«Devachan: donde las almas se extravían»: Arthur E. Powell.


«Devachan: donde las almas se extravían»: Arthur E. Powell.




La palabra DevachanDevashtan— proviene del sánscrito deva, «dioses»; y chan, «tierra». De acuerdo a la cosmogonía diseñada por H.P. Blavatsky, el Devachan se adjudica cualidades extraordinarias, entre ellas, ser el sitio en el que las almas encuentran una absoluta satisfacción de sus deseos antes de abordar una nueva reencarnación.

En La doctrina secreta (The Secret Doctrine), H.P. Blavatsky sostiene que la gratificación del Devachan no solo es momentánea, sino falsa, ilusoria; una especie de distracción por el que las almas deben atravesar.

C.W. Leadbeater ublica el Devachan en alguna órbita del Plano Mental. La mayoría de las almas de los habitantes de la Tierra se instalan en el Zeroth (Zeroth), aunque de hecho existen otros niveles dentro del propio Devachan acordes al grado evolutivo del alma en cuestión. El nivel más profundo del Devachan es el Nirvana, sitio que alberga a las almas que se convierten en Arhats, es decir, almas que ya no necesitan reencarnarse [ver: El Cadáver Astral que tu consciencia dejará atrás]

Rudolf Steiner, en cambio, sostiene que existen dos planos distintos en este extraño lugar: el Devachán Inferior (Lower Devachan), especie de versión perfecta e idealizada de nuestro propio mundo, y el Devachan Superior (Higher Devachan), región gobernada por las ideas y los pensamientos.

A continuación citamos un interesante artículo sobre el Devachan extraído del libro de teosofía de Arthur E. Powell: El Cuerpo Mental (The Mental Body); titulado Devachán: principios generales (Devachan: general principles).





Devachán: principios generales.
Devachan: general principles, Arthur E. Powell.

Ya se describió, en detalle, en El Cuerpo Astral, la primera porción de la vida, después de la muerte, en el plano astral. De consiguiente, reanudamos nuestro estudio, empezando en el momento en que se deja el cuerpo astral en su propio plano, y el, hombre recoge su conciencia en el cuerpo mental; es decir, que se “eleva” al plano mental, y al hacerlo entra en lo que se llama el mundo celestial.

Esto es lo que, ordinariamente, se conoce; en la literatura teosófica, como Devachán, cuyo significado literal es “Tierra Resplandeciente”. En sánscrito, se lo llama, también, Devasthan, la Tierra de los Dioses. Es el Svarga de los hindúes, el Sukhavati de los budistas, el cielo de los zoroastrianos, crtstianos y mahometanos; se lo llama también, el Nirvana de la gente vulgar. El principio básico del Devachán es que es un mundo de pensamiento.

La palabra Devachán es etimológicamente inexacta; de consiguiente, confunde; sin embargo, es tan corriente en la terminología teosófica, que hemos creído conveniente retenerla en este volumen.

En los libros más antiguos, se describe al Devachán como porción del plano mental especialmente guardado, de la cual están excluidos toda tristeza y mal, gracias a la acción de grandes Inteligencias espirituales, que vigilan la evolución humana. Es un bienaventurado lugar de reposo, donde el hombre asimila en paz los frutos de su vida física. En realidad, sin embargo, el Devachán no es una parte reservada del plano mental; más bien es que, como veremos luego, cada hombre se encierra en su propia concha y, de consiguiente, no toma parte, en manera alguna, en la vida del plano mental. No se mueve libremente ni trata con otras personas, como hace en el plano astral.

Otra de las consideraciones de la que se ha llamado la guarda artificial del Devachán, o sea, el golfo que rodea a cada individuo allí, surge de que se ha eliminado del mismo toda materia kámica o astral. Por tanto, el hombre carece de vehículo, o medio de comunicación, que pueda responder a los mundos inferiores; de manera que, en la práctica y en consecuencia, éstos no existen para él.

