Por qué los cuentos de hadas no son para chicos


Por qué los cuentos de hadas no son para chicos.




A esta altura resulta inevitable asociar a los cuentos de hadas con la infancia. Historias como las de Caperucita Roja, Hansel y Gretel, BlancanievesCenicienta, se encuentran entre los clásicos infantiles más insoportablemente populares; sin embargo, los cuentos de hadas no son para chicos. Y no solo eso, sino que nunca fueron concebidos para una audiencia infantil.

De los más de doscientos cuentos de hadas recopilados por los hermanos Grimm, prácticamente ninguno sobrevivió en su forma original, y apenas unos veinte se incorporaron a sucesivas antologías infantiles, no sin antes eliminar pasajes, digamos, un tanto inapropiados para el nuevo público.

Todos conocemos a la perfección la historia de la Bella Durmiente, pero en su versión original el Príncipe Azul no logra despertar a la muchacha de su soporífero encantamiento. Pero eso no es lo peor.

Si un hombre que besa a una mujer inconsciente alcanza para despertar algún grado de sospecha, en el original el príncipe se acuesta con la Bella Durmiente y la deja embarazada, sin siquiera despertarla de su profundo sueño comatoso.

Es probable que nadie en su sano juicio considere apropiada la historia de un señor que anda besando a mujeres dormidas, como mínimo, incapaces de consentir ese beso. La razón de esa inconsistencia es bastante simple: los cuentos de hadas no son para chicos, o mejor dicho, no lo fueron originalmente.

Si tomamos los Cuentos de mamá ganso (Contes de ma Mère l’Oye), de Charles Perrault, veremos que todas esas historias han sufrido fatales alteraciones. Otras, en cambio, fueron directamente omitidas en colecciones posteriores.

Esas omisiones responden a un descubrimiento comercial: los cuentos de hadas, originalmente, eran leídos por adultos, y formaban parte del entretenimiento de la élite.

Un cuento clásico, como Piel de Asno, sufrió tantas alteraciones que poco queda del original, salvo la capacidad del rey para cagar oro, y solo debido a que los chicos parecen divertirse mucho cuando se habla de funciones excretorias. El resto: como el deseo del monarca de casarse con su hija, fue prolijamente eliminado.

Dicho esto: ¿por qué entonces esos ingredientes perturbadores aparecen en la versión de Perrault y en la de los hermanos Grimm?

Por el sencillo motivo de que los cuentos de hadas nunca fueron escritos para chicos. Tantos las versiones de los hermanos Grimm como las de Perrault eran tomadas como un agradable entretenimiento por los mayores: historias pícaras que se narraban en reuniones sociales pero nunca para un público infantil.

Es por eso que la mayoría de los cuentos de hadas originales poseen elementos totalmente inapropiados para ese público, pero decididamente atractivos para la élite cultural del siglo XVIII.

En términos formales, los cuentos de hadas no fueron considerados como parte de la literatura infantil hasta mediados del siglo XIX. Y la razón de esta mutación se debe exclusivamente al aporte de los chapmen.

En La bruja debe morir (The Witch Must Die), el investigador Sheldon Cashdan sostiene que los chapmen, básicamente vendedores ambulantes, viajaban de aldea en aldea vendiendo baratijas y libros de pésima calidad, llamados chapbooks, a un costo sumamente bajo. La mayoría de estas obras iba dirigida a personas de escasa educación, de manera tal que los argumentos eran simplificados cada vez más en sus sucesivas ediciones.

La mayoría de los chapbooks contenían cuentos populares, leyendas folklóricas, y, sobre todo, cuentos de hadas. A pesar de que estaban pésimamente escritos, y con ilustraciones casi indescifrables, esas historias de hadas, brujas y princesas rápidamente captaron la atención de los niños.

Así como los hermanos Grimm adaptaron algunos cuentos de hadas para volverlos más apropiados para una audiencia culta, los chapbooks hicieron exactamente lo contrario: los simplificaron para captar la atención de un público menos formado, eliminando en el proceso todos aquellos elementos que pudieran inquietar o perturbar al nuevo mercado.

En poco tiempo, los chapmen fueron sustituidos por las empresas editoriales, que detectaron un nicho comercial completamente nuevo. De este modo, las nuevas versiones de los cuentos de hadas solo incluyeron argumentos capaces de ajustarse a los intereses infantiles, pero también de adecuarse a lo que sus padres consideraban aceptable como lectura para sus hijos.

Este proceso comercial lanzó al olvido las pícaras referencias a cuestiones adultas en los cuentos de hadas. No solo se suavizaron, sino que se reescribieron sin ningún escrúpulo para adecuarse a la sensibilidad y a los intereses de los más pequeños.

El problema, en todo caso, es que esas ediciones dulcificadas siguieron editándose con el hombre de los hermanos Grimm, así como el de Perrault y tantos otros. La gente sencillamente daba por sentado que los cuentos de hadas que leían a sus hijos eran los originales, cuando en realidad eran copias desmejoradas, pálidas, que no admitían otra conclusión que un proverbial pero tranquilizador final feliz.




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