«El gusano»: David H. Keller; relato y análisis.
El gusano (The Worm) es un relato de terror del escritor norteamericano David H. Keller (1880-1966), publicado originalmente en la edición de marzo de 1929 de la revista Amazing Stories, y luego reeditado por August Derleth en la antología de: Extraños puertos de escala (Strange Ports of Call).
El gusano, uno de los mejores cuentos de David H. Keller, relata la historia de un hombre solitario que vive en un molino, completamente aislado de la sociedad, quien empieza a experimentar una serie de sucesos extraños —vibraciones en el suelo, temblores—, que finalmente terminan siendo el preludio de la aparición de una criatura subterránea que viene royendo las entrañas del mundo desde tiempos inmemoriales (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción)
SPOILERS.
A medida que los temblores se intensifican en el molino de John Staples, un gusano descomunal emerge de las profundidades devorándolo todo a su paso. El protagonista, un hombre extremadamente racional, deduce que las vibraciones del molino, el cual comenzó a funcionar hace unos doscientos años, atrajo la atención del Gusano, quien habría tardado dos siglos devorando tierra y roca hasta llegar a la superficie.
El gusano de David H. Keller pertenece a una larga y venerable tradición de anélidos gigantes en la ficción. Tal vez el ejemplo más brillante sea Negotium Perambulans (Negotium Perambulans, 1922) de E.F. Benson, donde un grupo de aldeanos sacrílegos son desangrados por un enorme gusano nocturno. También podemos pensar en La guarida del gusano blanco (The Lair of the White Worm, 1911) de Bram Stoker, e incluso en las Criaturas sin Nombre de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos como otros ejemplos notables (ver: Criaturas sin Nombre: ¿la Tierra Media y los Mitos de Cthulhu pertenecen al mismo universo?)
Si bien David H. Keller habla de un gusano de proporciones colosales, su descripción de la criatura dista bastante de representar con exactitud las características típicas de estos seres. Tal vez el autor juegue aquí con la etimología de la palabra Worm, «gusano», la cual se origina en el Inglés Antiguo Wyrm, el cual estaba relacionado con los dragones, básicamente serpientes gigantes y sin alas. En la Edad Media la zoología era una ciencia notablemente imprecisa, de manera tal que la palabra Wyrm tenía una amplia variedad de aplicaciones: parásitos, larvas, gusanos, orugas, ciempiés... y dragones. Por otro lado, El gusano de David H. Keller describe a una criatura con ojos y dientes. ¿Estamos entonces ante un dragón? No necesariamente.
La ficción tiende a representar a las criaturas más simples con una forma más evolucionada, otorgándoles ojos y dientes, entre otros atributos que no poseen naturalmente. Esto reduce la simpleza del gusano y lo hace más amenazante como depredador. Al carecer de columna vertebral, mandíbula, o por tal caso de sentido visual, un verdadero gusano tiene una constitución mucho más primitiva que una serpiente. Sin embargo, esto no significa que un gusano sea menos aterradador. De hecho, los ojos y los dientes del gusano en el relato de David H. Keller no le aportan demasiado a la historia; y hasta son un poco inconsistentes con el argumento. Después de todo, esta criatura viene royendo las raíces del mundo desde hace siglos; y los ojos, más que una herramienta, serían una desventaja evolutiva en condiciones subterráneas.
Es curioso que este detalle haya pasado desapercibido por un autor sagaz como David H. Keller. Biológicamente hablando, un gusano es un tubo digestivo móvil envuelto en una piel viscosa y segmentada. No necesita ojos, ni beber, por tal caso. El camino de su vida es el que él mismo se abre a través de su alimento: estiercol, tierra, hongos y materia en descomposición. En esto es similar al gusano de David H. Keller, sin embargo, hay otra diferencia sustancial. El gusano del relato se abre paso hacia la superficie creyendo que las vibraciones del molino son señales de una hembra. Los gusanos reales, por su lado, son hermafroditas, lo cual permite una forma de reproducción más eficiente aunque también más aburrida.
