Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini.


Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini.




La poeta uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) encerró a su sujeto a solas con un Vampiro en el poema de 1910: El Vampiro, publicado originalmente en la antología de 1910: Cantos de la mañana, y luego reeditado en Los cálices vacíos y El rosario de Eros. El poema está impregnado de los aspectos negativos [e inevitables] de la existencia: dolor, enfermedad y muerte, y desde allí proyecta sobre el lector una sensación de desesperanza y pavor.

Antes del análisis comencemos con el poema de Delmira Agustini:


En el regazo de la tarde triste
Yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
Sentirte el corazón! Palideciste
Hasta la voz, tus párpados de cera,

...Bajaron... y callaste... Pareciste
Oir pasar la Muerte... Yo que abriera
Tu herida mordí en ella —¿me sentiste?—
¡Como en el oro de un panal mordiera!

... Y exprimí más, traidora, dulcemente
Tu corazón herido mortalmente,
Por la cruel daga rara y exquisita
De un mal sin nombre, ¡hasta sangrarlo en llanto!
Y las mil bocas de mi sed maldita
Tendí a esa fuente abierta en tu quebranto.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Por qué fuí tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie obscura
Que come llagas y que bebe el llanto?


El Vampiro gira en torno a una voz poética atrapada, aunque no del todo sola, en un mundo de desesperación. El sujeto de Delmira Agustini, una mujer, se rebela contra su cautiverio emocional y físico, pero es incapaz de mirar más allá de sus circunstancias presentes.

El Vampiro, entonces, se centra en la extrema soledad que sienten ciertos individuos, aunque irónicamente no estén solos. Esta paradoja del aislamiento [entre otras personas] parece ser un elemento en común en muchos poemas de vampiros; como si el Vampiro y su víctima generaran una cierta atmósfera o estado de ánimo solitario, íntimo [ver: El enlace entre el Vampiro y su víctima]. En este contexto, el poema de Delmira Agustini no solo es una especie de microcosmos de la sociedad de comienzos del siglo XX, y particularmente de las mujeres inmersas en sus códigos sociales, sino también un reflejo reinterpretado de los clásicos poemas y novelas que lo precedieron.

Sin embargo, y a pesar de seguir explorando los aspectos negativos de la vida, tal como lo hicieron sus predecesores, Delmira Agustini consigue eludir nuestras expectativas clásicas y presenta una nueva perspectiva del Vampiro.

El Vampiro de Delmira Agustini ejemplifica el cambio de la Nueva Mujer que se estaba apoderando de las esferas doméstica, pública y artística en la sociedad de principios del XX. Debido a estas circunstancias cambiantes, el poema refleja el desconcierto y la inquietud al colocar a su sujeto en una posición de poder desconocida. Es en una habitación oscura donde Delmira Agustini introduce a los sujetos masculino y femenino de El Vampiro, similar a la «antigua capilla en ruinas, que evidentemente había sido utilizada como cementerio» que utiliza el Conde Drácula como dormitorio en la novela de Bram Stoker.

En este dormitorio-cementerio, Drácula parece perdido en algún lugar entre la vida y la muerte, un contexto similar a la figura masculina en El Vampiro de Delmira Agustini. En Drácula, Jonathan Harker inspecciona el cuerpo del Conde en busca de señales de vida [movimiento, pulso, respiración] pero no hay nada. Drácula mira con ojos muertos, ausentes, aparentemente inconsciente de la presencia de Harker. Sin embargo, a pesar de las apariencias, Harker sabe que Drácula no está muerto, que resucitará en la noche. Es exactamente el mismo ambiente que encontramos en El Vampiro de Delmira Agustini. [ver: ¡Este hombre me pertenece! Harker y Drácula]

Ambos en habitaciones interiores oscuras, Jonathan Harker y Delmira Agustini se enfrentan a sus antagonistas durmientes, aunque, como comenta Harker, «hacerlo me produjo pavor en el alma». Cuando se enfrenta al miedo, el instinto humano ofrece solo dos opciones: luchar o huir. Cuando se encuentra cara a cara con Drácula, Harker elige huir. Por otro lado, la protagonista femenina de Delmira Agustini elige quedarse y luchar.

