Análisis psicológico del Hombre Lobo en la ficción.


Análisis psicológico del Hombre Lobo en la ficción.




[Ya no era principalmente un erudito. Era un hombre lobo. Encendió su pipa, miró fijamente el papel en blanco sobre su escritorio y trató desesperadamente de redactar una carta para Gloria. Debería insinuar lo suficiente para fascinarla y mantener su interés hasta que pudiera revelarle la nueva y maravillosa verdad. Ahora podía reclamar a Gloria con todo su vigor lobuno. El hombre lobo completo (The Compleat Werewolf); Anthony Boucher]


Las interpretaciones psicológicas del tema del Hombre Lobo en la ficción han complementado [y, en algunos casos, ampliado], el tratamiento que los libros medievales suelen darle a estas criaturas sobrenaturales. Es sencillo entender por qué. El Hombre Lobo es único entre los monstruos de la leyenda y la ficción en la medida en que es humano e inhumano al mismo tiempo. En consecuencia, algunos escritores han optado por explorar las actividades depredadoras del Hombre Lobo como extensiones [o exageraciones] del comportamiento humano ordinario [ver: Razas y clanes de Hombres Lobo]

Así como la separación entre los aspectos humano y lobuno del Hombre Lobo es a menudo ambigua, en muchos cuentos de licántropos hay distinciones entre las motivaciones sobrenaturales y psicológicas para el típico comportamiento licantrópico. La naturaleza dividida del Hombre Lobo se ha utilizado en la ficción de terror como símbolo de una variedad de condiciones psicológicas, que van desde el asesino en serie hasta la víctima del delirio psicótico, la personalidad dividida o el trastorno de personalidad múltiple [ver: El origen del Lombre Lobo y la licantropía]

Algunos autores, sin embargo, han presentado un enfoque distinto, casi como si la licantropía se tratara de un fenómeno de la mente sobre la materia. Charles Maturin, por ejemplo, en su novela Los albigenses (The Albigenses, 1824), presenta a un personaje que actúa como un lobo, aunque no hay una transformación física exterior. De hecho, para explicar la ausencia de tal transformación, el personaje afirma que sus colmillos y su pelaje «crecen por dentro». Por otro lado, Arthur Conan Doyle, en el relato Un horror pastoral (A Pastoral Horror, 1890), presenta a un clérigo propenso a sufrir frenéticos accesos de locura en los que mata con la brutalidad de un animal salvaje [ver: Sabine Baring-Gould: el Van Helsing de los hombres lobo.]

Probablemente el tratamiento psicológico más conocido del arquetipo del Hombre Lobo en la ficción no presenta ningún licántropo tradicional. Hablamos, por supuesto, de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886) de Robert Louis Stevenson, fundamentalmente la clásica historia de una personalidad dividida entre lo humano y lo bestial. El protagonista, Henry Jekyll, es un científico cuyos estudios parten de la premisa de que naturaleza del ser humano es dual, e inventa una fórmula para separar estos dos aspectos en dos personalidades completamente separadas y autónomas:


[No solo reconocí mi cuerpo natural por la mera aura y refulgencia de algunos de los poderes que constituyen mi espíritu, sino que logré fabricar una droga por la cual estos poderes deberían ser destronados de su supremacía, y sustituidos por una segunda forma y semblante, sin embargo, me eran naturales porque eran la expresión de elementos inferiores en mi alma.]


En el momento en que emprende el experimento, Henry Jekyll no se da cuenta de que los «elementos inferiores» de su alma, encarnados en la forma de su siniestro alter ego [Edward Hyde], se expresarán con tanta fuerza que abrumarán por completo el lado humano [y supuestamente benévolo] de su personalidad; y hasta comenzará a manifestarse espontáneamente, sin necesidad de las infusiones que lo sacaron a la luz en primer lugar [ver: Síndrome de Renfield: el vampirismo como enfermedad mental]

Los crímenes que comete Edward Hyde, la bestia interior liberada [una especie de Sombra encarnada, en términos de Carl Jung], son memorables por su extrema brutalidad. Y sin bien es cierto que Edward Hyde aparece con una forma humana definida, todo su ser tiene una cualidad bestial que puede entenderse en términos de transformación licantrópica:


[La mano de Henry Jekyll (como usted ha comentado a menudo) era profesional en forma y tamaño: era grande, firme, blanca y hermosa. Pero la mano que vi con bastante claridad a la luz de una mañana londinense, medio cerrada sobre la ropa de cama, era delgada, acordonada, nudosa, de una palidez oscura y densamente sombreada por una mata de pelo negro.]


