Leonardo Da Vinci: ¿la Mona Lisa fue el primer cortometraje de la historia?


Leonardo Da Vinci: ¿la Mona Lisa fue el primer cortometraje de la historia?




La realidad supera a la ficción, argumentan los racionalistas, y tal vez sea cierto; pero cuando hablamos de Leonardo da Vinci lo difícil no es calificar el peso específico de la realidad y la ficción, sino saber diferenciar exactamente dónde termina una y dónde comienza la otra.

No hay nada realmente original en el espeso charco de las teorías conspirativas; de hecho, la mayoría de ellas fueron sustraídas de la ficción —Leonardo fue un viajero del tiempo, un alienígena, un templario, un desabrido rosacruz, etc—. Una de estas teorías, tal vez menos popular que las anteriores, afirma que la Gioconda, vulgarmente conocida como Mona Lisa, es en realidad apenas un cuadro de una larga serie que, al ser colocados en un dispositivo diseñado por el artista florentino, conforman el primer cortometraje de la historia.

Para evidenciar que estas teorías proceden directamente de la ficción, o quizá para aprovechar ese alegato para cuestiones más sustanciosas, repasaremos brevemente la historia de Leonardo da Vinci en la literatura fantástica.

Epítome del Renacimiento, del Humanismo, del genio creativo que traspasa las fronteras de su tiempo, Leonardo da Vinci (1452-1519) fue frecuentemente invocado en la ficción; y buena parte de esas invocaciones legítimas fueron saqueadas por conspiracionistas maliciosos. Esto no sería un verdadero problema, al menos no en un mundo en el que la literatura tuviese más influencia que los teóricos trasnochados que pueblan la web.

Frente a esto tenemos dos caminos: quejarnos de lo injusto que es el universo, o bien ofrecer evidencias concretas de que la mayoría de las teorías acerca de Leonardo da Vinci ni siquiera califican como falsas, sino que son usurpaciones fraudulentas de obras de ficción que han sido peligrosamente olvidadas.

A continuación intentaremos repasar las más interesantes. El lector habituado a los conspiracionistas sabrá cómo relacionarlas con las tediosas hipótesis que sobrevuelan la #b99d00.


La primera novela en presentar a Leonardo da Vinci como protagonista de una obra de ficción fue El precursor (Voskresennie Bogi, 1901), de Dmitri Merezhkovsky; y si bien es cierto que en esta novela Leonardo habita en un mundo donde lo sobrenatural es moneda corriente, también hay que decir que su aparición es esencialmente racionalista; es decir, que acentúa las estremecedoras habilidades del artista para crear prodigios mecánicos, en este caso, para luchar contra lo sobrenatural.

Dos veces en el tiempo (Twice in Time, 1940), de Manly Wade Wellman, elabora la idea de que Leonardo da Vinci fue un viajero del tiempo; en este caso, un sujeto que viaja al pasado y eventualmente aplica sus conocimientos técnicos.

Algo muy parecido ocurre en La puerta hacia el verano (The Door into Summer, 1957), de Robert A. Heinlein, donde un viajero del futuro, llamado Leonard Vincent, tiene un desperfecto con su máquina del tiempo y recae accidentalmente en la Florencia del siglo XV. Para subsistir, Leonard comienza a fabricar toda clase de artilugios técnicos con los materiales de la época.

Finalmente, Un cuento de la ciudad del tiempo (A Tale of Time City, 1987), de Diana Wynne Jones, relata la historia de un ingenioso villano llamado León, un científico loco que es exiliado del futuro y enviado al siglo XV. Naturalmente, León se convierte en un inventor increíblemente popular; básicamente en el Leonardo da Vinci que todos conocemos.

Si bien existen algunas variantes narrativas donde Leonardo da Vinci viaja hasta nuestro presente —como en Señor da V. (Mister da V, 1962), de Kit Reed—, la mayoría de las veces se da una dinámica inversa: alguien del futuro es enviado a la Italia del Renacimiento, por error o por castigo, donde eventualmente se convierte en Leonardo.