En Drácula, mientras que el Conde ocupa el papel principal de Vampiro, hay varias Vampiresas en papeles secundarios o inferiores. Aunque pueda parecer que la figura masculina dormida de Delmira Agustini es el Vampiro del título, por la similitud con la escena de Bram Stoker, existe otra posibilidad. Varias, en realidad [ver: El código secreto en el «Drácula» de Bram Stoker]

En Cantos de la mañana, Delmira Agustini lucha contra el sufrimiento causado por el amor; y lo hace a través de temas como el aislamiento, la soledad y la muerte. Con exquisita ironía, los títulos alegres de todos los poemas de esta colección describen escenarios y elementos góticos. En otras palabras, donde el título promete una obra llena de vida y esperanza, los poemas de Delmira Agustini se centran en el terror y la muerte. En uno de los poemas finales de esta colección, Los retratos, Delmira Agustini descorre el telón, como si se tratara de un teatro macabro, para revelar la verdadera escencia de Cantos:


Si os asomárais a mi alma como a una estancia profunda,
veríais cuánto la entenebrece e ilumina
la intrincada galería de los Desconocidos…
Figuras incógnitas que, acaso, una sola vez en la vida
pasaron por mi lado sin mirarme,
y están fijas allá dentro como clavadas con astros…


Los poemas de Delmira Agustini están construidos sobre varios niveles de contradicción. La primera imagen que presenta en El Vampiro, obviamente, ocurre en el título, y es la de un Vampiro. Por lo tanto, incluso antes de leer el poema, esta imagen de una criatura fantástica queda grabada en el lector. Manteniéndose dentro de la tradición de la novela gótica, obras que a menudo transcurren en ruinas de abadías y castillos medievales con mazmorras, pasadizos secretos y cámaras de tortura, el título del poema de Delmira Agustini también implica un escenario gótico y, por lo tanto, asociado con estos motivos. La segunda imagen es la de una «tarde triste». Por lo tanto, a medida que el sol se pone, el crepúsculo eventualmente colocará el escenario de El Vampiro en el ámbito de la noche.

Como es lógico, la ansiedad aumenta a medida que se acerca la noche, especialmente cuando hay un Vampiro cerca. Al respecto, Jonathan Harker anota en su diario:


[Siempre ha sido de noche cuando he sido molestado o amenazado, o de alguna manera puesto en peligro. Todavía no he visto al Conde a la luz del día. ¿Puede ser que duerma cuando los demás despiertan, para estar despierto cuando los otros duermen?]


Por lo tanto, no es irracional suponer que el escenario es crepuscular, dada la presencia de un Vampiro, ya que la noche es el hábitat natural de estas criaturas. En otras palabras, no hay necesidad de afirmar que es de noche si hay un Vampiro.

Ahora bien, hay dos figuras presentes dentro de la habitación de Delmira Agustini: un hombre incapacitado y una mujer. La figura masculina se presenta como un cadáver, dejando su identidad indefinida. La figura femenina de El Vampiro es tranquila, reflexiva, al menos al principio del poema. Sola en la penumbra, ella se inclina sobre él y estudia su rostro, notando que parece estar escuchando a la muerte [«Pareciste oír pasar la muerte»]. A medida que el poema continúa, una especie de angustia, de tristeza, se apodera de la voz de la mujer. En este punto, el escenario sombrío de la sala funeraria de la primera estrofa cambia a la de un dormitorio cargado de tormentos. Además de su diálogo cada vez más violento, ella también agrede físicamente a la figura masculina. Así, la distancia respetuosa, implícita en el comienzo del poema, da paso a una intimidad sádicamente emocional entre los sujetos masculino y femenino [ver: La cuestión de género entre vampiros y vampiresas]

En Los retratos, la voz poética se define a través de la imagen de una habitación. Por lo tanto, no es exagerado imaginar que el escenario de la cámara de tortura en El Vampiro también representa el alma tumultuosa de la voz poética. En este sentido, Delmira Agustini invierte los términos clásicos de los relatos de vampiros, donde generalmente se expresa un miedo subyacente del hombre a la mujer. Aquí, Delmira Agustini expresa el miedo de la mujer a la mujer, o, mejor dicho, el miedo de la mujer a sí misma [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

A principios del siglo XX, no solo los hombres experimentaron temor respecto de la cambiante sociedad patriarcal. Las mujeres, liberales o no, también tuvieron que aprender a vivir dentro de estos cambios. En cierto modo, toda mujer debía tomar una posición, decidir qué máscara social usar: la de una mujer liberal o conservadora. Por ello, Delmira Agustini rehuye de las máscaras externas y se centra en el interior cada vez más agitado de la mujer [ver: El asesinato de Delmira Agustini]

En las tres primeras estrofas de El Vampiro, la figura femenina se refleja en el cuerpo silencioso del hombre tendido frente a ella. En la cuarta y última estrofa, su reflexión se vuelve hacia adentro, hacia la contemplación de su propia vida. Sin embargo, la mujer de Delmira Agustini busca definirse a sí misma, no desde su propia perspectiva, sino desde la de la figura masculina inmóvil. En las líneas finales, le hace dos preguntas al hombre silencioso, queriendo que le aclare su identidad. Ella quiere saber si, para él, ella es una flor o un Vampiro. Aquí termina el poema y sus preguntas quedan sin respuesta.