Tampoco hay un Hombre Lobo tradicional en el relato de Fritz Leiber: El sabueso (The Hound, 1942); más bien, la historia presenta una entidad depredadora, una bestia interior que resulta ser una expresión del subconsciente colectivo de la humanidad.

El protagonista es un joven, aparentemente normal, que observa periódicamente un ser parecido a un lobo en su visión periférica. En ocasiones escucha aullidos distantes. Cada vez más paranoico, cree que está siendo acechado por una entidad extraña. Una conversación casual con un amigo sobre la leyenda medieval del Hombre Lobo dentro de un contexto urbano moderno termina siendo una especie de revelación.


[¿Qué está pasando dentro de cada uno de nosotros? Te lo diré. Todo tipo de emociones inhibidas se están acumulando. El miedo se acumula. El horror se acumula, así como un nuevo tipo de asombro por los misterios del universo. Se está formando un entorno psicológico, junto con el físico; en otras palabras, nuestra cultura está madura para la infección. Es como el cultivo de un bacteriólogo cuando alcanza la temperatura y la consistencia adecuadas para sustentar una colonia de gérmenes. De manera similar, nuestra cultura genera repentinamente una horda de demonios.]


Fritz Leiber parece apoyarse en las teorías de Sigmund Freud sobre lo reprimido para explicar esta bestia interior, este Licántropo arquetípico, que acecha en nuestro interior y se alimenta, en su etapa subyacente, de nuestros deseos e impulsos reprimidos [ver: Freud y el caso del Hombre de los Lobos]. Sin embargo, al referirse específicamente a una «infección», la dinámica en el desarrollo de esta expresión monstruosa no es enteramente interior, sino que también depende de factores externos. En todo caso, lo reprimido en nuestra psique es solo el caldo de cultivo:


[¿Cómo sabrías que la infección ha tenido lugar? Vamos, nos perseguirían, nos aterrorizarían, tratarían de gobernarnos. Nuestros miedos serían su forraje. Una relación parásito-huésped. Simbiosis sobrenatural. Algunos de nosotros, los más sensibles, los notaríamos antes que otros. Algunos de nosotros podríamos verlos sin saber qué son exactamente. Otros podrían saber de ellos sin verlos.]


Lo que Fritz Leiber está sugiriendo aquí es que el Hombre Lobo moderno sería una manifestación psicológica del monstruo oculto, una criatura engendrada y alimentada por las neurosis y ansiedades de la vida moderna:


[Creo que habría hombres lobo entre nuestros demonios, pero no se parecerían mucho a los antiguos. Pelaje limpio, dientes blancos y ojos brillantes. Oh, no. En cambio, obtendrías un sabueso desagradable que no te sorprendería si lo vieras husmeando en un cubo de basura o saliendo debajo de un camión. Te asustará, incluso te aterrorizará, sí; pero sorpresa, no. Encajaría en el entorno. Parece como si perteneciera a una ciudad; y olería igual; por las emociones retorcidas que serían su alimento, tus emociones y las mías. Cuestión de dieta.]


Es una mirada interesante sobre el Hombre Lobo. Según Fritz Leiber, este licántropo dependería exclusivamente de nuestra cultura, de nuestra sociedad, así como de las ansidades y neurosis de las personas que dan forma a esa cultura; en consecuencia, su apariencia externa no tendría nada que ver con los Hombres Lobo medievales, sino más bien con los sabuesos callejeros, sucios y hambrientos, que merodean en las grandes ciudades.

Joseph Payne Brennan toma esta idea de Fritz Leiber de que el Hombre Lobo, en gran medida, es una proyección de nuestra propia psique, en el relato Diario de un hombre lobo (Diary of a Werewolf, 1960). El protagonista de esta historia es un sujeto urbano que se muda a una casona rural [La Casa Hemlock] para recuperarse de su adicción a la heroína. Durante los primeros meses registra en su diario personal su creciente deseo de ponerse a cuatro patas y cazar como un lobo. Más aún, informa haber matado animales pequeños antes de pasar a presas humanas: un anciana, un vagabundo y, finalmente, una niña.

Joseph Payne Brennan presenta la historia casi exclusivamente desde el punto de vista del narrador, razón por la cual es prácticamente imposible establecer si este realmente se transforma en un Hombre Lobo o simplemente está proyectando su psicosis.