La separación definitiva del cuerpo mental del astral no implica dolor ni sufrimiento alguno. En efecto, es imposible que el hombre corriente se dé cuenta de la naturaleza del cambio; pues simplemente siente que se sumerge suavemente en un delicioso reposo. Se produce, sin embargo, un período de inconsciencia, análogo al experimentado después de la muerte física; período que varía dentro de muy amplios límites, y del cual el hombre despierta gradualmente. Al parecer, este período de inconsciencia es de gestación, y corresponde a la vida física prenatal; pues es necesario para construir el Ego devachánico para la vida en el Devachán.

Parte de ese período parece dedicada a la absorción, por parte del átomo astral permanente, de todo cuanto habrá de desenvolver en lo futuro; y parte para vivificar la materia del cuerpo mental, para la próxima vida separada e independiente.

Al despertar de nuevo el hombre, después de la segunda muerte, su primera sensación es de indescriptible bienestar y vitalidad; un sentimiento de tan completo gozo de vivir, que no siente necesidad de nada más que simplemente vivir. Tal bienestar es la esencia de la vida en todos los mundos superiores del sistema.

Hasta la vida astral ofrece posibilidades de felicidad mucho mayores que nada de cuanto conocemos en la vida física; pero la vida celestial es muchísimo más gozosa que la del plano astral. En cada mundo superior se repite la misma experiencia; cada uno aventaja al que le precede. Esto es verdad, no sólo en cuanto a la sensación de bienestar, sino también con respecto a la sabiduría y amplitud de visión. La vida celestial es tan plena y amplia que no es posible compararla con la vida astral.

En cuanto el durmiente despierta en el Devachán, se presenta a sus ojos, recién abiertos, colores de los tonos más delicados; el mismo aire parece música y color; todo su cuerpo está envuelto en luz y armonía; luego, en la bruma dorada, aparecen los rostros de quienes ha amado en la tierra, eterizados en la belleza que expresa sus emociones más nobles y atrayentes, sin sombra de las pasiones y dificultades de los mundos inferiores. No hay hombre capaz de describir la bienaventuranza de despertar en el mundo celestial.

Esta bienaventuranza es la característica dominante en esa esfera. No sólo el mal y la tristeza son imposibles en tal mundo, de modo que toda criatura allí se siente feliz, sino que es un mundo en el cual todo ser, por el solo hecho de su presencia allí, ha de gozar de la máxima bienaventuranza espiritual de que sea capaz; un mundo donde el poder de realizar las aspiraciones está limitado, únicamente, por la capacidad de sentirlas.

Esta sensación de dominante gozo universal nunca deja al hombre en el Devachán; nada hay en la tierra que se le parezca, y nada puede dar idea de ello; la tremenda vitalidad espiritual de este mundo celestial es indescriptible. Se ha intentado describir de diversas maneras el mundo celestial; pero sin resultado alguno, porque es imposible describirlo en lenguaje físico. Así, los videntes budistas e hindúes hablan de árboles de oro y de plata con joyas como fruto. El Escriba judío, después de vivir en una ciudad grande y magnífica, habla de calles de oro y de plata. Los escritores teósofos modernos emplean símiles tomados de los colores de la puesta del sol y de las glorias del mar y del firmamento. Todos por igual tratan de pintar una verdad demasiado grande para el lenguaje, empleando símiles familiares a sus mentalidades.

La posición del hombre en el mundo mental difiere, grandemente, de la del plano astral. En este último plano, utiliza un cuerpo al cual está ya, completamente, acostumbrado, por cuanto lo usa durante el sueño. En cambio, el vehículo mental no lo ha usado nunca, y está muy lejos de estar, completamente, desarrollado. En consecuencia, lo aísla, en gran medida, del mundo que lo rodea, en vez de permitirle verlo.

