«Los moradores debajo de las tumbas»: Robert E. Howard; relato y análisis


«Los moradores debajo de las tumbas»: Robert E. Howard; relato y análisis.




Los moradores debajo de las tumbas (The Dwellers Under the Tombs) es un relato de terror del escritor norteamericano Robert E. Howard (1906-1936), publicado de manera póstuma en la antología de 1974: Fantasías perdidas 4 (Lost Fantasies 4).

Los moradores debajo de las tumbas, posiblemente uno de los cuentos de Robert E. Howard menos conocidos, relata la historia de Conrad y O'Donnel, dos caballeros temerarios que investigan el interior de una tumba y su relación con antiguos túneles excavados por una cultura prehistórica, según las leyendas, habitados por extraños humanoides subterráneos (ver: Lo Subterráneo en la ficción)

SPOILERS.

La zona donde viven Kirowan, O'Donnel y Conrad [John, los tres] es muy concurrida, sobrenaturalmente hablando. Estos tres caballeros son personajes habituales en los relatos de Robert E. Howard. El profesor Kirowan nos recuerda un poco a Carnacki, el detective psíquico de William Hope Hodgson, aunque menos acartonado y autoritario. John O'Donnel es un coleccionista de armas raras y antiguas [afición muy pertinente para esta historia]. John Conrad, extraordinariamente valiente, es otro miembro de este grupo de amigos. Que se sepa, ninguno de ellos tiene ocupaciones mundanas como trabajar o sacar la basura (ver: ¿De qué trabajan? Personajes desempleados en el Horror). Kirowan es el narrador de No caven mi tumba (Dig Me No Grave), donde un vecino es atrapado por un demonio que lo obliga a cumplir los términos de un contrato por su alma. Conrad también es un testigo privilegiado en Los hijos de la noche (The Children of the Night), donde O'Donnel, luego de ser golpeado en la cabeza por un mazo neolítico, logra matar a su atacante.

En Los moradores debajo de las tumbas el profesor Kirowan no está invitado a la fiesta. Solo O'Donnel y Conrad se unen para descubrir un extraño misterio, que luego se revelará como un asesinato premeditado: un hermano codicioso finge su propia muerte, y simula regresar como un vampiro, con la esperanza de atraer a su gemelo a la tumba. Quiere matarlo y ocupar su lugar. Sin embargo, las cosas se complican. El mausoleo está excavado en una colina, y esta, a su vez, conecta con una red de túneles prehistóricos donde habitan los Moradores.

Aunque no es uno de los mejores cuentos de Robert E. Howard, Los moradores debajo de las tumbas es interesante por varios motivos, sobre todo por la presencia, nuevamente, de esta extraña e indefinible raza de humanoides subterráneos, consistente con la teoría involutiva del autor, tan frecuente en sus obras, la cual propone que las personas obligadas a vivir bajo tierra durante muchas generaciones regresan físicamente a una forma de vida más primitiva (ver: En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido)

Robert E. Howard también parece aprovechar aquí el estudio arqueológico de jeroglíficos alienígenas encontrados en En las Montañas de la Locura (At the Mountains of Madness). Aunque el cuento de H.P. Lovecraft se publicó en 1936, año de la muerte de Howard, el flaco de Providence lo escribió a principios de 1931, de modo tal que no es descabellado que Robert E. Howard haya estado al tanto de este aspecto de la trama. Al igual que los registros de los Antiguos en la historia de Lovecraft, los Moradores subterráneos de Robert E. Howard muestran un deterioro cultural y tecnológico a lo largo del tiempo, y finalmente regresan a una forma de vida bestial.

Si bien esto podría conectar a Los moradores debajo de las tumbas con los Mitos de Cthulhu, lo cierto es que el relato está más estrechamente relacionado con otras historias de Robert E. Howard, entre ellas: Los hijos de la noche (The Children of the Night), El pueblo de la oscuridad (People of the Dark), El Valle de los Perdidos (The Valley of the Lost) y La gente pequeña (The Little People). Cada uno de estos relatos presenta una variante de esta raza perdida de humanoides subterráneos (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano)

Los moradores debajo de las tumbas se escribió poco antes de la muerte del autor, y se publicó póstumamente, casi cuarenta años después. Por el poco desarrollo de la trama, es probable que esta no haya sido la versión definitiva que Robert E. Howard tenía en mente.

Los moradores debajo de las tumbas relata la historia de dos hermanos entrados en años: Job y Jonas Kiles, quienes se odian. Job tiene éxito, pero es avaro y desagradable. Jonas está empobrecido, pero es astuto y posiblemente se ha metido demasiado en el ocultismo. En cierto modo, parece una reinterpretación del mito bíblico de Caín y Abel, el cual ocupa un lugar preponderante en la ficción de terror [pensemos, por ejemplo, en El árbol (The Tree) de Walter De La Mare y El retorno del brujo (The Return of the Sorcerer) de Clark Ashton Smith]. En cualquier caso, Jonas finge su propia muerte con la esperanza de atraer a su hermano a la tumba [haciéndole creer que es un vampiro], matarlo y ocupar su lugar. La primera parte del plan funciona: Job se propone clavarle una estaca al cadáver de su hermano, pero toma la precaución de pedir la ayuda de sus dos vecinos: Conrad y O'Donnel. Estos son caballeros acomodados, como ya hemos mencionado, que a pesar de su gran riqueza y del amplio ocio que disfrutan, nunca vacilan ante la posibilidad de investigar un misterio.

Ahora bien, Jonas comete el grave error de elegir su falso sepulcro cerca de la entrada a los túneles subterráneos donde se habitan los Moradores. Sin embargo, logra atraer a su hermano a la tumba, donde este muere de pánico al ver a uno de estos humanoides. Conrad y O'Donnel se introducen en los túneles superiores y descubren el diario de Jonas; la última entrada es un pasaje ridículamente largo donde confiesa sus planes para asesinar a su hermano. También especula sobre la misteriosa raza que construyó estos túneles debajo de la tumba. Jonas sufre un destino espantoso mientras intenta escapar por un pasadizo secreto; y Conrad y O'Donnel escapan por los pelos de las catacumbas, no sin antes echar una buena mirada a uno de los seres de ojos ambarinos cebándose en el cadáver de Jonas.

Los moradores debajo de las tumbas, decíamos, no es uno de los mejores relatos de Robert E. Howard. Ni siquiera se aproxima a esa categoría. Si bien no está inconcluso, y puede leerse perfectamente, resulta evidente que no está terminado, que necesita pulirse aquí y allí. Howard era un escritor frenético. Producía cuentos a un ritmo vertiginoso, y conocía el oficio, conocía a sus lectores y las plataformas donde publicaba, principalmente revistas pulp, pero aun en esa vorágine de productividad siempre se advierte una mano fría que no vacilaba en corregir y retocar allí donde fuera necesario. Eso, lamentablemente, no se percibe en Los moradores debajo de las tumbas.