En este contexto, el narrador concluye que las leyendas medievales de Hombres Lobo son simplemente relatos embellecidos de asesinos como él:


[Estoy convencido de que los hombres lobo como yo han existido durante siglos. Los campesinos acosados pueden haber inventado algunos de los adornos en primer lugar, pero ahora puedo ver claramente que existe una base sólida para las muchas leyendas que se han transmitido a lo largo de los siglos. ¡Debe haber habido muchos como yo! Los adornos externos inventados no son nada comparados con los horrores ocultos que existen en las circunvoluciones de nuestros cerebros, cerebros sujetos a quién sabe qué monstruosas presiones, trastornos, enfermedades, manchas hereditarias.]


A partir de El sabueso de Fritz Leiber, cuyos méritos narrativos son numerosos, el Hombre Lobo se ha convertido en el modelo recurrente de muchos relatos de terror protagonizadas por asesinos en serie. Otros han seguido la perspectiva de Joseph Payne Brennan, es decir, narrando la historia desde el punto de vista de un asesino, en cuyo juicio no se puede confiar.

La celda (The Cell, 1969), del escritor David Case, se relata en la forma de un diario escrito por un hombre que mensualmente se convierte en un Hombre Lobo, o al menos eso es lo que cree. Al acercarse la luna llena, permite que su esposa lo encierre en una celda especialmente construida en su sótano. Culpa de su condición de licántropo a una peculiar mancha hereditaria y asegura repetidamente que está cuerdo; lo cual es un problema porque no tiene ninguna prueba física de su transformación:


[Estoy completamente cuerdo. Es necesario aclararlo. Si alguien alguna vez lee esto, debe entender que no estoy loco. No es una enfermedad de la mente, es una enfermedad del cuerpo. Es puramente físico. Debe serlo para explicar el cambio físico que produce. Todavía no he escrito sobre el cambio. Eso será difícil, aunque puedo verlo objetivamente. Puedo ver mis manos y mi cuerpo, y sentir mi cara. No puedo ver mi cara, por supuesto, porque no hay espejo. No sé si podría soportarlo si tuviera un recuerdo de lo que debe ser mi rostro. Y no sé si puedo describirlo honestamente.]


El narrador nunca se refiere a sí mismo en términos de Hombre Lobo, y, a medida que se desarrolla su narración, parece cada vez más claro que se engaña acerca de su condición. Desde pequeño no ha podido controlar ni explicar sus arrebatos violentos. Tiene una relación romántica con su esposa [pero sin hijos, ya que considera que su problema es hereditario] y expresa ciertas aversiones que sugieren que es un hombre sexualmente inhibido [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]

David Case hace un buen trabajo al presentarlo como alguien incapaz de relacionarse emocionalmente con los asesinatos que ha cometido. El resultado final es este psicópata de manual que busca culpar a la sociedad por sus crímenes:


[Las clases medias tienen una ridícula idea de que las leyes hechas por el hombre tienen derecho sobre la naturaleza. No puedo entender cómo la gente puede ser tan idiota, tan fácil de manejar. ¿Cómo pueden considerar las reglas de la sociedad como las reglas de Dios? No distinguen entre leyes humanas y las leyes eternas de la naturaleza. Realmente me molesta que esto sea así, que los prejuicios lo hayan hecho así. Solo piensa cómo se aplica a mí mismo. Sería despreciado, odiado y castigado si alguien supiera de mi aflicción. Lo más probable es que las autoridades aprueben una ley para que sea ilegal tener esta enfermedad. Pero, ¿de qué serviría eso? Las enfermedades no se rigen por leyes, y se me consideraría un criminal aunque fuera incapaz de ayudarme a mí mismo.]


Naturalmente, el protagonista de La celda de David Case entiende que su existencia, por miserable que sea, depende del ocultamiento de su condición, ya sea como asesino serial, como licántropo, o como las dos simultáneamente:


[Es por eso que nadie debe saberlo. Nunca. Los viejos prejuicios, miedos y supersticiones casi olvidados se unirían a los nuevos poderes de las autoridades, y me destruirían. Es una cosa terrible. Me siento muy amargado por eso. Si hubiera vivido hace trescientos años, al menos habría sido temido y reconocido. Ahora simplemente sería legislado. Es bueno que sea un hombre bien equilibrado, ya que no se sabe a qué me llevaría tal estupidez.]


Otro ejemplo interesante de la psicología de los licántropos es la novela de Thomas Tessier: El caminante nocturno (The Nightwalker, 1979). El protagonista, llamado Bobby Ives, es un expatriado estadounidense que empieza a sufrir inexplicables dolores de cabeza, sensaciones corporales extrañas y tendencias violentas. Le dice a su novia que también ha tenido sueños de una vida pasada, en la cual habría sido un colonialista británico en la isla de Guadalupe, donde fue testigo de una ceremonia vudú y, posteriormente, fue mordido por un hombre salvaje. Murió a causa de las heridas, pero rápidamente volvió a la vida como un Hombre Lobo y finalmente fue asesinado por los isleños.