El gusano de David H. Keller combina los atributos físicos del dragón medieval con una versión enorme de la lombriz de tierra, aunque parece preferir una dieta más variada, incluida la roca sólida, el concreto, la madera y la maquinaria grande. A pesar de la descripción naturalista del monstruo, El gusano es un relato simbólico, pero no necesariamente en un sentido psicoanalítico —recordemos que David H. Keller era psiquiatra—. Si este anélido gigantesco es o no un símbolo fálico, no podemos saberlo con certeza, pero el autor nos deja algunas pistas. El protagonista, John Staples, pasa sus noches leyendo a Rabelais, y durante un peligroso encuentro con el monstruo le grita a una mujer ausente —una tal Eleonora—, que puede ser una novia o esposa perdida hace mucho tiempo. En cualquier caso, y a riesgo de quedar atrapado en el resbaladizo charco freudiano, el Gusano de David H. Keller no está penetrando en la tierra, sino emergiendo de sus profundidades, como un viejo recuerdo, o un remordimiento (ver: Lo Subterráneo en la ficción)
El escenario de El gusano enfatiza el aislamiento, la soledad y la existencia sencilla del protagonista, quien vive entre los restos del antiguo molino de sus antepasados, evitando toda compañía humana, y acaso esperando la muerte. En todo caso, parece más un hombre que ha elegido la reclusión como forma de castigo autoinflingido. El autor describe cuidadosamente la disposición física del lugar, que consiste en un gran sótano lleno de maquinaria de molienda —literalmente la base de la riqueza de la familia—, encima del cual hay dos niveles más que sirven como viviendas. No sería ilógico que David H. Keller esté describiendo aquí los distintos compartimientos de la psique del protagonista (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano)
El monstruo emerge gradualmente, destripando lentamente la casa de Staples, nivel por nivel. Consume todo a su paso, tan implacable como una enfermedad terminal, pero John Staples se niega obstinadamente a irse. Cerca del final, se da cuenta de que el sonido que hace el gusano es muy similar al que hace el molino cuando está en funcionamiento. De este modo llega a la conclusión de que la criatura ha sido atraída hacia la superficie. El ruido producido por la insignificante tecnología humana ha convocado inadvertidamente a una criatura antigua en busca de pareja.
Este aspecto en particular de El gusano de David H. Keller posiblemente haya inspirado el relato de Ray Bradbury: El cuerno de niebla (The Fog Horn, 1953), donde dos hombres se encuentran al cuidado de un faro durante la noche cuando una misteriosa criatura emerge del mar, atraída sensualmente por el sonido de las sirenas de niebla, o foghorns, utilizadas por los faros para alertar a las embarcaciones de la proximidad de un banco de niebla.
El gusano.
The Worm, David H. Keller (1880-1966)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
El molinero le dio unas palmaditas en la cabeza a su perro mientras susurraba:
—Nos quedaremos aquí. Nuestros padres, tus antepasados y los míos, han estado aquí durante casi doscientos años, y sería extraño irse ahora por miedo.
El molino estaba en pie, una sólida estructura de piedra en un aislado valle de Vermont. Años atrás, todos los días habían sido ajetreados para el molino y el molinero, pero ahora solo la rueda estaba ocupada. No había molienda para el molino y nadie vivía en el valle. Las moras y el avellano crecían donde antes los pastos eran verdes. La mano del tiempo había pasado sobre las granjas y las únicas personas que quedaban dormían en el cementerio.
Una familia de ardillas anidaba en el púlpito, mientras que en las lápidas silenciosos caracoles dejaban sus crípticos mensajes en franjas plateadas. El Valle de Thompson estaba siendo devuelto a la naturaleza. Sólo quedaba el viejo molinero solterón, John Staples. Era demasiado orgulloso y terco para hacer otra cosa.
El molino era su hogar, incluso cuando había servido a toda su familia como hogar durante los últimos doscientos años. El primer Staples lo había construido para quedarse y seguía siendo tan resistente como el día en que se terminó. Había un sótano para la maquinaria, el primer piso era el lugar de molienda y almacenamiento y los dos pisos superiores servían como casa. El edificio era cálido en invierno y fresco en verano. En el pasado, había albergado una docena de Staples a la vez; ahora proporcionaba un hogar para John Staples y su perro.
Allí vivió con sus libros y sus recuerdos. No tenía amigos y no deseaba socios. Una vez al año iba al pueblo más cercano y compraba suministros de todo tipo, pagándolos en oro. Se suponía que era rico. Los rumores le atribuían el mérito de ser un avaro. Se ocupaba de sus propios asuntos y le pedía al mundo que hiciera lo mismo. En una noche de invierno se rió silenciosamente de Burton y Rabelais, mientras su perro perseguía conejos en su sueño acalorado sobre la chimenea.
El invierno de 1935 comenzaba a amenazar el valle, pero con abundancia de comida y madera en el molino, el recluso esperaba con ansias un cómodo período de desuso. No importaba lo frío que fuera el clima, estaba cálido y contento. Con la habilidad inherente de su familia, pudo convertir la energía del agua en electricidad. Cuando la rueda se congeló, utilizó la electricidad almacenada en sus baterías. Todos los días se movía entre la maquinaria que tenía el orgullo de mantener en perfecto orden.
Fue el día de Navidad de ese invierno cuando escuchó por primera vez el ruido. Bajando al sótano para comprobar que todo anduviese bien después del amargo frío de la noche anterior, su atención fue atraída, incluso mientras descendía los escalones de piedra, por un peculiar chirrido que parecía provenir del suelo. Sus antepasados, que construían para la permanencia, no solo habían puesto cimientos sólidos, sino que habían pavimentado todo el sótano con losas de un metro de ancho y tantas pulgadas de espesor. Entre estos se había acumulado y endurecido el polvo de dos siglos.
Una vez que sus pies estuvieron en este pavimento, Staples descubrió que no solo podía escuchar el ruido, sino que también podía sentir las vibraciones que lo acompañaban a través de las losas. Incluso a través de sus pesadas botas de cuero podía sentir las pulsaciones rítmicas.
