Escucho sonidos del pasado


Escucho sonidos del pasado.




Una interesante experiencia más en nuestro Consultorio Paranormal, en este caso, relacionada con sonidos del pasado; es decir, la experiencia de escuchar sonidos atrapados en el tiempo, como si de algún modo hubiesen quedado grabados en el lugar, repitiéndose una y otra vez (ver: ¿Los fantasmas son «grabaciones» impresas en la realidad?)


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Bien, realmente creo que mi experiencia puede ser interesante para el Consultorio Paranormal de El Espejo Gótico, aunque no estoy completamente segura de que se trate de algo paranormal. Podría tener otras explicaciones. Me pregunto si esto le ha sucedido a alguien más (ver: Señales de que hay un espíritu en tu casa).

Soy una mujer de cuarenta años y actualmente vivo en el hogar de mi infancia. Regresé junto a mi esposo y mi hija cuando mis padres fallecieron hace algunos años. Nunca experimenté algo paranormal cuando era pequeña, salvo cosas comunes, un poco extrañas, que supongo que le suceden a todos los chicos. Mi experiencia no tiene que ver exactamente con el pasado, o sí, en realidad no lo sé (ver: ¿El Tiempo es lo que evita que todo suceda a la vez?).

Necesito hacer un poco de historia para darle algo de sentido a mi experiencia.

El fondo de mi casa, lo que podríamos llamar patio trasero, era mi lugar en el mundo. Mi padre había reparado un viejo columpio (aquí le decimos «hamaca», pero creo que «columpio» es el término más extendido en otras partes). Allí pasaba la mayor parte de mi tiempo libre, jugando.

Cierto día, llegaron nuevos vecinos. Un matrimonio de mediana edad, y una hija de aproximadamente mi edad (a la que llamaré Isabel), que padecía esta condición que hoy, imagino, seguramente sería diagnosticada dentro del espectro autista. Por aquel entonces, mis padres simplemente me aclararon que Isabel era «especial», y que debía ser paciente y delicada si jugaba con ella en algún momento.

Desde el fondo de mi casa podía ver el suyo, quiero decir, el patio trasero de los vecinos, a través de una enredadera que separaba las dos propiedades. Isabel rara vez salía, y las pocas veces que lo hacía, no parecía demasiado interesada en jugar con nadie. Supongo que mis padres, bastante abiertos para la época, hicieron alguna gestión para que Isabel y yo jugásemos juntas, pero la experiencia fue frustrante. Le ofrecí todos mis juguetes, sin obtener el más mínimo interés de su parte.

Una tarde, después de hacer la tarea y cumplir con otras obligaciones (mi madre creía que una mujer se hacía a fuerza de clases de baile y de piano), escuché el sonido de las campanas de viento en la puerta trasera de la casa de Isabel (no sé exactamente cómo se llaman, pero eran algo así como un racimo de tubos de caña que hacían un sonido muy lindo cuando abrías la puerta), e inmediatamente despúes escuché el sonido inconfundible de las cadenas del columplio, un chirrido rítmico, que indicaba que alguien se estaba balanceando (o hamacándose).

De algún modo, Isabel había atravesado la enredadera. Estaba hamacándose con una sonrisa radiante. Nunca la había visto así de feliz. Me emociona recordarlo, porque su rostro estaba apagado la mayor parte del tiempo, como ausente.

Me senté junto a ella en el columplio, y literalmente pasamos horas allí, horas enteras, sin aburrirnos, y sin hablar. Cada tanto ella emitía este sonido gutural de satisfacción, como un pequeño estallido de felicidad.

No lo recuerdo exactamente, pero mi madre y la madre de Isabel debieron establecer algunas reglas, porque de otro modo nos hubiésemos pasado la vida entera en el columpio: a la tarde, cuando ambas hubiésemos terminado nuestras actividades, podíamos hamacarnos juntas. Ni siquiera necesitábamos llamarnos mutuamente. Bastaba que escuchara las campanas de viento, y luego el chirrido de las cadenas de hierro, para saber que Isabel ya estaba balanceándose en el columpio.

Esa es una forma de saber que ella estaba afuera.

Un día, Isabel no vino.

Me pareció sumamente extraño, así que se lo consulté a mi madre. Ella me informó que Isabel y sus padres se habían mudado repentinamente. Me sentí más ofendida que otra cosa. ¡Irse sin despedirse! Me rompió el corazón.

Años después supe que Isabel padecía una enfermedad terminal, y que aquella abrupta mudanza, en realidad, respondía a las necesidades de su tratamiento. Mi madre decidió que yo era demasiado chica para asimilarlo. Isabel murió poco tiempo después, aunque yo me enteré de esto en mi adolescencia. De todos modos, lloré como si hubiese ocurrido aquel mismo día.

Salto hacia el presente de nuevo.

Regresé a vivir a la casa de mis padres hace un año, como dije anteriormente, con mi esposo y mi hija. Si bien se hicieron refacciones a lo largo de los años, el columpio seguía ahí, aunque prácticamente herrumbado. Mi esposo se ofreció a restaurarlo, creyendo que sería algo divertido para nuestra hija. La idea me produjo un escalofrío, porque lo cierto es que desde que Isabel se «mudó», nunca más volví a sentarme en el columpio. Simplemente perdió lo que lo hacía divertido. Solo verlo me llenaba de emociones de tristeza y pesar.

Decidí que lo mejor sería sacarlo de allí.

Decirlo fue más fácil que hacerlo. Era un columpio de hierro, sumamente viejo y sólido, que ya estaba en la casa cuando mis padres la compraron. Hubo que excacar casi un metro y medio para remover unas estructuras de concreto, como anclas, que lo mantenían aferrado al sueño.

Hace unas semanas, mientras estaba en la cocina tomando mate, al atardecer, escuché las campanas de viento, y el chirrido de las cadenas de hierro, yendo y viniendo, como si alguien estuviése hamacándose (ver: Escuchar fantasmas de niños).

No solo el columplio ya no está allí. La casa de al lado fue remodelada. No tienen campanas de viento en la puerta del fondo (ver: Teoría del fin de la realidad: ¿los fantasmas son una falla en la programación del universo?).

Lo sé porque al escuchar estos sonidos del pasado pensé que los vecinos tal vez habían puesto un columpio en el patio o algo así. Entonces fui hasta el fondo y me asomé por la enredadera. No había nadie afuera, tampoco un columplio, tampoco campanas de viento en la puerta (ver: Sentir que hay un espíritu en casa).

No me sentí asustada. Estoy segura de que hay algún tipo de explicación psicológica para mi experiencia, pero no estoy segura de querer conocerla. Simplemente me alegró saber que Isabel todavía quería jugar conmigo (ver: Un espíritu está tratando de comunicarse conmigo).

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Consultorio Paranormal. I Fenómenos paranormales.


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