El libro de los animales astrales


El libro de los animales astrales.




Durante el auge de la teosofía circuló un misterioso libro prohibido, accesible únicamente a los iniciados, titulado: El libro de los animales astrales (The Book of Astral Animals); especie de enciclopedia sobre la vida salvaje que el uno puede encontrar en el plano astral durante un sueño lúcido, estados de meditación profunda, e incluso durante una experiencia extracorporal.

Poco y nada se sabe sobre la historia de este libro maldito. Algunos afirman que fue escrito por H.P. Blavatsky; otros, que fue el resultado de un trabajo en conjunto de varios teósofos reconocidos, entre ellos, Annie Besant y A.E. Powell. Lo cierto es que del Libro de los animales astrales solo han sobrevivido algunas descripciones inciertas, algunos párrafos sobre la flora y fauna del plano astral.

A continuación intentaremos describir sus aspectos más interesantes.

Al parecer, el plano astral está repleto de vida, o mejor dicho, de conciencias no humanas que lo habitan; desde larvas, parásitos y gusanos del plano astral a las Formas del Pensamiento; es decir, criaturas no humanas del plano astral. Estos seres, extensamente descritos en El libro de los Tulpas, son apenas una parte de la increíble variedad de entidades que habitan este plano de existencia. También existen los llamados animales astrales, menos frecuentes que los anteriores pero igualmente interesantes.

En primer lugar, el libro explica que el plano astral puede ser pensado como una especie de océano con millones de especies distintas habitándolo. El viajero astral sería algo así como un explorador de las profundidades, que puede o no correr peligro dependiendo de su experiencia y la región a la que se aventure.

La mayoría de estos seres astrales son completamente indiferentes a los intereses humanos; otros pueden llegar a ser bastante amigables, por ejemplo, el alma colectiva de las mascotas. Finalmente están las criaturas más territoriales, por decirlo de algún modo; aquellas que pueden ser peligrosas si uno se tiene la audacia de perturbarlas o distraerlas de su propia agenda.

Los animales astrales se definen en términos de criaturas que jamás tuvieron ni tendrán asociación con el plano físico. Es decir, no son conciencias desencarnadas, como podrían serlo los llamados vampiros y hombres lobo del plano astral, los cuales alguna vez habitaron un cuerpo hecho de materia. Algunos de estos seres poseen una naturaleza que, desde la perspectiva humana, pueden ser percibidas como positivas o negativas; y su nivel de inteligencia varía enormemente de especie en especie.

En cualquier caso, los seres del plano astral poseen su propia agenda, que guardan con absoluto recelo. No les agrada que otras consciencias los distraigan o interfieran con sus intereses. Ocasionalmente pueden prestar ayuda al viajero astral, pero la mayoría de las veces se muestran indiferentes, neutrales, aunque también hay casos en los que pueden reaccionar con violencia, incluso con malicia.

Los animales astrales son, en última instancia, formas muy básicas de existencia, casi elementales. Suelen asumir una gran variedad de formas ilusorias, y los que están conformados por materia astral grosera suelen asumir la forma de un animal depredador. Buena parte de ellos carece de inteligencia, al menos en términos de inteligencia lógica. En contraste, poseen una enorme determinación y la fuerza para llevar a cabo sus deseos.

Algunos teósofos aventuran que los animales astrales ni siquiera proceden del plano astral propiamente dicho, sino que merodean por sus fronteras. Sin embargo, poseen la cualidad de adherirse a ciertos viajeros ocasionales, como las personas que experimentan sueños lúcidos involuntarios, lo cual les permite acceder parcialmente a nuestro plano físico y operar dentro del tiempo.

Este tipo de seres son descritos por los médiums como aquellos espíritus que se pegan a las personas; es decir, entidades que se aferran brutalmente al vehículo físico de la conciencia humana. Esta relación, naturalmente, siempre es parasitaria.

Así como en las profundidades del océano podemos hallar criaturas muy distintas entre sí, como pulpos y cetáceos, crustáceos y algas, caracoles y peces, el plano astral admite el mismo grado de diversidad. La analogía también nos permite pensar en aquellas criaturas que no habitan el océano pero que suelen aventurarse en sus aguas, como los pingüinos y las focas. Del mismo modo, el plano astral puede ser visitado tanto desde los planos superiores como desde los inferiores, así también como desde el plano físico.

Y así como la vida océanica puede ser amigable con el ser humano, también puede resultar peligrosa, e incluso letal, si el viajero no posee la experiencia necesaria o bien actúa con temeridad.

Para continuar con la analogía, el plano astral posee distintos sustratos, profundidades o densidades, en las cuales habitan especies adaptadas para las condiciones de cada una de ellas. De la misma forma, en el océano se requieren distintos atributos y condiciones físicas y evolutivas para habitar las aguas superficiales y otras para poblar sus profundidades.

