Montague Summers: el verdadero Van Helsing


Montague Summers: el verdadero Van Helsing.




El ascenso de los Vampiros como figuras centrales de la cultura popular comenzó con Carmilla de Sheridan Le Fanu, siguió con el Drácula de Bram Stoker, y se estableció definitivamente con el aporte de un hombre muy particular, casi desconocido, un sacerdote que no solo escribía sobre Vampiros en términos folklóricos, sino que además creía en ellos.


Este es exactamente el vampiro que, con sus afilados y blancos colmillos, muerde el cuello de su víctima y chupa la sangre de las heridas, atiborrándose, como una gran sanguijuela, hasta estar saciado. Luego se retira a su reposo en la tumba, letárgico e inerte hasta el momento en que salga de nuevo para satisfacer su lujuria en las venas de algún incauto.


La cita no es de Stoker, sino de Alphonsus Joseph Mary Augustus Montague Summers —más conocido simplemente como Montague Summers (1880-1948)— quien publicó en 1928 su libro más conocido: El Vampiro (The Vampire). Se trata de la obra más influyente sobre el tema, probablemente porque el autor es una versión extraña de Abraham Van Helsing, un erudito que combina religión y ciencia en un marco de absoluta certeza sobre la existencia de los Vampiros.

Montague Summers renunció a la fe Anglicana en 1908. Se convirtió al Catolicismo, y un año después fue ordenado sacerdote. Su posición en la Iglesia Católica no es clara. No se le asignó ninguna parroquia o congregación; en cambio, frecuentaba oficialmente a todos los ocultistas de la época, entre ellos, Aleister Crowley, con quien entabló una amistad sumamente difíci de explicar.

Así como Crowley asumió la personalidad y los hábitos de un brujo moderno, Montague Summers interpretó el papel del erudito cazador de brujas y vampiros.

Algunos van todavía más lejos, y aventuran que esa oscuridad en relación a sus funciones en la Iglesia responde a un cargo secreto, y que Summers realmente se dedicaba a cazar Vampiros. De hecho, hay un vacío de casi veintinco años en su biografía, durante los cuales, se especula, habría incursionado en las artes oscuras para formarse en la lucha contra las criaturas de la noche.


Un vampiro se describe generalmente como un ser demacrado y de ojos horribles en los que brilla el fuego rojo de la perdición. Sin embargo, cuando ha saciado su ansia de sangre caliente, su cuerpo se hincha horriblemente, como si fuera un gran gusano a punto de reventar.


En todo caso, el interés de Montague Summers estaba lejos de la cuestión pastoral. Le interesaba la brujería y la demonología. Tradujo al inglés a los grandes demonólogos del pasado: Jean Bodin, Nicholas Rémy, Francesco Maria Guazzo, Ludovico Sinistrari; incluso tradujo eficientemente el Malleus Maleficarum al inglés. Todos esos estudios lo llevaron a una conclusión que hoy podría parecernos increíble: los Vampiros existen.

Montague Summers atribuye el resurgimiento del interés por los Vampiros en el siglo XIX a una renovada fascinación por el ocultismo. Él mismo se convirtió en una especie de exégeta de los Vampiros. Sus fuentes son el folklore, principalmente, pero también la ficción; y a través de ellas se embarcó en la ambiciosa tarea de presentar un panorama internacional de actividades vampíricas, naturalmente, clandestinas, a veces proporcionando jugosa información sobre cómo matarlos.


Cuando la estaca haya atravesado al vampiro, emitirá los chillidos más terribles y la sangre brotará en todas direcciones desde sus extremidades convulsionadas y retorcidas mientras golpea impotentemente el aire con sus manos temblorosas. Se sabe que el cadáver se deshace inmediatamente en polvo.


Montague Summers es una especie de Van Helsing del siglo XX, alguien decidido a impresionar a sus lectores con la existencia de estos indescriptibles horrores de la noche. Y, como Van Helsing, Montague Summers creía que la ciencia estaba de su lado:


Las cuidadosas investigaciones en relación a los fenómenos vampíricos han demostrado la verdad esencial de muchos registros antiguos y viejas supersticiones que, hasta ayer, eran descartados por los sensatos como el sensacionalismo más salvaje del romance melodramático.


Montague Summers insiste, a pesar de algunas exageraciones propias del folklore, que la tradición vampírica tiene un sustento genuino. Atribuye la mayor parte de la actividad de los Vampiros a una «fuente satánica» que no identifica, aunque, como buen cristiano, afirma que Dios puede hacer uso de los espíritus malvados como instrumentos de castigo. Esta es la razón por la que los cristianos, según Summers, tienen menos problemas con los Vampiros que los paganos y herejes, aunque se abstiene de aportar datos estadísticos al respecto.