El Vampiro demuestra cómo el conflicto de una sociedad puede manifestarse devastadoramente en el interior de un individuo. En oposición a los clásicos del género, el papel del Vampiro no es evidente en el poema de Delmira Agustini. Aunque el lector es inmediatamente informado de la presencia de un Vampiro debido al título, no hay pistas visuales disponibles para guiarlo hacia la identidad de la criatura. ¿Quién es el Vampiro en el poema de Delmira Agustini?

Veamos si podemos descubrirlo.

En la primera estrofa se nos presentan los posibles personajes del poema: un Vampiro, una figura masculina y una figura femenina [además, la voz poética]. Sin embargo, solo los personajes masculino y femenino se discuten en términos concretos, lo que lleva al lector a suponer [equivocadamente o no] que el Vampiro es cualquiera de estas dos figuras, consolidando así dos personajes en uno. En otras palabras [este es un detalle hermoso], Delmira Agustini obliga al lector a creer que la figura masculina o la femenina es, simultáneamente, el Vampiro del título, pero en ningún momento dice algo concreto al respecto.

Simbólicamente, la imagen del Vampiro encarna ciertas características arquetípicas. Por ejemplo, los Vampiros beben la sangre de los vivos; es decir, su supervivencia depende de sus víctimas. La relación entre el perseguidor y la víctima es la del devorador y el devorado. Además, el Vampiro simboliza el ansia de existir, que brota de nuevo cada vez que ha sido saciada. En otras palabras: el Vampiro nunca está satisfecho; por lo tanto, si bien el Vampiro dirige sus impulsos hacia alguien más, en realidad es presa de una pasión autodestructiva [ver: Las fantasías privadas de Bram Stoker]

El Vampiro masculino, en la ficción, también encarna ciertas características arquetípicas. Por ejemplo, Lord Ruthven, el protagonista del poema de John William Polidori: El vampiro (The Vampyre, 1819), representa al Vampiro clásico de la literatura inglesa: distante, distinguido, aristócrata, frío, enigmáticamente perverso y fascinante para las mujeres [ver: ¿John Polidori y Elizabeth Siddal fueron vampiros?]. Si bien no es un lord británico, Drácula posee las mismas características. En la novela, Harker captura la imagen escalofriante del Conde mientras yace en su tumba diurna, brindándonos así una descripción física cuidadosamente detallada del Vampiro masculino arquetípico:


[¡Allí, en una de las grandes cajas, de las que había cincuenta en total, sobre un montón de tierra recién cavada, yacía el Conde! Estaba muerto o dormido, no sabría decirlo, porque los ojos estaban abiertos y pétreos, pero sin el brillo de la muerte, y las mejillas tenían el calor de la vida a través de toda su palidez, y los labios estaban tan rojos como siempre. Pero no había señales de movimiento, ni pulso, ni respiración, ni latidos del corazón. Me incliné sobre él y traté de encontrar alguna señal de vida, pero fue en vano. No pudo haber estado allí mucho tiempo, porque el olor a tierra habría desaparecido en unas pocas horas. A un lado de la caja estaba su tapa, perforada con agujeros aquí y allá. Pensé que podría tener las llaves encima, pero cuando traté de buscarlas vi los ojos muertos, y en ellos una mirada de odio tal, aunque inconsciente de mí o de mi presencia, que huí del lugar.]


