«Yo usé el sostén de la perdición»: Robert M. Price; relato y análisis


«Yo usé el sostén de la perdición»: Robert M. Price; relato y análisis.




Yo usé el sostén de la perdición (I Wore the Brassiere of Doom) es un relato fantástico del escritor norteamericano Robert M. Price (1954— ), publicado bajo el seudónimo de Sally Theobald en la edición del 1 de junio de 1986 de la revista Lurid Confessions.

Yo usé el sostén de la perdición, uno de los cuentos de Robert M. Price menos conocidos, forma parte de los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, y relata la historia de una mujer, Sally, quien compra un sostén con misteriosas propiedades para acentuar la belleza y atraer a los hombres, pero también a ciertas entidades interdimensionales con las que no es conveniente coquetear (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu)

SPOILERS.

A principios de la década de 1980, comenzó a circular el rumor de que H.P. Lovecraft habría escrito algunos relatos con un seudónimo de mujer, Sally Theobald, para revistas femeninas. Naturalmente, esto habría sido mantenido en el más riguroso secreto por el flaco de Providence. En un artículo de 1983 de la revista Crypt of Cthulhu, titulado Lovecraft como parece que lo recuerdo (Lovecraft as I seem to Remember Him, podemos leer lo siguiente:


[Lovecraft] era un gran lector, sobre todo de westerns de bolsillo y novelas románticas de diez centavos. Todo esto es bien sabido, pero lo que muchos lectores probablemente no sepan es que Howard escribió (bajo diferentes seudónimos) varias historias de confesión para revistas de ese tipo. Dos de mis favoritas fueron Showdown at the OK Abyss (escrito como "Hank Theobald") y Yo usé el sostén de la perdición (I Wore the Brassiere of Doom), bajo el seudónimo Sally Theobald. Sonia pudo haberlo ayudado en algunos de estos, pero él nunca lo admitiría.


Para los pulps picantes, o spicy pulps, Lovecraft habría adotado el seudónimo Sam Walser, algo no tan descabellado, ya que el flaco de Providence solía utilizar una gran cantidad de seudónimos, sobre todo para sus publicaciones en la prensa amateur. Uno de ellos es Lewis Theobald, Jr., con el cual firmó La pradera verde (The Green Meadow) y El caos reptante (The Crawling Chaos), ambos en colaboración con Winifred V. Jackson. En Yo usé el sostén de la perdición, entonces, tendríamos una versión femenina de Lewis Theobald en la figura de Sally Theobald, un seudónimo realista, ciertamente, pero parte de una broma cósmica de parte de Robert M. Price.

En efecto, Robert M. Price escribió Yo usé el sostén de la perdición como si Lovecraft lo hubiese escrito para una revista de confesiones. El engaño fue tan convincente que incluso consiguió que un erudito francés lo incluyera en su bibliografía de Lovecraft. El cuento fue traducido al francés como Le Soutien-Gorge Ensorcelé [«El sostén encantado»], y hasta publicado en una antología de 1987 titulada: La Nurserie de l’Épouvante [«La guardería del terror»] como si realmente fuera de H.P. Lovecraft. De algún modo, Robert M. Price anuncia el enaño al afirmar que Lovecraft adoraba los westerns de bolsillo y las novelas románticas de diez centavos

La historia en sí no es un pastiche de Lovecraft, sino de las historias de confesiones, un género pulp inaugurado por True Story Magazine en 1919. En estas historias reales, la protagonista habitualmente confesaba sus errores y pecados, como relaciones inapropiadas, adulterio, embarazo prematrimonial, alcohol, drogas, e incluso cuestiones tan elementales como disfrutar de su sexualidad (ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror). El gancho en este tipo de historias confesionales era proporcionarle al lector la emoción prohibida de revivir aquellas aventuras y, al mismo tiempo, reafirmar una actitud decididamente misógina (ver: El Machismo en el Horror)