Se quitó los guantes, se agachó y puso la punta de los dedos sobre la piedra. Para su sorpresa, hacía calor a pesar de que la noche anterior la temperatura había estado por debajo de cero. La vibración era más clara en la punta de sus dedos que en sus pies. Desconcertado, se arrojó sobre la losa y acercó la oreja a la cálida superficie.
El sonido que ahora oía le hizo pensar en el triturado de las piedras del molino cuando era niño. No se había molido harina de maíz allí durante cincuenta años, sin embargo, se oía el sonido de la piedra raspando lenta y regularmente. No pudo entenderlo. De hecho, pasó algún tiempo antes de que intentara explicarlo. Con el hábito nacido de años de pensamiento solitario, primero recopiló todos los datos disponibles sobre este ruido. Sabía que durante las largas tardes de invierno tendría tiempo suficiente para pensar.
En su sala de estar aseguró un bastón de fresno y regresó al sótano. Sosteniendo ligeramente el mango, colocó el otro extremo en cien puntos diferentes del suelo, y cada vez lo sostuvo el tiempo suficiente para determinar la presencia o ausencia de vibración. Para su sorpresa, descubrió que, si bien variaba en fuerza, estaba presente en todo el sótano con la excepción de las cuatro esquinas. La intensidad máxima estaba en el centro.
Esa noche se concentró en el problema que tenía ante sí. Su abuelo le había dicho que el molino estaba construido sobre roca sólida. Cuando era joven, había ayudado a limpiar un pozo cerca del molino y recordaba que, en lugar de ser excavado en grava o tierra, tenía la apariencia de haber sido perforado en granito sólido. No era difícil creer que la tierra debajo del molino también era roca sólida. No había ninguna razón para pensar de otra manera. Evidentemente, algunos de estos estratos de piedra se habían aflojado. La explicación más simple era la más razonable: era simplemente un fenómeno geológico. Sin embargo, el comportamiento del perro no se explicaba tan fácilmente. Se había negado a ir con su amo al sótano, y ahora, en lugar de dormir cómodamente frente al fuego, estaba en una actitud de tensa expectativa. No ladró, ni siquiera gimió, sino que se arrastró silenciosamente hasta la silla de su amo, mirándolo con ansiedad.
A la mañana siguiente, el ruido fue más fuerte. Staples lo escuchó en su cama, y al principio pensó que algún aventurero había entrado en el bosque y estaba cortando un árbol. Así es como sonaba, solo que más suave y más largo en su ritmo: Buzzzzzz-Buzzzzzzzzz-Buzzzzzzzzz.
El perro, claramente infeliz, saltó sobre la cama y gateó inquieto para poder acariciar la mano del hombre.
A través de las cuatro patas de la cama, Staples podía sentir la misma vibración que le había llegado a través del mango de su bastón el día anterior. Eso le hizo pensar. La vibración era ahora lo suficientemente poderosa como para ser apreciada, no a través de un bastón, sino a través de las paredes del edificio. El ruido se podía escuchar tanto en el tercer piso como en el sótano.
Trató de imaginarse cómo era lo que causaba el ruido. La primera idea fue que parecía una sierra atravesando un roble; luego vino la idea de un enjambre de abejas, solo que estas eran abejas grandes y millones de ellas: pero finalmente todo lo que pudo pensar fue en el triturado de piedras en un molino, la piedra superior contra la inferior; y ahora el sonido era Grrrrrrrrr-Grrrrrrrrr en lugar de Bzzzzzzzzz o Hummmmmmm.
Esa mañana tardó más de lo habitual en afeitarse y fue más metódico al preparar el desayuno para él y su perro. Parecía como si supiera que en algún momento tendría que bajar al sótano, pero quería posponerlo tanto como pudiera. De hecho, finalmente se puso el abrigo, el sombrero de castor y las manoplas y caminó al aire libre antes de ir al sótano. Seguido por el perro, que parecía feliz por primera vez en horas, salió al suelo helado e hizo un círculo alrededor del edificio que llamaba su hogar. Sin saberlo, estaba tratando de alejarse del ruido, de ir a algún lugar donde pudiera caminar sin sentir ese peculiar hormigueo.
Finalmente entró en el molino y empezó a bajar los escalones del sótano. El perro vaciló en el escalón superior, bajó dos escalones y luego saltó al escalón superior, donde comenzó a gemir. Staples bajó con paso firme, pero el comportamiento del perro no contribuyó a su tranquilidad. El ruido era mucho más fuerte que el día anterior y no necesitaba un bastón para detectar la vibración; todo el edificio temblaba.
Se sentó en el tercer escalón desde abajo y pensó en el problema antes de aventurarse en el suelo. Estaba especialmente interesado en un barril vacío que bailaba en medio del piso.