Durante la vida del hombre en el purgatorio, en el plano astral, lo inferior de su naturaleza se consume; de manera que no le quedan más que los pensamientos más elevados y refinados, y las aspiraciones nobles y altruistas, que ha entretenido durante la vida terrena. En el mundo astral, puede pasar una vida, relativamente, agradable, aunque, sin duda, limitada; por otra parte, puede, también, sufrir considerablemente en esa existencia en el Purgatorio. En el Devachán recoge, únicamente, los resultados de los pensamientos y sentimientos altruistas; por lo tanto, en la vida del Devachán no puede haber más que bienaventuranza. Como ha dicho un Maestro, el Devachán es la tierra donde no hay lágrimas, ni suspiros, donde no hay desposorios, y donde el justo alcanza plena perfección.

Los pensamientos, que se acumulan alrededor del hombre en el Devachán, constituyen una especie de concha, por medio de la cual es capaz de responder a ciertas clases de vibraciones en esa materia refinada.

Estos pensamientos son los que le dan poder para atraer la infinita riqueza del mundo celestial; le sirven a manera de ventanas, a través de las cuales puede contemplar la gloria y la belleza de ese mundo, y recibir, también, respuesta de otras fuerzas exteriores.

Todo hombre, que haya evolucionado sobre el salvaje más bajo, debe tener, en su haber, algo de sentimiento, puramente, altruista; aunque sólo haya sido una vez en su vida; ello será como una ventana en el mundo celestial. Sería un error considerar esta concha de pensamiento como limitación; la función de la misma no es aislar al hombre de las vibraciones del plano, sino capacitarlo para responder a influencias posibles, para él, de conocer. El plano mental, como veremos en el Capítulo XXIII, es un reflejo de la Mente Divina; un depósito de extensión infinita, del cual el hombre, en ese plano, extrae en proporción al poder de los pensamientos y aspiraciones, generados durante su vida física y astral. En el mundo celestial superior, tal limitación, si podemos llamarla así, no existe; pero en este volumen no nos ocuparemos del mundo superior.

Cada uno puede tomar y conocer del mundo celestial, únicamente, en la medida que sus esfuerzos anteriores lo hayan preparado. Según el símil oriental, cada hombre trae su propia copa; algunas son grandes, otras pequeñas; pero, grandes o pequeñas, se llenan en toda su capacidad, por cuando el mar de bienaventuranza alcanza para todos.

El hombre vulgar no es capaz de gran actividad en este mundo mental.

Su condición es, principalmente, receptiva; su visión de cosas, fuera de su propia concha de pensamiento, es muy limitada. Como sus pensamientos y aspiraciones se limitan a ciertas líneas, no puede, repentinamente, formar nuevas; por lo tanto, no puede aprovechar las fuerzas vivientes, que lo rodean, ni tampoco de los poderosos moradores angélicos del mundo mental; no obstante, éstos responden, prontamente, a ciertas aspiraciones del hombre.

Así, el hombre, que durante su vida terrena se haya ocupado, principalmente, de cosas físicas, habrá abierto muy pocas "ventanas", a través de las cuales pueda ponerse en relación con el mundo en que se encuentra.

En cambio, aquel cuyo interés haya sido el arte, la música o la filosofía, encuentra gozo sin medida, e instrucción ilimitada. al punto que se puede beneficiar en la plena medida de su percepción.

Gran número de personas mantienen elevados pensamientos, relacionados con los afectos y la devoción. Una persona que ame profundamente a otra, o sienta gran devoción a una Deidad personal, crea una potente imagen del amigo o de la Deidad, la cual, inevitablemente, la acompaña en el mundo mental, por cuanto pertenece precisamente a tal mundo.

Esto produce un resultado interesante e importante. El amor, que forma y retiene la imagen, es una fuerza muy potente; lo bastante para llegar y actuar sobre el Ego del amigo, que mora en el plano mental superior; pues es al Ego a quien el hombre real ama, no al cuerpo físico, el cual es sólo una representación parcial del mismo. El Ego del amigo siente la vibración, responde a ella, de inmediato, con afán, y se adhiere a la forma mental, que del mismo ha sido creada. El amigo del hombre está, verdaderamente, junto a éste, más vívidamente que nunca.