Los moradores debajo de las tumbas.
The Dwellers Under the Tombs, Robert E. Howard (1906-1936)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Me desperté repentinamente y me senté en la cama, adormilado, preguntándome quién era el que golpeaba la puerta con tanta violencia. Una voz chilló, afilada, intolerablemente loca de terror.

—¡Conrad, Conrad! —alguien fuera de la puerta estaba gritando —. ¡Por el amor de Dios, déjame entrar! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto!

—Suena como Job Kiles —dijo Conrad, levantando su largo cuerpo del diván donde había estado durmiendo, después de cederme su cama —. ¡No derribes la puerta! —gritó, alcanzando sus pantuflas —. Ya voy.

—¡Bien, date prisa! —gritó el visitante—. ¡Acabo de mirar a los ojos del infierno!

Conrad encendió una luz y abrió la puerta. Un hombre, medio tambaleante y con los ojos desorbitados, se precipitó hacia adentro. Lo reconocí como el hombre que Conrad había mencionado: Job Kiles, un anciano amargado y avaro que vivía en la pequeña propiedad contigua. Ahora, un cambio espantoso se había apoderado del hombre, por lo general tan reticente y sereno. Su escaso cabello estaba bastante erizado; gotas de sudor perlaban su piel gris, y de vez en cuando temblaba como con un violento escalofrío.

—En el nombre de Dios, ¿qué te pasa, Kiles? —exclamó Conrad, mirándolo—. ¡Parece como si hubieras visto un fantasma!

—¡Un fantasma! —la voz aguda de Kiles se quebró y se convirtió en un chillido de risa histérica —. ¡He visto un demonio del infierno! ¡Te digo, lo vi esta noche! ¡Hace solo unos minutos! ¡Él miró por mi ventana y se rió de mí! ¡Oh Dios, esa risa!

—¿Quién? —espetó Conrad con impaciencia.

—¡Mi hermano Jonas! —gritó el viejo Kiles.

Incluso Conrad se sobresaltó. El hermano gemelo de Job, Jonas, había estado muerto durante una semana. Tanto Conrad como yo habíamos visto su cadáver colocado en la tumba en lo alto de las empinadas laderas de Dagoth Hills. Recordé el odio que había existido entre los hermanos: Job el avaro y Jonás el derrochador, arrastrando sus últimos días en la pobreza y la soledad, en la vieja mansión familiar en ruinas.

Incluso cuando Jonás agonizaba, Job sólo se había dejado persuadir a regañadientes para ir a ver a su hermano. Por casualidad, había estado solo con Jonas cuando este último murió, y la escena de la muerte debió de ser espantosa, porque Job había salido corriendo de la habitación, con el rostro gris y tembloroso, perseguido por una horrible carcajada interrumpida por el estertor de la muerte súbita.

Ahora el viejo Job estaba temblando ante nosotros, el sudor manaba de su piel gris y balbuceaba el nombre de su hermano muerto.

—¡Lo vi! Justo cuando apagué la luz para irme a la cama, su rostro me miró lascivamente a través de la ventana, enmarcado por la luz de la luna. Ha vuelto del infierno para arrastrarme hacia allí, como juró hacer mientras agonizaba. ¡No es humano! ¡No lo fue en años! Lo sospeché cuando regresó de su largo vagabundeo por Oriente. Es un demonio con forma humana. ¡Un vampiro! Él planea mi destrucción , de cuerpo y alma.

Me quedé sin palabras, completamente desconcertado, y también Conrad. Frente a la aparente evidencia de una completa locura, ¿qué puede decir o hacer un hombre? Mi único pensamiento fue el obvio: Job Kiles estaba loco. Entonces sujetó a Conrad por el pecho de su bata y lo sacudió violentamente en la agonía de su terror.

—¡Solo hay una cosa que hacer! —gritó, con un destello de desesperación en los ojos—. ¡Debo ir a su tumba! ¡Debo ver con mis propios ojos si todavía está allí donde lo dejamos! ¡Y tú debes ir conmigo! No me atrevo a atravesar la oscuridad solo.

—Esto es una locura, Kiles —protestó Conrad—. Jonas está muerto. Solo tuviste una pesadilla.

—¡Pesadilla! —su voz se elevó en un grito entrecortado—. He tenido muchas desde que me estuve junto a su lecho de muerte y escuché sus amenazas blasfemas brotar como un río negro de sus labios espumosos; pero esto no fue una pesadilla. Estaba completamente despierto, y te digo, te digo al demonio de hermano Jonas mirándome horriblemente a través de la ventana.

Se retorció las manos, gimiendo de terror, todo orgullo, posesión de sí mismo y aplomo barridos por el terror primitivo y crudo de los animales. Conrad me miró, pero no tenía ninguna sugerencia que ofrecer. El asunto parecía tan completamente loco que lo único obvio parecía llamar a la policía y enviar al viejo Job al manicomio más cercano. Sin embargo, había en sus modales un terror fundamental que parecía invadir mi columna vertebral.

Como si sintiera nuestra duda, estalló de nuevo:

—¡Lo sé! ¡Crees que estoy loco! ¡Estoy cuerdo como tú! Iré a su tumba de todos modos, aun si tengo que ir solo. Si algo me sucede, mi sangre estará en tus manos.

—¡Espera! —Conrad empezó a vestirse apresuradamente—. Iremos contigo. Supongo que lo único que destruirá esta alucinación tuya es ver a tu hermano en su ataúd.

—¡Sí! —el viejo Job se rió terriblemente—. ¡En su tumba, en el ataúd sin tapa! ¿Por qué preparó ese ataúd abierto antes de su muerte y dejó órdenes de que no se le pusiera ninguna tapa?

—Siempre fue excéntrico —respondió Conrad.

—Siempre fue un diablo —gruñó el viejo Job—. Nos odiamos desde nuestra juventud. Cuando derrochó su herencia y regresó arrastrándose, sin un centavo, se sintió resentido porque no quise compartir con él mi riqueza obtenida con tanto esfuerzo. ¡Perro negro! ¡Demonio de los pozos del Purgatorio!

—Bueno, pronto veremos si está a salvo en su tumba —dijo Conrad—. ¿Listo, O'Donnel?

—Listo —respondí, enfundando mi 45.

Conrad se rió.

—No puedes olvidar tu crianza en Texas, ¿verdad? —bromeó—. ¿Crees que necesitarás dispararle a un fantasma?