El poder de la rueda de molino se transfería a través de una serie simple de ejes, engranajes y correas de cuero a los elementos de molienda en el primer piso. Toda esta maquinaria para transmitir energía estaba en el sótano. La molienda real se había realizado en el primer piso. El peso de toda esta maquinaria, así como de las pesadas muelas del primer piso, era soportado íntegramente por el piso del sótano. El techo del primer piso se construyó sobre largas vigas de pino que se extendían por todo el edificio y se hundían en las paredes de piedra a ambos lados.
Staples comenzó a caminar sobre las losas cuando observó algo que le hizo quedarse en los escalones. El piso comenzaba a hundirse en el medio; no mucho, pero lo suficiente para hacer que algunos de los ejes se separen del techo, que pareció hundirse. Vio que objetos ligeros como el barril vacío se estaban congregando en medio del sótano. No había mucha luz, pero pudo ver fácilmente que el piso ya no estaba nivelado; que se estaba volviendo en forma de platillo. El chirrido se hizo más fuerte. Los escalones eran de mampostería sólida, firmemente conectados con una parte de la pared. Estos compartieron la vibración general. Todo el edificio comenzó a vibrar como un violonchelo.
Un día había estado en la ciudad y escuchó la actuación de una orquesta. Le habían interesado los violines grandes, especialmente el que era tan grande que el músico tenía que mantenerse de pie para tocarlo. La sensación del escalón de piedra debajo de él le recordó las notas de este violín las pocas veces que lo había tocado solo.
Se sentó allí.
De repente se sobresaltó, dándose cuenta de que en unos minutos más estaría dormido. No estaba asustado, pero de alguna manera sabía que no debía dormir, no aquí. Silbando, subió corriendo los escalones para tomar su linterna eléctrica. Recién entonces volvió a los escalones. Ayudado por la luz, vio que habían aparecido varias grietas grandes en el piso y que algunas de las piedras, desprendidas de sus compañeras, se movían lentamente de una manera ebria y sin sentido.
Miró su reloj. Eran poco más de las nueve.
Y luego el ruido cesó.
¡No más ruido! ¡No más vibraciones! Solo un piso roto y toda la maquinaria del molino inutilizada y retorcida. En medio del suelo había un agujero por donde había caído una de las piedras. Staples fue con cuidado y arrojó la luz por este agujero. Luego se acostó y se colocó en una posición tal que pudiera mirar por el agujero. Empezó a sudar. ¡No parecía tener fondo!
De vuelta en los sólidos escalones, trató de darle a ese agujero su valor adecuado. No podía entenderlo, pero no necesitaba el lloriqueo del perro para decirle qué hacer. Esa puerta debía cerrarse lo antes posible.
Como un relámpago, se le ocurrió el método para hacerlo.
En el piso de arriba tenía cemento. Había cientos de sacos de grano. El agua abundaba en la carrera del molino.
Todo ese día trabajó, cerrando con cuidado el agujero con un gran tapón de bolsas y alambre. Luego colocó maderos encima y finalmente lo cubrió todo con cemento. Llegó la noche y todavía trabajaba. Llegó la mañana y seguía bajando por los escalones, cada vez con una bolsa de piedra triturada o cemento en el hombro o con dos baldes de agua en las manos. Al mediodía del día siguiente, el suelo ya no era cóncavo sino convexo. Encima del agujero había cuatro pies de madera, sacos y hormigón. Entonces, y sólo entonces, fue a prepararse un café. Lo bebió, taza tras taza, y se durmió.
El perro se quedó a sus pies.
Cuando el hombre despertó, el sol entraba a raudales por las ventanas. Era un nuevo día. Aunque el fuego se había extinguido hacía mucho tiempo, la habitación estaba caliente. Esos días en Vermont se llamaban criadores del tiempo. Staples escuchó. No había ningún sonido excepto el tic tac de su reloj. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se arrodilló junto a la cama, agradeció a Dios por su misericordia, saltó a la cama de nuevo y durmió otras veinticuatro horas.
Esta vez despertó y escuchó. No había ruido. Estaba seguro de que para entonces el cemento se había endurecido. Esa mañana se quedó despierto y compartió una comida gigantesca con el perro. Entonces le pareció lo correcto ir al sótano. No cabía duda de que la maquinaria estaba destrozada, pero el agujero estaba cerrado. Satisfecho de que el problema estuviese terminado, tomó su pistola y su perro y se fue a cazar.
Cuando regresó, no tuvo que entrar al molino para saber que la molienda había comenzado nuevamente. Incluso antes de empezar a bajar los escalones reconoció demasiado bien la vibración y el sonido. Esta vez era una melodía de notas, una armonía de discordias, y se dio cuenta de que la cosa que antes había atravesado roca sólida ahora se abría paso a través de un cemento en el que había sacos, maderos y piezas de hierro. Cada una de ellas daba un tono diferente, como lamentándose por su disolución.