En este contexto, Yo usé el sostén de la perdición de Robert M. Price utiliza este formato para socavarlo, para reírse de él, y lo hace incluyendo además una gran cantidad de elementos de los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft en un marco inimaginable: una chica de campo, muy bien dotada, se muda a Nueva York con la intención de triunfar como una moderna mujer de negocios [hasta aquí, el modelo confesional habitual], excepto que al renovar su guardarropa para causar una buena impresión, visita Macy's, una tienda de ropa, y adquiere un sostén con propiedades asombrosas, entre ellas, hacerla más deseable, casi irresistible para los hombres, así como derribar sus propias defensas morales, de manera tal que termina acostándose con cualquiera (ver: El cuerpo de la mujer en el Horror). Cuando la antes pura e inocente Sally alcanza el mayor nivel de «degradación» [para los estándares de la época] se revelan las oscuras fuerzas cósmicas que han estado detrás de todo desde el principio.


Cuando volví a colocar el sostén en su caja, noté algo más: el extraño diseño de la costura. Al otro lado de cada copa, irradiando desde el centro, había una estrella de cinco puntas con un óvalo o forma de ojo en el centro. Pensé poco en esto, excepto en adivinar que el diseño podría tener algo que ver con la forma agradable en que el sostén parecía sostenerme y casi acariciarme.


¡Horror! El sostén tiene en su diseño nada menos que el Signo Mayor (Elder Sign), que a menudo aparece en las historias de August Derleth (ver: August Derleth: el creador de los Mitos de Cthulhu). En otras palabras, el sostén funciona como una versión confesional del Necronomicón. Usarlo es como leer el libro del árabe loco: abre puertas; en este caso, a una entidad que podría ser Yog-Sothoth (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)

Tal vez el punto más forzado de Yo usé el sostén de la perdición de Robert M. Price es la parodia del racismo inherente en La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu), combinada con el machismo y la misoginia propia de las historias confesionales.


Oh, lo admito, algunos de los caballeros que me llamaban no eran exactamente príncipes azules, pero en una ciudad poblada por manadas de mestizos y rufianes con cara de rata, una tenía que arreglárselas. Y si una chica espera hasta que llegue el Señor Perfecto, es probable que se convierta en una solterona.


A favor diremos que no es fácil capturar con precisión la atmósfera de racismo de la época, y en particular el racismo de Lovecraft. Si Robert M. Price va demasiado lejos en este sentido, o lo suficiente, es algo subjetivo, pero ciertamente no es necesario para la historia, aunque de hecho ayuda a vincularla a la vida y la ficción de Lovecraft. Si bien el flaco de Providence no era reaccionario en todas sus obras, el lenguaje que Robert M. Price usa en Yo usé el sostén de la perdición está directamente influenciado por el de Lovecraft (ver: Feminismo y misoginia en Lovecraft)

Además de estas cuestiones fácilmente detectables, Robert M. Price introduce algunas sutilezas extraordinarias y pequeñas bromas, a veces en un solo párrafo:


Nos sentábamos en el sofá abrazándonos y mi cita decía algo romántico como: Querida, no tienes idea de cuánto te aprecio. Entonces su mano comenzaría a desplazarse desde mis hombros hacia el sur para flotar sobre mi pecho.


La frase: Querida, no tienes idea de cuánto te aprecio pertenece a las memorias de la exesposa de Lovecraft, Sonia H. Greene, tituladas: La vida privada de H.P. Lovecraft (The Private Life of H. P. Lovecraft). Al parecer, el flaco de Providence tenía algunas dificultades en decir te amo, y prefería declaraciones más austeras (ver: Lovecraft y Sonia: una historia de amor). ¡Es decir que este amante de Sally es el propio Lovecraft! Más aún, al principio de Yo usé el sostén de la perdición se nos informa que Sally abre una tienda de sombreros, y Sonia Greene, la esposa de Lovecraft, de hecho era diseñadora de sombreros y tenía una tienda en Nueva York (ver: En la cama de Lovecraft)