No importa que cl amigo esté vivo o muerto; pues se atrae, no al fragmento del amigo, a veces, aprisionado en el cuerpo físico, sino al hombre mismo, en su propia esfera verdadera. El Ego responde siempre; uno que tenga cien amigos puede responder plena y simultáneamente al afecto de cada uno de ellos; por cuanto, no importa el número de representaciones en la esfera inferior; la infinidad del Ego es inagotable. Por tanto, el hombre puede expresarse en los “cielos” de un número infinito de personas.

Cada hombre, en su vida celestial, está rodeado de las formas mentales vivificadas de todos los amigos cuya compañía desea. Además, están, para él, adornados de sus mejores cualidades; por cuanto son imágenes mentales que el mismo ha formado. En el limitado mundo físico, estamos acostumbrados a pensar en nuestros amigos, de acuerdo con la limitada manifestación en que los conocemos. En el mundo celestial, en cambio, nos encontramos, con respecto a ellos, mucho más cerca de la realidad que en la tierra; por cuanto nos encontramos dos planos más cerca del hogar del Ego mismo.

Existe una diferencia importante entre la vida en el plano mental y la vida en el plano astral. En este último, encontramos a nuestros amigos (durante el sueño del cuerpo físico), en su cuerpo astral; es decir, que todavía nos relacionamos con sus personalidades; pero, en el plano mental, no encontramos a nuestros amigos en los cuerpos mentales que utilizan en la tierra. Por el contrario, sus Egos se construyen vehículos mentales, enteramente, nuevos y separados; de manera que, es la conciencia del Ego la que se manifiesta en tales vehículos, y no la conciencia de la personalidad.

Por tanto, las actividades de nuestros amigos en el plano mental son, enteramente, distintas, en todo sentido, de las de sus vidas físicas.

De ahí que, cualquier tristeza o malestar, que sufra la personalidad del hombre en vida terrena, no afecta, en lo más mínimo, a la forma mental del mismo, utilizada por el Ego como cuerpo mental adicional.

Aunque en esta misma manifestación conociera la tristeza o el malestar de la personalidad, no los tomará como tales, por cuanto los considera desde el punto de vista del Ego en el cuerpo causal; o sea, como lección, que se ha de aprender, o karma que se ha de agotar. En este punto de vista no hay engaño; en cambio, lo hay en el punto de vista de la personalidad inferior; por cuanto, lo que la personalidad ve como malestar y sufrimiento, es para el hombre real, en el cuerpo causal, meramente, un paso en el Sendero ascendente de la evolución.

Vemos, también, que el hombre, en el Devachán, no es consciente de las vidas personales de sus amigos, que moran en el plano físico. Lo que podemos llamar razones mecánicas para esto, ha sido ya plenamente explicado. Hay también otras razones, igualmente convincentes, para esta disposición; puesto que sería manifiestamente imposible, para el hombre en el Devachán, sentirse feliz si viera sufrir, o cometiendo un pecado, a los que ama. .

En el Devachán no existe separación, en tiempo o espacio, ni pueden ocurrir mal entendidos de palabra o de pensamiento; por el contrario, se establece, entre las almas, más íntima comunión de lo que es posible en la vida terrena. En el plano mental no hay barreras entre alma y alma; la comunión entre éstas está en exacta proporción con la realidad de la vida del alma en nosotros. El alma de nuestros amigos vive en la forma que de ellos hemos creado, en la medida que ella y la nuestra vibran en simpatía.

No podemos estar en contacto con aquellos con los cuales, en la tierra, el vínculo fue sólo con los cuerpos físicos y astral, o con aquellos cuya vida interna es discordante; por lo tanto, ningún enemigo puede entrar en el Devachán; pues, sólo la simpatía de la mente y del corazón pueden reunir a los hombres en el mundo celestial. Con aquellos más avanzados en evolución, sólo podemos ponernos en contacto, en la medida que seamos capaces de responder a ellos. Con quienes sean menos avanzados que nosotros, podemos comunicarnos hasta el límite de la capacidad de los mismos.