—Bueno, nunca se sabe —respondí—. No me gusta salir de noche sin ella.

—Las armas son inútiles contra un vampiro —dijo Job, nervioso de impaciencia—. ¡Sólo hay una cosa que prevalecerá contra ellos! Una estaca clavada en el negro corazón del demonio.

—¡Cielos, Job! —Conrad se rió brevemente—. ¿No puedes hablar en serio sobre esto?

—¿Por qué no? —una llama de locura se elevó en sus ojos. Hubo vampiros en el pasado, todavía los hay en Europa del Este y Oriente. Le he oído alardear de su conocimiento de los cultos secretos y la magia negra. Lo sospechaba, entonces, cuando agonizaba, hasta que me reveló su espantoso secreto. Juró que volvería de la tumba y me arrastraría al infierno con él.

Salimos de la casa y cruzamos el césped. Esa parte del valle estaba escasamente poblada, aunque unas pocas millas al sureste brillaban las luces de la ciudad. Junto a los terrenos de Conrad en el oeste se encontraba la finca de Job, la casa oscura que se alzaba demacrada y silenciosa entre los árboles. Esa casa era el único lujo que se permitía el anciano avaro.

A una milla hacia el norte fluía el río, y hacia el sur se elevaban los sombríos contornos negros de esas colinas bajas y onduladas, coronadas y áridas, con largas laderas cubiertas de arbustos, que los hombres llaman Dagoth Hills, un nombre curioso, no aliado a cualquier idioma indio conocido, pero utilizado por primera vez por el hombre rojo para designar este lugar atrofiado.

Las colinas estaban prácticamente deshabitadas. Había granjas en las laderas exteriores, hacia el río, pero los valles interiores eran demasiado poco profundos y las colinas eran demasiado rocosas para el cultivo. Algo menos de a media milla de la finca de Conrad se encontraba la estructura laberíntica que había albergado a la familia Kiles durante unos tres siglos; al menos, los cimientos de piedra databan de esa época, aunque el resto de la casa era más moderna. El viejo Job se estremeció al mirarla, posada allí como un buitre en un gallinero, contra el fondo ondulado negro de las colinas de Dagoth.

Era una noche salvaje y ventosa a través de la cual continuamos nuestra loca búsqueda. Las nubes atravesaban la luna sin cesar y el viento aullaba entre los árboles, trayendo extraños ruidos nocturnos y jugando trucos curiosos con nuestras voces. Nuestro objetivo era la tumba que estaba en una ladera superior de una colina que se proyectaba desde el resto de la cordillera, corriendo detrás y por encima de la alta meseta sobre la que se encontraba la antigua casa de Kiles. Era como si el ocupante del sepulcro mirara hacia el hogar ancestral y el valle que alguna vez había sido propiedad de su pueblo desde la cordillera hasta el río. Ahora todo el terreno que quedaba en la antigua propiedad era la franja que corría por las laderas hacia las colinas, la casa en un extremo y la tumba en el otro.

La colina sobre la que se construyó la tumba se separaba de las demás, como he dicho, y al ir hacia la tumba pasamos cerca de su extremo escarpado, cubierto de matorrales, que caía abruptamente en un acantilado cubierto de arbustos. Nos estábamos acercando al punto de esta cresta cuando Conrad comentó:

—¿Qué poseyó a Jonas para construir su tumba tan lejos de las bóvedas familiares?

—Él no la construyó —gruñó Job—. Fue construida hace mucho tiempo por nuestro antepasado, el viejo capitán Jacob Kiles, para quien este lugar se llamaba Pirate Hill, porque era un bucanero y un contrabandista. Un extraño capricho hizo que construyera su tumba allí. Pasó mucho tiempo allí, solo, especialmente de noche. Pero nunca la ocupó porque se perdió en el mar en una pelea con un barco de guerra. Solía estar atento a enemigos o soldados desde ese mismo acantilado que teníamos delante, y es por eso que la gente lo llama Smuggler's Point* hasta el día de hoy. [*el lugar del contrabandista] La tumba estaba en ruinas cuando Jonás comenzó a vivir en la tumba, y la hizo reparar para recibir sus huesos. ¡Bueno, tal vez no se atrevía a dormir en tierra consagrada! Antes de morir, había hecho todos los arreglos necesarios: la tumba había sido reconstruida y el ataúd sin tapa fue colocado en él para recibirlo.

Me estremecí a mi pesar.

La oscuridad, las nubes salvajes a través de la luna leprosa, los aullidos del viento, las lúgubres colinas oscuras que se cernían sobre nosotros, las palabras salvajes de nuestro compañero, todo trabajó en mi imaginación para poblar la noche con formas de horror y pesadilla. Miré nerviosamente las laderas cubiertas de matorrales, negras y repelentes a la luz cambiante, y me encontré deseando no estar pasando tan cerca de los acantilados de Smuggler's Point, llenos de leyendas que sobresalían como la proa de un barco desde el mar.

—No soy una niña tonta como para asustarme de las sombras —parloteaba el viejo Job —. Vi su rostro malvado en mi ventana iluminada por la luna. Siempre he creído en secreto que los muertos caminan por la noche. Ahora lo sé.

Se detuvo en seco, congelado en una actitud de absoluto horror. Instintivamente aguzamos nuestros oídos. Oímos las ramas de los árboles azotar en el vendaval. Oímos el fuerte susurro de la hierba alta.

—Es sólo el viento —murmuró Conrad—. Distorsiona cada sonido.

—¡No! ¡No, te lo digo! Fue…

Un grito fantasmal se oyó en el viento, una voz afilada por el miedo y la agonía.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Oh, Dios, ten piedad! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

—¡La voz de mi hermano! —gritó Job—. ¡Me está llamando desde el infierno!

—¿De dónde vino? —susurró Conrad, con los labios repentinamente secos.

—No lo sé —la piel de gallina se destacó pegajosa en mis extremidades—. No podría decirlo. Podría haber venido de arriba o de abajo. Suena extrañamente amortiguado.

—¡El abrazo de la tumba amortigua su voz! —chilló Job—. ¡El sudario aferrado ahoga sus gritos! ¡Te digo que aúlla en las rejillas candentes del infierno y me arrastraría hacia abajo para compartir su condenación! ¡Adelante! ¡A la tumba!

—El camino definitivo de toda la humanidad —murmuró Conrad, un juego espantoso con las palabras de Job no me consoló.

Seguimos al viejo Kiles, apenas capaz de seguirle el paso mientras trotaba, una figura demacrada y grotesca por las laderas que ascendían hacia la masa achaparrada que la ilusoria luz de la luna revelaba como una calavera reluciente.

—¿Reconociste esa voz? —murmuré a Conrad.