Yo usé el sostén de la perdición.
I Wore the Brassiere of Doom, Robert M. Price (1954— )

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Fue un gran cambio para una chica criada en el campo, como yo, arriesgarse y mudarse a la gran ciudad, pero sabía que mi vida nunca comenzaría realmente a menos que lo hiciera. La mayoría de mis amigos de mi pueblo estaban en contra y el reverendo McAllister se cansó de hablarme sobre los peligros y las tentaciones que enfrentaría. Casi me hizo sentir que había algo pecaminoso en incluso querer dejar Smithvale. Pero mis padres tenían confianza en mí. Me gusta pensar que soy una chica de mentalidad independiente, pero me hizo sentir bien tener su aprobación.

Así que fue con una sensación de seguridad, incluso de expectación aventurera, que llegué a Nueva York ese día hace tantos meses. ¿O fue hace menos tiempo? En retrospectiva, ya no puedo estar segura. Probablemente me consideres una tonta por no saber una cosa tan simple como esa, pero hay una buena razón, estoy segura de que estarás de acuerdo. Sólo espera.

Me imaginaba a mí misma como una mujer de negocios moderna y tenía grandes planes para mi futuro. Había ahorrado una buena cantidad de dinero gracias a los años que pasé cuidando niños y haciendo mandados para los vecinos, y ahora planeaba usarlo para abrir mi propia sombrerería. Pero primero supe que necesitaba renovar mi vestuario. ¡Ninguna mujer de carrera urbana usaría los antiguos y sencillos vestidos estampados que siempre había usado en Smithvale!

El primer día en la ciudad entré en Macy's para lograr una nueva apariencia. Decidí que lo mejor sería hacer un trabajo minucioso, de la cabeza a los pies y, por supuesto, de adentro hacia afuera. Con una buena dosis de vergüenza entré en la sección de lencería, sorprendida de que estas mujeres de la ciudad no dudaran en elegir entre todo tipo de opciones innombrables (¡algunas de ellas no muy femeninas!) Pero sabía que era solo una parte más de mi educación rural que tendría que desaparecer. Después de todo, ahora era una de esas «mujeres de ciudad».

Mientras dudaba entre dos opciones posibles, preguntándome si elegir el sostén más conservador o el más atrevido, de repente apareció una vendedora como si hubiera salido de la nada. Al principio ni siquiera me di cuenta de que ella era parte de la ayuda de piso, porque ciertamente no estaba vestida de la manera elegante que uno esperaría en una tienda como Macy's. De hecho, perdóname por decirlo, pero la mujer parecía casi una vieja bruja de un libro de cuentos para niños.

—¡No te asustes, querida! Vi que estabas teniendo dificultades para decidirte y pensé que tal vez te vendría bien la ayuda de alguien con… experiencia.

—Oh, eres muy amable —dije, sintiéndome un poco culpable por mi reacción un momento antes—. ¿Qué sugieres?

—Mírate en el espejo, niña. Verás, estás muy bien dotada, y creo que querrías el sostén que más favorece tu figura, ¿no? Estoy segura de que este te ayudará a atraer a los jóvenes caballeros, si me permites que hable tan claramente.

—Oh, bueno, realmente no había pensado en eso a decir verdad.

Estoy segura de que el reverendo McAllister sí lo pensó.

Estaba empezando a comprender lo que quería decir. Pero también estaba sintiendo cierta euforia, así que decidí ser un poco atrevida.

Ese sostén me levantó y me sostuvo mejor, con un escote más profundo. En el espejo del probador pude ver la diferencia que esta ropa diseñada por la ciudad podía hacer en mi apariencia, ¡y en mi vida social!. Casi como una oración, susurré:

—¡Prometo que tendré cuidado, reverendo McAllister!

