Por qué no hay novelas sobre mujeres que no hablen de amor.
Mientras una cifra incalculable de personajes masculinos levantan ciudades, organizan guerras (a veces de alcance galáctico), y experimentan con toda clase de sustancias, los personajes femeninos se caracterizan por ser notablemente aburridos. No ya para los hombres, desde luego, sino para todas las lectoras con un mínimo de sentido crítico.
Esta ausencia de personajes femeninos fuertes se intensifica de manera paradójica si analizamos los ejemplos más encumbrados de la supuesta literatura femenina, si se nos permite la blasfemia.
No nos referimos a la estética, ni siquiera al contenido, que puede rozar la excelencia literaria, sino a esos célebres personajes femeninos que ninguna mujer interesante querría llegar a ser.
Sí, también hablamos de las mujeres en los clásicos.
Jane Eyre está completamente ciega por su amor por el señor Rochester, lo mismo que las hermanas Bennet en Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice), lo cual las induce a un comportamiento similar al de una mascota que intenta agradar a su amo. Hester Prynne —La letra escarlata (The Scarlet Letter)— es la quintaesencia de la maternidad, a tal punto que resulta más adecuada para la lactancia que para la libertad más discreta. Y ninguna mujer modrena, al menos ninguna sensata, aspiraría a ser Anna Karenina.
Todas estas grandes mujeres de la literatura coinciden en los mismos deseos: casarse y tener hijos; lo cual no es censurable, salvo por el hecho de que tales aspiraciones se traducen en cientos y cientos de páginas de suspiros por hombres que no se alinean con esa aspiración.
En todo caso, esto sería un giro habitual; pobre pero admisible. Lo extraño es que todas estas mujeres son menos protagónicas de lo que cabría imaginar. Sus novelas tratan más acerca de los hombres que las modelaron que de ellas mismas.
La literatura le debe a las mujeres al menos una buena historia de autodescubrimiento que no incluya al hombre y la maternidad como objetivos.
Si tuviésemos el privilegio de ser un explorador de avanzada de una raza alienígena, y debiésemos entender a la mujer humana a través de la literatura, seguramente deduciríamos que se trata de una especie que sólo aspira a la estabilidad emocional y sentimental, y que es incapaz de subsistir sin su correspondiente macho.
Las mujeres en la literatura no viajan solas, no se embarcan en aventuras solitarias (salvo con una amiga), y mucho menos se preguntan acerca del objetivo del ser fuera del orbe de la pareja. En menos palabras: las chicas no tienen un Holden Caulfield —El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye)— que se pierda y se reencuentre a sí mismo en la soledad.
A medida que la mujer fue ganando terreno en sus derechos fue encontrando menos afinidades con las mujeres literarias. De hecho, una mujer totalmente autónoma, independiente, libre ya de todas las imposiciones de género, tendrá severos problemas para verse reflejada en las grandes novelas, clásicas o contemporáneas; y algo todavía peor: difícilmente encuentre un personaje femenino al cual admirar.
Las estadísticas tampoco ayudan. De las 100 mejores novelas del siglo XX, sólo 9 son protagonizadas por mujeres, y de éstas apenas una —La plenitud de la señorita Brodie (The Prime of Miss Jean Brodie)—, de Muriel Spark, retratan a una hembra que hace algo más que emparejarse con un varón y criar a sus hijos.
Por esa razón es casi imposible encontrar un personaje femenino que sepa hacer algo más que amar, o esperar el amor.
El amor es el sentimiento más noble que poseemos, desde ya, pero no es el único.
El problema, creo, es que los autores leen mucho más de lo que viven.
La mayoría de las mujeres de la actualidad se desarrollan profesionalmente, es decir, toman decisiones mucho antes de encontrar un compañero/a de vida; y, en promedio, las que contraen matrimonio lo hacen mucho más tarde que sus abuelas. Y si bien existen desigualdades en relación a los ingresos de las mujeres con respecto al de los hombres; éstas trabajan y ocupan roles de gran importancia, ya sea en el sector privado como en el público; es decir, asumen mayores responsabilidades incluso después de tener hijos, si es que deciden tenerlos.
La contrapartida literaria de estas mujeres, sin embargo, no refleja nada de todo eso. Y si lo hace, debajo de una inoxidable muestra de autonomía se esconde una sumisa y mansa ama de casa pugnando por encontrar a su Príncipe Azul.
Por supuesto que hay salvedades, porcas, por cierto. No obstante, es casi imposible encontrar una novela protagonizada por una mujer donde ésta no se enamore.
Pero la cuestión se pone todavía más amarga.
Ningún hombre sensato esperaría que Holden Caulfield encuentre el amor al final de su jornada iniciática. Sin embargo, las pocas hembras literarias que logran eludir el amor terminan interpretando el triste papel de solteronas amargadas, marchitas, yermas.
En otras palabras: a la mujer literaria que no se enamora siempre se la retrata como una entidad incompleta.