—No lo sé. Estaba amortiguada, como mencionaste. Podría haber sido un truco del viento. Si dijera que pensaba que era Jonas, pensarías que estoy loco.

—Ahora no —murmuré—. Pensé que era una locura al principio. Pero el espíritu de la noche se me ha metido en la sangre. Estoy dispuesto a creer cualquier cosa.

Habíamos subido las cuestas y nos detuvimos ante la enorme puerta de hierro de la tumba. Por encima y detrás de ella, la colina se elevaba abruptamente, enmascarada por densos matorrales. El lúgubre mausoleo parecía investido de un siniestro presagio, inducido por los fantásticos sucesos de la noche. Conrad dirigió el rayo de una linterna eléctrica hacia la pesada puerta con su apariencia antigua.

—Esta puerta no se ha abierto —dijo Conrad—. La cerradura no ha sido manipulada. Las arañas ya han construido sus telas a través del alféizar, y las hebras están intactas. La hierba ante la puerta no se ha aplastado, como hubiera sido el caso si alguien hubiera entrado recientemente en la tumba… o salido.

—¿Qué son las puertas para un vampiro? —se quejó Job—. Atraviesan paredes sólidas como fantasmas. Les digo que no descansaré hasta que haya entrado en esa tumba y haya hecho lo que tengo que hacer. Tengo la llave, la única llave que hay en el mundo que se ajusta a esa cerradura.

La sacó, un enorme implemento anticuado, y lo metió en la cerradura. Se oyó un gemido y un crujido de bisagras oxidadas, y el viejo Job retrocedió, como si esperara que algún fantasma con colmillos de hiena volara hacia él a través de la puerta que se abría.

Conrad y yo miramos hacia adentro, y debo admitir que involuntariamente me preparé, sacudido por conjeturas caóticas. Pero la oscuridad interior era estigia. Conrad intentó encender la luz, pero Job lo detuvo. El anciano parecía haber recuperado gran parte de su compostura.

—Dame la luz —dijo y había una determinación sombría en su voz—. Entraré solo. Si ha regresado a la tumba, si está de nuevo en su ataúd, sé cómo tratar con él. Esperen aquí, y si grito, o si escuchan los sonidos de una lucha, entren.

—Pero —Conrad comenzó una objeción.

—¡No discutas! —chilló el viejo Kiles, su compostura comenzaba a desmoronarse de nuevo—. ¡Esta es mi tarea y la haré solo!

Maldijo cuando Conrad sin darse cuenta dirigió el haz de luz a su cara, luego agarró la linterna y, sacando algo de su abrigo, entró en la tumba, empujando la pesada puerta detrás de él.

—Esto es una locura —murmuré con inquietud—. ¿Por qué insistió tanto en que fuéramos con él, si tenía la intención de entrar solo? ¿Y notaste el brillo en sus ojos? ¡Pura locura!

—No estoy tan seguro —respondió Conrad—. Me pareció más una mirada de maligno triunfo. En cuanto a estar solo, difícilmente lo llamarías así, ya que estamos a solo unos metros de él. Tiene alguna razón para no querer que entremos en esa tumba. ¿Qué sacó de su abrigo al entrar?

—Parecía un palo afilado y un martillo pequeño.

—¡Por supuesto! —espetó Conrad—. ¡Qué tonto he sido! ¡No es de extrañar que quisiera entrar a la tumba solo! O'Donnel, habla en serio acerca de esta tontería de los vampiros. ¿No recuerdas las insinuaciones que hizo sobre estar preparado y todo eso? ¡Tiene la intención de clavar esa estaca en el corazón de su hermano! ¡Vamos! No pretendo que mutile...

Desde la tumba sonó un grito que me perseguirá cuando esté agonizando. El espantoso timbre nos paralizó, y antes de que pudiéramos recobrar el sentido, se oyó un enloquecido movimiento de pies, el impacto de un cuerpo volador contra la puerta. Como un murciélago salido de la boca del infierno, voló la forma de Job Kiles. Cayó de cabeza a nuestros pies. La linterna voló de su mano y se apagó. Detrás de él, la puerta de hierro estaba entreabierta y pensé escuchar un extraño ruido de deslizamiento en la oscuridad. Pero toda mi atención se centró en el desgraciado que se retorcía a nuestros pies en horribles convulsiones.

Nos inclinamos sobre él. La luna, deslizándose desde detrás de una nube oscura, iluminó su rostro espantoso, y ambos gritamos involuntariamente por el horror allí estampado. De sus ojos dilatados, toda la luz de la cordura se apagó, como se apaga una vela en la oscuridad. Conrad lo sacudió.

—¡Kiles! En nombre de Dios, ¿qué te pasó?

Un horrible maullido babeante fue la única respuesta; luego captamos unas palabras casi inarticuladas.

—¡La cosa! ¡La cosa en el ataúd!

Luego, cuando Conrad gritó una pregunta feroz, los ojos se pusieron en blanco y se cerraron, los labios rígidos se congelaron en una mueca espantosa y sin alegría, y todo el cuerpo lacio del hombre pareció hundirse y colapsar sobre sí mismo.

—¡Muerto! —murmuró Conrad, consternado.

—No veo ninguna herida —susurré, conmovido.

—No hay heridas, no hay gota de sangre.

—Entonces —apenas me atrevía a poner en palabras el espantoso pensamiento.

Miramos con temor la franja oblonga de negrura enmarcada en la puerta parcialmente abierta de la tumba silenciosa. El viento aulló de repente a través de la hierba, como un himno de triunfo demoníaco. Un temblor repentino se apoderó de mí.

Conrad se levantó.

—¡Vamos! —dijo—. Dios sabe lo que acecha en esa tumba infernal, pero tenemos que averiguarlo. El anciano estaba abrumado por sus propios miedos. Su corazón no era demasiado fuerte. Cualquier cosa podría haber causado su muerte. ¿Estás conmigo?

¿Qué terror de una amenaza tangible y entendida puede igualar al de una amenaza invisible y sin nombre? Pero asentí con la cabeza, y Conrad tomó la linterna, la encendió y gruñó de placer porque no estaba rota. Luego nos acercamos a la tumba como los hombres se acercan a la guarida de una serpiente. Mi arma estaba amartillada en mi mano cuando Conrad abrió la puerta. Su luz jugaba velozmente sobre las paredes húmedas, el piso polvoriento y el techo abovedado, para detenerse en el ataúd sin tapa que estaba en su pedestal de piedra en el centro. Nos acercamos, sin atrevernos a conjeturar qué horror sobrenatural podrían encontrar nuestros ojos. Conrad iluminó con su luz. Un grito se nos escapó; el ataúd estaba vacío.