Lord Ruthven y el Conde Drácula se presentan en la esfera pública como hombres sin emociones, nobles, elegantes, inteligentes, carismáticos con los hombres y atractivos para las mujeres. Incluso en la sociedad actual, estas cualidades ejemplifican alguna forma de éxito. Sin embargo, en las sociedades patriarcales de fines del siglo XIX y principios del XX, donde el hombre debía encarnar el estereotipo del protector y proveedor, estas características podrían determinar no solo el éxito del hombre, sino de su esposa. Sin embargo, estas características positivas del Vampiro solo resultan deseables en la esfera pública. En general, la mayoría de los hombres preferirían no llevar la vida privada del Vampiro, esencialmente la de un muerto viviente en un ataúd lleno de tierra, como podemos ver en el testimonio de Jonathan Harker [ver: Strigoi: los vampiros que inspiraron la leyenda de Drácula]

La figura masculina de El Vampiro de Delmira Agustini es descrita en la primera estrofa por la voz poética como [vampíricamente] incapacitada por el sueño o la muerte. Este estado indeterminado entre el sueño y la muerte recuerda la escena donde Harker se encuentra con el Conde en su guarida. Así, el lector puede suponer que la figura masculina es el Vampiro del título. Sin embargo, entre la primera y la segunda estrofa, la figura masculina es dominada físicamente por la voz femenina; en la tercera estrofa ella lo hiere en el corazón [«Y exprimí más, traidora, dulcemente tu corazón herido mortalmente»]; pero, en la cuarta estrofa, ella lo cuestiona del siguiente modo: «¿Por qué fui tu vampiro de amargura?». Si, de hecho, la figura masculina es el Vampiro, tiene sentido que la figura femenina haya sido su víctima, como Lucy Westenra lo fue del Conde Drácula.

Bajo el escrutinio de la mujer, la figura masculina ocupa un papel subordinado, el mismo que típicamente se le asigna a la mujer en las sociedades patriarcales. Por lo tanto, aunque la figura masculina de Delmira Agustini actúa como el Drácula dormido de Bram Stoker, en realidad está subordinado a la mujer, a su víctima.

Si bien puede parecer irónico que la poderosa figura del Vampiro masculino esté al servicio de una mujer, esa es su realidad cotidiana, que acaso se enmascara en su magnética máscara pública. El Vampiro depende de la sangre de otros para sobrevivir. Por lo tanto, sin la sangre de su víctima dejaría de existir. En términos simbólicos, el Vampiro es el depredador y la hembra es su víctima; y, como depredador, depende de ella para sobrevivir. La hembra, por otro lado, no es dependiente del Vampiro, sino más bien su víctima, y su existencia no está atada a la de su perseguidor [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]

De esta manera, Delmira Agustini invierte los roles estereotipados de las figuras masculinas y femeninas dentro del hogar. Es la mujer la que tiene el poder en esta habitación, no el hombre; al menos mientras ella siga siendo humana. Sin embargo, si él la ha seducido, e infectado con el vampirismo, entonces ella cumple el rol de víctima. Así, la figura masculina actuaría como creadora en el poema al dar a luz a la Vampiresa. Sin embargo, lo único que sabemos con certeza es que, al final del poema, el cuerpo del hombre permanece tendido en la habitación, en la misma posición sumisa generalmente reservada a la mujer [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Tumbado tranquilamente en la cama, la figura masculina ejemplifica al Drácula dormido de Bram Stoker. De esta manera, Delmira Agustini puede estar recreando la típica escena donde el héroe mata al Vampiro, aunque con una clara inversión de roles. Mientras que en Drácula son los hombres quienes llevan a cabo la hazaña de matar a los Vampiros [Lucy Westenra y el Conde Drácula], en el poema de Delmira Agustini se proyecta a una mujer como cazadora de Vampiros. Sin embargo, es justo decir que el Vampiro arquetípico no se identifica específicamente como masculino o femenino; por lo tanto, es posible que la mujer en el poema de Delmira Agustini sea, después de todo, el Vampiro del título.

En general, la diferencia entre los Vampiros arquetípicos masculinos y femeninos es la representación de la mujer como puramente demoníaca, es decir, desprovista de cualquier característica que la sociedad pueda considerar positiva. Lord Ruthven y el Conde Drácula, por ejemplo, destilan maldad, pero también son caballeros. En lo que respecta a las Vampiresas podemos pensar en las Tres Vampiresas del castillo de Drácula, o en la propia Lucy Westenra, quienes se presentan en términos exclusivamente demoníacos [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de Drácula]

En la sociedad de principios del siglo XX, la mujer estaba ligada al hogar y a los hijos. Además, se la ve como dadora de vida y cuidadora del hogar. Por lo tanto, la mujer ideal fue proyectada como una figura materna. De más está decir que la Vampiresa arquetípica rompe con este rol materno. Más aún, con un perverso sentido de la ironía, la Vampiresa mata a los niños en lugar de engendrarlos, como en el caso de Bloofer Lady en Drácula [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra] Intrínsecamente diabólicas, las Vampiresas parecen haber heredado el estigma de las brujas medievales, a menudo acusadas de robar niños con propósitos infames.