Cuando volví a colocar el sujetador en su caja, noté algo más: el extraño diseño de la costura. Al otro lado de cada copa, que irradiaba desde el centro, había una estrella de cinco puntas con un óvalo o forma de ojo en el centro. Pensé poco en esto, excepto en adivinar que el diseño podría tener algo que ver con la forma agradable en que el sostén parecía casi acariciarme.

Sí, definitivamente iba a comprar este sostén. ¡Y con suerte, en poco tiempo no sería lo único que me acariciara!

Cuando salí del vestidor no había ni rastro de la vieja bruja que me había atendido. Quería agradecerle su ayuda, pero debo admitir que me alegré de que se hubiera ido. Me había parecido casi espeluznante.

Bueno, las cosas siguieron adelante. En poco tiempo encontré la tienda perfecta en una zona buena y concurrida, y tenía un pequeño apartamento ubicado justo arriba. ¿Cuánta suerte puede tener una chica?

La gente tardó unos días en darse cuenta de la tienda después de que la decorara adecuadamente y la abriera, pero cuando los compradores se detuvieron lo suficiente en sus rápidas caminatas por las avenidas llenas de gente, no perdieron el tiempo para darme una primera semana alentadora.

¿Sabes algo? Descubrí que cada vez que me ponía ese nuevo sujetador, los hombres parecían entrar en la tienda como por arte de magia. Al principio, fingían estar buscando un regalo para una madre o una hermana, y algunos realmente compraron algo que sugerí, ¡pero la mayoría parecía estar comprando para mí! ¡Imagínate mi vergüenza cuando pude ver sus ojos desviándose de mi cara a mi pecho!

Pero creo que debí sonrojarme más que ellos.

Tal atención puede transformar a una chica de campo... quiero decir, a una nueva chica de ciudad, ¡créeme! ¡Pronto recibí invitaciones con tanta frecuencia que se volvió difícil administrar mis citas! ¡La vida realmente estaba comenzando para mí! Oh, ¿por qué había esperado tanto para mudarme a la gran ciudad?

Lo admito, algunos de estos caballeros no eran precisamente príncipes de ensueño, pero en una ciudad poblada por manadas de mestizos y rufianes con cara de rata, una tenía que arreglárselas. Y si una chica espera hasta que llegue el Señor Perfecto, es probable que termine siendo una solterona. Y lo que algunos de ellos carecen de apariencia o modales refinados, lo compensan con creces en sensibilidad cultural.

Por ejemplo, una de mis primeras citas fue una especie de mestizo polinesio que me sorprendió al llevarme al Museo de Historia Natural para ver una exposición prestada por el famoso Museo Cabot de Boston. La exhibición en sí era un poco grotesca, pero supongo que no le parecería así a un verdadero estudioso de antigüedades, y eso es lo que era Manuel. Se interesó por estas cosas en sus diversos viajes con la Marina Mercante.

Y luego estaba el momento en que otro joven me llevó a ver un espectáculo muy interesante, que era como una película y como una obra teatral, presentado por un tipo de aspecto extraño y piel morena. Mucha gente en la audiencia salió del auditorio casi aturdida, pero yo estaba bien, y mi joven cita me dijo que no preocupara a mi linda cabecita por eso.

Mi vida social estaba en pleno apogeo y no me atrevía a escribir a casa sobre todo eso. ¿Qué pensarían mis viejos amigos de un pueblo pequeño con sus ideas anticuadas? ¿Saliendo con todos esos hombres? ¡No hay necesidad de preguntar qué diría el reverendo McAllister! ¿Y quién sabe? Incluso mis padres podrían empezar a preocuparse. ¿Qué le había pasado a su pequeña Sally?

El reverendo McAllister tenía razón: había tentaciones.

Incluso invitaría a estos hombres a pasar por mi apartamento cuando llegáramos a casa a una hora respetable. Al principio estaba un poco indecisa, pero cuando vi qué caballeros eran mis citas, dejé mi reservas de lado. De vez en cuando uno de ellos se dejaba llevar un poco, pero no querrías un hombre que no lo hiciera, ¿verdad? Extraño, pero me di cuenta de cómo se apasionaban más por las noches que yo usaba ese sostén especial. Pero, de nuevo, no era tan extraño, ¿verdad? Ya he mencionado cuánto hacía por mi figura.