Una novela protagonizada por mujeres que no trate sobre el amor es una rareza. Y es la literatura fantástica, aquella considerada como poco seria y en absoluto académica, la que por fin reúne los escrúpulos necesarios para traernos la mujer en tanto ser independiente del hombre, del matrimonio y la maternidad.
Estas hembras no abundan, hay que decirlo, pero al menos existen: el ecofeminismo de La puerta al país de las mujeres (The Gate to Women's Country), de Sheri S. Tepper; Herland (Herland), utopía de la socióloga Charlotte Perkins Gilman, donde los hombres ni siquiera tienen cabida como inseminadores; o El hombre-hembra (The Female Man), de Joanna Russ, donde un hombre es literalmente convertido en hembra para experimentar todas las presiones culturales que pesan sobre ellas.
Pero quizás uno de los ejemplos más modestos y a la vez más contundentes de lo que las mujeres de hoy necesitan leer es el que ofrece Kate Chopin en La historia de una hora (The Story of an Hour); donde una prolija esposa y ama de casa es informada sobre el fallecimiento de su marido. Su reacción, lejos de la tristeza y la sensación de abandono, es el alivio.
Feminología: la mujer en la literatura. I Índice de novelas.
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7 comentarios:
La última protagonista femenina que leí, por no decir la única, fue Lisbeth Salander, de la saga Millenium de Stieg Larsson. Sus habilidades de hacker y su sentido de misantropía son apasionantes.
Me gustó mucho este post. Sin embargo, hay una novela de Anne Rice que quiero mencionar, Pandora y que retrata un personaje femenino, en líneas generales, bastante fuerte. Tiene algunos puntos que podría poner en duda pero esto se haría larguísimo. La protagonista se enamora, no diré que no es así, pero no es tan importante si se enamora o no como el hecho de considerar la actitud que le imprime la autora frente a ese amor, la fuerza que gana, la verdadera transformación que le ocurre, que es irreversible y que en ningún momento la deja en una posición de "criatura débil". En sus novelas hubo otras criaturas femeninas débiles pero Pandora era diferente. Anne Rice no usaba otra cosa que humanos enmascarados. Nosotros, bajo la máscara de la inmortalidad. Leí esa novela hace muchos años, allá por el 2002 y tendría que volver a leerla para buscarle los puntos dudosos, pero recuerdo que me pareció bastante bien.
No leí esa novela de Rice pero por tu descripción se acerca más al ideal de "mujer fuerte"; lo cual es un juego peligroso ya que éstas suelen bajar las defensas y "derretirse" en algún momento de la historia. O lo que es peor: esa fortaleza termina siendo una impostura, una máscara, que esconde algún tipo de trauma o conflicto del pasado (la Lisander que cita Jes); como si el "ser fuerte" en una mujer exigiera siempre un antecedente traumático. En el artículo me refiero más al amor como condimendo excluyente de la hembra literaria, es decir, de la aparente imposibilidad de escribir sobre una mujer y no hacerla enamorarse en algún punto de la historia. A título personal, creo que las escritoras se deben una historia de este tipo.
Convengamos que tanto en la literatura como en el cine es raro que el protagonista, sea hombre o mujer, no tenga un interés romántico o no lo haya tenido en el pasado. El amor es un tema universal, al igual que la muerte o el bien y el mal, que siempre se cuela de alguna forma en el 90% de las historias.
Tampoco exageremos con el discurso feminista.
Salu2
Claramente el amor es una tentación para cualquier autor, pero creo que no estamos hablando de lo mismo. Lo que aquí se discute es que NO HAY NOVELAS PROTAGONIZADAS POR MUJERES DONDE ÉSTAS NO SE ENAMOREN. Y más aún, en aquellas obras donde se nos muestran mujeres fuertes y decididas normalmente se establece una ruptura o trauma amoroso en su pasado, en general, la causa de esa postura autónoma. En cambio, podría citar cientos de obras donde los héroes varones jamás piensan siquiera en el amor. En todo caso, no exageremos con la simplificación.
Lisa y llanamente, genial.
Harta estoy de encontrar protagonistas femeninas sin el amor por ahí dando vueltas. Harta estoy de protagonistas que no son un ser completo si no hay uno o dos varoncitos (es rarísimo que sea el caso con otras mujeres) en su mira, o rodeándola. Harta estoy que las mujeres sean retratadas como muñecas que funcionan a amor.
Es frustrante, repetitivo hasta el hartazgo (je), la repugnancia y el cliché más absoluto. Veo que no soy la única que lo ha notado.
Y lo peor, Lau, es que esa tendencia parece ir en aumento. Basta hacer un repaso superficial sobre las grandes protagonistas femeninas de la actualidad para verificar que, en todas ellas, se advierte una peligrosa asimilación con lo incompleto. Solo el amor, al parecer, es capaz de rellenar ese vacío. Desde luego, esto es absurdo.
Las autoras tienen por delante un gran desafío: regalarnos una protagonista distinta a las que estamos habituados a ver. Saludos!
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