Staples vio, incluso a primera vista, que no pasaría mucho tiempo antes de que su «corcho» de cemento fuera destruido. ¿Qué había que hacer a continuación? Todo ese día, mientras cazaba, su mente había estado trabajando vagamente en el problema. Ahora tenía la respuesta. No podía tapar el agujero, por lo que lo llenaría con agua. Las paredes del molino eran sólidas, pero podía hacer un agujero a través de ellas y convertir la carrera del molino en el sótano. La carrera, alimentada por el río, tomaría solo una parte de lo que podría tomar, si su nivel se bajara rápidamente. Fuera lo que fuese lo que se estaba derrumbando en el suelo del molino, podría ahogarse. Si estuviera vivo, podría morir. Si fuera fuego, se podría apagar. No tenía sentido esperar hasta que el agujero se abriera de nuevo. El mejor plan era tenerlo todo listo.
Regresó a la cocina y preparó huevos con jamón. Comió todo lo que pudo. Hirvió una taza de café. Luego empezó a trabajar. El muro llegaba a un metro por debajo de la superficie. Una carga de pólvora, lo bastante pesada como para atravesarla, destrozaría todo el edificio, así que empezó a picotear la pared, como un pájaro picoteando una nuez. Primero un período de perforación y luego un poco de pólvora y una explosión amortiguada. Algunos cubos de piedra suelta. Luego más perforaciones y otra explosión. Por fin supo que sólo había unos centímetros de roca entre el agua y el sótano.
Todo este tiempo había habido una sinfonía de ruidos, una falta de armonía de sonidos. El constante chirrido venía del suelo, interrumpido por el sonido de un trineo o una palanca, una explosión sorda de pólvora y un choque de rocas, fragmentos en el suelo. Staples trabajó sin parar salvo para beber su café. El perro se paró en los escalones superiores.
Luego, sin previo aviso, todo el piso se derrumbó. Staples saltó a los escalones. Estos aguantaron. El primer día había un agujero de unos pocos pies de ancho. Ahora la abertura ocupaba casi toda el área del piso. Staples, con náuseas, miró hacia abajo. Allí, a unos seis metros por debajo de él, una masa de rocas y maderas se agitaba de una manera peculiar, pero todo desaparecía gradualmente en un segundo agujero, de cuatro metros y medio de ancho.
La abertura que había estado rompiendo en la pared estaba directamente enfrente de los escalones. Allí había una carga de pólvora, pero no había forma de cruzar para encender la mecha. No había tiempo que perder y tenía que pensar rápido. Corriendo hacia el piso de arriba, recogió su rifle y fue al pie de los escalones. Pudo lanzar el rayo de su luz de búsqueda directamente al agujero en la pared. Luego disparó, una vez, dos veces y la tercera vez la explosión le dijo que había tenido éxito.
El agua empezó a correr hacia el sótano. No rápido al principio, pero más a medida que se despejaba el lodo y las malas hierbas. Finalmente, una corriente de veinte centímetros fluyó de manera constante hacia el agujero sin fondo. Staples se sentó en los escalones inferiores. Pronto tuvo la satisfacción de ver cómo el agua llenaba el agujero más grande y luego cubría el piso, lo que quedaba de él. En otra hora tuvo que dejar los escalones inferiores. Salió a la carrera del molino y vio que todavía había suficiente agua para llenar cien de esos agujeros. Una profunda satisfacción llenó su mente cansada.
Y nuevamente, después de comer, buscó dormir.
Cuando se despertó, escuchó la lluvia golpeando furiosamente las ventana. El perro estaba en la alfombra tejida al lado de la cama. Seguía inquieto y parecía complacido de que su amo estuviera despierto. Staples se vistió más abrigado de lo habitual y pasó media hora extra haciendo panqueques para comer con miel. Las salchichas y el café ayudaron a calmar su hambre.
Luego, con botas de goma y un chubasquero pesado, salió al valle. Lo primero que notó fue la carrera del molino. Estaba prácticamente vacía. El pequeño chorro de agua en el fondo se vertía en el agujero que había hecho en la pared de piedra horas antes. La carrera había contenido dos metros y medio de agua. Ahora apenas quedaban quince centímetros, y el hombre sintió el temor de que el agujero en el sótano no solo estaba vaciando la carrera, sino que también estaba drenando el pequeño río que durante miles de años había atravesado el valle. Nunca se había secado.
Se apresuró a llegar a la presa y sus peores temores se hicieron realidad. En lugar de un río, había simplemente una franja de barro con tortas de hielo sucio, todo bañado por el torrente de lluvia. Con alivio pensó en esta lluvia. Millones de toneladas de nieve se derretirían y llenarían el río. Al final, el agujero se llenaría y el agua volvería a subir en la carrera del molino.
Pero aún estaba inquieto. ¿Y si el agujero no tuviera fondo?
Cuando miró hacia el sótano, se sintió un poco tranquilo. El agua seguía bajando, aunque lentamente. Estaba subiendo en el sótano y esto significaba que ahora entraba más rápido de lo que bajaba.
Dejando su abrigo y botas en el primer piso, subió corriendo los escalones de piedra hasta el segundo piso, encendió un fuego en la sala de estar y comenzó a fumar, y a pensar.