Ives, reviviendo una especie de ciclo kármico, sirvió como soldado en Vietnam y tuvo una experiencia en la que estuvo clínicamente muerto, pero fue resucitado con éxito.

Sus variados síntomas se han estado manifestando desde entonces, y cada vez son más fuertes. Para cuando consulta a un psíquico, Ives ya ha asesinado a su novia y a varias personas. El psíquico le informa que ve la Marca del Lobo en él [incluido un dedo anular tan largo como el dedo medio]; pero la explicación del psíquico de su condición está lejos de tener alguna relación con causas tradicionales del Hombre Lobo de la leyenda:


[Verás, no estás poseído, en el sentido estricto, por un espíritu externo o por demonios; sino por ti mismo. Algunos de los poderes que forman parte de la licantropía, las transformaciones físicas, por ejemplo, son sobrenaturales. Pero piensa en la palabra «sobrenatural». No significa necesariamente una fuerza externa, mucho menos omnipotente, relacionada con el bien o con el mal.]


Según el psíquico, que parece tener algún conocimiento intuitivo sobre el arquetipo de la Sombra de Jung, Bobby Ives tiene una propensión innata a un tipo de comportamiento violento, salvaje, que surge solo en las circunstancias ideales. Todas las formas de licantropía, incluida la suya, pueden o no tener una base oculta:


[La licantropía puede necesitar algo para desencadenarla dentro de una persona. Sabemos tan poco. En las viejas historias, se producía a través de un pacto entre un individuo y el diablo, y estoy seguro de que eso era lo que mucha gente creía. Porque es una cosa terrible convertirse en un hombre lobo. Pero si quitas al diablo de la ecuación, ¿por qué la semilla no podría estar allí en algunas personas, tal vez en todas? Se manifiesta, crece, toma el control solo después de que algo, o un conjunto de condiciones, la desencadenan.]


Si bien en la novela se nos brinda información suficiente para pensar que Ives, de hecho, es víctima de una maldición sobrenatural que se repite a través de sucesivas encarnaciones, nunca hay pruebas objetivas suficientes para establecer que es un verdadero Hombre Lobo. Las pocas escenas de transformación física se presentan a través de sus ojos [podrían ser parte de una psicosis] y nunca se resuelve si sus sueños de vidas pasadas tienen una base sólida en la realidad o son simplemente los delirios de una mente psicótica [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

En cualquier caso, David Case explora esta idea de que la potencialidad del licántropo [es decir, sus cualidades primarias, elementales, y por lo tanto alejadas de lo que consideramos «humano»] acaso están presentes en todos nosotros, y solo ciertos sujetos, en las condiciones apropiadas [probablemente en el contexto de una enfermedad mental], resultan ser capaces de expresar esos impulsos en una forma física acabada.

Esta yuxtaposición entre lo psicológico y lo sobrenatural también forma parte de El ciclo del hombre lobo (Cycle of the Werewolf, 1985) de Stephen King, que relata una serie de asesinatos [supuestamente perpetrados por un Hombre Lobo] que aterrorizan a la ciudad de Tarker's Falls, Maine, durante todo un año. Finalmente se revela que los asesinatos son obra del reverendo Lester Lowe, un ministro bautista cuyo lado bestial es solo una expresión de lo que él llama en sus sermones «La Bestia», es decir, la capacidad y la potencialidad humana para el mal.

Aunque Lowe asume la forma clásica del Hombre Lobo, realmente no hay explicación sobre cómo o por qué se transforma. En un inesperado giro final, Stephen King sugiere que la licantropía de Lowe puede tener algún propósito divino:


[Hago el bien aquí, y si a veces hago el mal, pues, los hombres han hecho el mal antes que yo; el mal también sirve a la voluntad de Dios, o eso nos enseña el Libro de Job; si he sido maldecido desde el exterior, entonces Dios me derribará en su tiempo. Todas las cosas sirven a la voluntad de Dios.]


Stephen King juega con varias ideas interesantes aquí. En primer lugar, si esta «Bestia» a la que hace referencia Lowe es intrínseca al ser humano, entonces es natural y, por lo tanto, de origen divino. No podemos evitarla, del mismo modo en que no podemos evitar sentir lo que sentimos o desear lo que deseamos. A lo sumo, podemos reprimir a la «Bestia», pero eso no siempre funciona.