El estudiante recordará que el Elemental de Deseos redistribuye después de la muerte, el cuerpo astral en capas concéntricas, quedando la más densa al exterior; de esta manera confina al hombre en el subplano del mundo astral, correspondiente a la materia de la capa externa de dicho cuerpo. En el plano mental, nada de eso ocurre; pues el Elemental Mental no actúa como el Elemental de Deseo.

Existe, además, otra diferencia importante entre la vida astral y la mental. En este último plano, el hombre no pasa sucesivamente de un subplano al otro, sino que es atraído directamente al subplano correspondiente a su grado de desenvolvimiento; en este subplano, permanece durante todo el período de vida en el cuerpo mental. Las variedades de esta vida son infinitas, pues cada uno crea la propia.

En el Devachán, o sea, el mundo celestial, el Pensador desarrolla las más valiosas de sus experiencias morales y mentales de la vida terrena recién terminada; medita sobre ellas y, gradualmente, las transmuta en facultades morales y mentales; en poderes que llevará a su próxima encarnación. No graba en el cuerpo mental la memoria del pasado; por cuanto este cuerpo, como veremos más adelante, se desintegra. La memoria del pasado mora, únicamente, en el Pensador mismo, quien la ha vivido y la retiene. La experiencia pasada se convierte en capacidad; de manera que, si el hombre ha hecho estudios profundos, el efecto de tal estudio será crear una facultad especial, para adquirir conocimientos y dominar el tema estudiado, tan pronto le sea presentado en otra encarnación. Es decir, que nacerá con predisposición especial a esa línea de estudio, y lo absorberá con gran facilidad.

De modo que todo cuanto pensamos en la vida terrena es utilizado en el Devachán; cada aspiración se desarrolla en un poder; todos los esfuerzos frustrados se convierten en facultades y habilidad; luchas y derrotas reaparecen convertidas en instrumentos de victoria; los dolores y errores brillan luminosos como metales preciosos, para desarrollar voliciones inteligentes y bien dirigidas; los planos de beneficencia, para cuya realización en el pasado faltó poder y habilidad, se desenvuelven, en el Devachán, en pensamiento; se realizan, por así decirlo, paso a paso, y se desarrolla el necesario poder y habilidad, como facultades mentales, que se utilizarán en una vida futura sobre la tierra. En el Devachán, como ha dicho un Maestro, el Ego cosecha, únicamente, el néctar de cualidades morales y la conciencia de cada personalidad terrena.

Durante el período en el Devachán, el Ego pasa revista a su depósito de experiencia, la cosecha
de la vida terrena recién terminada; separa y clasifica esas experiencias, asimilando lo asimilable y rechazando lo inútil. El Ego no puede estar siempre ocupado en la actividad de la vida terrena; de la misma manera que un obrero no puede estar siempre dedicado a almacenar materiales, sin producir nada con ellos; como tampoco el hombre puede estar comiendo siempre, sin digerir y asimilar lo que come. Por tanto, el Devachán, excepto para unos pocos, como veremos más adelante, es una necesidad absoluta en el esquema de las cosas.

Una imperfecta comprensión de la verdadera naturaleza del Devachán ha dado lugar a que algunos piensen, que la vida de la persona vulgar, en el mundo celestial inferior, no es más que un sueño y una ilusión; que, cuando se imagina feliz entre sus familiares y amigos, o desenvolviendo sus planes con tal plenitud de gozo y éxito, es, en realidad, víctima de un cruel engaño. Esta idea se debe a un concepto erróneo de la realidad (hasta donde podemos conocerla), ya un deficiente punto de vista.

El estudiante debe tener en cuenta, que la mayoría de las personas realizan tan poco de su vida mental, mientras está en cuerpo físico, que, cuando se les presenta un cuadro de vida mental fuera del cuerpo, pierden todo sentido de realidad, y sienten como si hubieran pasado a un mundo de ensueño. La verdad es, sin embargo, que la vida en el mundo mental es más real que la vida en el mundo físico.