La maquinaria del molino estaba en ruinas. Por supuesto que se podía arreglar, pero como ya no era necesario, lo mejor era dejarla. Tenía oro guardado por sus antepasados. No sabía cuánto, pero podía vivir de ello. La idea del oro se quedó en su mente y el resultado final fue que volvió a ponerse las botas y el abrigo y llevó todo el tesoro a una pequeña cueva seca en el bosque a media milla del molino. Luego regresó y comenzó a cocinar su cena. Pasó tres veces más allá de la puerta del sótano sin mirar hacia abajo.
Justo cuando él y el perro habían terminado de comer, escuchó un ruido. Esta vez era diferente, más como una sierra atravesando madera, pero el ritmo era el mismo: Hrrrrrr, Hrrrrrr. Echó a andar hacia el sótano pero esta vez tomó su rifle, y mientras el perro lo perseguía, aulló lúgubremente con el rabo entre las piernas, tiritando.
Tan pronto como Staples llegó al primer piso, sintió la vibración. No solo podía sentirla, también podía verla. Parecía que el centro del suelo estaba siendo empujado hacia arriba. Linterna en mano, abrió la puerta del sótano. Ahora no había agua, de hecho, ¡no quedaba ningún sótano! Frente a él había una pared negra en la que la luz jugaba en ondas singulares. Era una pared y se movía. La tocó con la punta de su rifle. Era dura y, sin embargo, cedía.
Al sentir la roca, pudo sentir que se movía. ¿Estaba viva? ¿Podría haber una roca viva? No podía ver a su alrededor, pero sintió que la mayor parte de la cosa llenaba el sótano y estaba presionando contra el techo. La cosa había destruido y llenado el sótano. ¡Se había tragado el río! Ahora estaba en el primer piso. Si esto continuaba, el molino estaba condenado a desaparecer. Staples sabía que era algo vivo y tenía que detenerlo.
Estaba agradecido de que todos los escalones del molino fueran de piedra, sujetos y empotrados en la pared. A pesar de que el suelo se cayó, todavía podía ir a las habitaciones superiores. Se dio cuenta de que a partir de ahora la pelea debía librarse desde los pisos superiores. Subió los escalones y vio que se había hecho un pequeño agujero en el suelo de roble. Incluso mientras miraba, este se hizo más grande. Tratando de mantener la calma, dándose cuenta de que solo así podría preservar su cordura, se sentó en una silla y midió el ritmo de la ampliación. No había necesidad de usar un reloj: el agujero se hizo más grande, y más y más grande, y ahora comenzó a ver el agujero oscuro que había succionado el río hasta secarlo. Ahora tenía tres pies de diámetro, ahora cuatro pies, ahora seis.
No solo molía, sino que comía.
Staples se echó a reír. Quería ver qué haría cuando los grandes molinos de piedra se deslizaran silenciosamente hacia esas fauces. Eso sería un espectáculo raro. La cosa quizás podía tragar algunas piedras, pero cuando se tratara de un molinillo de veinte toneladas, sería un tipo diferente de bocado.
—¡Espero que te ahogues! —gritó—: ¡Maldito seas! ¡Espero que te ahogues!
Las paredes hicieron retroceder el eco de sus gritos y lo callaron. Luego, el suelo empezó a inclinarse y la silla a deslizarse hacia la abertura. Staples saltó hacia los escalones.
—¡Aún no! —chilló—. ¡Hoy no, Elenora! ¡Algún otro día, pero no hoy!
Y luego, desde la seguridad de los escalones, fue testigo de la destrucción final de ese piso y todo lo que había en él. Las piedras se deslizaron, los tabiques, las vigas, y luego, como satisfecho con el trabajo y la comida, la Cosa cayó, bajó, bajó y dejó a Staples mareado en los escalones mirando hacia un agujero oscuro, profundo, fríamente sin fondo, rodeado por las paredes del molino, y debajo de ellas un agujero circular excavado en la roca sólida. A un lado, una pequeña corriente de agua atravesó la pared arruinada y cayó, como una pequeña cascada.
Staples no pudo oírlo salpicar en la parte inferior.
Con náuseas, subió los escalones hasta el segundo piso, donde lo esperaba el perro. Yacía en el suelo, sudando y temblando de muda miseria. Le tomó horas cambiar de un animal asustado a uno medianamente recompuesto, pero finalmente logró incluso esto. Cocinó algo más de comida, se calentó y durmió.
Y mientras soñaba, el perro se mantuvo desvelado a sus pies.
Se despertó a la mañana siguiente. Seguía lloviendo y Staples sabía que la nieve se estaba derritiendo en las colinas y pronto convertiría el pequeño río del valle en un torrente. Se preguntó si todo era un sueño, pero una mirada al perro le mostró la realidad de la última semana.
Volvió al segundo piso y preparó el desayuno. Después de haber comido, bajó lentamente los escalones. Es decir, empezó a irse, pero se detuvo al ver el agujero. Los escalones se habían mantenido y terminaban en una amplia plataforma de piedra. Desde allí, otro tramo de escalones descendía hasta lo que había sido el sótano. Estos dos tramos pegados a las paredes tenían el sólido molino de piedra en un lado, pero en el interior se enfrentaban a un abismo de contorno circular y aparentemente sin fondo; pero el hombre sabía que había un fondo, que de ese pozo había venido la Cosa, y que volvería a hacerlo.