Por otro lado, Stephen King coquetea superficialmente con las primeras leyendas de licántropos en las cuales estas criaturas habrían sido creadas por Dios para asistir al hombre en determinadas circunstancias; de hecho, muchas leyendas medievales se refieren a estos primeros licántropos como «Sabuesos de Dios»; de algún modo legitimizando esos impulsos primarios dentro del plan divino [ver: El origen de la enemistad entre Vampiros y Hombres Lobo]

[A propósito de los licántropos en este contexto divino, hay un relato brillante de Algernon Blackwood que explora este concepto [aunque no específicamente sobre Hombres Lobo], titulado: Los lobos de Dios (The Wolves of God).]

Este núcleo elemental el Hombre Lobo queda expresado, tanto en la leyenda como en la ficción, a través de alguien extraño a la cultura y, por lo tanto, a la sociedad de la cual se alimenta; y esto puede ser tanto un producto natural como una anomalía sobrenatural. Realmente no hay diferencia. Sin embargo, para dar cuenta de su esencia fundamentalmente foránea, a menudo la ficción describe a estos individuos como socialmente inadaptados; es decir, parte étnica de una sociedad pero alejada emocionalmente de ella; aunque también existen abordajes donde es justamente el origen étnico del personaje lo cual lo sitúa en una posición externa de la sociedad.

Tal es el caso del protagonista de El hombre lobo (The Were-Wolf) de Clemence Housman, un sujeto étnicamente ajeno a la sociedad en la que vive. Del mismo modo, los licántropos de La puerta de lo irreal (Door of the Unreal) de Gerald Biss; Los invasores de las tinieblas (Invaders from the Dark) de Greye La Spina; y El lobo en el jardín (The Wolf in the Garden) de Alfred H. Bill, son todos extranjeros que, incluso en su forma humana ordinaria, provocan cierto malestar e incomodidad a través de sus modales «sospechosos» asociados con otras nacionalidades y culturas.

La descripción del Hombre Lobo como un invasor extranjero lo relaciona directamente con los Vampiros, siendo Drácula el ejemplo perfecto del invasor extranjero que llega a Occidente, representado en la ciudad de Londres [de hecho, el Conde adquiere varias propiedades allí] para depredar a las mujeres occidentales, fundamentalmente alejándolas del ideal de la mujer [en este caso, victoriano, pero algo de eso todavía sobrevive en nuestros días] en términos de buena esposa y madre, y convirtiéndolas en vampiresas altamente sexualizadas, como queda claro en el caso de Lucy Westerna [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra]

Por el contrario, en los casos en los que es el Occidente [generalmente representado por algún constipado caballero británico o un aventurero estadounidense] quien invade simbólicamente la cultura extranjera, los Hombres Lobo y los Vampiros que forman parte de esa otredad se muestran extremadamente violentos ante esa amenaza. Al respecto, un ejemplo muy interesante [y paródico] en el relato de Manly Wade Wellman: Del diablo nadie se burla (The Devil Is Not Mocked), donde los nazis ocupan Transilvania y deciden inoportunamente instalar una base de operaciones en el castillo de Drácula. El Conde, desde luego, no está dispuesto a soportar semejante ofensa, y despacha a los invasores con la ayuda de una manada de licántropos [ver: El «Drácula» de Stoker NO está inspirado en Vlad Tepes]

Esta tendencia a ver en el Hombre Lobo [y, en menor medida, en el Vampiro] un elemento foráneo que intenta socavar la cultura que conocemos, se ha convertido en la norma dominante en la ficción; tal es así que ya no parece tener mucho para ofrecer.

Ahora bien, algunos paradigmas han cambiado con el paso del tiempo, y actualmente este modelo del extranjero invasor encuentra una tolerancia mayor [aunque a veces fingida] en la sociedad. En todo caso, ya no es un invasor peligroso, sino un inmigrante [igualmente peligroso] al que la sociedad occidental observa con algún grado de indulgencia.

De hecho, lo políticamente correcto es respetar, o al menos tolerar, las costumbres del extranjero; lo cual tiene un impacto directo sobre la ficción de Hombres Lobo y Vampiros en general. Podemos verlo en casi todas las historias actuales sobre estos seres, donde ya no se los retrata como extranjeros invasores, sino más bien como símbolos del marginado social [ver: El Hombre Lobo y la Mujer Loba: algunas diferencias de género en la ficción]




Hombres lobo. I Taller gótico.


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El artículo: Análisis psicológico del Hombre Lobo en la ficción fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Podría agregarse algunas versiones adaptadas a distintas culturas, como el Lobizón, el Capiango.



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