Como lo haría Van Helsing, Summers ni siquiera intenta encontrar una explicación natural para los casos que analiza. Son Vampiros, concluye siempre. En cierto modo, sus historias recuerdan a los testimonios actuales sobre abducciones extraterrestres. Ninguna explicación alternativa, ni siquiera la falta de evidencia, empañan su entusiasmo. A veces recurre a las historias contadas por William de Newburgh y Walter Map en los siglos XII y XIII, de origen claramente folklórico, pero otras busca apoyo en la ficción, como Varney el Vampiro (Varney the Vampyre), un penny dreadful, según Montage Summers, basado en un incidente real con Vampiros ocurrido en 1713.

El Vampiro es un libro extraño, plagado de imprecisiones pero también de datos muy interesantes que a veces se combinan. Por ejemplo, Montague Summers relata la historia del vampiro de la Granja Croglin a pesar de que en su introducción admite que no hay un lugar llamado Croglin Grange, ni una tumba adecuada para Vampiros en las inmediaciones. Pero, para Summers:


Estas discrepancias, por supuesto, no militan contra la verdad esencial del cuento.


Y, en cuanto a la escasez de experiencias con Vampiros en su época, concluye:


Una cosa es clara: no es que estos incidentes no ocurran, sino que se silencian cuidadosamente.


Como Van Helsing, Montague Summers sabía que nuestra ignorancia del Mal nos hace susceptibles, y que el Vampiro es el más malvado de todos los seres sobrenaturales del mundo:


“No está ni muerto ni vivo; pero de algún modo vive en la muerte. Es una anomalía; el andrógino en el mundo fantasma; un paria entre los demonios. El vampiro es aquel que ha llevado una vida de inmoralidad más que ordinaria y maldad desenfrenada; un hombre de pasiones inmundas, groseras y egoístas, de ambiciones diabólicas, alguien que se deleita en la crueldad y la sangre. El vampiro es atemporal y universal. Asiria lo conoció, y acechó en los bosques primitivos de México antes de la llegada de Cortés. Era temido tanto por los chinos como por los indios y los malayos; mientras que la historia árabe nos cuenta una y otra vez sobre los Ghouls que acechan sepulcros de mal augurio y cruces solitarias para atacar y devorar al infeliz viajero.


El Vampiro es una deliciosa mezcolanza de Vampiros y criaturas parecidas a los Vampiros; un tapiz extenso, complejo, que emplea un recurso que luego veremos en incontables obras que se dedican a lo extraño: la esperanza de probar, mediante la mera enumeración de casos, la existencia real de un mundo sobrenatural.

Este recurso es infantil, pero su ambición es noble, como la del Drácula de Stoker, porque ofrece un consuelo indirecto ante la realidad ineludible de la muerte.


Cuán terrible es el destino del vampiro que no descansa en la tumba, cuya condena es salir noche tras noche para atacar a los vivos.


Por lo tanto, la creencia en los Vampiros, junto con toda clase de criaturas sobrenaturales —íncubos y súcubos, demonios, hadas y hombres lobo—, es para Montague Summers una parte necesaria de su creencia en el mundo de los espíritus y en la promesa cristiana de la inmortalidad.

En cierto modo, para Montague Summers no hay debate filosófico acerca de la existencia de los Vampiros. Constituye una creencia religiosa, una obligación, tal es así que negar su existencia equivale a ateísmo.

Esto parece un tanto exagerado, pero hay un trasfondo noble en ese razonamiento. En definitiva, tanto Montague Summers como Bram Stoker, a través de Abraham Van Helsing, tienen un propósito claro, una misión, si se quiere: afirmar la existencia de Dios demostrando la existencia del Mal.

Summers cultivó su reputación de excentricidad, y la sostuvo a lo largo de los años con pequeñas actitudes. Por ejemplo, a menudo se lo veía entrar y salir de la sala de lectura del Museo Británico, vestido de negro, con el rostro severo, y llevando debajo del brazo una gran carpeta con una inscripción en mayúsculas que rezaba: VAMPIROS.

No conocemos el destino final de Van Helsing, pero Montague Summers murió en silencio en su casa de Surrey, en agosto de 1948. Su tumba en el cementerio de Richmond no se marcó hasta finales de la década de 1980, cuando se organizó un proyecto para obtener donaciones para comprar una lápida. Ahora lleva su frase favorita:


Cuéntame cosas extrañas

(Tell me strange things)




Vampiros. I Taller gótico.


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