¡Ese fue el horror! Estaba seguro de que volvería. A menos que pudiera detenerlo. ¿Pero cómo? ¿Podría destruir una cosa capaz de perforar un agujero de diez metros a través de roca sólida, tragarse un río y digerir piedras de moler como si fueran caramelos?
De una cosa estaba seguro: no podía lograr nada sin saber más al respecto. Y, para saber más, tenía que mirar. Decidió hacer un agujero en el suelo. Entonces podría ver a la Cosa cuando apareciera. Se maldijo a sí mismo por su confianza, pero estaba seguro de que aparecería.
Lo hizo. Estaba en el suelo mirando por el agujero que había cortado a través de la tabla y lo vio venir, pero primero lo oyó. Era un sonido lleno de deslizamientos, furiosos golpes de roca contra roca, ¡pero no! Eso no podía ser, porque esta Cosa estaba viva. ¿Podría ser esto piedra y moverse y moler y comer y beber? Luego lo vio entrar al sótano y finalmente al nivel del primer piso, y luego vio su cabeza y su rostro.
El rostro miró al hombre y Staples se alegró de que el agujero en el suelo fuera tan pequeño como era. Había una boca central que ocupaba la mitad del espacio. La boca tenía quince pies de diámetro y los lados eran de un gris ceniciento y temblaban. No tenía dientes.
Eso aumentó el horror: una boca sin dientes, sin ningún medio visible de masticación y, sin embargo, Staples se estremeció al pensar en lo que había entrado en esa boca, en lo profundo de los recovecos de esa boca.
El labio circular parecía hecho de escamas de acero.
A cada lado de esta boca gigantesca había un ojo, sin párpados, sin cejas, sin piedad. Se retiraron ligeramente hacia la cabeza para que la Cosa pudiera perforar la roca sin lastimarlos. Staples trató de calcular su tamaño: todo lo que pudo hacer fue evitar su mirada siniestra. Luego, mientras observaba cómo se cerraba la boca y la cabeza comenzaba un movimiento semicircular, tantos grados hacia la derecha, tantos grados hacia la izquierda y hacia arriba, y hacia arriba, finalmente la parte superior tocó la parte inferior de la tabla en la que estaba Staples y luego Hrrrrrr – Hrrrrrr.
Así comenzó la destrucción del segundo piso.
No podía ver ahora como había podido ver antes, pero tuvo la idea de que después de moler un rato la Cosa abrió la boca y se tragó los escombros. Miró alrededor de la habitación. Aquí era donde cocinaba y lavaba y aquí estaba su provisión de leña para el invierno.
Se le ocurrió una idea.
Trabajando frenéticamente, empujó el quemador central hacia el medio de la habitación, justo sobre el agujero que había hecho en el piso. Luego encendió un fuego en él, comenzando con un abundante suministro de carbón y aceite. Pronto tuvo la estufa al rojo vivo. Abriendo la puerta, volvió a llenar la estufa con roble y luego corrió hacia los escalones. Llegó justo a tiempo. El piso, cortado, desapareció en las fauces de la Cosa y con él la estufa al rojo vivo. Staples gritó en su regocijo:
—¡Una pastilla caliente para ti esta vez, un pastilla caliente!
Si su plan hizo algo fue aumentar el deseo de la Cosa de destruir, porque continuó hasta que hizo un agujero en este piso del mismo tamaño que los agujeros en los pisos debajo de él. Staples vio desaparecer su comida, sus muebles, las reliquias ancestrales en la misma abertura que había consumido la maquinaria y los suministros del molino.
En el piso superior el perro aulló.
El hombre subió lentamente al piso superior y se unió al perro, que había dejado de aullar y comenzaba a gemir inquieto. Había una estufa en este piso, pero no había comida. Eso no supuso ninguna diferencia para Staples: por alguna razón, ya no tenía hambre: no parecía haber ninguna diferencia, ya nada parecía importar ni hacer ninguna diferencia. Aún tenía su arma y más de cincuenta cartuchos, y sabía que, al final, incluso una cosa como esa reaccionaría a las balas en sus ojos; simplemente sabía que nada podría resistir eso.
Encendió la lámpara y se paseó por el suelo en un estado de ánimo frío y descuidado.
—Esta es mi casa. Ha sido el hogar de mi familia durante doscientos años. Ningún diablo, bestia o gusano puede obligarme a dejarlo.
Lo dijo una y otra vez. Sentía que si lo decía con suficiente frecuencia, lo creería, y si tan solo pudiera creerlo, podría hacer que el Gusano lo creyera.
Ahora sabía que era un gusano, al igual que los reptiles nocturnos que había usado tan a menudo como cebo, solo que mucho más grande. Sí, eso era todo. Un gusano parecido a un reptador nocturno, solo que mucho más grande, de hecho, mucho más grande. Eso le hizo reír, pensar cuánto más grande era este gusano que los que había usado para pescar.