Durante la vida terrena ordinaria, el concepto, que la persona se forma de todo cuanto lo rodea, es imperfecto e inexacto en muchos sentidos. El hombre vulgar, por ejemplo, nada sabe de las fuerzas etéricas, astrales y mentales, que actúan en todo cuanto ve; no obstante que constituyen, de hecho, la parte más importante de todo. Su perspectiva está limitada a la porción de cosas que sus sentidos, su intelecto, su educación y su experiencia le permiten percibir. Por tanto vive en un mundo, en gran parte, de su propia creación; pero no se da cuenta de ello, porque es todo lo que conoce. Desde este punto de vista, la vida física ordinaria es, a lo menos, tan ilusoria como la vida en el Devachán; si se piensa detenidamente se verá que, en realidad, lo es mucho más; pues, cuando el hombre, en el Devachán, toma sus pensamientos como cosas reales, está perfectamente en lo cierto; porque lo son, realmente, en el plano mental; puesto que, en ese plano, sólo el pensamiento puede ser real. La diferencia está en que, en el plano mental reconocemos este gran hecho de la naturaleza, mientras que, en cl plano físico, no lo reconocemos así.

De consiguiente, está justificado decir que, entre los dos planos, la ilusión es mayor en, el físico. La vida mental es, de hecho, mucho más intensa, vívida, y esta más cerca de la realidad que la vida de los sentidos. En las palabras de un Maestro: “Llamamos a la vida póstuma la única realidad ; a la terreno, incluyendo a la personalidad misma, únicamente imaginaria.” “Llamar a la existencia en el Devachán sueño, es otro sentido que en términos convencionales, es renunciar para siempre al conocimiento de la Doctrina Esotérica, el único custodio de la verdad.”

La única razón de que sintamos la realidad de la vida terrena y nos parezca irreal la del Devachán, es que contemplamos la vida terrena desde dentro, bajo el pleno dominio de sus ilusiones; mientras contemplamos el Devachán desde el exterior, libre, por el momento, de su grado particular de Maya o ilusión. En el Devachán, el proceso se invierte; por cuanto, los que allí moran sienten su propia vida como real, y miran la terrena como envuelta en las más potentes ilusiones y erróneos conceptos.

En conjunto, en el Devachán, se está más cerca de la verdad, que los críticos que todavía viven en la tierra; aunque; naturalmente, los que moran en los cielos inferiores no están del todo libres de las ilusiones de la tierra; no obstante, el contacto con su mundo es más real y más inmediato. En términos generales, la verdad es que, cuanto más nos elevamos en la esfera del ser, más nos acercamos a la realidad; porque las cosas espirituales son relativamente reales y perdurablcs, y las cosas materiales ilusorias y transitorias. Si el estudiante sigue esta línea de razonamiento un poco a fondo, comprenderá que la vida en el Devachán es el resultado natural e inevitable de la vida pasada en los planos físicos y astral. En el físico, nunca llegamos a realizar nuestros ideales y aspiraciones más elevados; ni es posible realizarlos debido a las limitaciones del mismo y a la relativa tosquedad de la materia.

Pero, de acuerdo con la ley del karma (de la cual la ley de conservación de la energía es otra expresión), ninguna fuerza puede perderse ni dejar de producir su efecto; ha de producirlo plenamente, en cuanto se presente la oportunidad; mientras tanto, permanece como energía acumulada. En otras palabras, gran parte de la energía espiritual superior del hombre, no produce resultados en la vida terrena, debido a que los principios superiores del mismo no pueden responder a vibraciones tan sutiles y elevadas, hasta que el hombre esté libre de la pesadez de la carne. En la vida celestial, todos los entorpecimientos quedan eliminados, por primera vez, y la energía acumulada fluye, como reacción inevitable exigida por la ley de karma. Como dice Browning: “En la tierra arcos rotos, en el cielo un ruedo perfecto”. Así se cumple perfecta justicia; nada se pierde jamás; aunque, en el mundo físico, parezca que muchos se desvanecen y viene a la nada.