En este contexto, el doctor Seward describe en su diario los rasgos faciales de la vampírica Lucy:


[Tenía las cejas arrugadas, como si los pliegues de la carne fueran los anillos de las serpientes de Medusa. La hermosa boca ensangrentada se convirtió en un pozo abierto, como las máscaras de los griegos. Si alguna vez un rostro significó la muerte, si las miradas pudieran matar, ¿la vimos en ese momento?]


En la época de Bram Stoker, los antropólogos especulaban que Medusa, cuya virtud está en su cabeza, se deriva de la máscara ritual de cultos primitivos. Es decir que la evaluación del doctor Seward de la apariencia de máscara de Lucy Westenra es simbólicamente precisa; así como la relación entre estas cultistas con la posterior brujería medieval y su rechazo por la maternidad [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]

En cualquier caso, la mujer en el poema de Delmira Agustini, en términos de cazadora de vampiros, es una versión inversa de la escena en la que Van Helsing, Arthur Holmwood, el doctor Seward y Quincey Morris ingresan al cementerio para liberar a la Lucy de su condición de Vampiresa. Es allí donde los hombres son testigos de la verdadera situación de su Lucy. Entre las tumbas, ella se alimenta de un niño pequeño. Solo entonces reconocen que Lucy, en términos de ideal victoriano de la mujer, se ha ido para siempre. En su lugar se encuentra una criatura sobrenatural capaz de cometer crímenes indescriptibles.

En la primera estrofa de El Vampiro, la mujer parece encajar en el molde de cuidadora del hombre, en este caso, incapacitado. Uno podría imaginar a estos dos personajes como una pareja estereotipada, la esposa estoica lamentando la pérdida del único proveedor de la familia. Esta pérdida, sin embargo, conduciría a la eventual inversión de roles. Por ejemplo, en el poema, la historia superficial que emerge inicialmente es la de un amor perdido, una mujer que llora a un hombre. Por lo tanto, dentro de la primera estrofa, Delmira Agustini presenta dos personajes dentro de los roles estereotipados de la época. Sin embargo, a medida que el poema avanza, la cuidadora se transforma en depredador [ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica]

Aparentemente, la mujer que permanece sobre el hombre mudo [¿antes de morderlo y matarlo?] representaría la figura de poder. De hecho, Delmira Agustini representa su personaje femenino como una figura masculina estereotipada, elevándose sobre un otro sumiso y débil. La figura femenina como Vampiresa, aunque logra obtener un nuevo poder sobre el hombre, no logra cumplir con sus roles socioculturales estereotipados [ver: El Machismo en el Horror]

Consideremos la herida que ella inflige a la figura masculina en la tercera estrofa [«herido mortalmente»]. Aquí, la mujer no es una dadora de vida, sino una destructora de vida. En otras palabras, en lugar de nutrir a la figura masculina, comete un asesinato. Y aunque este asesinato podría definirse como un acto de amor [si se lo percibe de la misma manera que los hombres de Drácula «liberan» a Lucy], Delmira Agustini parece estar más cerca de la venganza que del afecto. En cierto modo, Delmira Agustini invierte los roles tradicionales del Vampiro masculino como perseguidor o devorador y de la figura femenina como víctima o comida. En este escenario de roles invertidos, el hombre depende de la mujer para sobrevivir, o para morir.

Después de analizar todo eso, el panorama no es mucho más claro que al principio. El Vampiro del poema de Delmira Agustini podría ser cualquiera de los dos personajes. Si es el hombre, entonces este reniega de su papel como proveedor, generalmente visto de manera positiva. Si es la mujer, entonces reniega de su rol maternal como cuidadora. En ambos casos, los roles tradicionales están invertidos; probablemente porque ambos personajes poseen características vampíricas.

En este contexto, el tercer personaje en El Vampiro de Delmira Agustini es el espacio, el cual juega un papel clave en la acción del poema. El hombre y la mujer, aunque están dentro de la misma habitación, e incluso en contacto físico, hay una sensación de separación entre las dos figuras.