Durante toda la noche caminó y murmuró:
—Esta es mi casa. ¡Ningún gusano puede obligarme a dejarla!
Varias veces bajó los escalones, solo unos pocos, y gritó el mensaje en el pozo como si quisiera que el Gusano escuchara y entendiera:
—¡Esta es mi casa! ¡NINGÚN GUSANO PUEDE HACER QUE LA DEJE!!
A la mañana, subió por la escalera que conducía a la trampilla del techo y la abrió. La lluvia golpeaba. Aun así, ese podría ser un lugar de refugio. Llorando, tomó su Burton y su Rabalais, los envolvió en su impermeable y los colocó en el techo, debajo de una caja. Tomó las fotos pequeñas de su padre y su madre y las puso con los libros. Luego, con amorosa bondad, cargó al perro y lo envolvió en una manta de lana. Se sentó y esperó, y mientras lo hacía, recitaba poesía, cualquier cosa que se le ocurriera, todo mezclado.
—Ven al jardín donde hay un hombre tan maravillosamente sabio, el Rey del Amor es mi Pastor.
Luego escuchó el deslizamiento y supo que el Gusano había vuelto.
Esperó hasta que el Hrrrrr-Hrrrrr le dijo que el piso de madera estaba siendo atacado y luego subió la escalera. Fue idea suya esperar hasta que la Cosa hiciera una gran abertura, lo suficientemente grande para que se pudieran ver los ojos y luego usar las cincuenta balas. Entonces, en el techo, al lado del perro, esperó.
No tuvo que esperar mucho. Primero apareció un pequeño agujero y luego se hizo más y más ancho hasta que finalmente todo el piso y los muebles habían caído en la boca, y toda la abertura, de treinta pies de ancho y más, se llenó con la cabeza, cuya boca cerrada llegó a unos pocos pies del techo. Con la ayuda de la luz de la trampilla. Staples podía ver el ojo del lado izquierdo. Hizo una hermosa diana, un magnífico objetivo para su rifle y estaba a solo unos metros de distancia. No podía fallar.
Decidido a aprovechar al máximo su última oportunidad para alejar a su enemigo, decidió dejarse caer sobre la criatura, caminar hacia el ojo y poner el extremo del rifle contra el ojo antes de disparar. Si el primer disparo funcionaba bien, podía retirarse al techo y usar los otros cartuchos. Sabía que existía algún peligro, pero era su última esperanza.
Después de todo, sabía que cuando se trataba de cerebros, él era un hombre y esta cosa era solo un Gusano.
Caminó sobre la cabeza, mientras tanto, el ojo seguía mirando hacia el techo. Si vio al hombre, no dio señales de verlo. Staples fingió apretar el gatillo y luego dio un salto corriendo hacia la trampilla. Fue fácil. Lo hizo una y otra vez. Luego se sentó en el borde de la puerta y pensó.
De repente vio lo que significaba todo. Doscientos años antes, sus antepasados habían comenzado a moler en el molino. Durante más de ciento cincuenta años, el molino había funcionado continuamente, a menudo de día y de noche. Las vibraciones se habían transmitido hacia abajo a través de la roca sólida. Cientos de pies por debajo, el Gusano los había escuchado y sentido, tal vez creyendo que era otro de su especie.
Había comenzado a perforar en la dirección del ruido. Le había llevado doscientos años hacerlo, pero había terminado la tarea, había encontrado el lugar donde debería estar su pareja. Durante doscientos años se había abierto paso lentamente a través de la roca primitiva. ¿Por qué debería preocuparse por un molino y las cosas que contiene?
Staples vio entonces que el molino no había sido más que un leve incidente en su vida.
Era probable que ni siquiera supiera que estaba allí; el agua, las piedras de molino, la estufa al rojo vivo no significaban nada; los habían tomado como parte del trabajo del día. Solo había una cosa en la que el Gusano estaba realmente interesado: una idea que había llegado a su conciencia y había permanecido allí durante dos siglos, y era encontrar a su pareja.
El ojo miró hacia arriba.
Staples, al final, perdió el valor y decidió disparar desde una posición sentada en la trampilla.
Apuntando con cuidado, apretó el gatillo.
Luego miró detenidamente para ver qué daño había causado. No hubo ninguno. O la bala había entrado en el ojo y la abertura se había cerrado o había rebotado.
Disparó una y otra vez.
Luego la boca se abrió, amplia, más ancha, hasta que no hubo nada debajo de Staples salvo un enorme vacío de oscuridad.
El Gusano eructó una nube de vapor negro y nauseabundo. El hombre, envuelto en la nube, perdió el conocimiento y cayó.
La boca se cerró sobre él.
En el techo, el perro aullaba.
David H. Keller (1880-1966)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de David H. Keller.
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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de David H. Keller: El gusano (The Worm), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
No todos los gusanos son hermafroditas. Y los que lo son, se aparean. O sea que tiene sentido que el gusano haya buscado una pareja, aunque sea hermofrodita. Por tu traducción, no menciona que busque a una hembra.
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