Las propiedades terapéuticas del Horror


Las propiedades terapéuticas del Horror.




Si los sueños son una especie de vávula de escape que le permite a nuestro subconsciente excretar los productos reprimidos de la consciencia, entonces la ficción, quizás, tenga un propósito similar; es decir, defecar simbólicamente aquellos miedos y ansiedades ocultos de nuestra sociedad (ver: Los sueños como subrutinas del subconsciente en la ficción).

¿Y qué mejor herramienta para purificar los miedos de la sociedad que un género que se dedica específicamente al miedo?

El Horror, vaya uno a saber por qué, es un género que siempre fue mirado de reojo por la intelectualidad seria, como quien teme ensuciarse al entrar en un contacto con algo impuro. Sin embargo, la función social, y hasta terapéutica, del Horror, implica justamente que, a veces, sea necesario meterse hasta el cuello en la mugre para limpiarse.

En términos antropológicos podemos suponer que el Horror —siempre en términos de género literario, desde ya— es esencialmente un registro de los miedos colectivos de las sociedades. En cierto modo, el Horror es un diario de pesadillas, el cual funciona tanto como un ejercicio terapéutico individual como un producto cultural.

En este sentido, el Horror es una herramienta más eficiente que la Historia para registrar una época determinada. Después de todo, la Historia encuentra más interesante revisar el pasado y saber qué construyó, inventó o conquistó una sociedad determinada; cuando en realidad la pregunta más relevante sería: ¿a qué le tenían miedo? (ver: Etimología del miedo)

Uno no puede engañar al miedo, y si se trata de un miedo colectivo, compartido por toda una sociedad, mucho menos. El miedo se filtra en el arte, busca expresarse, y lo hace, simbólicamente, aliviando las ansiedades y tensiones que produce, pero también dejando una especie de registro que no siempre coincide con la historia oficial, la cual puede falsearse e interpretarse subjetivamente.

En este punto podemos preguntarnos qué creaciones, si acaso perduran, les permitirán a los consumidores del Horror dentro de unos trescientos o mil años, comprender mejor nuestra época.

El Horror, además de documentar secretamente los miedos individuales y colectivos de la sociedad, también tiene una función crítica. Es decir que la verdadera importancia del género es su trascendencia, su rigor, simbólico, desde ya, a la hora extraer nuestros miedos y examinarlos bajo una perspectiva diferente.

El Horror es terapéutico. Vaya que lo es.

Con esto no estoy diciendo que otros géneros no lo sean. Por el contrario. Por algo todos tenemos nuestras simpatías, nuestras inclinaciones por tal o cual género literario, que probablemente reflejen con mayor precisión nuestras propias inquietudes y preocupaciones invididuales. Pero si vamos a hablar sobre el miedo, ¿qué mejor dialecto que el Horror para entablar esa conversación?

Ahora bien, si el Horror documenta los miedos de una época determinada, ¿cuáles son nuestros miedos actuales?

Tal vez sea prematuro realizar un diagnóstico al respecto. Además, en este caso el médico también es un enfermo, siendo él mismo un producto de la época que pretende analizar, con lo cual su diagnóstico acaso esté contaminado. Resulta más apropiado, y ético, hablar de ansiedades emergentes.

Sin dudas, una de las principales preocupaciones del Horror contemporáneo es el impacto de las nuevas tecnologías (ver: Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror). No es imprescindible contar con un gran poder de observación para advertir que estas ya han influido y modificado radicalmente la manera en la que interactuamos.

Pero el Horror, en su faz crítica, no condena los miedos que documenta. Por eso es un historiador tan confiable, ya que no saca conclusiones apresuradas ni interpreta la realidad, sino que simplemente la expone. Sus propiedades terapéuticas, por otro lado, no tienen el objetivo de proporcionar respuestas. Su obligación, en todo caso, es formular grandes preguntas.

Tomemos por ejemplo el clásico de Bram Stoker: Drácula (Dracula), y rápidamente podremos observar que posee dos niveles de registro. El primero, naturalmente, tiene que ver con los vampiros, con lo que estos representaban para la sociedad victoriana en términos de arquetipo sexual. El segundo, más profundo, es individual, y expresa las preocupaciones del autor, que padecía sífilis, y probablemente estaba en una posición ideal para describir con horrorosa precisión el miedo a la enfermedad, al contagio, al aislamiento social y, posteriormente, a convertirse en una especie de muerto en vida.

¿Demasiado reduccionista?

Ciertamente.

Lo mismo que decir que la trilogía de Tolkien es la historia de un anillo mágico, y cómo este debe ser destruido para evitar que el mal triunfe. ¿Hay más que eso? Claro que si. Hay mucho más, pero eso no implica que nuestra breve descripción, además de injusta, sea inexacta.

Tal vez las ansiedades actuales, a un nivel elemental, se enfoquen sobre la tecnología en sí misma, cuando en realidad lo verdaderamente inquietante es el deterioro de la delgada membrana que nos separa de ella.

No me refiero a complejos organismos integrados a la tecnología, motivo que la ciencia ficción ha explorado con profusión (ver: Clichés de la ciencia ficción que nos encantan), sino a la posibilidad de que pronto crucemos un umbral sin retorno, y seamos incapaces de funcionar adecuadamente como seres humanos sin la asistencia de la tecnología.

Cosas que, en teoría, nos hacen la vida más fácil, esconden intenciones más bien macabras si las pasamos por el tamiz del Horror:

¡Qué maravillosa ayuda nos proporcionan las búsquedas predictivas! ¿No es cierto? ¿Pero qué tal si un teléfono o una computadora fuesen lo suficientemente inteligentes como para predecir algo más que eso? ¿Qué ocurriría si pudiesen anticipar nuestros deseos antes de que seamos conscientes de ellos? ¿Qué tal si pudiesen predecir lo que queremos decir, y cómo decirlo, volviendo innecesarias funciones cognitivas elementales? (ver: Historia de las computadoras en la ciencia ficción)

El Horror posee propiedades terapéuticas, sí, pero la cuestión de la perspectiva sigue siendo fundamental para comprender el fenómeno.

Los sueños se sienten reales y coherentes mientras estamos en ellos. Recién cuando despertamos nos damos cuenta de que había algo extraño, y hasta absurdo, en su estructura. Lo mismo pasa con los miedos de una época determinada. Mientras estamos dentro del sueño no podemos advertirlo claramente.

En todo caso, la Terapia del Horror consiste en representar nuestros miedos, y permitirnos examinarlos bajo otra óptica. Es una terapia basada en hacer preguntas, no en proporcionar respuestas. Pero, ¿funciona? Teniendo en cuenta que el Horror existe desde que el hombre se reunió alrededor del fuego para narrar historias, y que todavía estamos aquí, probabemente sea la única terapia social que ha demostrado largamente su eficacia.




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1 comentarios:

Luciano dijo...

La ficción es mucho más fiel que la historia escrita, puesto que es un producto del inconsciente, o sea, de Nuestra Verdad.



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