El Devachán no es, en manera alguna, un sueño o un mundo sin finalidad; por el contrario, es un mundo, mejor dicho, una condición de existencia, donde se desarrolla la mente y el corazón, sin entorpecimientos de la burda materia ni de los cuidados triviales; donde se forjan las armas para la lucha de la vida terrena; y donde, en realidad, se asegura el progreso del futuro.

El estudiante se dará cuenta, además, de que el sistema, de acuerdo con el cual la naturaleza ha dispuesto la vida, después de la muerte, es el único concebible; el único mediante el cual puede llenar su objeto de hacer de todos felices, en la plenitud de su capacidad. Si el gozo del cielo estuviera limitado a un solo aspecto (como lo presentan ciertas teorías ortodoxas), algunos se cansarían de él; otros serían incapaces de participar del mismo, ya sea por no gustarlos o por falta de la educación adecuada.

¿Qué mejor disposición, por lo que respecta a parientes y amigos, y cuál otra podría ser más satisfactoria? Si los que están en el Devachán pudiera seguir la vida fluctuante de sus amigos en la tierra, la felicidad sería imposible para ellos. Si, sin saber lo que les ocurre, tuvieran que esperar hasta que tales amigos murieran, para reunirse con ellos, se produciría un doloroso período de espera, a veces, de muchos años. Aun en este caso, muchos de esos amigos llegarían tan cambiados que dejarían de ser simpáticos.

La naturaleza evita todas estas dificultades. Cada hombre decide por sí mismo, tanto la duración como el carácter ,de su vida celestial, en virtud de las causas que él mismo genera durante su vida terrena; de consiguiente, no puede tener más que la cantidad exacta que merece; así como la calidad correspondiente de gozo mejor adaptado a su modo de ser. Aquellos a quienes ama están siempre con él; siempre en su aspecto más noble y mejor; no puede haber entre ellos ni discordia ni cambio, por cuanto recibe de ellos lo que desea. En efecto, el método de la naturaleza es infinitamente superior a lo que la agudeza o la imaginación del hombre puede ofrecer.

Es quizás difícil, en el plano físico, darse cuenta de la naturaleza creadora de los poderes ejercitados por el Pensador revestido de su cuerpo mental y, completamente, libre de su vehículo físico. En la tierra, el artista puede crear visiones de exquisita belleza; pero, cuando trata de darles expresión con los materiales de la tierra, encuentra que están muy lejos de sus concepciones mentales. En el Devachán, en cambio, todo cuanto el hombre piensa toma forma en el acto en los materiales delicados y sutiles de substancia mental, por medio de la cual trabaja, normalmente, la mente, cuando está libre de pasión y responde a todo impulso mental.

De esta manera, la belleza que rodea al hombre en el Devachán aumenta, de acuerdo con la riqueza y la energía de su mente.

El estudiante debiera esforzarse por comprender que el plano mental es un mundo vasto y espléndido de vida; en el cual vivimos ahora, lo mismo que en los períodos entre encarnaciones físicas; la falta de desenvolvimiento y las limitaciones, impuestas por el cuerpo físico. son las que nos impiden darnos cuenta, plenamente, de que la gloria del cielo más excelso nos envuelve aquí y ahora; de que las influencias, procedentes de ese mundo, actúan sobre nosotros; pero no somos capaces de comprenderlas y de recibirlas. Como ha dicho un Instructor budista: “La luz os rodea; la veréis, en cuanto os quitéis la venda que cubre vuestros ojos. Es tan maravillosa, tan bella, que está muy lejos de lo que el hombre ha soñado, o puede pedir; y permanece por siempre jamás”.

En otras palabras, el Devachán es un estado de conciencia y puede entrar en él, en cualquier tiempo, quien aprenda a retirar su Alma de los sentidos.

Lo que el Devachán es, con respecto a cada vida terrena, es el Nirvana con respecto al ciclo completo de reencarnaciones.




Libros de Arthur E. Powell. I Libros de teosofía.


El artículo: Devachan: donde las almas se extravían fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias de todo corazón



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