Justo antes del final, Delmira Agustini incluye una línea de puntos que separa visualmente la última estrofa de las demás. Esta línea marca la separación entre el clímax y la resolución del poema. En la segunda estrofa, el conflicto entre el hombre y la mujer aumenta cuando ella lo muerde. Sin embargo, en la tercera estrofa la tensión llega a su clímax cuando ataca físicamente su herida. En la estrofa final, la voz poética parece alejarse de la figura masculina y, en lugar de continuar con su ataque físico, comienza a interrogarlo. De esta manera, elige las palabras como arma final.

No obstante, aunque sus preguntas están dirigidas a él, parece que también se está desafiando a sí misma a responderlas. Así, la voz poética dirige su asalto verbal y físico a la figura masculina en las tres primeras estrofas antes de volverse sobre sí misma y cuestionar su propia posición o rol respecto a él.

En la estrofa final, entonces, la voz poética cambia su perspectiva hacia ella misma. Es aquí donde el lector advierte que es ella el Vampiro. Dicho esto, la identidad de la figura masculina como Vampiro también sigue siendo una opción viable a la luz de sus características correspondientes con la tradición y la literatura vampíricas. De hecho, es a partir de este corpus que podemos determinar que Delmira Agustini está retratando a ambos como Vampiros.

«¿Por qué fui tu vampiro de amargura?». Hasta esta declaración de la mujer, la figura masculina ha sido representada como el Vampiro, al igual que el Conde Drácula de Stoker cuando Jonathan Harker lo descubre dentro del ataúd. Sin embargo, es una afirmación ambigua. «tu vampiro», dice ella; y el «tu» apunta a la figura masculina como la del victimario, lo cual convierte a la voz poética en víctima. Debido a que el hombre también posee características vampíricas, se puede asumir una especie de cronología con respecto a esto. En otras palabras, él es un Vampiro [tal vez muy viejo y decrépito] y ella, también una Vampiresa, es una discípula convertida por él, una amante, que decide matarlo y liberarse, siendo esencialmente una víctima que se convierte en victimario al final [ver: Drácula y las mujeres]

Por lo tanto, si el hombre es un Vampiro, entonces la mujer probablemente fue victimizada por él en el pasado. A través de este proceso, la mujer habría sucumbido a la seducción del Vampiro, transformándose ella también en una criatura de la noche. Es en este momento final del poema de Delmira Agustini que la mujer reconoce y cuestiona su existencia vampírica. Ambos son prisioneros de sus propios miedos: el hombre en su posición de incapacitado y la mujer en su prominente posición de poder sobre él. Encerrados en esta habitación, al revés de sus roles tradicionales, no están seguros de sí mismos. El macho es sumiso a la hembra mientras que la hembra domina físicamente al macho. En cualquier sociedad patriarcal, esta escena sería percibida con inquietud.

Invirtiendo todas las expectativas, Delmira Agustini le da voz a una mujer que cuestiona su posición. No sólo se queda en la habitación con el hombre, sino que la suya es la única voz en el poema. En contraste con el Drácula de Bram Stoker, donde Jonathan Harker relata su encuentro con el Conde a través de un diario en el que huye de la escena, la mujer del poema de Delmira Agustini se queda, y no solo eso, expresa su preocupación e interroga directamente a la figura masculina, aunque nunca obtiene una respuesta. Hubiese sido interesante ver a Harker interpelando al Conde [ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula»]

Un Vampiro que viene acechando en la noche, tratando de entrar, es lo primero que uno imagina al leer el título del poema de Delmira Agustini. Luego la autora parece señalar a una mujer que está a punto de matar a un Vampiro en su momento más vulnerable. Finalmente nos encontramos con esta mujer que se coloca físicamente en una posición superior, que muerde al hombre, hiriendo su corazón, y que al saborear su sangre incluso parece ganar más fuerza. Por lo tanto, la mujer se convierte en la improbable intrusa en el cuerpo del hombre, sometiéndolo, y también como intrusa del silencio de la habitación al ser ella la única voz que escuchamos. Desde el título, Delmira Agustini se propuso invertir todas las expectativas, y vaya que lo logró [ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina]

El tono de certeza en las primeras tres estrofas de El Vampiro se disipa en la duda al final. No solo se rompe el tono de la voz poética, sino también la apariencia visual del poema en la página. Atrás quedaron las clásicas estrofas de cuatro y seis versos. Separados por una línea de asteriscos, no hay nada más que preguntas. Por lo tanto, el final del poema no trae ningún cierre al lector, tampoco a la voz poética, solo más preguntas. Pero tal vez esa era la intención de Delmira Agustini.




Vampiros. I Taller gótico.


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