—¡Dios mío! —susurré—. ¡Job tenía razón! Pero, ¿dónde está el vampiro?

—Ningún ataúd vacío asustó hasta matar a Job Kiles —respondió Conrad—. Sus últimas palabras fueron la cosa en el ataúd. Había algo en él, algo cuya visión extinguió la vida de Job Kiles como una vela apagada.

—¿Pero dónde está? —pregunté con inquietud—. No podría haber emergido de la tumba sin que lo hubiéramos visto. ¿Es que puede hacerse invisible a voluntad? ¿Está aquí, con nosotros en esta tumba, sin ser visto?

—Es una locura pensarlo —espetó Conrad, pero lanzando con una rápida mirada instintiva por encima del hombro a derecha e izquierda. Luego añadió—: ¿Notas un leve olor repulsivo en este ataúd?

—Sí, pero no puedo definirlo.

—Ni yo. No es exactamente el hedor de un osario. Es un olor a reptil. Me recuerda levemente a los olores que he captado en las minas muy por debajo de la superficie de la tierra. Se adhiere al ataúd como si algún ser impío de lo profundo se hubiera acostado allí.

Pasó la luz sobre las paredes de nuevo y la detuvo repentinamente, enfocándola en la pared trasera, que estaba fuera de la placa de roca de la colina sobre la que se construyó la tumba.

—¡Mira!

¡En la pared supuestamente sólida mostraba una abertura larga y delgada! Conrad la alcanzó de una zancada y juntos la examinamos. Empujó con cautela en la sección de la pared más cercana, y cedió hacia adentro silenciosamente, abriéndose en una negrura tal que no había soñado que existiera de este lado de la tumba. Ambos retrocedimos involuntariamente y nos quedamos tensos, como si esperáramos que nos asaltara algún horror de la noche. Entonces, la breve risa de Conrad fue como una pizca de agua helada en mis nervios tensos.

—Al menos el ocupante de la tumba utiliza un medio de entrada y salida no sobrenatural —dijo—. Evidentemente, esta puerta secreta fue construida con sumo cuidado. Mira, es simplemente un gran bloque de piedra vertical que gira sobre un pivote. Y el silencio con el que funciona muestra que el pivote y los casquillos han sido engrasados recientemente.

Dirigió su rayo hacia el hoyo detrás de la puerta, y descubrió un túnel estrecho que corría paralelo al umbral de la puerta, claramente hacia la roca sólida de la colina. Los lados y el suelo eran lisos y uniformes; el techo, arqueado.

Conrad retrocedió y se volvió hacia mí.

—O'Donnel, me parece sentir algo oscuro y siniestro aquí, y estoy seguro de que posea una agencia humana. Siento como si hubiéramos tropezado con un río negro, escondido, corriendo bajo nuestros pies. Adónde conduce, no puedo decirlo, pero creo que el poder detrás de todo esto es Jonas Kiles. Creo que el viejo Job vio a su hermano en la ventana esta noche.

—Pero Jonas Kiles está muerto.

—Creo que no. Creo que estaba en un estado autoinducido de catalepsia, como el que practican los faquires de la India. He visto algunos casos y habría jurado que estaban realmente muertos. Han descubierto el secreto de la animación suspendida a voluntad, a pesar de los científicos y los escépticos. Jonas Kites vivió varios años en la India y, de alguna manera, debe haber aprendido ese secreto.

»El ataúd abierto, el túnel que conduce desde la tumba, todo apunta a que estaba vivo cuando lo colocaron aquí. Por alguna razón, deseaba que la gente creyera que estaba muerto. Puede ser un capricho de una mente desequilibrada, pero también podría haber razones más oscuras. A la luz de su aparición ante su hermano, me inclino por esto último, pero en este momento mis sospechas son demasiado horribles y fantásticas para expresarlas con palabras. Tengo la intención de explorar este túnel. Jonas puede estar escondido en alguna parte. ¿Estás conmigo? Recuerda, el hombre puede ser un maníaco homicida, o si no, más peligroso incluso que un loco.

—Estoy contigo —gruñí, aunque se me puso la carne de gallina ante la perspectiva de hundirme en ese pozo nocturno—. Pero, ¿qué pasa con ese grito que escuchamos? ¡Eso no fue fingir agonía! ¿Y qué fue lo que Job vio en el ataúd?

—No lo sé. Podría haber sido Jonas vestido con algún disfraz infernal. Admito que hay mucho misterio asociado a este asunto, incluso si aceptamos la teoría de que Jonas está vivo y detrás de todo. Pero, vamos, ayúdame a levantar a Job. No podemos dejarlo tirado aquí. Lo meteremos en el ataúd.

Así que levantamos a Job Kites y lo pusimos en el ataúd del hermano que había odiado, donde yacía con sus ojos vidriosos mirando desde sus rasgos grises. Mientras lo miraba, el canto fúnebre del viento pareció hacer eco de sus palabras en mis oídos:

—¡Adelante! ¡A la tumba! —y su camino ciertamente lo había llevado a la tumba.

Conrad abrió el camino a través de la puerta secreta que dejamos abierta. Cuando entramos en ese túnel negro, tuve un momento de pánico absoluto. Me alegré de que Conrad tuviera en su bolsillo la única llave con la que la pesada cerradura de la entrada podría abrirse. Tenía la inquietante sensación de que el endemoniado Jonas podría cerrar la puerta, dejándonos sellados en la tumba hasta el Día del Juicio Final.

El túnel parecía correr aproximadamente hacia el este. Avanzaba con cautela, iluminando el camino ante nosotros.

—Este túnel no fue abierto por Jonas Kiles —susurró Conrad—. Tiene un aire muy antiguo, ¡mira!

Otra puerta oscura apareció a nuestra derecha. Conrad dirigió su rayo a través de ella, revelando otro pasaje más estrecho. Otras puertas se abrían a ambos lados.

—Es una red —murmuré—. Pasillos paralelos conectados por túneles más pequeños. ¿Quién hubiera imaginado que algo así se encontraba bajo las colinas Dagoth?

—¿Cómo lo descubrió Jonas Kiles? —se preguntó Conrad—. Mira, hay otra puerta a nuestra derecha, y otra, ¡y otra! Tienes razón, es una verdadera red de túneles. ¿Quién diablos los cavó? Deben ser obra de alguna raza prehistórica desconocida. Pero este corredor en particular se ha usado recientemente. ¿Ves cómo se remueve el polvo en el piso? Todas las puertas están a la derecha, ninguna a la izquierda. Este corredor sigue la línea exterior de la colina, y debe haber una salida en algún lugar a lo largo de ella. ¡Mira!

