariamente admiraba, a H.P. Lovecraft.




H.P. Lovecraft. I Jorge Luis Borges.


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