Esto es lo que sucedería, en caso de que no puedas adivinarlo por ti mismo. Nos sentábamos en el sofá, abrazándonos, y mi cita decía algo romántico como:

—Querida, no tienes idea de lo mucho que te aprecio.

Entonces su mano comenzaría a desplazarse desde mis hombros hacia el sur para flotar sobre mi pecho. Mi cerebro y mi corazón lucharían mientras miraba, impotente. Y así como había decidido ceder a la pasión y dejar de alejarme de él, mi cita cerraba los ojos y murmuraba suavemente mientras pasaba su mano con extraños movimientos y gestos de un lado a otro sin tocarme. (¡Y siempre nos dijeron que el macho de la especie tiene menos autocontrol!) En cuanto a los murmullos, simplemente supuse que eran las típicas «cosas dulces», aunque no me susurraban al oído.

¡Oh, pensar en lo que casi les dejaría hacer! Aunque ninguno de ellos lo hizo, ¡me di cuenta de que quería que lo hicieran! ¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba afectando el ritmo de la ciudad, erosionando mi apreciada virtud? Oh, entonces no podría admitirlo, pero la verdad es bastante clara cuando miro hacia atrás: ¡era una puta!

Y no solo eran caricias. No, también estaba la bebida. De vuelta a casa, había sido la ganadora en tres ocasiones del concurso anual de acolchado de la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza. ¡Pero aquí estaba tomando una copa de vino con la cena! Y, querido Dios, ¿me atrevo a admitirlo? ¡A veces dos!

Puede que esto no le parezca mucho, querido lector, pero había señales de advertencia que me decían alto y claro: ¡Sally, niña, más despacio!

Los sueños fueron los peores. Sí, solo los sueños deberían haberme enviado a hacer las maletas y regresar a Smithvale. Pero no lo hicieron. Era demasiado terca. ¡Había probado la vida rápida y no podía tener suficiente! Mi llegada a Nueva York había sido un error, de acuerdo. Cuando la vi por primera vez, sus torres y rascacielos me parecieron parte de un país de las maravillas de oportunidades y nuevos horizontes ilimitados. Sin embargo, ahora ese burgo babilónico se había convertido en un burdel, y yo no era más que una de sus putas baratas. ¿Había alguno de mis jóvenes a quien no había besado en la primera cita y en los labios?

Todos los días, mientras caminaba por la calle, podía sentir las ventanas de los imponentes edificios de oficinas por encima de mí, mirándome con burla. Vi en el rostro de cada acera abandonada, de cada ramera de la esquina, un reflejo mío, una profecía de lo que inevitablemente me convertiría, ¡lo que ya era!

Y todas las noches daba vueltas y vueltas, angustiada, apenas capaz de arrebatarme una sola hora de descanso por los tormentos infligidos al principio por mi conciencia, luego por esas horribles pesadillas, que enseguida supe que eran una forma de delirium tremens. ¡Los sueños! ¿Cómo puedo describirlos? Debería intentarlo, supongo, porque es mejor que conozca toda la historia.

Comenzaron de manera bastante inocente. Me encontré una vez más en el departamento de lencería de Macy's en mi primer día en la ciudad. Reviví el encuentro con la extraña vieja, la compra del sostén. Sin embargo, incluso esta escena recurrente parecía preocuparme mucho, aunque no sabía por qué. Fue como si desde el principio hubiera alguna amenaza escondida en ese encuentro que recién ahora comenzaba a sentir, aunque vagamente.

Finalmente no pude soportar más esta repetición interminable y decidí tomar alguna acción. Sin saber lo que esperaba ganar con eso, regresé al departamento de lencería para buscar a la antigua vendedora. De alguna manera no me sorprendió en absoluto que no estuviera por ningún lado. Llegué aproximadamente a la misma hora del día en que la había visto originalmente, pero tal vez estaba enferma o la habían cambiado de turno. De todos modos, encontré al gerente y le pregunté.