No obstante, la analogía termina allí, ya que el plano astral es tan vasto que rara vez el viajero logra toparse con otra consciencia, y menos aún con un animal astral.

Las criaturas no humanas del plano astral están tan bien adaptadas a su propio sustrato de existencia que rara vez poseen una noción clara acerca de otros reinos o planos además del que habitan. Es por eso que las formas más evolucionadas suelen sorprenderse ante la presencia de un viajero astral, y no es infrecuente que manifiesten algún grado de curiosidad por él, jamás miedo o sensación de amenaza.

Algo similar ocurre con las criaturas marinas que se sorprenden por la presencia del ser humano bajo las aguas.

Pero contrariamente a lo que sucede con los delfines y las ballenas, que hasta parecen disfrutar la presencia de buzos en el reino subacuático, las criaturas del plano astral poseen muy poca paciencia. La indiferencia es la regla común ante la aparición de una consciencia humana, aunque de hecho pueden resultar ostensiblemente intolerantes e incluso violentas si se las presiona.

El libro de los animales astrales advierte a los curiosos que deseen entablar cualquier tipo de interacción con seres del plano astral. En cierta manera, el resultado de esos intentos se asemeja bastante a lo que podría suceder si uno intenta acercarse y entablar un diálogo con una persona extraña en la vía pública. La mayoría de ellas nos ignoraría, otras nos darían respuestas sucintas y luego seguirían ocupándose de sus propios asuntos. Las más amables se tomarían la molestia de perder algunos minutos con nuestros interrogantes, y finalmente estarían las que reaccionarían de manera violenta, una minoría por cierto, pero que entrañan un gran riesgo.

Los seres astrales evolucionados actúan de la misma manera. No disfrutan involucrándose en los asuntos de extraños, y mucho menos si son totalmente desconocidos, ya que así perciben a la conciencia humana. Por otro lado, los animales astrales, así como los perros y gatos que viven en la calle, responden de manera inmediata ante la atención y, al igual que aquellos, pueden seguirnos de cerca durante algunas cuadras luego de haberlos acariciado, e incluso acompañarnos hasta casa si es que decidimos llevarlos con nosotros.

Si el viajero tiene la mala fortuna de llevarse consigo un animal astral, es decir, llevarlo adherido a su consciencia, el ser no soltará su presa fácilmente en el plano físico, y mucho menos reconocerá al humano como su amo y protector. En todo caso, lo considerará un vínculo necesario para disfrutar de las impresiones sensoriales de nuestro universo conocido.

El libro de los animales astrales aclara que estos seres se diferencian más de las otras criaturas no humanas del bajo astral que de los propios viajeros, con lo cual pueden presentarse algunas confusiones muy desagradables.

El viajero astral suele no ser consciente del sitio en el que está, y acostumbra a moverse dentro de él con una actitud distraída, ausente, como si fuese un sonámbulo. Esta suele ser la actitud que toman los animales astrales cuando desean aparentar cierto grado de sumisión; desde luego, engañosa.

Por otra parte, el viajero astral debe luchar contra sus propias limitaciones para moverse. Aquella actitud de distracción, de ausencia, casi de sonambulismo, se debe a que ningún viajero astral accede a estos planos de existencia en posesión de los recuerdos circunstanciales de su vida; de modo tal que solo sabe lo esencial sobre sí mismo.

Los viajes al plano astral producidos durante un sueño lúcido son los más peligrosos. No solo el viajero desconoce que está en otro plano que no es el físico; sino que además puede asumir una actitud de euforia, sintiéndose totalmente feliz de que puede volar, por ejemplo. Estas emociones atraen a los animales astrales, e incluso pueden capturar la atención de las criaturas más evolucionadas, quienes acostumbran a sentirse irritadas por una presencia ruidosa.

Esto puede convertir a un sueño lúcido en una de esas típicas pesadillas que nos hacen despertar súbitamente.

Los animales astrales aprovechan que el viajero no cuenta con la totalidad de sus recuerdos, precisamente porque se trata de una proyección de la consciencia, no de una presencia absoluta en el plano astral. Es por eso que este tipo de viajes astrales asumen ciertas características de los sueños, como si recorriésemos un mundo de ensoñación, donde nada parece completamente real pero tampoco falso.

El libro de los animales astrales advierte sobre estos y otros peligros que la prudencia exige omitir. Cualquier inteligencia que el viajero observe puede ser confundida con un simple personaje de un sueño, es decir, con un producto del subconsciente. Sin embargo, un porcentaje realmente bajo de estas criaturas disfruta de la interacción, siquiera de la presencia humana, con lo cual frecuentemente reaccionan con agresividad.

Los peligros de este tipo de encuentros suelen terminar ahí, con un despertar abrupto y la sensación de que hemos experimentado algo más que un sueño. El mayor riesgo, sin embargo, consiste en que seres de densidad más baja, como los animales astrales, se adhieran a nosotros y nos acompañen, a veces durante toda la vida, en el plano físico.




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