Algunas teorías afirman que Leonardo da Vinci inventó aparatos que, desde luego, jamás existieron. Muchos de estos supuestos artilugios aparecieron originalmente como elementos integrados a la ficción.

Por ejemplo, La muñeca danzante (The Dancing Doll, 1955), de Gerald Kersh, relata cómo Leonardo da Vinci creó una especie de máscara para que los soldados florentinos pudeisen atravesar los ríos bajo el agua, respirando a través de un tubo. Este invento es producto de la observación que Leonardo realiza sobre la probóscide del mosquito, donde incidentalmente descubre la relación entre estos insectos y la proliferación de ciertas enfermedades.

Las armas de guerra inventadas por Leonardo da Vinci —algunas de ellas, muy reales— conforman un capítulo aparte entre los teóricos del desatino. Las armas de los Medici (The Medici Guns, 1974), de Martin Woodhouse y Robert Ross —así como sus dos secuelas: Las esmeraldas de los Médici (The Medici Emeralds) y Los halcones de los Médici (The Medici Hawks)— se anticipa a estas hipótesis y relata la historia de cómo Leonardo es convocado Lorenzo de Médici para crear armas de guerra y de ese modo asegurar la victoria sobre las tropas papales.

Incluso las supuestas obras perdidas de Leonardo da Vinci fueron motivo de inspiración para la ciencia ficción. El diluvio (The Deluge, 1954), de Robert Payne, se acredita a sí misma como una obra escrita por el propio Leonardo da Vinci. Obviamente, ese libro apócrifo abunda en referencias sobrenaturales.

Ahora bien, las pinturas de Leonardo da Vinci son, quizá, el foco de mayor atención para los teóricos montaraces. La Gioconda y La última cena son sus objetivos primarios. Afortunadamente, la ficción también se anticipó largamente a cualquier hipótesis desafortunada al respecto, incluso al celebérrimo Código da Vinci (The Da Vinci Code), de Dan Brown; donde la Iglesia Católica cultiva una antigua conspiración acerca de los supuestos mensajes ocultos que Leonardo dejó en sus pinturas.

En El Judas de Leonardo (Der Judas des Leonardo, 1959), de Leo Perutz, Leonardo da Vinci engaña a propios y extraños al utilizar a un reconocido y tacaño usurero florentino para pintar al Judas de la última cena. Por otro lado, en La misteriosa sonrisa de Mona Lisa (The Mysterious Mona Lisa Smile, 1948), de Gerald Kersh, por fin se revela el enigmático significado de la sonrisa de la Gioconda. Lamentablemente para los adeptos a las teorías conspirativas, la razón de tal enigma resulta banal: la Mona Lisa sonríe con absoluta discreción para ocultar una dentadura en pésimo estado.

También Ray Bradbury se ocupó de la Mona Lisa en La sonrisa (The Smile, 1952), distopía que gira en torno a una furiosa turba post-apocalíptica que resuelve destruir el cuadro de Leonardo. Por otro lado, en El tetraedro (The Tetrahedron, 1994), de Charles L. Harness, se explica cómo Leonardo viajó a través del tiempo para sintetizar en la Mona Lisa la sonrisa más perfecta, inspirada en los labios de las reinas más hermosas de antaño.

Pero tal vez la referencia más interesante respecto de la Mona Lisa en la ficción se encuentra en La alcaparra de la Gioconda (The Gioconda Caper, 1976), de Bob Shaw; novela gráfica que relata cómo Leonardo da Vinci no creó solo una Mona Lisa, sino docenas y docenas de pinturas, que al ser colocadas en un dispositivo de su propio diseño proyectan una serie de imágenes en movimiento.

Para muchos conspiracionistas, Leonardo da Vinci fue el creador de la fotografía; para la ficción, fue de hecho en creador del cine y, por supuesto, del primer cortometraje de la historia.

Lejos de tratarse de una película de contenido trascendental, filosófico, o incluso humanista, en la novela gráfica de Shaw los sucesivos cuadros de la Mona Lisa revelan el primer film erótico de la historia, y uno con bajísimo presupuesto.




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