Por supuesto, no sabía a quién preguntar por su nombre. ¿Alguna vez se intercambian nombres con el personal de ventas? Ninguno de mis clientes lo había hecho, ¡a menos que quisieran un contrato!, así que intenté describirla. Eso era bastante fácil de hacer y, además, ¿cuántas mujeres como ésta emplearía Macy's?.

—Señorita —dijo el gerente riendo entre dientes—, no puedo decir que hayamos contratado a alguien con esa descripción. ¿Está segura de que tiene la tienda correcta? Pruebe en Gimbel.

Inevitablemente, el hombre había comenzado a dejar que sus ojos se posaran en mi pecho. Me volví y me fui con bastante rudeza, me temo. ¡No hace falta decir que estaba conmocionado! ¿Podría haber sido quizás de Gimbel? Pero no. Tenía al menos confianza en mis propios sentidos. Sin embargo, no estoy segura de cuánto tiempo esto siguió siendo cierto.

Los sueños se volvieron mucho peores.

La vieja bruja todavía me visitaba en sueños, pero ya no eran simples repeticiones de ese primer encuentro. Comenzó a aparecer en el dormitorio conmigo, mirándome como si me suplicara que hiciera algo. Al principio no podía decir con precisión lo que quería, aunque sabía que debía ser algo malsano y realmente no quería saberlo. Pero cada noche el sueño se hacía más claro y duraba más, de modo que por fin pude ver en qué lugar de la habitación oscura apuntaba su mano como una garra. Vaya, simplemente estaba indicando mi propio tocador, y en él una caja de Macy's que contenía… ¡el sujetador!

La habitación estaba a oscuras, pero podía ver claramente el sujetador, porque las costuras brillaban inquietantemente a lo largo del patrón en forma de estrella trazado en las copas.

Sí, no parecía haber otra conclusión posible: la vieja bruja deseaba mucho que me pusiera el sostén. No parecía haber ningún daño en ello, y tal vez habiendo obtenido lo que ella buscaba de mí, aunque aparentemente sin sentido, podría dejar de atormentarme. Al menos esos eran mis pensamientos a medio formar cuando me levanté aturdida de mi cama, agarrando mi camisón contra el frío y para proteger la poca modestia que me quedaba. El camisón, por cierto, no brillaba. De hecho, lo había comprado en Gimbel's.

Todavía seguro de que estaba soñando, le di la espalda a la anciana y dejé que el camisón cayera al suelo en un montón arrugado. Tomé el sostén y comencé a abrocharlo. A pesar de la oscuridad y mi somnolencia, pude alcanzar detrás de mí y asegurar el sostén en su lugar con sorprendente facilidad, algo que todavía tenía problemas para hacer completamente despierta. Era casi como si una fuerza o entidad invisible guiara mis torpes dedos.

A pesar del extraño brillo inexplicable, el sostén no se sentía diferente de lo que solía ser. Mientras reflexionaba distraídamente sobre este hecho, me volví para ver si tenía la aprobación de la vieja bruja, para descubrir que, como en la tienda semanas antes, ¡había desaparecido! Solo que ahora algo más había ocupado su lugar.

Empecé a gritar, pero el aturdimiento de la vista ahogó el sonido en mi garganta. Donde la vieja había estado unos momentos antes, ahora se erguía una enorme cosa en forma de barril con lo que parecían ser estrellas de mar brotando de ambos extremos de su tronco con estrías verticales. Creo que estaba un poco inclinado para no raspar el techo, tan grande era la altura.

Se erguía como un árbol de Navidad gigantesco y malévolo, este intruso indeseable del más allá del vacío cósmico de dimensiones inimaginables. Antes de caer en el misericordioso olvido, recuerdo haber pensado con amargura que nunca más podría celebrar la temporada navideña con júbilo por esta repugnante visión de los verdaderos horrores del cosmos jamás soñados por los hombres.