Estábamos pasando por la abertura de uno de los oscuros túneles que se cruzaban, y Conrad había iluminado la pared junto a él. Allí vimos una flecha tosca marcada con tiza roja, apuntando hacia el túnel más pequeño.

—Eso no puede conducir al exterior —murmuré—. Se hunde más profundamente en las entrañas de la colina.

—Sigámoslo, de todos modos —respondió Conrad—. Podemos encontrar el camino de regreso a este túnel exterior fácilmente.

Así que bajamos, cruzando varios otros corredores más grandes, y en cada uno de ellos encontramos la flecha señalando el camino por el que íbamos. La luz de Conrad parecía casi perdida en esa densa negrura, y presagios sin nombre y temores instintivos me perseguían mientras nos hundíamos más y más en el corazón de esa maldita colina. De repente, el túnel terminó abruptamente en una estrecha escalera que conducía hacia abajo y se desvanecía en la oscuridad. Un escalofrío involuntario me sacudió mientras miraba hacia los escalones tallados. ¿Qué pies impíos los habían pisado en épocas olvidadas? Luego vimos algo más: una pequeña cámara que se abría al túnel, justo en la parte superior de la escalera. Y cuando Conrad iluminó con su linterna, una exclamación involuntaria salió de mis labios. No había ningún ocupante, pero abundaban las pruebas de una ocupación reciente.

Que la cámara hubiera sido amueblada para ser ocupada por humanos no era tan sorprendente, a la luz de nuestros descubrimientos anteriores, pero nos quedamos horrorizados por el estado del contenido. Un catre de campaña yacía de lado, roto, las mantas esparcidas por el suelo rocoso en tiras irregulares. Libros y revistas hechos pedazos, latas de comida yacían descuidadamente, maltratadas y dobladas, algunas estallaron y el contenido se derramó. Una lámpara yacía rota en el suelo.

—Un escondite —dijo Conrad—. Y apostaré mi cabeza que es de Jonas Kiles. ¡Pero qué caos! Mira estas latas, aparentemente reventadas por haber sido golpeadas contra el piso de roca, y esas mantas, rasgadas en tiras, como un hombre podría rasgar un pedazo de papel. ¡Dios mío, O'Donnel, ningún ser humano podría causar tantos estragos!

—Un loco podría —murmuré—. ¿Qué es eso?

Conrad se detuvo y tomó un cuaderno. Lo acercó a la luz.

—¡Es el diario de Jonas Kiles! Conozco su letra. ¡Mira, esta última página está intacta, y está fechada hoy! Eso prueba que está vivo.

—O estaba. ¿Dónde diablos está de todos modos? —susurré, mirando con miedo a mi alrededor—. ¿Y por qué toda esta devastación?

—Lo único que se me ocurre —dijo Conrad—, es que el hombre estaba al menos parcialmente cuerdo cuando entró en estas cavernas, pero desde entonces se ha vuelto loco. Será mejor que estemos alerta; si está loco, es muy posible que nos ataque en la oscuridad.

—He pensado en eso —gruñí con un estremecimiento involuntario—. Es un pensamiento bonito: un loco acechando en estos túneles infernales para saltar sobre nuestra espalda. Adelante, lee el diario mientras yo vigilo la puerta.

—Leeré esta última entrada —dijo Conrad—. Quizás arroje algo de luz sobre el tema.

Y enfocando la luz en la caligrafía apretada, leyó:

—Todo está ahora listo para mi gran golpe. Esta noche dejo este retiro para siempre, y no me arrepentiré, porque la eterna oscuridad y el silencio están comenzando a sacudir incluso mis nervios de hierro. Me estoy volviendo imaginativo. Incluso mientras escribo, me parece escuchar sonidos sigilosos, como de cosas que se arrastran desde abajo, aunque no he visto ni un murciélago o una serpiente en estos túneles. Pero mañana habré tomado mi morada en la hermosa casa de mi hermano. Mientras él, y es una broma tan rara que lamento no poder compartirla con nadie, él ocupará mi lugar en la fría oscuridad, más oscura y fría que incluso estos túneles oscuros.

»Debo escribir, si no puedo hablar de ello, porque estoy emocionado por mi propia astucia. ¡Y qué diabólica astucia! Si los tontos supieran que trabajé en las supersticiones de mi hermano soltando pistas y dejando caer comentarios crípticos. Él siempre me miró como una herramienta del Maligno. Antes de mi enfermedad, tembló al borde de la creencia de que me había vuelto sobrenatural o infernal. Luego, en mi supuesto lecho de muerte, cuando derramé toda mi furia sobre él, su miedo era genuino. Sé que está completamente convencido de que soy un vampiro. ¿Conozco a mi hermano? Estoy tan seguro como si lo hubiera visto, que huyó de su casa y preparó una estaca para atravesar mi corazón. Pero no hará ningún movimiento hasta que esté seguro de que lo que sospecha es cierto.

»Esta seguridad se la brindaré. Esta noche apareceré en su ventana. Apareceré y desapareceré. No quiero matarlo de miedo, porque entonces mis planes quedarían en nada. Sé que cuando se recupere de su primer susto, vendrá a mi tumba para destruirme con su estaca. Entonces lo mataré. Me vestiré con sus ropas y lo colocaré en el ataúd abierto. Nos parecemos lo suficiente, de modo que, con mi conocimiento de sus maneras y gestos, puedo imitarlo a la perfección. Además, ¿quién lo sospecharía? Es demasiado extraño, demasiado fantástico. La gente puede preguntarse por el cambio en Job Kiles, pero no irá más allá. Viviré y moriré en los zapatos de mi hermano, y cuando la muerte real llegue a mí, será pospuesta por mucho tiempo. Me acostaré en las antiguas bóvedas de Kiles con el nombre de Job Kiles en mi lápida, mientras el verdadero Job duerme en la vieja tumba en Pirate Hill.

»Me pregunto hace cuántos años descubrió Jacob Kiles estos caminos subterráneos. Él no los construyó. Fueron tallados en cavernas oscuras y roca sólida por las manos de hombres olvidados; cuánto tiempo hace no me atrevo a aventurar una conjetura. Mientras me escondo aquí, esperando, me he divertido explorándolos. He descubierto que son mucho más extensos de lo que había sospechado. Se hunden en la tierra a una profundidad increíble, nivel tras nivel, como los pisos de un edificio, y cada nivel está conectado con el de abajo por una sola escalera. El viejo Jacob Kiles debe haber utilizado estos túneles, al menos los del nivel superior, para el almacenamiento de botín y contrabando. Construyó la tumba para enmascarar sus actividades reales y, por supuesto, cortar la entrada secreta y colgar la piedra de la puerta en el pivote. Debe haber descubierto las madrigueras por medio de la entrada oculta en Smuggler's Point. La puerta vieja que construyó allí era una mera masa de astillas podridas y oxidado metal cuando la encontré. Como nadie la descubrió, después de él, no es probable que nadie encuentre la nueva puerta que construí con mis propias manos para reemplazar la antigua. Aún así, tomaré las precauciones adecuadas a su debido tiempo.