Por la mañana me desperté aliviada, porque al menos el sueño había terminado.

¡Pero el terror volvió mil veces cuando miré hacia abajo y vi que estaba usando el sostén! ¡Entonces no había sido un sueño!

Pero quizás me había limitado a caminar dormida. Me aferré a esa débil esperanza como si fuera la cordura misma. Irónicamente, por primera vez en muchos días, me sentí refrescada por el sueño profundo que finalmente había tenido, ¡gracias al desmayo! Pero el nuevo vigor que sentí al principio solo me hizo sentir más propensa al pánico.

Sabía que debía controlarme. Nos guste o no, no había nada que hacer más que ir a trabajar como de costumbre. Tal vez al entrar en la rutina normal mi mente se calmaría lo suficiente como para que se me ocurriera alguna idea. Tuve una. ¿Por qué no llamar al reverendo McAllister, descargar mi alma y pedir consejo?

Seguramente él sabría qué hacer. Era solo mi estúpido orgullo lo que me había impedido pensar en eso antes. Así que a la hora del almuerzo lo llamé de larga distancia.

Afortunadamente, accedió a tomar un autobús a Nueva York para hablar en persona en solo unos días. Cuando colgué el auricular, experimenté la mayor sensación de calma que había sentido en semanas. Pude pasar el resto de la jornada laboral con calma, aunque no pude resistir un estremecimiento ocasional ante la perspectiva de intentar dormir esa noche.

Esa noche tomé pastillas para dormir y me fui a la cama. No tuve problemas para conciliar el sueño. Pero luego las pastillas me traicionaron, porque debieron haberme dormido tan profundamente que ni mis propios gritos pudieron despertarme. Dormí de cara a la ventana, pero en algún momento de la noche me di la vuelta, asentando mi rostro en la suavidad de la almohada, mirando hacia la habitación. Me desperté o soñé que me despertaba una extraña tubería sobrenatural que parecía provenir de mi tocador.

De mala gana abrí los ojos, o soñé que lo hacía. Allí estaban tanto la vieja bruja como la criatura imponente que apenas pudieron contenerse por la impía alegría que sentían ante la perspectiva de lo que estaba segura que sería mi perdición. La cosa crinoide (¿o era un equinodernismo? ¡La biología de la escuela secundaria apenas me había preparado para esto!) temblaba y se balanceaba, emitiendo pulsos irregulares de un resplandor violáceo. La vieja se echó a reír, aunque no pude oír ningún sonido, y se acercó a mí.

Esta vez no solo me hizo señas, sino que sostuvo algo en sus manos, haciéndome un gesto para que lo tomara. Pasó un momento antes de que mis ojos se adaptaran lo suficiente a la penumbra como para permitirme ver lo que sostenía. Pero, por supuesto, era el sostén, brillando como antes, pero ahora aparentemente vivo con una especie de sensibilidad blasfema. Sus correas se agitaron suavemente, no movidas por la brisa, buscando ansiosamente abrazarme.

Sin voluntad propia a la que recurrir, me levanté de la cama, dejé a un lado mi camisón y me acerqué a la bruja. Guiar mis senos hacia las copas familiares era todo lo que necesitaba hacer, mientras el sostén procedía a ajustarse y cerrarse. No me atreví a adivinar qué más ultrajes a la cordura y la modestia me aguardaban. Pero pronto lo descubriría.

Todo a mi alrededor, los muebles, las dos horribles presencias, incluso las paredes de la habitación misma, se derrumbaron y yo me encontré cayendo al vacío. Al principio esperaba que fuera un desmayo, producto de la conmoción, pero no iba a ser tan favorecida. Una nueva escena comenzó a tomar forma para reemplazar a la anterior, y aunque no podía sentir nada firme bajo mis pies, parecía que ya no estaba cayendo. A mi alrededor, por todos lados, comenzaron a emerger de la oscuridad lo que parecían ser dos poderosas mandíbulas que comenzaban a cerrarse sobre mí. Flotando libre en el éter como estaba, comencé a retroceder, inútilmente, en la única forma que me quedaba, acurrucándome en una bola fetal.