»Me he preguntado mucho en cuanto a la identidad de la raza que alguna vez debió habitar estos laberintos. No he encontrado huesos ni cráneos, aunque sí he descubierto, en el nivel superior, implementos de cobre curiosamente endurecidos. También encontré implementos de piedra, hasta el décimo nivel. Además, en el nivel superior encontré porciones de paredes decoradas con pinturas muy descoloridas, pero que evidencian indudable habilidad. Estos cuadros-pinturas que encontré en todos los niveles hasta el quinto, aunque las decoraciones de cada nivel eran más toscas que las del anterior, hasta que las últimas eran meras manchas sin sentido, como las que un simio podría hacer con un pincel. Además, los implementos de piedra eran mucho más toscos en los niveles inferiores, al igual que la mano de obra de los techos, escaleras, puertas, etc. Uno tiene la fantástica impresión de una raza encarcelada que se adentra cada vez más en la tierra negra, siglo tras siglo, y pierde cada vez más sus atributos humanos a medida que se hundían en un nuevo nivel.

»El decimoquinto nivel no tiene sentido, los túneles corren sin rumbo fijo, sin un plan aparente, un contraste tan llamativo con el nivel superior, el cual es un triunfo de la arquitectura primitiva, que es difícil creer que hayan sido construidos por la misma raza. Muchos siglos deben haber pasado entre la edificación de los dos niveles, y los constructores deben haberse degradado mucho. Pero el nivel quince no es el final de estas misteriosas madrigueras.

»La entrada que se abre en la única escalera en la parte inferior del nivel más bajo estaba bloqueada por piedras que habían caído del techo, probablemente hace cientos de años, antes de que el viejo capitán Jacob descubriera los túneles. Impulsado por la curiosidad, quité los escombros. Abrí un agujero en el montón este mismo día, aunque no tuve tiempo de explorar lo que había debajo, De hecho, dudo que pueda hacerlo, porque mi luz me mostró, no la serie habitual de escaleras de piedra, sino un eje empinado y liso que conduce a la oscuridad. Un simio o una serpiente pueden pasar arriba y abajo, pero no un ser humano. A qué hoyos impensables conduce, no me importa incluso tratar de adivinar. Por alguna razón, me dio una sensación extrañamente espeluznante y me llevó a conjeturas fantásticas sobre el destino final de la raza que una vez vivió en estas colinas. Los niveles inferiores no se encuentran en rocas casi sólidas como los que están más cerca de la superficie. Están en tierra negra y una especie de piedra muy blanda, y aparentemente fueron extraídas con los utensilios más primitivos; incluso parecen haber sido excavadas con dedos y uñas. Podrían ser las madrigueras de animales, excepto por el evidente intento de imitar los sistemas más ordenados de arriba. Pero por debajo del decimoquinto nivel, como pude ver, incluso por mis investigaciones superficiales, cesa toda imitación; las excavaciones debajo del decimoquinto nivel son pozos locos y brutales, y no deseo saber a qué blasfemas profundidades descienden.

»Me atormentan especulaciones fantásticas sobre la identidad de la raza que se hundió en la tierra y desapareció en sus negras profundidades hace tanto tiempo. Persistía una leyenda entre los indios de esta vecindad, muchos siglos antes de la llegada de los hombres blancos, que decía que sus antepasados condujeron a una extraña raza alienígena a las cavernas de Dagoth Hills y los sellaron para perecer. Sin embargo, no murieron, sino que sobrevivieron de alguna manera durante al menos varios siglos. Quiénes eran, de dónde venían, cuál era su destino final, nunca se sabrá. Los antropólogos pueden obtener alguna evidencia de las pinturas en el nivel superior, pero no pretendo que nadie se entere nunca de estas madrigueras. Algunas de estas imágenes oscuras representan indios inconfundibles, en guerra con hombres evidentemente de la misma raza que los artistas de estos modelos.

»Pero se acerca el momento de llamar a mi amado hermano. Saldré por la puerta de Smuggler's Point y regresaré por el mismo camino. Llegaré a la tumba antes que mi hermano, por muy rápido que venga, y vendrá, sé que lo hará. Luego, cuando todo esté hecho, saldré de la tumba, y ningún hombre volverá a poner un pie en estos corredores. Porque me aseguraré de que la tumba nunca se abra. Una explosión conveniente de dinamita sacudirá suficientes rocas desde los acantilados de arriba para sellar eficazmente la puerta en Smuggler's Point para siempre.»

Conrad deslizó el cuaderno en su bolsillo.

—Loco o cuerdo —dijo lúgubremente—, Jonas Kiles es un verdadero demonio. No estoy muy sorprendido, pero sí un poco conmocionado. ¡Qué plan infernal! Pero se equivocó en una cosa: aparentemente dio por sentado que Job vendría solo. El hecho de que no lo hiciera fue suficiente para alterar sus cálculos.

—En última instancia —respondí—, en lo que respecta a Job, Jonás ha tenido éxito en su diabólico plan: logró matar a su hermano de alguna manera. Evidentemente, él estaba en la tumba cuando Job entró.

Conrad negó con la cabeza. Un creciente nerviosismo se había hecho evidente en sus modales a medida que avanzaba con la lectura del diario. De vez en cuando se detenía y levantaba la cabeza en actitud de escucha.

—O'Donnel, no creo que fuera Jonas a quien Job vio en el ataúd. He cambiado un poco mi opinión. Una mente humana malvada fue el artífice de todo esto, pero algunos de los aspectos de este asunto no se puede atribuir a la humanidad. Ese grito que escuchamos en el Point, el estado de esta habitación, la ausencia de Jonas, todo indica algo aún más oscuro y siniestro que el plan de asesinato de Jonas Kiles.

—¿Qué quieres decir? —pregunté con inquietud.

—Supongamos que la raza que cavó estos túneles no pereció —susurró—. Supongamos que sus descendientes todavía viven en algún estado de existencia anormal en los pozos negros debajo de los niveles de los pasillos. Jonas menciona en sus notas que pensó escuchar sonidos sigilosos, como cosas que se arrastran desde abajo.

—Pero vivió en estos túneles durante una semana —protesté.