Cuando hundí la cabeza en mi pecho, noté que ahora estaba completamente desnuda. Instantáneamente me di cuenta de qué era lo que pretendía tragarme. Ningún lector puede haber dejado de adivinar que fueron las dos copas del sostén de la perdición, que crecieron hasta alcanzar proporciones fantásticas y se unieron para formar una esfera a mi alrededor. Tan pronto como me di cuenta de esto, finalmente me hundí en la bienvenida inconsciencia.

Desperté. Pero todavía no me atrevía a abrir los ojos. Desesperadamente esperaba estar de vuelta en la habitación de mi apartamento, pero sabía que no. A lo lejos podía oír extraños vientos atronadores azotando con furia, como si salieran de los abismos cósmicos de la noche sin fin. Llevados a lo largo de estas corrientes llegaron los gritos estremecedores de demonios alados y sin rostro, nunca vislumbrados en la tierra por hombres cuerdos o despiertos.

Por fin no pude mantener los ojos cerrados por más tiempo. Lo primero que vi al abrirlos fue más oscuridad. Pero inmediatamente un resplandor peculiar comenzó a crecer en la distancia. Al principio no era más que una luz tenue, como de un falso amanecer, pero luego una forma comenzó a emerger del resplandor. No podía decir si la luz estaba asumiendo una forma más definida, o si simplemente había servido como un portal para la aparición del extraño ser.

La entidad en sí fue al principio difícil de captar con la vista. Parecía una vaga acumulación de globos luminosos. Mientras miraba más de cerca a la cosa mientras se acercaba a mí (o quizás yo me acercaba a ella. En esa deformación adimensional no había forma de saberlo), supe cuál sería mi destino. Verás, el extraño sostén había sido un portal…

Comprenderás que mis pensamientos y recuerdos están confundidos ahora. Ni siquiera estoy segura de cómo, o si puedo, comunicar todo esto. Pero debo intentar compartir mi historia con ustedes, ya que no tengo nada más que pueda hacer por toda la eternidad que ensayar mi historia una y otra vez. Ahora sé que soy una faceta de esa entidad interdimensional; porque a medida que mi visión se hizo más clara, pude ver con horror que todos los globos pulsantes tenían pezones.

El resto de mí se está disolviendo rápidamente en la masa gelatinosa, pero antes de que yo, como Sally, ya no exista, y solo queden mis pechos, permítanme dejarles mi triste historia como advertencia. Quédate en casa en Smithvale. Aprende de mi experiencia. Es demasiado tarde para mí, pero no para ti. ¡No te pongas el sostén de la perdición!

Robert M. Price (1954— )

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de H.P. Lovecraft.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Robert M. Price: Yo usé el sostén de la perdición (I Wore the Brassiere of Doom), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Preferiría que parte de la información, muy exhaustiva, estuviera después del relato. Que parece una parodía del Horror Cósmico.
Tiene sentido que Yog-Sothtoht anduviera acechando a la protagonista, descrita como deseable. A pesar de lo paródico, como la transformación de Sally, hay todo un tema para explotar.

No estaría mal relatos con esa temática, mujeres atrayendo a extraños personajes.

Anónimo dijo...

Esto es el colmo, de verdad.

Poky999 dijo...

Me gusto el relato. Esta muy relacionado con el arquetipo de no te salgas del camino.
Eso sí, si es una parodia del machismo de Lovecraft se nota bastante, pues de los relatos que he leído de él, percibo que siempre el hombre es intelectual y la mujer inocente, desapercibida de lo que sucede.

Poky999 dijo...

El machismo en Lovecraft, se puede reflejar mediante este relato.
Excelente tema para abarcar.



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