—Olvidas que el pozo que conduce a los pozos estaba bloqueado hasta hoy, cuando limpió las rocas. O'Donnel, creo que los pozos inferiores están habitados, que las criaturas han encontrado su camino hacia estos túneles, y que fue la vista de una de ellas, durmiendo en el ataúd, lo que mató a Job Kiles.

—¡Pero esto es una locura total! —exclamé.

—Sin embargo, estos túneles fueron habitados en tiempos pasados, y según lo que hemos leído, los habitantes deben haberse hundido a un nivel de vida increíblemente bajo. ¿Qué prueba tenemos de que sus descendientes no hayan vivido en los horribles pozos negros que vio Jonas? ¡Escucha!

Había apagado la luz y llevábamos unos minutos en la oscuridad. En algún lugar escuché un leve ruido de deslizamiento. Sigilosamente nos metimos en el túnel.

—¡Es Jonas Kiles! —susurré, pero una sensación helada subió y bajó por mi columna.

—Entonces se ha estado escondiendo abajo —murmuró Conrad—. Los sonidos provienen de las escaleras, como si algo se arrastrara desde abajo. No me atrevo a encender la luz, si está armado, podría atraerlo.

Me pregunté por qué Conrad, con los nervios de hierro en presencia de enemigos humanos, temblaba como una hoja. En algún lugar del túnel, en la dirección por la que veníamos, escuché otro suave sonido repelente. Y en ese instante los dedos de Conrad se hundieron como acero en mi brazo. En la turbia oscuridad debajo de nosotros, dos chispas amarillas oblicuas brillaron de repente.

—¡Dios mío! —susurró Conrad—. ¡Ese no es Jonas Kiles!

Mientras hablaba, otra par de ojos se unió al primero; luego, de repente, el oscuro pozo que nos atravesaba estaba vivo con destellos amarillos, flotantes, como estrellas malignas reflejadas en un golfo nocturno. Fluyeron escaleras arriba hacia nosotros, silenciosamente excepto por ese detestable sonido de deslizamiento. Un vil olor terroso brotó de nuestras fosas nasales.

—¡Regresemos, en el nombre de Dios! —jadeó Conrad, y comenzamos a alejarnos de las escaleras, por el túnel por el que habíamos venido.

Entonces, de repente, llegó la ráfaga de un cuerpo pesado a través del aire y, girando, disparé a ciegas y a quemarropa en la oscuridad. Mi grito, cuando el destello iluminó momentáneamente la sombra, fue repetido por Conrad. Al instante siguiente, estábamos corriendo por el túnel como los hombres podrían huir del infierno, mientras que detrás de nosotros algo se desplomaba, se tambaleaba y se revolcaba en el suelo en su agonía.

—Enciende la luz —jadeé—. No debemos perdernos en estos laberintos infernales.

El rayo apuñaló la oscuridad delante de nosotros y nos mostró el pasillo exterior donde habíamos visto la flecha por primera vez. Allí nos detuvimos un instante y Conrad dirigió su rayo hacia el túnel. Solo vimos la oscuridad vacía, pero más allá solo Dios sabe qué horrores se arrastraban a través de la oscuridad.

—¡Dios mío, Dios mío! —Conrad jadeó—. ¿Lo viste? ¿Lo viste?

—¡No sé! Vislumbré algo parecido a una sombra voladora. No era un hombre, tenía una cabeza algo así como un perro.

—No estaba mirando en esa dirección —susurró—. Estaba mirando por las escaleras cuando el destello de tu arma cortó la oscuridad.

—¿Qué viste? —mi carne estaba húmeda de sudor frío.

—¡Las palabras humanas no pueden describirlo! —gritó—. La tierra negra se llenó de gusanos gigantes, la oscuridad se agitó con una vida blasfema. ¡En el nombre de Dios, salgamos de aquí, por este pasillo hacia la tumba!

Pero incluso cuando dimos un paso hacia adelante, fuimos paralizados por sonidos sigilosos delante de nosotros.

—¡Los pasillos están llenos de ellos! —susurró Conrad—. ¡Rápido, por el otro lado! Este corredor sigue la línea de la colina y debe correr hacia la puerta en Smuggler's Point.

Hasta que muera recordaré aquel vuelo por ese pasillo negro y silencioso, con el horror que nos pisaba los talones. Por un momento esperé que algún espectro con colmillos de demonio saltara sobre nuestra espalda o surgiera de la oscuridad frente a nosotros. Entonces Conrad, alumbrando su luz tenue hacia adelante, soltó un jadeo de alivio.

—La puerta, por fin. Dios mío, ¿qué es esto?

Incluso cuando su luz había brillado sobre una pesada puerta forrada de hierro, con una pesada llave en la enorme cerradura, había tropezado con algo que yacía arrugado en el suelo. Su luz mostraba una forma humana retorcida, su cabeza destrozada yacía en un charco de sangre. Los rasgos eran irreconocibles, pero conocíamos la forma demacrada y desgarbada, todavía vestida con las ropas de la tumba. La muerte real había encontrado por fin a Jonas Kiles.

—¡Ese grito cuando pasamos el Point esta noche! —susurró Conrad—. ¡Fue su grito de muerte! Había regresado a los túneles después de mostrarse a su hermano, y el horror se apoderó de él en la oscuridad.

De repente, mientras estábamos sobre el cadáver, escuchamos de nuevo ese maldito ruido de deslizamiento en la oscuridad. En un frenesí, saltamos a la puerta y la abrimos. Con un sollozo de alivio, nos adentramos en la noche iluminada por la luna. Por un instante, la puerta se abrió detrás de nosotros, luego, cuando nos volvimos para mirar, una ráfaga de viento salvaje la cerró de golpe.

Pero antes de que se cerrara, una imagen espantosa saltó ante nosotros, medio iluminada por los desordenados rayos de la luna: el cadáver desparramado y mutilado, y sobre él una monstruosidad gris que se tambaleaba, un horror con cabeza de perro, de ojos llameantes. Luego, el portazo borró la vista, y mientras huíamos por la pendiente a la luz de la luna cambiante, escuché a Conrad balbucear:

—¡Engendro de los pozos negros de la locura y la noche eterna, el nadir de la degeneración humana! Buen Dios, sus antepasados eran hombres. Los pozos debajo del decimoquinto nivel, ¿en qué infiernos de blasfemo horror negro se hunden, y por qué hordas demoníacas están poblados? Son descendientes de hombres, de los Moradores, ¡los Moradores debajo de las tumbas!

Robert E. Howard (1906-1936)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Robert E. Howard.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Robert E. Howard: Los moradores debajo de las tumbas (The Dwellers Under the Tombs), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Poky999 dijo...

Sinceramente no tengo una crítica objetiva respecto al relato. Me emocioné al leer como estaban aterrorizados por la entidad moradora que los acechaba.



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